EVIDENCIAS DE LA CONVERSIÓN DE UN GENUINO CREYENTE (VI)
Queremos continuar con esta serie de evidencias sobre los frutos de un genuino creyente.
“Gracias te damos a ti, Padre Eterno, porque en el altar de la Cruz la Misericordia y la Verdad se encontraron.
La justicia y la paz se besaron.
Mírame, y ten misericordia de mí;
Da tu poder a tu siervo, para que tu Palabra no regrese vacía sino que haga la obra para la honra y gloria tuya.
Porque no puede haber misericordia, fuera de la Cruz de Cristo.”
Todos los santos del AT fueron confinados por el diablo en el Hades. Allí llegaron sus almas cargadas de pecado que una expiación incompleta, no pudo quitar:
Heb 10:4 porque la sangre de los toros y de los machos cabríos NO PUEDE QUITAR LOS PECADOS.
Veamos la perfección de la Obra de la Redención:
CONSUMADO ES
Mat 27:48 Y al instante, corriendo uno de ellos, tomó una esponja, y la empapó de vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber
Jua_19:30 Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: CONSUMADO ES.
Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.
No solo el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo, indicando el Espíritu Santo que tenemos libertad para entrar al Lugar Santísimo, no de esta creación, sino al mismo trono de Su Gracia por medio del Sacrificio de Cristo.
Sino que también, la sangre preciosa de Cristo, purificó las almas de los santos del AT presos en el Hades.
Aquella profecía:
Hch_2:27 Porque no dejarás mi alma en el Hades,
Ni permitirás que tu Santo vea corrupción.
Que posee el carácter de un ruego, es transformado en un acto de Justicia en el misterio de la Piedad.
1Ti_3:16 E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad:
Dios fue manifestado en carne,
Justificado en el Espíritu,
“JUSTIFICADO EN EL ESPÍRITU”
El Señor abandona el cuerpo luego de consumar la Obra de la Redención y desciende al Hades, no en debilidad, sino con todo el poder y la gloria de su Persona, para rescatar lo que le pertenece, sus redimidos, los santos del AT.
Su sangre preciosa no solo ha limpiado de pecado a las almas del AT, sino también, a las almas que creyeron en su tiempo, y las almas del tiempo de nosotros.
La Obra de la Redención partió la Eternidad en dos, antes de Cristo y después de Cristo, donde su sangre preciosa, derramada en el altar de la Cruz, nos ha limpiado de todo pecado.
NO PUEDE HABER MISERICORDIA FUERA DEL ALTAR DE LA CRUZ.
El diablo puede inventar otros juicios, puede inventar otros mediadores, puede descalificar la perfección de la Obra de la Redención, porque ese es su trabajo como adversario y engañador que es…
De ahí la importancia de predicar el evangelio, tal como aparece en la Escritura.
Y esta es la sexta evidencia que traigo como fruto de la conversión.
6. LA EVANGELIZACIÓN
Recién había creído al evangelio, comencé a orar por la salvación del alma de mis padres, católicos, perdidos en sus delitos y pecados, aferrados a un catolicismo lleno de idolatría y abominables doctrinas, que al católico ingenuo, le es un misterio, porque jamás ha leído una biblia.
Cual vaya a ser el fin de aquellos que nunca han oído hablar de Cristo, su conciencia le será como testigo en el día del Juicio. Pero en las Escrituras no hay reserva ni misterio con respecto a cuál será la porción de aquellos que “obedecen el Evangelio” y de aquellos que lo rechazan.
De esta elección depende el destino eterno de cada uno.
De ahí la virulencia con que es atacada la Biblia; porque si Cristo está más allá de nuestro alcance, nuestra responsabilidad se acaba.
De ahí Su declaración:
“El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero”
Gracias al Señor porque mis padres murieron en Cristo, a pesar de vivir a miles de kilómetros de ellos, la oración continua da sus frutos al cabo de los años.
Pero no fue así con nuestra amiga María.
Su esposo don Carlos, había muerto aquí en Venezuela por los lados de San Carlos, víctima de una enfermedad que se conoce como “tifo negro”.
Doña María era una persona muy devota a la virgen María, y a todos los santos, y amiga del cura de la capilla del cementerio.
Teníamos años de amistad sincera con doña María.
Y cuando nosotros oímos el evangelio y creímos en el Señor, una de nuestras preocupaciones fueron nuestros amigos católicos.
Recuerdo ese día cuando en compañía de mi hijo, en ese entonces un jovencito de unos doce años, fuimos a la casa de doña María, para hablarle de Cristo.
Nos echó de su casa.
La última vez que la vi fue el día de su entierro.
Mi esposa al verla dentro del ataúd, se asustó y llamándome aparte me preguntó:
¿Notó la expresión del rostro de doña María?
Regresé para cerciorarme y efectivamente, había en su rostro una expresión inconfundible de terror.
Al final de su vida religiosa, su rostro expresaba el fruto del catolicismo romano al otro lado de la muerte, la presencia del diablo.
De manera que otra evidencia de la verdadera conversión es el deseo de que otros también oigan de Cristo y escapen del lazo del diablo, en el cual están cautivos a voluntad de el, por medio de la religión idolátrica del catolicismo romano.
Cuando la mujer samaritana (cap. 4) al fin llegó a conocer a Cristo, “dejó su cántaro (símbolo de su vida pasada), y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho
¿No será éste el Cristo?”
No se puede concebir que una persona que ha recibido tanta bendición para su alma en Cristo, no lo quiera compartir con otros.
Sería el colmo del egoísmo, disfrutar de una salvación tan grande, y no querer que otros oigan también el Evangelio.
Esta mujer, recién convertida, quiso llevar las buenas noticias del Salvador a los demás en su ciudad.
¿Y cuál fue el resultado? “Muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo:
Me dijo todo lo que he hecho”.
Su testimonio personal resultó en la salvación de muchos otros.
Pero como dice la Escritura:
“NO ES DE TODOS LA FE EN CRISTO”
Prefieren creer en la reina del cielo, en los dogmas marianos, en las hostias, en los Papas, en los sacramentos, en las bulas, en el culto a los santos, es decir, en cualquier otra cosa, menos en Cristo.
El catolicismo romano ataca de raíz la PREEMINENCIA DE CRISTO EN NUESTRAS VIDAS y la reemplaza por otras cosas que no son Cristo.
Que el Señor prospere su Palabra.