«La piedad ha venido esta semana al Estado
de Israel y ha dejado a un lado la política banal». Lo afirma un editorialista del periódico judío «Haaretz» al comentar hoy la peregrinación de Juan Pablo II a Tierra Santa.
Parecida es la impresión del presidente de la Knesset (el Parlamento israelí), Avraham Burg. «El cristianismo moderno ha cambiado» dice en un artículo a parecido en el diario «Maariv». Siguiendo lo que enseñan los libros de historia en Israel, continúa diciendo: «De religión que esparció la sangre, con las cruzadas y la Inquisición, se ha transformado en una religión en la que sus sacerdotes se elevan al grado de Justos entre las Naciones. No se puede comprender la caída de regímenes totalitarios en América Latina, en Sudáfrica y en Polonia sin pensar, con reconocimiento, en el hombre que ayer besó el Muro de las Lamentaciones». Sin embargo, desde su punto de vista, en el hebraísmo están surgiendo corrientes que vuelven atrás para refugiarse en el pasado.
«Yediot Ahronot», el cotidiano más difundido en Israel, dedica significativamente dos páginas a la fotografía del pontífice sumido en oración ante el Muro de las Lamentaciones. «Esta visita histórica --dice al diario el primer ministro Ehud Barak-- ha traído respeto para Israel y ha contribuido a la pacificación entre el hebraísmo y el cristianismo».
Para el ministro de Asuntos de la Diáspora, el rabino Michael Melchior, en pocos días «el Papa ha desmoronado las barreras psicológicas que todavía se levantaban entre judíos y cristianos».
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«Soy un judío pero, en estas últimas semanas, habría querido ser cristiano. Y tener un padre religioso tan majestuoso en
su sencillez, tan potente en su humildad, tan sabio en su fuerza para combatir y vencer, con la dulzura y la fuerza enorme de la fe, las resistencias que, dentro de su "círculo" habrá encontrado al comunicar,
primero a sí mismo, luego a sus fieles, y por último al mundo entero, el "perdonadnos" y las palabras sublimes de fuerza y caridad pronunciadas en Palestina». Así comienza un artículo firmado por Paolo Alazraki en el
diario «Avvenire».
El articulista recuerda que todo esto sucede en Israel, la tierra de Canaán, la tierra de los Patriarcas y también en la tierra «de nuestro yo profundo, en los antiguos senderos de las caravanas de la sal y de la seda, tierra-cuna de civilizaciones extraordinarias».
«Quien perdona no es débil, quien pide perdón es fuerte. Mal han hecho mis rabinos y gran parte del judaísmo israelí y mundial en no comprender, no interpretar, no alegrarse de este inmenso gesto reconciliatorio que abre desgarrones nuevos, extraordinarios, promoviendo el respeto recíproco entre los pueblos y, por tanto, de una vida mejor para ellos y entre ellos, y
también un mayor desarrollo económico, que permitirá la liberación de aquellas fuerzas creativas, mercantiles e intelectuales de Oriente Medio que han caracterizado desde hace decenas de siglos el pensamiento de los
judíos y de los árabes».
«Y todo ello --añade el articulista-- con influencias positivas, naturalmente, también para Europa». «Este joven viejo tembloroso --dice Alazraki-- pero sereno, consciente --por lo que se ve en su rostro-- de la
importancia de los gestos y de los pasos que realizaba, pasado por encima hasta hacer casi ridículas las posturas recelosas, incomodadas de los rabinos y los muftíes, presionados probablemente por las autoridades políticas.
¿Qué querían, con la condena de Pío XII, la humillación de los "hermanos menores"?».
El articulista felicita en cambio al pueblo israelí y al primer ministro Ehud Barak «un ángel de paz con cara de bonachón, que ha "regalado" el Santo Sepulcro al Vaticano». Una noticia que, afirma, encerraba cinco años de luchas y recriminaciones recíprocas sobre la gestión de los Santos Lugares. «Alabado sea el Señor quien quiera que sea, y donde quiera que
esté. Bendito sea este Papa», añade el articulista que indica que no sabe cómo darle las gracias.
«Quizá --responde--, donándole, pero sólo por este año del Jubileo, algo de mi ser religioso, que es la cosa que más me importa en el mundo. Este año intentaré yo mismo y con mis amigos judíos de reencontrarme con los cristianos, como en los tres primeros siglos de esta era, cuando oraban juntos en las mismas sinagogas y que sólo después de Constantino emprendieron, lamentablemente, caminos diversos».
«He aquí, querido Wojtyla, mi pequeño gran regalo por un año. Y la promesa de hacerme promotor de un gran inmenso bosque de árboles nuevos, justamente allí, en la frontera (que espero que pronto ya no exista nunca más) entre Gaza e Israel, en tu nombre, con nuestros nombres grabados, pero también nuestros corazones. Lo que has hecho por todos es inmenso. Como la fe, como
el amor. Extraordinarias cosas que a menudo se pierden, se reencuentran y se pierden de nuevo». Y concluye: «Este es mi regalo de mi Jubileo. No tengo deudas, no tengo créditos. Puedo así festejarlo dignamente, en mi
interior profundo y con todos los judíos y los cristianos que han comprendido tu gesto. Así sea. Así sea».
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Pues eso,