Por la muerte a la vida
Por la muerte a la vida
POR LA MUERTE A LA VIDA
"De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto" (Juan 12:24).
"Queremos ver a Jesús". Esa era la pregunta de ciertos griegos, que habían venido a Jerusalén, a celebrar la fiesta de la pascua.
Además habían contemplado la entrada triunfal del Señor Jesús sobre un joven pollino. Eso había despertado su admiración. Ahora deseaban verle, al que por todas partes le aclamaban con júbilo: "¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor, el Rey de Israel! (Juan 12:13).
Por eso vienen a Felipe para poder ver a Jesús. Éste se lo dijo a Andrés y ambos se lo expusieron al Señor Jesús. Ellos querían verle, hablarle. Pero no leemos lo que querían obtener de Él. Tampoco van directamente a Él. Aquellos que estaban necesitados de Él, iban directamente a Él Mismo. Piensa en el ciego Bartimeo, en la mujer cananita, aquel oficial del rey en Capernaum, etc.
Pero incluso a tales personas Él les da una respuesta: "Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado". No es ahora glorificado por la aclamación del ¡Hosanna! de las gentes. Él será glorificado cuando los pecadores le reciban como su único Salvador.
El Espíritu Santo le glorificará. Y Él será glorificado en la gloria de Su Padre. Pero el Señor Jesús también describe el camino, que Él debe seguir para llegar a esa gloria: por el sufrimiento a la gloria, por la muerte al enaltecimiento. Ese camino pasa por el Gólgota. El Señor Jesús indica con un ejemplo sencillo de la naturaleza esta realidad: el ejemplo del grano de trigo.
¿Cuándo recibe su gloria el grano de trigo: al estar en el granero o en un silo? No, sino cuando cae en tierra y muere. Por el camino de la pérdida de sí mismo.
Este camino es el que también ha seguido Cristo. Si Él hubiese permanecido en el cielo, también hubiese sido eternamente el Mismo. Pero entonces la creación no podía ser liberada y ningún pecador podría ser salvo. Tampoco sería el Primogénito entre muchos hermanos; ni habría liberación, paz y vida espiritual para los pecadores; ni el amor y la gracia de Dios serían glorificados.
Sólo ahora que Él se entrega a la muerte de cruz, es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Ningún otro sacrificio puede satisfacer la justicia de Dios. Su morir es el único camino y el único fundamento para la salvación. Eso se aprende en la escuela del Espíritu Santo. Ahí dentro enseña el Señor a los Suyos. Los pecadores no podrán encontrar salvación a través de ningún otro camino, sino por la muerte de Cristo. Sólo así se cumple con el derecho divino. Porque eso exige satisfacción. ¡Qué tremendo sería si esa enorme exigencia se nos plantease: paga lo que debes!
Pero qué milagro eterno que ahora la gracia sea por el derecho. Qué preciado se hace Cristo si los ojos se abren ante Él. Para lo cual el Señor enseña a los Suyos a tener hambre y sed. Y al tiempo de Dios Él utiliza la Palabra que tiene a Él como Contenido. Entonces se entiende que en Su muerte está nuestra vida.
Por eso buscamos inútilmente la reconciliación con Dios por medio de la enmienda de nuestra vida. Sólo hay un lugar donde podamos conseguir la paz con Dios: al pie de la cruz. Así el Señor lleva por la muerte a la vida que es en Cristo. Ya que Cristo no ha desaparecido como el grano de trigo. En el grano de trigo está la propia vida en germen. Este no muere, sino que se conserva. Precisamente en el marchitarse (morir) del resto del grano, se desarrolla el germen. Este crece y de él florece nueva vida. Así dice Cristo: Yo vivo y vosotros viviréis.
También los Suyos alcanzarán la gloria. Para eso está Él como Fiador. Pero el camino para ello es un camino de menguar a nosotros mismos, de morir a nuestro propio yo, al pecado, a todo lo que no sea Dios y Cristo. En una palabra: un perder nuestra propia vida. Por el descubrimiento del Espíritu divino muere nuestro automantenimiento contra Dios, nuestra buena opinión sobre nosotros mismos, nuestra esperanza de autoconservación, el deseo del pecado, la diversión del mundo y sus placeres. A veces puede ser necesario un camino doloroso.
Pero el Señor nos enseña a vivir con el corazón y los ojos puestos en Él. Pablo dice al respecto: "Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom. 6:11). Por eso necesitamos de Él para todo. ¿Lector, lectora, caracteriza eso también su vida? ¡Busca al Señor y vive!
H. Paul
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