DESDE MI CRUZ A TU SOLEDAD

Gracias Bart

Gracias Bart

He estado leyendo lo que traes de "aguas vivas" y me ha gustado mucho y además conozco esa página web me gustan mucho los poemas del hermano Claudio Ramirez los tengo en mi disco duro.
Tengo por ahora desconfigurado word y no he podido volver a leer mis archivos de esta web y de la webcristiana.
Es precioso el libro de "solamente por gracia" yo lo tengo en mi biblioteca y es de Spurgeon y lo vi en aguas vivas.

Dios te bendiga.:corazon:
 


Hola Virginia, me gustan mucho los escritos de Spurgeon, y los poemas del hermano Claudio. En Aguas Vivas encuentro mucho alimento para nuestra nueva naturaleza en Cristo. Alimento para águilas. Por eso lo traigo a los foros, para que muchos coman.

No son “bellotas” de las que tanto he comido hasta enfermar, son “filetes” mira este link:
http://estudios.iglesia.net/asp/pavosyaguilas.asp

Verás lo que quiero decir, es un cuento muy bonito que expresa una gran verdad, el autor casi escribió mi biografía.

Bendiciones

Bart

:corazon:
 
Gracias Bart pero no lo pude leer...

Gracias Bart pero no lo pude leer...

Parece que es muy bonito pero no lo pude leer porque mi pantalla no es tan grande como la letra creo que es de 800 de resolucion o algo así y por más que intenté no pude leerlo se me hace muy dificil y como tengo dañado word no lo pude guardar.

¿Sería posible que lo vincularas como los otros?

Con amor :corazon:
 

http://estudios.iglesia.net/asp/pavosyaguilas.asp

Pavos y Águilas


Copyright Peter Lord 1987

Publicado por primera vez en inglés
por la editorial Seedsowers
www.seedsowers.com
www.geneedwards.com

Traducido por Círculo Santo
2001
Madrid, España

Puede usted hallar más literatura
sobre la vida interior en:
http://www.iglesia.net
http://www.forocristiano.com/




DEDICATORIA


Este libro es el resultado de un único mensaje extraído de un cassette y preparado para su publicación por tres personas a quienes debo mucha gratitud. Sin ellos este libro nunca se habría escrito. Gracias Marian Clark, Rick Cain, y Gene Edwards.




PREFACIO DE LOS EDITORES PARA LA EDICIÓN EN ESPAÑOL


Hemos extraído del original partes anexas que explicaban en parte esta parábola. No obstante, creemos acertada la elección. Si El Principito no ha necesitado (aunque más de uno sí que lo habría agradecido) de ningún anexo explicativo. ¿Por qué habría de necesitarlo nuestro cuento?

La primera vez que leímos esto supimos que sólo el texto central debía ser publicado.

Ojalá que Dios hable en la medida que Él desee a tu corazón.



1



Nata había estado preocupada con su recién polluelo desde el instante mismo en que el aguilucho salió de su cascarón. Era este su primer aguilucho, y cuál no sería su sorpresa al verse ante una criatura tan pequeña y frágil. Tanto que ni siquiera acertaba a levantar su cabeza. Además, en repetidas ocasiones le había ofrecido alimento, pero no se había percatado de su invitación.

Con cariño le echó una ojeada a ese otro huevo que hasta entonces había rehusado romper. Este huevo era de color marrón claro con pintas negras. Este exquisito ejemplar se acurrucaba próximo en el nido al nuevo aguilucho, echado entre las hojas y las briznas que enlazaban el nido. Es sabido que las águilas llaman a su nido aguilera. La suya consistía de palotes entrelazados y de hierba, cubierto en la parte externa por un musgo de color verde-grisáceo para que pudiera confundirse con la roca gris del despeñadero en el que descansaba.

–Papá está de camino– pensó Nata mientras contemplaba la bajada del sol.

En ese momento Ramón planeaba sin esfuerzo por encima de un tupido claro del bosque. Sus alas, que extendidas abarcaban casi dos metros, sostenían suspendido fácilmente al temible pájaro en su búsqueda de alimento. Ramón tenía patas robustas, planta poderosa, y garras más afiladas que el acero. Su recio pico era casi tan largo como su cabeza. Una batida de sus vigorosas alas le sostenían y remontaban durante casi una hora mientras su agudo ojo buscaba comida. Sus plumas de color marrón y tono azabache presentaban una pincelada dorada en la parte de atrás de su cuello. Poseía mechones blancos en la base de su cola y en la punta de sus alas.

De repente, su prodigiosa vista percibió un movimiento aproximadamente a 400 metros a su derecha, un movimiento tan leve que no hubiera sido apercibido por el ojo humano. La presa de Ramón era una pequeña liebre. Planeó mientras giraba sobre sí mismo y voló plano durante un instante. Entonces, repentinamente, abalanzándose en picado a la velocidad de rayo, Ramón agarró a su sorprendida víctima de un silencioso susurro.

Ramón se elevó orgulloso hacia el cielo, sabiendo una vez más que procuraba buen sustento a Nata y a los preciosos aguiluchos de su aguilera.

–Aquí llega la cena– dijo Nata suavemente mientras observaba la distante silueta de Ramón acercándose.

–¿Por qué sigues preocupada, Nata?– preguntó Ramón, tratando de evitar mostrar su impaciencia al tiempo que dejaba caer la mullida liebre a las patas de Nata. Ramón estaba visiblemente irritado ante la aparente ansiedad que reflejaba su rostro. Antes de que pudiera contestarle, habló de nuevo.

–El pequeñuelo se está fortaleciendo. Mira, ya se mueve más. No te preocupes. Pronto, después de que el otro huevo haya madurado y ambos estén lo suficientemente fuertes como para poder moverse, ¡daremos una buena fiesta junto a nuestros amigos para celebrar la llegada de nuestros nuevos aguiluchos!

Nata hacía lo posible para compartir el entusiasmo de su marido. Sí, pues aunque eran sus primeros aguiluchos, Ramón estaba convencido de que ambos se desarrollarían perfectamente sanos. Nata se propuso no volver a preocuparse acerca de su pequeña prole.

Y así fue; el segundo aguilucho salió de su cascarón justo dos días después del primero. Nata se puso eufórica al ver que ahora tenía un aguilucho y una aguilucha. Al muchacho lo llamó Hagen, porque era pequeño y frágil. La muchacha, en cambio, no era ni mucho menos pequeña, y menos aún frágil. “Volará más alto que ningún águila haya volado jamás”, susurró Nata para sí.

–La llamaré Selin.

A medida que transcurrían los días siguientes, ella se empezó a inquietar con la inminente celebración. Estaba convencida de que las demás águilas llegarían a la conclusión de que sus aguiluchos eran los más preciosos que jamás habían visto.

El día de la celebración el cielo estaba a rebosar de águilas que se acercaban planeando desde grandes distancias. Nata no podía recordar haber visto previamente tantas águilas en un solo lugar. Le saludaron a ella y a sus dos aguiluchos con increíble entusiasmo. El haber dado a luz a dos criaturas tan bonitas le había brindado a ella un sonado acontecimiento, como es natural, pero ahora podía ver con absoluta certeza que sus dos pequeñuelos le había supuesto a la comunidad de águilas la misma acalorada celebración que su propio nacimiento. Oportunidades así eran cosa extraña entre las águilas, pues su población se había visto poco a poco reducida en los últimos años. Así pues, este día era de gran gozo, esperanza y festividad. Y, como a menudo se cumple en celebraciones de esta índole, todo el mundo se estaba aprovechando.

El regocijo continuó todo el día. El sol se estaba ya ocultando cuando las águilas empezaban a despedirse. Después de que la última águila se había elevado a lo alto del cielo, desapareciendo tras el sol, Ramón miró a Nata con orgullo. Había vivido lo suficiente junto a Ramón como para reconocer la mirada que reflejaba su rostro. Era una mirada de ambición, algo que a menudo le acontecía a Ramón.

–Nata, querida, ¿¡no ha sido éste el día más maravilloso de tu vida!? Nuestros amigos no tenían más que alabanzas hacia nuestros preciosos aguiluchos. En verdad que lo que hemos hecho juntos tú y yo es algo que merece la pena ver. ¡Hemos traído águilas nuevas a este mundo! ¿Hay en la tierra o en los cielos algo más grande que esto?

–¡Para esto fuimos creados!– exclamaba Ramón mientras sus ojos brillaban de entusiasmo.

Nata había visto a Ramón exaltado con muchas cosas en épocas pasadas, pero ahora se daba ella cuenta de que esta última declaración parecía ser una nueva y gran revelación para él; no podía recordar haberle visto antes así.

–Tenemos que movernos, Nata, y construir otra aguilera. ¡Lo vamos a hacer otra vez!– exclamó Ramón mientras su voz se entremezclada con una patente alegría. –Renovar esta tierra, volver a llenar los cielos con las grandes águilas, ¡esa es nuestra vida!

Nata no estaba tan convencida de las ideas de Ramón, pero sabía que siempre tenía buenas intenciones, y confiaba en él. Decidieron empezar su nueva obra de inmediato.

Estoy casi seguro de que te costará creerlo cuando te diga que Ramón y Nata se marcharon de inmediato a construir una nueva aguilera y, en tal empresa, abandonaron por completo a sus dos jóvenes aguiluchos. Por supuesto que tenían la clara intención de regresar para comprobar la buena marcha de sus pequeñuelos, pero construir una nueva aguilera necesita de una tremenda cantidad de trabajo. Así pues, como a menudo sucede en situaciones como esta, Ramón y Nata se olvidaron por completo de sus pequeños en su dedicación a una nueva nidada.

A la mañana siguiente Hagen se despertó frío y hambriento. Al igual que su hermana, Selin. Esperaron pacientemente todo el día el regreso de Papá y Mamá. No obstante, por la tarde sabían que tendrían que actuar rápido para sobrevivir si Mamá y Papá no volvían de inmediato.

Mientras Hagen examinaba el cielo, le preguntó a Selin con cierta ansiedad.

–¿Sugieres algo?

Selin echó una ojeada por el borde de la aguilera, para sólo descubrir que había sido construida en el filo de una roca a casi 1000 metros por encima del suelo. Recuerda, Hagen y Selin sólo tenían unas semanas de vida y no sabían nada de volar.

–Este hace nuestro tercer día solos y sin comida, –respondió Selin con debilidad–. No tenemos más remedio que bajar y encontrar algo para comer.

Hagen, con la esperanza de que Selin supiera cómo ‘bajar’, preguntó.

–¿Y cómo vamos a llevar a cabo una hazaña semejante?

–Tenemos que saltar–, dijo ella con calma.

Hagen enseguida se apartó del borde del nido.

–¿¡Saltar!?– chilló incrédulo–. Si lo hacemos nos vamos a matar. ¡No estarás hablando en serio!

A Selin la idea no le hacía más gracia que a su hermano, ¿pero qué otra cosa podían hacer?

–De todas formas vamos a morir–, respondió ella.

–Muy bien–, dijo Hagen –pero esperemos un poquito más. Si Mamá no regresa, y pronto, entonces... entonces... decidiremos qué hacer.

El resto de la tarde se disipó en la agonía de una decisión que incluía varias opciones. Era obvio para ambos que en realidad no tenían otra alternativa más que el riesgo de un salto que desafiara a la muerte.

–Si nos quedamos aquí, vamos a morir–, dijo Selin en una especie de ultimátum.

–Y si saltamos, es probable que muramos–, fue la humilde respuesta de Hagen.

–Tú y yo en verdad nada podemos hacer hasta que aprendamos a volar–, dijo Hagen en un breve instante de revelación. Abatido por la verdad que encerraban sus palabras, se echó hacia atrás abatido.

Pero al final los dos aguiluchos se pusieron de acuerdo en que no sólo tenían hambre y frío, sino que estaban cerca de la muerte. Así que se desplazaron al borde de su aguilera, cerraron sus ojos, aguantaron la respiración y saltaron.

Se siguieron dos chillidos que enervarían la sangre, junto a un frenético batir de alas. Y después, silencio.


2



Hagen estaba seguro de que estaba muerto, pero abrió los ojos sólo para asegurarse. Tras unos breves instantes de palparse las extremidades se dio cuenta, para su propia sorpresa, de que no sólo estaba vivo, sino entero. Con cautela, Hagen se puso de pie. A unos pocos metros Selin también trataba de incorporarse.

Selin miró hacia arriba para ver si podía encontrar la aguilera de la que acababan de saltar, pero era algo imposible, porque la aguilera estaba oculta por un saliente. Ninguno de nuestros dos aguiluchos podía creerse que habían caído de una altura semejante y que seguían con vida. Por supuesto, parte de la culpa de haber sobrevivido la tenía todo ese aleteo, y la otra parte la tenía la zona blandita y herbácea en la que habían caído.

Sólo les llevó un momento para Hagen y Selin recordar por qué habían arriesgado sus vidas en tal ventura; sus debilitadas patas y cuerpos temblorosos les decían que estaban al borde de la inanición.

–¿Dónde estamos?– preguntó Selin con dulzura.

–En el borde de un bosque grande y tupido, parece–, replicó Hagen, mientras estudiaba la zona oscura y misteriosa que se extendía a su izquierda.

–¿Buscamos comida ahí dentro?– preguntó Selin con un susurro.

–No creo que este sea nuestro lugar–, sintió Hagen–. Necesitamos estar al aire libre donde podamos sentir el viento.

–¿Y cómo sabes eso?– preguntó Selin con curiosidad. Ella se sentía igual, pero no sabía por qué. Ni Mamá ni Papá les habían enseñado nada de supervivencia. De hecho, sus padres no les habían enseñado nada, ni siquiera que eran aguiluchos.

Hagen no respondió a la pregunta de Selin. No estaba seguro de por qué no quería adentrarse en el bosque. Sencillamente a él no le parecía bien.

Justo frente a ellos podía verse una pradera abierta que se extendía ante ellos aparentemente hasta el fin del mundo. ¡Al menos era mucho más grande que un nido! Más allá de la pradera los dos aguiluchos podían ver una inmensa extensión montañosa. –¿Verdad que son... absolutamente maravillosas?–, dijo Hagen mientras contemplaba las montañas, al tiempo que se preguntaba por qué se sentía tan atraído por ellas.

Como ves, hay algo en lo profundo de un águila que de forma natural es atraído a grandes alturas; así es como funcionan las cosas con las águilas. La ancha pradera que se abría ante Hagen y Selin era tentadora, pero esas grandes montañas parecía que literalmente les llamaban a gritos.

Este momento de ensueño fue de repente interrumpido por un sonido que provenía del interior de un bosque cercano. Instintivamente los dos jóvenes aguiluchos se abalanzaron uno sobre el otro.

–Proviene del bosque–, dijo Selin sin aliento.

–Y se está acercando–, añadió Hagen.

En el lindero del bosque empezaron a perfilarse unos pájaros de aspecto extraño.

–¿Uno de los nuestros?– susurró Hagen.

–No... no lo sé–, respondió Selin.

Lo que los dos jóvenes aguiluchos estaban contemplando era una bandada de polvorientos pavos en una ociosa búsqueda de comida.

Ahora bien, no es una buena idea espantar a los pavos. Echan a volar en desbandada con mucha facilidad. Y casi fue eso lo que sucedió. Al ver a Hagen y Selin los pavos empezaron a cacarear frenéticamente y se pusieron a correr en círculos, originando una huida sin orden ni concierto. Como resultado, todo el mundo perdió la cabeza y terminó aterrorizado. Cuando el humo se había disipado, Hagen observaba hechizado dos ojos pequeños y brillantes que le miraban con curiosidad.

–Hola–, dijo Hagen a los dos ojos, la extraña cara y el largo y huesudo cuello–. Sentimos mucho haberles asustado. Les escuchamos en el bosque. Ya ven, tratamos de encontrar comida, y caímos de ese nido, y estamos hambrientos, y no sabemos dónde estamos, y...

–No tengas miedo, camarada–, interrumpió con rapidez el grandísimo y viejo pavo que había estado mirando a Hagen.

–¿Uno de nosotros?– se preguntó Hagen para sí.

Hagen y Selin estudiaron a sus nuevos conocidos con gran curiosidad. Este extraño pájaro se erguía más que ningún otro pájaro que nunca hubieran visto. Su cuerpo era ancho y gordo, sus patas largas y delgadas. Tenía algo que se asemejaba a una barba que era tan largo que casi se arrastraba por el suelo. Esta criatura con mirada extravagante tenía una cabeza pelada con un tubérculo que sobresalía justo del medio de su frente. Aún así, esta extraña ave se pavoneaba con arrogancia. A lo mejor era el mismo tipo de pájaro que ellos, un ave que estaba al borde mismo de la comicidad.

–Con el estado actual de las cosas aquí afuera toda precaución es escasa–, bramó el enorme pavo en su irritante pero amistosa voz–. Perdona el tumulto, nosotros siempre armamos bulla cuando algo nos sobresalta. Y ahora, ¿qué es lo que decías que estábais haciendo aquí afuera vosotros, dos pavos solitarios?

–¿Pavos?– exclamó Hagen infundido en temor.

–Buscamos comida–, respondió Selin con suavidad.

–Buscando comida, ¿eh? Seréis vosotros el almuerzo si os quedáis aquí afuera mucho tiempo. ¿Dónde está vuestra Mamá y vuestro Papá?

–No lo sabemos–, dijo Selin con tristeza mientras extendía sus pequeñas alitas con asombro.

Hagen pensó por un instante en lo que el pavo acababa de decir. –Nosotros, ¿comida?– Chilló–. ¿Qué quieres decir? A nosotros nada podría comernos.

El pavo soltó unas sonoras carcajadas. En esta ocasión se volvió a los otros pavos, invitándoles a que se reunieran con él en el gesto. En breve todos se estaban riendo como un solo pavo, y en el desarrollo de la risotada hicieron bastante ruido.

Tras unos instantes el gran pavo se volvió de nuevo hacia Hagen, esta vez con una mirada de pena en su vieja cara delgaducha.

–No es nuestra intención reírnos a vuestra costa, pero parece obvio que no sabéis lo que es un bosque. Tenéis que estar alerta siempre. Sabéis, nosotros los pavos tenemos muchos enemigos, y lo único que quieren es comernos.

Hagen se quedó de piedra mientras observaba a los demás pavos asentir en acuerdo.

–Podéis uniros a nosotros, pequeñuelos, si queréis. Estaríamos encantados de teneros con nosotros. Haremos cuanto esté en nuestra mano para cuidaros y educaros en la más exquisita tradición de los pavos, para ser pavos sabios, fuertes y orgullosos–, dijo solemne el gran pavo con voz de sentencia final–. Mi nombre es Brant. ¿Y cómo os llamáis vosotros?– preguntó el gran pavo con unos gestos que intentaban ofrecer la máxima confianza.

–Mi nombre es Hagen y esta es mi hermana Selin–, dijo Hagen con un estilo muy formal, tratando de imitar las sobrias maneras del pavo para estar a la altura de un acontecimiento tan importante. Pero por dentro Hagen empezaba a sentirse muy dependiente de este nuevo amigo.

Después Brant se dio la vuelta para presentar a Hagen y Selin a los otros pavos. Todo el mundo estuvo extremadamente cortés y amigable con Hagen y Selin, y éstos se sintieron bienvenidos. Una vez que acabaron las formalidades, Brant, percatándose de que sus dos pequeños amigos estaban en una desesperada necesidad de alimento, sugirió que toda la compañía continuara ahora en su búsqueda de víveres.

Así que sólo transcurrieron unos minutos para que los pequeños aguiluchos dieran su primer bocado de comida para pavos. Era algo que los pavos denominaban ‘bellotas’. Los dos tenían tanta hambre que las bellotas sabían mejor que cualquier otra comida que pudiesen haber soñado. De hecho, este alimento era tan bueno que estaban casi seguros de que siempre lo disfrutarían. Al menos, estaban seguros de que vivirían. ¡Y todo se lo debían a sus recién hallados compañeros pavos!

Es extraño, verdad, que uno pueda sentirse tan bienvenido y tan bien recibido, y no obstante no sentirse como en casa. Y a medida que pasaron los días, este extraño sentimiento se acrecentaba. Ni Hagen ni Selin se jugarían el pico por ello, pero cada uno de ellos echaba algo en falta, a pesar del hecho de que eran amados y aceptados.

El lugar donde se dieron cuenta que estribaba la mayor diferencia era aquellas bellotas y la búsqueda de éstas. Hagen a menudo se preguntaba, “Bueno, así no era como Papá buscaba comida... ¿o sí?”

¡Esas bellotas! Sí, es verdad que al principio las bellotas estaban buenísimas. Pero más tarde esas cosas empezaban a saber peor con cada nuevo picoteo.

La otra cosa que preocupaba a Hagen era la apariencia. Gastaba parte de su poco tiempo libre mirando a los otros pavitos (se llamaban a sí mismos polluelos de pavo). Hagen pensaba que a lo mejor su hermana Selin se parecía un poco a esos otros pequeños pavos, y este pensamiento la verdad es que le preocupaba... ¡porque eso significaba que él también podría parecerse a ellos!

Pronto Brant empezó a sentir la inquietud de los dos nuevos pavos. Sintió gran compasión por ellos. Había tratado a menudo con forasteros, y estaba al tanto de sus necesidades. Él sabía exactamente cómo corresponder a esas necesidades, y estaba casi seguro de que se integrarían tan pronto como se sintieran en unión con su nuevo grupo. Es más, tenía razón.

Verás, cuando un águila no es capaz de encontrar su verdadero hogar (da igual con cuánto esfuerzo busque) con el tiempo se marchará a dónde se sienta bienvenido. Un águila anhela amor y aceptación, y responderá a la acogida incluso si esta proviene de los pavos. No importa que éstos no sean los primeros que elegirían como compañeros de juegos. Aceptación es aceptación, a pesar de lugar adonde tengas que ir para conseguirla.

Un día, Brant hizo un ademán a Hagen, a Selin, y a otros dos pavos para que vinieran a él.

–Hagen y Selin–, dijo Brant–. Por favor, escuchadme. Nos gustaría que ambos supierais cuánto significa para nosotros que hayáis venido para estar con nosotros. Para nosotros es un privilegio teneros aquí–. Los dos pavos que caminaban cerca dando grandes zancadas asintieron de pleno.

–Estaría muy honrado de ayudarte en tu caza, Selin– dijo un pavo en actitud de voluntariado.

–Y yo podría ser tu socio, Hagen, si te gustara– dijo el otro, que parecía muy excitado con la idea.

A Hagen y Selin les pilló de sorpresa una muestra tan clara y sincera de afecto. Sabes, casi habían empezado a creer que no eran pavos y que no encajaban aquí para nada. Pero no pudieron hacer otra cosa que responder a esta cálida muestra de aceptación que tan generosamente se les brindaba.

Sintiéndose mejor consigo y tratando de olvidar las diferencias que parecían sentir entre ellos y su nueva familia, Hagen y Selin se prometieron una vez más trabajar en sus relaciones con sus compañeros pavos. Dicho y hecho, pocos minutos después ya estaban trotando por el bosque con sus nuevos compañeros de caza, buscando esa asquerosa comida que todos los pavos comían.

No obstante, una cosa que aún preocupaba a Hagen era el hábito que tenían todos los pavos de mirar hacia abajo para buscar alimento. Hagen sentía que su deber era observar su comida desde la distancia y entonces, de alguna manera, abalanzarse sobre ella. No entendía su sentimiento, pero luego tampoco era capaz de entender esta vergonzosa forma de buscar alimento.

–Naturalmente– pensaba –no debo ser muy buen estudiante en la adquisición de viandas. Observaré con más cuidado cómo se hace.

Justo entonces oyó a Brant haciendo un llamamiento indicando con alaridos que había encontrado comida. Todos los pavos convergieron bajo un roble gigante donde Brant permanecía en pie orgulloso. –¡Servíos!– dijo con ademanes de dirigente–. Miradlas. ¡Bellotas! ¡Por todas partes!

“Puaj”, pensó Hagen. “Me dan ganas de vomitar. Pensaba que en verdad había encontrado algo nuevo y bueno y refrescante para comer. ¡Pero esto es lo mismo de siempre!”

Hagen y Selin se quedaron ahí parados observando con incredulidad el entusiasmo con el que los otros pavos daban la bienvenida a aquellas ‘sabrosas’ bellotas.

Claro está que una bellota es un alimento bastante normal si da la casualidad de que eres un pavo, pero si resultas ser un águila, bueno, la verdad es que las águilas no deberían comer bellotas (a menos que el águila esté muerta de hambre; en tal cosa se comerá incluso las bellotas para no morir.)

Sin ánimo de defraudar a su nueva familia, Hagen y Selin respiraron profundamente, se acercaron con andares de pato al roble, y empezaron a atiborrarse el buche de bellotas.

Las repulsivas cosas eran increíblemente secas y sosas. Pronto los dos aguiluchos empavados sintieron tales nauseas que no se atrevían ni a moverse. Mientras estaban allí, Hagen tuvo una casi incontrolable urgencia de arremeter en vuelo contra el cielo sólo para escapar de esta nauseabunda cosa llamada el reino de los pavos.

En vez de ello, Hagen se quedó ahí jurándose una y otra vez a sí mismo que sería un buen pavo a cualquier precio. Incluso si suponía comer bellotas. Esto era muy difícil para Hagen. ¿Hasta que punto? Tan difícil como si juraras, con gran valentía, ¡desayunarte tu periódico cada mañana!

Eso te muestra hasta qué punto llegará la gente para sentirse aceptados por otros, aunque esos otros sean de un más bajo llamado y propósito.

Este es un hecho que merece ser recordado: cuando parezca que no tienes lugar al que ir, siempre acabarás allí donde seas bienvenido. Y cuando un ‘forastero’ sienta que ha sido aceptado ‘en’, a menudo tratará de imitar las acciones de sus nuevos semejantes para asumir su aceptación.

Claro, tú te das cuenta de algo que Hagen pasó por alto. Este erróneo concepto de aceptación nos fuerza a negar nuestras más instintivas sendas sólo para ganar aceptación. Los otros también parecen sentir esto. ¡Con lo que se inventan un pre-requisito para optar a esa aceptación!

Una de las mayores necesidades de los pavos y las águilas –y de otros– es que, después de que uno ha llenado su buche, aún necesita algo más: aceptación y seguridad.

Si las águilas no llenan esa necesidad básica en otras águilas, bueno, como puedes ver, ¡un pavo lo hará!

Si no extiendes tu amor hacia otras águilas es bastante probable que un pavo la encuentre, y la ame.

Esa es una de las formas más comunes en que las águilas se convierten en pavos.



3


Los días pasaron y, poco a poco, Hagen y Selin por fin empezaban a aprender a cómo ser un pavo como Dios manda. Brant, a su vez, estaba muy orgulloso de sus nuevos estudiantes. Había entrenado a muchos pupilos en su vida, pero había algo especial en estos dos, sobre todo Hagen, pues éste lo intentaba con mucho, mucho ahínco.

Por supuesto, Brant tenía que invertir una cantidad de tiempo fuera de lo común enseñando a Hagen a cómo gustarle las bellotas. Hagen, en cambio, trabajaba duro para desarrollar un gusto hacia esas cosas horribles. A veces incluso se llegaba a creer que empezaba a disfrutarlas. Pero debemos ser honestos al hacer mención de que un rumor dejaba entrever que quizás, sólo quizás, Hagen decía esto sólo para agradar a Brant.

Aparte de las bellotas, Hagen y Selin tomaban clases para aprender a disfrutar mejor del escarbar. Se apañaban bastante bien, pero mirar hacia abajo y agacharse les parecía terriblemente antinatural a ambos, sin mencionar el dolor que originaba en sus músculos.

Había una cosa que la verdad es que traía de cabeza a Brant; tenía que enseñar a estos dos jóvenes pavos a cómo tener miedo. Incluso tenía que enseñarles a esconderse de sus enemigos. Esto desconcertaba, pues todos los pavos tenían miedo de forma natural... de casi todo. En cambio, estos dos parecían no tenerle miedo a nada. Al menos, no en un principio. Pero estaban estudiando duro y de forma paulatina parecían estar aprendiendo a cómo tener miedo.

Para Hagen y Selin había clases de escarbar, clases de picotear y clases de canto para mejorar la voz. Pero para nada daba la impresión de que estos dos pavos supieran gorgotear. De hecho, Brant tenía que invertir la mayor parte del tiempo de su clase en los gorgoteos. Y no sólo eso, el ocasional aullido de estos dos pavos era la cosa más horrible que nunca hubiera escuchado en toda su existencia. Originaba un escalofrío que se propagaba desde su espina dorsal hasta su carúncula. Era un chillido que reverberaba una cierta exclamación de gozo y libertad. Brant esperaba con horror que pronto olvidaran cómo realizar este horrible sonido.


Fuera como fuera, los dos aguiluchos trabajaban diligentemente para ser pavos. Brant, a su vez, insistía en que los tutores de ambos debían permanecer a su lado día y noche para que nunca pudieran olvidar, siquiera un instante, cómo actuar como un verdadero pavo.

Hagen aprendía. Pero a medida que lo hacía, cada día que pasaba, también se frustraba más y más.

Había una pregunta que empezaba a roerle por dentro: “¿Cómo es que yo soy el único pavo de este mundo que tiene problemas con ser un pavo?” Su conclusión era obvia. “¡Debo de ser el peor, el más vil de los pavos que jamás haya existido!”

Este es un problema muy difícil, ¿no? Cuando eres un pavo es muy fácil y natural actuar como un pavo. Pero cuando eres un águila, es en extremo difícil ser un pavo. Parece que no importa cuánto lo intentas, siempre te sientes como un fracaso.

Triste de decir, Hagen y Selin, al fin, habían sido pavonizados, y aún seguían sintiéndose como fracasados profundos. Me pregunto si esto le ha ocurrido a alguien más.



4

Una mañana, mientras Hagen se deslizaba entre los árboles junto a la bandada de sus compañeros pavos, atisbó en la distancia un pavo femenino que estaba sentado entre la hierba alta. De hecho, parecía como si se estuviese ocultando del resto de los pavos. Cosa curiosa esta, y Hagen no se podía permitir pasar por alto una escena tan insólita, así que tomó la dirección hacia la señora pava.

Rad, un pavo respetado y admirado que a menudo actuaba como una especie de pastor para con la bandada, observó a Hagen hacer su maniobra. Haciendo memoria de las luchas de Hagen en su papel de pavo, Rad graznó,

–¡Hagen, espera!

Hagen se detuvo y se dio la vuelta. Esta era la primera vez que Rad se había dirigido a él.

Rad era un pavo inmenso, así que para cuando alcanzó a Hagen estaba casi exhausto.

–He querido... pasar algún... (Rad se agachó para coger aire) tiempo... contigo. Vamos por aquí y hablemos un rato–. Rad se dirigió en una dirección que se alejaba de la señora pava.

Al principio Hagen se opuso un poco, pero luego se dio media vuelta, dubitativo, junto Rad. Entonces Hagen preguntó, –¿por qué se oculta la señora pava en la hierba?

Rad soltó una risita ahogada y contestó,

–Está sentada sobre su nido. ¡Lo esconde de nuestros enemigos!– Ahora Rad se relajó un poquito, percatándose de que Hagen sólo tenía curiosidad, y no estaba tratando de huir del reino de los pavos.

Asombrado, Hagen preguntó,

–¿Está sentada en su nido?

–Así es. Está incubando sus huevos. No pasará mucho tiempo hasta que tengamos algunos pavos más en nuestro medio–, dijo Rad con aires amables y ostentosos.

–¿Pero qué hace su nido en el suelo?– insistía Hagen.

–¿Qué quieres decir?– preguntó Rad, con una voz que delataba su confusión–. ¿Dónde piensas que debería estar el nido?

–Mi hermana y yo nacimos en lo alto... – dudó Hagen. El mero hecho de pronunciar esa palabra suponía una canción para su corazón. “Nacimos... ajenos a todo esto”.

El recuerdo de la aguilera parecía tan remoto que por un instante se preguntó si sólo era un sueño. A lo mejor, pensaba él, había nacido en el suelo. A lo mejor sólo era un pavo pequeño muy confuso que necesitaba esforzarse mucho más para ser un pavo.

Eso, como es obvio, era exactamente lo que Brant y los otros pavos le habían estado contando. Al fin Hagen sabía que tenía que dejar de alimentar esas extrañas nociones que él sentía tan dentro de él. Tenía que entregarlo todo y actuar sólo como el pavo que era.

Rad miró fijamente a los ojos de Hagen. Era de color parduzco; su barba llegaba hasta el suelo. Era el tamaño de Rad lo que más le impresionaba a Hagen. Como ves, entre los pavos, cuanto más gordo seas, tanta mayor admiración despertarás entre tus compañeros pavos. Se te considera más sabio y más en la línea de los caminos de un vetusto (y muy reverenciado) pavo de nombre Sacretoes. A Sacretoes se le conoció por ser el más grande y más sabio pavo que jamás viviera en toda la historia del reino de los pavos.

–Vaya, qué grande debe ser Rad–, pensó Hagen–. Cuando se pone delante de mí su tamaño bloquea la vista de todo lo demás.

–Hagen, chiquillo–, empezó a decir Rad con mucha calma, –creo que es el momento de que te diga de dónde provienes. Quería esperar hasta que fueras mucho más maduro antes de hablar contigo, pero después de observar tus luchas durante varias semanas, creo que es hora de que lo sepas.

–¿Qué estás diciendo?– dijo Hagen mientras daba un pequeño salto, y su corazón se ahogaba al hablar.

Rad dudó por un segundo.

–Todos nosotros los pavos hemos aprendido a tomar nuestro lugar en la vida. Todos tenemos nuestros problemas de por medio, pero vosotros, Hagen... me temo que vosotros lo vais a pasar mucho peor.

Hagen ya no podía mirar a Rad. Por primera vez en su vida Hagen dejó caer sus poderosas alas al suelo.

–Verás–, dijo Rad en tono compasivo, –la verdad es que habéis salido de un huevo de buitre.

Rad hizo una pausa para dejar que esta terrible revelación empapara bien.

Hagen se quedó petrificado.

–No cabe duda de que os habéis percatado de vuestra diferencia física con todos nosotros, Hagen. Tú y tu hermana nacisteis como unos buitres pobres y desgraciados–. Volvió a hacer una pausa y esperó hasta que su mirada se cruzara con la de Hagen. –Mírame–, dijo con tono de mando–. ¡No hay nada que nosotros podamos hacer con vuestro pico de garfio y vuestras cortas patas, ni con que nacierais como un pobre y miserable buitre! Pero podemos ofreceros un nuevo corazón. ¡Un corazón de pavo!

A Hagen no le sorprendieron las palabras de Rad. La verdad es que desde el momento en que se encontró con los pavos había sabido que no encajaba. Pero su corazón se hundió hasta el fondo en la horrible verdad que le rezumaba ya por dentro. Buitres inútiles, vulgares a más no poder, sin esperanza.

(Bueno, todo el mundo sabe que los buitres son las más asquerosos de todas las aves. Así pues, seguro que puedes imaginarte cómo se sentía Hagen. ¿Te gustaría que te dijeran que eres un pobre, perdido y miserable buitre?)

–¿Qué puedo hacer?– preguntó Hagen pidiendo clemencia.

–Primero tienes que darte cuenta –y aceptar– el hecho de que sois pobres, perdidos, desgraciados, miserables e inútiles buitres, ¡salvados por los pavos! En segundo lugar, es del todo normal que luchéis contra vuestra buitrez todos los días. Esto va a continuar el resto de vuestra existencia. Y sí, será una lucha terrible. Debéis perseverar. Y tenéis que tratar con este terrible hecho cada día. Sois unos buitres pobres y miserables. Esto forma parte de vuestro día a día. No lo olvidéis. Pero nunca dejéis que esto os deprima. No dejéis que os venza. ¡Luchad! ¡Batallad! ¡Tomad una firme determinación!

–No quiero ser un buitre. ¿Cómo me hago un pavo?– dijo Hagen entre sollozos.

–Hagen, ahora eres un pavo. Has sido salvado del reino de los buitres. Pero nunca olvidéis vuestro lado oscuro y sombrío. Puede que actuéis como un buitre y ni siquiera os deis cuenta de ello. Siempre tened cuidado con esa parte de vosotros. Dedicad toda vuestra vida para luchar contra la buitrez que reside en vosotros. Y cuando fracaséis –y vais a fracasar a menudo– entonces, ¡volved a dedicar vuestra vida!

La vista de Hagen empezaba a nublarse. Sus patas se doblaron. ¿Cómo podría vivir con una verdad tan terrible, en un estado tan miserable, con un peso tan horrible?

La compasión llenó el corazón de Rad a medida que observaba cómo esta terrible revelación hacía mella en el corazón del pobre Hagen. Rad volvió a hablar, con quietud y en tono paternal.

–Oh, Hagen, no dejes que estos hechos te desanimen. Tienes que seguir en pie y en la brecha. Espero que esto te anime: Tenéis al resto de los pavos a lo largo y ancho del mundo de vuestro lado. Yo diría más, os vamos a enseñar los caminos de Sacretoes. Y sobre todo, acuérdate de esto: ¡Una vez se es pavo, se es pavo para toda la vida!


5

Meses habían pasado desde aquel fatal día en que Hagen y Selin se habían precipitado desde su aguilera y habían caído al suelo y fueron adoptados por una bandada de pavos. Hagen aún seguía pasándolo muy mal viviendo la vida de pavo. Su hermana, en cambio, parecía adaptarse a su papel con mucha mayor facilidad. Al ver esto, el sentimiento de culpa e inutilidad en Hagen se acentuó por momentos. Mientras tanto, Rad le había sugerido a Brant que los ‘dos raritos’ no pasaran mucho tiempo juntos, pues aquello sólo servía para cebar sus problemas con las ‘sagradas tradiciones de la vida del pavo.’

Dicho y hecho, Hagen y Selin fueron separados y a duras penas se volvieron a ver desde aquel entonces. Selin, al contrario que Hagen, no hacía tantas preguntas como antaño hacía. Y es más, se había disciplinado a sí misma para no distorsionar la cara ni tener gestos de nauseas cuando comía bellotas. Y aunque al hacerlo daba un asècto un tanto peculiar, incluso había aprendido a caminar, más o menos, como los otros pavos. Ahuecando sus plumas al máximo y estirando el cuello tanto como fuera posible, hacía una digna imitación del andar de un pavo.

Al ver el éxito de Selin, Hagen había entrado en un estado de profunda desesperanza. Una tarde, arrastrándose tras un puñado de pavos, Hagen avistó en la distancia a otra bandada de pavos que se acercaban lentamente hacia ellos. Ninguna de las bandadas se había apercibido de la otra. Sólo el agudo ojo de Hagen había detectado la presencia de los otros pavos.

Estos pavos, se había él percatado, no buscaban la comida por el suelo. En vez de eso, picoteaban y estiraban de las ramas. ¡Estos pavos comían bayas y frutos silvestres de los arbustos!

Hagen estaba asombrado. Anteriormente sólo podía recordar dos o tres veces haber visto a uno de sus compañeros pavos comiendo una baya, y esto únicamente cuando la baya había caído al suelo. ¡Pero esta bandada de pavos arrancaba las bayas directamente del arbusto! –¡Menuda idea más novedosa!– pensó Hagen.

Hagen buscó deprisa a Brant.

–Brant, mira, allí, ¡más pavos! ¡Y vienen hacia aquí! Y están comiendo...

–¿Dónde?– exclamó Brant con tono alarmista. Enseguida dio una señal de peligro al resto de los pavos–. No veo a ningún otro pavo–, insistía Brant nervioso.

Hagen y Selin se dieron cuenta de que ninguno de sus compañeros pavos parecía ser capaz de ver con tanta nitidez ni a tanta distancia como ellos.

(¿Cómo es posible? ¿No es verdad que los pavos tienen una vista fuera de lo común? Sí, pero parece que han enfocado su visión en tan estrecho túnel, y durante tanto tiempo, que ahora sólo ven aquellas cosas a las que se han acostumbrado. Evitan mirar por encima de ellos, pues la alturas aparentemente les asustan. Lástima, pues es este mirar hacia lo alto lo que desarrolla la verdadera vista.)

Cuando por fin los otros pavos se encontraban a tiro de piedra, Brant les avistó–. Quedaos detrás de mí y dejad que yo me encargue de esto–, declaró Brant farruco–. Y que nadie se descarríe hacia esos otros pavos.

Brant empezó a caminar despacio hacia la otra bandada, picoteando en el suelo a medida que se acercaba, pretendiendo hacer ver que no los había visto. A los otros pavos les entró el pánico en el momento en que vieron a Brant. En su intento de retomar la compostura tan pronto como les fuera posible, trataron de pavonearse mientras pasaban a Brant de largo. Pero Brant, totalmente desenvuelto, ya estaba pasando a su lado en arrogante pavoneo. Pronto Rad y todos los pavos más ancianos estaban haciendo lo mismo. Selin siguió tras ellos jugando a este juego lo mejor que podía. Hagen observaba.

A Hagen le parecía que se estaba desarrollando ante él una especie de concurso. Y fuera cual fuere el concurso, su bandada había ganado porque se habían preparado de antemano. La otra bandada se las apañó para mantener en alto la cabeza mientras pasaban de largo, pero los agudos ojos de Hagen observaron que dejaron caer sus cabezas en cuanto estuvieron fuera de la vista de pavo.

Hagen siguió ahí de pie después de que todos los pavos hubieron pasado. Una profunda tristeza llenó todo su ser al considerar lo que se había representado ante él. Toda la escena le parecía repulsiva; su mismísima naturaleza se rebelaba ante cosas como esta.

Fue en este momento que Hagen respondió a un profundo instinto que se revolvía en sus entrañas. En oposición a todas las instrucciones que había recibido y a todas las promesas que había realizado, Hagen levantó sus ojos a los cielos. Entre los árboles sobre su cabeza podía ver claramente un parche de azul. Durante un breve instante, se vio a sí mismo con el deseo de estar de vuelta en su aguilera allá por encima de los árboles. Entonces un viejo y lejano recuerdo se arrastró a su memoria. Se acordó de su Mamá y su Papá. Le parecía que su Papá era muy fuerte, con largas y poderosas alas que le levantaban a los cielos y que surcaba el cielo con grandeza y gracia. Recordó que Papá se adentraba en el cielo y traía carne. Una vez más, Hagen se preguntaba por qué tenía que comer aquellas infernales bellotas. Hagen estaba pasmado al ver que había extendido sus alas. Aunque todavía era un joven águila, su envergadura superaba a la de cualquiera de los pavos. Las examinó durante un buen rato. Le recordaban a las alas de su Papá, con la salvedad de que él nunca había usado sus propias alas. Se preguntaba por qué tenía él unas alas tan poderosas, y luego llegó a la conclusión de que algo tendría que ver con el hecho de ser un pobre, inútil, pésimo, apestoso y típico buitre.

El crujir de las hojas sacó a Hagen de sus pensamientos.

–¿Te encuentras bien, camarada?– graznó Brant.

Hagen se volvió hacia él. Brant arrastraba su enorme cuerpo hacia Hagen.

–Sí. Sólo estaba recordando a mi Papá y mi Mamá. Dime, Brant. ¿Quiénes eran esos pavos?– indagó Hagen–. ¿Y por qué no hablamos con ellos? Eran nuestros hermanos, ¿verdad? ¿Y a qué se debía el extraño pavoneo y desprecio?

–Son los Silvestres–, contestó Brant, casi como una amenaza–. Dicen ser los descendientes directos de Sacretoes. Creen que son los únicos pavos verdaderos–. Levantando sus plumas traseras en señal de disgusto, Brant continuó–. A sus ojos somos pavos de segunda categoría.

–¿De verdad creen que no sois verdaderos pavos?– respondió Hagen de pura incredulidad.

–Así es. Creen que tendríamos que comer siempre frutos silvestres y nunca comer bellotas. Y no sólo eso, tenemos que comer los frutos directamente de la mata y nunca cogerlo del suelo. Si no uno no es un pavo verdadero.

Antes de que Hagen pudiera preguntar nada más, Brant volvió a hablar.

–Como es natural, es un sin sentido exigir que comamos la fruta del arbusto para demostrar que somos pavos verdaderos–. Brant se irguió hasta su plena estatura y poco a poco abrió en abanico todas sus plumas–. Todo lo que uno tiene que hacer es mirarnos a nosotros, y uno estará mirando a un verdadero pavo. Y yo diría más, las bellotas y sólo las bellotas son la comida de los pavos. ¡Ya lo dijo Sacretoes!

–Pero habéis comido bayas, ¿no es así?

–Ah, por supuesto... – Brant deslizó sus largos, delgados y puntiagudos dedos sobre las hojas–. De hecho, hay veces que me encanta saborear una baya. Pero...

–¿Has arrancado alguna vez una baya directamente de la mata?– volvió a preguntar Hagen precipitadamente.

Parte de las plumas de Brant se pusieron de punta. Como es obvio estaba bastante molesto al verse metido en una conversación como esta.

–No. En esas raras ocasiones en que los verdaderos pavos comen bayas, éstas deben comerse del suelo. No es bueno que un pavo coma bayas antes de que maduren–, respondió Brant en un tono que sólo podía tomarse como una reprimenda.

Hagen no entendía por qué los Silvestres pensaban que la bandada de Brant no estaba formada por verdaderos pavos. Después de todo, se parecían una barbaridad al resto de pavos. ¿Cómo podía el hecho de arrancar bayas de una mata determinar si eras o no un verdadero pavo? ¿O, dicho sea de paso, el sólo comer bellotas?

A medida que Brant y Hagen volvían sobre sus pasos para unirse al resto de la bandada, Hagen meditaba sobre toda la discusión que acababa de tener. Una cosa era cierta, a la primera de cambio (cuando nadie mirara) iba a intentarlo con las bayas, tanto del seto como del suelo.

–Calma–, pensó para sí Hagen, –¡estoy muy contento (y soy muy afortunado) de ser miembro de esta especie mía de pavo!

Hace tiempo, según parece, los pavos se dividieron en muchas bandadas diferentes. El porqué nadie lo sabía con certeza. No obstante, cada bandada fomentaba sus propias prioridades y sostenía firmemente que sólo ellos eran los verdaderos pavos, y que nunca debían asociarse con nadie más.

Has de saber que cada una de esas bandadas se denomina pavada. Nadie sabe en realidad cuántas pavadas hay, pero una cosa es segura: Hay más de las que nunca jamás serías capaz de imaginar. Una de las razones por las que Brant había acogido a estas aves deformadas y con unas ideas un tanto raras, Hagen y su hermana Selin, era con el fin de incrementar el número de su bandada, la única y verdadera bandada, que tenía el honor de llamarse Belloteros.

Así que a Hagen le introdujeron más y más en el reino de los pavos. De hecho, en este punto en concreto, daba la impresión de que estaba más cerca que nunca de empavarse por completo.


6


Ya estaba anocheciendo, el día después del encuentro con los Silvestres, cuando Hagen tuvo su primera oportunidad de hablar con Selin a solas. Había convencido a Bruce, su tutor, de que se quedaría cerca de su palo por la noche y practicar sus clases de canto. Como Selin se había empavado tan bien, su tutor ya no estaba con ella todo el tiempo.

Cuando ambos se dieron cuenta de que era la primera vez que estaban a solas después de meses, Hagen alzó sus alas sobre su hermana mayor y la abrazó. –Selin, estoy tan orgulloso de ti. Te va todo tan bien. Por favor, dime, Selin. ¿Cuál es el secreto para vivir la vida de pavo?–

–Oh, Hagen–, replicó Selin con mucha comprensión y compasión, –tienes que practicar. Nunca te veo practicar. Te haces pavo cuando desempeñas el cometido de un pavo.

Ahora bien, a Selin le entusiasmaba su propia comedia de pavo tanto como a Hagen, pero no se lo iba a dejar saber. “A lo mejor”, pensaba ella, “si él cree que lo estoy haciendo bien, puede que sea verdad.”

Selin continuó,

–Lo único que tienes que hacer es aplicar tu mente en ello, Hagen. Después de un tiempo, empieza a ser como una segunda naturaleza para ti. Tienes que esforzarte mucho, mucho, mucho. conlleva toda la fuerza de tu voluntad, pero se puede hacer. Hagen, hay un secreto que yo he aprendido. Es la llave que lo abre todo. Y es esta: Es difícil ser pavo, y es muy fácil ser un buitre. Precisa de toda la fuerza de tu ser el vivir una buena vida de pavo.

Hagen se quedó en silencio durante unos instantes, y luego dijo con un susurro.

–Lo he intentado. Lo he intentado con todas, con todas mis fuerzas. A veces lo consigo. Pero por otro lado, siempre fracaso. Y ahora tengo un problema aún mayor: Oh, Selin, ¿qué puedes hacer cuando no hay absolutamente nada dentro de ti que quiera ser un pavo?

Selin no podía permitir que afloraran sus sentimientos personales frente a esa pregunta. Habló con rapidez:

–¡Se supone que deberías quererlo! ¡Tendrías que dejar que Rad te ayudara si sientes que estás volviendo a las buitreces!

Hagen estaba anonadado.

–¿Quién te ha dicho que somos buitres? Rad me lo dijo a mí, pero no sabía que a ti también te lo habían dicho.

–Mi tutor me lo ha contado todo sobre los buitres. Todo el mundo sabe lo que pasa con ellos–. Selin hizo una breve pausa como si tratara de escoger las palabras oportunas para su próxima enunciación–. Hagen, ¿es que no lo ves? Eso explica por qué Mamá y Papá nos abandonaron. Sólo son unos buitres. Y tú y yo somos... somos... pobres, sin valor, sucios, inútiles y típicos buitres.

Hagen volvió a tratar de hacer acopio de gratitud hacia los queridos pavos por haberle salvado a él y su hermana. (El hecho era que, después de todo este tiempo, estaba ya cansado de estar agradecido por haber sido rescatado de los sucios y típicos buitres. Seguro que en la vida de pavo había más aparte de ser salvado de ser un buitre.)

Selin continuó:

–Deberías esforzarte más y más para vivir la vida de pavo. Y haz menos preguntas, Hagen. Ahora déjame compartir contigo otro secreto: cuanto más te esfuerces en ser un pavo, menos tentación tendrás de ser un buitre.

Selin empezaba a sentirse orgullosa de sí misma por recordar tantas cosas que le habían enseñado, aunque hasta este momento no parecía que a ella le funcionaran muy bien que digamos.

–Entonces, ¿en qué debería invertir mi tiempo, hermana? Soy un fracaso tan grande como pavo–, gimió Hagen.

–Hagen, debes entender que por dentro eres un buitre. Para unos sucios, inútiles y típicos buitres supone mucho el vivir las obligaciones de un pavo. De hecho, haciendo honor a la verdad, sólo unos pocos de nosotros pobres y desgraciados buitres nos llegamos a pavonizar por completo. Contentos deberíamos estar con que los pavos nos hayan aceptado.

Hagen asintió con su cabeza, suspiró, y se marchó medio arrastrándose.


7

Cuando Hagen despertó a la mañana siguiente, enseguida empezó a esforzarse mucho en sus clases. Una vez más, entregó de nuevo su vida al aprendizaje de cómo ser un buen pavo. Hagen estaba tan decidido que incluso le dijo a Bruce que quería dedicar toda la mañana a las clases para pavos.

Durante casi una hora, Hagen se concentró con todo su ser para lograr pronunciar un solo gorgoteo decente. Se sintió realmente orgulloso de sí mismo cuando dos jóvenes pavitas que estaban de paseo por los alrededores se volvieron hacia él en su reclamo. Era el mejor que nunca había hecho. Sin embargo, era muy difícil sonar como un pavo, y no se sintió tan animado con su éxito como su tutor.

A continuación, Hagen probó fortuna en sus habilidades como azadón. Parecía fácil, pero Hagen sencillamente no podía hacerse a la idea de ponerse con una pata coja y escarbar con la otra. En cada intentona acababa por los suelos. No obstante, casi después de una hora, se las apañó para rascar una o dos veces antes de acabar patas arriba.

Luego vino el pavoneo. El pavoneo no era cosa fácil para Hagen porque no estaba tan gordo como los pavos. Hacía un ridículo espantoso, y no había suficiente práctica que cambiara ese hecho. En una o dos ocasiones trató de hacer equilibrio extendiendo sus alas, pero esto provocó una repentina reprimenda por parte de su tutor.

–Tienes que pavonearte y que escarbar sin tus alas–, le recordaba.

A medio día, Hagen estaba muy irascible. Y aparte de eso, ¡estaba deprimido por estar irascible! La mañana había empezado de una forma muy positiva. Ahora había caído más bajo que nunca. Simplemente no podía vivir la vida de pavo. “¿Por qué, oh, por qué no puedo vivir la vida de pavo?”, se preguntaba.

Más tarde, ese mismo día, Hagen se había unido al resto de la bandada en busca de bellotas. Lo hacía como una especie de venganza porque estaba muy hambriento de todo su esfuerzo durante sus clases. A medida que la bandada se aproximaba a un claro del bosque, la mayor parte de los pavos seguían a Brant de cerca, que andaba a lo largo del perímetro de la pradera para no exponerse al aire libre.

Hagen, inmerso en un sentimiento de rebelión por sus frustraciones matinales, caminó derecho a campo abierto. De inmediato se percató de que más allá de la pradera se elevaba una colina con hierba donde el bosque volvía a empezar, y más allá se erguía una alta y noble montaña cubierta de nieve. La vista de esa montaña provocó una inquietante reverencia en Hagen. Algo en lo profundo de él se conmovió, e intentar acallarlo parecía imposible.

De repente, su aguda vista captó algo más. Muy por encima de él volaba algún tipo de pájaro majestuoso. Esta visión le hizo recordar la vaga memoria de su Papá cuando volaba. “¡A lo mejor es Papá que me busca!” Ya sólo el pensamiento le electrificó. Boquiabierto, observó que había más de uno. Hagen gemía por extender sus alas e intentar volar allí y unirse a ellos.

Puedes sacar a un águila del cielo, pero no puedes sacar el cielo del águila. Cuando su creador la hizo, puso el cielo dentro de ella, y no se puede sacar.

En ese mismo instante, Brant rugió con voz de alarma.

–¡Hagen, no, no, no mires! ¡Esos de ahí son buitres!

Hagen dudó.

–No querrías volver con los buitres, ¿verdad?

Hagen replicó presto y lastimero,

–No, no quiero ser un buitre.

“¿Qué voy a hacer?” pensó Hagen. “Me esfuerzo tanto y practico la vida de pavo con tanto ahínco... y sin embargo vuelvo a mis caminos de buitre.”

El resto del día Hagen se quedó rezagado tras el resto del grupo, con su cabeza encorvada rozando el suelo. Al anochecer, se apoyó contra un viejo roble y dejó caer cada pluma.

–¡En la vida tiene que haber más que esto!–dijo en voz alta, sin saber que alguien había estado observando, y que ahora estaba escuchando.

Parece ser que en el árbol justo encima de Hagen vivía un búho muy servicial. En concreto el nombre de este búho era Bramante, y según decían era éste el más sabio de los búhos que residían en el bosque.

–¿Quieeeen eeeeres tuuuuuuu?– preguntó Bramante con curiosidad.

Hagen, cansado y frustrado, contestó con una voz que infundía bastante lástima, –soy un pequeño pavo muy desanimado. Estoy harto de la vida–. La verdad es que era el retrato mismo de la desesperación.

Bramante se asomó para mirar a Hagen más de cerca. Su rostro se entristeció ante la lamentable vista que se le ofrecía. “¿Pavo?” meditó Bramante para sí.

–¿Cómo te llamas?– preguntó Bramante más curioso que nunca.

–Me llamo Hagen. ¿Y tú?–. Hagen aún no se había levantado para mirar a su nuevo compañero.

–Soy Bramante, el búho–, dijo, y luego añadió, –eres el pavo más original que nunca haya visto. ¿Quién te ha dicho que eres un pavo?

Enseguida Hagen se puso a la defensiva.

–Soy un pavo muy pavo. Soy de los Belloteros, de la pavada de Brant. Mi hermana y yo nos unimos a ellos hace unos meses. ¡No soy un buitre!

–¡Para! ¡Para!– suplicó la lechuza–. Puedes ser un pavo si es eso lo que te gusta. Sólo preguntaba, ‘¿quién te dijo que eras un pavo?’

Por primera vez, Hagen miró a Bramante.

–Esto te lo digo a ti–, siguió diciendo Bramante–. Eres un pájaro. Pero a mí no me pareces un pavo ni un buitre. Hagen, ¿de verdad crees que todas las aves tienen que ser un pavo o un buitre?

–Bueno–, dijo Hagen pensativo, –nunca había oído hablar de ningún otro tipo de pájaro. ¿Tú sí?

–Yo no soy un pavo– respondió el búho viejo y sabio–. Y añadiría que tampoco viajo con los pavos. Y es más, cuando viajo prefiero ir volando.

Bramante ya había tomado la decisión de que sería del todo sincero con Hagen sólo si sentía que Hagen quería saber con mayor desesperación. Bramante sabía bien que Hagen era un águila, pero Hagen sólo estaría dispuesto a reconocer ese hecho cuando estuviera desesperado. Porque de otro modo Hagen simplemente volvería junto a los pavos.

–¿Tú vuelas?– preguntó Hagen, cauto y escéptico. Sentía que no podía permitirse sufrir más desengaños.

–Sí, y veo que tú también tienes unas alas grandes y poderosas. A lo mejor hasta tú puedes volar. ¿Crees que eso entra dentro de lo posible?

Bramante estaba probando a Hagen.

Hagen despegó su espalda del tronco. La idea de volar parecía muy seductora, pero sabía que no se encontraría con la aprobación de su pavada.

–No, no puedo volar–, respondió Hagen con un tono de total abatimiento–. Sabes, Bramante, por ahí aletean buitres. ¿No tienes miedo de que si vuelas te conviertas en un inútil, desgraciado, miserable y típico buitre?

–Sólo los pavos tienen miedo de una cosa semejante. ¿Por qué tienes miedo?

Antes de que Hagen pudiera responder o siquiera pensar, Bramante habló una vez más.

–Amigo mío, te han enseñado a tener miedo. Te han enseñado a vivir escondiéndote. No deberías prestar atención a cosas como esa. ¿De verdad que quieres vivir como una criatura tan vulgar?

Hagen empezó a sollozar. Su único pensamiento era, “no quiero ser un pavo, pero es que me niego a ser un sucio y típico buitre.”

Bramante quería decir más, pero decidió esperar a que Hagen estuviera preparado.

–El buitre no es la única ave del cielo. Hay otra... y así mismo vuela más alto. Tendrías que ver a un águila volar, Hagen.

–Tendrías que ver a un águila volar–, dijo otra vez suavemente.

Bramante extendió sus alas y dio un brinco a una rama colgante inferior. Hagen miró hacia arriba para hacerse con el rostro de Bramante, pero el búho se había ido.

Hagen sentía que se moriría si no volaba tras él, pero tenía miedo. No estaba seguro de qué tenía miedo pero, fuera lo que fuera, le impedía volar.



8


A Hagen se le veía más inquieto que nunca. De vez en cuando tenía un ‘buen’ día, pero no podía sacarse de la cabeza las palabras de la lechuza. Sentía como si algo dentro de él quisiera liberarse. Fuera lo que fuera, el búho lo había despertado y fortalecido.

Se preguntaba si alguno de los pavos sabía algo de Bramante. Puede que Bramante no fuera más que un viejo búho chiflado que decía incoherencias.

A medio día, mientras su pavada se desplazaba por el bosque en busca de bellotas, Hagen se las arregló para acercarse a Selin.

–Selin, ¿habías oído hablar de Bramante, el búho?– le susurró en el oído.

–Sí, Felda me contó algunas historias acerca de él–, contestó Selin. Seguían moviéndose según hablaban.

–Bueno, ¿y qué te contó?– salió a flote la impaciencia de Hagen.

–¿Por qué quieres saberlo?– preguntó Selin con ciertas dudas. Se imaginaba que Hagen iba a volver a sus andadas–. ¿Has hablado con él?

–Le vi una vez. Quiero saber lo que piensan los pavos acerca de él.

Selin estaba sobresaltada. –Lo dices en un tono como si ya no fueras un pavo.– Su voz indicaba indignación.

–Selin, ahora mismo no sé lo que soy. Pero me he propuesto saberlo. Ahora, por favor, háblame acerca de Bramante.

–Hagen, aléjate de él. Dice mentiras sobre los pavos. Dice que adoptamos y que robamos los mismísimos corazones de todas las aves. No debes hacerle caso, Hagen.

–Escúchame, Selin. Dice que el buitre no es el único pájaro del cielo. Hay otro que vuela incluso más alto. Se llama águila–. Hizo una leve pausa–. Ojalá fuera yo un águila.

–¡Menuda estupidez, Hagen!– exclamó Selin con incredulidad–. No olvides que eres un buitre. Los pavos te adoptaron y te hicieron uno de ellos. Sólo los buitres vuelan alto en el cielo. Esperan a caer sobre sus víctimas. Esa es la única razón por la que vuelan. No pierdas tu enfoque.

Lentamente, Hagen se alejó desanimado de su hermana. Sabía que ya no podía hablar más con ella o con cualquier otro de los pavos acerca de sus verdaderos sentimientos. Una vez más se sintió totalmente solo.

Algunos días después, antes de que el sol se pusiera, Hagen y Bruce estaban juntos buscando bellotas cuando avistó a mucha distancia otros tres pavos. No eran de su pavada. Dio por sentado que eran Silvestres. Se le pasó por la mente que tenía que intentar alejarse lo suficiente como para hablar con ellos.

Un ratito después, Bruce hizo ademanes de que ya estaba preparado para volver a la bandada y descansar por la noche. Hagen le dijo a Bruce que entraría después. Quería “tener un tiempo extra en su práctica del escarbeo.”

Así pues Hagen se dirigió en la dirección de los pavos para ver si podía localizarlos otra vez. No transcurrió mucho tiempo hasta que se puso a la altura de lo que se asemejaba a toda una pavada de Silvestres. Los observó durante un buen rato sin revelar su presencia. Parecían una pandilla de pavos bastante felices. La mayoría de ellos buscaban comida con afán entre los brezos cercanos. Obviamente, el líder de la bandada era un pavo muy gordo con una barba que se arrastraba por el suelo. Cuando hablaba, su profundo y sonoro gorgoteo llevaba la voz cantante sobre todos los demás pavos. Hagen sabía que no estaban de acuerdo con los Belloteros sobre el tema de la comida. A lo mejor tampoco estaban de acuerdo en cuanto al vuelo. Tenía que averiguarlo.

No estaba muy seguro en cómo mostrarse a los Silvestres. La verdad es que no quería asustarles ni confundirles. Así que se decidió por hacer crujir hojas de tal manera que los pavos le pudieran oír y le encontraran. Mientras lo hacía los observó acercarse y aparentó sobresaltarse cuando estuvieron lo suficientemente cerca como para verle.

–Oh... ¡qué tal!– balbuceó Hagen a propósito–. Me perdí mientras buscaba comida. ¿Podríais ayudarme?–. Se sentía muy ridículo, pero no se le ocurría otra forma de empezar la conversación.

El gran pavo se acercó a Hagen a grandes pasos. Tenía un aspecto muy grande, incluso mayor que Brant, y radiaba autoridad a través de su cola extendida en abanico, su barba patriarcal y su grave mirada.

–Saludos, perdido y hallado. Mi nombre es Egan. ¿Cuál es el tuyo?–. Su voz daba la sensación de ser lo suficientemente acogedora.

–Soy Hagen–. No dijo nada más porque era obvio que Egan había tomado control de la situación con sólo su presencia.

–Andas y hablas como un pavo, pero no tienes el aspecto de un pavo nativo. ¿Provienes de una pavada ajena?–. Aunque Egan hablaba mediante frases cortas y directas, su voz reflejaba compasión. Hagen se sintió más cómodo con él de lo que un principio había supuesto.

–Mi hermana y yo fuimos adoptados y educados por la pavada de los Belloteros. Nos han cuidado y nos han enseñado los caminos de los pavos–. Hagen sintió una repentina e inesperada emoción de orgullo.

Algunos de los pavos que estaban alrededor se movieron con cierto nerviosismo. Entonces un pavo de aspecto bastante enjuto, en comparación con la gran mayoría, se precipitó hacia delante con algunos frutos silvestres y se los ofreció a Hagen. –No es lo que estás acostumbrado a comer, amigo, pero se han recogido del suelo. Creo que aceptáis este tipo de comida, ¿no es cierto?

A Hagen le conmovió un gesto tan amable.

–Sí, muchas gracias

Egan volvió a hablar.

–¿Te gustaría que te ayudemos a encontrar otra vez a tus amigos, Hagen?

–¿Haríais tal cosa?

–Claro, hombre, si es eso lo que quieres–, respondió Egan con rapidez.

–¿Podría haceros antes una pregunta?– dijo Hagen con la boca llena de bayas, que a decir verdad estaba disfrutando considerablemente.

–Sí, por favor–. Egan se empezaba a sentir con un posible converso entre sus manos.

Hagen, impaciente en obtener respuestas a sus preguntas, no perdió el tiempo con rodeos.

–¿Por qué creéis que los Belloteros en realidad no son pavos?

Egan sabía cómo funcionaban las cosas con los pavos. Sabía que esta pregunta tenía todas las papeletas de acabar malamente si la conversación tomaba estos derroteros.

–Amigo, nosotros no insistimos en el hecho de que no hay verdaderos pavos entre los Belloteros. Lo único que reconocemos es que acabarán suicidándose si persisten en su actitud de alimentarse únicamente con la mezquina bellota del suelo. No es nada comparable al fruto de la mata–. Egan miró fijamente a los ojos de Hagen.

–¿Verdad que estás de acuerdo?

Hagen ya se estaba zampando la última de las bayas que le habían ofrecido. Después de pasarse meses sin comer otra cosa que bellotas, las bayas parecían alimento caído del cielo. ¡Qué novedad tan maravillosa!

–Sí, estas bayas saben a gloria–, asintió Hagen–. ¿Os puedo hacer otra pregunta?

Egan aprobó la moción bajando y subiendo la cabeza.

–¿Voláis alguna vez?– preguntó Hagen esperanzado.

Egan le miró un tanto extrañado. –¿Qué si volamos?– dijo repitiendo la pregunta de Hagen–. Por supuesto que sí.

El corazón de Hagen se le salía de su pecho. Acababa de conocer a los Silvestres y ya se sentía como si hubiera hallado su nuevo hogar. Su mente corría a toda mecha. A lo mejor podía unirse a ellos sin tener la obligación de creer que los Belloteros no eran pavos. No tenía por qué dejar la seguridad que le brindaban los pavos y a la que estaba acostumbrado.

¡Y estos pavos volaban!

Charló y charló con Egan sobre la posibilidad de hacerse un Silvestre. Quería unirse a ellos de inmediato si tal cosa se permitía. Egan dejó bien claro que él no quería robar ningún miembro de la pavada de los Belloteros, pero ya que Hagen tenía tantas ganas de unirse a ellos él se lo permitiría.

Hagen aún no había descubierto la más elemental de las verdades de que las águilas no se sienten a gusto viviendo entre los pavos. Da igual cuánto tiempo se pasen viviendo entre los pavos, nunca se sentirán a gusto junto a ellos. Si un águila no está al corriente de quién es, puede que se mude de pavada en pavada durante mucho tiempo antes de que descubra que todos los pavos son iguales, aunque afirmen ser muy diferentes. No obstante, es este moverse entre los pavos lo que poco a poco guiará al águila a darse cuenta de que es de por sí un ave completamente diferente.


9


Hagen abandonó su hogar por segunda vez. Esta vez ni siquiera contaba con su hermana para consolarle. Dejó todo con el fin de hallar aquello por lo que gemía su interior. Algo por dentro de él necesitaba volar. A duras penas podía contenerse mientras esperaba a que llegara la mañana.

El sol aún no se había alzado sobre las colinas distantes y los otros pavos aún no se habían despertado. Hagen se sintió como nuevo. Formaba parte de una bandada que sabía lo que era vivir. En su grupo disfrutaban uno del otro. ¡Comían otra cosa además de bellotas! ¡Y podían volar! Se sintió como si hubiera sido creado para volar. Apenas podía esperar a verse volando por los cielos tras su bandada.

Al rato los otros se empezaron a desperezar, y no mucho después la pavada estaba organizando su búsqueda matinal de alimentos. La emoción le embargaba por momentos.

Egan empezó a guiar a su grupo de pavos y a Hagen a través del bosque. Hagen esperó con paciencia; sabía con toda certeza que Egan pronto les guiaría hacia los cielos. Se movieron entre los árboles hasta casi media mañana. Los pavos parecían estar más agitados a medida que transcurría la mañana. Empezaron a hablar de esto y aquello y bien pronto se estaban riendo a carcajadas. Una de las diferencias más patentes entre este grupo y los Belloteros residía en el hecho de que ninguno de estos pavos se dirigía al suelo en busca de alimento. A Hagen eso le daba mucha confianza: ¡se acabaron las bellotas!

Lo que empezó como un paseo por el bosque ahora le parecía a Hagen una búsqueda de alimento. Estaba claro que esta mañana no volarían. Buscarían su comida igual que los Belloteros buscaban bellotas: La buscarían mientras paseaban por el bosque. Fue una desilusión para Hagen, pero estaba seguro de que esto sólo era un retraso temporal. “Seguro que volaremos después del desayuno”, meditaba Hagen.

A decir verdad esa mañana encontraron bayas, y todos los pavos se tomaron un espléndido festín. Hagen disfrutó su desayuno de bayas frescas más que ninguna otra comida que pudiera recordar. Después descansaron de su largo recorrido por el bosque.

Habían descansado ya un buen rato cuando Egan y un pavo más joven se aproximaron a donde Hagen se sentaba. Egan dijo,

–Hagen, mi nuevo amigo, permíteme que te presente a Daly. Es un amigo mío de confianza, y va a pasar algún tiempo contigo durante los próximos meses para ayudarte a amoldarte a la vida de los pavos Silvestres.

Hagen escuchaba impávido.

–Daly será capaz de contestar a cualquier pregunta que tengas y te enseñará la buena etiqueta de los pavos que te será de provecho ahora y en etapas más tardías en tu vida–. Egan dio unas palmaditas en la cabeza de Hagen con la punta de su ala–. Estás en buenas manos, Hagen.

Egan dejó a Daly y a Hagen en pie uno al lado del otro. Hagen seguía callado.

Por fin Daly abrió el pico. –Supongo que vamos a comenzar con algunas lecciones de escarbar...

–Espera un momento– contestó Hagen–. Vuelvo enseguida–. Se dio media vuelta como un torbellino y corrió tras Egan.

Cuando alcanzó a Egan, su pregunta surgió con un tono impaciente y casi exigente.

–Egan, por favor, dime... ¿cuándo volamos?

La cara de Egan tomó el mismo cariz que Hagen había visto la tarde anterior cuando le preguntó acerca de volar.

–Hagen–, dijo despacio y metódicamente–. Uno sólo vuela para escapar del peligro–. Y luego añadió con sarcasmo, –¿es que acaso te encuentras en una situación de peligro?–. Algunos de los pavos que se encontraban cerca se rieron hacia sus adentros.

Hagen no argumentó. Ahora sabía que sería en vano. Fue en este instante que se dio cuenta de que en realidad los Silvestres no eran muy diferentes de los Belloteros. Todos ellos eran pavos, y sencillamente él no encajaba con los pavos. Estaba tan enfadado que saltó a los cielos de pura rabia. De forma instintiva sus alas trabaron y presionaron el viento hacia abajo para alzar su cuerpo durante un breve instante por encima de los árboles. Por primera vez vio las copas. A gran distancia alcanzó a divisar un gran claro en el bosque donde un día había visto águilas volar en lo alto del cielo. En otra dirección, vio una enorme cadena montañosa que se elevaba por encima de las nubes. ¡Menuda vista!

Aunque en verdad Hagen estaba volando por primera vez, había sucedido tan aprisa que aún no se había dado cuenta de lo que estaba pasando. Cuando al fin se dio cuenta de que lo que hacía era volar, se asustó y enseguida bajó. Al no saber cómo tomar tierra como es debido, aquello fue más una caída que un aterrizaje. Afortunadamente, lo único que se hizo daño fue su orgullo.

Había otra cosa dentro de Hagen que se había dañado, aunque no como resultado de su accidentado aterrizaje. Era la confianza de Hagen. Mientras permanecía en pie en un pequeño claro del bosque sentía que su corazón se desgarraba. Ira y pasión se levantaron en su interior. Luego chilló en un arrebato de emoción, –¡no volveré a confiar en un pájaro lo que me reste de vida!– Su agudo chillido se pudo oír un buen trecho a través del bosque.

Cerca de un pequeño pino desplomó la cabeza entre sus alas extendidas. Pensó que sin lugar a dudas había sido un mal pavo. No se había esforzado lo suficiente. La causa de todas estas luchas y penurias se debían con toda seguridad a su propia incompetencia. La mente de Hagen seguía acelerándose en todas direcciones. “Soy un fracaso”, se dijo a sí mismo. “La razón por la que estoy solo es porque soy un bicho raro. Nadie quiere hacer migas con un bicho raro como yo.”

Hagen se sentó allí deleitándose en su propia autocompasión y humillación durante gran parte de la tarde. Se preguntaba si ni siquiera debía moverse. ¿Había alguna razón por la que seguir adelante? Estaba claro que era un gran inútil. Ni siquiera los buitres le querían. Su Papá y su Mamá le habían abandonado poco después de su nacimiento.

Hagen permaneció sentado al lado del pinito durante dos noches y dos días. A la mañana del tercer día se levantó recordando algo que Bramante, el viejo y sabio búho, le había dicho: “Amigo mío, te han enseñado a tener miedo y a vivir escondiéndote. ¿De verdad quieres vivir una vida tan miserable?”

–No–, se susurró Hagen–. ¡No, no, no!– se repetía con creciente intensidad. Sentía que tenía que encontrar a Bramante. Si alguien podía ayudarle, ese parecía ser Bramante.

A medida que Hagen se arrastraba por el bosque, empezó a pensar en su hermana. La echaba de menos y se preguntaba cómo le irían las cosas. Deseaba que estuviera con él.

Hagen no tenía ni idea de por dónde buscar a Bramante. No podía acordarse de dónde había visto por primera vez a Bramante, ni sabía si Bramante estaría allí en el caso de que llegara a encontrar el lugar. Pero seguro que se topaba con él si conservaba los ojos puestos en los árboles y en el cielo.

A medida que realizaba la búsqueda los días que siguieron, empezó a notar que había muchas otras criaturas en el bosque. Algunos tenían las alas como los pavos y los buitres. Algunos andaban a cuatro patas. Algunos tenían la cola peluda. Algunos eran mayores que él. Muchos otros eran más pequeños. Algunos se quedaban en el suelo. A otros parecía que les gustaba los árboles. Estaba asombrado de haber estado en el bosque durante meses y no haberse dado nunca cuenta de todas las criaturas que lo compartían con él.

Había un elemento común que a él se le hacía cada vez más evidente. Sólo aquellos que tuvieran alas podían escapar de las fronteras del bosque. Quizás todas aquellas criaturas pertenecían al bosque. ¡Pero era seguro que un animal que tuviera alas tenía que volar! El corazón de Hagen volvió a desbocarse. Preguntó en voz alta:

–Entonces... ¿por qué un pavo prefiere el bosque al cielo?

Una voz por encima de él contestó,

–¡Porque es un pavo!

Hagen miró hacia arriba. Bramante estaba enganchado de una rama de roble muy por encima de él.

Hagen dejó escapar un suspiro de alivio.

–Bramante, te he estado buscando.

–Y yo a ti–, respondió Bramante–. He oído que has dejado a los pavos. Excelente opción.

–Sí, he dejado a los pavos, pero ahora no sé qué hacer.

–No sabes qué hacer porque no sabes quién eres–, replicó Bramante.

–¿Qué quieres decir?– preguntó Hagen, medio atolondrado con la respuesta de Bramante.

Bramante miró hacia donde estaba Hagen. Ahora era más digno de lástima de lo que jamás recordara Bramante.

–Tienes que comer, Hagen. Busca alimento y come. Luego vuelve y hablaremos.

–Hoy he tomado algunas bayas–, dijo Hagen.

–¿Bayas? ¿Por qué has estado tomando bayas?– preguntó Bramante un poco cotilla.

–Están mucho más buenas que las bellotas–, dijo Hagen con una sonrisa de vergüenza.

Bramante a duras penas podía creerse que Hagen había subsistido a base de bellotas y bayas.

–¿Te acuerdas de lo que Papá te daba de comer cuando eras un pájaro muy joven?– preguntó Bramante, con la esperanza de hacer ver algo importante a Hagen.

Hagen pensó por un momento.

–Todo lo que puedo recordar es que era carne–, dijo, sin aún entender el significado que aquello podía encerrar.

–Sí, eso es–, dijo Bramante–. Deberías cazar y comer carne, Hagen.

–Pero nunca he visto a un pavo comer carne–, replicó Hagen.

–Y nunca lo verás. ¿Es que no has entendido que no eres un pavo?

Hagen inclinó la cabeza.

–Así que sabes lo que soy... ¿no?

Se sintió avergonzado y aturdido.

–Sí, lo sé–, contestó Bramante.

–¿Y aún hablarás conmigo e incluso seguirás siendo mi amigo?–. Hagen no podía entender por qué alguien querría ser amigo de un buitre.

–Bueno, naturalmente. ¡Eres la más honrada de todas las criaturas! Dijo Bramante con énfasis–. Eres de envidiar.

Hagen estaba desconcertado y confuso por las palabras de Bramante.

–¿Pero qué estás diciendo, viejo búho chiflado? Sabes que soy un buitre. ¿Por qué te ha dado por tomarme el pelo?–. Sus ojos se llenaron de lágrimas y empezó a llorar. Su corazón se despedazaba ante la idea de perder la confianza de Bramante, su último amigo.

–No, no, Hagen. No lo entiendes. No eres un buitre. No eres un pavo–. Bramante insistía en ello.

–Entonces ¿qué soy?– preguntó Hagen, con un tono lastimero y lleno de esperanza.

El viejo y sabio búho se incorporó hasta alcanzar su plena estatura. De alguna manera, Hagen sabía que estaba a punto de oír algo profundo, siquiera algo fascinante.



10


–Hagen, ¡eres un águila!– dijo el sabio y viejo búho–. Un águila, amigo mío. Eres un descendiente de la mayor y más excelente de las aves. Perteneces allá arriba al cielo por encima de las todas las otras criaturas. Ve, Señor Águila, y planea. Planea por encima de todos nosotros.

Un escalofrío de gloria y revelación recorrió de arriba abajo las potentes alas de Hagen. Por instinto, sabía quien era. ¡Todo cuanto había necesitado era que alguien se lo dijera! En ese momento, hizo memoria de que muchas veces había soñado con volar bien alto en el cielo, por encima de los pavos, por encima de los buitres, junto a una especie majestuosa.

–Mírate. No eres un pavo, ni te pareces, ni actúas, ni hueles como uno de esos buitres. Tienes el noble corazón de un águila. Son los pavos los que te dijeron que eras un buitre y que te has convertido en un ‘maravilloso’ pavo. ¡Tampoco eres un buitre! No necesitas ya vivir en el bosque. ¡Márchate, Hagen! ¡Perteneces al cielo!

Cierto es que a un águila no le lleva mucho aprender a volar una vez que ha sido liberada. ¡Y en aquel instante, nuestro querido amigo Hagen había sido puesto en completa libertad!

Hagen abrió sus poderosas alas al máximo, y con un tremendo barrido partió hacia los cielos. Tampoco tuvo miedo al levantar la cabeza y al chillar un grito espeluznante de poder, gozo y libertad. Era un grito de triunfo como ningún otro se había escuchado en esta tierra.

Hagen voló en círculos por encima del bosque para echar una última ojeada a ese paraje tan poco natural que durante tanto tiempo le había retenido. Tras una última mirada, Hagen alzó su cabeza y vio en la lejanía, muy por encima de él, algo grandioso y precioso. Cada fibra de su ser clamaba, “¡Allí está mi hogar!” Emitiendo ese terrible grito de libertad una vez más, levantó su cabeza, arqueó sus alas, prendió al viento...

...¡y remontó hacia las cumbres!

 


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Al fin de la era apostólica, el gnosticismo causó un gran daño en la naciente Iglesia, al introducir una suerte de “fe” puramente intelectual, divorciada de la vida y la conducta de los creyentes. En tal situación el apóstol Juan escribió sus cartas, que tienen una especial vigencia hoy en día.

Rodrigo Abarca B.

El conocimiento que produce vida

Al concluir el primer siglo, la situación general de las iglesias ha cambiado. Con tristeza y asombro, comprobamos que la experiencia de los creyentes ha caído muy por debajo de la elevada norma de vida que alcanzaron sus primeros hermanos a partir de Pentecostés. En su mensaje a las siete iglesias de Asia, el Señor devela los males que aquejan a dichas iglesias, las que, de algún modo, representan la situación general de su iglesia en el mundo. Cinco de ellas son reprendidas y tan solo dos son alabadas sin reservas por el Señor. Por tanto, la situación es más bien de decadencia y apostasía.

De hecho, ya Pablo y Pedro habían experimentado los primeros síntomas de esta decadencia generalizada, tal como lo podemos constatar al leer sus últimas cartas (1 y 2 de Timoteo, Tito y 2 de Pedro). Y ambos apóstoles alertan a los santos sobre la llegada de falsos maestros que introducirán subrepticiamente herejías destructoras en medio de ellos.

La hora de Juan

Lo anterior ocurrió durante la década que va del 60 al 70, pues tanto Pablo como Pedro fueron, probablemente, martirizados durante la persecución desatada por Nerón el año 67 D.C. Tras esto, transcurrieron 30 años más, mientras un telón oscuro cae sobre la historia de la naciente iglesia. Y, tras alzarse nuevamente el telón en el ocaso del siglo, tan sólo Juan permanece vivo de entre los apóstoles originales. Es ahora un hombre anciano, que ha vivido para ser testigo de toda la historia de la iglesia durante el primer siglo. Él estuvo allí, cuando Jesús reunió a su alrededor a doce hombres en quienes habría de depositar la misión de establecer su iglesia en la tierra. Y también estuvo allí, cuando la primera iglesia, denodada, valiente, pura y sencilla surgió en Jerusalén. Y luego, la vio crecer, desarrollarse, madurar y multiplicarse a lo largo y ancho del imperio.

Pero también vio el comienzo de su declinación y alejamiento de la experiencia del principio. Y, en consecuencia, se levanta para recordarle a las iglesias lo que habían perdido y afirmar aquello que aún estaba en peligro de perderse. Pues, en sus propias palabras, ha llegado la última hora. Aquella hora anunciada por Pedro y por Pablo antes de partir, cuya característica principal, nos dice, es la manifestación del espíritu del anticristo.

Este es el asunto central de sus cartas, en especial de la primera, más larga y completa que las demás. En ella nos muestra claramente las principales características de este espíritu, cuyo fin es destruir el testimonio de Cristo sobre la tierra. Juan nos dice de él que lleva a cabo dos engaños fundamentales: el primero es la negación de que Jesucristo ha venido en carne y, el segundo, la negación de que Jesús es el Cristo y el Hijo de Dios. Ambos hechos tienen que ver con la fe esencial de la iglesia de Cristo y no con especulaciones teológicas y doctrinales. Y ambos tienen, por tanto, terribles consecuencias prácticas, que afectarán decisivamente tanto la vida como el testimonio de los creyentes en el mundo. Dichas consecuencias se pueden resumir en el surgimiento de una “fe” puramente intelectual, conceptual y teórica, totalmente divorciada de la vida y la conducta de los creyentes.

El que dice...

Esta tendencia hacia la conceptualización de la fe y la degeneración consiguiente de la vida y la experiencia práctica, fue definida por Juan con la expresión “el que dice...”, utilizada más de diez veces en su carta. Pues el engaño, nos muestra el apóstol, consiste en la supuesta posesión de un conocimiento superior acerca de Dios y sus misterios que tiene, por contraste, un nulo impacto en la vida de quienes dicen poseerlo. Mas, para entender mejor lo recién afirmado, debemos hacer un poco de historia.

A fines del siglo primero, como consecuencia de su expansión hacia los gentiles, la iglesia entró en contacto con la filosofía griega, lo cual habría de tener funestas consecuencias para su desarrollo posterior. En efecto, el mundo helénico se caracterizaba por un desorbitado interés hacia especulaciones filosóficas de todo tipo y, por otro, una desenfrenada entrega hacia las pasiones y placeres de la carne. La causa de ello se encontraba en la filosofía griega, cuyo énfasis estaba en la mente o razón como órgano superior del hombre, en tanto que consideraba al cuerpo físico como inferior y fuente de toda clase de males. A partir de este dualismo filosófico, se desarrolló al interior de la iglesia un movimiento que llegó a ser conocido en la historia con el nombre de gnosticismo, el cual reinterpretó le fe revelada a los santos para acomodarla a los puntos de vista de la filosofía helénica.

Estos hombres, los gnósticos (cuyo nombre deriva del término griego “gnosis”, que significa “conocimiento”), causaron un inconcebible daño a la naciente iglesia. Pues, a causa de sus enseñanzas, las iglesias abandonarían la fe sencilla, práctica y real en Jesucristo, cuya fuente era la revelación viva de su persona por el Espíritu Santo en los corazones de los creyentes, para reemplazarla por una teología eminentemente conceptual y analítica, fruto de la mente y el raciocinio humano antes que de la acción del Espíritu.

Para oponerse a su nefasta influencia, los maestros de la cristiandad echaron mano de la misma filosofía griega que los gnósticos empleaban. Como resultado, la fe viva y revelada se convirtió en teología. Es decir, un asunto racional, especulativo, analítico y extraordinariamente complejo e inaccesible para los creyentes comunes y corrientes. Este hecho contribuyó, a su vez, al surgimiento del clericalismo sacerdotal. Por esta razón, Juan se refirió a ellos (los gnósticos) como los “muchos anticristos”

Estos hombres enseñaban que el Cristo no podría haberse encarnado verdaderamente, pues el cuerpo físico (de acuerdo con los griegos) es totalmente malo. En consecuencia, decían, el hombre Jesús fue la morada durante un breve tiempo de la persona de Cristo, que descendió en él al momento de su bautismo y le dejó en el momento previo a su muerte. Hacían así una distinción entre Jesús humano, quien murió realmente en la cruz, y el Cristo divino, que sólo habitó temporalmente en su cuerpo físico (negaban que Jesús es el Cristo). Por otra parte, algunos otros enseñaban que Jesucristo no poseía un verdadero cuerpo físico mientras estaba en la tierra, sino un cuerpo sólo aparente, creado para comunicarse con sus discípulos, pero sin realidad material (negaban que Cristo vino en carne).

Ahora bien, todas estas especulaciones y engaños surgieron de hombres que justificaban sus vidas pecaminosas, alegando estar en posesión de un conocimiento o revelación superior (gnosis), que hacía innecesarios una vida o conducta apartada del pecado, pues mientras vivieran en un cuerpo físico esencialmente malo, el pecado era ineludible. Lo importante, decían, es purificar la mente mediante el conocimiento o gnosis. Luego, la verdad quedaba desencarnada y se convertía así en puro conocimiento intelectual y teórico. Contra tales hombres y sus enseñanzas escribió Juan.

El origen de la decadencia

La causa de todos estos males, nos dice el apóstol, está en el olvido o abandono de la verdad que nos fue entregada en el principio. La verdad, tal como nos muestra Juan, no es un conocimiento intelectual sino una persona viva: Jesucristo, el Hijo de Dios, a quien hemos oído, visto, contemplado y palpado con nuestras manos. Por tanto, la fe en la verdad que es Jesucristo se encuentra vitalmente ligada a la experiencia de los hijos de Dios. Para expresar este hecho, Juan emplea la expresión “sabemos”. En oposición a la mentira y al error del espíritu del anticristo, el apóstol nos advierte que el conocimiento de la verdad se traduce siempre en una vida de justicia y amor: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad” (1Jn.3:18-19a).

Precisamente aquí estaba la gravedad de la enseñanza gnóstica: el hacer de la verdad un concepto meramente intelectual y racional. Pero nuestro saber acerca de Jesús no es de esta naturaleza. Por el contrario, el nuestro es un saber revelado por el Espíritu, quien nos enseña todas las cosas, y nos da testimonio de que Jesús es el Cristo y el Hijo de Dios (“Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado”). Y este saber o certeza produce, además, una experiencia práctica: “Sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos”; y además, “y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos”.

Por esta razón, el primer paso en la senda de la decadencia y la apostasía es, de acuerdo con Juan, un andar fuera de la luz (1Jn.1:5-7). El mensaje original que trajo el Señor Jesucristo se centra en mostrarnos que Dios es luz. Esto nos habla de su naturaleza santa e infinitamente apartada del pecado. Pues todo el error y la mentira tienen su origen en el pecado que domina el corazón del hombre caído. El pecado que es, por definición, la iniquidad (la palabra “iniquidad” es una traducción más correcta que la expresión “infracción de la ley” en 1Jn.3:4b). Pablo nos habla de un misterio de iniquidad que ya actúa en el mundo. Y Juan nos muestra cómo dicho misterio se traduce en el advenimiento de numerosos anticristos (vgr. Pablo denomina al anticristo el “inicuo”).

La meta del pecado o iniquidad es destruir toda traza de Dios y su obra en el mundo, para, si ello fuese posible, suplantarlo y usurpar su lugar. Así comenzó su obra en el ángel de luz, continuó en el huerto de Edén (“seréis como dioses”); y prosigue ahora al interior de la iglesia negando a Jesucristo el Hijo de Dios. Mas, si Jesús no es el Cristo y el Hijo de Dios, entonces no existe posibilidad alguna de ser libres del pecado y su engaño. Su muerte y resurrección no tienen poder ni valor alguno, y aún estamos en nuestros pecados. Y peor aun, todavía nos hallamos bajo el poder de Satanás.

Este es el propósito del espíritu del anticristo: tergiversar y ocultar la obra de Dios en Cristo, para volverla ineficaz en la vida de los creyentes. Aquí vienen a nuestra mente las palabras del Apocalipsis: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero; y la palabra del testimonio de ellos; y menospreciaron sus vidas hasta la muerte”. De ahí el empeño del diablo en destruir y arruinar el testimonio de Cristo en la iglesia. Si él consigue su objetivo, entonces los creyentes habrán sido derrotados y la iglesia habrá perdido su testimonio.

En este sentido, el verdadero conocimiento de Dios, trae como primera consecuencia un apartarse del pecado y sus obras. Pues dicho conocimiento es una experiencia espiritual y no un mero asentimiento mental a ciertas doctrinas acerca de Dios. Si nuestro conocimiento de Dios no es más que emoción o teología, en nuestra vida no habrá ese profundo aborrecimiento del pecado que es la característica de todos quienes verdaderamente le conocen.

Pero, si decimos que no tenemos pecado, hacemos a Dios mentiroso, pues él envió a su Hijo a morir por nuestros pecados. Y sin una vida en la luz de su presencia y santidad que expone nuestros pecados y los juzga, la preciosa sangre de Cristo no puede operar en nuestro corazón para perdón y justificación. Por ello, el engaño radica en tener una conducta doble, que se jacta de estar en posesión de un conocimiento de Dios y sus misterios, en tanto que ha perdido toda conciencia con respecto a los pecados, que permanecen ocultos sin ser confesados ni juzgados ante la luz de Dios. Este es el primer peldaño que desciende hacia la decadencia y la apostasía.

Por otra parte, nos dice Juan, el hecho de que exista una gracia ilimitada para el perdón de los pecados en la sangre de Cristo, no significa en modo alguno una especie de licencia irrestricta para pecar. Aquí hallamos el segundo peldaño hacia la decadencia. Ya en días de Pablo, muchos malinterpretaron la gracia del perdón como una especie de pasaporte para vivir vidas pecaminosas. Pero Juan agrega a continuación: “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso y la verdad no esta en él”.

Esto último es fundamental. Dios no sólo nos otorgó el perdón de todos nuestros pecados en Cristo, sino también la vida necesaria para llevar una existencia libre del pecado (“todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, pues la simiente de Dios permanece en él”). De esta manera, la fe que un creyente declara poseer debe evidenciarse necesariamente en que guarda positivamente los mandamientos del Señor. Dios nos ha dado la vida justa de su Hijo, que mora en nosotros por medio de su Espíritu. En consecuencia, el guardar los mandamientos del Señor debe ser la conducta normal de cualquier creyente. Ahora bien, Juan no se refiere aquí a la ley mosaica sino a los mandamientos del Señor Jesucristo y sus palabras, reunidos, por ejemplo, en el Sermón del Monte, y cuya máxima expresión está en el mandamiento “amaos los unos a los otros, como yo os he amado”.

Una fe que lleva fruto

De acuerdo con el discípulo amado, no podemos engañarnos en este punto. Una fe puramente intelectual o nominal, es incapaz de producir un fruto semejante. Tan sólo una fe viva, engendrada en el corazón por el Espíritu, y desarrollada en una íntima comunión de amor con el Padre y su Hijo Jesucristo es capaz de producir algo así. Juan no es un legalista, sino un hombre que conoce profundamente la diferencia entre la verdad y el error. Y dicha diferencia, nos enseña, no se encuentra básicamente (al menos al principio) en las verdades que se dicen sostener, sino en la clase de vida que manifestamos con nuestra conducta y nuestros hechos. Aquí radica toda la diferencia.

Juan tiene un mensaje dirigido tanto a la iglesia en general como a cada creyente individual. La condición espiritual de ambos no se mide por lo que saben o dicen saber, sino por la vida que viven y manifiestan con sus hechos. Si los llamados creyentes todavía aman al mundo, sus valores y su forma de vida; aborrecen (literalmente, son meramente indiferentes) a sus hermanos, y viven en connivencia con el pecado (practican el pecado), entonces son mentirosos y no poseen la verdad. Se engañan a sí mismos y a los demás, y están en peligro de caer bajo el engaño del espíritu del anticristo. Pues la verdad no es un conocimiento mental o intelectual al estilo gnóstico, sino una persona viva, santa, justa, apartada del pecado, cuya característica esencial es el amor. Dicha persona es el verdadero Dios que se encarnó en la persona de Jesucristo, murió verdaderamente en la cruz por nuestros pecados, resucitó al tercer día y ahora vive, por medio del Espíritu Santo, en los corazones de los que creen, produciendo en ellos una vida que practica la justicia y el amor.

De allí la reacción de Juan contra aquellos que tergiversaban la revelación de Jesucristo y su persona. Pues él discierne espiritualmente que detrás de ellos está operando un poder espiritual, un espíritu maligno y hostil, cuyo fin es destruir a la iglesia, apartándola de su relación vital con el Señor resucitado, quien es su centro y su todo.

La fe en Jesús como el Cristo y el Hijo de Dios, es mucho más que una confesión teológica o un credo nominal, como vino a ser en la historia posterior de la cristiandad. En el principio representaba la sustancia misma de la vida y la experiencia de los santos. Para ellos se trataba, y es necesario recalcarlo, de una persona viva con la cual vivían en permanente comunión, a través de la cual accedían constantemente al Padre, cuyo Espíritu moraba dentro de ellos capacitándolos para vivir vidas justas y santas, libres del pecado. En suma, una persona que era su centro y su todo.

Ahora bien, el fin de la revelación de Jesucristo es producir una clase de hombres radicalmente distintos tanto en su conducta como en sus valores o intereses. Hombres y mujeres que se apartan del mundo y su estilo de vida pecaminoso, para arrojarse en el seno de una forma de vida gobernada por la luz y el amor de Dios. Esta forma de vida es abrazada espontáneamente por todos aquellos que llegan a tener la vida eterna como su posesión más preciosa y permanente. De esta vida brota el discipulado, vale decir, el impulso y el poder para reproducir tanto individual como colectivamente cada uno de los rasgos de Jesucristo, su carácter, y sus hechos. Dichos rasgos se encuentran expresados básicamente en las palabras de Jesús y sus mandamientos. Ellas no son una ley exterior sino la expresión de su propia naturaleza santa y sin pecado. Por tanto, aquellos que dicen conocerle y poseer su vida no pueden menos que guardar a cabalidad todos y cada uno de sus mandamientos. He aquí la prueba real de que son verdaderamente hijos de Dios.
En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (Jn.15:8). “Llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (Fil.1:11).


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Aguas Vivas
http://www.aguasvivas.cl/



 
Gracias Bart

Gracias Bart

Precioso y ahora lo pude leer, después lo guardo por ahora no tengo word.

¡Gracias!:corazon:
 


http://www.aguasvivas.cl/aguasvivas16/page09.htm

Hay un trono inconmovible establecido en el cielo, desde el cual nuestro caminar y servicio es continuamente evaluado. Si nos acercamos a él hoy en busca de socorro, no huiremos aterrorizados de él en la hora del juicio.

Gonzalo Sepúlveda H.

La visión del trono de Dios

El apóstol Juan nos escribe por orden expresa del Cristo glorioso, con quien tuvo el exquisito privilegio de encontrarse en su exilio en la isla de Patmos.

Juan dice que él estaba en Espíritu cuando oyó la voz como de trompeta en el capítulo 1, y aquí en el capítulo 4:2, vuelve a decir lo mismo. Esto nos enseña que también nosotros hemos de estar en el mismo Espíritu Santo para poder comprender algo de estas cosas celestiales, las cuales sería imposible de sondear con los limitados recursos de la inteligencia humana. Por tanto, nos encomendamos al Señor para que él mismo nos ilumine.

Experiencias en el Antiguo Pacto

El Antiguo Testamento registra una gran cantidad de experiencias de hombres que tuvieron un encuentro personal con Dios, ya sea en su trono de gloria o en otra forma. Tal experiencia, sin duda, transformó sus vidas para siempre. Es el caso, por ejemplo, de Abraham y las visitas celestiales (Gen.14:17-20 y 17:1-8), de Jacob en Bet-El y en Peniel (Gen.28:10-22 y 32:24-31), de Moisés en Madián frente a la zarza (Ex. 3:1-10), y de Josué frente al Varón con la espada desenvainada (Jos.5:13-15). Los casos abundan, pero la experiencia de Isaías es singular.
En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime...” (Is. 6:1-7). Aquí no se especifica que se trate de un sueño, de una voz mística proveniente de una zarza o algo parecido. Simplemente se relata que fue una experiencia espantosa y traumática para el profeta. Éste exclama con desesperación un ¡Ay de mí!, y se considera ‘a priori’ hombre muerto a causa de la visión tan terrible: ¡Un hombre pecador se ve enfrentado intempestivamente al Dios único y verdadero tres veces santo!... Isaías finalmente se salva gracias a que la solución vino de Dios mismo a través de un serafín.

El trono, hoy

La palabra de Apocalipsis citada al principio nos habla de “un trono establecido en el cielo”. Convengamos que no hay dos ni más tronos: hay un solo trono eterno e inconmovible establecido en cielo, y en tal trono se sienta el único Dios verdadero, el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Entonces, ¡el trono que vio Isaías es el mismo que vio Juan! Sólo que hay un contraste muy grande entre la reacción del profeta y la del apóstol.

Mientras el primero cae en un estado de desesperación, el segundo se ve tan sereno, tan seguro y confiado, como si fuese lo más normal que un hombre vea, oiga, admire y alabe a su Dios sentado en su glorioso trono. Comprendamos la situación del profeta Isaías. Lejano aún en el tiempo del desarrollo del propósito de Dios en cuanto a la redención, viene a ser, por un instante, figura de un pecador sin arrepentimiento, asociado además a una generación inmunda ante los ojos de Dios.

En cuanto a Juan, consideremos las experiencias previas a ésta. Él conoció a Jesús en los días de su carne, le siguió desde el primer encuentro hasta estar con él al pie de la cruz; mas aun, fue testigo de la tumba vacía, y pudo palpar a su Señor resucitado; recibió el fuego del Espíritu Santo el día de Pentecostés; vivió el génesis de la iglesia en Jerusalén y sirvió fielmente junto al resto de los apóstoles hasta ser perseguido y exiliado por su fe. Ahora, cuando vuelve a ver al “Hijo del Hombre” en Apocalipsis 1, si bien cae como muerto a sus pies, no es porque se sienta un inmundo pecador, sino que es por el incontenible asombro de ver otra vez con sus propios ojos a Aquél en cuyo pecho se había recostado tantas veces. Desde el día de Su ascensión en el Monte de los Olivos que no oía su dulce voz ni su amorosas manos lo habían palpado. La emoción es absolutamente incontenible. Ante esos ojos, ahora como llama de fuego, ante esos pies, esa voz, en fin, ante tanta gloria, sencillamente cae a sus pies como muerto.

Ahora, como le vemos en Apocalipsis 4 y en el resto del libro, Juan puede ser llevado a ver y a describir “Al que está sentado en trono” y toda la gloria que le circunda, sin que se desplome ante tal visión.

Una palabra para nosotros

¿Qué significan estas cosas o qué quiere hablarnos el Señor a través de esto? Nosotros que estamos aun en las limitaciones de este cuerpo físico, rodeados de un mundo incrédulo y de una cristiandad tibia y claudicante, ¡jamás perdamos la visión del trono de nuestro Dios!

Recordemos que tal trono continúa establecido en el cielo, y no será removido jamás. “Jehová estableció en los cielos su trono y su reino domina sobre todos” (Sal. 103-19), “Tu trono, oh Dios, es eterno” (Sal. 45-6), “Firme es tu trono, desde entonces, tú eres eternamente” (Sal. 93-2) . Todo juicio que venga sobre la tierra, tiene que decidirse en este trono. Allí se tomó un día la decisión de crear todo cuanto existe y allí también se decidió la salvación. Hasta allí también ascendió el Señor resucitado, luego de haber consumado su obra, allí volvió a ocupar el lugar que compartía junto al Padre desde antes de la fundación del mundo. Hoy, en Apocalipsis 5:6, le vemos en medio del trono, como un Cordero inmolado. Todo nuestro caminar y servicio es evaluado continuamente en este trono. Agar se refirió a Dios como “El Viviente que me ve”, el día que fue atendida su angustia (Gen.16:13-14). El Señor nos ve, hermanos. Él sabe cuándo le buscamos (Sal.14:2), y si le servimos de corazón y le invocamos de veras. Dios no puede ser burlado.

La humanidad frente al trono

En nuestros días, los hombres viven con una indiferencia culpable respecto a la autoridad de Dios, ¡como si nunca fueran a enfrentarse cara a cara con él!

En Apocalipsis 6:12-17 se describe un acontecimiento que está por ocurrir: los personajes más importantes de la tierra se esconden en las cuevas y claman a las peñas y a los montes para que caigan sobre ellos y los escondan ¡del rostro de aquel que esta sentado en el trono!. La hora de la verdad llegará más temprano que tarde, entonces todos cuantos ignoraron voluntariamente (2 Ped. 3:5) el poder y la Deidad del que vive por los siglos de los siglos, se verán enfrentados con el trono mismo de Dios y no podrán resistir la gloria de su rostro.

Hoy todavía tienen libertad los rebeldes, los incrédulos, los gnósticos, los humanistas, cuya religión no es más que la exaltación del hombre, y que han decidido honrar las criaturas despreciando a su Creador (Rom.1:25), pero... (¡cuán terrible es este “pero”!) pronto todos estos “líderes de opinión” que llenan las portadas de la prensa y que son aclamados por las multitudes, todos los famosos de nuestro tiempo, todos, ¡todos cuantos hayan rechazado la salvación que Dios les ha ofrecido gratuitamente en Cristo clamarán a gran voz a los montes y a las peñas para que ellos los cubran!; para entonces ya no habrá lugar para el arrepentimiento, sino sólo una horrenda expectación de juicio (Heb. 10:27). ¡Si hay algo imposible en nuestro universo, es pretender escapar impunemente después de haber despreciado la autoridad y la salvación del que está sentado en aquel trono!

Pasemos ahora a considerar la multitud de Apocalipsis 7:9. Ellos también están delante del trono y en la presencia del Cordero, pero al revés de la multitud antes mencionada, éstos están llenos de gozo. En vez de espanto tienen una confianza muy grande, tienen palmas en las manos y una alabanza proclamada a gran voz. No huyen avergonzados, más bien celebran una salvación eterna concedida por gracia, en base a la sangre del Cordero. Estos no despreciaron al Crucificado, no se burlaron del evangelio, ¡lo creyeron! ¿Lo ha creído usted?, ¿Se ha confesado pecador indigno de estar cerca del Señor?, ¿Se ha arrepentido de sus pecados?, ¿Ha recibido a Cristo en su corazón? Si su respuesta es afirmativa, entonces usted pertenece a esta multitud y nada tiene que temer para cuando llegue el día de enfrentarse con el trono de nuestro Dios y Padre.

Cristo en el trono y en nosotros

Mucho hemos enfatizado la preciosa verdad de Cristo revelado en nuestros corazones (Col.1:27; Gal.1:16; 2:20; Ef.3:17; etc.) y seguiremos valorando esto como un gran tesoro. Hemos visto que toda esperanza de agradar al Señor que nos salvó depende de que esto sea una experiencia real en cada creyente, el cual aprende así a vivir en Cristo y por Cristo en todo su peregrinar terrenal. Sin embargo, a causa de nuestra humana debilidad suele darse el caso de que un hermano descuida su comunión con el Señor, se vuelve perezoso y negligente, contrista al Espíritu Santo en su corazón, y, por tanto, su vida y su servicio al Señor terminan en un vergonzoso fracaso.

Ante tal posibilidad, es imprescindible que los creyentes nunca perdamos la visión del trono de Dios. Si bien nuestro corazón es engañoso (Jer.17:9-10), sepamos muy bien que el trono de Dios es inconmovible. En la tierra las cosas pueden variar, las dudas pueden asaltar nuestra alma, nuestras emociones nos pueden traicionar, pero en el trono de Dios no hay mudanza ni sombra de variación (Stgo.1:17). Todas las cosas están desnudas y abiertas o los ojos de Aquél a quien tenemos que dar cuenta (Heb.4:13).

Una palabra de consuelo

Apocalipsis 22:1-5 nos muestra una escena en extremo consoladora con respecto al trono de Dios y del Cordero. Dice que “sus siervos le servirán, y verán su rostro”... Sin espanto, sin juicios, sin temor alguno, sino con un gozo inefable y glorioso. La expectativa de contemplar el rostro de nuestro Bienamado nos emociona hasta las lágrimas. Éste será nuestro premio, nuestro supremo galardón. Esta es la indescriptible gloria que les espera a quienes a tiempo se han puesto a cuentas con el Señor, le han entregado su corazón, le sirven, le aman y esperan su venida. Toda tribulación habrá acabado. El camino que débilmente iniciamos el día que nos convertimos a Cristo tiene aquí su meta. Entonces diremos que valió la pena vivir, trabajar, sufrir y aun morir por Cristo. Sepámoslo bien, enfaticemos esto con la mayor energía: ¡Allí no seremos defraudados jamás!

Vivamos hoy de cara al trono de nuestro amado Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, aunque aun le veamos oscuramente (1Cor. 13:12), acerquémonos confiadamente al trono de la gracia. Bendito sea el Nombre de nuestro Señor que esto podemos hacerlo desde ya, continuamente, sin restricción alguna, y que siendo este trono el mismo que vio Isaías, y el mismo que se describe de distintas maneras en Apocalipsis, para nosotros, los que estamos en Cristo, es el “trono de la gracia”. Allí podemos acudir confiadamente, sin temor alguno, y encontrar siempre la misericordia que nos levanta y la gracia que nos capacita para andar como es digno de la vocación con que fuimos llamados (Heb.4:16; Ef.4:1).

Estimado lector: ¿Te sientes lejos y quieres volverte al Señor? ¿Necesitas venir de nuevo a la Fuente? ¡Reconciliémonos ahora con el Señor que está sentado en su trono alto y sublime! Él no rechazará al corazón contrito y humillado.

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Aguas Vivas
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ICABOD, o cuando la gloria de Dios se va

Domingo 16 de junio de 2002

La pérdida de la gloria de Dios es la peor desgracia que podía ocurrirle a Israel, y es la peor desgracia que puede ocurrirle también a la Iglesia.

Eliseo Apablaza F.

1 Samuel 4:17-22: "Y el mensajero respondió diciendo: Israel huyó delante de los filisteos, y también fue hecha gran mortandad en el pueblo; y también tus dos hijos, Ofni y Finees, fueron muertos, y el arca de Dios ha sido tomada. Y aconteció que cuando él hizo mención del arca de Dios, Elí cayó hacia atrás de la silla al lado de la puerta, y se desnucó y murió; porque era hombre viejo y pesado. Y había juzgado a Israel cuarenta años.
"Y su nuera la mujer de Finees, que estaba encinta, cercana al alumbramiento, oyendo el rumor que el arca de Dios había sido tomada, y muertos su suegro y su marido, se inclinó y dio a luz; porque le sobrevinieron sus dolores de repente. Y al tiempo que moría, le decían las que estaban junto a ella: No tengas temor, porque has dado a luz un hijo. Mas ella no respondió, ni se dio por entendida. Y llamó al niño Icabod (*esto es, "sin gloria"), diciendo: ¡Traspasada es la gloria de Israel! por haber sido tomada el arca de Dios, y por la muerte de su suegro y de su marido. 22Dijo, pues: Traspasada es la gloria de Israel; porque ha sido tomada el arca de Dios
".

Este pasaje que hemos leído se ambienta al final del período de los jueces, un período oscuro en que juzgaron a Israel jueces como Sansón, que no tuvieron la suficiente revelación de Dios para conducir al pueblo por el camino recto.

Al final de este oscuro período encontramos a un hombre que se llama Elí, que a esta sazón -en la lectura que hemos hecho- era ya un hombre viejo. Poco más arriba nos dice que tenía noventa y ocho años. Este era el juez, la máxima autoridad de Israel. Pero en su vejez, sus dos hijos, Ofni y Finees, se habían corrompido, habían corrompido el sacerdocio, habían llegado a un estado tal que Dios estaba cansado de soportarlos. Y en ese instante Dios llama a Samuel, siendo todavía un niño.

Quitada es la gloria de Israel

Nosotros conocemos toda esa historia. Sin embargo, antes que Samuel comenzara su ministerio, encontramos es-te episodio. Los filisteos han capturado el arca y esta noticia provoca una serie de descalabros, entre ellos la muerte del propio Elí. En la batalla habían muerto sus dos hijos y he aquí la mujer de uno de ellos -que estaba embarazada- da a luz. La mujer alcanza a exclamar una palabra, que fue finalmente el nombre que llevó este niño. Esta exclamación: "Icabod", refleja muy bien lo que significaba para ellos la pérdida del arca.

El arca era el mueble en el cual estaba contenido el testimonio de Dios. Había maná, estaba la vara de Aarón y estaban las tablas de la Ley. Pero en realidad lo más importante del arca no eran esos objetos que contenía, sino que era que la gloria de Dios. La presencia de Dios descendía sobre ese mueble, sobre el propiciatorio que era la cubierta, porque en ese lugar cada vez que eran sacrificados los animales una vez al año, Dios descendía, miraba la sangre y se producía en ese momento, por esa sangre, el perdón de los pecados del pueblo.

El arca era el lugar donde Dios habitaba. Esa arca estaba en un lugar en un ambiente muy santo, santísimo, construido según las especificaciones que Dios había dado a Moisés en la Ley. El arca era el símbolo de la presencia de Dios y de la gloria de Dios.

Cada vez que el pueblo tenía problemas, teniendo el arca, ellos se sentían seguros, porque Dios estaba con ellos. Cuando ellos tuvieron que atravesar el Jordán, las instrucciones de Dios fueron precisas: el arca debía estar sobre los hombros de los sacerdotes para que el pueblo pasara en seco. Si el arca estaba allí, las aguas se iban a detener. Fue el primer gran milagro que presenció el pueblo de Israel con el arca.

Sin embargo, los días habían pasado, los tiempos habían cambiado. Israel comenzó a alejarse de Dios, se empezó a llenar de pecados, de idolatría. Y aquí, cuando se produce esta batalla contra los filisteos, ellos dijeron: "Traigamos el arca. Si el arca está con nosotros en el campo de batalla, los enemigos tendrán que huir. Es una victoria asegurada para nosotros". Lo hicieron así. Sin embargo, no ocurrió como ellos esperaban.

Aunque cuando llegó el arca hubo una gran algarabía, tanto, que la tierra tembló, y los filisteos se desconcertaron, los filisteos derrotaron a los israelitas, tomaron el arca y se la llevaron.

Esa era la peor noticia que podía darse a un israelita, y esa fue la noticia que provocó la muerte de Elí, y el parto apresurado de esa mujer que dio a luz. No les preocupaba tanto la muerte de Ofni y Finees, ni a Elí ni a la mujer. El mayor impacto lo produjo la pérdida del arca. ¡Quitada es la gloria de Israel!

¿Qué puede hacer el pueblo de Dios cuando la presencia de Dios le es quitada? Si Dios está en el centro, si él es el motivo por el cual ese pueblo existe; si ese Dios es el que lo guía, el que lo conduce, el que lo defiende, el que lo asiste, ¿qué es de ese pueblo sin su Dios?

Por causa de su pecado, de su apostasía, Israel perdió el arca. Sin embargo, nosotros al leer los capítulos siguientes encontramos que Dios mismo, en su gracia, en su misericordia, él defendió su propio testimonio, y él atacó a los filisteos con tumores cancerosos, con una intranquilidad muy grande en su corazón, de tal manera que ellos se vieron obligados a devolver el arca. Ninguna mano humana pudo recuperarla: Dios mismo la hizo retornar. Eran los días en que Dios todavía tenía misericordia de su pueblo y él mismo sale en defensa de su testimonio. Él considera que aún el pueblo de Israel todavía es digno de tener su testimonio y su gloria en medio de ellos.

Otra época, pero la misma pérdida

Sin embargo, avanzamos más en las Escrituras, y llegamos hasta el libro de Ezequiel. Les invito para que vayamos a Ezequiel capítulo 10. Aquí encontramos al pueblo de Israel en otra época, en otra circunstancia histórica. Y aquí tenemos que el pueblo de Dios de nuevo ha perdido la gloria, ha perdido la presencia de Dios.

El título que aparece en este versión de la Biblia (la Reina-Valera) dice: "La gloria de Dios abandona el templo".

¿Qué puede ocurrir, qué puede haber ocurrido para que la gloria de Dios abandonase el templo, el lugar de su habitación, ese lugar santo donde él había hecho morada, en ese templo ubicado en medio de Jerusalén, la ciudad santa? ¿Qué habrá ocurrido para que la gloria de Dios abandonara el templo? Después de este capítulo 10 nosotros encontramos sólo desolación y destrucción. Vinieron los babilonios, Nabucodonosor y sus ejércitos, y luego que la gloria de Dios abandonó el templo, el templo fue destruido y quemado. Llegó a ser una ruina, el templo y la ciudad entera. Aquella que en otro tiempo había sido alabada por todas las naciones, la ciudad admirada llegó a ser un lugar de oprobio y de vergüenza.

Las causas de la pérdida

Las causas de esto las encontramos en el capítulo 8. Ezequiel recibió, estando cautivo en Babilonia, en el sexto año de estar allí... Dice que estaba en su casa, con los ancianos de Judá, también cautivos, y entonces el Señor lo tomó y lo llevó en visión a Jerusalén para mostrarle cuál era la razón, la causa de por qué Dios había decidido retirar su gloria, de ese lugar; por qué causa Dios había decidido traer juicio sobre Jerusalén y sobre Israel -sobre Judá, específicamente-. Dice que tomó a Ezequiel y lo trajo, como dice en el versículo 3, a Jerusalén, "a la entrada de la puerta de adentro que mira hacia el norte, donde estaba la habitación de la imagen del celo, la que provoca a celos".

Un ídolo en la entrada

Aquí encontramos la primera razón de la molestia del Señor, de la ira, de su desagrado: a la entrada misma, por el norte, había un ídolo. ¡Un ídolo a la propia entrada del templo en Jerusalén! Una imagen, y que, naturalmente, provocaba a celos al Señor. ¿No les había dicho él en la Ley, en Éxodo 20 que no se debían ni crear imágenes de cosa alguna bajo el cielo, ni menos inclinarse ante ellas y adorarlas? Era el mandamiento tal vez más importante porque era la mayor ofensa que se podía hacer hacia el Dios invisible, crear un ídolo y ponerlo en el propio lugar donde Dios había querido habitar.

El verso 4 dice: "Y he aquí, allí estaba la gloria del Dios de Israel, como la visión que yo había visto en el campo". Todavía está la gloria aquí. A pesar de que está esa imagen, todavía la paciencia de Dios ha esperado hasta este momento. Continuamos leyendo en el verso 5, y dice: "Y me dijo: Hijo de hombre, alza ahora tus ojos hacia el lado del norte. Y alcé mis ojos hacia el norte, y he aquí al norte, junto a la puerta del altar, aquella imagen del celo en la entrada. Me dijo entonces: Hijo de hombre, ¿no ves lo que éstos hacen, las grandes abominaciones que la casa de Israel hace aquí para alejarme de mi santuario?"

Le pregunta el Señor a Ezequiel: "¿No ves lo que ellos han hecho? Han construido esa abominación para alejarme de mi santuario". No es Dios que se quiere ir. Es que ellos le están alejando, es que ellos le están provocando a celos, le están ofendiendo en lo más íntimo.

El pecado de los ancianos

"Pero vuélvete aún, y verás abominaciones mayores. Y me llevó a la entrada del atrio, y miré, y he aquí en la pared un agujero. Y me dijo: Hijo de hombre, cava ahora en la pared. Y cavé en la pared, y he aquí una puerta. Me dijo luego: Entra, y ve las malvadas abominaciones que éstos hacen allí. Entré, pues, y miré; y he aquí toda forma de reptiles y bestias abominables, y todos los ídolos de la casa de Israel, que estaban pintados en la pared por todo alrededor. Y delante de ellos estaban setenta varones de los ancianos de la casa de Israel, y Jaazanías hijo de Safán en medio de ellos, cada uno con su incensario en su mano; y subía una nube espesa de incienso. Y me dijo: Hijo de hombre, ¿has visto las cosas que los ancianos de la casa de Israel hacen en tinieblas, cada uno en sus cámaras pintadas de imágenes? Porque dicen ellos: No nos ve Jehová; Jehová ha abandonado la tierra".

He aquí la segunda causa de por qué Dios había decidido alejarse de su santuario y quitar de allí su gloria. Setenta ancianos... Los ancianos representaban la autoridad en Israel, eran los hombres respetables, los más sabios. Ellos, en un número de setenta, estaban contemplando esa pared llena de imágenes de ídolos, de figuras de reptiles y bestias abominables.

A Ezequiel le sorprende mucho que entre esos setenta estuviera uno llamado Jaazanías hijo de Safán. Safán, treinta años antes, aproximadamente, había sido uno de los que había participado del hallazgo del libro de la Ley. Cuando se produjo ese hallazgo en la casa de Dios, le llevaron el libro al rey Josías, y Josías, al leer el libro, se humilla, se arrepiente, y se produce una restauración del culto y de la gloria de Dios en Israel. Ese había sido Safán.

Y ahora está su propio hijo aquí, Jaazanías, dirigiendo esa visión idolátrica de esos ídolos pintados en las paredes. ¿Se puede entender cómo, después de treinta años apenas, de que Israel había vivido todo un avivamiento de la fe, una recuperación de la Palabra, ahora estaban en esta apostasía? Parece difícil de aceptar y de creer. Ellos estaban en tinieblas, en lo oscuro, cada uno en sus cámaras secretas pintadas de imágenes. Noten ustedes lo que ellos decían: "No nos ve Jehová, Jehová ha abandonado la tierra".

Cuando el pueblo de Dios llega a esa condición de decir: "No nos ve Jehová, Jehová se ha ido, no está; podemos hacer lo que nosotros queramos, estamos aquí escondidos en esta cámara, nadie nos ve, Jehová tampoco nos ve"... Cuando se ha llegado a ese estado de inconsciencia de la presencia de Dios, cuando se niega que él pueda contemplarlo todo y juzgarlo todo, se pierde el temor. "Dios está lejos, nosotros estamos acá. Nadie nos observa." Esta es una de las señales de la apostasía.

El pecado de las mujeres

Sin embargo, no era todo, era el comienzo. Porque el Señor le dice en el versículo 13: "Me dijo después: Vuélvete aún, verás abominaciones mayores que hacen éstos. Y me llevó a la entrada de la puerta de la casa de Jehová, que está al norte; y he aquí mujeres que estaban allí sentadas endechando a Tamuz".

Tamuz era un ídolo procedente de Babilonia. Tamuz aparecía representado en las figuras de los babilonios como un niño en brazos de su madre. Según las fábulas paganas de Babilonia, Nimrod - el creador de la torre de Babel y de esas ciudades babilónicas allá en Génesis - fue constituido en dios; y cuando Nimrod murió, renació o se manifestó de nuevo en un hijo suyo, y ese hijo se llamaba precisamente Tamuz. La madre de ese niño se llamaba Astarot. En realidad, ese nombre, Astarot o Astarté, es uno de los muchos nombres que esa mujer adoptó. En casi todas las culturas, en casi todos los pueblos del mundo, se encuentran vestigios de este ídolo Tamuz, de su madre y del padre, Nimrod, cuyo nombre después fue transformado en Baal.

Según Astarot, ese niño había nacido en forma sobrenatural, era como una personificación de Nimrod. Pero en realidad más allá de eso, los babilonios creían que ese Tamuz era el salvador del mundo, conforme a la promesa que Dios había hecho en Génesis capítulo 3 a Eva, y que de ella saldría el Salvador, de su descendencia, de su simiente. Entonces, el diablo, que siembra la mentira, que corrompe la verdad, que trata siempre de imitar las cosas de Dios para engañar a los hombres, habían creado toda una teología pagana en la cual Tamuz era el hijo supuestamente inmortal nacido en forma milagrosa y que él merecía por tanto la adoración de su pueblo.

Esta teología pagana que surgió en Babilonia se había infiltrado también en Israel. En muchos pueblos antiguos también aparecen estas figuras bajo otros nombres. Esa Diana de los efesios que aparece en Hechos, y que los efesios defendían en los tiempos de Pablo, era una personificación también de esta mujer, la supuesta esposa de Baal, Astarot.

Y aquí están estas mujeres judías, israelitas, estas mujeres santas, estas mujeres llamadas, convocadas a adorar al único Dios vivo y verdadero, están aquí endechando a Tamuz dentro de la propia área del templo santo. Las mujeres de Israel estaban endechando a Tamuz, estaban llorando por él. ¿Qué historias se contarían respecto de él que producían en estas mujeres el dolor, la misericordia, la emoción? ¿Qué historias se habrían inventado para ganar el favor, el corazón de las mujeres en el mundo entero?

El cristianismo hoy también ha sido infiltrado con esta teología diabólica. Hoy también está la figura de una mujer con un niño en brazos en los altares de un vasto sector de la cristiandad.

El pecado de los ministros

"Luego me dijo: ¿No ves, hijo de hombre? Vuélvete aún, verás abominaciones mayores que estas. Y me llevó al atrio de adentro de la casa de Jehová; y he aquí junto a la entrada del templo de Jehová, entre la entrada y el altar, como veinticinco varones, sus espaldas vueltas al templo de Jehová y sus rostros hacia el oriente, y adoraban al sol, postrándose hacia el oriente".
Veinticinco varones... En las Escrituras nosotros encontramos que cuando se ordenó el servicio levítico en la casa de Dios, se determinó veinticuatro turnos para que los levitas sirvieran en la casa. Por lo tanto, aquí encontramos en estos veinticinco varones un representante de cada uno de esos turnos levíticos, más el sumo sacerdote. Estos veinticinco varones son representativos entonces de aquellos varones santos que tenían que acercarse para ministrar delante de Dios. Pero, ¿en qué condiciones están aquí? Ellos están vueltos de espaldas hacia el templo y mirando hacia el sol, postrándose ante el oriente.

Adorando al sol... ¡Qué estupidez! Cuando nosotros miramos un poco la historia de los incas aquí, en el Perú, encontramos que una de sus deidades era el sol. Pero, sin duda, el pecado de los incas era mucho más pequeño que el pecado de los israelitas, que conociendo al Dios vivo y verdadero, adoraban al sol. Habiendo recibido la Ley, una Ley para un pueblo santo, apartado, ellos habían caído en la adoración idolátrica del sol, un objeto de la creación del Dios vivo y verdadero. Es una aberración, es algo que no lo podemos entender.

"Y me dijo: ¿No has visto, hijo de hombre? ¿Es cosa liviana para la casa de Judá hacer las abominaciones que hacen aquí? Después que han llenado de maldad la tierra, se volvieron a mí para irritarme... Pues también yo procederé con furor; no perdonará mi ojo, ni tendré misericordia; y gritarán a mis oídos con gran voz, y no los oiré".

Una aplicación

Permítanme hacer una aplicación de estas tres abominaciones que vio Ezequiel en el templo de Jerusalén a nuestra realidad. Por supuesto, lo que voy a decir es una aplicación. Usted recíbalo, o déjelo. Pero creo que hay un mensaje aquí para nosotros, para esta generación.

La primera visión que tuvo Ezequiel cuando atravesó esa pared fue la de esos hombres, esos setenta ancianos, contemplando la pared pintada con imágenes diversas, formas de animales, bestias abominables, ídolos pintados en la pared.

Quisiera aplicarlo de esta manera: Hasta el siglo XX, es decir, desde la historia pasada, desde lo más recóndito de la historia hasta el siglo XX de nuestra era, la civilización, las civilizaciones se habían desarrollado en torno a la palabra, como dicen los estudiosos. Sin embargo, desde el siglo XX en adelante, la civilización (y nosotros también estamos en ella) es una civilización centrada más y más en torno a la imagen. Desde los días en que el cine se inventó, a fines del XIX, la forma de comunicación más influyente ya no se produce tanto con el vehículo de la palabra, sino con el de la imagen. "Una buena imagen -dicen los publicistas- habla más que mil palabras".

Aquí tenemos hombres contemplando imágenes. ¿Qué cosas habría allí dibujadas? No se nos especifica, pero dice que eran abominables, ídolos. Sin duda esos ídolos, esas figuras, estaban tomadas de los pueblos que habitaban en los alrededores de Israel. ¿Qué formas de depravaciones, qué pecados estarían figurados allí?

Cuando nosotros leemos en Levítico dice por ejemplo y nos llama la atención que lo diga: "No te ayuntarás con animal". ¿Qué significa eso? ¿Qué clase de pecado es ése? Si Dios le da el mandamiento, por algo era, porque ellos iban a llegar a tomar la tierra y a ser vecinos de pueblos que tenían las peores costumbres, que practicaban las mayores aberraciones de todo tipo.

Cuando se habla en las Escrituras de culto idolátrico, de fornicación, de idolatría, la idolatría no era solamente tener un ídolo ahí e inclinarse ante él: era desarrollar ciertas conductas orgiásticas, depravadas, en honor de ese ídolo. No entraré en mayores detalles, porque ustedes entienden. Es la prostitución llevada al extremo. Los ídolos tenían sus sacerdotisas. ¿Creen ustedes que ellas sólo atendían los lugares 'santos' para limpiar y ordenar? Las sacerdotisas estaban allí para realizar, con los que acudían a postrarse ante esos ídolos, una forma de culto con toda forma de depravaciones sexuales.

Nosotros estamos inmersos en la cultura de la imagen. Imaginémonos un niño de hace trescientos años atrás. ¿Cuándo él podía ver una escena de subido tono? ¿Cuándo podía ver la imagen de una mujer desnuda en actitudes poco decentes? Hace trescientos años atrás, nunca hubiera sido posible eso. En ese tiempo, lo único que había eran esas novelas románticas.

Hoy día, ¿se dan cuenta la diferencia? Hoy día es al revés: sin que nadie haya leído jamás una novela romántica, ya lo sabe todo respecto a las relaciones sexuales. ¿Cuándo comenzó eso? ¿Cómo comenzó todo eso? Comenzó con el cine, y luego con la televisión se masificó. Por tanto, esta forma de abominación nos habla a nosotros, a mi modo de ver -y esto es una aplicación, es una interpretación que estoy haciendo-, del moderno culto a la imagen a través del cine y le televisión.

El bestialismo, por ejemplo, es un pecado que está siendo divulgado ahora mismo por algunas cadenas privadas de televisión en Europa. A las tres, cuatro de la mañana, cualquier persona que tenga TV cable puede encender su televisor y ver las peores escenas. "Toda forma de reptiles y bestias abominables, y todos los ídolos de la casa de Israel, que estaban pintados en la pared por todo alrededor".

La depravación, se sabe cómo comienza, pero no se sabe dónde termina. Cuando el corazón del hombre se ha depravado, no le basta tener relación sexual un hombre con una mujer o con muchas mujeres, porque ya se puede cansar de las muchas mujeres. Entonces, en su hastío, en su cansancio, buscará hombres a ver si se sacia, y no hallándose satisfecho, a lo mejor llegará hasta los animales.

Es fuerte lo que estoy diciendo. No debiera decirse desde un púlpito. Pero aquí encontramos en las Escrituras una advertencia para los hombres y mujeres de este día. A nosotros nos da la impresión de que este Libro santo no debería contaminarse haciendo alusión a estas depravaciones. Sin embargo, lo que aquí aparece es un reflejo del pecado del hombre, de la apostasía del hombre. Y esto que estamos diciendo no ocurría en un pueblo pagano, sino que estaba ocurriendo en Israel, el pueblo escogido.

Creo que esto es una advertencia para los cristianos que hoy les gusta mirar en la pared este tipo de imágenes. El cumplimiento de estas cosas será literal cuando, dentro de pocos años, seguramente, usted va a poder colgar su televisor. Ya no va a necesitar ponerlo sobre un mueble, va a poner un clavo bien firme y lo va a colgar en la pared como un cuadro. Y si tiene dinero podrá comprar uno gigantesco que cubra toda la pared. Lo único que faltará será traerlo y ponerlo en medio de los ambientes cristianos.

Segunda aplicación

Luego, permítanme avanzar con la segunda de estas abominaciones. Las mujeres que lloran a Tamuz. Esto tiene que ver con la idolatría.

Discúlpenme los católicos que pudiera haber aquí, pero cuando el catolicismo por allá por el siglo IV quiso recibir a todo el mundo, entonces adaptó su teología a las teologías paganas y permitió que muchas de las cosas que provenían de las tradiciones y de las religiones de los pueblos paganos se introdujeran en el cristianismo. La figura de María con el niño Jesús en brazos no está tomada de las Escrituras, sino que es herencia del paganismo babilónico.

Aunque no lo quieran reconocer, los católicos tienen en María y el niño en brazos, un ídolo al cual no sólo veneran, como dicen, sino también adoran. Yo he visto imágenes -y usted también las ha visto- con muchas velas encendidas, y muchas flores. He visto la gente que se acerca y se arrodilla frente a ellas. ¿Qué es eso? ¿Es veneración solamente? ¡Eso es idolatría! Idolatría es la palabra; ese es el nombre, es el pecado.

"Mujeres sentadas... endechando a Tamuz". ¿Cuánto de la cultura del mundo, cuánto de Babilonia, se ha infiltrado allí? ¿Cuántas de sus tradiciones?

Hay un libro que se llama "Babilonia, misterio religioso", de Ralph Woodrow. En este libro se muestra cómo Babilonia está presente en todas las falsas religiones y también en algunos sectores de la cristiandad, introduciendo figuras, símbolos, celebraciones. Incluso las vestimentas de algunos personeros de esta 'Babilonia la grande' de hoy están también tipificados, dibujados, elementos del paganismo babilónico. En la forma como hacen sus templos...

Por ejemplo, que alguien explique el significado que tiene el obelisco que hay en la plaza de Roma. ¿Qué significa el obelisco, así como el que hay en la Plaza de Mayo en Argentina? Un obelisco, que es un monumento así recto, de veinte o treinta metros de alto que va disminuyendo hacia arriba. ¡Lo que eso significa, hermanos, es aberrante! Es un signo de la masculinidad. Porque los paganos acostumbraban idolatrar a la mujer por su fertilidad y al hombre también por la capacidad de engendrar.

"La reina del cielo"

En cierta ocasión, cuando se produjo el cautiverio del pueblo de Israel, hubo un remanente que huyó a Egipto para escapar de los castigos de Nabucodonosor, y el profeta Jeremías fue obligado a ir con ese remanente a Egipto. Y Jeremías, como hombre de Dios, llamó al pueblo allí en Egipto a volverse a Dios.

Y vean la respuesta que le dieron en aquella ocasión las mujeres: "La palabra que nos has hablado en nombre de Jehová no la oiremos de ti, sino que ciertamente pondremos por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca, para ofrecer incienso a la reina del cielo -'la reina del cielo', noten esa expresión-, derramándole libaciones, como hemos hecho nosotros y nuestros padres, nuestros reyes y nuestros príncipes en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén, y tuvimos abundancia de pan y estuvimos alegres y no vimos mal alguno; mas, desde que dejamos de ofrecer incienso a la reina del cielo y de derramar libaciones, nos falta todo y de espada y de hambre somos consumidos. Y cuando ofrecimos incienso a la reina del cielo -están hablando las mujeres- y derramamos libación, ¿acaso le hicimos nosotras tortas para tributarle culto y le derramamos libaciones sin consentimiento de nuestros maridos?" (Jer. 45:16-19).

Hay un ídolo hoy día en el mundo cristiano a la cual le dicen 'reina del cielo'. Es el nombre que tenía, es uno de los muchos títulos que tenía Astarot, esta deidad babilónica, la madre de Tamuz. ¡Qué descaro, decirle a Jeremías: "Estos males que nos han venido, nos han venido porque hemos dejado de ofrecerle incienso a la reina del cielo. Cuando lo hacíamos, estábamos bien. ¡No nos vengas tú a hablar del Señor Dios!".

Puede llegar a tal extremo la desfachatez, la dureza de corazón, el extravío, la locura, que se puede defender un ídolo en contra de Dios. Yo creo que si a una mujer católica (piadosa según su forma de piedad), tú le tocas su ídolo que tiene ese niño en brazos, lo más probable es que se haga enemiga de ti, y que defienda su ídolo diciendo: "Gracias a él (o ella en este caso) yo estoy bien". La idolatría es terrible, porque se va metiendo en forma disimulada, hasta que atrapa el corazón y lo encadena.

La tercera aplicación

Veamos ahora la tercera abominación, y a hacer la aplicación a nuestros días.

Esos veinticinco varones estaban vueltos hacia el oriente, postrados ante el sol, adorándolo. Cuando nosotros leemos a Ezequiel, encontramos que, de los cuatro puntos cardinales, el oriente era el lugar desde donde el cual Dios se manifestaba. Por eso, por ejemplo, la entrada al tabernáculo en el desierto quedaba vuelto hacia el oriente. Sin embargo, aquí ellos estaban vueltos hacia el oriente no para adorar a Dios o para recibir algo de Dios, sino para adorar al sol.

Permítame aplicarlo de esta manera: Hoy, el mundo entero está siendo invadido desde el oriente por filosofías vanas, sutilezas huecas. Las filosofías de oriente están atrapando al mundo occidental. Por ejemplo, la Nueva Era está teñida por las filosofías orientales.

¿En qué consisten las filosofías orientales? Las muchas filosofías tienen algo en común. ¿Qué es eso? Ellos sostienen que el hombre puede llegar a ser dios. Si se perfecciona a sí mismo, si se somete a ciertas prácticas y disciplinas, el hombre puede llegar a ser dios. Sostienen que el hombre puede llegar a conocer por sí mismo la verdad, puede llegar a perfeccionarse tanto que llegue a ser una deidad. Ese es en el fondo el resumen de las filosofías orientales.

Y, ¿saben, amados hermanos?, esta filosofía se está infiltrando también en la cristiandad apóstata. A través de Internet, uno puede enterarse de los cientos y miles de mensajes que los cristianos se mandan unos a otros a través de los correos electrónicos. Algunos de esos mensajes están bien, se centran en el Señor Jesucristo, pero la gran mayoría de ellos son mensajes de autoperfeccionamiento, son mensajes que apelan a los cristianos para que ellos se miren a sí mismos y vean que pueden ser mejores: "Mira lo que está en ti, dentro de ti está todo el potencial, déjalo fluir, déjalo salir. No busques fuera, busca dentro de ti". No como diciendo "Dentro de ti está el Señor", sino "Mírate a ti y ve que tú eres capaz si te perfeccionas, si te disciplinas".

Creo que esto va a ir en aumento.

Hace poco tiempo atrás, salió una noticia (y parece que está en la revista "Aguas Vivas" Nº 15), en que se decía que los religiosos, y entre ellos los católicos, están preocupados porque las Naciones Unidas están intentando formar una nueva religión, una religión que tiene elementos de ecología, de humanismo y, sobre todo, de filosofías orientales. Hay preocupación en el mundo cristiano, sobre todo en aquellos que tienen el poder, porque esto amenaza su posición. Creo que los cristianos en los días que vienen van a ser tentados más y más por estas filosofías.

Hay muchos libros en el velador de muchos cristianos. Libros sobre autoayuda, libros de personajes tan aparentemente inofensivos como Lobsang Rampa, Og Mandino, como Pablo Coelho, y toda esa generación de escritores que escriben tan bonito, que parece que a uno lo elevan. Pero, ¡cuidado, es una víbora! ¡Esa es una víbora que muerde fuerte!

Los juicios caen

Cuando esto ocurre, entonces Dios decide retirar su gloria. Después del capítulo 8 de Ezequiel está el capítulo 9. Mire lo que dice:
"Clamó en mis oídos con gran voz, diciendo: Los verdugos de la ciudad han llegado, y cada uno trae en su mano su instrumento para destruir. Y he aquí que seis varones venían del camino de la puerta de arriba que mira hacia el norte, y cada uno traía en su mano su instrumento para destruir. Y entre ellos había un varón vestido de lino, el cual traía a su cintura un tintero de escribano; y entrados, se pararon junto al altar de bronce.
"Y la gloria del Dios de Israel se elevó de encima del querubín, sobre el cual había estado, al umbral de la casa; y llamó Jehová al varón vestido de lino, que tenía a su cintura el tintero de escribano, y le dijo Jehová: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella. Y a los otros dijo, oyéndolo yo: Pasad por la ciudad en pos de él, y matad; no perdone vuestro ojo, ni tengáis misericordia. Matad a viejos, jóvenes y vírgenes, niños y mujeres, hasta que no quede ninguno; pero a todo aquel sobre el cual hubiere señal, no os acercaréis; y comenzaréis por mi santuario".


"Comenzad a matar por mi santuario..." ¡Cuánto le habrá dolido al Señor decir esa frase!: "El santuario, el lugar santo donde yo habito, ¡empiecen por ahí, maten desde allí!".

"Comenzaron, pues, desde los varones ancianos que estaban delante del templo. Y les dijo: Contaminad la casa, y llenad los atrios de muertos; salid. Y salieron, y mataron en la ciudad".

Noten ustedes la fuerza que tiene este capítulo 9 de Ezequiel. Ese varón que iba con el tintero de escribano iba marcando. Él sabía a quiénes debía marcar: iba marcando a todos aquellos que no habían participado de los pecados, a todos aquellos que gemían y clamaban, que buscaban a Dios por las abominaciones que se hacían en medio de Jerusalén. Esos que estaban con la señal, ésos no podían ser tocados. Ellos constituían el remanente.

Y en el verso 8 Ezequiel dice: "Aconteció que cuando ellos iban matando y quedé yo solo, me postré sobre mi rostro, y clamé y dije: ¡Ah, Señor Jehová! ¿destruirás a todo el remanente de Israel derramando tu furor sobre Jerusalén?
"Y me dijo: La maldad de la casa de Israel y de Judá es grande sobremanera, pues la tierra está llena de sangre, y la ciudad está llena de perversidad; porque han dicho: Ha abandonado Jehová la tierra, y Jehová no ve. Así, pues, haré yo; mi ojo no perdonará, ni tendré misericordia; haré recaer el camino de ellos sobre sus propias cabezas
".

Los juicios de Dios van a caer sobre esta humanidad, y no sobre la humanidad incrédula, que ya tiene su castigo preparado, sino también sobre la cristiandad apóstata, sobre los cristianos acomodados al mundo, los cristianos que alguna vez oyeron hablar del Señor, levantaron su mano, recibieron la salvación y pensaron que eso era todo, que ahora ellos podían hacer su propia vida, y se han entregado a los placeres y a la concupiscencia. Ellos no están marcados. Son marcados solamente los que gimen, los que claman al ver el pecado que los rodea.

En estos días, en nuestro país, han entrado señales de que la perversión viene. Una mujer se pasea desnuda por la calle. "Arte", dicen. Los canales de televisión han dedicado sus espacios a hablar de eso. ¿No hay nada más importante que hablar en Chile? Una hora en televisión, treinta minutos... ¿Cuánto costaría para tener un programa en que se predique el evangelio? ¡No podríamos pagar eso! ¡Pero hay horas y horas dedicadas al pecado y a la exacerbación de la maldad y a la justificación de lo injustificable!

Un país vecino que está caído en la ruina nos está compartiendo su inmundicia. Creo que la ruina de los pueblos no viene sólo porque los gobernantes no saben gobernar o porque hay corrupción a nivel de políticos. Creo que la ruina de los pueblos también viene por la conducta de toda la nación. Hay conductas perversas, abominables. Dios tenga misericordia de los hijos de Dios que están en esa nación hermana.

El Señor nos haga a nosotros verdadera sal de la tierra, que podamos interceder, orar, gemir, como aquí se dice, para que estas abominaciones no caigan sobre nosotros en nuestros días, para que el Señor cuide de los hombres de este país, de las mujeres, para que nos evite caer en pecados abominables.

La gloria del Señor abandona el templo

El capítulo 10 de Ezequiel muestra cómo el Señor se va. Tal vez el arca todavía estaba allí. Tal vez todavía estaba allí el propiciatorio, todavía estaban adentro del arca los objetos sagrados; sin embargo, el Señor se va. Dice que sobre unos querubines preciosos se posó la gloria de Dios y se fue moviendo y alejándose, hasta posarse en un cerro cercano a Jerusalén. Y dice Ezequiel: "Desde allí, desapareció". No sólo abandonó el templo, sino también ¡abandonó la ciudad! Es que ya no había ningún lugar que mereciera tener su gloria.

¿Saben?, esto también me trae al corazón lo siguiente: Cuando el arca fue robada en los días de Elí, Dios se vindicó a sí mismo y trajo él de vuelta el arca. Sin embargo, aquí encontramos algo tal vez peor que eso: el arca está ahí, pero Dios no está allí. La gloria se fue.

Ved lo que hay hoy en la cristiandad: el arca está allí, pero la gloria no está. Porque el arca nos habla de Cristo. Para los judíos el arca era su gloria; para nosotros, Cristo es nuestra gloria. Él es nuestra arca. Hay algunos que perdieron el arca. Otros que la tienen, perdieron la gloria.

Oh, amados hermanos, ¡no dejemos que la gloria de Dios nos abandone nunca! Como dice aquí, él no quiere irse. "Son ellos que hacen estas abominaciones para alejarme de mi santuario", dice el Señor. (8:6). ¡Nosotros le podemos alejar! ¡No lo alejemos! Guardemos la santidad en el temor de Dios, librémonos de estas contaminaciones y abominaciones, guardemos nuestra conducta pública y privada, tengamos paz en nuestras casas, tengamos paz unos con otros, amémonos, bendigámonos, no nos juzguemos, no nos condenemos unos a otros. Bendigámonos, estemos juntos para tener comunión.

Dios muestra su plan futuro

Ezequiel capítulo 40: "En el año veinticinco de nuestro cautiverio... " Habían pasado como veinte años desde las visiones anteriores que tuvo Ezequiel. Aquí estamos como veinte años más adelante, y de nuevo Ezequiel tiene una visión. Versículo 2: "En visiones de Dios me llevó a la tierra de Israel, y me puso sobre un monte muy alto, sobre el cual había un edificio parecido a una gran ciudad, hacia la parte sur".

Es una visión. No es que esto esté en la realidad. En la realidad lo que hay a esa altura es una ciudad destruida, es un templo quemado. De esa ciudad no queda nada, pero en la visión Ezequiel ve una ciudad en otro monte, al sur, no en donde estaba Jerusalén. Es una visión gloriosa de un nuevo templo. Esa visión está en los capítulos 40, 41 y 42.

Y miremos el primer versículo del capítulo 43: "Me llevó luego a la puerta, a la puerta que mira hacia el oriente; y he aquí la gloria del Dios de Israel, que venía del oriente; y su sonido era como el sonido de muchas aguas, y la tierra resplandecía a causa de su gloria. Y el aspecto de lo que vi era como una visión, como aquella visión que vi cuando vine para destruir la ciudad; y las visiones eran como la visión que vi junto al río Quebar; y me postré sobre mi rostro. Y la gloria de Jehová entró en la casa por la vía de la puerta que daba al oriente. Y me alzó el Espíritu y me llevó al atrio interior; y he aquí que la gloria de Jehová llenó la casa".

Dios tuvo que desechar una ciudad contaminada y corrupta. Dios tuvo que aceptar que el templo sagrado lo quemaran, pero Dios no se quedó así. Él le mostró a Ezequiel lo que habría de ocurrir en los tiempos futuros: él se habría de conseguir una nueva ciudad, él iba a tener un nuevo templo, un nuevo santuario. ¿Cuál creen ustedes que es ese santuario? ¿Cuál creen ustedes? Creyentes, cristianos, ¿cuál es ese santuario? ¡Es la iglesia!

Versículos 6 y 7: "Y oí uno que me hablaba desde la casa; y un varón estaba junto a mí, y me dijo: Hijo de hombre, este es el lugar de mi trono, el lugar donde posaré las plantas de mis pies, en el cual habitaré entre los hijos de Israel para siempre".

¿Cuánto tiempo...? ¡Para... siempre!. ¡Hay un lugar donde Dios habitará para siempre! ¡Hay un lugar del cual Dios no se irá nunca! ¡Hay un lugar santo, que es santo como Dios es santo!

"¡No me iré nunca de allí!"... La primera Jerusalén fracasó, aquel santuario terrenal fracasó. Pero, he aquí, ¡hay un santuario celestial que no fracasará! ¡Dios habitará en ella para siempre! Yo no sé si lo creen o no. Parece que no lo están creyendo mucho, porque esto es para alegrarse. Los judíos pueden pensar que este templo descrito aquí en Ezequiel es un templo que hay que construir ahora. De hecho así lo creen. Ellos han tomado estas indicaciones para hacer los planos y van a levantar un nuevo templo en Jerusalén. ¡Puede tener esa aplicación, ya, puede tenerlo, lo otorgamos! Pero nosotros hablamos de una Jerusalén celestial, hablamos de un santuario celestial, no hecho de manos.

¡ Aleluya, bendito es el Señor! ¡La gloria nunca más se irá de nosotros! ¡Él habitará en medio nuestro para siempre! ¡Pueblo santo, Dios habita en su santuario, Dios habita en vuestro medio! ¡Aleluya, bendito es su nombre! ¡Aleluya, aleluya! (En Apocalipsis 21:22 dice que en la eternidad no habrá templo alguno).

Las aguas vivas

¿Cómo podemos saber que la iglesia es este santuario, este nuevo templo no hecho de manos? Ezequiel capítulo 47 dice: "Me hizo volver luego a la entrada de la casa; y he aquí aguas que salían de debajo del umbral de la casa hacia el oriente". Aguas desde el umbral de la casa... esas aguas se transforman en un río. Ezequiel es introducido en ese río, hasta los tobillos primero, hasta las rodillas después, hasta los lomos. Finalmente, perdió pie y tuvo que nadar en ese río. El versículo 8 dice: "Y me dijo: Estas aguas salen a la región del oriente, y descenderán al Arabá, y entrarán en el mar; y entradas en el mar, recibirán sanidad las aguas. Y toda alma viviente que nadare por dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá; y habrá muchísimos peces por haber entrado allá estas aguas, y recibirán sanidad; y vivirá todo lo que entrare en este río".

¿Cuál es el templo del cual fluyen las aguas vivas? ¿Cuál es el lugar donde hallan saciedad, reposo y paz todo hombre? Recibe sanidad el que entrare en este río. Este no es un edificio hecho de manos, este es un edificio espiritual. Nosotros hemos sido saciados con esta agua. Estas son las aguas salutíferas. ¿Ha sido saciada tu sed en esta agua? Esta es la iglesia del Dios Viviente, columna y baluarte de la verdad.

Nuestra honra presente

En este día nos limpiamos, aborrecemos toda contaminación, todas esas abominables idolatrías. Nos declaramos un pueblo santo, un pueblo justo, un pueblo piadoso, un pueblo que teme a Dios, que sabe que Dios está.

Nunca podremos decir. "Él ya no está, él se ha ido". No, no se ha ido, él está, ¡y la gloria de Dios está aquí! ¿En qué consiste la gloria de Dios? ¿Consistirá en luces, en llamarazos? ¿Consistirá en una humareda grande? Oh, la gloria de Dios, a veces, hermanos, es como un viento suave y apacible, es como una cosa delicada que se va transmitiendo cuando uno da testimonio, cuando otro ora, cuando adoramos, cuando alabamos. No es algo visible. La gloria es sentir que Dios está. Cuando Dios está, allí está la gloria de Dios.

Hermano, ¿crees tú que la gloria de Dios está entre nosotros? ¿o se fue? Hoy día hemos adorado al Señor, hoy día hemos tocado al Señor. ¡La gloria de Dios está! ¡Aleluya! ¡Bendito es el Señor!

La gloria de Dios es algo sencillo, que nos cautiva por dentro, es una atracción, es un gozo, es un deseo de estar ante su presencia, es sentir sus caricias, es saber que él está cuidándonos, que su mano nos protege, de saber que nada nos falta, porque estamos en él y porque él está en nosotros, de saber que sus cuidados no se han apartado. ¡Esa es la gloria de Jehová!

No la alejemos nunca. No pretendamos imitarla tampoco. No es necesario que hagamos esfuerzos: la gloria está, simplemente, porque Dios ha decidido que ésta sea su habitación. ¡Aleluya!

Estemos de pie.


***

Aguas Vivas
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http://www.aguasvivas.cl/centenario/15_tangible.htm

De lo tangible... a la fe

Domingo 30 de junio de 2002

Al igual que los discípulos que iban camino a Emaús, los cristianos necesitamos experimentar una revelación de Jesucristo. Necesitamos que el Señor mismo se nos revele por el Espíritu Santo a partir de la Palabra de Dios. Desde ese día, ya no andaremos por vista (buscando apoyo en hechos grandiosos, milagros, líderes) sino por fe, y agradaremos a Dios.

Gonzalo Sepúlveda H.

"De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así" (2 Co.5:16).

Padre, te pedimos socorro, porque sólo tú eres quien revelas a tu Hijo. Señor, necesitamos la asistencia poderosa de tu Santo Espíritu, tanto para compartir como para poder recibir tu palabra. Nos ponemos en tus manos esta mañana, en el nombre del Señor Jesús.

Quisiera invitarles a que abriéramos las Escrituras en el evangelio de San Lucas, capítulo 24, del versículo 13 en adelante.

Dice así la Escritura: "Y he aquí, dos de ellos iban el mismo día a una aldea llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios de Jerusalén". Estos son dos discípulos del Señor Jesús que iban 'el mismo día'. Ese mismo día era el primer día de la semana, el día en que el Señor Jesús había resucitado de entre los muertos. Ese día tan lleno de acontecimientos.

Veremos esta mañana un acontecimiento más -glorioso también- donde el Señor es protagonista. Pero no sólo pondremos la mirada en el Señor, que es protagonista de esta experiencia, sino también en los discípulos que de alguna manera nos reflejan a nosotros. Que el Señor nos ayude a ver la palabra y lo que él quiere decirnos esta mañana.

Un forastero camino a Emaús

El mismo día iban a una aldea llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios (unos once kilómetros aproximadamente) de la ciudad de Jerusalén. "E iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido. Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos. Mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen. Y les dijo: ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?".

Esta es la pregunta del Señor Jesús cuando se acerca a estos dos discípulos que van camino a Emaús. Ellos no lo reconocen. En ese momento, el Señor Jesús es para ellos un forastero, un extraño, que camina por el mismo camino. Es como si un extraño se junta con ellos en el camino y les dice "¿Qué conversaciones tienen entre ustedes mientras caminan, y por qué están tristes?".

Los discípulos estaban muy tristes, y su tristeza los llevó a abandonar Jerusalén. Atrás habían quedado los hermanos, los otros discípulos, las mujeres que habían visto el sepulcro vacío, los apóstoles, Pedro, Juan, y los demás hermanos. Era tal la tristeza de ellos, que no quisieron quedarse allí y se fueron. Así ocurre con los hermanos muchas veces, que cuando las cosas no están bien, que cuando viene el día de la prueba, se alejan. Que cuando las cosas no son como ellos quieren que sean, entonces muchas veces la fe desciende tanto, el ánimo decae tanto, que nos alejamos de los hermanos, nos alejamos del grupo, del núcleo de los hermanos. Y con tristeza ellos conversan y caminan sin darse cuenta de esta persona que va con ellos.

Sigamos leyendo: "Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días? Entonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron. Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido".

¡Qué tremendo es esto, hermanos! Ellos tienen una excelente opinión de la persona del Señor Jesús. Estos discípulos tienen un conocimiento de Cristo: Jesús nazareno, un hombre apartado, varón profeta, este hombre hablaba palabras de Dios, un hombre poderoso en obra, poderoso en palabra delante de Dios y de todo el pueblo. Ellos tenían grandes expectativas con todo esto. Pero luego viene su desazón: fue entregado por los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte y le crucificaron. Con la muerte del Señor murieron también sus esperanzas, murió su fe, murieron sus expectativas. Con la muerte del Señor, para ellos se acababa todo. "Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel... Pasó algo que no esperábamos que pasara".

Los discípulos estaban extasiados con la persona del Señor en otros momentos. Ellos vieron cuando sanaba a los enfermos, cuando enfrentaba a los fariseos, a los religiosos, y los descolocaba con sus argumentos tan firmes (les hablaba como quien tiene autoridad). Ellos vieron la tormenta calmada. Fueron testigos de la resurrección de Lázaro. Supieron del partimiento del pan, de la multiplicación de los peces y de los panes. Vieron los milagros del Señor, vieron que multitudes venían tras él, fueron testigos de la algarabía del pueblo el día que el Señor estaba entrando en la ciudad de Jerusalén. Ellos tenían la impresión de que, entrando en Jerusalén, el Señor iba a ser rey inmediatamente. Pensaban que los romanos iban a caer postrados a los pies del Señor, y en alguna oportunidad quisieron ellos hacerlo rey, pero el Señor se escapó de ellos, porque no era su día. Ellos, como lo tenían a la mano, lo veían, lo tocaban, lo escuchaban...

Hermanos, los discípulos hasta este momento, estaban acostumbrados a ver con los ojos visibles, a tocar lo palpable, lo visible. Ellos no concebían que su Salvador pudiese morir, a pesar de que él les había hablado una y otra vez acerca de su muerte y de su resurrección. Cuando el Señor les había hablado de su muerte y de su resurrección, dice la Escritura que ellos guardaron la palabra entre sí, discutiendo qué sería aquello de resucitar de los muertos. La resurrección de los muertos no estaba para nada en sus planes. Era algo que nunca había acontecido, para ellos. ¿Qué sería aquello de resucitar de los muertos?

Ellos estaban en el terreno de lo visible, de lo palpable.

Un relato de incredulidad

Sigue el versículo 22: "Aunque también nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, las que antes del día fueron al sepulcro; y como no hallaron su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él vive. Y fueron algunos de los nuestros al sepulcro, y hallaron así como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron". Cuando dicen esto, lo dicen con una incredulidad tremenda. ¡Ellos no le creyeron a las mujeres! Ellos no podían ver lo que no se ve. Sólo tenían ojos para ver lo visible. Y lo visible les hablaba a ellos que el Señor no estaba. Entonces, su problema más grande es que ¡no lo vieron resucitado! Ellos querían verlo, necesitaban los ojos físicos, necesitaban palparlo, verlo. Lo habían visto los últimos tres años, día y noche, habían caminado con él, habían estado con él. Estaban en el plano de lo visible, estaban en el plano de lo palpable. Entonces, aunque se hable de que había resucitado, mientras no lo vieran con sus propios ojos, porque su terreno, su plano era ver solamente aquello que con los ojos se podía ver... su desazón es tremenda. Hasta ahí llega el relato de ellos.

El Maestro les abre las Escrituras

"Entonces él les dijo..." habla el forastero, habla el extraño caminante. Los ojos de los discípulos están velados. Habla este 'forastero': "¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían".

No dice aquí qué Escrituras, dice que comenzando desde Moisés... Moisés tiene esta figura, por ejemplo. Hubo un momento en que, a causa del pecado del pueblo, hubo una plaga de serpientes en el campamento y cada vez que la serpiente mordía a alguno las personas morían. Entonces Dios le habló a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera en un asta elevada, para que aquel que fuese mordido por la serpiente mirara arriba.

Seguramente les mostró ese pasaje: "Mira, así el Cristo tenía que ser levantado, como la serpiente de bronce, para que el que lo mirara fuera salvo. Así Cristo fue levantado, ¿y ustedes no lo entienden? También había dicho Moisés: "Profeta os levantará Jehová nuestro Dios de entre vosotros; a él oiréis". ¡Este es el profeta que había que oír!". Y cuántos otros pasajes, a través de todos los profetas, les habrá mostrado.

Seguramente les mostró de Isaías: "Un hijo nos es nacido, el principado sobre su hombro". O Isaías 53: "Como un cordero fue llevado al matadero, enmudeció, no abrió su boca, pero después que haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días". ¡Vivirá! "Después de haber puesto su vida, vivirá". ¡Eso dijo Isaías, que él pondría su vida, sería llevado al matadero como un cordero, pero eso significaba la salvación de ustedes, nuestra salvación! ¡Y después, vivirá por largos días! ¡La resurrección está también en Isaías 53!

"¡Insensatos, tardos de corazón para creer!"... Esta es la desgracia del hombre: nuestro corazón es tardo para creer. El hombre quiere ver con los ojos, el hombre quiere palpar siempre, el hombre se quiere mover siempre en el plano de lo que es palpable, lo que es visible; si no, el corazón es tardo, no quiere creer.

Los discípulos son atraídos hacia la fe

Entonces, sigue el relato, versículo 28: "Llegaron a la aldea adonde iban..." Unos once kilómetros, seguramente unas dos horas de camino. Durante estas dos horas fueron escuchando la palabra a través de los profetas, los salmos. "Llegaron a la aldea... y él hizo como que iba más lejos". Los probó otra vez. Hizo como que él iba más allá. ¿Qué reacción van a tener? "Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos". Entró, pues, a quedarse con ellos. Al final, vamos a considerar esta frase, que el Señor entró y se quedó con ellos.

Pero, pensemos por un momento. Lo que menos ellos esperaban era ver al Señor Jesús, porque ellos no creían que podía haber resucitado. Pero a esa altura, después de haberlo oído, después de haber escuchado la fe que ese hombre tenía, después de haber oído las palabras que ese hombre les estaba hablando, ellos le obligaron a quedarse. No le dejaron alternativa: "Te tienes que quedar". Consideremos que todavía no lo ven, todavía no lo reconocen. La fe todavía está fuera de ellos, están aferrándose de la fe que tiene otro hombre. Aquí apareció este 'Otro', lo digo entre comillas porque nosotros, que conocemos la historia, sabemos que esa persona era el Señor. Sin embargo, en el concepto que ellos tenían, necesitaban aferrarse de algo, y aquí encontraron un hombre en quien aferrarse. Todavía no tenían la fe encendida dentro, todavía la fe estaba en Otro hombre.

Hermanos, aquí hay una palabra para nosotros. ¿En qué, o en quién está basada la fe tuya o nuestra hoy día? ¿Será que todavía nosotros necesitamos ver muchas cosas? ¿Será que necesitamos aferrarnos de algo visible? ¿Será que necesitamos una multitud de personas, porque eso visible nos alienta? O, por último, necesitamos de un buen líder, y decimos "Este hombre sí que tiene revelación, este hombre sí que tiene claridad; yo voy a estar con este hombre, porque este hombre sí". Pero, ¿no será que tú estás caminando por la revelación que ese hombre tiene, sin que esa revelación haya entrado dentro de tu corazón?

¿Será que algún cristiano, algún creyente, alguien que escucha ahora esta palabra, está necesitando siempre de cosas externas y la fe nunca ha penetrado realmente al interior de su corazón y todavía nos movemos en el terreno de lo visible y lo palpable? Es decir que, si no hay milagros, no voy. Es decir que, si no hay respuestas, yo no voy. Es decir que, si no hay prosperidad y las cosas no se dan como yo quiero que se den, entonces me voy. Y ando errante buscando de qué cosa externa aferrarme. ¡El Señor nos libre de eso! ¡El Señor libre a los cristianos de esto! ¡El Señor libre a todos los hombres de esto!

"Quédate con nosotros..." Es como si dijeran: "Si tú te vas, si tú sigues de largo, vamos a volver a estar tristes. Escucharte a ti nos hace bien, quédate con nosotros. Si te vas, vamos a volver a estar tan tristes. Es lindo lo que tú dices, pero si tú desapareces de aquí vamos a volver a quedar solos". ¡Lo obligaron a quedarse!

Los ojos son abiertos

Hermanos, otra escena. "Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio". ¡Miren lo que hay aquí! Hay una mesa, hay un pan, hay una bendición. ¡Hay un pan que se parte y que se da! ¡Bendito sea el nombre del Señor! Si hasta ese momento los ojos de ellos estaban velados ... Miremos por un momento la mesa, el Señor sentado a la mesa, está el pan, está su oración, están los ojos puestos, fijos en la persona del Señor que hace eso, y ahora cambiemos la mirada. Miremos a Cleofás ahora, miremos a los dos discípulos. Parece que los ojos se empiezan a iluminar, empieza a cambiar algo. La tristeza se va, es como que hay un destello. ¡Ay! Lo que viene a continuación sería abalanzarse sobre el Señor. "¡Eres tú, Señor, estás vivo!". Es como para tirarse encima, abrazarse, besarlo, adorarlo a sus pies. "¡Era él y no nos damos cuenta que andaba con nosotros!". En ese momento ocurre algo sobrenatural, más allá de la naturaleza humana, más allá de la carne y de la sangre: ¡el Señor se desaparece de su vista!

El Señor desaparece de su vista en ese momento. Sin embargo, desapareció el Señor, pero no desapareció el gozo en el corazón de los discípulos, porque inmediatamente se decían el uno al otro... No, "Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron". ¡Aleluya! ¡Les fueron abiertos los ojos y le reconocieron! ¡Bendito sea el Señor nuestro Dios, porque él abre nuestros ojos para que veamos al Cristo glorioso! En ese momento, hermanos, en ese momento, los discípulos cambiaron de plano. En ese momento, los discípulos pasaron en su corazón del Antiguo Pacto al Nuevo Pacto. En ese momento, ese es el instante dramático en que, en un momento, como en un abrir de ojos... Antes estaban en el terreno de lo visible, de lo palpable; ahora pasaron al terreno de lo invisible, al terreno de la fe, al terreno de lo celestial. ¡Bendita experiencia de los discípulos!

Hermanos, esto es un hecho de Dios, es un hecho de la persona de nuestro Señor Jesucristo. Él quiso que esto quedara escrito para nosotros, para que todos nosotros lo sepamos hoy, y sepamos que así deben ser las cosas, así debe ser la experiencia de cada uno de los que aquí estamos. Todos tenemos que salir de una vez por todas del terreno de lo visible y de lo palpable, para entrar en el terreno de la fe verdadera, donde no necesitamos ver con los ojos, sino necesitamos creer con el corazón.

"Entonces, los ojos les fueron abiertos, y le reconocieron". Él desapareció de su vista. Pero no importa que haya desaparecido, ¡no importa!: "Se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?". Otra versión dice: "¡Como ardía nuestro corazón! ¡Cómo nos hablaba en el camino! ¡Cómo nos abría las Escrituras!". Desde ese momento, hermanos, comienza a arder el corazón de ellos. Qué contraste: cuando empezaron a alejarse de Jerusalén camino a Emaús, ellos iban tristes, iban en sus propias fuerzas. Iban tristes porque se les había desaparecido el Señor, habían dejado de verlo con los ojos físicos, y entonces estaban extremadamente tristes. Pero ahora, en este otro versículo 31 su corazón está ardiendo. Dejaron de ver y palpar y ahora comenzaron a creer de verdad. Su corazón empieza a arder.

Trasladados al plano de la fe

Amado hermano, ¿en qué plano te mueves tú? ¿En qué plano nos estamos realmente moviendo? ¿Qué pasaría...? Aquí me acuerdo de Habacuc, un profeta. ¡Ay, Señor, qué palabra es ésa! Habacuc, que es el profeta que habla de la fe. Habacuc es el que dice en el Antiguo Testamento: "El justo por su fe vivirá" (Hab. 2:4). Al final del libro de Habacuc, leo unas palabras:
"Aunque la higuera no florezca,
Ni en las vides haya frutos,
Aunque falte el producto del olivo,
Y los labrados no den mantenimiento,
Y las ovejas sean quitadas de la majada,
Y no haya vacas en los corrales;
Con todo, yo me alegraré en Jehová,
Y me gozaré en el Dios de mi salvación.
Jehová el Señor es mi fortaleza,
El cual hace mis pies como de ciervas,
Y en mis alturas me hace andar
" (Hab. 3:17-19).

¡Gloria al nombre del Señor! Hermanos, pase lo que pase, nosotros seguiremos al Señor. Aunque no haya vacas en los corrales, aunque no haya mantenimiento, aunque no haya nada visible de qué tomarse, ¡el Señor sigue siendo real! ¡Aleluya!

¿Qué pasaría, hermanos, si la situación política de nuestro país sufriera una drástica transformación? Y nosotros creemos que a medida que los años pasan, aunque no haya una transformación política en el país, sí la habrá en el mundo entero (con esto de la globalización, donde se espera el advenimiento del Anticristo). Bien puede llegar el día en que nos cierren los locales, bien puede llegar el día en que se nos prohíba reunirnos. ¿Se derrumbará con eso tu fe? Hermano, si no encuentras un predicador que te anime cada domingo, ¿se enfriará tu corazón? ¿Necesitaremos estar siempre viendo algo, asociándonos con alguien, necesitaremos la fe de otros, una fe prestada, siempre?

Es tiempo que seamos trasladados. Hermanos, esto ya ocurrió el día que el Señor Jesús resucitó de entre los muertos. Cuando él resucitó, nos sacó del plano de lo visible y palpable, para venir a la fe preciosa del Hijo de Dios. ¡Gloria al Señor! Los discípulos no se lamentaron de que el Señor haya desaparecido. No, porque entendieron perfectamente que, de ahí en adelante, se tenían que acostumbrar a esta nueva realidad: ¡Aunque no lo veamos con los ojos físicos, él camina a nuestro lado! ¡Aunque mis ojos no lo vean, él siempre está con nosotros! ¡Él entró para quedarse! ¡Amén! Ellos le dijeron: "Señor, quédate, que se hace tarde". Y el Señor entró y se quedó con ellos. Yo puedo decir que un día, ¡Aleluya!, el Señor entró en mi corazón y se quedó conmigo para siempre! ¡Bendito sea su nombre! ¡Aleluya, gloria al Señor! ¡Gloria al Señor!

Amado hermano, a esto nos trae hoy día el Señor. No importa que no veamos nada de repente. A veces, alguien quiere que el Señor le responda este asunto, y como el Señor no se lo respondió como él quería que le respondiera, se aleja, se va, porque está buscando una fe acomodada a su propia medida. ¿Queremos acaso nosotros manejar a Dios? ¡No podemos! Hermano, si el Señor te dice ¡No!, confórmate con el No. Si el Señor no te responde, él sigue siendo Dios. ¡Si las cosas no se dan como el hombre quiere, Dios sigue siendo Dios!

Pero lo más glorioso que nosotros tenemos, amados hermanos, no es la salud y la vida. ¿Cuántos dicen amén a eso? (¡Amén!). Lo más glorioso, lo más grande que usted tiene no es el vehículo que tiene, no es la casa que tiene, no es el sueldo que tiene, no es la posición social que tiene. ¡Lo más glorioso que usted tiene es a Cristo revelado en su corazón! ¡Aleluya! ¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios! ¡Bendito sea el nombre del Señor!

Hermanos, cuando la Escritura habla de la fe de aquellos que andaban errantes, por las cuevas, dice, de los cuales el mundo no era digno, unos fueron aserrados, otros traspasados a espada, errantes, hambrientos, huyendo por las cuevas, de los cuales el mundo no era digno. Hermanos, ¿qué pasaría...? ¡Qué tremendo! A mí me conmueve el corazón cuando sé que en algunos países de mayoría musulmana o budista, como en el Asia, hay cristianos en estos días que están muriendo por su fe. Y están persiguiendo, no a los que tienen nombre, no a los que tienen grandes instituciones -a veces también les toca- sino a aquellos pequeños grupos que se reúnen en las casas. Pareciera que el diablo quiere atacarlos a ellos: "¡Esos son los más peligrosos, los que no tienen nombre, los que no tienen estructuras, los que se glorían tan sólo en Jesucristo su Señor!". Ellos andan errantes, ellos pasan hambre, algunos de ellos han muerto ¡enterrados vivos!

Y nosotros, hermanos, vivimos una comodidad tan grande. Nosotros tenemos todas las facilidades. ¿Qué queda para nosotros, qué queda para ellos? Aunque no haya vacas en los corrales, aunque las vides no den mantenimiento, aunque no haya nada, ¡todavía Jesucristo vive! ¡Todavía Jesucristo reina! ¡Todavía Jesucristo es el Señor! Y él anda con nosotros, vive con nosotros.

Mientras estamos reunidos aquí, ¡aleluya!, él está aquí. Si él resucitó de entre los muertos, entonces es verdad que donde hay dos o tres reunidos en su nombre, ¡él está ahí! ¡Gloria al Señor! Si él resucitó de entre los muertos, entonces es posible que no nos deje huérfanos, que vuelva a estar con nosotros. ¡Aleluya, porque por la fe habita Cristo en nuestros corazones y no nos deja nunca! Él dijo: "Id y haced discípulos a todas las naciones, enseñándoles todas las cosas". Eso hemos estado haciendo este tiempo aquí: enseñando lo que él enseña. Y él dijo: "Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". ¿Te basta Cristo? ¿Te basta que te haya recibido? ¿Te basta con haberlo recibido? ¡Me basta Cristo! ¡Sólo me bastas tú! ¡Me basta mi Señor! ¡Te amo, Señor! ¡Te bendigo, Señor! ¡Gracias!

Amados hermanos, estos días se nos hablaba de la gloria de Dios. ¡Gracias al Señor por la palabra preciosa! Porque la escritura dice: "Porque Dios que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo". De tal manera, hermanos, que la gloria de Dios que era como una nube visible en el antiguo pacto, y que entraba en el templo hebreo y cubría el tabernáculo, en estos días, hermanos, el Padre abre los ojos de nuestro entendimiento, y este corazón que era tardo para creer ¡ahora empieza a arder con el fuego de Dios!

¡Aleluya, porque el Señor es el que ha resplandecido! ¡Dios mismo nos ha abierto los ojos! Él mismo resplandeció en nuestros corazones, y se ha iluminado ahora el conocimiento de su gloria en la faz de Jesucristo, de tal manera que en el nuevo pacto no esperemos ver una nube en el día o una columna de fuego en la noche, hermanos, necesitamos tan sólo tener ojos espirituales, ¡aleluya!, porque desde aquel día, del día de la resurrección hasta hoy, al Señor Jesús ya no le conocemos según la carne. Cleofas y los demás, le habían conocido hasta ese día en el plano de la carne, de lo visible y de lo palpable. Pero, desde aquel día, el Señor determinó que ya no se le conocería así.

Hermano, necesitamos conocer a Cristo ahora sólo en el espíritu. Así decidió el Señor mostrarse de ahí en adelante, y eso está vigente hasta el día de hoy. Hoy se muestra el Señor así. Aunque no veamos nada, basta con que lo hayamos visto a él.

Cuando Cristo está revelado

Fruto de esto, terminando la palabra, versículo 33 de Lucas 24: "Y levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y hallaron a los once reunidos y a los que estaban con ellos". Primero ellos venían tristes y cansados. Pero en esa misma hora -ya era de noche- el corazón estaba encendido. ¡Qué importa el problema! ¡Qué importa volver inmediatamente de vuelta! ¡Qué importa hacer el camino de noche (el camino no era pavimentado)! Había pedregales, era un camino polvoriento y oscuro, no había luminarias. Hermanos, ¡no importan las dificultades cuando el corazón está lleno de Cristo! ¡Bendito sea el nombre del Señor! ¡No hay impedimento para volver a la comunión! "¡Vamos, tenemos una noticia tan grande, tenemos un gozo tan grande, lo tenemos que compartir! ¡Vamos donde nuestros hermanos, volvamos a Jerusalén! ¡Vamos donde Pedro! ¡Vamos donde las hermanas que vieron el sepulcro abierto! ¡Digámosles nuestras cosas!". ¡Aleluya, hermanos!

¿Con qué fuerza camina usted, hermano? ¿Viene usted porque lo trae alguien aquí? ¿Vienen hijos porque tan sólo los padres los traen? Hermano amado, que nos impulse ese fuego encendido por el Señor adentro. Amén, hermanos, es tiempo ya que nosotros caminemos por ese fuego que arde. Que comience a arder el corazón, porque el Señor es el que lo enciende. Ellos fueron y hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos. Antes que Cleofas y su compañero abrieran la boca, ellos abren la puerta y los otros les dicen: "¡Resucitó el Señor!". ¡Tenían el mismo mensaje! "¡Ha resucitado el Señor verdaderamente y ha aparecido a Simón!". Entonces, ellos contaban las cosas que les habían acontecido en el camino y cómo le habían reconocido al partir el pan.

Hermanos, después vienen otras escenas gloriosas. El Señor les vuelve a abrir el entendimiento, vuelve a hacerse visible por última vez con ellos. Les dice: "Cuando estaba con ustedes...", haciendo cuenta como que ya no está con ellos. Está pero no está, está por última vez palpable: "Palpen, toquen, aquí están mis manos, mis pies, aquí están mis heridas. ¡No sean incrédulos, sean creyentes!". Pero el Señor ya los había trasladado de plano. Ahora no importaba que el Señor se fuese a los cielos, no importaba. ¡Aleluya! Hermano, ahora no importa que tú no lo veas con estos ojos, no importa. ¡Porque el Señor igual está! ¡Bendito sea el nombre del Señor! No importa que las cosas se den como tú no lo esperas, lo importante es que él esté. Si él está, todo está bien. ¡Gracias, Señor! ¡Bendito sea el Señor!

Después viene la oración de los discípulos, después viene el día de Pentecostés, después viene la iglesia en Jerusalén, y después viene el evangelio hasta lo último de la tierra, hasta nuestros días. El Señor no volverá a ser visible, hermanos, hasta el día en que le veamos cara a cara, ya no con estos ojos. No esperes ver tantas cosas, no esperes ver nada. Que te baste ver a Cristo.

Oh, hermano, si alguien todavía no ha cambiado de plano, ¡qué difícil debe ser para usted caminar! Si usted todavía está entre lo visible y lo palpable, hermano, ¡qué difícil debe ser para usted venir a una reunión! ¡Qué difícil debe ser para usted vencer una tentación! ¡Qué difícil debe ser para usted mantenerse fiel en medio de un mundo que lo quiere atrapar todos los días! ¿Cómo ha soportado las tentaciones en sus propias fuerzas? ¿Cómo persevera usted reuniéndose tal vez por un miedo externo? ¡El Señor te libre en este día y él haga el milagro en el corazón! Y desde este día no esperes ver nada, sino creer en el corazón, y que tu corazón se encienda también y camines con gozo, hermano. Y volvamos de Emaús a Jerusalén. Si te has ido lejos, desalentado y triste, es el día de volver con gozo a la comunión de los hermanos, a abrazarte con los que tienen la misma realidad. Y, ¿cuál es esa realidad?: "¡Cristo en nosotros, la esperanza de gloria!".

Hermano amado, lo que me une contigo, amada hermana, ¡es que está Cristo en nosotros, la esperanza de gloria! ¡Compartimos la vida preciosa y poderosa de Aquel que no se ve! Te abrazo sin esfuerzo, nos amamos, porque hay otra vida adentro. Amén, hermanos, no es una religión externa la que nos congrega aquí, ¡sino que hemos visto al Invisible, aleluya! ¡Hemos visto al que resucitó de entre los muertos! ¡Él es el que nos guarda!

La obediencia de la fe, la obediencia de la palabra, el cumplir con los mandamientos del Señor, fructificar para Dios, son cosas que no se pueden hacer en el plano de la carne y de la sangre, no se pueden hacer en el plano de los esfuerzos humanos. Para agradar a Aquel que vive por los siglos de los siglos, se necesita tener la vida de él incrustada, metida, en lo más profundo de nosotros, ¡y eso es lo que el Señor Jesús ha venido a hacer conmigo! ¿Con quién más? (¡Amén!).

Estemos de pie, hermanos.

***
AGUAS VIVAS
http://www.aguasvivas.cl/

 
Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. 24Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren (Juan 4:23-24)
 

http://www.aguasvivas.cl/centenario/16_avivando.htm

Avivando el fuego

Domingo 14 de julio de 2002

En las Escrituras se habla de muchas clases de fuego, pero uno de ellos - el fuego de Dios en los creyentes - debe ser atendido y avivado en estos días de apostasía.

Gonzalo Sepúlveda H.

"Como el pueblo estaba en expectativa, preguntándose todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo, respondió Juan diciendo a todos: Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará" (Lc. 3:15-17)..

Palabras de nuestro Señor Jesucristo: "Fuego vine a echar en la tierra". Esto dijo nuestro Señor, son sus palabras. ¡Bendito Jesús! "Fuego vine a echar en la tierra; ¿y qué quiero, si ya se ha encendido?" (Lc. 13:49).

Señor, tú eres el mismo ayer, hoy y por los siglos. No hay ni una sombra de variación en tu persona ni en tu obra gloriosa. Te bendecimos, Señor. Nosotros sabemos que no hay Dios fuera de ti. ¡Gloria a tu nombre! Que no hay Salvador fuera de nuestro Señor Jesucristo. ¡Gracias, Señor! Que tu Santo Espíritu nos socorra esta mañana para compartir tu palabra. Ayuda, Señor, a tu siervo para compartir y a tu pueblo para recibir tu preciosa palabra. ¡Bendito eres tú, Señor!¡Bendito es el nombre del Señor!

El fuego en las Escrituras

Hermanos: estas palabras de nuestro Señor nos inspiren esta mañana. Él dijo que había venido a la tierra a echar fuego sobre la tierra. El fuego está asociado con el Señor, está asociado con Dios de distintas maneras en la Escritura. Todos conocemos la historia de la zarza. Cuando la zarza ardía y Moisés se acercó y Dios le habló desde la zarza ardiendo, la zarza no se consumía. Pero desde ese lugar habló en llama de fuego el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob para enviar a su siervo Moisés.

El profeta Ezequiel, cuando ve la visión del trono de Dios en el cap. 1, dice que era como una semejanza de fuego en derredor de ese trono establecido en el cielo. También Isaías, vio cómo, con un carbón encendido sacado del altar que estaba delante del trono de Dios, viene un ángel, un serafín hacia él, porque hay fuego delante de Dios.

El profeta Habacuc lo dice con estas palabras, con respecto también al trono de Dios: "Su gloria cubrió los cielos, Y la tierra se llenó de su alabanza. Y el resplandor fue como la luz; Rayos brillantes salían de su mano, Y allí estaba escondido su poder. Delante de su rostro iba mortandad, Y a sus pies salían carbones encendidos. Se levantó, y midió la tierra; Miró, e hizo temblar las gentes..." (Hab. 3:3-6).

El fuego está asociado con el poder, con la majestad, con la autoridad de nuestro Dios.

Juan, cuando vio al Señor Jesús en la isla de Patmos, dice que los ojos del Señor eran como llama de fuego. Cuando uno ve a una persona no se fija primero en su ropa, ni en sus pies, ni en su cabeza. Lo que más llama la atención es la mirada. Si alguien nos mira con amor, lo sabemos; si alguien nos mira enojado, lo sabemos. Los ojos del Señor impresionaron a Juan y cayó como muerto a sus pies. Sus ojos eran como llama de fuego.

Pero ese no es nuestro tema esta mañana.

El fuego de la prueba

El fuego en la Escritura también está asociado con la prueba. En Isaías dice: "Cuando pases por el fuego, no te quemarás ... cuando pases por las aguas, yo estaré contigo" (Is. 43:2). "Cuando pases por el fuego, no te quemarás", porque cuando el Señor está con nosotros, ni el fuego puede arder en nosotros. Hay fuegos de prueba. "Amados - dice el apóstol Pedro - no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese" ... Esto ocurre en el mundo entero: hay una prueba permanente sobre todos los hijos de Dios. Y en el primer siglo, una prueba de fuego y de persecución había sobre la iglesia de Dios.

Pero también nuestra fe es probada. Así como el oro se prueba con fuego, así también nuestra fe ha de ser probada por fuego.

Pero no es tampoco el fuego de prueba el tema ahora.

En el libro de Daniel se registra el caso de tres varones, Sadrac, Mesac y Abed-nego. Ellos declararon: "El Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo". Ellos pasaron por el fuego, pero no se quemaron, ni olor a humo salió en ellos. También en Corintios dice que la obra de cada uno, el fuego la probará. El fuego de prueba revelará la realidad de la obra de cada uno, de la fe de cada creyente. El fuego de Dios, el fuego de la prueba viene sobre cada creyente.

Pero no es nuestro tema tampoco el fuego de la prueba esta mañana.

El fuego de aprobación

Hay un fuego también que es un fuego de aprobación. Cuando Elías el profeta desafió a los falsos profetas, a los baales, él los desafió que el Dios que respondiera con fuego, ése fuera Dios. Ustedes conocen la historia, todos los artificios que hicieron los falsos profetas y no hubo respuesta. ¡Cómo iba a haber respuesta, si Baal no es Dios! Sin embargo Elías, cuando le tocó su turno, puso el altar, lo edificó, puso la leña, puso el buey descuartizado, hizo una zanja alrededor, la llenó con agua. Cuando Elías oró, fuego del cielo descendió y consumió el holocausto, porque nuestro Dios responde. Nuestro Dios es real, vivo, verdadero. ¡Bendito sea su nombre!

Veamos cuando Moisés consagró a los sacerdotes. Esto lo voy a leer brevemente. Esto es una cita de Levítico 9. Cuando fue consagrado Aarón y hubo una reunión solemne. Dice: "Y entraron Moisés y Aarón en el tabernáculo de reunión, y salieron y bendijeron al pueblo; y la gloria de Jehová se apareció a todo el pueblo. Y salió fuego de delante de Jehová, y consumió el holocausto con las grosuras sobre el altar; y viéndolo todo el pueblo, alabaron, y se postraron sobre sus rostros" (Lv. 9:23-24).

Oh hermanos, díganle a un hebreo de hebreos, díganle a un descendiente de Abraham, de Moisés, de Jacob, díganle a uno que tiene a Moisés entre sus antepasados que no hay Dios. Ellos saben por la historia, ellos lo vieron de verdad, porque el Señor con fuego del cielo quemaba el holocausto y todo el pueblo se postraba y alababa a su Dios.

El fuego de aprobación, en Crónicas. Cuando Salomón acabó de orar -cuando inauguraron el templo de Salomón, ese templo lleno de oro, tan precioso-, cuando Salomón acabó de orar, descendió fuego de los cielos y la gloria de Dios llenó la casa de Jehová, y los sacerdotes no podían entrar a causa de la gloria de Dios. Nuestro Dios es "fuego consumidor", dice Hebreos. El fuego está asociado con el Señor, el fuego de aprobación. Cuando Dios aprueba, responde con fuego desde el cielo.

Pero el fuego de aprobación no es nuestro tema tampoco esta mañana.

Hay otro fuego que también está muy cercano en nuestro conocimiento del Señor. Todos hemos leído o alguna vez escuchado en los días de Abraham, cuando fuego del cielo cayó sobre las ciudades impenitentes, sobre las ciudades pecadoras, Sodoma y Gomorra. Fuego descendió, y en un instante fueron consumidas, y el humo de la ciudad subió como el humo de un gran horno. Cada vez que muestran imágenes en la televisión o en películas, acerca de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki al final de la segunda guerra mundial, y sube ese hongo, me parece que así debe haber sido algo parecido lo que vio Abraham cuando vio subir el humo como el humo de un gran horno. Si usted destapa un horno, sube un humo así que se transforma como en un hongo, porque el fuego del juicio de Dios se dejó caer en aquel tiempo.

El libro de Hebreos dice que a los que rechazan la gracia de Dios, aquellos que pecan voluntariamente, aquellos que cierran su corazón, sólo les espera una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. ¡Oh, hermanos, horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! ¡Ay de aquel que ataca al Dios vivo, porque nuestros Dios es fuego consumidor!

El fuego del juicio

El Señor Jesús habló también del fuego eterno. Pero no es el fuego del juicio nuestro tema, sólo lo menciono. Porque hay un fuego eterno preparado para Satanás y todos sus ángeles. Hay un lago de fuego donde la muerte y el Hades irán a parar; hay un lago de fuego donde irán todos aquellos que no están inscritos en el libro de la vida del Cordero. Todos los soberbios, todos los altivos, todos aquellos inteligentes, los filósofos de nuestros días, irán a parar allí, todos los que no se arrepintieron. Aun la venida del Señor será en llama de fuego, en retribución para castigar a los rebeldes, a los que no han recibido el evangelio.

Pero no es el fuego del juicio el tema que vamos a compartir esta mañana.

El fuego de Dios en los creyentes

Oh hermanos, vamos a hablar de otro fuego: el fuego de Dios en los creyentes. Eso nos interesa: la provisión de Dios para los creyentes, el fuego que te enciende a ti y que me enciende a mí, ¡esto nos interesa hoy día!

Si alguien tiene la Biblia, abra Jeremías 20:9. ¡Ayúdanos, Señor! Hemos leído muchas veces esta palabra que comienza en realidad en el versículo 7: "7Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. 8Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito: Violencia y destrucción; porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día. 9Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude".

Hermanos, recordemos la palabra que leímos al principio: "Fuego vine a echar en la tierra; ¿y qué quiero, si ya se ha encendido?". El fuego del Señor se mete en lo más profundo de nosotros. Cuando está de verdad el fuego de Dios en una persona, no está solamente tocado en la parte externa suya, no es sólo un entusiasmo emocional que dura como un suspiro. Es algo mucho más profundo: ¡a los huesos mismos! Nosotros lo primero que vemos es la piel de una persona, sabemos que después de la piel viene la carne, vienen nuestros músculos, las arterias y todo lo demás. Pero todo eso es como más frágil, eso se consume más rápidamente. Lo último que se consume, si es que se consume, son los huesos. Después de los huesos está la médula, los tuétanos.

Pero, amados hermanos, el fuego del Señor se mete dentro de nosotros. Este fuego es capaz de prevalecer por sobre la depresión del profeta. Él, al ver que el mundo se le venía encima, al ver que había que había vergüenza y había afrenta por causa de la palabra que había recibido. Él tenía una encomienda; el proclamar lo que proclamaba le significaba dolor, le significaba burla, le significaba persecuciones. Él quiso escapar de eso, la prueba era demasiado grande para él, se desanimó tremendamente. Pero cuando quiso callar, fue imposible callar, porque se encontró que había un fuego metido en sus huesos. ¡Gloria al Señor, hermanos!

Hay tentaciones en el mundo, sí que las hay. Las tentaciones que afectan la carne. Sí; el que está en la carne no puede prevalecer. Hermano, grande puede ser la atracción, grande puede ser el fuego de la tentación, pero si tú tienes un fuego metido en tus huesos, de ahí saldrá la defensa, ¡Aleluya! Ningún fuego del mundo podrá atraer ni seducir ni corromper a uno que está con este fuego de Dios metido dentro de él.

¡Bendito sea el nombre del Señor, porque este fuego de Dios está presente en todos los creyentes, los que hemos recibido al Señor en nuestros corazones! ¿Cuántos tienen al Señor en su corazón? (¡Amén!). ¿Cuántos han recibido el Espíritu del Dios vivo dentro de ellos? (¡Amén!). Hay un fuego metido en tus huesos, hermano, y aunque tú quisieras callar, no lo puedes hacer. Este fuego es superior, porque más poderoso es el que está en nosotros que el que está en el mundo. No es el fuego del entusiasmo humano: es el fuego del cielo metido en el corazón de un creyente. ¿es verdad o no es verdad? ¡Aleluya, es un fuego que prevalece, es un fuego que nos hace vencedores!

El profeta también decía que las palabras, la palabra de Dios había venido a ser como un fuego en su boca. Claro, porque de la abundancia del corazón habla la boca, de lo que está claro y firmemente arraigado en lo más profundo. Eso es lo que sale a la luz. Si en lo más profundo de tu corazón tú tienes frustración y amargura, aunque tengas la apariencia más grande, tarde o temprano saldrá a luz la herida, la amargura, el dolor. Mas, si tienes un fuego metido adentro, aunque todo el mundo te quisiera apagar, ese fuego va a prevalecer, ¡y tú vas a salir confesando que Jesucristo es el Señor! ¡Confesémoslo, porque él es el Señor! ¡Jesucristo es el Señor!

¡Aleluya! Que arda ese fuego, hermanos, porque no es el entusiasmo nuestro. No es algo humano, es el Señor en nosotros.

El fuego de Juan

Juan 5:35. El Señor Jesucristo, nuestro Señor Jesucristo, da testimonio de Juan el Bautista. Dice de él, que Juan el Bautista "...era antorcha que ardía y alumbraba; y vosotros quisisteis regocijaros por un tiempo en su luz". Él era una antorcha que ardía. Una antorcha es algo artesanal, es algo que mientras arde se va consumiendo, produce calor, irradia luz. "Una antorcha que arde..." Alumbraba porque ardía. Si no hubiese tenido un fuego dentro, no habría producido ningún cambio, ningún efecto. Él fue enviado como precursor, él estaba anunciando que Alguien venía. Entonces, su discurso no era un discurso poético, no era una obra literaria, no era una palabra grata al oído así sensible que pudiese decirse que era algo muy bien elaborado.

En realidad, este hombre tenía una urgencia a causa del mensaje que tenía que proclamar: "¡El Rey viene!". Su mensaje es: "¡Arrepentios!". Su mensaje al mundo que se supone creyente esos días, a los judíos que se supone que tenían el testimonio de Dios, es violento: "¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? ¡Haced frutos dignos de arrepentimiento!". Era un mensaje poderoso, un mensaje que conmovía. La gente estaba absorta. Lo oían y temblaban, lo oían y reaccionaban. Él los llamaba al arrepentimiento y ellos corrían, y multitudes iban al Jordán y se arrepentían de sus pecados. Eran profundamente conmovidos. No era un simple mensaje ni era un mensaje simpático. A él no le interesaba reunir multitudes, a él le interesaba una palabra enviada de parte del Señor. Era tan importante lo que tenía que anunciar, que no podía decirle a la gente: "¿Qué opina usted de esta doctrina o de la otra?".

Él no vino a hablar de doctrina, no vino a discutir sobre ciertos puntos del Antiguo Testamento -si eran verdaderos o no -. ¡Él estaba anunciando al Rey que venía! ¡Aleluya! Estaba tan seguro de su mensaje que no vacilaba, no trepidaba: "¡El Rey viene!". "Viene detrás de mi uno del cual no soy digno de desatar la correa del calzado. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego". Estaba anunciando la venida de Alguien precioso, poderoso. ¡Qué tremendo era el mensaje! Era un mensaje urgente. Tenía que conmover a la gente, tenía que decirle: "¡Preparad el camino; prepárense, porque el Señor viene!".

¿No se parece Juan el Bautista a nosotros, hermanos? ¿O nosotros no estamos en un tiempo parecido? Juan anunció la primera venida del Señor. Ustedes saben que los últimos tiempos están llegando. Los vemos todos los días, el tiempo del fin está cercano. Pero nosotros no decimos: "Mire, el infierno viene". Nosotros no estamos diciendo: "Mire, la corrupción viene", porque la corrupción ya está ahí, encima. Nos rodea todos los días la corrupción. ¡Pero nosotros tenemos un mensaje positivo! ¡El Rey viene otra vez! ¡Cristo viene otra vez!

¿Cómo habrá que decirlo, hermanos? ¿Habrá que hacer un estudio y juntar una palabra del Antiguo y del Nuevo Testamento y presentar una joya literaria? Hermanos, ¡el Señor viene!.
Hay una palabra que tiene que encendernos a nosotros en estos días. Hay un mensaje, hay una encomienda divina que pesa sobre nosotros. Hay un fuego que el Señor vino a encender, hermanos, y es tiempo que tú y yo estemos ardiendo con ese fuego. ¡Señor, Señor!

"Juan era una antorcha que ardía y alumbraba". Lo hizo en su tiempo, fue fiel en su tiempo. Y nosotros, hermanos, como iglesia en conjunto, somos ese otro Juan. Este Juan de los últimos tiempos, que no es un solo hombre, sino que somos muchos. ¡Somos el cuerpo de Cristo, que conocemos que el Señor viene! ¡Aleluya, hermanos!

¿Cómo se lo diremos a la gente? ¿Se lo diremos muy suavemente? ¿Se lo diremos con mucha diplomacia? No sé cómo; pero lo único que sé que si el corazón nuestro se enamora del Señor y está enamorado de Cristo, hermanos, vamos a anunciar el retorno glorioso del Señor. ¡He aquí, que nuestro Rey viene! Hermanos, cantemos canciones que anuncien la venida del Señor. No nos olvidemos en las reuniones. Ojalá en ninguna reunión dejáramos de cantar y de anunciar: "¡He aquí, que viene nuestro bendito Señor!".

Amados hermanos, ¿qué más podemos decir de esto? En realidad, al ver a Jeremías con el fuego ardiente dentro de él, al ver a Juan el Bautista que ardía y alumbraba, eso nos está mostrando a nosotros cómo quiere el Señor vernos a nosotros.

No una religión 'light'

Hermanos, nosotros no queremos ser cristianos 'light', esa palabra inglesa que significa 'superficial', 'liviano', 'fácil'. Algo que no tiene peso, que no tiene sustancia, algo que no produce ningún efecto. Estamos en una cultura 'light'. Hasta las marcas de ciertos productos dicen que es 'light', no te hace daño, es 'light'. Y hasta la religión se ha vuelto 'light'.

Hermanos, nosotros no queremos una religiosidad liviana, no queremos algo pasajero, no queremos estar hoy día caminando con el Señor y mañana negándole. No queremos, porque no es esa la voluntad del Señor estar hoy día caminando y mañana retrocediendo. No queremos estar hoy día alabando al Señor y mañana defraudando. No queremos estar hoy día abrazando y el día de mañana odiando. No queremos con esta boca estar alabando a Dios y con la misma boca maldiciendo después. No, no queremos ninguna irrealidad.

Si hemos de ser creyentes, seámoslo de verdad. Si hemos de ser siervos de Dios, hermanos, seámoslo con los recursos de Dios. ¿Y qué dijo el Señor? "Fuego vine a echar en la tierra; ¿y qué quiero si ya se ha encendido?". Se encendió en el primer tiempo. El día de Pentecostés, lenguas de fuego vinieron sobre los creyentes. ¡Gloria al Señor! Más tarde, se reúnen los hermanos, y a la oración de esos creyentes encendidos, la casa tiembla, todos son llenos del Espíritu Santo y hablan con denuedo la palabra de Dios. Hermanos, la iglesia no puede conformarse con una medida menos que esa. Las iglesias estaban fortalecidas con el Espíritu Santo y los discípulos llenos de gozo y del Espíritu Santo.

Un fuego se encendió en aquellos tiempos... No se ha podido apagar ese fuego hasta estos días. Corrió, pasó de una cultura a otra, pasó de un siglo a otro, muchas aguas quisieron apagar este fuego, hermanos, pero de tiempo en tiempo el Señor ha ido levantando siervos una y otra vez. Hombres encendidos, hombres que comparten la palabra y esa palabra toca los corazones y los vuelve a encender.

¿Qué quiere el Señor esta mañana de ti y de mí, hermano? Ya sabemos que el Señor abomina y aborrece la tibieza. La tibieza significa que el fuego se apagó. La tibieza significa que ese fuego ya no sirve para nada, es como una ceniza que ya no le alcanza ni para rescoldo. El rescoldo sirve para cocer un pan. Pero, hermano, una ceniza tibia no sirve para nada. El fuego debe encenderse otra vez. Pero para que se encienda un tibio, tiene que arrepentirse primero de corazón, arrepentirse de todas aquellas cosas que hicieron que el fuego se fuera apagando.

El fuego del mundo

Oh hermanos, hay otro fuego que no lo he mencionado.

¿Recuerdan ustedes que cuando el Señor estaba preso, estaba atado, estaba en el patio de Anás o del sumo sacerdote, Pedro se juntó con la gente que estaba ahí, los soldados y otros, ellos tenían un fuego y él fue a calentarse en ese fuego? Ya no tenía él fuego dentro, necesitaba el fuego que estaba afuera, el fuego en que el mundo se calienta.

Si tú necesitas el calor del mundo, necesitas la alegría del mundo, si para ser feliz necesitas los chistes del mundo, la alegría del mundo, la música del mundo, el deporte o los ídolos del mundo, entonces te pasará como a Pedro: estás pronto a negar al Señor. Si te estás calentando con el fuego del mundo, si tu alegría y tu atención y tu preocupación son el fuego que viene de la tierra, entonces no me extrañaré, no nos extrañaremos si mañana estás negando al Señor, ¡estás a punto de negarlo!

Pero, hermanos, es el tiempo de volvernos. Es el tiempo de volver a ser, hermanos. ¿Se acuerdan de la palabra compartida hace unos días cuando Cleofas y su compañero, camino a Emaús, el Señor Jesús les habla, les abre las Escrituras y les habla de Cristo en las Escrituras y el corazón de ellos comienza a arder? Porque ésta es la voluntad del Señor: Cuando Cristo es compartido, hermanos, el corazón comienza a arder otra vez. ¡Aleluya, hermanos, qué precioso es Cristo para nosotros! ¡Qué precioso es descubrir al Señor en las Escrituras! ¡Qué precioso que el Señor no trajo una doctrina para que mi mente estuviese satisfecha!

Un fuego que divide

No hermanos, el Señor no trajo una doctrina simplemente para que yo pasivamente la analizara. No, el Señor vino a echar fuego en la tierra. "¿Y qué quiero si ya se ha encendido?", dijo el Señor. De aquí en adelante, dijo, estará dividido. "¿Pensáis que he venido para dar paz en la tierra? Os digo: no, sino disensión. Porque desde aquí en adelante cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos, y dos contra tres. Estará dividido en padre contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre; la suegra contra su nuera, y la nuera contra su suegra" (Lc. 12:51-53). ¿Qué es este fuego de división, hermanos? Porque uno querrá andar por el camino del Señor y si el otro no quiere caminar, se producirá una división.

Hermanos, yo quiero caminar con el Señor. Yo quiero seguir al Señor, yo quiero andar con Cristo todos los días de mi vida. ¡Bendito sea el Señor! ¡Aleluya, hermanos!

Conociendo lo que viene, conociendo el fuego de juicio que está por delante y habiendo venido el bendito Salvador, ¿cómo no le vamos a amar de todo nuestro corazón, aunque eso signifique apartarse de alguien? Hermanos, lo haremos, aunque esa sea la persona más íntima; pero nosotros amaremos al Señor y si alguien quiere estar con nosotros tendrá que amar al Señor también. ¡Te amo, Señor Jesús! ¿Amas al señor, hermano? ¿Quieres declararle tu amor? ¡Te amo, Señor Jesús! ¡Aleluya, aleluya! Que todo otro fuego se apague. No necesito el gozo que viene de otro fuego. ¡Me gusta el fuego de Dios, ese fuego que quema, que arde por dentro, que nos hace estar activos en la obra de Dios!

Fíjense, hermanos, que aquí el Señor se salta un parentesco. Por lo menos aquí en Lc. 12:53 habla del padre, del hijo, de la madre a la hija, la hija a la madre, la suegra a la nuera, la nuera a la suegra. Pero el Señor se salta un parentesco, no dice el hermano del hermano. Debe ser para que no nos confundamos, porque cuando yo me abrazo con un hermano que tiene a Cristo en su corazón, mi corazón arde de nuevo, mi corazón se vuelve a gozar. ¡Aleluya!, porque cuando está Cristo en tu corazón y en el mío, los hermanos no se dividirán, los hermanos no se entregarán unos a otros.

Oh, amados hermanos, el fuego adentro, el fuego adentro...

Tres jóvenes con el fuego adentro

Antes de concluir esto (porque todavía hay algo más que compartir), quisiera hacer una pequeña mención a lo que dice la palabra de Daniel, capítulo 3:16: "Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor diciendo: No es necesario que te respondamos sobre este asunto". Sadrac, Mesac y Abed-nego eran hebreos, estaban cautivos en Babilonia, Nabucodonosor era el rey, y ellos le hablan al rey con esta certeza: "No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no..." -mire qué tremendas estas palabritas- y si no... o sea, y si no nos librara, "...sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado. Entonces, Nabucodonosor se llenó de ira y se demudó el aspecto de su rostro contra Sadrac, Mesac y Abed-nego, y ordenó que el horno se calentase siete veces más de lo acostumbrado. Y mandó a hombres muy vigorosos que tenía en su ejército, que atasen a Sadrac, Mesac y Abed-nego, para echarlos en el horno de fuego ardiendo. Entonces estos varones fueron atados con sus mantos, sus calzas, sus turbantes y sus vestidos, y fueron echados dentro del horno de fuego ardiendo. Y como la orden del rey era apremiante, y lo habían calentado mucho, la llama del fuego mató a aquellos que habían alzado a Sadrac, Mesac y Abed-nego. Y estos tres varones, Sadrac, Mesac y Abed-nego, cayeron atados dentro del horno de fuego ardiendo. Entonces el rey Nabucodonosor se espantó, y se levantó apresuradamente y dijo a los de su consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey. Y él dijo: He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses". ¡Bendito sea el nombre del Señor!

"Sadrac, Mesac y Abed-nego", dijo Nabucodonosor, "siervos del Dios Altísimo, salid y venid. Entonces Sadrac, Mesac y Abed-nego salieron de en medio del fuego. Y se juntaron los sátrapas, los gobernadores, los capitanes y los consejeros del rey, para mirar a estos varones, cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían". ¡Oh, Señor! Luego, Nabucodonosor diría: "...por cuanto no hay dios que pueda librar como éste". ¡No hay dios que pueda librar como éste!

Hermanos, es impresionante pensar en ese horno calentado siete veces. Los que hemos visto un incendio grande, una llama, no se imagina siete veces calentado. Los que se acercaron se quemaron. ¡Impresiona ese fuego! Ese fuego rompió las ligaduras.

Pero a mí me impresiona más otro fuego. Me impresiona más que, antes que el milagro ocurriera, estos hombres tenían un fuego adentro. Pudieron enfrentar a todo el consejo del rey. No aceptaron humillarse ante una estatua, no quisieron adorar un dios extraño. Entonces dijeron: "He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado". ¡Ese fuego me impresiona!

Habría sido tan fácil condescender. Habría sido tan fácil evitarse los problemas. Todo el mundo dice que hay que hacer las cosas de esta manera, hay que hacer lo que el mundo dice que hay que hacer. Hay que usar la ropa que el mundo dice que hay que usar. Hay que oír la música que el mundo dice que hay que oír. Hay que llamarle arte a lo que el mundo dice que es arte. Es tan fácil irse en la corriente del mundo. "¿Para qué nos hacemos problemas?". Aun la autoridad más importante del mundo en aquellos días, Nabucodonosor, él viene en persona a desafiar a estos hombres y a amenazarlos con el fuego. Aun la autoridad más importante del país puede decir: "Esto es bueno, esta tolerancia es buena, esta 'onda' es buena". No nos interesa lo que diga, aunque sea la primera autoridad de esta república. ¡A nosotros nos interesa lo que dice Dios! ¡Qué importa que se levante el presidente, el gobierno y el ejército entero! ¡Nuestro Dios está en los cielos! ¡Jesucristo está a su diestra intercediendo! ¡Ellos mismos tendrán que dar cuenta un día! ¡Y nosotros tenemos a Cristo revelado en nuestros corazones! Nos prohíban lo que nos prohíban, nos inviten donde nos inviten, nos traten de arrastrar donde nos quieran arrastrar, ¡hay un fuego ardiente en nuestros corazones! ¡Bendito sea el nombre del Señor! ¡Así como estos hombres desafiaron al rey!

Hermano, ¿qué es lo que te está tentando a ti? ¿Quieres la amistad del mundo? ¿Quieres aplaudir lo que el mundo aplaude? ¿Quieres vivir, quieres bailar a la comparsa del mundo? ¿Hay un vicio del mundo que te quiere atrapar? ¿Qué fuego te va a consumir? Hermano, ¿qué tentación, qué pornografía, qué sensualidad, qué carnalidad? Estos días, nuestro país ha sido sacudido, hermanos, por todos estos escándalos sexuales, por esta corrupción tan grande. No ha habido otro tema estos días en las noticias. ¡Cómo sufre esta patria!

Que el Señor libre a la iglesia de esto. Que el Señor libre a los creyentes de esto. Hermano, huyamos, no queremos ese fuego. ¿Podrá el fuego del adulterio, de la fornicación, del pecado sexual, apagar a un hijo de Dios, o enredarlo con cadenas, y atarlo y caer en la misma concupiscencia? ¿No hay, acaso, un fuego ardiendo dentro de nosotros, capaz de librarnos? ¿Será el buen consejo, será la buena educación? ¿Qué te va a librar? A la hora del fuego de la tentación, nada te va a librar, a menos que tengas un fuego ardiendo dentro de tu corazón.

La "santa tolerancia"

Cuando todo el mundo diga: "Esto es lo que hay que hacer, esto es bueno, esto no es pecado, no es malo; practiquemos la santa tolerancia", como lo hacen en Europa. Un hermano que venía llegando estos días nos hablaba de la frialdad europea, de lo que cuesta encontrarse con un creyente que ame al Señor. ¡Tienen miedo! No pueden hablar contra el adulterio, porque es intolerancia. No pueden hablar contra los homosexuales, porque sería pecado. Y qué terrible, que congregaciones llamadas cristianas, gobernadas por homosexuales, por lesbianas. ¡La apostasía ya ha llegado, hermanos! ¡Estamos viviendo días de apostasía!

Pero nosotros no estamos por esa tolerancia. Hay Alguien dentro de nosotros, que nos lleva a la santidad, que nos lleva a la pureza, que nos lleva al amor verdadero, que nos lleva a la consagración, que nos lleva al amor verdadero de Dios. ¡Bendito sea el nombre del Señor! Fuego vino a echar el Señor a la tierra, y toda la corrupción de este mundo no podrá apagar, ¡aleluya!, el fuego de Dios que se nos metió adentro! ¡Bendito sea el nombre del Señor! ¡Tenemos a Cristo, hermanos, tenemos al Señor adentro!

Cómo nos impresiona la declaración de los apóstoles cuando los gobernantes, cuando los religiosos de su tiempo dijeron: "En ninguna manera hablen de este nombre". Oh, les llamaron, ellos dijeron: "¿Qué haremos con estos hombres?... Amenacémosles, para que no hablen de aquí en adelante a hombre alguno en este nombre. Y llamándolos, les intimaron que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús. Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos... porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído". ¡Oh, hermanos, qué tremendo es esto! ¡No podemos! Ustedes nos piden que hagamos algo que nosotros no podemos hacer. Aunque todos ustedes nos lo recomienden, aunque todos ustedes nos amenacen, y aunque nosotros quisiéramos... (como Jeremías, no hablaré más porque esto me trae puros problemas) ... pero aunque quisiera callar, ¡no puedo!... Porque no soy yo quien sostengo esta verdad, no soy yo quien sostengo esta doctrina: ¡Es el fuego de Dios que me sostiene a mí, es el fuego de Dios el que me lleva de gloria en gloria! ¡Bendito sea el nombre del Señor!

¿Qué hemos visto nosotros, hermanos? Hemos visto la salvación de Dios en Cristo. Hemos visto la resurrección de Cristo de entre los muertos. Hemos visto al Señor glorificado, ¡Aleluya! Hemos visto que el Señor viene pronto, hermanos. ¿Podremos callar esto? ¿Podremos decir que no es verdad? No podemos dejar de decir lo que hemos visto, lo que hemos oído. ¿Amén, hermanos? (¡Amén!). Como diría Pablo: ¡No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios! Y esa palabra, poder, ¿cómo se traduce? Como fuego, como dynamis, como dinamita. Así es, hermanos, como dinamita. ¿Cómo puedo callar, si el evangelio es poder de Dios, es fuego de Dios para salvación a todo aquel que cree? ¡Este hombre tenía al Señor adentro!

En Hechos 20:22, esta palabra demuestra cómo el apóstol Pablo tenía el fuego de Dios adentro. Él decía así: "Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer, salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones" ... Me esperan prisiones, me esperan tribulaciones, no sé lo que me va a pasar. "Pero de ninguna cosa hago caso" ... ¡Aleluya, hermanos, así hablan los que tienen el fuego adentro! De ninguna cosa hago caso, problemas vendrán, pero de ninguna cosa hago caso. Las cosas no se me dan bien. Tengo problemas por aquí y por allá. Hermanos, no puedo transformar lo que me rodea, pero de ninguna cosa hago caso ... "ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios". ¡Bendito sea el nombre del Señor! ¡Gracias por estos siervos!

Aviva el fuego del don de Dios

Hermanos, no podemos terminar esta palabra sin una exhortación. Tú conoces la palabra de 2ª Timoteo 1:6: "Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos". ¡Aviva el fuego del don de Dios que está en ti! A ver, digámoslo juntos: ¡Aviva el fuego del don de Dios que está en ti!

Hermanos, el Señor dijo: "Fuego vine a echar a la tierra". ¿Amén? (¡Amén!). ¿Encendió tu corazón? (¡Amén!). Ahora, el mensaje es para nosotros, la exhortación es personal: ¡Aviva el fuego! No le digas: "¡Señor, avívame el fuego!". Eres tú quien tiene que avivarlo. El mandamiento es para mí: soy yo quien tengo que avivar el fuego, el fuego del don que está. Esta es la pregunta, ¿está o no está? (¡Amén!). ¡Gracias, Señor, está el fuego! Ese fuego necesita ser avivado, hermanos. ¡Gloria al Señor!

¿Cómo se aviva el fuego? Muy simple, porque el Señor mismo es el que nos enciende. ¿Amén, hermanos? (¡Amén!). Y el Espíritu Santo mismo es el que nos provee los recursos para ir y mantenernos encendidos, mantenernos en comunión con el Señor. ¿Cómo me mantengo en comunión con el Señor? Sencillo: cuando invoco su nombre y cuando clamo a él, cuando me remito a él en cada momento de mi vida. Cuando estoy a punto de hacer algo y puedo aún confesarme ante el Señor: Señor, sujétame, que estoy a punto de actuar en mí mismo. Estoy a punto de actuar en la carne. Señor, si tomo una decisión hoy día en estas condiciones fallaré, ayúdame, socórreme. Y el Señor responde esos clamores. Mantenerse en comunión con el Señor y en comunión con los hermanos.

Se nota cuando alguien se enfría. Empieza a decir algo como esto... Cuando a alguien se le apaga el fuego dice: "Yo sirvo al Señor a mi manera. Hermanos, yo me he apartado un poco de la iglesia, pero no crea que me he apartado del Señor". ¡Esa es una mentirilla! Y se está alejando tanto del Señor que ya no siente ganas de estar con los hermanos. Pero cuando el fuego arde, no importan las circunstancias, no importa el problema, tú lo dejas todo y quieres estar allí con tus manos alzadas, tus ojos cerrados y tu lengua diciendo: "¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios todopoderoso reina!". Digámoslo otra vez: "¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios todopoderoso reina!". ¡Bendito sea el Señor!

Así se aviva el fuego, hermanos: oyendo con fe la palabra de Dios, compartiendo a Cristo, mirando las Escrituras, atesorando la palabra. Esto se lo dice Pablo a Timoteo en medio de la apostasía y en medio de la decadencia de muchos que ya estaban comenzando a abandonar el camino del Señor. Muchos quedaron atrapados en un fuego de prueba, muchos cayeron ante la primera tentación que les vino.

Oh, hermanos, ¿qué está pasando hoy día, qué fuegos extraños hay hoy día? Hermanos, cuando el amor de muchos comienza a enfriarse -se empieza a enfriar el amor de muchos, esa es una realidad, una señal de nuestros tiempos- también el fuego de Dios en estos días es reemplazado por una música muy especial, por un cantante muy especial, por una voz muy refinada. Yo doy gloria a Dios por los músicos que adoran al Señor en espíritu y en verdad. ¡Gloria a Dios por cada siervo y sierva de Dios que él usa para cantar y alabar el glorioso nombre del Señor, pero cuando eso sale del corazón! Líbrenos el Señor de refinarnos en la carne y cantar como un címbalo que retiñe. Un coro canta bien igual, un músico clásico también puede emocionar. Vivaldi, con sus Cuatro Estaciones, emociona a cualquiera. Beethoven, con la Novena Sinfonía y su perfección, puede emocionar a muchos. Ésos son los fuegos extraños que hoy día hay en muchos ambientes cristianos. El Señor nos libre de los comerciantes de la música, el Señor nos libre de los fuegos extraños que tocan sólo las emociones, que excitan los sentidos, pero en realidad cuando termina la música, la depresión vuelve y no hay verdadero fuego interior. El Señor use a nuestros músicos, y doy gracias a Dios por ellos. No te vuelvas frío, no te vuelvas tibio, no te vuelvas ...

Hermanos amados, estén ceñidos vuestros lomos y vuestras lámparas encendidas, dice el Señor. Ceñidos, porque estamos preparados. Preparados para toda buena obra, preparados para darle testimonio a quien se nos ponga por delante. Ceñidos, como los israelitas cuando iban escapando de Egipto. Nosotros estamos escapando del mundo. No queremos acomodarnos a las cosas de la tierra, ¡nosotros queremos estar todos los días vestidos de Cristo, ceñidos! ¿Amén, hermanos? (¡Amén!). Nos alimentamos todos los días, tomamos desayuno, almorzamos, cenamos. Pero, ¿cuánto de Cristo comemos cada día? Hermanos, estemos preparados, estemos ceñidos. ¡El Señor viene! Y la lámpara ha de estar encendida. Una lámpara tiene fuego adentro. Necesita combustible, y estar encendida. ¿Estás encendido, hermano? (¡Amén!). ¿Te encendió Cristo un día? (¡Amén!). Que no falta entonces el aceite del Espíritu. ¡Aleluya, hermanos, hay suministro, hay abundancia del Espíritu del Señor para todos nosotros! Para que podamos resplandecer... Esta palabra la leo ...

Filipenses 2:12: "Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros" ... Ahí está el fuego, hermanos, más que nosotros mismos es Dios que, en nosotros ... produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Haced todo sin murmuraciones y contiendas ... Oh, Señor, líbranos, líbranos de toda murmuración, líbranos de toda contienda ... para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa ... irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha, ése es nuestro llamado, hermanos, en medio de una generación maligna y perversa ... en medio de la cual resplandecéis ... ¡Aleluya! Así quiere vernos el Señor, resplandecientes ... como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida". Así se resplandece, cuando estamos asidos, tomados de la palabra de vida.

Un pueblo propio

Oh, hermanos, con esta cita sí que termino. Epístola de Pablo a Tito 2:11-14. "Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras".

Cada vez que leo esta palabra, siento que somos llamados a ser ese pueblo. Un pueblo propio. Amén, hermanos. No un pueblo apegado a la tierra, no un pueblo con gloria terrenal, no un pueblo con nombre siquiera. Porque los nombres nos asocian a la tierra, los nombres le dan una gloria humana a las instituciones cristianas religiosas. Pero el Señor quiere tener un pueblo propio que no se identifique con nada ni con nadie más que no sea con su glorioso nombre. Un pueblo que tenga todas sus fuentes en Dios. Un pueblo que arda, un pueblo propio, celoso de buenas obras. ¡Amén, hermanos! Un pueblo encendido, porque así nos quiere ver el Señor.

Que nadie camine por miedo. Que nadie venga a la reunión porque le tenga miedo al infierno. Que nadie venga por la obligación, porque lo traen. Hermano, el Señor quiere vernos encendidos, porque sólo el que está encendido puede encender a otros. No un pueblo que camina por obligación, sino uno que sigue ardorosamente, ¡aleluya! a Aquel que lo dio todo por nosotros. ¡Gloria al nombre del Señor, hermanos!

Cristianos de remolque

Hermano Rafael, me acordaba estos días, pensando en esta palabra, en lo que significa un auto que no arranca. Tiene problemas, tiene las ruedas, tiene el volante, tiene la revisión técnica, tiene todo en posición, pero no parte. No hay fuego en los cilindros, el pistón se mueve, pero no hay explosión, no hay chispa, no hay vida. Hay que remolcarlo. ¡No seamos cristianos de remolque! Que hay que engancharlos y amarrarlos firme y tirarlos para la reunión, tirarlos para que entreguen una ofrenda. ¡Por favor, no quiero tirar ofrendas! ¡Líbranos, Señor, de esto! Antes bien, con gozo, como deseando participar en la obra del Señor. ¡Ay de aquellos que explotan y hacen mercadería de los cristianos! ¡Ay de aquellos cristianos que se dejan seducir! Nosotros queremos seguir al Señor de todo corazón y quisiéramos decir: "Hermanos, yo quiero ofrendar, yo quiero participar". Oh, Señor, socorre a tu pueblo, porque la mezquindad también es una manifestación de la tibieza.

No queremos ser cristianos de remolque, que hay que atarlos con cuerdas para que puedan venir. O que el Señor mismo tiene que mandarles una prueba grande para que se humillen; si no, permanecen altivos y soberbios. No seamos cristianos de remolque, que no tienen fuego propio, que no arrancan nunca, hay que empujarlos o tirarlos. Hermanos, al principio puede ser así. Al toque, partir, y luego avanzar con los creyentes. ¡Aleluya! ¡Allá van los hijos de Dios, allá voy yo también! Va a haber una reunión de hermanos, ¿hermano, yo puedo ir? ¡Hermanos, yo también quiero estar! Porque el fuego del Señor me impulsa, no camino por el fuego tuyo, sino por el fuego que el Señor encendió también un día en mi corazón. ¡Bendito sea el nombre del Señor!

¡Aleluya, hermanos! No estoy hablando una palabra extraña. Los discípulos al principio estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo. La iglesia no ha de terminar moribunda, apagada, no como un pábilo humeante. Hermano, el Señor quiere arder en ti también. ¡Amén, hermanos! Conozcamos esta dimensión gloriosa de nuestro Dios. En realidad, esta palabra es la misma palabra dicha de otra manera, pero el fuego de Dios ya se nos metió adentro.

¿Quieres estar de pie, hermano?


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AGUAS VIVAS
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¡TENGO MUCHO GOZO EN MI CORAZÓN POR ESTE MENSAJE!

¡TENGO MUCHO GOZO EN MI CORAZÓN POR ESTE MENSAJE!

Originalmente enviado por: Bart

http://www.aguasvivas.cl/centenario/16_avivando.htm

Avivando el fuego

El fuego de Dios en los creyentes

Oh hermanos, vamos a hablar de otro fuego: el fuego de Dios en los creyentes. Eso nos interesa: la provisión de Dios para los creyentes, el fuego que te enciende a ti y que me enciende a mí, ¡esto nos interesa hoy día!

Bendito sea el nombre del Señor, porque este fuego de Dios está presente en todos los creyentes, los que hemos recibido al Señor en nuestros corazones! ¿Cuántos tienen al Señor en su corazón? (¡Amén!). ¿Cuántos han recibido el Espíritu del Dios vivo dentro de ellos? (¡Amén!). Hay un fuego metido en tus huesos, hermano, y aunque tú quisieras callar, no lo puedes hacer.

Él no vino a hablar de doctrina, no vino a discutir sobre ciertos puntos del Antiguo Testamento -si eran verdaderos o no -. ¡Él estaba anunciando al Rey que venía! ¡Aleluya! Estaba tan seguro de su mensaje que no vacilaba, no trepidaba: "¡El Rey viene!". "Viene detrás de mi uno del cual no soy digno de desatar la correa del calzado. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego". Estaba anunciando la venida de Alguien precioso, poderoso. ¡Qué tremendo era el mensaje! Era un mensaje urgente. Tenía que conmover a la gente, tenía que decirle: "¡Preparad el camino; prepárense, porque el Señor viene!".


¿Cómo se lo diremos a la gente? ¿Se lo diremos muy suavemente? ¿Se lo diremos con mucha diplomacia? No sé cómo; pero lo único que sé que si el corazón nuestro se enamora del Señor y está enamorado de Cristo, hermanos, vamos a anunciar el retorno glorioso del Señor. ¡He aquí, que nuestro Rey viene! Hermanos, cantemos canciones que anuncien la venida del Señor. No nos olvidemos en las reuniones. Ojalá en ninguna reunión dejáramos de cantar y de anunciar: "¡He aquí, que viene nuestro bendito Señor!".

Un fuego que divide

No hermanos, el Señor no trajo una doctrina simplemente para que yo pasivamente la analizara. No, el Señor vino a echar fuego en la tierra. "¿Y qué quiero si ya se ha encendido?", dijo el Señor. De aquí en adelante, dijo, estará dividido. "¿Pensáis que he venido para dar paz en la tierra? Os digo: no, sino disensión. Porque desde aquí en adelante cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos, y dos contra tres. Estará dividido en padre contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre; la suegra contra su nuera, y la nuera contra su suegra" (Lc. 12:51-53). ¿Qué es este fuego de división, hermanos? Porque uno querrá andar por el camino del Señor y si el otro no quiere caminar, se producirá una división.

Aviva el fuego del don de Dios

Hermanos, el Señor dijo: "Fuego vine a echar a la tierra". ¿Amén? (¡Amén!). ¿Encendió tu corazón? (¡Amén!). Ahora, el mensaje es para nosotros, la exhortación es personal: ¡Aviva el fuego! No le digas: "¡Señor, avívame el fuego!". Eres tú quien tiene que avivarlo. El mandamiento es para mí: soy yo quien tengo que avivar el fuego, el fuego del don que está. Esta es la pregunta, ¿está o no está? (¡Amén!). ¡Gracias, Señor, está el fuego! Ese fuego necesita ser avivado, hermanos. ¡Gloria al Señor!

¿Cómo se aviva el fuego? Muy simple, porque el Señor mismo es el que nos enciende. ¿Amén, hermanos? (¡Amén!). Y el Espíritu Santo mismo es el que nos provee los recursos para ir y mantenernos encendidos, mantenernos en comunión con el Señor. ¿Cómo me mantengo en comunión con el Señor? Sencillo: cuando invoco su nombre y cuando clamo a él, cuando me remito a él en cada momento de mi vida. Cuando estoy a punto de hacer algo y puedo aún confesarme ante el Señor: Señor, sujétame, que estoy a punto de actuar en mí mismo. Estoy a punto de actuar en la carne. Señor, si tomo una decisión hoy día en estas condiciones fallaré, ayúdame, socórreme. Y el Señor responde esos clamores. Mantenerse en comunión con el Señor y en comunión con los hermanos.


AGUAS VIVAS
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¡TREMENDA BOMBA ATÓMICA QUE MANDA EL ESPÍRITU A LOS LLAMADOS CRISTIANOS!

¡DESPIERTA PUEBLO MÍO!

¡SAL DE AHÍ…!

¡…HUID DE BABILONIA!


¡GRACIAS AL SEÑOR, POR NUESTRO HERMANO GONZALO y POR TI, MI HERMANO BART!
¡GRACIAS AL SEÑOR POR EL MINISTERIO DE AGUAS VIVAS y POR ESTE FOROCRISTIANO.COM!
 


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El peligro de las tres “T”
(Torá - templo - Talmud)


Domingo 21 de julio de 2002

El judaísmo es, sin duda, la mejor religión sin Cristo. Como religión, se basa en tres pilares: la Torá, el templo y el Talmud. Toda religión tiene su propio libro sagrado, su lugar santo y su cuerpo de tradiciones. ¿Es así también con su religión?

Eliseo Apablaza F.

Quisiera, con la ayuda del Señor esta mañana, compartir algo que he titulado “El peligro de las tres T”.

Hay tres palabras que empiezan con la letra T, y sobre esas tres palabras quisiéramos compartir, para ver qué relación tienen, de qué manera obstruyen o favorecen la fe cristiana, la figura del Señor Jesucristo.

Dos de estas tres palabras son palabras judías. Ustedes conocen algo de los judíos. La religión judía tiene tres grandes pilares, y aquí vienen las tres T: La Torá, es decir, la Ley, el Templo de Jerusalén, el lugar donde Dios habitaba, y el Talmud.

Los pilares de toda religión

La Torá, el Templo y el Talmud. Sobre eso quisiéramos hablar un poco. Así como la religión judía tiene una Torá, tiene templo (o aspira a tenerlo en este momento), y tiene un Talmud, así también la mayoría de las religiones que hay en el mundo tienen su propia Torá, su propio templo y su propio Talmud. Incluso la religión cristiana.

Nosotros decimos que las religiones no salvan. La religión cristiana tampoco salva. (Queremos dejarlo muy claro, porque hay entre nosotros hermanos nuevos y otros que se están acercando, y es bueno que desde el comienzo la fe en el Señor Jesucristo sea una fe sana, una fe pura, una fe que no tenga otros apoyos, que no tenga muletas, que sea una fe precisa, una fe clara, centrada exclusivamente en el Señor Jesucristo).

Cuando el Señor Jesús vino, se encontró - ustedes deben recordar, los que conocen las Escrituras-, se encontró con un Israel que estaba aferrado a estas tres cosas: a la Torá, al templo y al Talmud. Estos constituían su gloria; eran sus pilares, sus fundamentos.

El peligro con la “Torá”

Como dijimos, la Torá es la Ley, la Ley de Moisés. Los judíos eran expertos conocedores de la ley. Ellos habían encontrado que en la ley había como seiscientos y tantos mandamientos (613 específicamente); los habían contado y los memorizaban. Ellos los enseñaban a sus niños. En las escuelas judías, los niños tenían que memorizar largos pasajes de la Ley. Sin embargo, ellos cometieron un error: ellos tomaron ese libro sagrado y lo levantaron tan arriba, que lo convirtieron en una especie de fetiche, en un ídolo. Para ellos, lo que Moisés enseñó era sagrado. (Cuando el corazón del hombre se vuelve religioso, las Sagradas Escrituras pueden convertirse en un fetiche).

Las Sagradas Escrituras son un libro precioso. Hay ahí ochocientas, o mil páginas, que desafían el ingenio de los estudiosos. Así como hay expertos en obras literarias (como el Quijote, por ejemplo), que se pasan toda la vida estudiándolas, hay eruditos, grandes teólogos, que hacen lo mismo con este Libro. Aquí hay profecías, hay misterios, hay cosas ocultas que a todos ellos les gustaría desentrañar. Muchos teólogos cuando, después de estudiar este Libro, encuentran cierta luz, escriben un libro, lo publican, o siendo doctores de la ley, ellos enseñan en las grandes instituciones teológicas. Y al final, las Sagradas Escrituras se transforman en un objeto de atracción, en un fin en sí mismas. Eso es lo peligroso.

Nosotros sabemos que las Sagradas Escrituras tienen un lugar importante en la vida de un cristiano. Sin embargo, tenemos que delimitar esa importancia, tenemos que precisar cuál es la función que cumplen, para que no nos ocurra lo que a los judíos les ocurrió: que ellos eran conocedores al dedillo del Libro; sin embargo, habiendo estudiado las profecías desde Moisés, los salmos, los profetas, cuando se encontraron cara a cara con la Persona de quien hablaban las Escrituras, no lo supieron reconocer. ¡Vean qué tragedia! ¡Haber estudiado el Libro por siglos, y cuando llega la hora de la verdad, no supieron aplicar lo que habían aprendido!

Leamos, por favor, en el evangelio de Juan 5:39-40. Dice el Señor aquí -está hablando con los judíos-: “Escudriñad las Escrituras...” Pareciera ser que la traducción más correcta debiera decir: “Escudriñáis las Escrituras...” Tengo acá la NVI (Nueva Versión Internacional), que traduce: “Ustedes estudian con diligencia las Escrituras, porque piensan que en ellas hallan la vida eterna...”

Bueno, la Reina-Valera dice: “Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que ellas tenéis la vida eterna”. Aquí en estas palabras del Señor se revela cuál era el problema que tenían los judíos. Si leemos esta frase en términos más sencillos, lo podemos decir así: “Ustedes estudian las Escrituras pensando encontrar en ellas la vida eterna”.

Hay un problema ahí. Cuando se estudia la Biblia pensando que en la Biblia está la vida eterna, hay un problema, porque en la Biblia no está la vida eterna. El Señor Jesús se lo dijo claramente a los judíos. En el verso 40 dice: “... y no queréis venir a mí, para que tengáis vida”. ¿Se fijan que el Señor cambia el foco de atención: “No en las Escrituras, sino en mí”. ¡Aleluya! ¿Podemos afirmar eso nosotros también hoy? ¿Podemos decir que en las Escrituras no está la vida eterna? ¿Y que sí está en el Señor Jesucristo? (¡Amén!). ¡Aleluya, lo podemos afirmar! ¡En la Biblia no está la vida eterna; sí está en el Señor Jesucristo!

Pero los judíos no lo habían visto. Ellos pensaban erróneamente. Y luego, en esa frase que yo me salté aquí en el 39, está el verdadero sentido y la razón de ser de las Escrituras. ¿Por qué existen las Sagradas Escrituras? “...porque ellas son las que dan testimonio de mí” -dijo él. Nosotros decimos: “Amén”. Todo el valor de este libro, amados hermanos, hermanos nuevos, es que aquí se da testimonio del Señor Jesucristo.

Un peligro complementario

Pero, cuidado, que todavía hay un peligro. Otro peligro. Dijimos que los judíos conocían el Libro de principio a fin, y que, sin embargo, no supieron discernir la persona de Jesucristo. Esto también puede ocurrir a los cristianos, que conociendo el Libro no conozcan al Señor Jesucristo. Por tanto, ¿qué necesitamos para entender bien este Libro? ¿Bastará la mente? ¿Bastará un estudio bíblico? ¿Bastará estudiar con tener grandes maestros, grandes teólogos, o con ir a un buen Seminario? ¿Será suficiente eso? No, hay algo más que se necesita para escapar del peligro de la primera T, la Torá.

En Efesios 1:17, encontramos la solución: “...para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él”. Aquí en Efesios encontramos a Pablo orando para que el Padre de gloria les dé a los hermanos de Éfeso, a la iglesia en Éfeso, algo que era fundamental para poder conocer a Jesucristo y conocer los misterios de Cristo. ¿Qué es eso? ¡Ustedes ya lo encontraron! ¿Qué se necesita? ¡Espíritu de sabiduría y de revelación! ¿Nosotros creemos que este libro fue inspirado por el Espíritu Santo? ¡Amén, lo creemos, totalmente inspirado por el Espíritu Santo! Por tanto, el único que puede abrir la mente, el entendimiento de los hombres para conocer lo que él mismo puso aquí, es el Espíritu Santo.

¿Recuerdan cuando el Señor les abrió el entendimiento a los discípulos después de la resurreción, para que entendieran las Escrituras? Lo que por años habían estado escuchando en las sinagogas como una enseñanza respecto del Mesías, recién allí lo pudieron entender. El “Espíritu de sabiduría y de revelación” es el que abre el entendimiento para conocer a Jesús, y para conocer las Escrituras.

¿Se han dado cuenta ustedes, amados hermanos, que puede haber un hermano sencillo, sin educación prácticamente, o un hermano nuevo, que puede entender más espiritualmente las Escrituras que un cristiano antiguo, pero que nunca ha sido tocado por el espíritu de sabiduría y de revelación? Nos hemos encontrado con muchos casos así. Por tanto, eso es una advertencia también. Los hermanos nuevos que están llegando, ustedes, no se confíen en que pueden leer la Biblia, no se confíen en que pueden estudiarla con la seriedad y preocupación con que en el colegio estudiaron los libros de física y de química. Para estudiar este Libro se requiere algo más que inteligencia, algo más que saber leer y escribir: se requiere tener el socorro de lo alto, se requiere un toque del Espíritu Santo al corazón, para que nos abra el entendimiento. ¿Está claro eso? Así que, por favor, nadie se confíe en sí mismo, nadie se confíe en su inteligencia.

Quedarse a mitad de camino

El problema de los judíos fue ese: ellos se quedaron en la mitad del camino. Como Dios les había dado los estatutos y los decretos allá en Éxodo, allá en el monte Sinaí, cuando Dios les había dicho: “Oye, Israel, los estatutos y los decretos que yo pronuncio hoy en vuestros oídos, aprendedlos y guardadlos para ponerlos por obra” (Deut. 5:1); ellos dijeron: “Ya, vamos a aprenderlos, vamos a ponerlos por obra, y los vamos a enseñar a nuestros hijos”. Sin embargo, por preocuparse demasiado de la ley, de la Torá, ellos descuidaron este otro mandamiento: “Oye, Israel, Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt. 6:4-5). Un mandamiento les mandaba a estudiar los decretos y ordenanzas, otro mandamiento les mandaba amar a Dios con todo el corazón y el alma y las fuerzas. ¿Cuál de los dos mandamientos se apresuraron en cumplir? El primero. Pero no el segundo.

Pasaron los años, Dios tuvo que enviar profetas, uno tras otro, para hacerle ver al pueblo el error en que estaban cayendo. Y mire, lo que dijo Dios al pueblo al final de la monarquía hebrea -pasaron cientos de años- hablando a través de Jeremías, en el capítulo 2:8 de su libro. “Los sacerdotes no dijeron: ¿Dónde está Jehová?” -es decir, ¡a los sacerdotes se les perdió Dios!-, “...y los que tenían la ley no me conocieron...” -¡los que tenían la ley conocían sólo la Ley! ¿Y qué más dice? - “...y los pastores se rebelaron contra mí, y los profetas profetizaron en nombre de Baal...” Hermanos, ¿cuál es la queja del Señor aquí? En que todos se preocupan de las cosas externas, de estudiar la ley, de profetizar en otro nombre, de hacer todo el aparato religioso, cumplir las demandas religiosas, ¡pero lo olvidaron a él, lo descuidaron a él, lo rechazaron a él!

Versículo 12: “Espantaos, cielos, sobre esto, y horrorizaos; desolaos en gran manera, dijo Jehová. Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua”. ¿Cuál es el mal primero? “Me dejaron a mí”. Hermanos amados, pudiera darse el caso de que nosotros tengamos toda la parafernalia religiosa, y mucho conocimiento bíblico, ¡y lo hayamos dejado a él!

Cristianos, éste es un peligro al que estamos todos expuestos. Hermano, ¿te sientes, o te has sentido en algún momento así, como habiendo abandonado al Señor, como habiéndole vuelto la espalda, como caminando a la deriva? ¿Sabes?, cuando eso ocurre, el enemigo está pronto para cazar, para morder, para herir. ¡Cuidado! El gran dolor del Señor es que nadie buscaba conocerlo a él. Todos estaban entretenidos en conocer sus hechos, en conocer sus palabras, pero no en conocerle a él.

Avancemos unas hojas más en Jeremías. Veamos 9:23-24. “Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová...” ¿Qué pasaba en Israel? A juzgar por estas palabras, seguramente había sabios que se gloriaban en su sabiduría, había valientes que se alababan por su valentía, había ricos que se alababan por sus riquezas, pero no había nadie que se gloriara en conocer a Dios.

¿Cuál es tu motivo de gloria, amado hijo de Dios? ¿Conocer la Biblia? ¿Tener una buena religión? ¿Estar reunido en Centenario? ¿Tener una pluralidad de pastores? ¿Tener revelación acerca de ciertas cosas espirituales? No; sólo conviene alabarse en entender al Señor y en conocerlo.

¡Aleluya, esto es nuestra gloria! ¡En esto podemos alabarnos! Y no porque nosotros le hayamos conocido a él (por nuestro esfuerzo): Él se nos ha revelado a nosotros. No porque nuestro sistema de estudio bíblico sea mejor, no porque tengamos grandes maestros de la Biblia, sino porque todos en algún momento, hemos llegado a fracasar de tal manera que le hemos dicho al Señor: “A menos que tú no nos abras el entendimiento, no entenderemos; a menos que tú nos guíes, nos apartaremos; a menos que tú nos socorras, nos perderemos”. ¿Le has dicho alguna vez así al Señor? (¡Amén!).

El Señor nos ha llevado por cierto camino, a través de ciertas circunstancias, con ciertas experiencias, en que hemos tenido una y otra vez que decirle: “Señor, si tú no extiendes tu mano, yo me hundo; si tú no me abres los ojos, yo no veré; si tú no tocas mi corazón, se endurecerá y se tornará soberbio”. ¡Bendito sea el Señor, porque nos ha tocado, y nos ha abierto los ojos del entendimiento!

Hay un reclamo de Dios también en Romanos 1. Algunos versículos de ese capítulo dicen: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios...”.

¿Cuál es el problema aquí, hermanos? El problema es que, habiendo visto las cosas visibles, habiendo conocido la creación de Dios, el poder de Dios, la deidad, la majestad de Dios reflejada en las cosas hechas, los hombres no fueron un poco más allá para decir: “¿Cómo es que esto fue hecho? ¿Quién hizo esto? ¿Quién es el maravilloso Ser que hizo estas cosas maravillosas?”. No fueron más allá para decir: “Tiene que haber un Creador, hay que darle gloria a ese Creador”. Los hombres se quedaron mirando la creación, las cosas visibles, se admiraron de las cosas perfectas que hay en la creación, ¡pero nunca le dieron gloria al Dios de la creación!

La contemplación de la creación debiera arrojar a los hombres tras la búsqueda de Dios. En tanto, el estudio sincero de las Escrituras debiera arrojar al hombre en brazos de Dios, y no dejarlo enredado en las profundidades y misterios que encierran. La gran invitación que hacen las Escrituras es que vayamos a Cristo. Sea donde sea que las tomemos, nos dirán lo mismo.

El problema es quedarse en la mitad del camino. Así también, los hombres que se glorían en el Libro, se quedan a mitad de camino. Porque la perfección y la hermosura de este libro habla de la perfección más grande, de la hermosura mayor, ¡del Creador de este libro! ¡Bendito es el Señor! Por lo tanto, nosotros abominamos toda corriente, toda enseñanza, que nos deje enclaustrados en un conocimiento meramente bíblico, porque creemos que tenemos que ir más allá. Tenemos que ir más allá de la Escritura, tenemos que ir al Dios que la inspiró y a Aquel de quien ellas nos hablan. ¡Bendito es el Señor Jesús!

La segunda “T”

Veamos la segunda “T”. ¿Cuál es? El Templo, el lugar de adoración, el lugar santo. En Palestina había, de todas las ciudades, de todos los rincones, de ese hermoso territorio, una ciudad que las Escrituras declaran que es una ciudad santa: Jerusalén. Pero, dentro de la ciudad de Jerusalén, había un lugar todavía más santo. Allí, sobre una explanada preciosa estaba construido el templo.

Marcos 13:1 dice: “Saliendo Jesús del templo, le dijo uno de sus discípulos: Maestro, mira qué piedras, y qué edificios”. ¿Qué pasaría por el corazón de este discípulo, que dijo estas palabras? “Maestro, mira, ¡qué piedras, y qué edificios!”. ¿Qué significa esa frase? ¡Admiración! Un discípulo diciéndole al Señor: “¡Mira, Señor, qué piedras, qué edificios!”. Como para que el Señor se hubiese quedado: “¡Oh, sí!”. (Ingenuo el discípulo...)

Amados hermanos, parece que el discípulo se esperaba un gesto de admiración del Señor, pero, ¿cuál fue la respuesta?: “Jesús, respondiendo, le dijo: ¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada”.

Ese templo, esos grandes edificios habían sido construidos por el rey Herodes. Y eran tan majestuosos y fastuosos que, aun ocupando mucha gente para que trabajara allí, habían demorado cuarenta y seis años en erigirlos. Ese era el orgullo de todo Israel. Muchos judíos pueden haber tenido una gloria muy mezquina al decir: “Ese es el edificio más importante de toda la tierra, porque es hecho de mármol, de piedras labradas, adornado con oro, etc”. Pero, ¿sabe?, aun un judío piadoso podía decir: “Ese edificio, no precisamente por su hermosura exterior, es el edificio más importante de toda la tierra”. Y, cuando decía eso, estaba diciendo verdad. ¿Por qué? ¡Porque Dios habitaba allí!

Hermanos, ¿dónde habitaba Dios en el Antiguo Testamento? En el tabernáculo, (cuando había tabernáculo), y después, cuando hubo templo, en el templo. A ver, si les pregunto, en el siglo VII a. de C., ¿dónde habitaba Dios? En el templo de Salomón, en Jerusalén. Alguien podrá decirme: “Oye, pero mira: el siglo VII a. de C. fue el comienzo del apogeo griego, allí comenzaron a aparecer los grandes filósofos, allí estaba el Areópago, allí estaba el templo de Venus, de Zeus, los templos de todas esas diosas y dioses”. ¿Sabe?, eso no importa nada, eso no tiene ningún valor. ¡El lugar más importante de toda la tierra era el templo de Salomón en Jerusalén! ¡Porque allí habitaba Dios! ¡Eso es suficiente! ¡Gloria al Señor!

Ustedes saben, el templo de Salomón fue destruido por Nabucodonosor en el siglo VI a. de C. Después, se levantó un segundo templo, en tiempos de Zorobabel y aquellos colaboradores que tuvo (Esdras, Hageo, etc). Ese segundo templo también fue destruido. Y el templo de Herodes, el que vio este discípulo, era el tercer templo. Y este tercer templo también fue destruido, en el año 70 de nuestra era.
Los judíos hasta el día de hoy lloran por el templo perdido. ¿Qué es el Muro de los Lamentos sino las ruinas del templo? ¿Qué van a hacer los judíos allí todos los años, en una cierta fecha? Ellos van a llorar. Ellos recitan las palabras del libro de Lamentaciones de Jeremías. Dicen: “Señor, tú nos has destruido, tus juicios nos han abatido, lágrimas corren por nuestras mejillas. Señor, ¿cuándo tendrás misericordia de nosotros? ¿Cuándo levantarás tu testimonio, cuándo pasarás tus iras y nos renovarás en misericordia?”.

El templo... Una gran religión, como la judía, tiene (o tenía) un lugar sagrado.

Sin embargo, también Dios tuvo problemas con ese lugar sagrado, tan preciado para ellos, por causa de la dureza del pueblo. Si ustedes buscan Jeremías 7, van a encontrar que todo ese capítulo es una lamentación de Dios por causa de que ellos han puesto su confianza en el templo, pero su corazón está lejos de Dios. “Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Mejorad vuestros caminos y vuestras obras, y os haré morar en este lugar. No fiéis en palabras de mentira, diciendo: templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este” (7:4-5).

Ellos cometían adulterio, ellos hurtaban, ellos mataban, juraban en falso, ofrecían incienso a Baal, andaban tras dioses extraños, ellos oprimían al huérfano, a la viuda, ellos derramaban sangre inocente... Sin embargo, ellos tenían su templo. Teniendo el templo, ellos se sentían seguros: Dios estaba allí, ¿quién les podría hacer mal? Ellos se burlaban de las naciones vecinas, se reían de los pueblos paganos. “¡Nosotros tenemos el templo, tenemos la habitación de Dios!” Sin embargo, lo que ellos no supieron -y esta es la advertencia para nosotros- que la habitación de Dios en ese templo, la permanencia de Dios en el templo dependía de algo: de la obediencia del pueblo.

Desde el momento en que el pueblo comenzó a apostatar, a apartarse del Señor, ya ese templo no fue un lugar grato para el Señor; antes bien, como dice el versículo 11 de este mismo capítulo: “¿Es cueva de ladrones delante de vuestros ojos esta casa sobre la cual es invocado mi nombre?”. “La habéis transformado en cueva de ladrones”. Así que, cuando el Señor miraba desde los cielos a Jerusalén, y miraba el templo, ya no se alegraba en él. Y así llegó un momento - poco después de estas palabras del Señor-, en que la nube del Señor, que estaba en el Lugar Santísimo, el Señor la quitó de allí. ¡La gloria de Dios abandonó el templo!

Cuando Dios abandona un lugar, ese lugar queda expuesto a la barbarie, al vandalismo, a Satanás. (¿Qué lugar será inexpugnable cuando Dios ya no vela sobre él?). Apenas Dios abandonó el templo, vino Nabucodonosor, lo destruyó, y después vino uno de sus lugartenientes y lo quemó, sacó las cosas sagradas, se las llevó a Babilonia. Ellos quitaron su confianza de Dios, y la pusieron en el templo.

Vean lo que dice Lamentaciones 4:1. “¡Cómo se ha ennegrecido el oro! ¡Cómo el buen oro ha perdido su brillo! Las piedras del santuario están esparcidas por las encrucijadas de todas las calles”. Oh, hermanos amados, ¿pueden percibir ustedes el lamento de Dios, el lamento del profeta, cuando ve la ciudad y el templo destruido? ¿Qué es lo que ve Jeremías con sus propios ojos? ¡Las piedras del santuario esparcidas por las esquinas de todas las calles! ¡Qué desgracia más grande! Es como para lamentar y llorar. La habitación de Dios había sido profanada por los hombres, por los propios sacerdotes, por los levitas. Y Dios ya no quiso habitar allí.

Una buena noticia

Sin embargo, nosotros tenemos una buena noticia, porque aunque el templo de Jerusalén fue destruido, el Señor tiene un nuevo lugar de habitación, indestructible. El Señor en cierta ocasión dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Juan 2:19). Y la Escritura dice que se refería al templo de su cuerpo. Sabemos que su cuerpo fue llevado a la cruz. Pero al tercer día, el Señor Jesús levantó un nuevo templo, espiritualmente hablando. ¡Porque con la muerte y la resurrección del Señor surgió la iglesia, el Cuerpo de Cristo, la habitación de Dios en esta dispensación!

Hermanos nuevos, visitas que hoy nos acompañan, respóndanme: ¿Habita Dios hoy en Jerusalén, en ese lugar donde estuvo el templo de Herodes? (¡No!). ¿Habita Dios hoy junto al Muro de los Lamentos? (¡No!). ¿Habita Dios en la basílica de San Pedro en Roma? (¡No!). ¿Habita Dios en la abadía de Westminster en Londres? (¡No!). ¿Habita Dios en la catedral de Temuco? (¡No!). ¿Habita Dios aquí en Centenario 01154? (¡No!). ¡No! ¡No, hermanos, porque Dios habita en la iglesia! ¡En tu corazón y en mi corazón, en nosotros en conjunto que constituimos la iglesia! ¡Aleluya! ¡Gloria al Señor!

Algún hermano nuevo podría decir: “Voy a reunión a la casa de Dios”. ¿Cuál casa de Dios? “Centenario 01154”. Otro pudiera decir: “Hermano, voy a la casa de oración”. ¿Cuál casa de oración? “Centenario 01154”. ¡No, amado! Este lugar no es ni casa de Dios ni casa de oración: es simplemente un salón, donde se reúne el verdadero templo de Dios que es ¡la iglesia! ¡La iglesia, los creyentes, tú y yo, el conjunto de todos, amasados, amalgamados, hermanados, fusionados, somos la iglesia, somos el templo! ¡Bendito es el Señor!

Así que limpiemos nuestra fe, amados hermanos nuevos. No es éste un lugar sagrado, no. Por supuesto, si los creyentes están aquí, podemos ver la gloria de Dios. Pero si los creyentes se reúnen debajo de unos árboles a la orilla del río, ¡allí desciende la gloria de Dios! Si se reúnen en una cancha de fútbol, ¡allí desciende la gloria de Dios! ¡Donde sea! Este lugar es santo ahora, aquí, porque está la iglesia. Se va la iglesia, y es un lugar como cualquier otro.

Cuando se habla de 'casa de Dios' o 'casa de oración', todavía se muestra un resabio de la religión judía. En la región judía había un templo, había una Torá y había un templo. Pero en esta era de la iglesia Dios no tiene un templo físico donde habitar. En el libro de los Hechos, dice que los cristianos se reunían en “el templo y por las casas”. Recordemos que esos cristianos eran judíos. Todavía no se había producido el desprendimiento, todavía los cristianos judíos estaban como tomados por un cordón umbilical del sistema judío. La iglesia en Jerusalén todavía tenía, por lo tanto, ripios de un pasado religioso, de una herencia judaica que nosotros no tenemos. Gracias al Señor, estamos limpios de eso. Los cristianos de hoy están limpios de toda herencia judaica. Desde los días de Antioquia en adelante (Hechos 13), y más aun, desde Hechos 15, en ese primer concilio de la Iglesia, se dejó en claro que había una diferencia fundamental entre la religión judía y la fe cristiana. Así que, amados hermanos, no nos equivoquemos.

No un lugar, sino adoradores

¿Se acuerdan de la conversación del Señor con la mujer samaritana? Son palabras muy sencillas, Juan 4:21: “Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre”. La mujer le había dicho: “Ustedes los judíos dicen que en Jerusalén es donde se debe adorar ... (porque ahí estaba el templo) ... nosotros creemos que es en este lugar donde se debe adorar.” Pero el Señor le dice: “ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre ... Vienen días, la hora viene en que ni en este monte -donde estaban hablando ellos (tal vez el monte Gerizim) ni en Jerusalén adoraréis al Padre”. ¿Por qué? Porque el templo de Jerusalén iba a ser destruido cuarenta años más tarde. Versículo 23: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”.

Vemos que aquí queda claro que no hay un lugar santo, sino que hay hombres y mujeres santos, hay adoradores. Donde se juntan los adoradores, allí hay adoración. Si en tu casa se juntan los santos... ahí hay adoración. En Santiago, he estado en la cárcel de mujeres, un lugar donde nadie quisiera estar. Pero hay momentos, cuando se reúnen las mujeres creyentes allí, que ese es un lugar santificado, y desde allí sube la adoración a Dios. He llorado adorando al Señor allí con ellas. Hermanos, no se trata de lugares, se trata de adoradores. ¡Gloria al Señor!

Para terminar esta parte, veamos Hechos 17:24, por si alguno tiene dudas todavía de lo que estamos compartiendo. “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas”. ¿Quién está hablando estas palabras? El apóstol Pablo. ¿Es Pablo un hereje? ¿Es Pablo un falso maestro? No. Es el príncipe de los apóstoles, y él dijo a los griegos allí reunidos: “Porque Dios, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas”. ¿Queda claro, hermanos, para todos nosotros? ¡Dios no habita en templos hechos por manos humanas!

Pero, fíjese, el templo que para los judíos era un lugar sagrado, era el lugar donde Dios habitaba y donde el hombre podía tener un encuentro con Dios, el templo también en muchos ambientes cristianos se ha transformado en exactamente lo mismo que el templo para los judíos. Lamentablemente, hay cristianos que piensan que el único lugar donde ellos pueden tener comunión con Dios es en 'el templo'. Entonces, lo arreglan, lo adornan, lo embellecen. Incluso le hacen ciertas subdivisiones al templo, para indicar que siendo ese templo santo, hay una parte, un sector, que es más santo que el resto, que es como el Lugar Santísimo, que es adelante, desde donde predica el predicador, ¡y ahí no puede entrar nadie! ¡Ay, si un niño se sube ahí! ¡La ira de Dios puede caer sobre él! ¡Ay, si sube al púlpito uno que no sea pastor! ¡Es peligroso, la ira de Dios puede caer sobre él!

Hermanos, ésa es una imitación burda, incorrecta, del templo de los judíos: con un atrio, un lugar santo y un lugar Santísimo. Para algunas congregaciones, pequeñas congregaciones, llegar a tener un templo es como alcanzar la mayoría de edad. Apenas se constituye una congregación, su primera aspiración es construir un templo. ¿No es eso extraño?

Hermanos amados, tenemos que ser sanos en la fe. Nosotros no juzgaremos mal a los cristianos que se esmeran por tener hermosos templos, pero tenemos que decir claramente que el templo puede transformarse en una especie de ídolo y en un objeto de confusión. Puede hacer creer a los cristianos que Dios tiene lugares físicos especiales donde él habita. Y la Escritura no nos permite a nosotros decir tal cosa. Dios no tiene lugares físicos hoy donde habitar.

Las paredes de un templo son demasiado frías, son demasiado duras. ¡En cambio, las paredes de tu corazón son cálidas! ¡Allí sí quiere habitar! ¡Allí sí habita el Señor! ¡Gloria al Señor! ¿Damos gloria al Señor por eso? (¡Amén!). ¡Te damos gracias, Señor, por haber venido a habitar en mi corazón, y por querer habitar en mí y en ti y no en un templo de oro! ¡Dios prefirió tu corazón a un templo de mármol! ¡Dios prefirió tu corazón a un templo de plata y de oro! ¡Dios prefirió tu corazón a un templo lujoso! ¡Gloria al Señor! ¡Bendito es su nombre, que nos levantó, que nos honró de tal manera!

La “T” de la tradición

Para terminar, la tercera “T”, el Talmud. ¿Qué es el Talmud? El Talmud es un libro que contiene los comentarios que los rabinos judíos han hecho sobre la Torá. El Talmud reúne toda la tradición oral rabínica, de los grandes doctores de la ley, sobre la Torá. Ellos recogieron todos esos preceptos, comentarios, esas interpretaciones de diversas épocas, en un libro, que se llama Talmud.

El Talmud no son las Sagradas Escrituras; son comentarios o preceptos agregados a las Sagradas Escrituras. Un escritor judío cristiano que se llama Barry Rubin, dice que los judíos eruditos, los estudiosos judíos se glorían más en conocer el Talmud perfectamente, que en conocer la Torá. Es más apasionante.

Así que, desde hace mucho tiempo, la vida religiosa judía se apoya en una mezcla de Torá y Talmud. Pero hay un problema con el Talmud. El Talmud, cuando trata de explicar la Torá, en vez de aclararlas para que el pueblo las entienda bien, le agrega elementos que confunden más que aclaran. Este autor llega a afirmar: “Tristemente, la gente (los judíos) terminó enredándose tanto en la multitud de reglas y regulaciones religiosas, que algunos de los significados esenciales en la Torá se perdieron. La tradición oral prevaleció sobre la verdad”. (p.148).

El Talmud representa lo que el hombre le agrega a la Escritura. En tiempos del Señor Jesucristo existía una fuerte tradición oral, y muchas veces él debió enfrentarla. ¿Se acuerdan cuando el Señor, en Marcos 7, recrimina a los judíos, porque ellos habían invalidado la palabra de Dios por las tradiciones? ¿Se acuerdan de esas palabras? ¿De qué se está hablando allí? En realidad, aunque no se usa allí la palabra “Talmud”, cuando habla de las tradiciones, de los mandamientos de los hombres que ellos habían agregado a la ley, se estaba refiriendo a lo que se conoce como Talmud.

“Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes. Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición” (8-9).

Toda religión que se precie de tal tiene una tradición. Y esa tradición está escrita también: reglamentos, comentarios, interpretaciones. Sin embargo, la tradición no tiene su origen en Dios, sino en el hombre.

El Tamud enceguece

Mire, he aquí una cosa interesantísima que plantea Barry Rubin: ¿Por qué razón los judíos, en los tiempos del Señor Jesús, esperaban un Mesías político, poderoso, capaz de zafarlos a ellos del yugo romano, siendo que había varias profecías, como por ejemplo, Isaías 53, en que se decía que el Mesías sería como un varón de dolores, sufriente, como un cordero, que moriría y que resucitaría? ¿Por qué ellos no pudieron creer las profecías que hablaban de un Mesías sufriente que moriría y resucitaría? ¿Saben por qué? Porque las interpretaciones que el Talmud había hecho no contemplaban la venida de un Mesías como un cordero. ¡El Talmud los había enceguecido! La tradición oral había logrado opacar la Torá y los profetas y cerrar el entendimiento de los judíos respecto al Mesías.

Amados hermanos: ¡cuidado con 'nuestra' tradición! Han comenzado a escucharse entre nosotros frases como éstas: “En nuestros ... años de existencia...” ¿Qué significa esa frase? Que ya tenemos una tradición de ... años... ¡Cuidado! Con ese mismo predicamento, entonces, los hermanos tales o cuales podrán decir: “Nosotros, con nuestros quinientos años de historia...” ¿Qué es eso? ¡Tradición!

La tradición puede tejer una red de cadenas que nos aten al pasado, y que nos impidan ver la voluntad de Dios para este día. Las tradiciones nos atan a la manera como Dios obró ayer, y como que Dios tiene que estar obligado a actuar como lo hizo ayer. Así que, amados hermanos que se reúnen en Centenario, que tienen la revelación de Cristo y de la iglesia, ¡cuidado con vuestra joven tradición!

¿Han escuchado frases como ésta?: “Nosotros nunca lo hemos hecho así. ¿Por qué tendríamos que hacerlo?”. “Nunca hemos cantado así. ¿Por qué tendríamos que cantarlo?”. “Nunca hemos acostumbrado así. ¿Por qué tendríamos que hacerlo?”. ¿Qué es eso? ¡Talmud!

Mire, cuando hay una congregación que no cree que el Espíritu Santo la esté dirigiendo, entonces tiene que asegurarse -a través de reglamentos, de leyes, de ordenanzas y tradiciones-, asegurarse un camino; porque si no, se pierde, se extravía, se confunde. Pero si hay una congregación de santos que creen ciertísimamente que hay Uno de arriba, el Espíritu de verdad que los guía, que los conduce, entonces no necesitan consultarle al pasado para saber cómo hacer las cosas hoy; ¡simplemente, le consultan al Señor! Hermanos, los que tienen tradición -y más encima, escrita- no necesitan preguntarle al Señor. Basta que miren atrás, y lean en el Reglamento: “En el artículo uno dice... ¡de esta manera tenemos que hacerlo!”. Si fuera así entre nosotros, sería la mayor pérdida, porque ya el Señor no sería glorificado, y ya no necesitaríamos de Él.

Amados hermanos, en el mundo una institución es más o menos respetable si puede decir: “Desde 1845”, o “Desde 1920”. Nosotros, más vale que no digamos nada... Nosotros tenemos que servir a Dios en nuestra generación, y después, si a él le place, debemos desaparecer... ¡Que él nos interrumpa cuando quiera! Más que conformar una tradición, la iglesia debe irse zafando de ella, para ser dúctil a la guianza del Espíritu.

Lo más peligroso de la tradición es que se nos va pegando sin que nos demos cuenta de ello. Cuesta juzgarnos con objetividad, porque la tradición forma parte de nuestra subjetividad. Para romper este círculo debemos aceptar el juicio de otros, y el escrutinio permanente del Espíritu Santo.

No queremos las tres “T”

Muchos grupos cristianos se aferran a estas tres cosas, Otros se aferran a una o dos de ellas. Pero sea como fuere, eso significa descansar en algo menos que Cristo. ¡Nosotros abominamos de estas tres “T” cuando ellas impiden al pueblo de Dios depender exclusivamente del Espíritu y glorificar exclusivamente al Señor Jesucristo! ¡No queremos las Escrituras por sí! ¡Queremos al Cristo de las Escrituras! ¡No al templo como un lugar sagrado! ¡No! ¡Queremos a Dios que habita en la iglesia, que habita en el corazón de los creyentes! ¡No una tradición, no! ¡La dirección del Espíritu paso a paso, día tras día, constante, permanente! ¡Que el Señor tenga misericordia de nosotros! (¡Amén!).

¿Estamos dispuestos, amados hermanos, a decir: No a la Torá, no al Templo, no al Talmud? (¡Amén!). ¡Sólo Cristo nos basta! ¡Cristo es todosuficiente para nosotros!

Hermanos, ¡qué precioso es Cristo! Si algo que hace la gloria de la iglesia, la gloria de la reunión -aunque sea en un lugar pequeño, con tres o cuatro reunidos- lo que hace la gloria nuestra, la hermosura, la belleza, la luz que resplandece entre nosotros ¡es Cristo! ¡El día que lo perdamos a él, lo perdemos todo! ¡El día que los árboles nos impidan ver el bosque, lo perdemos todo! ¡Las cosas santas (y las supuestamente santas) no pueden impedirnos ver al Santo! ¡Queremos al Santo Hijo de Dios! ¡Bendito es el Señor!

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Aguas Vivas
http://www.aguasvivas.cl/
 

http://www.aguasvivas.cl/centenario/18_obrando.htm

Dios obrando en el corazón

Domingo 28 de julio de 2002

La abundante provisión de Dios para el cristiano, y su obra permanente en el corazón, le capacitan para ser luminares en un mundo tenebroso.

Gonzalo Sepúlveda H.

"Porque no os demos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad" (2 P. 1:16).

En estas dos expresiones, el apóstol Pedro resume la esencia de su ministerio, a saber: el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo. Dice que no ha sido algo que ellos hayan inventado. No es una fábula -una fábula es una invención humana-, "sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad". La palabra del apóstol tiene, por tanto, la fuerza de un testigo presencial.

"Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. 18Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo" (17-18).

Aquí hace una referencia a aquella oportunidad en que, en un monte, el Señor se transfiguró delante de ellos, su rostro se volvió como el sol resplandeciente y aun sus vestiduras se volvieron blancas. Y ellos oyeron esta voz. Pedro estaba allí.

Una palabra profética segura

Luego dice: "Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo" (19-21). ¡Gloria al Señor!

La palabra profética que menciona el apóstol Pedro la compara a las profecías de aquellos santos hombres de Dios que en otro tiempo hablaron no de su propia cuenta, no de sí mismos, sino que fueron inspirados por el mismo Espíritu de Dios. Él está en otro tiempo, ahora, y dice: "Tenemos la palabra profética más segura".

Hermanos, estamos dentro del Nuevo Pacto, luego de que nuestro Señor Jesús vino a este mundo, murió por todos nosotros en la cruz, resucitó de entre los muertos, y hoy está coronado de honra y de gloria a la diestra del Padre. De él damos testimonio en este día. ¡Bendito es el nombre de nuestro Señor Jesucristo!

Hay palabra profética también en estos días. ¿Qué es la palabra profética? No es simplemente un sermón bíblica y teológicamente correcto. La palabra profética es la palabra de Dios necesaria para este día, la palabra que trae Dios mismo, porque Dios no está callado. Él hizo la boca, él no es un Dios mudo, no es un ídolo que tiene boca y no habla. Nuestro Dios tiene palabra para todos los tiempos.

El Señor despierte esa palabra en muchos siervos en estos días, porque no tenemos la pretensión de ser los únicos que tenemos la palabra de Dios. Pero tampoco podemos negar que la tenemos. No es una pretensión ni tampoco una falsa humildad. Muchos profetas de Dios hay hoy en el mundo y creemos que el Señor también está trayendo en estos días una palabra profética segura. Y dice aquí: "...a la cual hacéis bien en estar atentos..." Hacemos bien en estar atentos a esta palabra profética segura, que es como una antorcha que alumbra en lugar oscuro, porque el lugar oscuro es el mundo hoy día.

Sin embargo, el anuncio de Pedro, más adelante, dice: "Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado, y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme" (2:1-3).

La falsa profecía

Junto con haber una palabra profética segura, existe también la falsa profecía. ¿No lo sabremos nosotros? ¡Estamos rodeados de tanta falsedad, estamos rodeados de tanta hipocresía, estamos rodeados de tanto cristianismo deforme! Dos cosas ocurren: una consiste en negar al Señor que los rescató, y la otra en hacer una burla de la Venida del Señor, porque en el capítulo 3:3 dice: "...sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación".

Dos cosas: negar al Señor, y burlarse de la promesa de la venida gloriosa del Señor. Hay una falsa profecía, es como si el Señor nunca fuera a venir. Y el mundo hoy día está dando vueltas en sus planes, en sus propósitos, en sus dolores también, en su locura. Hermanos, esa es la condición del mundo. El mundo da vueltas y vive como si el Señor nunca fuera a venir, como si hubiese sido falsa la promesa de que él volvería a venir.

Así está el mundo, pero no sólo el mundo, sino todos aquellos que hoy día, teniendo el nombre de Dios en sus labios, están más preocupados de defender una buena doctrina, están más preocupados de sus programas religiosos, de seguir a líderes carismáticos, etc. Y nos encontramos con un cristianismo dividido, con una cristiandad ocupada en tantos programas y sistemas. Cada día aparece una nueva corriente. Vienen los grandes profetas, vienen los grandes apóstoles a implantar su nueva doctrina, su nueva corriente...

El Señor tenga misericordia de todos los hombres hoy día: de los que están en las tinieblas y de los que están siguiendo una religión que no los confronta con el único Dios verdadero.

El apóstol, al principio, decía: "Nosotros os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo". Hermanos, necesitamos probar el poder del Señor y necesitamos estar conscientes de la venida del Señor. ¡Hay un poder para vivir en estos días la vida de Cristo! Y también la iglesia ha de tener una conciencia cada día más despierta, más atenta, porque el Señor pronto viene.

Si supiéramos que el Señor viene mañana mismo, ¡cuál sería nuestra actitud? Nosotros tenemos que vivir así, pensando que tal vez esta sea la última reunión. Pensemos que tal vez esta sea la última vez que vamos a estar juntos aquí. ¡Oh, si así fuera, Señor! ¡Oh, si el próximo domingo estuviéramos en la presencia gloriosa del Señor, y se cumpliera todo lo que los profetas han dicho, todo lo que la palabra ha anunciado! ¿Cómo estaríamos entonces? ¡Estaríamos resplandecientes, sin dolores, sin depresiones, sin penas, con un gozo inefable en la bendita presencia del Señor!

La condición del mundo

Entonces, no nos sujetamos a este mundo, ni pretendemos -como algunos- mejorar la sociedad. La sociedad ha despreciado al Señor, este mundo ha aborrecido a Dios. ¡Este mundo está condenado! El Señor dijo: "No ruego por el mundo, sino por aquellos que del mundo me diste". ¡Ay de la pretensión de aquellos que quieren mejorar la tierra! ¡Esta tierra está destinada al fuego y a un ardor de fuego que va a devorar a los adversarios!

El Señor hoy día quiere rescatar a los hombres del mundo, y esa es nuestra tarea. Que el Señor nos abra puertas para rescatar a muchos que hoy día yacen en las tinieblas, no conocen a Cristo, siguen inmersos en su incredulidad y en su condenación. Porque el mundo entero está bajo el maligno.

Durante este período de tiempo, Satanás es el que gobierna este mundo. Detrás de la cultura está el diablo mismo, detrás de los grandes sistemas económicos está Satanás, detrás de estos grandes conglomerados de los cuales se ufana el hombre hoy día. Hay una mente detrás de todo eso. Ahí está el Humanismo, el hombre exaltado. Esa es la condición terrible del mundo.

¡Hay que decir que el Señor viene! ¡Hay que decir que el mundo está bajo condenación! ¡Hay que decir que la voluntad de Dios no es la división, sino la unidad de corazón de todos los hijos de Dios! Habrá hombres que querrán oír. El Señor tenga misericordia de todos. Y, oigan o no oigan, la palabra profética deberá ser pronunciada. Se resista o se reciba, la palabra profética hay que anunciarla.

Tres escenarios

Hermanos míos, quedamos reducidos finalmente a un remanente pequeño. Porque a pesar de que este local está lleno, todavía somos tan pocos. Al final, hermanos, es como si hubiese tres escenarios hoy día en el mundo: el mundo en sí -el mundo incrédulo-, el mundo religioso, y la casa de Dios.

Al mundo, el Señor le dice que está condenado, y la gente debe arrepentirse de sus pecados para venir a la salvación. Es posible que haya alguno aquí que está en absoluta ignorancia del amor de Dios en Cristo y tal vez todavía está en la condición de mundano, de una persona cuyo corazón nunca se ha abierto para Cristo. Si está presente en esta asamblea, el Señor pueda tocar su corazón, y pueda convertirse al Señor, conocer el poder de Dios dentro de su corazón, conocer a Cristo su Salvador.

Pero, amados, hermanos, el Señor tiene una palabra para su casa. Al final, el escenario más cercano que nosotros tenemos es la casa del Señor. Finalmente, los que más se alegran con la palabra de Dios son los hijos de Dios, son los hermanos en Cristo. A ellos, el Señor les revela su palabra. ¡El Padre nos está revelando a su Hijo! ¡El Padre nos está desentrañando sus tesoros escondidos! ¡Qué privilegio más grande que tú estés oyendo la palabra del Señor! ¿Te alegras con la palabra del Señor?

No son muchos los que se alegran con la palabra de Dios. Hay muchos que se alegran con un tipo de reunión religiosa, pero no se alegran necesariamente con la palabra de Dios. Hay otros que se taparán los oídos y no querrán oír. Mas, nosotros nos alegramos cuando hay una palabra del Señor que puede traspasar el corazón. Y yo le digo: "Señor, háblame no más, lávame no más, prepárame no más"...

Porque a través de la palabra, el Señor prepara a la iglesia. La iglesia se goza con la palabra, porque su palabra produce un lavamiento (Ef. 5:26). Me deja más preparado, me aprovisiona. Cuando oigo una palabra del Señor, me siento más lleno de Cristo. ¡Aleluya! Cuando oigo una palabra que me traspasa hasta lo más profundo, entonces doy gracias, porque digo: "No estoy sin alimento. Tengo tantas cosas que enfrentar en los días venideros, ¡pero qué bueno que hay alimento en la casa de Dios, qué bueno que hay grosura, qué bueno que hay un consejo, qué bueno que me ayudan a ver lo que es el poder del Señor y lo que es la venida de nuestro bendito Salvador! ¡Bendito es el Señor, hermanos! ¡Alegrémonos por lo que tenemos! ¡Alegrémonos porque el Señor nos ha bendecido! ¡Alegrémonos por todo lo que hasta aquí el Padre nos ha revelado!

Hermanos, a unos, el Señor los estará llamando al arrepentimiento. A otros les estará diciendo el Señor: "¿Para dónde vas? ¡Arrepiéntete! ¿Qué énfasis estás apoyando? ¿O estás entretenido en doctrinas, en programas, enredado en sistemas?".

Hay mucha gente frustrada. Sin embargo, creemos que hoy día hay muchos hermanos que están contentos. Están contentos porque saben adónde van. Están contentos, porque están conociendo al Señor profundamente, y lo aman de todo corazón. ¡Gloria al Señor! Saben adónde van, conocen la provisión de Dios, están felices. También saben -y sabemos, hermanos- que la mayor responsabilidad es nuestra, porque al que más se le ha dado más se le demanda. Es grande también nuestra responsabilidad.

Por otro lado -quiero decir esto con toda confianza- creo, hermanos, que la mayor esperanza del Señor es que un pueblo como el que aquí está reunido esta mañana sea un pueblo que lo represente bien. El Señor tiene su mayor esperanza en que tú y yo, oyendo esta palabra, estemos apercibidos. La mayor esperanza del Señor es que haya un pueblo celoso de buenas obras, un pueblo que se prepare para su venida, que esté cada día apercibido, cada día llenando su corazón, cada día resplandeciendo, cada día dando testimonio de Cristo. Entonces, habrá esperanza para el resto de los hijos de Dios, habrá esperanza también para el mundo, si nosotros podemos mostrarles a Cristo, sea por nuestra palabra, sea por nuestro testimonio. ¡Que el Señor nos socorra!

Como luminares en el mundo

Veamos ahora una palabra en Filipenses, capítulo 2. Esta palabra es muy similar a la anterior. "Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; 16asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado" (Fil. 2:12-16).

Oh, hermanos, estamos en medio de una generación maligna y perversa. ¿Usted está de acuerdo con eso? Entonces, el Señor llama a los suyos para que sean irreprensibles y sencillos. No aparatosos, sino sencillos. No grandilocuentes, no aparentado nada, sino con sencillez. Porque lo que creemos es verdad. El que está seguro de lo que tiene no necesita aparentar nada. ¡Somos creyentes! ¡Amamos al Señor Jesús y esperamos su gloriosa venida! Con sencillez de corazón, hemos de dar un testimonio al mundo. E irreprensibles, porque tenemos que llenar aquella medida de verdaderos hijos de Dios, de los cuales Satanás no tenga acusación, y el mundo no tenga nada que decir de nosotros.

¿De dónde sacamos los recursos para esto, para ser irreprensibles y sencillos? Ahí están, en la palabra, en el versículo 13.

Dios nos llama a que, en medio de esta generación, haya hombres y mujeres que resplandezcan como luminares en el mundo. Ese es nuestro llamado: el Señor te ha escogido a ti y a mí, nos ha escogido, para resplandecer. El Señor espera que haya luminares, que alumbremos a este mundo. ¿Dónde los va a buscar? El mundo no quiere oír, ellos están muertos en delitos y pecados. Y el mundo religioso hoy día está dando un espectáculo religioso. ¡El Señor te socorra a ti y a mí, para que encuentre hombres y mujeres que resplandezcan! Y para que, que conociéndonos, puedan conocer otros a Cristo el Señor, puedan encontrar la verdad y la venida de nuestro Señor Jesucristo: el poder y la venida del Señor.

"Ocupándonos de nuestra salvación..." ¡Aleluya, porque tenemos salvación! Qué bueno es afirmar esto, hermanos. ¡Nosotros tenemos salvación! ¡Aleluya! Nosotros conocemos la salvación, ¡porque conocemos al Salvador! ¡Jesucristo el Señor, él es nuestro Salvador! Entonces, nos ocupamos en la salvación que tenemos. ¡Amén, hermanos! Nos ocupamos en el Salvador que tenemos. Así lo hemos hecho esta mañana, alzando a él nuestras manos, reuniéndonos en su Nombre. ¡Estamos ocupados de Cristo! ¡Gloria al Señor! ¡Ocupados del Señor... Eso permitirá que resplandezcamos!

La magnífica provisión de Dios

El versículo 13 está lleno de provisión. "Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad". ¡Gloria a Dios! ¡Dios! ¡Qué bendita palabra! ¡Dígala otra vez! ¡Dios mío, Señor! ¡Dios glorioso! ¡Dios eterno! ¡Dios único, santo, sublime, verdadero! ¡Qué precioso es nuestro Dios!

¡Hay un Dios, hermanos! Ese Dios que hizo todo lo que existe, ¡es mi Dios! ¡Es nuestro Dios! Él nos conoce. Conoce nuestra fragilidad, conoce nuestra debilidad, conoce toda la problemática que rodea a tu familia, tu negocio, tu corazón, tu necesidad. ¡Dios nos conoce! Él no necesita que le informemos del estado de nuestro corazón, porque él sabe en este mismo momento cuál es nuestra necesidad. Nada hay que él ignore. Si hay una enfermedad, si hay una dolencia -cualquier cosa-, el Señor te conoce, hermano. Sabe de cuántas cosas estamos rodeados, cuántas cosas que quisieran apartarnos de él, cuántas cosas quisieran llevarnos a un lado o a otro, él lo sabe todo. Y sabe también la debilidad interna que cada uno de nosotros tiene, con que podríamos ser seducidos en un sentido o en otro. ¡Dios lo conoce todo! Y, a pesar de que nos conoce, él -por medio de la sangre de su Hijo Jesucristo- ¡nos redimió, nos compró! ¡Hoy somos pueblo suyo! ¡Me gozo de ser un miembro del pueblo de Dios! ¡Me gozo de ser un hijo de Dios! ¿Y tú, te gozas, hermano? ¡Yo me gozo de ser un hijo de Dios, me gozo de estar emparentado con Dios! ¡Me gozo de tener a Dios por Padre!

Entonces, Dios no me deja sin provisión. Dios "...es el que en vosotros produce..." ¡En nosotros produce! ¡Dentro de nosotros, Dios produce algo! ¡Esta es la provisión de su palabra para ti y para mí!

Porque somos más que cuerpo físico. No sólo tenemos cuerpo. Somos más que alma. No sólo tenemos voluntad, sentimientos, inteligencia, esa personalidad tan característica que usted tiene. ¡Somos más que eso todavía: Tenemos espíritu! ¡Y la palabra bendita del Señor ha penetrado hasta lo más profundo! ¡Si el Espíritu de Dios se ha unido al espíritu humano, entonces nosotros tenemos a Dios mismo adentro! Para que se cumpla esta palabra, tiene que ser así. Y esta palabra, unida a otras Escrituras, ¡nos ayuda a ver que el creyente tiene al Señor mismo adentro! ¡Aleluya, hermanos!

Entonces se dirá que "Dios es el que en vosotros produce..." ¿Qué está produciendo Dios dentro de los creyentes? ¡Qué precioso es esto, hermanos! ¡Qué glorioso es todo esto! ¿Cómo puedo saber que Dios está obrando dentro de mí? ¿Qué señales tiene un creyente verdadero, auténtico? Porque no queremos apariencia, hermanos. ¡Qué terrible sería vivir de apariencias! ¡Qué terrible sería vivir creyendo algo que no es real, viviendo una irrealidad! ¡Qué terrible sería tener una religión dominical, pero no tener al Señor en el corazón!

Una intranquilidad permanente

¿Cómo lo sé? Sencillamente, porque hay dentro de mi corazón un sentimiento de intranquilidad permanente, un disconformismo. Un verdadero creyente no está satisfecho nunca, siempre está intranquilo, tiene un sentimiento de juicio para sí mismo. Esa es una gran señal de que Dios está allí. No estoy conforme como estoy, porque la medida de Dios revelada dentro de mi corazón es más alta que mi estado. Sé que el Señor quiere más de mí.

A un hombre que tiene a Dios, el Espíritu Santo le da testimonio en su corazón, y ese hombre nunca está conforme. No está reposado, tranquilo. No mira televisión tranquilo, no se sienta tranquilo, no viaja tranquilo. ¡Ha entrado en una comunión con el Dios alto, glorioso, santo y sublime! Por tanto dirá: "¿Cómo estoy ocupando el tiempo? No estoy tranquilo como lo estoy ocupando. Mis recursos, ¿cómo los estoy ocupando? No estoy tranquilo, no estoy conforme". Porque hay una vida superior adentro de nosotros, que nos está dando testimonio constantemente de lo que le agrada a Dios y de lo que no le agrada. Si alguien no ha sentido nunca esto, es porque no tiene al Señor. Es probable que usted sea muy religioso, y cante muchas alabanzas, pero nunca ha tenido este sentimiento de estar disconforme, intranquilo consigo mismo.

¡Bienaventurado es aquel que acepta la voz interior, que no es su propia voz, ni siquiera su propia conciencia! Es el Señor mismo por su Espíritu que lo tiene intranquilo: Dios está produciendo algo, y junto con eso se produce también un anhelo. Ahí está la medida del Señor más elevada: Yo no me conformo con mi estado, quiero avanzar hacia el punto donde Dios me quiere tener. ¿Cuántos sienten esto? Amén, hermanos, ¡qué precioso es esto! Porque esa aspiración es otra señal interior.

Una aspiración

Hermanos: primero, no estamos conforme con nosotros mismos; segundo, tenemos una aspiración, queremos estar en el punto donde Dios nos quiere tener. Eso no es algo tuyo, porque si tú fueras del mundo, amarías el mundo, estarías pensando en la próxima fiesta, y tu mundo sería la próxima película, el próximo viaje... Pero los que tenemos al Señor adentro, estamos soñando con otra cosa, estamos aspirando a cosas mejores. ¡Vemos la gloria del Señor, y caminamos hacia allá! Dios produce ese querer y ese hacer por su buena voluntad, porque no sólo nos quedamos con las buenas intenciones, no sólo nos quedamos mirando el ideal. Voy a despojarme de lo que me tenga que despojar, y me cueste lo que me cueste, avanzaré mirando a mi Señor. ¡Así son los hombres y mujeres que tienen a Cristo adentro! ¡Así somos los creyentes, los hijos de Dios que esperamos la venida del Señor y que en estos días probamos su poder!

No andamos por el poder de la buena educación, de la buena cultura. Lo que más sirve, hermanos, es echar mano a la provisión de Dios, a la vida eterna que nos ha sido dada, ¡a Dios mismo que en nosotros produce tanto el querer como el hacer! ¡Bendito sea el Señor! ¡Qué glorioso es tener a Dios adentro!

¡Qué salvación más grande, hermanos! Hay una salvación eterna, sí, la hay. Hay una salvación del infierno de fuego, sí, la hay. Un día todas las almas de los hombres comparecerán ante el trono de Dios. Sin duda que será así, ese tiempo viene y se acerca. Y en aquel día quedará claro que el que no fue hallado en el libro de la vida será arrojado al lago de fuego. Algunos tendrán que esperar hasta aquel día para saber si eran o no salvos. ¡Qué terrible! Pero nosotros, hoy día, estamos dando a conocer el poder y la venida del Señor. ¡Porque eso quiere el Señor, que conozcamos su poder hoy, que vivamos una salvación ahora, para que hoy resplandezcamos en el mundo!

¡Tanta palabra oída, tantos años reuniéndonos! Es tiempo ya que comience a surgir un pueblo que glorifique el nombre de su Dios, un pueblo que deje el egoísmo afuera, que deje la envidia afuera, que deje la carnalidad atrás, que deje toda mentira y toda falsedad; y que con corazón limpio invoque el nombre del Señor, que nos amemos entrañablemente, y resplandezcamos como luminares en medio de las tinieblas de este siglo. ¿No es tiempo ya que ese pueblo surja? ¿Dónde lo va a encontrar el Señor? Hermanos, lo va a encontrar sólo entre aquellos que se apartan de verdad para Dios, echando mano a los recursos suyos.

Amado hermano, ¡hay provisión en el Señor! Porque el Señor no permite que el recién nacido llore de hambre, sin haberle provisto la leche materna. El niño llora porque tiene hambre, ¡pero en los pechos maternos hay una abundante provisión que lo saciará completamente! Y a nosotros se nos dice que, como niños recién nacidos, deseemos la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcamos para salvación. ¡Hay leche, hermanos, hay comida, y en la casa de Dios hay abundancia¡ ¡Hay grosura en su casa, para ser completamente saciados de ella! (1 P. 2:2; Sal. 36:8).

¿Y qué es esa grosura, hermanos, qué es esa abundancia, sino Cristo mismo, el pan vivo que descendió del cielo? El mismo Señor, que habita por la fe en nuestros corazones, que no nos deja tranquilos, que nos hace aspirar a las cosas mejores, y que nos ayuda y nos socorre por dentro para dejar atrás toda debilidad, y nos ayuda a tomar una decisión: "Voy a caminar contigo, Señor; voy a ir en pos de ti, voy a entregarte mi corazón, voy a dejar mi mezquindad atrás. No quiero ser como aquellos que retroceden para perdición, no quiero ser como aquellos que serán hallados entre los tibios, vomitados de la boca del Señor. ¡Quiero ser como aquellos que esperan que su Señor regrese!"

¡El Señor viene, hermanos! Tu corazón tiene que estar preparado desde hoy día.

Si no tienes al Señor, nunca vas a sentir esto. Y el pecado será para ti simplemente una debilidad, un error humano. Pero, para el que tiene a Cristo adentro, aun un pensamiento pecaminoso lo hace arrodillarse y humillarse delante de su Dios. ¡El que tiene al Señor adentro tiembla ante la posibilidad de caer! Porque somos llamados a una santidad, a una perfección, a un caminar digno de verdaderos hijos de Dios; para que, entonces, en medio de esta generación maligna y perversa, podamos resplandecer como luminares en el mundo.

Una última figura. Un siervo de Dios contaba la historia de un hombre que había viajado a Japón, y quedó admirado. Japón está muy arriba en el hemisferio norte, muy cercano al Ártico. Y quedó admirado de que, siendo un país tan frío, pudiese tener vegetación casi tropical en algunas áreas, que se produzcan naranjos y bambúes. Es equivalente a que en la isla de Chiloé, al sur de Chile, hubiese naranjos (Que yo sepa, no hay naranjos en Chiloé). Sin embargo, en Japón hay naranjos y bambúes. ¿Por qué? A pesar de que el invierno es largo, la isla, a causa de su origen volcánico mantiene un calor interno -aunque por fuera hay un frío tremendo-. Y ese fuego hace que la vegetación suba y se mantenga floreciente.

¡Así hemos de ser nosotros en medio de este mundo! El mundo está frío, el mundo no tiene nada que ofrecerle a un creyente, el mundo no tiene por qué arrastrar a un verdadero creyente. Un verdadero hijo de Dios tiene un fuego adentro, ¡y nosotros vamos a ser un problema para el mundo! ¡Nosotros vamos a ser la luz que va a iluminar sus tinieblas! ¡Nosotros vamos a ser la voz de Dios que va a denunciar el pecado y la maldad del mundo, y no tendrá el mundo que atraparnos! ¡Más bien, el mundo tendrá que temer a los siervos de Dios, a las siervas de Dios, a los hombres y mujeres que se consagran para vivir la vida santa de Dios en medio de este mundo!

¡Qué grande es nuestro desafío, pero ahí está el Señor dentro! ¡Ahí está el fuego encendido por el Espíritu de Dios dentro de ti y dentro de mí! ¡Gloria al nombre del Señor!


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AGUAS VIVAS
http://www.aguasvivas.cl/
 

http://www.aguasvivas.cl/centenario/19_tropiezo.htm

Cristo, piedra de tropiezo

Domingo 4 de agosto de 2002

Hoy, igual que ayer, el Señor Jesucristo es piedra de tropiezo para los "edificadores", pero para los que creen, para los que se humillan, él es precioso. ¿En cuál de los dos grupos está usted?

Gonzalo Sepúlveda H.

Mateo 11:2-6 "... y al oír Juan en la cárcel los hechos de Cristo, le envió dos de sus discípulos para preguntarle: ¿eres tú el que había de venir o esperaremos a otro?. Respondiendo Jesús les dijo: Id y haced saber a Juan las cosas que oís y veis: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio, y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí".

Hermanos, esta mañana nos hemos reunido y hemos cantado y adorado al bendito Señor Dios nuestro. El Señor, que pronunció estas palabras, en este mismo momento está en el trono, resucitado de entre los muertos, glorioso en las alturas. Nuestro Señor Jesucristo vive y reina. De tal manera, hermanos, que no estamos citando aquí el pensamiento de un gran hombre que vivió alguna vez aquí en la tierra, sino que estamos dando testimonio de uno que vive. De tal manera que todo lo que dice aquí sigue vigente, plenamente vigente. También esta palabra: "Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí".

En los días de nuestro Señor, en los días de su carne, muchos encontraron tropiezo en su persona. Él sigue vivo hoy día, glorioso, su evangelio es predicado en el mundo entero, y nosotros estamos aquí esta mañana hablando de su glorioso nombre, y es posible que aun en nuestros días y aun entre nosotros haya alguna medida de tropiezo en cuanto a la persona o a la obra de nuestro Señor Jesucristo.

Él dice: "Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí". Esta palabra, unida a otra palabra del apóstol Pablo en Romanos 9:30, dice: ¿Qué, pues, diremos? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, es decir, la justicia que es por fe; mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley, pues tropezaron en la piedra de tropiezo, como esta escrito: He aquí pongo en Sion piedra de tropiezo y roca de caída; y el que creyere en él, no será avergonzado.

Esa palabra esta unida también a esta otra de 1Corintios 1:20 "...¿Dónde está el sabio? ¿Dónde esta el escriba? ¿Dónde esta el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios y sabiduría de Dios".

Hay un contraste aquí. Mientras para unos el Señor vino a ser tropiezo, para otros vino a ser poder, para unos vino a ser roca de caída, para otros vino a ser roca de salvación. Para unos el Señor Jesucristo vino a ser su principal problema, para otros el Señor vino a ser el gozo y la gloria más grande. ¡Bendito sea el Señor! Esto está vigente en estos días, plenamente vigente hoy, hermanos. Qué tremendo es que el Señor Jesús, enviado del Padre, que vino a dar luz y salvación a todos los hombres, para muchos vino a ser un tremendo tropiezo.

Tropiezo para los religiosos de su tiempo

Pienso en este momento en aquel sumo sacerdote que interrogó al Señor Jesús diciéndole: "Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios". Ante la irritación de Caifás, viene la serena respuesta: "Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo". (Mateo 26:63-65). Entonces, el Sumo sacerdote en un acto de celo religioso exacerbado, rompe sus vestiduras diciendo: "¿Qué más necesidad tenemos de testigos? ¡Ha blasfemado! Y los demás dijeron ¡es reo de muerte!".

¡Qué tropiezo! Un hombre que había estudiado tanto, que durante toda su vida había sido preparado para su sacerdocio, supuestamente para un servicio espiritual delante de Dios y para traer luz a los hombres. ¡La Luz vino, estaba delante de él, y no fue capaz de reconocerla! ¡Está frente a su Mesías... y lo condena! El Señor Jesús vino a ser un tropiezo para este hombre.

Hermanos, la principal razón porque el Señor era un tropiezo para todos los religiosos judíos de su tiempo, fue porque ellos estaban mas preocupados del servicio del tabernáculo, de guardar sus sagradas tradiciones, estaban tan preocupados de guardar la letra de la ley que se habían olvidado del Dios vivo. Por tanto, fueron incapaces de reconocerle el día que se les presentó en carne y sangre. Tropiezo fue el Señor Jesucristo, y sigue siéndolo en nuestros días para todo aquel que se aferre a su forma religiosa y para todos cuantos leen aun la Biblia misma buscando tan solo el detalle doctrinal, ocupados todo el tiempo en ver qué versículo concuerda con el otro y que es lo teológicamente correcto. Entonces, toda la atención queda fija en la "letra" de la Biblia y se olvidan del Señor que vive por los siglos.

Está bien estudiar y memorizar mucho las Escrituras, nunca descuidemos la palabra de Dios; pero que este libro, como tal, jamás nos haga perder de vista al Señor mismo.

Los que no hallaron tropiezo en él

Pero en los mismos días de nuestro Señor Jesucristo, cuando anduvo entre los hombres aquí en la tierra, hubo otras personas que no tuvieron tropiezo con él. Por ejemplo Simeón: anciano ya, entrado en años, tal vez medio ciego, va al templo en el día preciso, guiado por el Espíritu Santo, se acerca a una pareja muy sencilla. La mujer carga un pequeño niño en sus brazos... Simeón, movido por el Espíritu, se acerca a la mujer, y le pide el niño para tomarlo en sus brazos y entonces bendice a Dios diciendo: "Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación". (Lucas 2:28-30). ¡No encontró tropiezo en Cristo!

Recordemos también a aquella otra mujer, Ana, la profetisa, con más de ochenta años de edad. No se apartaba del templo, daba gracias a Dios y hablaba del mismo niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén (Luc. 2:36-38).

Oh hermanos, los sabios de su tiempo tuvieron muchos problemas con el Señor; también los gobernantes como Pilatos y Herodes, que se dieron el lujo de menospreciarle, no lo juzgaron digno de prestarle atención: le seguía una turba de indoctos, le seguían personas del vulgo... El Señor vino a ser un tropiezo para todos los grandes en sí mismos. Sin embargo, los ciegos, los sordos, los cojos, los leprosos, los pobres y aun los muertos, estos pequeños, estos despreciados de la sociedad, no hallaron tropiezo en él. ¡Gloria al nombre del Señor!

¿Por qué Jesús sigue siendo tropiezo para muchos?

Amados hermanos, ¿por qué es un tropiezo el Señor Jesucristo? ¿Por qué Aquel que vino para hacer milagros tan portentosos y a dar consolación, que vino a ofrecer su mismo reino y una salvación tan grande? ¿Por qué Aquel que sólo vino para beneficiarnos llegó a ser un problema para mucha gente? Aun en nuestros días el Señor sigue siendo un tropiezo para muchos. ¿Por qué? Porque todo aquel que se acerca al Señor tendrá que reconocer que es una persona débil, y que necesita de Cristo, tendrá que aceptar que su grandeza no puede permanecer en pie. Tendrá que aceptar que su orgullo y su egoísmo sean destruidos.

He aquí el tropiezo, porque el hombre quiere seguir siendo orgulloso, grande y famoso. La sabiduría y la enseñanza de este mundo siempre tratarán de levantar al hombre, de desarrollar en la mejor forma todas sus potencialidades, tratarán de hacerlo más sabio, más capaz, más competitivo. ¡Vivimos en una sociedad tan competitiva! Entonces, en esa competencia, todos tratan de ser los mejores, y resulta que cuando llegamos al Señor Jesús, nos encontramos con una cruz y que allí nuestra vida se acaba, nuestros planes se trastocan. En un sentido es como si la vida misma se nos terminara. ¡Qué contradictorio viene a ser todo esto, pero qué glorioso a la vez!

Muchos tropiezan porque asociarse con Aquel que fue crucificado en la cruz, les constituye una vergüenza, un vituperio. Ser cristiano, ser creyente, asociarse con Aquel que murió en la cruz no es algo muy popular. Asociarse tal vez con un gran pensador del mundo, como Heidegger por ejemplo, o declararse discípulo de Sartre o de Jacques Maritain, sí que resulta prestigioso y bien ponderado en los círculos académicos de la tierra.

Nuestra sociedad está basada en la exaltación de los atributos del hombre, pero quien viene a Cristo, se encuentra con alguien que le dice: "...Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame". ¡Qué tropiezo es la cruz! ... "Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo". (Mateo 16:24; Lucas 14:26-27). ¡Qué gran problema! Entonces el Señor viene a ser un problema para muchos.

El mundo hoy día ha encontrado en el Señor un tremendo tropiezo. "Podríamos aceptar -dirá el mundo- las enseñanzas del amor al prójimo, de poner la otra mejilla, de la paciencia, de la justicia social, de preocuparnos por los pobres, de alimentar a las multitudes hambrientas... Eso nos gusta de ti, Jesucristo, nos gusta ese amor por los desposeídos, esa parte social nos interesa, ese amor es bueno, es útil para los planes de nuestra sociedad, nos sirven para la solidaridad del mundo, etc...". Entonces el mundo lo pondrá al lado de otros grandes benefactores de la humanidad. "... Pero si nos vienes a hablar de que es necesario morir, de que hay que ser manso y humilde de corazón, que es necesario caer en tierra como un grano de trigo y morir, que el que se humilla es exaltado...". Entonces, los grandes no se querrán humillar, los famosos no estarán dispuestos a renunciar a nada. "¡Así no nos conviene Cristo!", dirán.

"Y si más encima nos dicen que este Cristo venció la muerte y resucitó al tercer día, menos nos conviene, porque eso significa que tiene una supremacía absoluta, que es divino en esencia. Y eso sí que nos complicaría la vida, porque tendríamos que abandonarlo todo, todo nuestro sistema gubernativo sufriría cambios radicales y a todos los hombres les tendríamos que enseñar a que doblen sus rodillas ante Aquél que está sentado en el trono y que le busquen de corazón y que lo tengan a él como lo principal y más importante de sus vidas. ¡Qué tropiezo es el Señor para todos los sistemas del mundo! ¡Es piedra de tropiezo y roca que hace caer!

Está profetizado en Daniel -el Apocalipsis del Antiguo Testamento- que hay una roca, una piedra no cortada con mano que destruye y derriba hasta desmenuzar la imagen del sueño del rey Nabucodonosor, que representa a todos los imperios de la historia del mundo (Daniel 2:34-35). No podemos desarrollar esa profecía en este mensaje, pero podemos declarar que el Señor Jesucristo aparecerá en poder, gloria y majestad y todos aquellos que no le recibieron serán derribados, cortados y él establecerá un reino sobre toda la tierra y su reino no tendrá fin. ¡Bendito Cordero de Dios, bendito Jesús, bendito sea su nombre! ¡Aleluya!

Quebrantados o desmenuzados

Veamos ahora otra palabra de nuestro Señor Jesucristo, Mateo 21:42,44: "¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los edificadores, ha venido a ser la cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto ¿y es cosa maravillosa a nuestros ojos?"..."y el que cayere sobre esta piedra será quebrantado; y sobre quien ella cayere, le desmenuzara". Hermanos a todos los hombres, ¡a todos!, les ocurrirá una de estas dos cosas: o caemos nosotros sobre esta piedra o ella caerá tarde o temprano sobre nosotros.

Hermanos, bienaventurados todos aquellos que caen sobre la piedra, dichosos aquellos que se encuentran con el Señor y no les significa un tropiezo, sino que encuentran en él su salvación. Felices y dichosos los que encuentran en Cristo no un tropiezo, sino la bendición más grande, la gloria más grande. Quebrantado... Sí, hermano, porque es imposible que tú vengas al Señor y permanezcas entero. De lo contrario, seguiríamos siendo meros religiosos. Si aun no hemos sido quebrantados, entonces todavía estamos "enteros" (firmes en nuestra manera natural de ver las cosas), siguiendo la forma externa de una religión más, todavía altivos, orgullosos y soberbios. Pero el que de verdad ha caído sobre esta Piedra, ha sido quebrantado, se ha vuelto dócil en las manos del Señor y de su Espíritu.

Este es el gran tropiezo de muchos, no quieren ser quebrantados, quieren seguir incólumes, quieren los beneficios de Cristo, los milagros de Cristo, que me multiplique los panes, que me sane las enfermedades etc. Lo queremos para que nos socorra... El hombre siempre ha buscado una divinidad a su medida. Esto denunciamos del mundo hoy con toda firmeza: el hombre siempre ha buscado un Dios que lo ayude. En todas las culturas tenían dioses protectores (producto de su propia imaginación) a los que ofrecían sacrificios humanos y otras muchas atrocidades, en su ignorancia. Estos eran dioses al servicio de los hombres. ¡Pero nosotros, amados hermanos, hemos venido a conocer al Dios vivo y verdadero!

¡Él es digno de todo honor, digno de ser servido! ¡Nosotros somos los que estamos al servicio de él! Es verdad que me ayuda y me sana, pero él está primero, mi necesidad está después. Busquémosle por lo que él es y no por lo que pudiera darnos, porque esto es lo que él quiere de nosotros. Quebrantado, el que cae sobre esta piedra ya no es el mismo. El gran tropiezo que tienen las personas que se acercan al Señor, es porque de alguna manera saben que si se asocian con él, un gran cambio tendrá sin duda que producirse: muchos deleites tendrán que quedar atrás, ya no podrá buscar tan sólo su propio bien sino también el de los demás. Muchos tropiezan porque temen, presienten que se les acerca una sentencia: habrá un cambio absoluto en su manera de ser, de pensar y de vivir. ¡Bienaventurado aquel que no halla tropiezo en el Señor!

La cruz es un tropiezo, porque venimos a Cristo y se acaba nuestra vida pasada. Y no sólo lo malo mío se termina, sino aun lo "bueno" mío -esto es lo que quizás más cuesta comprender- llega a su fin, porque ahora sólo Cristo tiene que ocupar todo el espacio de mi corazón.

El Señor sigue siendo la piedra de tropiezo. Con esta palabra ya hemos puesto bajo juicio el mundo con todas sus filosofías y corrientes, pero el Señor también es un tropiezo para el hombre religioso. Y cuando decimos "religioso", no nos referimos a quienes llevan vestiduras religiosas, sino más bien a la religiosidad natural que nos persigue a todos, porque la tendencia natural del hombre es apegarse a cualquier cosa menos a Cristo. Muchas veces la forma de hacer las cosas viene a ser tan importante, que el Señor mismo viene a quedar desplazado por las 'santas' formas que la religión impone. Que el Señor nos socorra hermanos, para mantenernos siempre en comunión viva con el Dios vivo y no descendamos de tan preciado privilegio para caer en las formas frías de una religión muerta. ¡Que siempre dependamos de él!

¿En qué nos es tropiezo el Señor a nosotros?

No piense usted que por estar reunido aquí esta mañana, que no pueda haber algo en alguna de las muchas áreas de su vida, que le resulte piedra de tropiezo la persona del Señor. Hermano, seamos más directos, más sencillos todavía para decir estas cosas: en mí y en usted hay algún punto en que el Señor es un tropiezo... ¡Líbranos Señor! Seamos humildes y capaces de reconocerlo delante de nuestro Dios hoy día. No diga alguno de nosotros: "En esto y en esto otro no tienen nada que decirme; en esto yo cumplo y en esto otro yo también he cumplido; por años yo he cumplido en muchas cosas, sólo tengo problemas en este pequeño asunto". ¡El Señor nos libre de todo argumento del Hades! Hermano amado, el Señor se lo merece todo. No nos confiemos en ninguna justicia propia. No sea que alguno se sienta santo en un "alto porcentaje" de su vida y se justifique por ello (se autojustifique).

Podría darse el caso en que incluso "mi santidad" se constituyera en un tropiezo para el Señor y que yo dijera: "A mí no tienen nada que decirme respecto a tantas cosas". Hermano, Jesucristo es el Señor y él tiene todos los derechos sobre todas las áreas de mi vida. ¿Está usted dispuesto a declarar esto con plena conciencia, sin el mero entusiasmo de una emoción? ¡El Señor Jesucristo tiene todos los derechos sobre todas las áreas de mi vida!

¡Que así sea Señor, que esto tenga cumplimiento en todos los que aquí estamos!

Amado hermano, pudiese ser posible para alguno que este aquí presente, por ejemplo un hijo nuestro, que el hecho de haber nacido en una familia cristiana le sea un tropiezo, ya que esto lo obliga a seguir ciertas conductas que su carne rechaza, y por tal motivo se lamente de no haber nacido en un ambiente distinto, o en otra familia.

¿Es un tropiezo para alguno el hecho de que el Señor tenga que venir a gobernarlo todo en su vida? ¿Es tal la miseria nuestra, que queramos reservarnos cosas en nuestras vidas para que el Señor no se meta? ¿Dirá alguien: que otros se consagren, pero yo no, que otros den fruto, a mí no me pidan tanto?

Hermano, que esta palabra sea para ti vida, que la atesores en tu corazón. Porque si tú no la recibes, yo descanso, porque suelto la carga que tengo, pero, ¿qué pasará contigo? Si tú no permites que el Señor gobierne tu vida, esta palabra podría ser condenación para ti, y podría cumplirse algo como esto: "Mejor les hubiera sido no haber conocido la verdad, que después de haberla conocido, se volvieran atrás (¡Oh cuán dura es esta palabra!), como el perro que vuelve a su vómito y la puerca lavada a revolcarse en el cieno".

Hermano, no sólo el mundo es condenado por la palabra, no sólo la religiosidad externa de los hombres que se amoldan a un determinado sistema es juzgada por la palabra, sino que aun el más cercano, aun para los hombres mas consagrados del día presente, el Señor podría ser un tropiezo para alguna área de sus vidas. ¡Que el Señor tenga misericordia de nosotros! Él ha dicho que es bienaventurado quien no halle tropiezo en él.

Hay otro argumento que es necesario derribar. Esto es, cuando hay un vituperio o un tropiezo en aquel aspecto mencionado por el Señor cuando dijo que era imposible que no vinieran los tropiezos: "Mas, ay de aquel por medio del cual vienen los tropiezos, ay de aquel que hace tropezar a los pequeñitos, mejor se atara una piedra de molino y se arrojara al mar". Ese es otro tropiezo que no tiene necesariamente que ver con la persona del Señor, pero sí hay un argumento muchas veces esgrimido: "¡Ah, pero lo que yo veo, la caída de éste", o "me defraudó aquel otro", y "la conducta de fulano", "Para ser como éstos, mejor no soy nada". ¡Ese argumento del enemigo no hace mas que esconder la soberbia íntima de aquel que busca una excusa para no humillarse ante Aquel que no lo defraudará nunca!!

¡Jesucristo es el Señor, hermanos! ¡Jesucristo es el gran vencedor, hermano! Él no te ha defraudado jamás. Y aunque tu padre y tu madre te dejaran, con todo el te recogerá. Y aunque te defraudara la congregación completa y todos los siervos, hermano, todavía Jesucristo está en pie. ¡Aleluya! ¡Él vive, él reina, él es digno de toda gloria!

Amado hermano, que la vergüenza no sea un tropiezo. Porque asociarse con el Señor Jesucristo implica vergüenza. Que esto esté claro desde el principio: Es verdad que hay gozo y que hay honra y muchas cosas gloriosas, pero también habrá muchos burladores que te señalarán con el dedo y te dirán: "Ah, tu también eres..."canuto" o religioso o fanático" . Prefiero que el mundo opine lo que quiera opinar. Que digan lo que quieran, ¡todavía creo que Cristo es más valioso! ¡e importa más el Señor Jesucristo que el vituperio del mundo! ¿Amén hermanos?

Hermanos, que las riquezas de este mundo no sean un tropiezo. Aquel joven rico tuvo ante sí la más grande oportunidad de su vida y la perdió porque para él eran más importantes sus riquezas. Tuvo la misma oportunidad que tuvieron otros que vinieron y se postraron a los pies del Señor, pero el la desechó. Tropezó a causa de sus posesiones materiales. "¡Oh Señor, tus enseñanzas me gustan, estoy dispuesto a guardar todo cuanto me mandes, pero lo mío no me lo toques, mi bolsillo no me lo toques!"

Una radiografía del hombre

Finalmente, hermanos, que nada nos impida la gloria de esta palabra. Los ciegos ven los sordos oyen, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio. Seis expresiones que definen la condición del hombre. Así ve el Señor al hombre, a todos los hombres. Porque todo aquel que no ve el cielo abierto y al Hijo del Hombre sentado a la diestra de Dios, todo aquel que no tiene ojos para ver la salvación de Dios en Cristo es un ciego, así éramos, ahora le vemos, ya no somos ciegos. Los cojos, así éramos y el Señor nos ha sacado de todo camino torcido, así es el hombre anda por muchos caminos a causa de su cojera hasta que se encuentra con Aquel que es el camino la verdad y la vida... Estas seis expresiones representan una radiografía espiritual del hombre... Los leprosos son limpiados, la lepra en la Biblia es el pecado, y ¿qué hijo de Adán no ha pecado? Esta tierra ha sido pisada por un solo justo. ¿Quién es él, cómo se llama?... ¡JESÚS, JESÚS, el Hijo de Dios! Todos tuvimos esta lepra. Así es el hombre, muerto en delitos y pecados; así estábamos, muertos, hasta que el Señor vino a darnos vida.

Cuando se menciona aquí a los pobres, ningún rico de este mundo queda excluido. Porque los Rockefeller, los Bill Gates, y los jeques árabes son unos pordioseros comparados con las riquezas de Aquel que es heredero de todo lo creado. Más aun, si las riquezas de aquellos son las corruptibles de este mundo, y si ellos mueren sin conocer las riquezas de la gracia de Dios en Cristo, aparecerán ante él como pobres, miserables, ciegos y desnudos.

Tú no eres tropiezo para mí

Amados, esto éramos nosotros sin Cristo. Pero ahora viene el bálsamo, porque el Señor Jesús no ha sido un tropiezo para nosotros. ¿Amén, hermanos? No hemos encontrado tropiezo en nuestro Señor. ¡Gracias Señor por las manos que se levantan! ¡En vez de ser tropiezo, el Señor ha sido mi luz y mi vida! ¡En vez de tropezar en él, ha venido a ser mi camino y mi sustento, mi esperanza, mi gloria, mi redentor, mi sumo sacerdote, mi cabeza y mi fundamento! ¡Mi amado! ¡Señor Jesús, tú no eres mi tropiezo, tú eres mi amado!

Digámoselo juntos hermanos: ¡Señor, tú no eres mi tropiezo, eres mi amado y mi Señor! Tú abriste mis ojos, tú curaste mis heridas, has venido a ser mi consuelo, sanaste mi cojera, enderezaste mis pasos, sanaste mi lepra, perdonaste mis pecados, me diste vida, me pasaste de muerte a vida, me enriqueciste, me adoptaste, soy tu hijo. ¡Aleluya! ¡Soy un hijo de DIOS!

¡Te bendecimos Señor, te damos gracias, nos regocijamos en ti. Bendito sea tu nombre!


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AGUAS VIVAS
http://www.aguasvivas.cl/
 
Estimado Bart:

Yo tengo en mi disco duro el archivo sobre las 3 T que lo saqué de www.eternoamor.org web de mi hermana y amiga en Cristo Rocio Salazar.

Es un buén archivo que te agradezco que lo hayas incluido.

En el amor de Cristo
:corazon:
 
Originalmente enviado por: vilobe42
Estimado Bart:

Yo tengo en mi disco duro el archivo sobre las 3 T que lo saqué de www.AmorEterno.org web de mi hermana y amiga en Cristo Rocio Salazar.

Es un buén archivo que te agradezco que lo hayas incluido.

En el amor de Cristo
:corazon:

Tuve un error es www.AmorEterno.org
 
Hola Virginia, me ha gustado mucho la Web de tu amiga. Aquí tienes otro mensaje tomado de la Web de Aguas Vivas, seguro que te va ha ser de bendición.

Bart

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http://www.aguasvivas.cl/centenario/20_libre.htm

¡Dejen libre a mi Amada!

Domingo 11 de agosto de 2002

Hay un lamento del Señor por su Amada esclavizada que los profetas de Dios han de conocer, y hay una obra de liberación que ellos deben realizar.

David Vidal S.

Estoy seguro de que cualquiera de los hermanos de C... que tuviera que habernos representado en la palabra hoy, habría hablado de Jesucristo, que es lo único importante que tenemos, es lo único valioso, es lo único para testimoniar.

Yo digo así porque si ustedes quieren conocer mi testimonio, sería solamente amargura, solamente pesadumbre, fracasos, tristezas ... ¡hasta que Él llegó! Y yo puedo testimoniar de Él ahora, y ahora cambia mi visión del testimonio, cambia la visión de lo que voy a hablar, ya no hablo de mí, hablo de Él.

Conocemos muchos predicadores, que toda su palabra, toda su predicación se basa en lo que ellos han hecho. O lo que Dios ha hecho para ellos. Nosotros decimos: "No, no hay nada en nosotros, nada. Sólo vasos de barro, donde tenemos la excelencia de Cristo. Es Cristo nuestra excelencia, Él en nosotros es la esperanza de gloria." ¡Aleluya!

¿De quién cantamos? ¡De Cristo! ¿A quién predicamos? ¡A Cristo! ¿A quién oramos? ¡A Cristo! ¡Hoy testificamos que Cristo es el hijo del Dios Viviente! Eso es lo que queremos decir. Cualquiera de los hermanos de C... tiene este testimonio. Nos encontramos, como decía E... ayer, en un recodo, pero sí nos encontramos con hermanos mayores, tenemos que decir la verdad. Hermanos mayores que al encontrarlos decimos, estamos siendo cobijados por su abrazo, cobijados por esta gracia, por esta palabra. Nos hemos gozado desde el viernes escuchando la palabra del Señor.

Me pidieron los hermanos que pudiera hablarles, y yo sé que los hermanos de C... están orando y diciendo: "Señor, ayúdale". Después de lo de E... ayer qué puede decir uno, sólo arrepentirse no más, sólo decirle: "Señor, aquí estamos, tu Palabra es dura, pero es verdad. Tu siervo es suave, tu Palabra es dura". Porque es firme como una espada que atraviesa, y uno dice qué podríamos decir, qué podríamos decir.

Así que anoche, al llegar a la casa, y luego de estar orando en la pieza, decía: "Señor, qué podríamos hablar, porque lo tuyo es lo que vale, lo tuyo es lo que queda, lo tuyo es lo que alimenta, lo que edifica". Cómo comienza uno después de lo que habló E..., lo que habló el Señor en realidad, hablemos así, lo que habló el Señor. Cuando Él toma un siervo y abre la boca y sale, es una trompeta, es un profeta.

Por eso todos los profetas dicen: "Vino a mí palabra de Jehová. No se me ocurrió, no fue una cosa mía, no fue una cosa estudiada, algo que yo pude sacar cuentas". Sino que dice: "Vino a mí palabra de Jehová". La característica primera de un profeta de Dios (que es de lo que hemos estado hablando), es que la palabra de es de Dios, y viene a él. Es algo de lo cual como que se quiere sacudir -dice un profeta- es algo como que se quiere sacar, pero "la mano de Jehová", dice Ezequiel, "la mano de Jehová fue más fuerte que yo". Es algo como que me toma y yo no puedo quedarme, tengo que sacarlo adelante, es una palabra no mía, es una palabra que quema en la boca, es una palabra que hay que dejarla en otro lado, hay que soltarla.

Porque yo no soy la palabra. Cuando yo soy la palabra quiero que se quede, quiero que la gloria sea mía, pero cuando un hombre tiene la gracia profética de Dios, cuando Dios lo toma, cuando la palabra viene sobre él, quiere soltarla, es una palabra que empieza a amargar el vientre también, es algo que no puede sostenerse.

Muchos hombres que han tenido que ser profetas de Dios, quiero decirlo así, antes de hablar empiezan con problemas en el estómago, con muchos nervios, y uno los ve paseándose, y a algunos los ve así como inclinados, diciendo: "¡Señor, ¿por qué?". En momentos en que el Señor nos toma, o nos lleva, tampoco hay que tener la irresponsabilidad de decir cualquier cosa y después decir: "El Señor me tomó". Pero ustedes entienden bien que es la palabra de Dios, que es la palabra profetizada, predicada, en lugares donde no nos quieren oír, en lugares donde no hay oídos aptos para esta palabra, allí es mucho más terrible.

Es fácil -entre comillas- hablar a un pueblo que está acostumbrado a oír de Cristo. Es fácil. Uno percibe, uno llega a captar en las sensaciones el Espíritu del Señor en la vida de los hermanos. Pero aun así también, aun así también, es terrible tener que ser la voz de Dios para reprender algunas cosas.

Este es el caso de Ezequiel, que fue llevado a la casa de Israel ... ¡a la casa de Israel! No fue llevado a Egipto, como Jeremías, ni al remanente, como Daniel, ni Juan, como un hombre que estaba profetizando, y hablando de arrepentimiento. Ezequiel fue llevado a la misma casa de Dios. Al pueblo amado. Al que tenía las promesas, al que tenía los pactos. Ezequiel era un hombre que posiblemente podía decir: "Yo voy a hablar y me van a entender". Es el mismo idioma, son los mismos milagros que hizo Dios en el desierto. Pero Dios le advierte, escuchen bien: "Si te escuchara otro pueblo, que no me conoce; si te escuchara otro pueblo que no invoca mi nombre, posiblemente te oirían, pero la casa de Israel es seguro que no te va a oír. ¡Ayúdenos el Señor!

Nos está diciendo el profeta Ezequiel que posiblemente de tanto escuchar, de tanto oír la misma Palabra, vayamos pensando - como nos enseñaba G...... - que ya no necesitamos, que está todo bien. (Estoy tratando de recopilar lo que hablaron mis hermanos ayer). Necesitamos el fuego de Dios otra vez, renovándonos, cada mañana son nuevas tus misericordias, cada mañana tú nos hablas. Tú nos hablaste ayer, pero es hoy también. Y será mañana que nos va a hablar, que nos va a acercar con su mano.

La gloria de Dios

Una de las cosas más terribles es que Ezequiel tuvo que hablarle a la casa de Israel. Capítulo 3 de Ezequiel ...

No hay ninguna palabra profética que no comience primero por la gloria de Dios, que no sea para restaurar la gloria, que no sea para poner a Jesucristo como el Señor de la iglesia, como el Señor de su casa. Quiero decir esto porque se están levantando y se van a levantar muchos más profetas de otras cosas. Profetas de la prosperidad, profetas de las sanidades, profetas de los milagros, profetas de los templos. Todos los profetas que son levantados en la Escritura tuvieron primero que ver la gloria de Dios. La experiencia de la gloria. Ver al Señor sentado -como Isaías- y luego profetizar. Que el Señor los tomara con fuerza ...

¿Cuántos profetas hay aquí? ¡Todos somos profetas! ... Entonces, lo que nos está diciendo el Señor, es: "Lo primero, si vas a profetizar, debes tener una experiencia primera con la gloria de Dios, con la persona de su Hijo, con la persona maravillosa de Cristo." Es lo que nos está diciendo desde el versículo 1 hasta el 10, y el 11 inclusive. Nos está hablando de esta figura extraña, de esta figura difícil de explicar, que algunos han llegado a usarla para decir: "Bueno, ¿se da cuenta? Son los ovnis, son ..." ¡Tonteras! Cuando un hombre quiere hablar de la gloria de Dios sin el Espíritu de Dios va a darle cualquier respuesta.

Cuando un hombre tiene la experiencia de ver al Señor sentado le cuesta explicarlo, ¡porque la gloria es mayor! Isaías dice: "Yo caí desmayado". Juan, al sonido de la trompeta, otra vez, cayó. No hay cómo explicarlo. La gloria de Dios es mayor. ¡Es mayor que el profeta! ¡Es mayor que la palabra profética! La gloria del Señor es lo que motiva al profeta a hablar. Es lo que motiva a la iglesia a cantar. Porque cuando cantamos también profetizamos. ¡Es la gloria de Dios!

Podríamos caer en este siguiente error: "Yo soy importante, yo soy parte del cuerpo de Cristo, así que si yo canto fuerte, voy a poder ayudar a la Iglesia a cantar". (¡No, no, no!) "La iglesia va a cantar mejor, va a escuchar más bonito, y cuando vengan otros hermanos de otro lugar, van a encontrar un canto ..." ¡No! No quieras ayudar en nada. Lo primero que debes hacer es tener una experiencia con la gloria de Dios.

Yo pensaba mientras ustedes cantaban -yo no dejo de mirarlos, me doy vuelta y los miro- veo sus rostros, veo sus manos, y cada vez que pasa un hermano acá me dan ganas de decirles: "Yo los conozco de Rucacura. Este es el hermano que cantaba en Rucacura. Mira, canta igual, canta en Rucacura, canta en su casa y canta aquí. Canta igual. Es un hombre que ha tenido la experiencia de la gloria de Dios. No se puede imitar esto. No se puede crear un ambiente así. Si tuviéramos que crear un ambiente así deberíamos traer a estos ... - perdonen, hermanos, yo voy a ser un poco más duro - telepredicadores, que con sus artes y sus formas, empiezan a llenar el espacio, pero seguro, seguro, cantarían dos o tres. Seguro sería uno cantando mientras los demás están escuchando. ¿Por qué es eso? Porque eso no tiene la gloria, no hay experiencia de la gloria de Dios. Cuando hay gloria de Dios, la iglesia alaba, la iglesia canta.

Así que lo primero que debemos decir es que antes de ser profeta, y antes de tener una palabra profética, debemos tener la experiencia de ver a Jesús sentado a la diestra del Padre con poder. ¡Sí, Cristo es el Hijo del Dios viviente! Eso es antes que los cantos. Eso es antes que todas las cosas. Es antes que la comunión ... ¡para la iglesia! La Iglesia es comunión, pero para que la iglesia tenga la autoridad debe decir: "Sí, Jesucristo es el Señor! ¡Sí, yo he visto al Señor sentado! Luego puedo hablar. Luego puedo testificar. Luego puedo cantar.

Nos pasa a nosotros cuando vamos llegando las primeras veces a las reuniones, cuando recién nos convertimos. Somos tímidos, pequeños, nos cuesta. Nos ha costado encontrarnos. Luego nos impacta una palabra. Vemos al Señor con todo su poder y toda su gloria. Y empezamos a soltar las amarras, y nuestra boca se abre. Y los hermanos van y ofrendan, y bendicen, y los abrazos son fraternos, porque hemos visto al Señor. No porque nos llevaron a una sala y nos dijeron: "Miren, los primeros puntos para hacer esto son ... Uno, tienen que saludar a sus hermanos. Dos, tienen que cantar fuerte. Así lo vamos a hacer ahora." No es una escuela. No es un método. Sólo la gloria de Dios puede provocar que la iglesia sea viva. Que una iglesia sea testigo. Que sea una iglesia sea una iglesia profética. La gloria de Dios.

¿Y en qué termina la profecía? ¡Termina con la gloria de Dios! Otra vez termina poniendo a Jesús en el lugar que le corresponde, poniendo a Jesús como Señor otra vez. Restaurando el lugar para que Jesús vuelva a su casa. Volviendo a los perdidos a Jesucristo. La profecía comienza, entonces, con la gloria de Dios. Y termina con la gloria de Dios. Para que en todo Él sea glorificado. ¡Qué bueno! ¡Gloria al Señor!

Quedan de lado los profetas. Por eso son tomados ... y con muchos dolor ¡son también dejados! Por eso son tomados, y muchas veces cuando el profeta quiere seguir, son muertos. Cuando el profeta quiere tomar la palabra y hacerla de él, muere. Cuando una Iglesia cree que la verdad - escúchalo bien - que la verdad es de ella (el grupo, el sector), el candelero empieza a apagarse. Porque la profecía comienza con la gloria de Dios, y termina con la gloria de Dios. El grupo, el sector, las cantidades, las guitarras, y aun nosotros somos instrumentos de la gloria de Dios. ¡Yo quiero ser instrumento de bendición! Amén.

Hay una actitud en el profeta -somos todos profetas- y cuando hablo de éste, hablo de ti, y hablo de mí. Hay una actitud en el profeta cuando cree que la profecía es de él. Cuando él cree que puede soltarla y tomarla a voluntad. Hay una actitud cuando él cree que la verdad le pertenece como algo propio. Esto es lo que yo quería hablarles hoy.

Empujado por la gloria de Dios

El versículo 12. "El Espíritu me elevó y oí detrás de mí un Espíritu de gran estruendo que decía: ¡Bendita sea la gloria de Jehová desde su lugar!". No estaba adelante: estaba atrás. No estaba delante cantando ni diciéndolo: estaba como empujándolo. ¡Bendita sea la gloria de Jehová! La palabra no es tuya, es bendita la gloria de Jehová. Está detrás. Está como diciéndole: "Anda, ya no te quedes más ahí, ya no sigas más en tu lugar. Ya no pienses que esta verdad es para jugar con ella, y gozarse solamente, y cantar. Anda a donde yo te estoy mandando." ¡Bendita sea la gloria!

Oí detrás de mí algo como que me empuja, algo como que me obliga. Algo como que me toma. Quiero decir con seguridad, para que me ayuden otros hermanos que han estudiado más la Escritura que yo, no creo que los profetas de la Escritura hayan querido tomar el lugar, no creo que hayan dicho aquí: "Yo, bueno, voy a ir a estudiar y ...". Fueron tomados por sorpresa, fueron tomados y les fue mostrada la gloria de Dios. Y dice uno de ellos por ahí: "Tú fuiste más fuerte que yo, Señor". Uno llega a decir: "Te lo digo desde este día - no sé si alguno lo ha dicho- no hablo más de tu nombre. Se acaba, cuando voy a hablar, me pegan una palmada. Cuando voy a hablar, me meten en un hoyo". No obstante, dice después, había un fuego de nuevo que me consumía, que tenía que decirlo, que tenía que hacerlo.

Muchas veces hemos querido decir: "Basta, cerremos las puertas y gocémonos. Somos el remanente, somos los únicos, no hay otro más. Pero quiero decirles que el fuego de Dios está hablándoles de nuevo, hay muchos y muchos que necesitan de la palabra de Cristo en la casa de Jehová. No en el mundo, en la casa de Jehová ...

Si tenemos que decirles algo de parte del Señor es: "Bendita sea la gloria de Jehová en su lugar". Sal Iglesia de Temuco, muévete con poder, no te quedes aquí en Temuco, abre tus puertas, no seas escasa, ensancha tu territorio. "No quiero, no estoy dispuesto", dice él.

"Oí también el ruido de las alas de los seres vivientes -estemos en el versículo 13- la una con la otra, y el ruido de las ruedas delante de ellos, y el ruido de gran estruendo. Me imagino todo lo que tuvo que hacer el Señor para moverlo, a estremecerse la tierra, y él allí quedándose, moviéndose. Yo digo: "Ustedes han visto la gloria de Dios". ¿Dicen amén? ¿Está Cristo entre ustedes? ¿El ruido de las alas está aquí en las reuniones? ¿Se mueve su gloria cuando cantamos? Muévete. "El Espíritu, pues, me elevó".

Hermanos ¿qué les parece? Después de haber escuchado a Dios mismo. Después de haber sentido el poder de Dios con las alas, el Espíritu no tiene otra cosa más que tomarme por la fuerza, elevarme, ya no puedo ir yo, él tiene que llevarme.

"Y fui ..." Suena así como: "Ya, bueno, si es así, tengo que ir." "Y fui en amargura, en la indignación de mi espíritu, pero la mano de Jehová era fuerte sobre mí." Hermanos, lo que ustedes tienen de Cristo es valioso para la iglesia, porque tienen a Cristo mismo, que es el fundamento de la Iglesia.

Un profeta atónito

"Y vine a los cautivos en Tel-abib, que moraban junto al río Quebar, y me senté donde ellos estaban sentados, y allí permanecí siete días ... ¿Cómo? ¿Lo puedes leer conmigo? ... atónito entre ellos." ¡Atónito! ¡Atónito! Esto es, impávido, sin movimiento, sin poder hablar. Atónito al ver a los hombres colgados de las manos, a los ancianos llevando la leña, a las mujeres siendo violadas. Atónito al ver lo que le estaban haciendo al pueblo de Dios.

Cuando vamos -los que hemos estado en la casa de Dios- a estar con hermanos amados, ignorantes muchos de las verdades de Dios, sin saber cantar, sin saber predicar, sin saber muchas verdades, nos hemos quedado atónitos. Nuestro corazón ha llorado. Hemos dicho: "Señor, ¿ésta es tu Amada? Sus grilletes y sus cadenas ya no son de acero, son de una palabra diferente; es un teléfono que está pidiéndole y pidiéndole ofrendas a la Iglesia, desarmándola y desnudándola, sin verdades y sin gracias.

Es la ofrenda pedida moviendo la ambición humana. "¡Si tú das, Dios te va a bendecir!" La iglesia desnudada ... Sí, fueron sacados sus joyeles, sus anillos y sus vestidos, pero por los mismos pastores de Israel. ¡Atónito, Atónito! Esta es la palabra que más nos representa: ¡Atónito!

El mismo Ezequiel, después de quedar atónito, nos muestra cómo está esclavizada la amada del Señor. ¿Es la amada del Señor? ¿Es la que lavó con su sangre?. "Con amor eterno te he amado", escuchamos al Señor cantándole hermosas canciones de amor a su amada, y a su amada respondiéndole apenas con un quejido: "Aquí estoy, esclava de tus propios pastores". Capítulo 34, versículo 3: "Os alimentáis con la leche de las ovejas, os vestís con su lana y degolláis a la engordada, pero no la apacentáis. No fortalecisteis a las débiles, ni curasteis a las enfermas. No vendasteis a la perniquebrada, ni volvisteis al redil a la descarriada, ni buscaste a la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ella, con dureza y con violencia". Si Él derramó su sangre, ¿por qué los pastores están golpeándola? Por eso, el profeta está atónito en medio de ellos ...

La cristiandad, hoy

Apocalipsis capítulo 3, desde el versículo 14, nos da una pequeña imagen de lo que es la Iglesia hoy. "Escribe al ángel de la Iglesia en Laodicea, el amén, el testigo fiel, y el verdadero, y el principio de la creación de Dios. Yo conozco tus obras que ni eres frío ni caliente, ojalá, fueras frío; ojalá fueras caliente. Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Tú dices: ... (Ah, escuchamos a la gente decir: "Hemos tenido reuniones gloriosas ... - donde ha hablado uno." "Hemos tenido reuniones tremendas ..." - donde son dos o tres los que están haciendo todo. "Gloriosa es nuestra reunión ..." - y se refieren a los músicos, a los instrumentos. "Tremenda es nuestra iglesia ..." - y se refieren a la estructura física.) ... Tú dices: "Yo soy rica, me he enriquecido, y ya no tengo necesidad ... (podríamos poner entre paréntesis "de Cristo").... Pero no sabes que eres ... (sin Cristo, otra vez) ... desventurado, miserable, pobre, ciego, y estás desnuda. Por tanto, que yo te aconsejo que compres de mí oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez, y unge tus ojos con colirio para que veas ... (¿A quién? ¡A Cristo!) ... Yo reprendo y castigo a los que amo."

Ella está pobre, está ciega, está desnuda. Pobre, ciega y desnuda. Cuando viajábamos hasta acá, un hermano nos pasó una revista en que aparece un reportaje a unos telepredicadores ... El mundo desnudando, burlándose. Yo no quiero defender a esos pastores, quiero defender a los miles de hermanos nuestros que están esclavizados, que están con grilletes, que están pobres de Cristo, desnudos de Cristo, ciegos de Cristo. ¡Ayúdenos el Señor!

Llamado a una iglesia que tiene el testimonio

Iglesia en Temuco, no dejes de escuchar lo que el Señor te está hablando: "¿Qué van a decir de ti mañana tus hijos? ¿Qué van a decir los hombres que te vieron pasar el testimonio?". En Hebreos capítulo 11 vemos a los hombres que corrieron la carrera y nos pasaron el testimonio de Cristo. El escritor de Hebreos nos dice luego: Ahora, despojémonos nosotros de todo peso, y de todo pecado, y corramos con paciencia la carrera que tenemos con el testimonio. Llévalo un poco más allá, llévalo a otro más, lleva el testimonio de Cristo a otro. No te guardes, no te quedes, ¡Sí!, retén las verdades. Que no vengan a ser las verdades mezcladas. Reténlas, pero dad de gracia lo que de gracia habéis recibido. Traspasa el testimonio a otro.

Antes de eso, ora mucho al Señor, y dile: "Dame gracia, dame sabiduría para hablar, ponme en el lugar correcto para proteger a tu iglesia, a tu amada". Ustedes, los obreros del Señor, el Señor les está hablando: "Cuiden a mi amada, liberen a mi amada". No es un trabajo fácil. A lo mejor tú, hermano, has criticado. Has criticado que los obreros salen mucho, que les dejan solos. ¿Qué puede decir a eso un obrero? "Yo no quería ir, es más, yo dije: No; estoy cómodo con mis hermanos aquí. Pero el Señor me levantó."

Supimos de un pastor que tenía una alfombra roja, con un cordel que rodeaba el escenario, así como los dignatarios, y la gente se acercaba en filas para abrazarlo, no traspasando el cordón, y se sacaban una foto. ¡Dos mil pesos la foto! "Es para la obra", decían. ¿La obra de quién? ... La iglesia está ciega. No podemos reprender a los que hacen la fila, porque están ciegos. ¿Qué podríamos decirle a un ciego? ¿Camina, camina? Y si un ciego guía a otro ciego ¿qué se le podría decir? ¡Los dos van a caer! La iglesia está ciega.

¿Qué decir de Europa, hermanos? Ustedes no quieren escuchar de Europa. Es terrible ver "matrimonios" de homosexuales, guiando a 500 personas, y llamándole a eso "iglesia". ¡Desnuda, desnuda, se han desnudado de los vestidos, y han mostrado las vergüenzas! "¿A quién enviaré?", pregunta el Señor. Este es el quejido, es el llanto, es el lamento del Señor. "¿Quién irá por mi amada? Yo planté una viña, dice, pero hicieron pedazos mi viña". Esto es lo que vio Ezequiel: "Estoy atónito, atónito."

La escena final

Que lo escuche el Hades: No por siempre estará caído el justo. ¡Sí, hay un remanente de gracia! ¡Sí, hay un pueblo que se va a levantar! ¡Gloria al Señor! Pareciera que está todo perdido, pero no es así. Porque en el 4:1 mira lo que dice: "Después de esto miré, y vi que había una puerta abierta ... (¡Gloria a Dios!, hay salida. Esa puerta representa otra cosa, no la decadencia. Representa a uno que tenía el aspecto como el Hijo del Hombre, lleno de gloria, como refulgente. ¿Quién era? Leámoslo todos) "... y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de éstas. Y al instante yo estaba en el Espíritu" ... (¿Qué es lo que vi?) ... "Un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado ..." (¡Aleluya, gloria a Dios!) ... Del trono salían relámpagos, truenos y voces, delante del trono ardían ..." (¡Aleluya ardían!,no estaban apagadas) ... Y día y noche, y sin cesar (los cuatro seres vivientes) decían: ¡Santo, santo, santo, es el Señor Dios Todopoderoso. El que era, el que es y El que ha de venir! ... Los veinticuatro ancianos se postraron delante del que estaba en el trono y adoraron al que vive por los siglos, y echaron sus coronas delante del trono diciendo: ¡Señor, digno eres de recibir la gloria, y la honra, y el poder, porque Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen, y fueron creadas!"

¿Cómo comienza la profecía? Con la gloria de Dios, ¿Y en qué termina? ¡Con la gloria de Dios! No termina en la decadencia de la Iglesia. Él no la lavó para que la fueran a ensuciar. Él no murió para que se fuera a perder. ¡Bendito es el Señor!, ¡Aleluya!. ¿Cuál es la actitud de una Iglesia profética? ¡Es la Iglesia que sale, que sale! No sólo a soltar los grilletes, porque esa no es la labor final del profeta. No sólo a dejarla libre: es a ponerla frente a la gloria de Dios. ¿Y qué hace la iglesia al final? Se postra ante el trono diciendo: "¡Digno eres tú!". No es la Iglesia la que dice: "¡Qué cantidad de cosas hemos hecho! ¡Mire cómo están saliendo de nosotros hacia allá! ¡Mire cómo lo conocen a uno!"; es la que le dice: ¡Digno eres Tú Señor!, ¡Digno eres de tomar el poder!, ¡Digno eres de tomar el poder!. Veinticuatro ancianos ... la iglesia entera postrada ante el único que recibe gloria ¡Aleluya!, ¡Santo, santo, santo! ¡Aleluya!.

¿Quién irá para llevar la gloria de Dios? ¿Quién irá? Tu palabra es amarga a veces, y la queremos resistir, pero Señor tú nos estás hablando; ahora, tómanos, Señor, y levántanos. En el nombre de Jesús. Amén.

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AGUAS VIVAS
http://www.aguasvivas.cl/
 
Gracias Bart

Gracias Bart

Estimado Bart y demás foristas:

Las 3 T no la descargué de la web de mi amiga; ayer hablé con ella por teléfono y le comenté que me había equivocado, pués la busqué en la sitada web y no la encontré.

Creo Bart que fué de aguas vivas.

Perdonen el error

En el amor de Cristo:corazon: