DESDE MI CRUZ A TU SOLEDAD

¡¡ Señor, enséñanos a amar con tu Amor !!
 


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No todo servicio prestado es un servicio al Señor. ¿Cuáles son las características de un servicio espiritual, un servicio normal?

Gonzalo Sepúlveda H.

Un servicio aprobado


Veremos en este versículo cuatro declaraciones, que podemos decir que son las características de un servicio normal.

Indudablemente, el apóstol Pablo y quienes estaban con ellos, fueron hombres muy fructíferos en la obra del Señor. Ellos podían contar una y otra vez cuán grandes cosas había hecho el Señor con ellos.

Nosotros, que queremos avanzar hasta la normalidad también en el servicio, meditemos en estas palabras de Filipenses, porque esto representa la normalidad. ¿De qué tipo de siervos se agrada el Señor? ¿Cómo son los hombres y mujeres a quienes el Señor usa? En estos días hemos dicho que el Señor quiere usar a todo el cuerpo, hemos dicho que todos tenemos una función. Alguien podría pensar que esta palabra debiera ser para los obreros, para los ancianos y para los colaboradores; sin embargo es una palabra para siervos, y todos nosotros somos siervos de Dios.

Nosotros somos la circuncisión

“Porque nosotros somos la circuncisión ...”. Esta palabra tan técnica, tan del Antiguo Testamento (y que también aparece en el Nuevo), no la vamos a explicar con detalle. Sin embargo, diremos que la circuncisión fue una señal exigida por nuestro Dios a Abraham su siervo. Esta iba a ser la señal del pacto de Dios con el pueblo suyo. Era una marca que llevarían en su cuerpo todos los varones de la descendencia de Abraham, y eso continuó después con Isaac y con Jacob. Y los judíos hasta el día de hoy se glorían en su circuncisión ...

Ahora bien, ellos perdieron el lado espiritual de este pacto. A causa de esto también los judíos perdieron la comisión que tenían de ser bendición a todas las naciones. Ellos dejaron de ser bendición a todas las naciones. Nosotros en Cristo hemos venido a ser hijos de Abraham. (Y en Cristo nosotros somos bendición para todas las naciones). Pablo dice que en Cristo los creyentes hemos sido circuncidados, no con circuncisión hecha con mano en el cuerpo carnal, sino en la circuncisión de Cristo, donde se terminó nuestra vida humana carnal y hemos recibido la vida de Dios, la vida nueva.

En el Antiguo Pacto se cortaba una pequeña parte del prepucio del varón, y eso era sepultado. Pero los creyentes en Cristo hemos sido circuncidados en él, de tal manera que no sólo una parte del cuerpo, sino el cuerpo entero fue bautizados juntamente con él para muerte por el bautismo. ¡Gloria al Señor! Así que, en ese sentido, todos nosotros somos la verdadera circuncisión. Los que llevamos esta señal estamos señalados por Dios para ser sus siervos. ¡Tenemos una señal! ¡Somos de Cristo!

Pero hay otro lado que tiene que ver con la circuncisión, y es el debilitamiento. La circuncisión tiene que ver con perder la fuerza carnal, humana. Cuando los judíos cruzaron el Jordán, antes de que los muros de Jericó fuesen derribados, los varones fueron circuncidados en Gilgal. Gilgal es el lugar donde ellos probaron la debilidad. Ellos se quedaron en Gilgal hasta que sanaron, porque fueron heridos. Qué tremendo es imaginarse a hombres corpulentos, hombres de guerra, hombres que sacaban escudo y espada, que habían peleado batallas en el desierto, quedar adoloridos varios días ... ¡ellos probaron la debilidad!

La lección espiritual de esto era que no se olvidaran de que el poder era de Dios y no de ellos. Que quien los había traído por el desierto era el Señor, no su propia fuerza; y que quien les iba a entregar la tierra era la misma mano poderosa del Señor, y no su propio brazo. Quizá los judíos no entendieron lo que significaba Gilgal, pero para los que servimos al Señor, Gilgal es el lugar donde nosotros reconocemos que no somos nada, donde nos quedamos detenidos esperando que el socorro venga del Señor. Nos quedamos detenidos esperando que el poder sea de Dios y no de nosotros. ¡Gloria al Señor! ¡Hay grandes lecciones en esto!

Sirviendo en espíritu

“Los que en espíritu servimos a Dios”. Aquí está “espíritu” con minúscula. Se está refiriendo, entonces, al espíritu nuestro. Al Señor hay que servirle en espíritu. ¿Qué será esto? Tal vez alguien piensa en el lado místico de esto. Tal vez alguien se está imaginando una cosa rara, extraña, una cosa medio efusiva. Y alguien dirá: “Yo no quiero ser intelectual, yo no quiero ser frío, hay que servir en espíritu”, y hay que danzar y saltar, y quedar medio en trance, perder la conciencia ... ¡tal vez eso sea servir en espíritu!

Pero, hermano ... ¡es otra cosa en realidad! Ya es hora, los que llevamos algún tiempo caminando en el Señor, que sepamos la diferencia de lo que es de la carne y lo que es del espíritu. Todos tenemos cuerpo, por supuesto. También tenemos alma y tenemos espíritu. El alma soy yo. El alma es usted, su personalidad, su fuerza, su energía natural, su cultura, su educación, su intelecto, su sabiduría, su inteligencia, sus ideas, lo que usted piensa, lo que usted encuentra bueno, lo que usted encuentra malo, ¡esa es el alma! Los que llevamos un tiempo caminando en el Señor sabemos que el alma es muy fuerte, es muy orgullosa, que al alma le gusta aparecer, que el alma es ... ¡Ay, cómo es el alma!... El alma es esa persona mañosa que somos nosotros. Es esa persona complicada, a veces tan blanda, otras veces tan fuerte, esa persona que es impredecible, que a veces usted la ve humilde, y de repente, resulta que no lo es tanto.

¿Usted conoce lo que es su alma? ¿Y entiende que hay algo más que su alma? ... Porque el Señor ha hecho una obra más allá de nuestra alma. El Señor ha despertado nuestro espíritu, y el Espíritu del Dios vivo vino a hacerse uno con nuestro espíritu.

Un sentimiento de debilidad

Servir a Dios en espíritu es todo lo contrario de ir adelante a lo que salga. El que sirve a Dios en espíritu tiene temor de dar un paso. Hay un sentimiento de debilidad permanente, hay un sentimiento de inseguridad permanentemente.

Servir a Dios en espíritu es estar consciente siempre –siempre– de que ahí está el Señor. A veces siento que el Señor me dice: “No, no, Gonzalo, no es por aquí, es por acá”. Hay una sensibilidad por dentro, hay algo en lo más profundo ... No es la carne. No es mi alma ... No voy a servir a Dios porque yo soy una persona que tengo estudios, porque he leído, porque me he relacionado, porque tengo historia, porque tengo años de experiencia. A Dios se le sirve en espíritu. Mas allá de lo que primero a mí se me ocurre, me detengo a considerar si lo que pienso hacer es realmente lo que Dios quiere que yo haga ...
2ª de Corintios 13:4 dice: “Porque aunque fue crucificado en debilidad, vive por el poder de Dios. Pues también nosotros somos débiles en él”. Aquí habla un hombre que sabe lo que es servir en espíritu, “Nosotros somos débiles en él”, ¡Qué extraña declaración es ésta! Se supone que en el Señor nosotros somos poderosos. Se supone que en Cristo somos más que vencedores. Se supone que en Cristo todo lo podemos, como que hay un sentimiento de fuerza cuando hablamos del Señor. Sin embargo, un hombre quebrantado, un hombre de las características de Pablo, de la estatura de Pablo, un hombre con el respaldo de Dios que tenía este siervo, dice: “Nosotros somos débiles en él”. Nosotros somos también débiles en él, “pero viviremos con él por el poder de Dios para con nosotros”. Pablo está diciendo: “Yo no voy a servir en mis fuerzas. Yo prefiero estar con debilidad, y con mucho temor y temblor, para que la fe de los hermanos no esté basada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”. Eso es servir en espíritu. Es un sentimiento permanente de debilidad. Somos débiles en él, pero viviremos con él por el poder de Dios para con nosotros.

¿Está consciente usted de su debilidad? ¿Está consciente usted de que, sin el socorro del Señor, lo más probable es que usted se equivoque? Lo más probable es que diga lo que no tiene que decir, que vaya donde no tiene que ir, ¿lo sabe? ... ¿Que si usted no depende del Señor en toda ocasión, lo más probable es que haga lo contrario a lo que Dios quería que hiciera? ¿Se ha dado cuenta ya de eso? Si no se ha dado cuenta, es tiempo ya. Sirvamos a Dios en espíritu, no con la energía que mejor nos parece.

Gloriándose en Cristo

La tercera declaración de Filipenses 3:3 es: “ ... y nos gloriamos en Cristo Jesús”. Cuando alguien está sirviendo a Dios en espíritu, sabe que dependió del Señor. Entonces se va a gloriar, no en sí mismo: La gloria tiene que ser toda para el Señor. “No a nosotros, oh Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria”. (Salmo 115:1).

En el Salmo 44:1-3 dice: “Oh Dios, con nuestros oídos hemos oído, nuestros padres nos han contado la obra que hiciste en sus días, en los tiempos antiguos. Tú con tu mano echaste las naciones, y los plantaste a ellos. Afligiste a los pueblos y los arrojaste. Porque no se apoderaron de la tierra por su espada, ni su brazo los libró, sino tu diestra, y tu brazo, y la luz de tu rostro, porque te complaciste en ellos”. No fue su fuerza, ni su brazo que los libró. Nada de ellos. “Sino tu diestra, y tu brazo y la luz de tu rostro, porque te complaciste en ellos”. Entonces, si algo va a ocurrir ahora, hermanos, es lo que el Señor hará. Si algo hasta aquí hemos hecho, no lo hemos hecho nosotros, él ha tenido de nosotros misericordia. ¡Gloria a su nombre!

“Nos gloriamos en Cristo Jesús”. Toda la gloria es de él. Si algo nos ha resultado ¿es porque tenemos los hombres más hábiles? ¿es porque tenemos la gente más inteligente? ¿es porque lo hemos planificado todo y ordenado muy bien? ¡Al contrario! ¡Tenemos tantas deficiencias en nosotros mismos! Sin embargo, el Señor ha sido tan misericordioso con nosotros. Nos ha guardado, nos ha bendecido. ¡Gloria al Señor! Tenemos la comunión, tenemos el amor de todos los hermanos ... ¿Quién te atrajo a ti, hermano? ¡Cristo te atrajo! ¿Quién te unió? ¿Quién despertó tu corazón? ¡Cristo! En él nos gloriamos enteramente. No hay un hombre inteligente, carismático, atractivo, aquí. El único es él. ¡Bendito sea el nombre del Señor! ¡Nos gloriamos en Cristo Jesús!

Lo que Cristo hace

Romanos 15:18. “Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras”. Si queremos servir al Señor, tendremos que darnos cuenta, que, al final, el único servicio real, se produce cuando el Señor nos ha ocupado. ¿Amén? Al final, ¿quién hizo la obra? ¡Cristo! Yo quería servir, y al final el que sirvió fue Otro. ¡Aleluya! Porque ese Otro vive en mí.

¿Vive Cristo en ti? El Señor quiere que nosotros le prestemos los labios, la garganta, los pulmones, el corazón. Y quiere que le prestemos los pies, le prestemos las manos. Porque cuando tú abrazas a un hermano, Cristo abraza a ese hermano. Cuando tú vas de un lugar a otro y ayudas a un hermano, es el Señor el que está usando tus manos y está sirviendo a otro hermano. Y nosotros tendremos que decir al final: “Hermanos, nosotros nada hemos hecho”. ¡Eso es gloriarse en el Señor!

¿Quién lo ha hecho? “No osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí”. Que el Señor te encuentre disponible, entonces. “Señor, que tú puedas obrar a través de mí”. ¿Puedes hacer de esa tu oración? “Señor, que esta palabra se cumpla en mí. Yo quiero, Señor, que esta palabra se cumpla en mí”. “Lo que Cristo ha hecho por medio de mí”. Eso queremos. Lo que Cristo puede hacer por medio de ti. Eso será valioso. Porque si Cristo lo hace, la gloria será para él. Cuando usted se queda con un restito de gloria, es porque de alguna manera usted lo ha hecho, ya está buscando su propia gloria, y el Señor no lo va respaldar. ¡Nos gloriamos en Cristo Jesús!

No confiando en la carne

“No teniendo confianza en la carne”. Esta es la última frase. ¿Conoces la historia de Moisés? Moisés entendió que Dios quería librar a Israel por su mano. En una oportunidad, Moisés vio que un egipcio maltrataba a un hebreo, así que él dijo: “Yo voy a servir a Dios”. Entonces mató al egipcio. Pero después tuvo que huir. Cuando se supo que había cometido un crimen, huyó el libertador de Israel, el que tenía tanta fuerza como para matar a un egipcio.

Pasaron cuarenta años. En esos cuarenta años el hombre fue debilitado, y al final, cuando el Señor le dice “te voy a enviar”, ni siquiera quiere ir. Perdió toda la confianza en la carne, perdió toda la fuerza. Y si fue, es porque el Señor lo envió. ¡Cómo lo usó el Señor después de haber sido quebrantado!

Esto no significa, hermano, que tenga usted que esperar cuarenta años. Pero esto debemos entenderlo los hermanos nuevos y los antiguos: que no es con la fuerza humana, no es con la fuerza nuestra. El Señor “no se deleita en la fuerza del caballo, ni se complace en la agilidad del hombre”. De pronto somos tan rápidos para pensar, tenemos una carne tan diligente, somos buenos para decidir, somos buenos para organizar, lo tenemos todo ya arreglado sin haberle consultado al Señor. Hermanos, tenemos que ser quebrantados. Tenemos que servir en el espíritu. Tenemos que perderle la confianza a la carne.

Las personas que el Señor usa

Pienso que al ver estas cuatro declaraciones, tenemos las claves acerca de qué tipo de personas el Señor usa. Dios usa a hombres y mujeres quebrantados. En ninguna iglesia local, ni en la obra, ni en ningún movimiento, nadie debiera levantarse en la carne. Nadie tiene derecho a levantarse en sus fuerzas, sea para predicar, sea para dirigir.

Se nota cuando un hombre está quebrantado, y cuando un hombre está entero, se le nota también. Está tan entero, está tan lleno de sí mismo, tan lleno de opiniones. Le gusta hacerse notar. Si él no habla en una reunión, parece que esa no fue reunión, y la reunión estuvo tan gloriosa según las intervenciones que él haya tenido. Está tan consciente de sí mismo que no deja fluir el Espíritu en medio de la casa de Dios, el cual tal vez quiere hablar por otro hermano, un hermano débil tal vez.

Se nota un hombre circuncidado. Se nota una persona que no busca aparecer, sino busca que siempre Cristo sea glorificado, que quiere gloriarse siempre en el Señor. ¡Oh, hermanos que nos socorra en todas estas cosas el Señor! No tenemos derecho de aparecer nosotros. La iglesia es para el Señor. La iglesia es para que el Señor sea exhibido.

La iglesia históricamente ha sufrido cuando los hombres que sirven no sirven a Dios en espíritu, sino en las fuerzas propias, y buscan su propia gloria. Ellos no buscan exaltar al Señor, sino exaltarse a sí mismos a través del servicio. Quisiéramos que en la iglesia esto se acabe, que nunca más la iglesia de Dios sea utilizada por hombres carnales para beneficiar su propio ministerio. ¡Nunca más, nunca más, nunca más! Que termine ya el tiempo en que los hombres se engrandecen a costa de la iglesia.

Ayudar para que todos sirvan

Nosotros los obreros estamos para apoyarlos a ustedes. No estamos para hacer todas las cosas, sino para ayudarles, para que ustedes hagan todas las cosas. ¿Se fija que esto es un cambio de enfoque? No es que ustedes están respaldando para que estos siervos sean levantados. No somos nosotros las estrellas: es la Iglesia, es el cuerpo entero, es la novia la que se está preparando. Ustedes son los que tienen que aparecer relucientes. Ustedes tienen que estar llenos de frutos. Ustedes tienen que servir al Señor.

Usted puede decir: “Oh, qué lindo siervo, mira cómo predica, cómo el Señor usa este siervo.” ¡Siervos, procuremos ahora que el Señor levante a la iglesia! Que el Señor fortalezca a la iglesia, que la iglesia esté más linda, que la iglesia esté más llena de Cristo. ¡Que la iglesia sirva en espíritu!

Valorando a los hombres quebrantados

A medida que la iglesia local va madurando, va valorando a los que en espíritu sirven al Señor, en los cuales se manifiesta la mansedumbre de Cristo, la ternura de Cristo, el carácter precioso del Señor. ¡La Iglesia va discerniendo! Así que ¡cuidado carne mía! ¡Cuidado, hermano o hermana que quieres buscar alguna gloria para ti! ¡La iglesia no te va a oír a ti: la iglesia escucha a Cristo! La iglesia escucha el Espíritu de Dios, la iglesia escucha a espíritus quebrantados, la iglesia no escucha a hombres ensimismados. La iglesia no sigue a los Diótrefes. La iglesia no sigue a los que les gusta tener el primer lugar. La iglesia no los va oír, no los va a seguir. Ellos van a quedar aislados, hablando solos, dando su propia opinión. Van a quedar exhibiendo su sabiduría, sus conocimientos, su elocuencia, pero van a tener que buscarse otra plataforma, porque en la iglesia no tendrán lugar. ¡Bendito sea el nombre del Señor!

La Iglesia reconoce lo que es de Cristo

La iglesia conoce a Cristo. La iglesia vive para Cristo. La iglesia reconoce lo que es de Cristo. Si ustedes saben valorar lo que es de Cristo, sabrán discernir lo que no es de Cristo. Y cuando algún hermano nos lleve a Cristo, le diremos: “¡Bienvenido, hermano! ... Pasa, no más. Predica todas las veces que sea necesario. Si Cristo está saliendo por ti, y si estamos llevando a la iglesia a que Cristo sea el todo en todos ...”

Hermano, así exaltamos a Cristo. Es necesario que él crezca y que los grandes siervos mengüen. Que los siervos seamos pequeños, pero que se vea a Cristo grande. Hombres débiles en él, pero que prueban el poder de Dios siempre.

Hermano, usted no tiene derecho a pararse con sus propias fuerzas. No tiene derecho a influir sobre la casa de Dios, sobre las decisiones de la iglesia. Eso nos ha traído tanto dolor, nos ha traído tanto fracaso. Es tiempo que aprendamos. Esto que ha traído tanto dolor y fracaso a la iglesia históricamente, debemos detenerlo en nuestro días. Y no somos nosotros quienes lo detienen, sino que es Cristo mismo quien lo hace. Es el Espíritu del Señor quien detiene la carnalidad en medio de la casa de Dios, para que Cristo sea glorificado, para que Cristo sea el todo en todos. ¡Gloria al nombre del Señor!

¿Quieres ver al Señor exaltado? ¿Quieres servir al Señor? Entonces, hazlo con un espíritu quebrantado, dependiendo del Señor, dependiendo del Cuerpo, considerando al hermano. ¡Oh hermano amado, el Señor te usará a ti! ¡El Señor me usará a mí! ¡El Señor nos usará a todos! Y la obra del Señor prosperará. El Señor hará a través de ti grandes cosas. Tú estás orando para que el Señor haga grandes cosas a través de los obreros ... Hoy día nosotros ya estamos trabajando, y vamos a trabajar todo este año para que el Señor haga grandes cosas a través de ti.

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Aguas Vivas
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¡¡¡ A M E N !!!




Interesante el apunte de este hermano sobre Gilgal, y me ha hecho indagar y recordar a Caleb, quien tampoco depositó en sus fuerzas la confianza en obtener las promesas de Dios (Deut 1:36). El ya era mayor, unos 90 años, y junto con Josué, fueron los únicos que dieron un mensaje esperanzador sobre la tierra que iban a conquistar.


Años después, Caleb, seguía confiando en las promesas de Dios, no en sus debilitadas fuerzas, a causa de la edad.



Y los hijos de Judá vinieron a Josué en Gilgal; y Caleb, hijo de Jefone cenezeo, le dijo: Tú sabes lo que Jehová dijo a Moisés, varón de Dios, en Cades-barnea, tocante a mí y a ti. Yo era de edad de cuarenta años cuando Moisés siervo de Jehová me envió de Cades-barnea a reconocer la tierra; y yo le traje noticias como lo sentía en mi corazón. Y mis hermanos, los que habían subido conmigo, hicieron desfallecer el corazón del pueblo; pero yo cumplí siguiendo a Jehová mi Dios. Entonces Moisés juró diciendo: Ciertamente la tierra que holló tu pie será para ti, y para tus hijos en herencia perpetua, por cuanto cumpliste siguiendo a Jehová mi Dios. Ahora bien, Jehová me ha hecho vivir, como él dijo, estos cuarenta y cinco años, desde el tiempo que Jehová habló estas palabras a Moisés, cuando Israel andaba por el desierto; y ahora, he aquí, hoy soy de edad de ochenta y cinco años. Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió; cual era mi fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza para la guerra, y para salir y para entrar. Dame, pues, ahora este monte, del cual habló Jehová aquel día; porque tú oíste en aquel día que los anaceos están allí, y que hay ciudades grandes y fortificadas. Quizá Jehová estará conmigo, y los echaré, como Jehová ha dicho.




Sobre Gilgal, para quien desee profundizar:


.GILGAL (rueda o círculo). Célebre lugar entre el Jordán y Jericó, cuya posesión dio inicio a la nueva historia de Israel en la Tierra Prometida, pues allí acampó el pueblo después de cruzar el río Jordán. En Gilgal se celebró la primera Pascua en tierra de Canaán (Jos 4.19; 5.2–12; Miq 6.5), acontecimiento que se selló con la colocación de las doce piedras simbólicas de las doce tribus de Israel (Jos 4.1–9, 20). Josué asentó allí su primer campamento en la región oeste de Palestina (Jos 4.19; 5.10).
Numerosos incidentes y hechos militares tuvieron lugar en Gilgal. Los espías enviados a Jericó partieron de allí. Algunos creen que el profeta Samuel había establecido un circuito con las poblaciones de Mizpa, Bet-el y Gilgal, para efectuar anualmente una visita de carácter administrativo y religioso (1 S 7.16, 17). Fue en Gilgal donde el pueblo israelita invistió a Saúl como rey (1 S 11.14, 15), después que Samuel lo ungiera como tal (1 S 10.1). Allí murió Agag (1 S 15.33) y a David se le dio la bienvenida después de la muerte de Absalón (2 S 19.15–40). En el siglo VIII a.C. se edificó en Gilgal un santuario de prácticas y ritos degradantes (Os 4.15; Am 4.4).
Otros lugares mencionados en el Antiguo Testamento con el nombre de Gilgal son difíciles de identificar. Por ejemplo, Dt 11.30; Jos 15.7 (® Gelilot); Neh 12.29; 2 R 2.1; 4.38. Algunos de estos lugares, sin embargo, se identifican con el Gilgal bien conocido.

Nelson, Wilton M., Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia, (Nashville, TN: Editorial Caribe) 2000, c1998.
 
Por la muerte a la vida

Por la muerte a la vida

POR LA MUERTE A LA VIDA


"De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto" (Juan 12:24).

"Queremos ver a Jesús". Esa era la pregunta de ciertos griegos, que habían venido a Jerusalén, a celebrar la fiesta de la pascua.
Además habían contemplado la entrada triunfal del Señor Jesús sobre un joven pollino. Eso había despertado su admiración. Ahora deseaban verle, al que por todas partes le aclamaban con júbilo: "¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor, el Rey de Israel! (Juan 12:13).
Por eso vienen a Felipe para poder ver a Jesús. Éste se lo dijo a Andrés y ambos se lo expusieron al Señor Jesús. Ellos querían verle, hablarle. Pero no leemos lo que querían obtener de Él. Tampoco van directamente a Él. Aquellos que estaban necesitados de Él, iban directamente a Él Mismo. Piensa en el ciego Bartimeo, en la mujer cananita, aquel oficial del rey en Capernaum, etc.
Pero incluso a tales personas Él les da una respuesta: "Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado". No es ahora glorificado por la aclamación del ¡Hosanna! de las gentes. Él será glorificado cuando los pecadores le reciban como su único Salvador.
El Espíritu Santo le glorificará. Y Él será glorificado en la gloria de Su Padre. Pero el Señor Jesús también describe el camino, que Él debe seguir para llegar a esa gloria: por el sufrimiento a la gloria, por la muerte al enaltecimiento. Ese camino pasa por el Gólgota. El Señor Jesús indica con un ejemplo sencillo de la naturaleza esta realidad: el ejemplo del grano de trigo.
¿Cuándo recibe su gloria el grano de trigo: al estar en el granero o en un silo? No, sino cuando cae en tierra y muere. Por el camino de la pérdida de sí mismo.
Este camino es el que también ha seguido Cristo. Si Él hubiese permanecido en el cielo, también hubiese sido eternamente el Mismo. Pero entonces la creación no podía ser liberada y ningún pecador podría ser salvo. Tampoco sería el Primogénito entre muchos hermanos; ni habría liberación, paz y vida espiritual para los pecadores; ni el amor y la gracia de Dios serían glorificados.
Sólo ahora que Él se entrega a la muerte de cruz, es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Ningún otro sacrificio puede satisfacer la justicia de Dios. Su morir es el único camino y el único fundamento para la salvación. Eso se aprende en la escuela del Espíritu Santo. Ahí dentro enseña el Señor a los Suyos. Los pecadores no podrán encontrar salvación a través de ningún otro camino, sino por la muerte de Cristo. Sólo así se cumple con el derecho divino. Porque eso exige satisfacción. ¡Qué tremendo sería si esa enorme exigencia se nos plantease: paga lo que debes!
Pero qué milagro eterno que ahora la gracia sea por el derecho. Qué preciado se hace Cristo si los ojos se abren ante Él. Para lo cual el Señor enseña a los Suyos a tener hambre y sed. Y al tiempo de Dios Él utiliza la Palabra que tiene a Él como Contenido. Entonces se entiende que en Su muerte está nuestra vida.
Por eso buscamos inútilmente la reconciliación con Dios por medio de la enmienda de nuestra vida. Sólo hay un lugar donde podamos conseguir la paz con Dios: al pie de la cruz. Así el Señor lleva por la muerte a la vida que es en Cristo. Ya que Cristo no ha desaparecido como el grano de trigo. En el grano de trigo está la propia vida en germen. Este no muere, sino que se conserva. Precisamente en el marchitarse (morir) del resto del grano, se desarrolla el germen. Este crece y de él florece nueva vida. Así dice Cristo: Yo vivo y vosotros viviréis.
También los Suyos alcanzarán la gloria. Para eso está Él como Fiador. Pero el camino para ello es un camino de menguar a nosotros mismos, de morir a nuestro propio yo, al pecado, a todo lo que no sea Dios y Cristo. En una palabra: un perder nuestra propia vida. Por el descubrimiento del Espíritu divino muere nuestro automantenimiento contra Dios, nuestra buena opinión sobre nosotros mismos, nuestra esperanza de autoconservación, el deseo del pecado, la diversión del mundo y sus placeres. A veces puede ser necesario un camino doloroso.
Pero el Señor nos enseña a vivir con el corazón y los ojos puestos en Él. Pablo dice al respecto: "Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom. 6:11). Por eso necesitamos de Él para todo. ¿Lector, lectora, caracteriza eso también su vida? ¡Busca al Señor y vive!

H. Paul


http://www.epos.nl/ecr/
 

http://www.aguasvivas.cl/aguasvivas15/page07.htm

La visión de la Iglesia en su llamamiento eterno y en su gloria futura es, sin duda, gloriosa. Pero es incompleta. Hay una dimensión terrena de la iglesia que conviene también conocer. ¿Cuál es la naturaleza de la iglesia local? ¿Cómo se articula y funciona para que Cristo llegue a tener en ella la preeminencia?
Eliseo Apablaza F.

La articulación de la iglesia como cuerpo

En el día de ayer, se nos llevó, por la Palabra, a la eternidad pasada, y de allá se nos llevó a la eternidad futura, para ver la Iglesia en la eternidad, surgida de Cristo, como ayuda idónea para Cristo, como complemento de Cristo, y con un destino glorioso.

Sin embargo, en esta noche quisiéramos mirar brevemente, algo muchísimo más práctico, más inmediato a nosotros, que es la realidad de la iglesia local.

¿Cuál es la naturaleza de la Iglesia? Quisiéramos, de alguna forma, traer al plano práctico y cotidiano esas realidades eternas, amplias, magníficas, de las cuales se nos hablaba ayer: la iglesia local. Veremos, entonces cómo se articula y funciona la iglesia, para que Cristo tenga en ella la preeminencia? Primera de Corintios cap. 12, versículo 14 en adelante.

Muchos miembros en el Cuerpo

De todas las figuras que la Biblia usa para describir lo que es la iglesia y su funcionamiento, la más perfecta es la del cuerpo humano. Lo primero que nosotros encontramos aquí en el versículo 14, es que en el cuerpo no hay sólo un sólo miembro, sino muchos. “Además el cuerpo – dice – no es un solo miembro, sino muchos».

La Iglesia no es una institución, no es una organización humana, sino que es un cuerpo, es el cuerpo de Cristo. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, y en un cuerpo no hay un solo miembro, sino muchos. Lo primero que se nos advierte, entonces, a partir de este versículo, es que en el cuerpo que es la iglesia, no puede haber uno o dos o tres miembros que lo hagan todo, porque eso sería una monstruosidad. ¡Cuidado con que la iglesia local sea un cuerpo monstruoso, en que un miembro está hiperdesarrollado y los demás están atrofiados!

Uno de los problemas de la cristiandad, históricamente, es que unos pocos han tratado de hacer lo que Dios ha demandado a los muchos. Unos pocos tratan de hacer lo que Dios quiere que hagan los muchos. Por lo tanto, la primera cosa que tenemos que aclarar, es que una iglesia normal, es una Iglesia donde hay muchos miembros, no uno sólo. El problema no es que haya pocos hermanos, el problema es de que son uno, dos o tres los que creen constituir este cuerpo. ¡Damos gracias a Dios, porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos!

La ubicación fue determinada por Dios

Una segunda cosa, versículo: 18: «Mas ahora Dios ha colocado a los miembros cada uno de ellos en el cuerpo como él quiso”. ¿Quién te ha puesto a ti, amado hermano, en la iglesia en tu localidad? ¡Dios! ¿Alguien te podrá sacar de ella? ¡Dios te puso a ti y me puso a mí en la iglesia! Él nos bautizó en el cuerpo de Cristo ¿Hay alguna autoridad mayor que la de Dios? ¡Dios es la máxima autoridad en todo el universo! En el corazón de Dios estuviste tú, y Él te bautizó en el cuerpo, que es la iglesia ¡Aleluya!

Dice también que Él nos colocó como Él quiso. No se trata sólo de que Él lo haya hecho, sino que Él lo hizo como Él quiso.
Amado hermano, ¿reconoces tu lugar en el cuerpo? ¿sabes tú dónde Dios quiso ponerte? Este uno de los graves problemas que tenemos, porque todavía es posible que haya hermanos entre nosotros que no saben en qué lugar del cuerpo Dios los puso.

Si eso es así en tu caso, yo te aconsejaría dos cosas: Primero, pregúntale a Dios: “¿Dónde me bautizaste? ¿En qué lugar del cuerpo me pusiste? Pareciera que no encajo en ninguna parte, pareciera que soy tan inútil; hay hermanos tan dotados en la iglesia, tan diligentes, pareciera que no tengo lugar allí, ¡Dios mío!, ¿cuál es el lugar que tú me diste?”. Y lo segundo; pregúntale a los hermanos, ellos también tienen que saber. Alguna luz te van a dar, porque Dios también nos habla a través de los hermanos. Es preciso que tú sepas, amado, porque si no tu vida va ser una vida de frustración. Vas a desear servir, pero no vas a saber cómo ni dónde.

¡La iglesia no se va a restaurar, a menos que todos los miembros del cuerpo conozcan dónde Dios quiso ponerlos, y cómo allí pueden servir! ¡Cristo no va ser el todo en la iglesia a menos que el miembro más pequeño esté sirviendo, esté aportando vida, esté reproduciendo el fruto que Dios quiere que dé! ¡Dios ordenó el cuerpo como él quiso, dispuso los miembros en su respectivo lugar!

Cada miembro tiene una gracia específica

Según lo que nos dice Romanos cap. 12:6, a cada uno de los miembros que Dios ubicó en su respectivo lugar los dotó de una gracia. Dice así: «De manera que teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada ...» Hermano, ¿te sientes desgraciado? ¡Ay, hermano, hermana, aquí tenemos que luchar contra la incredulidad y contra la opinión común! Tal vez por años te has sentido inútil, ¡tal vez por años te has sabido un carnal! Mira: ¡“...según la gracia que nos es dada”! Hermano, hermana: cree esto, ¡asúmelo! Dios te dio una porción de su gracia. No hay ningún miembro que Dios haya querido poner en la iglesia al cual no haya dotado de una gracia específica.

Una de las cosas más tristes de ver en una iglesias local es miembros a los cuales pareciera que se les ha convencido de que ellos no sirven para nada, y que Dios parece que se equivocó con ellos.

Valorando lo que Dios nos hizo ser

Corintios 12:15-16: «Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo?. Y si dijere la oreja: porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo?” Aquí tenemos un problema con el pie. Él dice: “Yo no soy mano, así que ¿para qué sirvo?”. Y la oreja dice: “Yo no soy ojo, así que ¿para qué sirvo?”. Tanto el pie como la oreja tienen un problema: Ellos miran la gracia del otro miembro, y dicen: «¡Quién como la mano, quién como el ojo! ... yo sólo soy un pie, soy sólo una oreja ... ¡parece que no soy del cuerpo!”

Amado hermano, tienes que valorar lo que Dios te ha hecho ser en Cristo, apreciar la gracia y el lugar que Dios te ha dado en el cuerpo. Debes aceptar lo que Dios te hizo ser, no menospreciarlo ... y tampoco pasarte toda la vida diciendo: “¡Oh, cuánto me hubiese gustado ser ojo!” “¡Oh, cuánto me hubiese gustado ser mano!” “¡Cuánto me hubiese gustado tener el don de la Palabra!”. Sin embargo, si la iglesia consistiera solamente en hermanos con el don de la palabra, entonces la iglesia no sería tal, no sería un cuerpo, ¡sería un monstruo!

Roguemos al Señor para que día tras día haya más hermanos descubriendo su ubicación en el cuerpo, descubriendo la gracia específica que Dios les ha dado, y también que comiencen a servir. Mientras haya un hermano que no sabe qué hacer, que no sabe cómo servir, entonces eso es motivo de preocupación; no sólo para los obreros, sino también debe serlo para los pastores en cada localidad.

Aceptando la diversidad

Versículo 17: «Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído?, si todo fuese oído ¿Dónde estaría el olfato?». Significa que hay diversidad de miembros. Sin embargo, la diversidad, que es tan hermosa, no es suficientemente reconocida en el cuerpo, y hay ojos que quieren que todos los demás sean ojos. Hay manos que quieren que todos los miembros del cuerpo sean manos.

Tal vez ocurra en tu localidad que haya un hermano que es espiritual, que le gusta escudriñar las Escrituras, que le gusta predicar: él quiere que todos prediquen, que todos sean estudiosos de las Escrituras, que todos sean espirituales, y que oren mucho. En otra localidad puede ser que haya otros hermanos que tienen otra gracia, entonces como ellos tienen la posibilidad de hablar y de ejercer alguna influencia, quisieran que todos los demás tuvieran la misma característica de ellos.

Amados hermanos, en la iglesia hay diversidad de miembros, de funciones, diversidad de dones, y eso es lo que hace que el cuerpo sea tan multifacético y tan rico en expresiones Eso permite que el Señor Jesucristo pueda ser expresado en sus diferentes aspectos, virtudes, gracias y bellezas. En Cristo están encerradas todas las excelencias, las bellezas, la hermosura, pero para expresarlo tenemos que ver que el cuerpo posee diversidad de miembros y de dones.

Voy a poner como ejemplo a los hermanos músicos. Hay diferentes instrumentos aquí, las guitarras suenan muy lindo, sin embargo si hubiera solamente guitarras, no sería tan bueno. El teclado también suena bien. Pero si hubiera veinte teclados y ningún otro instrumento, no sería tan bueno. El tecladista no puede pretender que todos toquen el teclado. El guitarrista no puede pretender que todos sean guitarristas. Aún el instrumento más pequeño, el que tiene una intervención fugaz tal vez en algún momento, también es necesario, y suena tan bien cuando suena en el momento preciso, aunque sea con un solo golpe de sonido al final.

En la iglesia hay hermanos que pasan casi inadvertidos. Hay hermanos que parece que no sirven para nada; sin embargo, qué hermoso es cuando ellos muestran su gracia y bendicen al Cuerpo. En la iglesia no sólo son útiles los espirituales, entre comillas. Todos somos necesarios, todos somos útiles, ¡Gracias al Señor porque no nos ha despreciado! No ha incluido sólo a los mejores, también nos ha incluido a nosotros.

No prescindencia

Versículo 21-22: “Ni el ojo puede decir a la mano no te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies no tengo necesidad de vosotros, antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios.” Podría ser que alguien diga a su hermano: «No te necesito, yo me las sé arreglar solo; tú eres tan pequeño, eres tan débil, no conoces las Escrituras. Si yo te digo dónde está el libro de Corintios tú lo buscas en el Antiguo Testamento». Aquí está el ojo diciéndole a la mano: «No te necesito». La cabeza le está diciendo a los pies: «Yo no tengo necesidad de ustedes».

Hermanos, qué doloroso es ver cuando un miembro del cuerpo menosprecia a otro. No menospreciemos a los más pequeños, a los débiles. No menospreciemos a los carnales, nunca. “Ni siquiera lo pensemos: no te necesito”. Porque pudiera ser que el Señor, en un momento crucial de desesperación, en un momento de vida o muerte, haga que tú necesites del pequeño, y te salve a través de él.

Hay hermanos que han llegado a la iglesia y que vienen del mundo, de haber pasado mil y una cosas. Vienen heridos. A veces llegan con una situación matrimonial anormal, una familia destruida ... eso pertenece a una historia larga del pasado... ¡Cuántas lágrimas, cuántos dolores, cuántos fracasos se han amontonado sobre ellos! Sin embargo, el Padre los trajo, los perdonó y los bautizó en el cuerpo. Y nosotros, que tenemos un corazón tan legalista, tan inmisericorde, los marcamos para siempre: “No, este no puede servir”. Si el hermano trata de ayudar en algo, aunque sea en una cosa pequeña: “Hermano, yo tengo un auto, yo te puedo trasladar, yo te puedo acompañar, yo puedo conducir el vehículo, quisiera servir ...” Nosotros le decimos: “No, hermano, no te preocupes ...” En el fondo le estamos diciendo: “Yo no necesito de ti. Tú no sirves”.

Cuando nosotros miramos en el libro de Timoteo encontramos allí los requisitos para los obispos y para los diáconos, pero qué bueno que allí no aparezcan requisitos para los profetas, ni tampoco hay requisitos para los evangelistas, para los apóstoles, para los maestros, o para los que sirven, para los que llevan un vaso de agua, para los que ayudan a sostener. No, no hay requisitos para ellos. ¡Dios los recibió! Y si Dios los recibió ¿quién soy yo para cerrarles el corazón?

Amados hermanos, es cierto que ellos no podrán ser ancianos ni diáconos. Tenemos que obedecer la Palabra. Pero la Palabra no dice nada de otras funciones que ellos pueden desempeñar en el cuerpo. A veces nos parece que esos hermanos que se sienten más indignos entre nosotros, son los más serviciales. ¡No le cerremos la puerta a nadie que Dios traiga para Cristo! No podemos prescindir de nadie. Esto es una advertencia para los miembros más visibles, para los que tienen una mayor responsabilidad: no menospreciar a los más pequeños, a los más torpes.

Más al que tiene menos

Versículos 23 y 24: «Y a aquellos del cuerpo que nos parecen menos dignos, a estos vestimos más dignamente, y los que en nosotros son menos decorosos se tratan con más decoro, porque los que en nosotros son más decorosos no tienen necesidad, pero Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba”. ¿Cómo se llama eso de dar más al que tiene menos? Parece que eso es la equidad. Hermanos amados, yo sé que para muchos es una especie de honor que un obrero (o un pastor) vaya a su mesa y coma con ustedes, o que un obrero se quiera hospedar en su casa. Pero ¿saben? El Señor quiere que sean honrados los de menor estima. Invita a ese hermano que parece que nadie toma en cuenta, prepara la mesa, atiéndelo, o a esa hermana anciana, a esa hermana viuda ... ¡Estarás agradando al Señor!

¿Queremos conocer cómo es el corazón de Dios? Él honra más al que necesita más. Para que no haya desavenencia en el cuerpo. Para que no tengan mucho unos pocos y poco los muchos. Hermanos, ¿podemos ver que si esto no lo estamos viviendo nosotros en la iglesia local Cristo no será el todo en todos?

Interafectación

Por último, el versículo 26 dice: «De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan». ¿Cómo podemos llamar a esto, esto de que lo que ocurre con uno ocurre con todos, sea bueno, sea malo, sea doloroso o feliz, esto de la interdependencia, de la interafectación? Podríamos decir que es como una especie de ley del eco: uno habla y se escucha el reverberar en todo el ambiente. Lo que pasa con uno le afecta al cuerpo. Si un miembro padece todos se duelen, si uno recibe honra, todos se gozan.

Podemos decir también, bajo este mismo principio, que si uno peca, la muerte de ese pecado afecta a todos; si uno se santifica, la vida de ese miembro también alcanza a todos. La bendición que sale por la boca de un miembro, bendice al miembro más lejano. La bendición que pronuncia la boca alcanza hasta el dedo más chico del pie. Amados hermanos, no hay tal cosa como una desconexión entre los miembros del cuerpo. Todo nos afecta a todos. Todo nos llega, todo nos duele, todo nos alegra.

Es posible que tú hayas pecado durante la semana, y que no te hayas arrepentido a tiempo. Llegas a la próxima reunión de la iglesia ... ¿Sabes? ¡Tu pecado ha producido un peso en los demás! ¿Ves que la alabanza no fluye, ves que la oración como que se detiene, ves que la gloria como que no está? Amados, nadie puede pecar impunemente en la casa de Dios, aunque lo haga en el lugar más escondido. ¡Para Dios no hay secretos!. Y el cuerpo que es la iglesia es un cuerpo que funciona según los designios del Espíritu, porque en la iglesia está el Espíritu Santo. ¡Un Espíritu Santo en una iglesia santa! Hermanos, esto tiene que ver con cosas prácticas, con la realidad cotidiana en cada localidad. Así es la iglesia, esa es su naturaleza. ¡Es un cuerpo articulado, orgánico!

Ahora piensa por un momento, en tu realidad, en tu localidad: ¿Estamos viviendo la realidad de la iglesia como cuerpo? ¿O sólo lo estamos proclamando? ¿Ocurre en la iglesia que sólo unos pocos lo hacen todo? ¿Ocurre en la iglesia que hay hermanos a los cuales no se les considera para que sirvan? ¿Ocurre en tu localidad algo así como lo que hemos descrito? Permita el Señor que su Palabra nos lave de todo eso. Que el Señor quite todo aquello que estorba el funcionamiento de este cuerpo precioso que es la iglesia. ¡Hazlo, Señor, para tu gloria! No queremos la preeminencia de dos o tres: queremos la restauración de la iglesia. ¡Dios está haciendo esto! ¡Aleluya!

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CONVERSACIONES DEL CUERPO

CONVERSACIONES DEL CUERPO

“Sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo, en aquel que es la cabeza, esto es Cristo, de quien todo el cuerpo bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”.
( Efesios 4:15-16 ).


CONVERSACIONES DEL CUERPO


Personajes: Boca, Ojoizquierdo, Ojoderecho, Manoderecha, Piederecho, Pieizquierdo, Corazón y Cabeza.

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Boca: Ojoizquierdo, ¿ te has dado cuenta de que Pieizquierdo ha tropezado ?.

Ojoizquierdo: Apenas me he fijado, yo estaba pendiente de lo que me ordenaba la Cabeza; mi misión es observar lo que me rodea, y si veo algún peligro envío un SOS a la Cabeza para que avise al miembro afectado. Yo no puedo, ni debo hacer otra cosa.

Boca: ¡ Ahora excúsate !. Yo creo que tú has tenido parte de culpa, podíamos habernos caído.

Ojoizquierdo: Yo estaba observando el sector que me corresponde, quizá Ojoderecho sepa de que va la cosa.

Ojoderecho: Yo estaba en mi puesto, atento a lo que hacía Piederecho.

Boca: Con ese hay que tener cuidado, a la mínima se descarrila y ¡ Zas !.

Manoderecha: ¡ Eh !, Piederecho y Pieizquierdo, creo que Boca, como siempre, está criticando y además sin estar presente de quien se hable.¿ Qué decís al respecto ?.

Piederecho: Boca dirá lo que quiera, pero si nos movemos no es gracias a ella
¡ siempre habla quién menos hace !. Pieizquierdo y yo, gracias a la ayuda constante de la Cabeza que es la que nos guía, ayudamos a mantener en pie al cuerpo, sin olvidarnos por supuesto de Piernas, no se que haríamos sin ellas, siempre están unidas a nosotros. Ojos y Oídos también nos envían constantemente señales, ellos si que hacen bien su trabajo, y todo ello sin despreciar a los demás miembros.

Pieizquierdo: Si he tropezado, perdonadme, pero el obstáculo ha venido de repente, la Cabeza ya me había avisado, pero no he hecho caso de sus advertencias, voy a pedirle perdón.

Corazón: ¡ Dejad todos esta absurda conversación y mirad al frente! La Cabeza no cesa de darnos amables órdenes y sin embargo todos estáis pendientes del otro; por experiencia propia os digo que sólo si nos dejamos llevar por la Cabeza conseguiremos avanzar. Imaginaros que pasaría si yo descuidara sus señales, dejaría de bombear y el desastre sería total. La verdad es que si os dais cuenta, nos necesitamos todos.

Cabeza: “ Porque no tenéis lucha contra carne ni sangre, sino contra principados, potestades.....¿ Acaso no recordáis que el amor cubrirá multitud de pecados ? “

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MªPaz. Ene.-97
 

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¿Cuál es la esencia de la vida cristiana? ¿Es el amor de Cristo? ¿Es el amor por Cristo? La experiencia individual del amor de Cristo, siendo legítima y necesaria, es rebasada, sin embargo, por la experiencia colectiva de la Iglesia. Más allá de los dones y de los ministerios, es por el amor que la Iglesia es edificada como cuerpo.

Rodrigo Abarca B.


El lugar del amor

La iglesia comenzó hace dos mil años en la tierra. Y su historia (para los que la conocen), es una historia terrible, dramática, llena de fracasos. Pero también ha habido triunfos. Cristo ha estado obrando a través de la Iglesia, y Dios el Padre ha estado trayendo la revelación de Jesucristo a la Iglesia. Nosotros estamos aquí, y somos parte de eso que Dios está haciendo. ¡Quiera el Señor darnos la gracia para cumplir la parte que nos toca a nosotros!

Una distorsión histórica

En el pasado la cristiandad ha tenido una perspectiva individualista de la vida cristiana. Ha pensado que todas las riquezas que están expresadas allí en las cartas de Pablo, por ejemplo, tienen una aplicación meramente individual. Y entonces hemos estado tratando de vivir la vida cristiana como individuos, queriendo meter dentro de esta vasija de barro toda esa gloria que de Cristo se nos revela en la Escritura. Pero no podemos hacer eso, porque el vaso que Dios diseñó para contener a Cristo no es el individuo, sino que es algo mucho más amplio: es la Iglesia, que es su cuerpo.

No sólo una experiencia individual

Dios desea que vivamos a Cristo no meramente como individuos. Cuando digo “no meramente” quiero decir que también hay una experiencia individual. Se nos habló ayer de una experiencia individual con Cristo.1 Y no estamos diciendo que ahora no debemos tener una experiencia individual con Cristo. Estamos diciendo, en cambio, que la experiencia individual con Cristo queda superada, rebasada, en la experiencia corporativa de la iglesia con Cristo. Y que lo que hay en ti de Cristo queda superado por lo que hay de Cristo en la iglesia. Y que si tú estás lleno de Cristo ¡el que la iglesia esté llena de Cristo es mucho más! El propósito de Dios no se detiene con llenarte a ti de Cristo, ni llenarme a mí de Cristo, sino que termina cuando todo el cuerpo está lleno de Cristo. Hasta ese día Cristo está edificando su iglesia. ¡Hasta ese día, hasta que ese día se cumpla, todavía él está edificando su iglesia aquí en la tierra!

Se nos ha hablado mucho de vivir a Cristo individualmente. Hay muchos libros escritos acerca de cómo vivir la vida cristiana individualmente. Se nos habla de la vida victoriosa en Cristo, se nos ha enseñado ... (y son verdades gloriosas que hay que conocerlas, hay que vivirlas), de la vida canjeada: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.” ¿Para cuántos ha sido esa una verdad gloriosa? ¿Descubrir que la vida cristiana no es fruto del esfuerzo del hombre, sino de la operación de la vida divina dentro de nosotros por medio del Espíritu Santo?

Pero Dios quiere que nuestra experiencia vaya más allá de ese vivir individual. Quiere rebasarlo, quiere ir más lejos. ¿Cómo, entonces, podemos vivir a Cristo en una experiencia de cuerpo? Estoy hablando de algo práctico. Ayer se nos habló también del funcionamiento del cuerpo de Cristo, de cómo Dios hizo que el cuerpo de Cristo fuese una concertación de muchos miembros que se coordinan y funcionan y dependen entre sí, y cómo ninguno de esos miembros tiene preeminencia sobre los otros, sino que el único que tiene preeminencia es Cristo, la cabeza de la iglesia. Los demás, todos, estamos bajo Cristo y nos servimos y nos ayudamos, y dependemos los unos de los otros.2

Todavía no tocamos lo esencial

Sin embargo, a pesar de toda la gloria que hay en esta revelación de la iglesia como el cuerpo de Cristo en términos de su funcionamiento práctico, en la iglesia que está en cada localidad, todavía, en esa metáfora, y en ese símil del cuerpo, que no es sólo una metáfora y un símil ... es una realidad, no hemos tocado la esencia de la iglesia. Cuando consideramos a la iglesia como un cuerpo, donde hay dones y miembros que desempeñan diferentes funciones, todavía no hemos tocado lo que es la iglesia esencialmente. Tenemos que ir más allá para comprender qué es esencialmente la iglesia, cómo se expresa, cómo se edifica la iglesia en la experiencia práctica. Y la verdad del Cuerpo se levanta o se afirma sobre una verdad que es previa y más fundamental, y que nosotros necesitamos entender para crecer y para ser edificados como cuerpo de Cristo.

Pedro, Pablo y Juan

Dios nos ha estado hablando este último tiempo acerca del ministerio del apóstol Juan. Casi todos nos asombramos con Pablo. Casi siempre, cuando nosotros queremos volver a la sustancia y a la esencia de la Iglesia, tomamos a Pablo y decimos: ¡Aquí está lo que Pablo nos dice! ¡esto es! Y damos gracias a Dios por la revelación que Dios le dio al apóstol Pablo, porque en Pablo la revelación alcanza una cúspide y no hay más que eso. Y entonces ¿por qué luego aparece este otro hombre, Juan? ¿Por qué no es suficiente con un Pablo? ¿Por qué, luego que Pablo se marcha, tiene que venir un Juan? ¿Te has preguntado eso?

La Biblia termina con los escritos de Juan. Y después que Pablo murió en el año 67 después de Cristo y también Pedro en el mismo año, pasaron 30 años más, y en esos 30 años pasaron muchas cosas en la historia de la Iglesia, entonces Juan se levanta y escribe a la Iglesia. Y, hermanos amados, Juan no tiene nada nuevo que decirnos. Esto parece extraño: No tiene una revelación nueva que aportar a la Iglesia. Juan no está tratando de decirnos: “Hermanos, además de lo que dijo el apóstol Pablo, miren, está todo esto más”. No; nada de eso. Entonces, ¿por qué Juan?

Cuando Pablo estaba al final de su ministerio, y cuando Pedro estaba al final de su ministerio, y cuando los apóstoles en general estaban al final de su carrera aquí en la tierra, ellos empiezan a escribir cosas muy tristes. Por ejemplo Pablo dice: “Me han abandonado todos los que están en Asia”, en la segunda carta a Timoteo. Y “yo sé –dice Pablo– que después de mi partida entrarán lobos rapaces que no perdonarán al rebaño, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado”. Y Pedro dice: “Habrá falsos maestros y burladores y yo aunque no esté presente, voy a tratar de dejarles presentes estas cosas para que no las olviden, para que no se olviden de lo que recibieron, porque va a haber peligro”. Pablo y Pedro ven las nubes negras en el horizonte de la Iglesia que presagian la tormenta. Pablo sabe en su corazón que mucho de lo que él ha hecho y ha entregado, va a ser tergiversado, desvirtuado, transformado. Y también lo sabe Pedro.

Y pasan 30 años, y entonces se levanta Juan. Y Juan, como expliqué, no tiene nada nuevo que decir, porque cuando la iglesia se ha desvirtuado y ha perdido su rumbo y su esencia, entonces no se necesita nada nuevo. Cuando el Señor le escribe a la iglesia que está en Éfeso, le dice: “Recuerda, por tanto, de dónde has caído”. Es decir, tu problema, iglesia, no es que necesitas saber algo novedoso. No es una nueva revelación, no es una nueva moda. Tu problema es lo que sabías y has olvidado. ¡Es lo que sabías en el principio y ahora olvidaste! ¡Es lo que fuiste al principio y ahora ya no lo eres! ¡Es el amor que tenías en un principio y ahora ya no tienes! Tu problema es que has perdido tu principio, tu esencia, tu fundamento, tu razón de ser. ¡Mira lo que has olvidado...!

El problema de la iglesia, hermanos amados, es que ha olvidado, es que ya no sabe, es que no recuerda, es que no entiende cómo fue al principio. Porque nadie le ha hablado de su principio. ¡De dónde surgió la iglesia, cómo nació, qué había en el principio!

Juan nos lleva al principio

Entonces Dios levanta a Juan. ¿Y qué dice Juan a la Iglesia? ¿Cómo comienza su carta? “Lo que era desde el principio”. ¡Aleluya! Juan es el hombre que nos muestra el camino de regreso. Él nos muestra cómo volver al principio. Él nos viene a decir cómo regresar allí, a lo que hubo antes de que todo comenzara a perderse. Algunos dicen: ¡Pero no se entiende el tema de Juan! ¡Juan no nos habla del cuerpo de Cristo! ¡Es que, hermanos, la iglesia no comenzó en el cuerpo de Cristo, con el funcionamiento de los dones! ¡No había apóstoles en el principio, no había profetas, no había evangelistas, no había maestros, no había hombres que hablaran en lenguas, no había nada de eso! ¡Eso no estaba en el principio! Eso vino después. Todo eso vino después, como consecuencia de lo que hubo en el principio. Pero el principio está más allá.

Para recuperar a la iglesia en su esencia tenemos que ir más allá del ministerio de Pablo. Porque la iglesia no comenzó con Pablo. Pablo de Tarso llegó a la iglesia y recibió la herencia de los hombres que comenzaron la iglesia al principio con Cristo.
1ª de Juan capítulo 1, versículos 1 al 4: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó).” Hermanos, ¡mire cómo dice Juan! ¡Mire! todo comenzó así. Ah, yo creo que él era un anciano cuando estaba escribiendo estas palabras. Era un anciano experimentado, pero él podía recordar el principio de todo. Él lo tenía allí en su mente y en su corazón. Y él sabía cómo había empezado todo.

Juan era un pescador en el mar de Galilea, y había otros pescadores con él. Y un día dice (yo estoy pensando en la historia), un día Jesús cruzó por el camino de Juan, y le dijo: “Sígueme”. ¿Y qué hizo Juan? Al instante, dice, dejándolo todo, lo siguió. Se fue con Jesús. Y junto a Juan otros más se fueron con Jesús. Y ellos no sabían a dónde iban. No vino Jesús y le dijo: “Juan sígueme. Mira, yo tengo el propósito de fundar mi iglesia, y yo voy a necesitar a doce apóstoles para esto. Así que, yo te he considerado, Juan, como uno de esos doce. ¿Qué te parece, Juan? Vente conmigo, vas a ser un apóstol de la iglesia. Y mira, yo pienso llevar mi iglesia y establecerla en cada ciudad, y yo pienso ...”. No dijo nada. Simplemente, Juan miró a Jesús, se quedó prendado de Jesús. Y algo inefable traspasó el corazón de Juan. Y ya no pudo separarse nunca más de Jesús. Y le siguió.

La experiencia de contemplar a Jesús

No había promesas. No había expectativas. Era sólo Jesucristo. Era sólo seguir a Jesucristo, para conocerle, para oírle, para estar con él. Y así, a lo largo de los próximos tres años y medio, Juan y los doce vivieron para conocer a Jesús. De día y de noche, Jesús y los doce, los doce y Jesús. En toda circunstancia humana posible, Jesús y los doce, los doce y Jesús. ¡Ah, hermano, tú no sabes lo que es eso! ¿Te imaginas viviendo durante tres años y medio día y noche con Jesucristo? Entonces Juan dice: “Lo que hemos visto”. ¡Lo vimos! Yo me acuerdo, lo vimos .... Y luego “lo que hemos oído”. Esto es experiencia, hermanos, esto no es teología. ¿Comprendes? ¡Esto es experiencia!

Después, ¿qué más hicieron? “Lo que hemos contemplado”. Esto es progresivo. “Contemplado” ... ¡qué palabra preciosa! ¿Qué es “contemplar”? Cuando tú entras en una galería de arte, y ves un cuadro hermoso, ¿qué haces? Te quedas contemplando el cuadro, es decir, te pones a mirar los detalles, ¿verdad? Mira qué lindo ese árbol allá, y qué precioso este detalle acá, y te pasas un rato, y si te gusta el arte te vas a quedar un buen rato mirando el cuadro y apreciando los detalles del cuadro. O a lo mejor tú eres un amante de la naturaleza y te gusta ir a ver la puesta de sol, entonces tú te quedas largo rato allí mirando cómo el sol se pone ... viendo y observando y contemplando. “Contemplar” es mirar algo con atención detenida y prolongada.

Y eso es lo que Juan hizo con Jesús. Él no solamente vio a Jesús pasar por allí ... ¡él contempló a Jesús durante tres años y medio! ¡vivió para contemplar a Jesús! Yo me imagino a Juan: se quedaba mirando a Jesús, lo miraba y veía cómo Jesús hacía las cosas, cómo amaba a los hombres, a las mujeres, los desvalidos, cómo los acogía, cómo perdonaba, cómo se entregaba, cómo se daba, cómo hacía todo lo que hacía.

Él vio a la vida divina manifestada en la tierra, y, lentamente, él y los doce fueron siendo traspasados por esa vida, hasta que, finalmente, fueron llevados a una experiencia de tal intimidad con Jesús, que vinieron a ser una sola cosa con Jesús. Allí nació la Iglesia. ¿Comprendes? ... Así comenzó la Iglesia en la tierra, con doce hombres viviendo día y noche juntos alrededor de Cristo, con Cristo, escuchando a Cristo, contemplando a Cristo, amando a Cristo, y siendo amados por Cristo.

Y Jesús traspasó a ellos algo que venía de más allá de este mundo. Jesús puso en los apóstoles la vida que él había vivido desde toda la eternidad en comunión con su Padre. Y ellos fueron metidos dentro de esa vida. Ellos se adentraron en la tierra sagrada de la trinidad. Allí donde el Padre ama eternamente al Hijo y se entrega al Hijo. Y allí donde el Hijo eternamente ama al Padre, y se da a sí mismo al Padre. Y en ese territorio, y en esa esfera celestial, todo el peso de esa gloria celestial descendió en medio de los doce, y vivió en los doce, y ellos fueron parte de eso. Y entraron a experimentar esa vida tal como se la vive en Dios. Allí los introdujo el Señor.

Y el rasgo predominante de esa vida, la cualidad esencial de esa vida que ellos recibieron de Cristo, y por medio de Cristo, del Padre, y que les fue conferida, y que les fue dado vivir y experimentar y conocer y tocar, el rasgo predominante de esa vida, dice Juan, es el amor.

El pegamento del edificio

Hermanos amados, cuando Pablo termina de escribir el capítulo 12 de Corintios y habla acerca del funcionamiento de los dones y de los miembros del cuerpo, él dice: “Pero yo les muestro un camino aun más excelente.” Ese camino más excelente no es un camino alternativo, no es una opción, sino que es el único camino posible. ¿Cuál es ese camino?

Imagínense ustedes que la iglesia es como un edificio. Entonces, cada uno de nosotros es un ladrillo de ese edificio. Cuando tú vas a hacer una edificación vas y compras los ladrillos, y eliges los mejores, los más bonitos, ¿verdad? Todos cortados, pulidos, hermosos, bien diseñados. Pero cuando empiezas a edificar la casa, te das cuenta que no es suficiente con los ladrillos. Necesitas algo más, ¡y se te olvidó! ¡Necesitas algo con qué pegar los ladrillos!

Entonces, el cuerpo de Cristo no funciona simplemente porque somos miembros y tenemos funciones y dones cada uno de nosotros. Necesitas algo que amalgame a los miembros del cuerpo, y los una unos con otros y les permita funcionar como cuerpo. Y ese pegamento, esa amalgama, ese cemento que une piedra con piedra en el edificio de Dios, es el amor.

La vida está impregnada de amor

El amor no es un ingrediente más de la vida cristiana. No es un agregado más de la vida de la iglesia. ¿Sabes por qué a los creyentes nos cuesta tanto entender el amor? Porque tenemos una perspectiva demasiado individualista. ¡El amor es el ingrediente de la vida de la iglesia! El amor es lo que permite la edificación del cuerpo de Cristo. Pablo dice: “De quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Ef.4:16). En otras palabras, lo que permite que los miembros se concerten, se liguen unos con otros y comiencen a funcionar como Cuerpo, es el amor. Si no hay amor, no hay funcionamiento del Cuerpo, porque el Cuerpo no tiene otro principio de vida que no sea el amor. ¿Y qué es el amor?

El amor es la esencia de la naturaleza de Dios, de la vida de Dios. El apóstol Juan dice entonces: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida... (en ¿qué? ¿en el poder? ¿o por la revelación que tenemos? ¿o porque hay tanta unción? ¡No!) ... nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida en que amamos a los hermanos”.

¿Quieres saber si hay vida? En la iglesia se prueba que hay vida cuando hay amor entre los hermanos, nada más. Eso es la prueba. ¡Nada más! Porque la vida de Dios se manifiesta como amor. ¡Hermanos, esto es esencial! Esto es lo que Juan quiere decirle a la iglesia. Esto es lo que Juan quiere transmitirle a la iglesia. La vida que nosotros recibimos de él, la vida que contemplamos en él, la vida que él puso en nosotros, es una vida que se expresa como amor. Se expresa en que nos une, nos aglutina, nos reúne, nos convoca, nos atrae a los unos hacia los otros. En eso se muestra la vida. La vida de Dios tiene esa vocación. ¡Oh, ese es el poder de la vida divina, hermanos! Ese poder tiene la vida de Cristo en nosotros.

Si la vida de Cristo está expresándose en nosotros sin impedimento ¿sabes lo que hace? Nos empieza a atraer a los unos hacia los otros. Ella lo hace por sí misma; tiene ese poder de hacerlo, porque es así Dios. Porque Dios es amor. No es un atributo más de Dios. Es su naturaleza, es su esencia. “Yo te amé con amor eterno, te busqué, te atraje con cuerdas humanas; yo te atraje, con cuerdas de amor.” ¿Amén? ¡Eso es amor! ¿Dios es ...? ¡Amor! Y el que permanece en amor, permanece en Dios.

Jesucristo, en medio de los doce, los pegó, y los hizo uno. Y después, de esa unidad esencial de amor, surgió el apostolado, surgió el ministerio, el servicio. Pero primero los pegó uno con otro en amor. Creó entre ellos lazos indestructibles. La vida de Cristo se irradió entre ellos y los amasó, los entretejió y los hizo uno.

¿Saben? Muchas dificultades vinieron sobre la historia de la iglesia en el principio, pero ellos nunca pudieron ser separados ni divididos, porque Cristo los había pegado en su propia vida. ¡Aleluya! Eso es el amor. Donde está Dios, hay amor. Donde no está Dios, no hay amor. Donde hay amor, está la vida de Dios. Donde no hay amor, no está la vida de Dios.

Dejemos libre la vida

Nosotros hemos levantado tantas barreras para impedir al Señor. Nuestras doctrinas son nuestras barreras. Nuestras costumbres, nuestra historia, nuestra forma de hacer las cosas son nuestras barreras. Esas cosas estorban a Cristo. Si nosotros dejáramos a la vida divina la libertad de hacer su voluntad – y debemos hacerlo porque él es el Señor de la iglesia– ¿saben lo que haría esa vida? Nos empezaría a atraer a los unos hacia los otros, y nos haría uno. Así es el amor.

Amor es: “Perdonándoos unos a otros”, “Teniendo misericordia los unos de los otros”, “Soportán-doos los unos a los otros”, “Teniendo paciencia los unos con los otros”. Esto es vestirse de Cristo, hermanos. Esto es ser el cuerpo de Cristo. No es el que simplemente funcionemos bien como dones. Eso todavía no es lo esencial. ¡Es que todas nuestras relaciones estén teñidas de Cristo! ¡Todas nuestras relaciones estén sumergidas en Cristo! El amor de Cristo crea los vasos comunicantes que nos unen a los unos con los otros. Y esos vasos comunicantes se expresan como un apegarse de los unos a los otros. Una cosa sobrenatural. Algo que tú no puedes entender. Ni yo tampoco. Porque es la vida de Dios. ¡No la vida humana; es la vida de Dios en la tierra!

No hay nada como esto en el mundo. El mundo no puede producir algo así. El mundo puede producir eficiencia, organización, poder, ¡hasta milagros! Pero no puede producir amor de Dios. ¡No puede! ¡Sólo Cristo puede hacerlo en la iglesia! Él puede unir lo que el hombre ha dividido. ¡Él puede volver a juntar en uno a los hijos de Dios! ¡La vida de Cristo es poderosa para hacerlo! ¡Es suficiente! ¡Oh, aleluya!

Deja que esa vida que está en ti haga su voluntad. ¡No la impidas, no la restrinjas, no quieras construir un dique para detener el río de Dios! Porque el río de Dios no va a ser detenido. Él va a buscar otro cauce, hermano, y tú vas a quedar fuera. Yo voy a quedar fuera. Pero Dios va a completar su obra en la tierra, y va a tener a la Iglesia que se propuso tener desde la eternidad. ¡Lo va a hacer, hermanos! Y si tú y yo no queremos ser parte de eso, Él lo va a hacer igual. ¡Aleluya! ¡Lo va a hacer igual! Porque Él es Dios y nosotros somos hombres. Por eso, Él va a tener esa Iglesia, que es como Él y que ama como Él ama. ¡Bendito sea el Señor! Amén.


***
1 Ver artículo “El primer amor”, en “Aguas Vivas” Nº 14, pp. 15-18.
2 Ver artículo “La articulación de la iglesia como cuerpo”, pp. 18-20.

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Originalmente enviado por: Maripaz
A M E N


Me uno a ese ¡AMEN!


PRECIOSO Y EDIFICANTE

Bendiciones Bart
 

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Los tripulantes de la nave “Salvación”

28 de abril de 2002

¿Cómo han de conducirse los cristianos unos con otros? ¿Cuáles han de ser sus normas de conductas? El Señor Jesús dio claras enseñanzas al respecto, que aseguran una buena travesía en la nave “Salvación”.

Quisiera proponerles en esta mañana una parábola.

La parábola del barco

Imaginemos que todos nosotros estábamos en un leprosario –un lugar de leprosos– que había en una isla apartada. Allí estábamos destinados a morir la peor de las muertes entre miles de otros leprosos. Pero un día supimos que alguien enviaría a buscar a todos los que quisiesen ser sanados para siempre. Los interesados en salir deberían esperar en una playa cercana una embarcación que vendría un determinado día a una cierta hora.

La noticia del barco era tan increíble, y a la vez la pesadumbre y el agobio de esa vida miserable era tanta, que sólo unas pocas personas creyeron el anuncio, y acudieron al lugar indicado.

Así, sin saber cómo nosotros nos encontramos de pronto arriba de una hermosa nave. Nos empezamos a mirar unos a otros y a mirar nuestros propios cuerpos, y ya no estaban esas heridas purulentas y malolientes. ¡Habíamos sido sanados! Nuestro rostro habría recuperado la vitalidad y la belleza de nuestro mejores días, y aun más que antes.

Y nos dimos cuenta que éramos muy pocos los que habíamos llegado a la cita. Y entonces nos sentimos dichosos, y dimos gracias al Cielo, y nos consideramos los hombres más felices. En un momento nos llevamos una gran sorpresa, porque pudimos ver los registros del barco, y allí encontramos nuestros nombres, que habían sido escritos mucho antes que nosotros subiéramos a la embarcación. Así que, tuvimos un doble motivo de gozo. Gozo por haber sido salvados de esa isla de muerte, y gozo por haber sido escogidos de antemano para esta salvación.

El viaje continuó. Y a medida que íbamos navegando por un mar inmenso (y también peligroso), al comenzar a convivir con los otros tripulantes del barco, empezamos a tener algunas dificultades. Aunque el barco era seguro, las instrucciones eran precisas y la dirección era clara, surgieron dificultades. Empezamos a tener algunos desencuentros con los demás. Empezamos a mirarnos con otros ojos, con un poco de desconfianza.

Fueron muchos los pequeños motivos que generaron diferencias y disputas. Por ejemplo, alguien preguntó: ¿cuál de nosotros va a ser el primero? Otro sugirió que el orden de autoridad debería basarse en el orden de llegada, es decir, que los que entraron primero debían tener más autoridad que los que entraron después.

Algunos de pronto se volvieron severos. Empezaron a juzgar y a maltratar a los demás. Otros se volvieron envidiosos. En fin, nos comenzamos a entristecer por la clase de compañeros que teníamos en el viaje. Antes habíamos estado gozosos; pero ahora habíamos hasta olvidado de dónde habíamos sido salvados. La gratitud del comienzo dio lugar a la crítica, al juicio, a la tristeza y a la amargura.

¿Qué hacer? La navegación se hacía difícil, y lo peor es que el Dueño del barco, el que nos salvó, al final de la navegación nos llamará para pedirnos cuentas. Al parecer, todos los tripulantes están a salvo. Pero al final de la travesía, unos serán aprobados y otros serán reprobados. A unos les esperan coronas, a otros, les esperan azotes.

Esta es la historia del barco, y podemos pensar que es una alegoría de la vida cristiana. Dios nos sacó de un lugar terrible, nos puso en una embarcación segura. Las instrucciones para la navegación están escritas. Y aunque al capitán del barco no le hemos visto nunca, sabemos que se mueve en forma invisible por todas las dependencias. Y él dejó claras instrucciones acerca de cómo tenemos que relacionarnos unos con otros mientras dure la navegación.

Hermanos, ¿cómo han de ser las relaciones entre estos tripulantes? ¿Cómo han de tratarse unos a otros, para que al final de la travesía no encuentren azotes, sino coronas?

Naturalmente, la base de nuestras relaciones es el amor de Cristo. Pero el amor suele ser un asunto muy abstracto, por lo cual el Señor dio enseñanzas específicas y prácticas, acerca de cómo debemos relacionarnos en amor.

Les invito a que veamos algunas de ellas.
Cada hermano representa una elección de Dios.
“En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles” (Lucas 6:12-13). Cuando el Señor Jesús debió escoger a doce apóstoles, él pasó la noche entera orando al Padre. Había muchos discípulos que le seguían, y que gustosamente habrían querido integrar ese selecto grupo, pero era necesario escoger a unos pocos, según la voluntad del Padre. Siendo un asunto tan importante, el Señor pasó la noche entera orando al Padre.

Según nos dice el evangelio de Marcos, “llamó a los que él quiso .... Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar” (Marcos 3:13-14). Notemos la expresión: “a los que él quiso”, los atrajo hacia sí, para que estuviesen con él. Aquí vemos una elección soberana. Es una elección que ni siquiera fue producto exclusivamente de la voluntad del Señor Jesús. Hubo un acuerdo entre el Padre y el Hijo acerca de cuáles habrían de ser los doce apóstoles.

Luego, después de enseñarles más de tres años, llegó el momento en que él los dejó solos. Entonces, ellos hicieron la obra del Señor, siguiendo las instrucciones del Señor. Y los demás hermanos tenían un gran respeto por ellos, los reconocían y los amaban. ¿Por qué razón? No por lo que ellos eran en sí, sino porque sobre ellos se había posado la mirada del Señor. El Señor había puesto sus ojos en ellos. Había una elección que pesaba sobre ellos.

Ahora bien, si el Señor se preocupó tanto antes de escoger a esos doce, ¿creen ustedes que la elección de los apóstoles de hoy, de los ancianos de hoy, de los profetas de hoy, de los diáconos de hoy y de los siervos de hoy es casual? Si al Señor le interesó tanto elegir bien, ¿creen ustedes que ahora no le interese tanto elegir bien, y que los ancianos, y que los que sirven y que el hermano que está sentado a tu lado ahora, fue elegido al azar?

¿Qué es lo que nos distingue a nosotros? ¡La elección de Dios! Él te escogió a ti; él me escogió a mí. Si yo le hubiese elegido a él, no hubiese sido eso una razón de seguridad, pero el hecho de que él me haya escogido, me da seguridad. ¿Cómo entonces va a ser la relación de unos con otros en la vida diaria? La relación entre unos y otros se basará siempre en el hecho de que el Señor puso sus ojos en ti, y puso sus ojos en mí. ¿Te alegra eso? ¿te da seguridad?

A propósito de esto pueden venir mil preguntas: “¿Por qué, Señor, a mí?” Pero no sabemos las respuestas claramente. Lo único cierto es que el Señor escogió al que está a mi lado, y me escogió a mí.

Si lo vemos así, valoraremos a cada uno de los hijos de Dios y tendremos con ellos una correcta relación. No descalificaremos al hermano, no lo atropellaremos, no lo menospreciaremos, no trataremos de burlarnos o de aprovecharnos de él, porque él es un elegido de Dios. Aunque le veamos claudicar a veces, o rodeado de debilidades, a veces; sin embargo, es un elegido. ¡Gloria al Señor! ¡Yo estoy contento de que el Señor me haya elegido! Habiendo tantos que quedaron atrás, él me escogió, y ahora voy navegando. Tal como dice ese antiguo himno, ahora “Salvo navego en la nave “Salud” (o “Salvación”). Esta nave se llama “Salvación”.

No hay peligro que alguien se caiga al agua, a menos que alguien se tire al agua. Puede que la navegación sea accidentada y difícil, pero nadie cae, porque ese Capitán invisible que la va dirigiendo nos guarda. A veces ocurre que algunos hijos de Dios se buscan un bote “salvavidas” (el nombre “salvavidas” no es apropiado en este caso) y bajan del barco y salen a dar un paseo. Bueno, algunos de ellos han perecido. Los encontró un tiburón, o una ola grande y traicionera y los volcó. Hay algunos Demas que han naufragado. Sin embargo, damos gracias a Dios por los que estamos. Gracias a Dios porque ha tenido misericordia de nosotros. Nuestros nombres estaban anotados antes que nosotros lo supiéramos. No fue una sorpresa para él el que tú y yo hubiésemos llegado. (La salvación es una opción cuando estamos más allá de la cruz, pero más acá de la cruz es una predestinación). ¡Hijos de Dios: nosotros fuimos predestinados desde antes de la fundación del mundo!

Ofensores y ofendidos

“Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante” (Mateo 5:22-26).

Aquí se presenta la situación de un hermano que ha ofendido a otro. ¿Qué debe hacerse cuando un hermano ha ofendido a otro y se convierte, por tanto, en un ofensor?

Dice aquí que cuando él, después de haber ofendido al hermano, llega ante el altar del Señor, dice que “se acuerda” que él ha ofendido a un hermano. El mandamiento dice que él debe interrumpir su adoración e ir donde su hermano agraviado, reconciliarse con él, y luego volver a presentar su ofrenda delante de Dios. Este “acordarse” que tuvo el hermano estando delante de Dios es la obra del Espíritu Santo. Si lo hemos olvidado, el Espíritu nos recuerda cuando hemos ofendido a alguien para que demos los pasos correspondientes. Si el hermano hace esto, y se reconcilia con su hermano, entonces ha terminado el problema. Él puede volver a adorar. (Por supuesto, el hermano ofendido, al escuchar las explicaciones, y ver el corazón contrito del hermano, tiene que perdonarlo).

Si el ofensor no da el paso

Pero ¿qué pasa si el que ofende no da este paso? Si el ofensor no da el paso, entonces el ofendido debe darlo. La enseñanza en ese caso está dada en Mateo 18, versículo 15-17: Dice: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano.”

Noten ustedes que en este caso se trata del ofendido que tiene que dar el paso, ya que el ofensor no fue a pedirle perdón. Tiene que ir donde el ofensor y decirle: “Hermano, has pecado contra mí. Yo estoy herido. Yo vengo a decírtelo para que tú te arrepientas. Para que recuperes tu comunión con Dios, porque mientras no sanemos esto, tú vas a tener problemas en tu relación con el Señor.”

Si el hermano se arrepiente de su falta, se produce la reconciliación. Pero si no la reconoce, el ofendido tiene que ir de nuevo con otros hermanos, y después tiene que decirlo a la iglesia. En el caso de que el ofensor no se arrepiente dados todos esos pasos, entonces él debe ser tenido por gentil y publicano. Es decir, debe ser considerado un mundano, uno que nunca creyó en el Señor.

¿Cuál es el objetivo de estos dos mandamientos? El objetivo es que no haya ningún pecado sin perdonar, ninguna ofensa sin ser reparada en medio de la casa de Dios. El que ofende, debe tener sensibilidad espiritual para darse cuenta que ha ofendido, e ir a pedir perdón, si no es así, el que ha sido ofendido debe dar un paso o varios pasos – según corresponda – para que esa situación sea sanada.

Si el hermano que ofende no reconoce su ofensa cuando la iglesia se lo representa, entonces debe ser tenido por un mundano. Si el hermano ofendido a quien se le pide perdón no perdona, dice la Escritura que debería ser entregado a los verdugos hasta él esté dispuesto a perdonar.

¿Qué pasa si el ofendido no va donde su hermano a representarle su pecado, y prefiere tragarse el dolor, absorber la muerte? Esto puede parecer muy espiritual, pero este proceder acarrea problemas. Por un lado él no ayudará a su hermano a darse cuenta del pecado que ha cometido. Ese hermano seguirá – tal vez sin darse cuenta– pecando y ofendiendo a los demás, y puede ser que se endurezca por el engaño del pecado. Y por otro, la herida del propio corazón del que ha sido afectado seguirá por mucho tiempo allí. Costará que esa herida se sane, y es posible que en algunos casos nunca se sane.

Estos son los mandamientos del Señor Jesucristo en el caso de hermanos que ofenden y de hermanos que han sido ofendidos.

La enseñanza está completa

¿Por qué tiene que subsanarse esto? Porque vamos juntos navegando en un barco. ¿Cómo podríamos ir juntos si no estamos de acuerdo? ¿Cómo podríamos tener un buen pasar si estamos enemistados unos con otros?

Resumimos: Hermano que has ofendido a otro hermano: debes ir, y reconciliarte con él. Hermano que has sido ofendido, que has esperado varios días o tal vez meses que tu hermano venga y te pida perdón y te restaure: tú tienes que ir al hermano, y decirle: Hermano, has pecado contra mí.

Algunos tal vez piensen que solamente se peca contra Dios. Pero aquí dice: “Si tu hermano peca contra ti ...” Hay que considerar que también podemos pecar contra el hermano, y eso debe ser motivo de preocupación.

Así que, si Mateo 5 no se cumple, tenemos que dar el paso de Mateo 18. La enseñanza de Mateo 5 se completa en Mateo 18. Gracias al Señor, porque todo está perfecto en su palabra.

Veamos ahora otro asunto que tiene que ver con las relaciones de estos tripulantes del barco.

No juzgar

“No juzguéis para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medía, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.” (Mateo 7:1-5).

El mandamiento del Señor es no juzgar a los demás. ¿Por qué no debemos juzgar a los demás? Vamos a dar algunas razones de por qué este mandamiento es tan claro y tajante.

Tres razones para no juzgar

Nosotros no tenemos un conocimiento pleno. Nuestro conocimiento es relativo, es parcial. No conocemos enteramente al hermano ni nos conocemos enteramente a nosotros mismos. Podemos ver los defectos de los demás con cierta facilidad, pero no somos capaces de ver nuestros propios defectos. Siempre tenemos una viga en nuestro propio ojo – aunque no nos demos cuenta–, que nos impedirá juzgar con justo juicio. Nos arriesgamos a juzgar a las personas basándonos en las apariencias. El Señor Jesús advirtió sobre eso a los judíos, y les indicó que ellos juzgaban según las apariencias y no con justo juicio. (Juan 7:24)

Una segunda razón que explica este mandamiento es que nosotros no tenemos un amor maduro que nos permita cubrir los defectos y las debilidades de los demás, y que nos permita juzgar con misericordia. Nuestro juicio suele ser severo, destructivo. Los defectos de los demás resaltarán demasiado y las virtudes de los demás serán ignoradas. Se produce un sobreénfasis en los defectos, y las virtudes quedan escondidas. Si nos comparamos con los demás nosotros somos aprobados y ellos reprobados.

¿Por qué es tan fácil que eso ocurra? Porque nosotros conocemos nuestras motivaciones, pero no conocemos las motivaciones del otro. Conocemos nuestras debilidades, pero no tanto las debilidades del otro. Tal vez él se vio presionado para actuar de una determinada manera, y no sabemos por qué lo hizo. Nuestro amor suele ser débil, de modo que no es capaz de cubrir al hermano que ha pecado, y lo juzgamos con severidad.

Y la tercera razón de por qué nosotros no debemos juzgar a nuestros hermanos, es que al hacerlo nos convertimos en jueces. El que juzga es un juez. (Ver Santiago 4:11-12) ¿Y quién nos hizo jueces a nosotros? Somos apenas sobrevivientes de un leprosario, y estamos por misericordia en un barco que es guiado por Otro, por el mismo Señor.

El Señor y la iglesia juzgan

¿Pero entonces no hay juicio en la iglesia? En las Escrituras hay dos instancias que pueden juzgar: El Señor Jesucristo es el Juez que juzgará a todos los hombres, y que nos juzgará a todos nosotros. “Todo el juicio lo dio (el Padre) al Hijo”. ¿Han leído eso? (Juan 5:27). No hay nadie en el universo que esté autorizado para juzgar excepto el Hijo de Dios. Su conocimiento es tan perfecto, su amor es tan maduro, que juzgará con justicia y equidad a todos los hombres.

Pero aquí en este caminar hay otra instancia que sí puede juzgar, y es la iglesia. En 1ª de Corintios capítulo 6 encontramos unas frases bien aclaradoras: “¿Osa alguno de vosotros, cuando tiene algo contra otro, ir a juicio delante de los injustos, y no delante de los santos? ¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas?” (vv.1-2).

¿Por qué la iglesia puede juzgar?

La iglesia, por tanto, puede juzgar. ¿Y por qué puede juzgar? Porque la iglesia es un pluralidad. Cuando la iglesia juzga, no juzga una persona individualmente. La iglesia es una pluralidad y, además, el Señor está en medio de ella. El Señor Jesús dijo en cierta ocasión: “Y si yo juzgo, mi juicio es verdadero, porque no soy yo solo, sino yo y el que me envió, el Padre” (Juan 8:15-17). Aun el juicio del Señor era verdadero porque no estaba solo. ¿Cuánto más el nuestro? ¿Por qué la iglesia juzga con verdad? Porque no es una persona sola: es una pluralidad.

El juicio de la iglesia no es el juicio limitado de una perdona. La iglesia cuando juzga tiene una visión integral. Hay muchas miradas que observan el problema que se está juzgando desde distintos puntos de vista. La situación en toda su complejidad es observada. Ninguno de los “jueces” en la iglesia presume que su visión sea la correcta. Cada uno de ellos, en el momento de juzgar una situación, está dispuesto a corregir su visión y su juicio al contrastarlo con el de los demás.

Cuando los hombres de Dios en la iglesia juzgan, van tomando conocimiento de un problema, van realizando pequeñas aproximaciones al problema, y van modificando su juicio a medida que se van adentrando en él. Hay preguntas, hay respuestas, hay aclaraciones, etc, hasta que llega un momento en que todos los que están juzgando tienen paz, porque han llegado al conocimiento pleno. Ahora pueden decidir.

El juicio entonces es el resultado de una acción corporativa, estando el Señor Jesús presente en medio de ellos, ejerciendo un conocimiento amplio y posibilitando que su amor se desborde en los que juzgan. ¿Se dan cuenta que el juicio en medio de la casa de Dios no es un asunto de que “yo vi algo” o “me pareció algo”, y en seguida emití un juicio y condené al hermano? ¿Por qué no podemos juzgar al hermano? Porque el juicio es plural, porque el juicio es un acto serio, profundo, que envuelve el conocimiento pero también el amor.

La presencia del Señor en medio de la iglesia es más gloriosa que en un individuo y es la garantía de que ella no se equivocará. Los individuos tienen pasiones, limitaciones, defectos, pero cuando estos individuos llenos de pasiones, limitaciones y defectos se sientan para juzgar, sus limitaciones retroceden sus pasiones son anuladas, sus debilidades van quedando a un lado y se va imponiendo el sentir de Cristo.

Tal vez no haya instancia en que los hombres de Dios son más espirituales que cuando juzgan. Porque en ese momento están todas sus facultades espirituales concentradas para interpretar la perfecta voluntad del Señor. Ellos tiemblan; temen equivocarse.

Por tanto, si sólo el Señor y la iglesia tienen la facultad de juzgar, es preciso que como creyentes individuales nos abstengamos de todo juicio hacia el hermano.

Un problema que suele darse

Pablo dijo en cierta ocasión: “El espiritual juzga todas las cosas, pero él no es juzgado de nadie.” (1 Corintios 2:15). ¿Qué diremos a esa palabra? Esa palabra ha sido muy mal interpretada por algunos siervos de Dios. ¿Cómo ha sido interpretada? Ellos han dicho: “Yo soy espiritual, la iglesia no es espiritual, así que el juicio de la iglesia a mí no me alcanza. Yo estoy por encima del juicio de la iglesia”. Ellos no ven que Pablo dijo esas palabras referente a juzgar las cosas espirituales, si vienen o no de Dios. Pero en ningún caso se está refiriendo al juicio de las cosas prácticas, de los problemas que hay entre los hermanos, del caminar de los hermanos.

Los espirituales no necesitan explicaciones

En Filipenses 1:9-10, Pablo ruega al Señor para que “vuestro amor abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis lo mejor ...”. ¿Cuándo los hermanos podrán aprobar o decidir lo mejor, es decir, cuándo podrán juzgar espiritualmente? Cuando su amor abunde y cuando estén llenos de ciencia y de todo conocimiento. Pero el amor y el conocimiento necesarios para juzgar sólo están en la iglesia, no en los individuos.

Amados hermanos, creo que esto está claro. El mandamiento, por tanto, no admite discusión: Nos juzguéis para que no seáis juzgados. ¿No ves que tú tienes una viga en tu ojo? ¿Cómo te atreves a juzgar –con esa viga en tu ojo– que hay una pajita en el ojo de tu hermano?

No debería haber sido necesario dar explicaciones a esta palabra. Los espirituales no necesitan explicaciones para obedecer. El mandamiento es claro: “No juzguéis”. ¿Amén? No juzguemos. Y cuando haya algo que juzgar, sometámoslo a los ancianos. En vez de emitir un juicio contra un hermano, nos conviene más preguntarle a un anciano: “Yo he visto esta situación en el hermano, no sé si ustedes han juzgado esto o no”. Si el anciano (o pastor) dice: “Sí, eso está juzgado”, entonces no hay nada más que decir.

Que el Señor nos ayude para ser sabios en nuestra forma de conducirnos y para que esta navegación sea más llevadera.

Los tropiezos a los pequeños y a los débiles

Pero hay más mandamientos que tienen que ver con la relación de los tripulantes en esta navegación.

Vamos a revisar brevemente un par más. Mateo 18:6: “Y cualquiera que haya tropezar a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar. ¡Ay del mundo por los tropiezos! Porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!”.

En Romanos 14:1-4a, 21: dice: “Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones. Uno cree que se ha de comer de todo; otro que es débil come legumbres. El que come no menosprecie al que no come, y el que no come no juzgue al que come, porque Dios le ha recibido. ¿Tú quién eres que juzgas al criado ajeno? ... Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni nada en que tu hermano tropiece, o se ofenda, o se debilite”.

En estos pasajes se trata de los pequeños y de los débiles. Ambos son susceptibles de tropiezos.

Los pequeños y los débiles suelen ser difíciles de sobrellevar. Ellos no son espirituales todavía. Ellos son nuevos, ellos vienen llegando. O bien, ellos han tenido dificultades para crecer espiritualmente. Tal vez se han negado a rendirse al Señor. Sin embargo, este mandamiento dice que debemos velar por los pequeños, evitar causarles tropiezos y dificultades, y evitar hacer cosas que ellos no entiendan, que los desalienten y que los hagan apartarse del camino. En este mismo pasaje de Mateo, un poco más abajo, el Señor dice que si una oveja se aparta del redil y se descarría, hay que ir tras ella hasta encontrarla.
Entonces, ¿cuál sería concretamente el mandamiento del Señor? Primero, no causar tropiezos a los pequeños o a los débiles. Debe producir un tremendo temor cuando eso ocurre. Debe hacer que el hermano mayor se sienta realmente como exponiéndose al azote del Padre. Luego, debe ir y restaurar al pequeño, y si se ha apartado, si la ovejita se ha descarriado, hay que ir allá, cargarla sobre los hombres, y traerla de vuelta. Con cariño, con ternura, con paciencia.

Así pues, los más grandes en la iglesia ¿hacen lo que quieren? Los que tienen dones, capacidad de liderazgo, los que tienen facilidad para hablar, ¿pueden hacer lo que quieren en la iglesia? En este barco, los que tienen más capacidad intelectual, ¿pueden hacer lo que quieren con los demás tripulantes? ¡No! No pueden hacer lo que quieren, antes bien, los más débiles, los más indefensos, los más expuestos, son los que el Señor tiene más protegidos.

Hermanos, ¿podemos ver esto? ¡Que el Señor nos conceda su gracia para tener el trato adecuado con los más pequeños y débiles!

La envidia

Mateo 20:12 en adelante. Esta es la parábola de los obreros de la viña. Unos fueron contratados temprano, otros a mediodía, otros más tarde, y otros casi al terminar el día, y todos recibieron el mismo salario. Entonces, el versículo 11 dice: “Y al recibirlo, murmuraban contra el padre de familia, diciendo: Estos postreros han trabajado una sola hora, y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado la carga y el calor del día. El, respondiendo, dijo a uno de ellos: Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?”.

Aquí está el problema de la envidia. El Señor Jesús dijo una palabra muy extraña, que es hasta ilógica (e injusta) si la miramos desde el punto de vista humano: “Hay postreros que serán primeros, y hay primeros que serán postreros.” El Señor no recrimina esto, no lo rechaza: él está afirmando una realidad, él simplemente la declara. Ahora, preguntémonos, hermanos, ¿qué pasa con los primeros que son hechos postreros? ¿Cómo se sienten? Ellos tal vez tengan este problema de la envidia.

¿Qué podemos decirle al que es envidiado? ¿Al que llegó último y está primero? ¿Le diremos acaso: “Mira cómo te envidian, no te fíes de nadie, te van a dar un golpe por detrás”? ¿Le diremos cosas así? ¡No! Le diremos: “Hermano, tú eres un bienaventurado, así que sigue mirando al Señor. Corre la carrera. No importa que te envidien: sigue corriendo la carrera con un corazón limpio y orando por aquellos que te envidian.”

¿Y qué le diremos a aquél que siente envidia, porque llegó primero pero quedó postergado? Hermano: “La envidia es un pecado. No juzgues al que te pasó a dejar atrás. Antes bien, humíllate delante del Señor para que él te muestre su gracia. A ver si puedes recuperar el lugar que debió ser tuyo y que has perdido por tu negligencia, por tu irresponsabilidad o –como decíamos el domingo pasado– por tu holgazanería.

¿Qué recibiremos al final de la travesía?

Amados hermanos, que el Señor nos socorra, para que estas sanas palabras del Señor Jesucristo sean realidad en cada uno de nosotros. Para que el Padre sea glorificado por nuestras buenas obras, por nuestro caminar justo, santo, por nuestro andar piadoso y recto. Para que nadie tome un bote salvavidas y se arroje al mar. O para que a nadie, porque ya cansó a los demás tripulantes y cansó al Señor de la nave, tengan que tomarlo y lanzarlo al mar.

Que el Señor permita que todos corramos esta carrera, y que todos al final de la travesía recibamos coronas y no azotes. Que así sea.

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Aguas Vivas
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Embajadores de Cristo

Domingo 5 de mayo de 2002

El apóstol Pablo, en la 2ª epístola a los Corintios reivindica su ministerio, pero también comparte la carga por la obra de Dios con toda la iglesia. En este mensaje –basado en los primeros capítulos de esa epístola– se rescatan las figuras del ministro del Nuevo Pacto, del embajador de reconciliación y del colaborador de Dios, para representar la alta misión de los creyentes, cual es llevar a Cristo a una humanidad doliente y llagada.

Roberto Sáez F.

Un encuentro con el Capitán

Partiremos con Josué capítulo 5: versículo 13-15, como introducción: “Estando Josué cerca de Jericó, alzó sus ojos y vio un varón que estaba delante de él, el cual tenía una espada desenvainada en su mano. Y Josué, yendo hacia él, le dijo: ¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos? Él respondió: No; mas como Príncipe del ejército de Jehová he venido ahora. Entonces Josué, postrándose sobre su rostro en tierra, le adoró; y le dijo: ¿Qué dice mi Señor a su siervo? Y el Príncipe del ejército de Jehová respondió a Josué: Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo. Y Josué así lo hizo.

El momento en que Josué experimenta esta visión de este Príncipe –que no es otro que el propio Señor Jesucristo, en una aparición anticipada a su encarnación – ocurrió más o menos 1550 años antes de la venida del Señor Jesucristo, cuando el pueblo de Israel está a punto de entrar en Canaán. Esta tierra estaba llena de pueblos sanguinarios e idólatras, y Dios había dado la orden de que había que conquistarla. Dios le promete a Josué que todo lo que pisare la planta de su pie sería de él, de su descendencia y del pueblo de Israel.

Entonces, es el momento de ir a la conquista. Moisés no alcanzó a entrar a poseer la tierra, él había quedado al otro lado del Jordán. Josué es su sucesor. Es el General en Jefe del ejército. Ahora, empieza a sacar cuentas, a contar el contingente que él tiene. Empieza a hacer cálculos, a pensar con qué cuenta para ir a la guerra. Es el momento cuando el Príncipe se le aparece. Y Josué le hace una pregunta encuestadora: “¿Quién eres tú? ¿Eres de los nuestros o de nuestros enemigos?” Josué, dentro de sus cálculos, quiere saber con quién cuenta.

El Príncipe le dice: “No”. Le dice simplemente “no”. Y ese “no” es: “Yo no soy tuyo ni de los otros”. Ese “no” quiere decir: “No soy yo el que me sumo a tu empresa. No soy yo el que viene a ayudarte a ti en tu conquista. Yo estoy aquí como el Príncipe del ejército de Jehová. Yo soy el dueño de esta empresa. Yo voy a ir a la conquista. Tú me vas a servir a mí. Tú vas a ir conmigo. Yo te voy a usar a ti. Tú estarás conmigo y el pueblo de Israel irá también, pero soy yo el Capitán del ejército. Soy yo el Príncipe. Yo voy a liderar esta empresa.”

Este es el Señor Jesucristo, nuestro Capitán, el Jefe de este ejército que está aquí en esta mañana. Es la Cabeza de la Iglesia. Él es el que va delante de nosotros. Es el que primero ganó todas las batallas. El Señor ya conquistó el terreno espiritual. Ya venció al diablo. Los demonios ya están vencidos. La muerte ya está vencida. El pecado, la carne, y el mundo ya están vencidos. ¡Jesucristo es el gran Vencedor!

El es nuestro Capitán, y todas las batallas, toda la guerra está ganada. Ahora nosotros entramos en su victoria. Y juntamente con él somos más que vencedores. Estamos aquí para conquistar, y con él vamos a vencer. Estamos aquí para ir adelante. ¡Gloria al Señor!

Josué, como un hombre que tiene un ministerio, un encargo de Dios, un servicio para Dios, que ha sido llamado para servir a Dios, se inclina correctamente ante el Señor, y entonces le pregunta: “¿Qué dice mi Señor a su siervo?”. ¿Quieres tú hacer esta pregunta esta mañana? ¿Quieres tener esta pregunta presente: ¿Qué dice mi Señor a su siervo? ¿Hagámosle todos juntos esta pregunta esta mañana? “¿Qué dice mi Señor a su siervo?”

Pongámonos como siervos, y vamos a 2ª de Corintios.

Siervos del Nuevo Pacto

2ª Corintios es una carta escrita por el apóstol Pablo con el propósito de reivindicar su ministerio apostólico. A partir del capítulo 3 y hasta el 7 inclusive, el apóstol pone la carga del servicio en todos los creyentes, en toda la iglesia.

Y va a usar una serie de palabras sinónimas para acentuar este trabajo que hay que hacer. Entonces él dice, en el capítulo 3, que somos ministros del Nuevo Pacto. Y la palabra “ministros” debe traducirse aquí “siervos”. Somos siervos del Nuevo Pacto. Y dice en qué consiste este servicio del Nuevo Pacto: Es un servicio que tenemos todos los que hemos creído. Es un servicio de justificación, de salvación.

Es la figura de un garzón que va a servir la salvación a aquellos que la necesitan. Es el servicio de un garzón que lleva en una bandeja una rica comida, o una rica bebida, para llevar a los comensales. Va con su bandeja y lleva allí a Cristo mismo. Es un siervo de Cristo. Va a servir a Cristo mismo. No va a servir a Cristo, sino que va a llevar a Cristo para entregarlo a aquellos que lo necesitan. Esta es la obra de la evangelización. Este es el trabajo de llevar la luz a los que están en tinieblas, de llevar la vida a los que están muertos, de llevar la reconciliación a los que están enemistados. Este es un trabajo, es un servicio. Somos ministros del Nuevo Pacto.

Cuando Pablo expone esta palabra del Nuevo Pacto termina en el versículo final del capítulo 3, el verso 18, diciendo: “Por tanto, nosotros todos ...” Está haciendo una comparación entre la gloria que tuvo el Antiguo Pacto, cuando Dios confirmó el Antiguo Pacto iluminando el rostro de Moisés, y se le pidió a Israel que se colocara un velo para que no fijara los ojos en el fin de aquello que había de ser abolido. El ministerio del Antiguo Pacto que estuvo a cargo de los israelitas iba a durar un tiempo, y ese tiempo iba a terminar. Luego vendría el Nuevo Pacto, en el que estamos nosotros. El Señor Jesucristo celebró la última cena pascual con los discípulos, y la primera cena del cristianismo, un día jueves en la noche. Allí, el Señor Jesucristo inauguró la Nueva Alianza, al tomar la copa y celebrar con esa copa en alto, diciendo que esa copa era la sangre de la Nueva Alianza. En ese momento Jesús inauguró la Nueva Alianza, el Nuevo Pacto, y nos estableció a nosotros, sus discípulos, para que fuéramos siervos de esta Nueva Alianza. ¡Gloria al Señor!

Entonces Pablo termina este capítulo diciendo: “Por tanto, nosotros todos, con la cara descubierta ... No solamente un siervo, sino todos nosotros. Todos, todos nosotros, con la cara descubierta, sin velos, porque el Señor Jesús rompió el velo que nos separaba de Dios, y ahora, con la cara descubierta, somos el espejo donde se refleja la gloria de Dios. Y somos transformados de día en día, de gloria en gloria, para parecernos a él. Para ser semejantes a él. Nosotros prestamos ese servicio de ser espejo, donde la gloria de Dios se refleja, para que otros conozcan a Dios.

Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que hemos recibido, no desmayamos.” Se requiere que los siervos no desmayen. Luego dice: “Antes bien renunciando a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios ...” (4:1-2). Es decir, se requiere de los siervos, que renuncien a lo oculto y a lo vergonzoso, que no anden con astucia ni adulteren la palabra. Y así sigue dando recomendaciones sobre cómo tiene que ser la vida de los que sirven a Dios.

Dice que son vasos de barro, y que el tesoro está en ellos. El tesoro es Cristo. “ ... Para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros”. El poder no es de los siervos; el poder es de Dios que auxilia a los siervos. Y dice que por todas partes que servimos vamos probando la muerte de Cristo para que la vida de Cristo pase a los demás. (4:7-12). Y dice a la vuelta de la página, capítulo 4:16, que aunque éste nuestro hombre exterior se va desgastando, no obstante el interior se va renovando de día en día. Vamos experimentando una metamorfosis, una transformación diariamente, en que nuestras fuerzas naturales se van gastando, pero interiormente la vida que viene de Cristo y que está dentro de nosotros nos va renovando de día en día y va poniendo en nosotros un excelente y eterno peso de gloria, para que nuestro servicio sea cada vez más excelente. ¡Gloria al Señor!

Teniendo presente el tribunal de Cristo

Es interesante que en el capítulo 5, el apóstol Pablo introduce un tema, en medio de todas estas exhortaciones, un tema que pareciera que no tuviera nada que ver con lo que está diciendo. Él dice que es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el Tribunal de Cristo para dar cuenta de lo que hayamos hecho en nuestro cuerpo, sea bueno o sea malo.

A mí me ha servido tener el tribunal de Cristo siempre presente delante de mí, porque un día yo tendré que dar cuenta de mi servicio. Recordemos que en aquel día habrá lloro y crujir de dientes. No será el llanto de los impíos, de los incrédulos, sino que será el llanto de muchos que sirvieron, pero que no sirvieron al Señor dignamente. Ellos tal vez no cumplieron todas estas demandas que hay aquí, de renunciar a lo oculto, de renunciar a lo vergonzoso.

El capítulo 7 de 2ª Corintios empieza diciendo que tenemos que limpiarnos de toda contaminación de carne y de espíritu. A nosotros nos contamina el espíritu del mundo y nos contamina el espíritu de las personas. El espíritu del mundo está contaminado por el espíritu del diablo. El espíritu del diablo es un espíritu de mentira, engañoso, que hace creer a las personas que el dinero es aquello por lo que vale la pena vivir. El diablo y el espíritu del mundo hacen pensar que el pecado es algo agradable y que vale la pena entregarse al pecado. Pero eso es una mentira.

El espíritu del mundo es mentiroso y contamina. Y el espíritu de las personas que nos rodean también a veces contamina. Cuando hay personas fuertes de carácter, o personas depresivas que nos rodean, o cuando hay personas enfermas, y nosotros tenemos que cargar con sus problemas, todo eso contamina. No significa que nos vamos a tener que despojar de los enfermos, o de los que nos causan problemas, o que nos vamos a despojar de algún hijo que tiene un carácter difícil, o de una esposa o de un esposo que tiene problemas en su personalidad, pero vamos a tener que permanecer mirando al Señor y limpiándonos de toda contaminación y llenándonos del Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo es el que nos limpia de la contaminación del espíritu del mundo y del espíritu de las personas. ¡Gloria al Señor!

Aquí hay que llenar requisitos para servir. Para servir en el evangelio, en el Nuevo Pacto necesitamos llenar una serie de requisitos y nos ayuda mucho tener presente el tribunal de Cristo ante nuestros ojos, saber que un día vamos a tener que dar cuento de lo que hicimos, sea bueno o sea malo.

Un servicio en la cárcel

Por esta razón es que he asumido un servicio en la cárcel (de Santiago), donde voy cada 15 días. A veces voy semana a semana. A partir del próximo sábado vamos a estar con un equipo de 30 hermanos visitando la Cárcel de mujeres. A veces voy también a la Penitenciaría.

El otro día me tocó estar allí. En la mañana me tocó estar en la cárcel de mujeres, y tuve el gozo de ver a más de 40 mujeres entregarse al Señor. Cada sábado que voy, veo una gran cantidad de mujeres que se rinden al Señor. Y después, en la tarde, fui a la Penitenciaría a reunirme con los hombres. Había un grupo de diversas naciones. Había sudafricanos, peruanos, ecuatorianos, colombianos, argentinos, brasileños, muchos chilenos, y entonces estuvimos en el patio de un edificio alto, de seis pisos, que es como una “u”. Estábamos ahí cantando con un grupo de hermanos –estaba el hermano Claudio también– y compartimos el evangelio e hicimos un llamado, y vinieron muchos al Señor. Y tuvimos el gozo de ver a más de sesenta hombres rendirse a Cristo. ¡Qué precioso es ver y sentir cómo la gente se convierte al Señor! Habían algunos que estaban castigados, y que escuchaban desde unas ventanas con barrotes transversales. Cuando nosotros estábamos cantando, ellos sacaban los panderos. Se veía solamente una mano con un pandero que se movía al ritmo de nuestras canciones. ¡Gloria al Señor!

Consolando a los desconsolados

Yo tengo un gozo muy grande de predicar a Cristo, de servir a mi Señor, y de ver cómo la gente se convierte a Cristo. He visto también la consolación que hay cuando una persona se le ha partido un ser querido y en los funerales hemos predicado el evangelio. He acompañado a personas que no tienen ninguna posibilidad de consolación, por ejemplo, cuando un hijo ve a su madre que se colgó de una viga. ¿Qué consolación puede haber para un hombre así, que vuelve su rostro, pone su mano en la cabeza y no tiene qué pensar ni qué decir? Pero Dios nos ha usado en esas instancias para traer consolación al corazón. ¡Bendito es el Señor!

Amados hermanos, tenemos un servicio importante que prestar. Tenemos en nosotros una riqueza muy grande que compartir con aquellos que sufren, en un mundo doliente, lleno de enfermedades, de llagas, de pobrezas. Tenemos algo glorioso que entregar. Tenemos que asumir que somos ministros del evangelio, que somos siervos de la gracia, que somos garzones de Dios.

Ministros de reconciliación

La palabra continúa en el capítulo 5, donde se nos dice que a nosotros se nos ha encomendado el ministerio de la reconciliación. “Como si Dios mismo rogase por medio de nosotros, os rogamos en el nombre de Cristo: reconciliaos con Dios” (v.20). Hay un mundo afuera que está enemistado con Dios, que está separado de Dios, y nosotros somos, por así decir, los ministros de reconciliación, los siervos de reconciliación. Vamos a servir la reconciliación a los hombres. Vamos a llevar esta palabra a los hombres para que se vuelvan a Dios, para que se rindan a Cristo. Para que se conviertan de sus malos caminos. Para que Dios ya no esté enemistado con ellos, ni sobre ellos pese la condenación.

He tenido mucho gozo de predicar a Cristo, de predicar la salvación, y distinguir entre las muchas salvaciones que hay en la Palabra: La salvación de la muerte eterna, de la condenación eterna que es la más principal de todas, de no sufrir el daño de la muerte segunda, que es la muerte del alma. La muerte que no es sinónimo de extinción, sino de separación, en que el alma estará eternamente separada de Dios, privada del gozo, privada de toda satisfacción, privada de toda felicidad, condenada eternamente para desdicha. Muerte eterna. Ese es el fin de los perdidos.

Cuando pienso en el trono blanco, en aquel juicio al que comparecerán los otros muertos (refiriéndose específicamente a aquellos que no conocieron a Cristo) y en que los libros se abrirán. El libro de la vida, el libro de memoria, la Sagrada Escritura se abrirán. Tres libros se abrirán en aquel trono blanco que aparece como el último suceso de toda la historia de la humanidad. El último evento antes de entrar a la eternidad, cuando este cielo y esta tierra hayan desaparecido y no se encuentre lugar para ellos en el espacio infinito. Porque todo esto desaparecerá, y entonces los muertos –esos otros muertos– comparecerán ante ese trono, suspendidos en el aire, sin tener en qué apoyar sus pies. No habrá una plaza, no habrá un estadio, no habrá una tierra que los sustente. Será un espacio donde un gran trono blanco lo llenará todo. Un instante pavoroso de juicio donde nadie podrá resistir la condenación que saldrá de ese trono. La condenación eterna. La eterna separación del alma, de Dios y de todo lo que pueda ser felicidad y placer. ¡Oh, qué día tremendo será aquel!

Cuando pienso en el tribunal de Cristo, se me pedirá cuenta de esas almas –de esas otras almas– que comparecerán ante el trono blanco. Ese trono al que comparecerán los impíos por no haber creído al evangelio, por haber descuidado su salvación, por haber descuidado a Dios, por haber menospreciado la Palabra de Dios. ¿Te das cuenta cuán importante es que tú prediques la Palabra, que tú le hables de Cristo a otro? ¿Puedes valorar tu ministerio? ¿Puedes ver que esto no sólo es tarea de apóstoles, de evangelistas, de maestros, de pastores, sino que todo este ejército, todos, todos nosotros somos responsables de anunciar las buenas nuevas de salvación? ¡Oh, que la iglesia toda se encienda y se levante a servir al Señor, que deje de ser una iglesia oidora de mensajes solamente, y que la iglesia tome su lugar de servicio! Teniendo siempre presente que el fin de la iglesia no es la evangelización, sino que el centro de la iglesia es Cristo mismo. Es a Cristo a quien servimos. Cuando servimos a los pecadores, servimos a Cristo. Es Cristo al que llevamos. Lo llevamos a los enfermos.

Ministrando a los enfermos

Estuvimos un día, con cuatro hermanos, en el hospital de Rancagua. Fuimos a ver a la hermana Gloria, de Graneros –no sé si la conocen algunos– que tenía un diagnóstico de un cáncer terminal. Le quedaban pocos días según los médicos. Nos recibió cuando no era hora de visita, rodeamos su cama, había en otros camas muchos familiares de enfermos que también estaban con un cáncer terminal, esperando solamente el día de su muerte. Rodeamos esa cama. Sentimos la presencia del Señor. El rostro de nuestra hermana estaba luminoso. Hicimos la oración. Cuando la abracé para darle un beso final, en su espalda tenía una tremenda protuberancia. Yo la sentí. Pero hoy día esa hermana está totalmente sana. ¡Gloria al Señor!

Cuando íbamos saliendo una familia nos detuvo y dijo: “Hermanos, oren también por mi mamá”. Oramos por ella también. Más allá otra persona nos llamó: “Vengan también a orar acá.” Oramos por cuatro enfermos en esa sala. Sé que la hermana Gloria está sana. Anda sirviendo al Señor ahora. Pero cuando estábamos frente al ascensor, ya habíamos apretado el botón y la puerta se había abierto, vino una niña corriendo por el pasillo: “Hermano, hermano, vengan a ungir a mi abuelita”. Fuimos. Había una anciana de más de noventa años, con su cara roja de fiebre. Cuando rodeamos su cama y pusimos las manos sobre ella, la fiebre empezó a viajar. Fue maravilloso ese día. Llevamos a Cristo. Su salud, su salvación, su nombre, la fe, la esperanza, consuelo, bendición.

Embajadores de Cristo

Levántate, hermano y hermana. Hay mucho que hacer. Vamos a rendir cuentas de lo que hicimos. Viene aquel día. Si no tienes frutos que exhibir, cuando sean examinadas tus obras, y sean pesadas en la balanza y en el fuego, cuando el fuego pruebe tus obras, si allí no hay otro; si allí no hay plata y piedras preciosas, entonces el fuego quemará todo. La madera, el heno, la hojarasca se quemará, si bien la salvación la conservaremos.

Pero no hay nada comparable –me imagino– a aquella invitación maravillosa de los propios labios del Señor Jesús, en aquel día, cuando estemos en su gloria, y él nos llame por nuestro nombre, y nos diga: “Bien, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu Señor.”

Y como si fuera poco, el apóstol Pablo continúa su enseñanza de colocar la carga de la obra y del servicio en todos los hermanos y nos dice que somos embajadores en el nombre de Jesucristo. Nos señala la responsabilidad de representarle a él y a su reino y nos coloca en la situación de que estamos en un mundo que no está dirigido por Dios, un mundo que tiene un usurpador que es Satanás el diablo. Pero nosotros somos la embajada del cielo en la tierra. Somos el reino de los cielos aquí abajo. Estamos en la corte de otro rey, representando los intereses del Rey de donde venimos. Somos ciudadanos del reino del los cielos. Somos embajadores de Cristo. Tenemos esa impronta, tenemos ese encargo, tenemos esa misión, tenemos esa tarea de representar a nuestro Rey. ¡Gloria a Dios! Es alto nuestro servicio, nuestro privilegio. Tengámoslo como algo glorioso. No hay ningún oficio sobre la tierra que se pueda comparar a este oficio, a la gloria de este servicio. No hay ningún profesional, por grande que sea, que sea más grande que este servicio de servir a Cristo. Aunque tú seas una empleada doméstica, aunque tú seas un empleado municipal aquí en la tierra, pero si eres un siervo de Dios lo que tienes que hacer para Dios es más importante que cualquier oficio de esta tierra.

Estar con él y servirle

Cuando Jesús llamó a los doce eran hombres que estaban muy ocupados. Era empresarios de la pesca, eran hombres rudos del mar, pero la poderosa e irresistible voz de Jesús los llamó, y esos hombres, al instante, dejando las redes, supieron que había algo más importante que hacer en esta tierra. Algo más importante que ser empresario. Algo más importante que estar todas las horas del día ocupado en ganar dinero. ¡Hay algo más importante, y esto es servir a Cristo, y estar con él!

Los llamó sólo para que estuvieran con él. ¡Qué cosa! ¿Qué se puede ganar al estar con Cristo? Estos hombres no tuvieron ni siquiera tiempo de sacar la cuenta. Pero es que la Persona de Jesús es tan dulce, es tan poderosa, es tan irresistible. Y tú estás aquí hoy porque él te ha llamado. ¡Te ha llamado, te ha llamado! Él te ha llamado para que estés con él, y estando con él no puedes menos que servirlo.

Estuve en un Retiro Espiritual, y por primera vez en mi vida participé en una ceremonia del lavado de pies, con otros hermanos de distintas denominaciones. Un hombre alto, moreno, corpulento –un argentino– cuando empezó a desatarme los cordones de los zapatos y luego colocó el lavatorio y su toalla, no pude menos que recordar el instante en que Jesús estaba dando esa lección de humildad a los discípulos. Y le tomé las manos a ese hermano, e hice una oración y dije: “Señor Jesús, Maestro amado, te doy gracias por esta lección de humildad, de servicio. Recibo tu enseñanza.” Ese hombre se quebrantó ahí y estuvo todo el rato lavándome los pies, llorando. Pero su llanto, por supuesto, era de gozo, de una satisfacción profunda, de estar sirviendo al Señor.

No recibir en vano la gracia

Como si fuera poco, el apóstol Pablo añade, en el capítulo 6: “Así pues, nosotros como colaboradores suyos ...” Significa “ ayudantes, operarios, trabajadores de Cristo. Somos colaboradores de Dios. “... os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios.” ¿Y qué significa la gracia? Significa haber recibido a Cristo mismo, y todo lo que hay en él: su vida, su poder, su ternura, su santidad, su mente, su espíritu, su fuerza. Haber recibido la gracia es haber recibido a Cristo mismo. ¿Y qué significa recibir en vano a Cristo? Es que teniéndolo, no estemos haciendo nada por comunicarlo. No estemos haciendo nada para que otros vivan este beneficio.

Y en tal caso seríamos como aquellos leprosos en los días en que Samaria estaba siendo sitiada por el ejército de los asirios. La ciudad estaba sitiada y no podía salir afuera a hacer negocios, a comprar ni a comprar los frutos del campo. La ciudad se estaba muriendo de hambre, tanto, que las mujeres se estaban dando a comer a sus propios niños. Y los leprosos dijeron: “Si nos quedamos aquí, morimos, si vamos para allá, también vamos a morir. De cualquier manera, vamos para allá, donde está el ejército de los enemigos”. Y Dios bendijo la fe de esos leprosos, y trajo un enorme ejército – chasquido de casquetes de caballos, de jinetes galopando– y cuando los asirios empezaron a sentir que venía un ejército sobre ellos, huyeron despavoridos, dejando comida, armas, tesoros, carpas, ropa, todo.

Y entonces, los leprosos empezaron a comer hasta hartarse, y a maravillarse. Y cuando ya habían pasado las horas, y ellos se habían hartado y habían visto el milagro que había sucedido, dijeron: “Vamos a la ciudad y demos la buena nueva. No sea que el pueblo muera, y nosotros aquí tenemos de todo. Vamos allá y demos la buena nueva al pueblo.”

Esto es lo que nosotros tenemos que hacer. Encontramos el tesoro. Encontramos todo lo que Cristo le arrebató al enemigo. Tenemos el tesoro en nosotros: no nos quedemos con el tesoro para disfrutarlo nosotros. No estemos comiendo solamente a Cristo nosotros. Vayamos y demos la buena nueva a los demás, digámosles que en Cristo hemos hallado la comida y el bien, y la abundancia, y que todo el tesoro está en él.

Amado hermano y hermana, con estas palabras yo te exhorto a que te levantes a servir al Señor. Que pongas todo de tu parte para que Cristo sea predicado, sea conocido. Son días de cosecha, son días de conquista, son días de ir a la batalla. ¡Oh, ejército de Dios, tenemos a Cristo por nuestro Capitán, él ganó ya la batalla, entremos en su victoria. Amados hermanos, no para tener éxito nosotros. No para tener la gloria de ser una iglesia grande. No para exhibir un ministerio glorioso de ninguno de nosotros. Sino para que Cristo se lleve toda la gloria ¡Gloria al Señor! ¡Aleluya!

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Aguas Vivas
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A M E N



Esforcémonos y seamos valientes.



Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos. (Exodo 14:14)
 


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Más que obediencia

Domingo 19 de mayo de 2002

La sanidad de los diez leprosos no sólo nos muestra la misericordia del Señor para con los hombres socialmente más despreciables, sino que nos permite conocer un íntimo anhelo -apenas sugerido- que el Señor Jesús tiene respecto de todos aquellos que ya han sido sanados.

Eliseo Apablaza F.

"Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quién volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: levántate, vete; tu fe te ha salvado." (Lucas 17:11-19).

Padre, te rogamos que tú bendigas esta palabra en el corazón de todos los que estamos aquí. Concédenos oídos abiertos por el Espíritu para oír esta palabra, un corazón sensible como aquella buena tierra, para que tu palabra dé fruto a ciento por uno. Y concede también al que hablará, palabras de sabiduría, palabras sabias para tocar el corazón angustiado, y para también remecer al corazón indiferente. Te lo pedimos, Padre, en el nombre de Jesús. Amén.

Una historia en dos partes

Es posible que ustedes hayan oído más de alguna vez predicar sobre este pasaje. Es uno de los más conocidos; es uno de los milagros, de las sanidades más prodigiosas que el Señor realizó. Es una de las demostraciones más palpables de la misericordia de Dios para con hombres totalmente marginados de la sociedad. Hombres despreciados, repulsivos, hombres que a la sola vista causaban una impresión desagradable. Es esta una demostración del amor, de la misericordia de Dios. Creo que todos nosotros conocemos muy bien esta historia.

Pero en esta mañana quisiéramos, para comprender bien lo que el Señor nos quiere hablar, dividir esta historia en dos fragmentos. El primero, del versículo 11 al versículo 14, y el segundo, del versículo 15 hasta el 19.

Jesús se pone al alcance

Veamos primero qué pasa entre los versículos 11 y 14.

Jesús va caminando hacia Jerusalén. Y para caminar hacia Jerusalén desde Galilea normalmente la gente atravesaba el Jordán y se iba por el lado oriental, para evitar pasar por Samaria. Para los judíos, Samaria era una tierra casi maldita. Ellos no se podían juntar con los samaritanos. Ellos no hablaban con los samaritanos. Los samaritanos eran una clase despreciable, eran una raza mezclada. No eran judíos puros, eran judíos mezclados con gentiles, de tal manera que normalmente cuando un judío tenía que hacer la trayectoria entre Galilea y Judea, pasaba al otro lado del Jordán para evitar encontrarse con los samaritanos.

Sin embargo, aquí encontramos al Señor Jesús, al igual que en otras ocasiones -por ejemplo cuando habla con la samaritana junto al pozo de Jacob- haciendo lo que la mayoría no hacía. Los demás sentían repulsión, hacían discriminación, el Señor Jesús, en cambio, consideraba que los samaritanos también necesitaban de Dios. Él se puso al alcance de los samaritanos, tanto que un hombre como éstos podía con sólo alzar la voz, invocar su nombre, llamar su atención, y solicitarle una misericordia.

Estos diez hombres leprosos tuvieron el encuentro de su vida. Muchos años habían vivido seguramente enfermos. Muchos habían intentado seguramente aliviar su dolor. Sin embargo, no habían podido ser sanados. Y aquí está el Señor Jesús poniéndose al alcance de ellos.

El Señor Jesús bajó del cielo, y él bajó para ponerse al alcance de todo hombre. El Señor Jesús, así como pasó por Samaria -un lugar rechazado- también él ha venido a este mundo, y se ha metido en nuestras casas, y ha recorrido los barrios pobres, ha entrado en el hogar de la viuda, y en el hogar del huérfano. El Señor Jesús se ha metido en el hogar del atribulado de corazón, de aquel que había perdido la esperanza. El Señor Jesús hasta hoy él sigue entrando en las cárceles. Allí donde están los que han sido castigados por la justicia, allí el Señor Jesús todavía entra para darles verdadera libertad. El Señor Jesús se mete en los hospitales, allí donde están algunos con sentencia de muerte, para salvar el alma, para recuperar aquello que está a punto de morir.

El Señor Jesús se mete por los vericuetos, por esas calles angostas, esas calles a media luz donde los hombres decentes no quieren entrar. Allí donde hay una mujer demasiado risueña, allí también suele entrar el Señor Jesús para sacar de allí a la mujer atribulada que invoca su Nombre. Porque para él no hay hombres de primera o de segunda clase, porque todos los hombres son objeto de su amor, porque por todos los hombres él murió. Porque todos los hombres son creación de Dios. ¡Cuán grande es la misericordia del Señor Jesucristo!

Lo que significa ser leproso

Él sigue bajando a Samaria. Samaria es lo peor del mundo. Samaria es lo que no tiene reputación. Samaria es aquello que se mira de lejos, o ante lo cual preferimos volver la mirada. El Señor Jesús entró en ese lugar y estos hombres alzaron la voz: "¡Ten misericordia de nosotros!". Tal vez nosotros nunca enteremos lo que estas palabras significaban para ellos, y el dolor que iba impregnando esta frase. Para nosotros es sólo una frase que está entre signos de exclamación aquí. Pero ¿qué significaba para ellos? ¡Cuántos dolores estaban resumidos allí! ¡Cuántas angustias estaban empapando esa frase! ¡Cuánta esperanza también!

La lepra era una enfermedad terrible. Los leprosos tenían que ser apartados de sus casas, de la ciudad. Vivían en las afueras, en los montes, en las cuevas. Habían lugares apartados donde ningún hombre sano podía ir. Ellos tampoco se podían acercar a las ciudades. Ellos eran muertos vivientes. Se les caía la carne a pedazos. Si tenían hijos preciosos a los cuales habían recibido en sus brazos, la lepra los había separado de esos hijos. La lepra los había separado de su mujer. Los había separado de sus padres. La lepra los había separado de todos los afectos humanos. La lepra era una sentencia de muerte. Estando vivos, ellos estaban muertos.

Esta es la condición de muchos hombres hoy en día. Ellos caminan por las calles, sin embargo, desde su alma atormentada y tenebrosa se despide un olor putrefacto, un olor de muerte. Ellos están cayendo a pedazos. Ellos tal vez sonríen en su trabajo, mientras ven un programa de televisión, pero ellos están leprosos, ellos están muriendo. Ellos no tienen esperanza. Así es un hombre sin Dios. Puede verse exteriormente bien, sin embargo, él sabe su fin. No hay esperanza para él. No hay remedio.

Bastó que ellos alzaran la voz

Sin embargo, estos diez que alzaron su voz para decir: "¡Maestro, ten misericordia de nosotros!" fueron oídos. El Señor los escuchó. Su oído no estaba cerrado. Ellos no tuvieron que pedir audiencia, ellos no tuvieron que hablar con alguna secretaria a ver si les daba una posibilidad de hablar con el Señor. Bastó que ellos alzaran su voz, y el oído del Señor captó ese clamor, esa angustia.

El Señor Jesús está al alcance de todo hombre. Su oído está pronto para oír, su mano está extendida para salvar, su corazón amoroso y compasivo todavía se enciende de compasión por los dolores del hombre. ¡Qué bendito es el Señor Jesucristo! Basta que un hombre le invoque, que diga: "Señor, sálvame", y es salvado. Como aquella mujer que fue detrás de él pidiendo por su hija enferma, o como Pedro el discípulo que se hundía en las aguas, y le dijo: "Señor, sálvame." O como aquel hombre que tenía su criado enfermo, y le dijo: "Anda, Señor, y sana a mi criado." Bastó que elevaran su voz y el Señor los salvó.

No hay ninguno que haya acudido a él, que haya sido rechazado. Ni ayer ni hoy. ¡Ni ayer ni hoy! Hemos dicho que Jesús es el mismo ayer y hoy y por los siglos. "Tú eres el mismo, y tus años no acabarán". El cielo y la tierra pasarán, pero tú eres el mismo. El tiempo puede cambiar, pero tú, Señor, eres el mismo. Los regímenes políticos pueden cambiar, pero Jesús es el mismo. Las culturas pueden cambiar, pero Jesús es el mismo. Él es el que creó los cielos con entendimiento. El Señor es el que sostiene los astros, los planetas, es el que ordena las galaxias, es el que les fijó término a los movimientos de ellos. ¡Oh, Jesús es el mismo, poderoso Creador, pero también Salvador!

Los leprosos son sanados

El Señor los oyó, y les dijo: "Id, mostraos a los sacerdotes". ¿Cuándo un hombre recibía una orden como ésta? ¿Cuándo un leproso tenía que ir a mostrarse a los sacerdotes? Ciertamente no podía ir cuando estaba enfermo. El hecho de que el Señor Jesús les dijera esto significaba que ellos debían estar sanos para llegar donde los sacerdotes. Era un asunto, por tanto, que desafiaba la racionalidad de estos leprosos.

"Id, mostraos a los sacerdotes". Ellos seguramente se miraron a sí mismos, todavía la carne faltaba, todavía había un dedo menos en la mano. Al mirarse unos a otros, todavía sus ojos estaban desorbitados. Pero él dijo: "Id". Tal vez uno tomó la iniciativa, y le haya dicho a los otros. "Bueno, ¿qué perdemos? Si nos quedamos aquí vamos a morir leprosos, y si obedecemos tal vez algo suceda. Y algo sucedió en el camino. Aconteció que mientras iban, fueron limpiados. ¡Aleluya! ¡Aleluya a nuestro Dios! ¡Aleluya al Señor Jesucristo! ¡Aleluya!

¿Por qué nos alegramos por esta palabra? ¿Por qué aplaudimos al Señor? ¿Por qué nos gozamos al decir que fueron limpiados? Porque nosotros nos sentimos identificados con estos. Porque nosotros sabemos lo que es la lepra. Sabemos lo que es el pecado. Sabemos lo que es haber sido limpiados. Con sólo una palabra del Señor nosotros fuimos limpiados. Él nos dijo que con sólo creer en el Hijo de Dios seríamos libres, seríamos sanos, seríamos salvos. Y esa palabra se ha cumplido en nosotros. Esa palabra se ha cumplido en ti, hermano. El Señor lo ha dicho y ha sido hecho. Hemos sido limpiados de nuestros pecados para siempre.

¡Estamos libres del pecado! ¡Estamos libres de la lepra! ¡Estamos libres de condenación! Hemos vuelto a nuestra familia. Hemos sido recibidos de nuevo en casa. Podemos de nuevo compartir con nuestra esposa, con nuestros hijos, hemos recuperado nuestra herencia. ¡Oh, ahora lo tenemos todo! No sólo hemos dejado de estar contaminados y leprosos: Hemos recuperado lo que habíamos perdido. Ya no somos marginales. No somos parias. Hoy somos hijos de Dios. Hoy estamos de vuelta en la casa. ¡Aleluya! Estamos en casa. Estamos en la casa de nuestro Padre. ¡Estamos de nuevo en casa, hermanos!

Tenemos un Padre precioso al cual hoy hemos cantado. Tenemos un Hermano Mayor y tenemos muchos hermanos con los cuales compartimos, comemos, cenamos. Con los cuales caminamos, corremos, a los cuales alentamos y de los cuales recibimos aliento. ¡Estamos en casa!

La reacción de los que fueron sanados

"Aconteció que mientras iban, fueron limpiados". Dijimos que hasta aquí sería el primer fragmento de esta palabra. Porque hasta aquí nosotros encontramos un solo hecho bendito y glorioso. Encontramos la misericordia de Dios para con hombres enfermos de muerte, y encontramos la obra del Señor Jesucristo a favor de ellos. Ellos clamaron, él los acogió; ellos pidieron misericordia, el Señor extendió su misericordia. ¡Está todo bien! ¡Hasta aquí está todo bien! ¡El Señor lo hizo perfecto! ¡Alabado sea el Señor! ¡Él sanó a los diez!

Pero lo que sigue, amados hermanos, esta segunda parte, es un poco distinta de la anterior. Aquí tenemos como protagonistas -por decirlo así- no al Señor que sana, sino a estos diez leprosos que fueron sanados. ¿Qué hicieron ellos? Dice que "uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra dándole gracias, y éste era samaritano"

Llama la atención que fue sólo uno y no
los diez. Este hombre, al parecer el único samaritano de los diez, volvió al Señor glorificándole a gran voz. Se tiró a los pies del Señor, le dio gracias. Seguramente lloraba. Seguramente besó sus pies. ¡Pero fue uno y no los diez! Entonces, el Señor Jesús le hace una pregunta: "¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve ¿dónde están?"

Amados hermanos, esta es una pregunta que yo quisiera poner -con el socorro del Señor- en el corazón de todos los que ya han sido limpiados. Podemos decir que la primera parte de este pasaje es un fragmento destinado especialmente a los que no conocen al Señor, a los que están enfermos. Es un pasaje que le habla acerca de salvación, de que en el Señor Jesús encuentran misericordia.

El Señor tenía una secreta esperanza

Pero en este segundo fragmento, tenemos el siguiente asunto: ¿Qué hace uno que luego ha sido sanado? ¿Qué hace uno que ya ha sido limpiado? El Señor pregunta: ¿No son diez? ¿y los nueve dónde están? Llama la atención que cuando el Señor les dice: "Vayan a los sacerdotes", los diez corrieron, los diez se encaminaron hacia los sacerdotes, podemos decir que los diez creyeron que iban a ser sanados, o que algo iba a ocurrir. Sin embargo, uno sólo volvió. El Señor Jesús echó de menos a los otros nueve. Aunque les dijo que fueran a los sacerdotes, él tenía una secreta esperanza. El Señor Jesús tenía un anhelo, tenía un deseo. EL Señor Jesús quería, esperaba, anhelaba, ¿qué cosa? ¡qué volviesen los diez!

En ningún momento él les dice: "¡Vayan y vuelvan!" Él les dice simplemente: "Vayan". ¿Pero qué es lo que había en su corazón? En su corazón había un deseo, un anhelo, una esperanza de que todos volviesen. Amados hermanos, (y ahora le hablo a los creyentes): El Señor Jesús no sólo espera que nosotros obedezcamos sus palabras, sino algo más que eso: espera que reconozcamos el deseo íntimo de su corazón. Aquello que él no nos dice, pero que nosotros debemos descubrir. Él no nos manda que seamos agradecidos, pero él espera que seamos agradecidos. Esa pregunta: "¿Y los nueve dónde están?" refleja una tristeza. (¿No les parece a ustedes que reflejan una tristeza?) Seguramente el miró por el camino, y preguntó: "¿Y los nueve dónde están?". Tal vez lo único que vio fue una polvareda que se perdía en la lejanía.

Más que mera obediencia

Tenemos que hilar un poco más fino aquí. En los días pasados hemos estado hablando acerca de los mandamientos del Señor, de las enseñanzas del Señor Jesucristo. De las leyes del reino de Dios. Y hemos hablado acerca de la necesidad de obedecer su Palabra, porque sus palabras son "sanas palabras". Porque sus palabras nos limpian, nos encaminan. Pero aquí en este pasaje tenemos un mensaje sin palabras. Tenemos un deseo del corazón, apenas explícito, apenas sugerido.

Un diez por ciento ... ¿Será este, amados hermanos, el porcentaje, de los hijos de Dios que luego que han sido limpiados, sanados, que han sido recuperados ... será ese el porcentaje de los que vuelven al Señor, y se postran a sus pies para darle gracias? ¿Sólo un diez por ciento?

Noten ustedes que en el verso 16 dice: "Se postró rostro en tierra a sus pies dándole gracias". Y el Señor dice en el verso 18: "¿No hubo quién volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?". Para el samaritano, el acto de volver fue simplemente la expresión de gratitud. El volvió para dar gracias por su sanidad. Pero para el Señor esa actitud de agradecimiento significaba dar gloria a Dios.

Muchos cristianos dicen que quieren glorificar a Dios, que Dios sea glorificado en ellos, o a través de ellos. Sin embargo, lo único que se ve de ellos es la polvareda que ha quedado detrás, porque ellos están lejos. Ellos han obedecido un mandamiento formal, externo, un mandamiento de la ley de Moisés. Ellos cumplen con su deber. Tal vez vengan a todas las reuniones, tal vez nunca hayan negado al Señor; sin embargo ... sin embargo, ellos no conocen el deseo íntimo del corazón del Señor. Ellos tal vez tengan alguna excusa y puedan decir. "Señor, tú no me mandaste que hiciera eso, nunca me dijiste que hiciera tal cosa". Pero el Señor tal vez le diga esto: "Siervo mío, yo estuve esperando que tú te dieras cuenta de lo que yo quería, que tú descubrieras mi deseo, mi secreto. ¿Cómo te voy a obligar a ser agradecido? ¿Cómo te voy a obligar a que te postres ante mí? Yo no quiero autómatas. Yo no quiero gente traída a la fuerza a mis pies. Yo quiero que tú vengas voluntariamente, que tú descubras el anhelo de mi corazón para contigo."

¿Hemos descubierto, amados hermanos, el deseo del corazón del Señor? ¿O hemos estado solamente obedeciendo externamente, casi como por cumplir, su palabra? ¿Cuántos están hoy a los pies del Señor, postrados, dándole gracias? ¿Cuántos samaritanos limpios, salvos, están hoy declarándole su amor al Señor, su devoción al Señor? Volver a él cuando no es una obligación es señal de amor.

No huyamos del Señor

Ser sanados, ser objetos de su misericordia es todavía la mitad de la obra de Dios. La otra mitad depende de nosotros. Dios ya hizo lo suyo. Nosotros tenemos que hacer nuestra parte. Dios extendió su mano. Dios nos dio su palabra. Ahora nos toca a nosotros. ¿Qué estamos haciendo con nuestra vida? Tal vez usted -y voy a ser un poco más directo- después de haber sido salvado, usted ha tomado la salvación del Señor, se vistió con ella, tiró sus harapos, se puso un vestido nuevo, su conciencia está limpia, su corazón está rebosante. Sus pies caminan con libertad. ¿Y ahora qué? ¿Ahora hay que volver, hay que alejarse? ¿Hay que afanarse en las cosas? ... El trabajo, los negocios, la vida centrada en sí mismo. ¿Es eso todo? ¿Es la voluntad perfecta del Señor? ¿Es el deseo íntimo de su corazón?

Amado pueblo de Dios: yo quisiera invitarlos en esta mañana a que nosotros descubramos lo que hay en el corazón del Señor. Y que vengamos a él, que acudamos a él con gratitud, que nos postremos delante de él. Tal vez alguno diga: "Yo no me atrevo a ir a así al Señor, porque tal vez el Señor me coja, y me diga: Ahora no te suelto más. Ahora eres mío, te tengo en mi mano. Y comience el Señor a plantearme sus demandas y sus demandas son terribles. No, no me acerco al Señor. Prefiero caminar más lejos."

¿Sabes lo que hizo el Señor con este samaritano que volvió a darle gracias? Él no lo retuvo. Le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado." El Señor no lo retuvo. Tal vez si tú vienes al Señor y le rindes tu vida, tal vez el Señor te diga: "Vete, anda a tu trabajo, sigue haciendo lo que estás haciendo". Pero ¿sabes?, no será nunca igual que antes. Tendrá un nuevo sentido. Tu vida tendrá un nuevo sabor. No andarás fugitivo. No andarás escapando del Señor. Si vas caminando hacia allá es porque el Señor te dijo que caminaras hacia allá. Es terrible cosa ser un fugitivo, porque la justicia te puede tomar en cualquier momento y te va a hacer pagar las deudas.

Es bueno venir al Señor, postrarnos delante de él. A la mayoría tal vez le diga: "Vete". A otros tal vez les diga: "Quédate. Te necesito." Hermanos, ... ¿Y qué tal si él dice "quédate"? ¿Lo tendremos como una pérdida? Hay algunos que parece que lo pensaran así. Tal vez el Señor ha estado hablando al corazón de algunos desde hace tiempo, y todavía luchan y todavía se resisten.

Un testimonio de obediencia

Para terminar quisiera leerles una historia que encontré en un libro. Puede representar o identificar a muchos aquí.

Un cierto siervo de Dios a los 18 años estaba alejado del Señor. Entonces fue a la guerra a otro país. Dos años después volvió de la guerra, y traía su pie herido por dos balazos. Le habían dicho que nunca más podría caminar normalmente. Estaba desilusionado de la guerra y de todos sus ideales que alguna vez se forjó. En ese estado de desazón que él tenía conoció al Señor Jesucristo y comenzó a inquietarse por servir al Señor. Pero comenzó esa lucha en el corazón. Quería servirle, pero temía y se retraía también. Estaba desesperándose ya. Había una insatisfacción profunda.

Un día se alejó de su casa, cojeando todavía con harto dolor, y se fue hacia las afueras del pueblo para orar en voz alta delante del Señor, sin que nadie lo escuchara. Y le dijo: "Señor, ¿qué es lo que estoy reteniendo? ¿Qué es lo que uso como una excusa para no servirte en cualquier lugar y como tú quieras? Estuvo orando ahí un par de horas, y estaba como agonizando. Hasta que de pronto se hizo la paz en su corazón. Y entonces tuvo un decisión firme y dijo: "Señor, donde quieras, como quieras y de cualquier manera que quieras, iré, Señor, y comenzaré ahora mismo, al ponerme de pie en este lugar, y mientras doy mi primer paso, Señor, por favor, considéralo como un paso de total obediencia a ti."

Se puso en pie, y dio un paso hacia delante. Ese paso para él significaba un paso de obediencia. En ese preciso momento sintió un fuerte tirón en su pierna inválida, con gran cuidado apoyó el pie en el suelo, y se dio cuenta que podía caminar sin dolor. ¿Qué había pasado? Despacio, con mucho cuidado, caminó de vuelta a casa. Y mientras caminaba un versículo le vino a la mente: "Mientras iban, fueron limpiados" (que acabamos de leer). Desde día este varón de Dios no cojeó nunca más. Y hasta el día de hoy es un siervo de Dios que ha puesto su vida muchas veces para llevar la Palabra del Señor a los países comunistas, más allá de la Cortina de Hierro, en aquellos años, en la década de los '60 y '70. Este testimonio está tomado de un libro que se llama "El contrabandista de Dios". El autor es el Hermano Andrés.

La fe desencadena los hechos de Dios

Amados hermanos, cuando nosotros nos decidimos a caminar en obediencia, entonces Dios puede operar los milagros que él está esperando hacer. Es por fe. Si no hay fe, él no puede hacer nada. Es la fe la que permite, la posibilita, la que desencadena los hechos de Dios. Tal vez tú estés diciendo: "Yo no sé. No puedo. ¿Qué debo hacer? Temo, Señor. Temo el precio que hay que pagar. Temo que tú me retengas a tu lado. Prefiero ir lejos, hacer mi vida". Pero el Señor a algunos, a los escogidos, a los que él quiere, los llama para que estén con él. A los apóstoles, a los doce, los llamó primeramente para que estuviesen con él, y luego los envió.

Así que, si tú estás leproso debes clamar a él para ser sanado. Si ya has sido limpiado, debes venir a los pies de Jesús para glorificarle. Nadie aquí tiene excusa. Los brazos del Señor están abiertos para recibirte.

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Aguas Vivas
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Una justicia superior

Domingo 12 de mayo de 2002

El Señor Jesucristo, como el Rey soberano del reino de los cielos, demanda a sus súbditos una justicia de noble factura, mucho más alta que la de la Ley. ¿Cómo podrían ellos cumplirla si aun la Ley era imposible de cumplir? La justicia de Cristo -una justicia superior- no es fruto del esfuerzo humano, sino que es imputada a los creyentes por la fe, e impartida a sus corazones por el Espíritu Santo. Siendo así, los cristianos son portadores de una semilla divina del más grande potencial, que les capacita para llevar abundante fruto.

Rubén Chacón V.

Mateo 5:17 al 20. Aquí está hablando nuestro Rey Jesucristo, y escuchan en esta mañana sus súbditos, sus esclavos. ¿Amén? ¡Aleluya!

"No penséis que he venido para abrogar (que quiere decir "anular") la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos." (Mateo 5:17-20)

Leamos juntos el versículo 20: "Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos". ¿Cuál era esta justicia de los escribas y fariseos? Si a nosotros se nos demanda que nuestra justicia ha de ser mayor que la de los escribas, necesitamos por una parte saber cuál era esta justicia de los escribas y fariseos y cuál es esa justicia superior que debemos manifestar.

Los pasajes que siguen contestan esa pregunta. Desde el versículo 21 el Señor Jesucristo comienza a contestar a qué se estaba refiriendo con la justicia de los escribas y fariseos, y cuál es esa justicia superior a la cual tenemos que aspirar.

No matarás

Versículo 21 dice: "Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás, y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego." ¿Cuál era la justicia de los fariseos? La justicia de la ley que, por ejemplo, decía: "No matarás". Y ese "No matarás" se entendía "no matar físicamente a otro". Porque el que matare a otro en un acto físico de quitarle la vida, entonces tenía que ser traído a los tribunales de justicia, a juicio.

¿Y cuál es la justicia superior que se nos demanda a los súbditos del Rey, a los hijos del reino, a los siervos del Señor Jesucristo? Que en el reino del Señor Jesucristo ni siquiera debes enojarte, entendiendo que ese enojo es ese enojo pecaminoso (El Señor Jesucristo también se enojó. Si usted lee el evangelio de Marcos va a ver que el Señor Jesucristo un par de veces se enojó). Aquí está hablando de ese enojo pecaminoso, y la justicia superior es: "Cualquiera que se enoje pecaminosamente contra su hermano -dice- ya eres culpable de ser traído a juicio".

En otras palabras, es como que en la justicia del reino enojarse pecaminosamente contra el hermano equivale al matar de la ley. Porque si bien es verdad que no lo llega a matar físicamente, pero cuando el enojo es pecaminoso, lo llega a matar en su corazón. Por alguna razón, no se atreve a llevar a cabo ese acto violento, esa maldición, ese deseo pecaminoso ... no lo alcanza a llevar a cabo hasta las últimas consecuencias, pero en su corazón lo asesina.

Esta es la justicia superior que se nos demanda a nosotros. No debes enojarte pecaminosamente contra tu hermano. Y va aumentando de grado: "Tampoco debes decirle necio a tu hermano". Otra versión dice, o interpreta esto como "No debes insultar". No sólo no debe haber enojo pecaminoso contra el hermano, tampoco debe haber insulto contra tu hermano. "Ni tampoco le puedes decir Fatuo"; y esto se interpreta, "tampoco debes maldecir a tu hermano". Porque maldecir a tu hermano te expone al infierno. Te expone al lago de fuego.

¿Qué es esta ley? ¿Qué es esta justicia superior? ¿De dónde salió? Si estaba dada la ley y la ley era bastante clara, ¿qué justicia es esta otra? ¿Quién nos trajo esta otra? ¿De quién es esta justicia? ¿Quién es el que está hablando? Es el Señor Jesucristo el que está hablando. Esta es la justicia de Cristo. Es la justicia de Cristo versus la justicia de la ley.

Hermanos queridos, estamos contemplando ni más ni menos que la justicia del Señor Jesucristo. Sus enseñanzas son: "Oísteis que fue dicho ... Pero yo os digo." ¡De aquí en adelante rige lo que yo os digo! Está bien lo que hasta hoy se escuchó, está bien lo que a ustedes les fue dicho en el pasado, a los antiguos. Pero ahora estoy yo. Ahora he venido yo, el Rey de reyes, el Señor de señores. El representante del reino de los cielos, el que encarna el reino de Dios. Y yo les digo a ustedes, que ustedes son herederos de una justicia superior. Son depositarios de una justicia mayor. La justicia de la ley, la justicia de los escribas y fariseos sólo llegaba hasta no matar físicamente al hermano. La justicia de Cristo dice: "Tampoco te enojarás pecaminosamente contra tu hermano, no lo insultarás, no lo maldecirás." La justicia de Cristo es superior y es mayor. ¡Bendito sea el Señor!

No cometerás adulterio

Versículo 27: "Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio". Y otra vez la situación es la misma. Para la ley -la justicia de los escribas y fariseos- el adulterio consistía en el acto físico con una mujer, pero viene Cristo con esta justicia superior, esta justicia celestial, esta justicia traída del cielo, y dice: "Pero yo os digo que el que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón". ¿Qué justicia es ésta? La justicia de Cristo, no la justicia de la ley. ¡La justicia de Cristo! ¿Decimos amén?

Y entonces ahora mirar a una mujer para codiciarla ya es adulterio. Así de claro tenemos que decirlo: ¡ya es adulterio! El Señor dice: "Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti". No es algo que te puedes permitir. No es algo que está bien, si lo estás haciendo. Es algo que tienes que cortar, que tienes que salir de ahí, es algo de lo cual tienes que liberarte. Porque si vamos a tomar en serio las palabras del Señor, mirar con codicia es adulterio, y los adúlteros no entran al reino de los cielos.

El divorcio

Versículo 31: "También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio". Otra vez aquí la justicia de los escribas y fariseos. Otra vez la justicia de la ley, que dice: ¿Tienes problemas en tu matrimonio? ¡Bien puedes terminar el matrimonio! De lo único que tienes que tener cuidado es de darle la carta de repudio a tu esposa. La ley decía que con esa carta ella podía salir y entonces demostrar que estaba libre y casarse con otro hombre. Esa era la justicia de los escribas y fariseos.

La justicia de Cristo, mucho más gloriosa y más perfecta, dice: "Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio." La justicia de Cristo es una justicia que no rompe ante cualquiera problema, que no se rinde tan fácilmente, que no echa por la borda cosas tan sagradas como el matrimonio, la familia, los hijos por cualquier motivo. La justicia de Cristo valora lo que Dios valora y lucha hasta las últimas consecuencias por salvar lo que Dios ha establecido. ¿Amén, hermanos?

Los juramentos

Versículo 33: "Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás (esto es, no jurarás falsamente), sino cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede."

La justicia de la ley, la justicia de los escribas y fariseos, decía que uno debía jurar o prometer y acompañar ese juramento con algún aval, porque como que la palabra del hombre no vale. La palabra del hombre es tan poca cosa, es tan débil, que había que acompañarla con un juramento. Había que acompañarla con un aval que a uno lo obligara, lo comprometiera para que nuestra palabra tuviera seguridad, para que nuestra palabra fuera confiable, creíble. La justicia de Cristo, que es superior a la ley, dice: "Yo te digo que de aquí en adelante tu sí será sí, y tu no, será no. Y agregarle, tener que jurar o tener que prometer, o agregarle cualquier otra cosa al sí o al no, de mal procede." ¡Bendito sea el Señor!

El amor hacia los enemigos

Versículo 38: "Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente." Hermanos, cuando esta ley se introdujo fue un tremendo avance en los derechos humanos, fue un tremendo avance en la justicia. Porque en esa época... Hay un caso en la Escritura de una hija que fue violada, que fue abusada, y sus hermanos, en venganza por la deshonra que había sufrido su hermana, fueron y eliminaron a toda la familia del culpable. O sea, la retribución a una violación fue el asesinato de toda una familia. Entonces viene la ley de Moisés y dice: "Momentito, la venganza debe ser proporcionada al daño. Si el daño fue que te sacaron un ojo, muy bien, al culpable le vamos a sacar un ojo; si te volaron un diente de un combo, al culpable le vamos a volar un diente de un combo."

Visto de esa manera es un tremendo avance. No como esas películas de vaqueros (que se pasaban antes), donde por ahí en una pelea le pegan un combo a uno y el otro saca la pistola y le dispara seis balazos. Por un combo, seis balazos. ¡Desproporcionada la venganza!

"Ojo por ojo, diente por diente". Pero viene la justicia de Cristo y dice: "Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses. Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo."

Esto también tenía mucha sabiduría en el tiempo que fue establecido este mandato. "Amarás a tu prójimo" significaba en aquella época "Amarás a tu pueblo", Israel, al que es parte del pueblo de Dios, a ese lo amarás, pero a la gente de los otros pueblos paganos los aborrecerás, no te mezclarás con ellos, para que no te contamines, para que no tomes sus doctrinas, sus dioses, sus formas de vida. Pero viene el Rey, nuestro bendito Señor Jesucristo, y dice: "Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen."

Estamos metidos en problemas

Hermanos, ¿qué vamos a hacer con esta justicia de Cristo? Nosotros no estamos bajo la ley. Pero no sé si usted se va dando cuenta, estamos metidos en más problemas que los que estaban bajo la ley. Es como un hermano decía: "Si bajo la ley era como tener que tirar un vagón de un tren con nuestras propias fuerzas, la justicia de Cristo le puso nueve vagones más." Porque si usted entendió bien, y leímos bien, quiere decir que el Señor lo hizo más difícil todavía, lo complicó más todavía. De manera que si yo pensaba hasta aquí que no era adúltero, resulta que ante la justicia de Cristo probablemente soy adúltero. Y si yo pensaba que no había dado muerte a nadie, (¡gracias a Dios!), resulta que ahora, si he maldecido, si he insultado a un hermano, si he tenido un enojo pecaminoso, soy homicida delante del Señor.

¿Saben cómo algunos han interpretado esto? (Porque hasta donde hemos visto, estamos metidos en serios problemas. Como hemos interpretado hasta aquí no dan ganas de decir: ¡Gloria a Dios que no estamos bajo la ley! Pareciera al revés, ¿no? ¡Qué bueno habría sido estar bajo la ley todavía ...!). Algunos han interpretado, para solucionar el problema, y nos han dicho: "No se preocupen. Esto no es para la iglesia. No tomen en serio estas palabras. No son para nosotros. Esto era Jesús que le traía el reino a los judíos. Así que, usted, olvídese de Mateo. Olvídese del Sermón del Monte. En general, olvídese de los evangelios".

Escuchando a un hermano que decía así, le dije: "Bueno, ¿y qué cosa de las Escrituras es para la iglesia? Porque el Antiguo Testamento lo eliminamos por completo porque no estamos bajo la ley, y los Evangelios los eliminamos porque son las palabras de Jesucristo a los judíos. ¿Y qué es para nosotros? Y él literalmente me contestó así: "Para los creyentes, para la iglesia, para los que están bajo la gracia, las epístolas de Pablo. Ni siquiera Hebreos. ¡Hasta Hebreos me lo dejó afuera! Así que ellos quedan con una Biblia chiquitita. Pero note usted que dicha interpretación tiene cierta lógica, porque si uno no sabe interpretar esto verdaderamente estamos en una situación más complicada todavía. Lo que tienes que lograr ahora no es tirar un vagón con tus fuerzas, sino tirar diez vagones con tus fuerzas. Quedó mucho más cuesta arriba, mucho más difícil, mucho más imposible. ¿Qué decimos, hermanos? ¿Qué decimos a esta palabra? ¿Cómo la interpretamos?

Lo que tenemos aquí revelado es la justicia de Cristo, es la justicia del Santo, es la justicia de Dios, es la justicia que nos vino del cielo. No es una justicia hecha a la medida del hombre, sino que esto es como Dios piensa, como Dios siente, como Dios ve.

Se obtiene por la fe en Cristo

Y lo primero que tenemos que decir es que esta justicia de Cristo se alcanza exclusivamente por la fe. Que no es una justicia que se nos pide que nosotros en nuestra fuerza podamos cumplir. Si la ley ya nos era imposible, la justicia de Cristo aún más. ¡Aún más imposible para nosotros! Por lo tanto, la única forma de acceder a ella es por medio de la fe. Es lo que Pablo decía: "Mi anhelo, mi pasión en esta vida es ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia que es por la ley, sino ser hallado en él teniendo la justicia que es de Dios por la fe."

Así que nuestra forma de acceder a esta justicia de Cristo es únicamente creyendo en el Señor Jesucristo. ¿Hay visitas en esta mañana acá? ¿Hay personas que están recién acercándose? Queremos decirles que la única forma de acceder a Cristo, a la justicia de Cristo, es creyendo en él. No tienes que traer ningún mérito 'a priori', no tienes que traer ninguna obra 'como condición de'. Puedes venir a Cristo tal como estás. Puedes venir a Cristo tal como te encuentras hoy. Porque se accede a la justicia de Cristo por la fe. Por creer en él. Por poner la confianza y la vida completa en el Señor Jesucristo. No hay otra manera. La justicia de Cristo se alcanza por la fe. No por obras.

Es un completo error pretender pararse sobre el evangelio, sobre el Sermón del Monte, y en nuestras propias fuerzas humanas, pobres y débiles, pretender imitar al Señor Jesucristo. Entendamos que es una justicia superior a la de los escribas y fariseos. Entendamos que es una justicia superior a la ley de Moisés. Pero es posible, para ti y para mí, por medio de la fe en Cristo Jesús.

Una justicia impartida y perfeccionada

Pero el punto, amados hermanos, es que si vamos a tomar en serio este mensaje, estas palabras, estas sanas palabras del Señor Jesucristo, tenemos que entender lo siguiente: que esta justicia de Cristo, que alcanzamos por la fe, no sólo se nos imputa, no sólo en forma objetiva se atribuye a nosotros que no tenemos mérito ni obras, sino que tenemos también que creer -porque así dice la palabra del Señor- que esa justicia de Cristo se nos imparte. No sólo se nos aplica como una verdad objetiva desde afuera, sino que por medio del Espíritu Santo, que viene a regenerar nuestros corazones, esa justicia se mete dentro de nosotros. Esa justicia alcanza el corazón.

Si usted se fijó bien, la ley, en resumen, es sólo una exterioridad. ¿Se dio cuenta? Uno mata sólo si físicamente le quita la vida a otro. Uno adultera sólo si físicamente se acuesta con otra persona. Y no sé si se dio cuenta, el Señor dice: "No, yo voy al corazón. No me interesan tus actos externos, quiero ver lo que hay en tu corazón. Si tu mirar es codicioso, entonces, en tu corazón ya adulteraste. Si en tu corazón hay enojo y hay maldad, y hay intención maligna entonces ya hay asesinato en tu corazón". ¿Qué quiere decir eso, entonces, amados hermanos? Que la justicia de Cristo no sólo se nos imputa, sino que por el Espíritu Santo se nos imparte aquí adentro. Y esa justicia viene a transformar el corazón. ¡Aleluya! Y esa justicia ya no sólo está en Cristo para nosotros, de tal manera que no sólo tenemos que decir: "Somos justificados en Cristo", sino que también podemos decir: "Esa justicia ahora mora en nosotros por el Espíritu Santo." Y cual semilla sembrada y plantada aquí, esa semilla debe ser cultivada. Y entonces la Escritura dice que la santidad -somos santos en Cristo- también tiene que ser perfeccionada ahora en nosotros.

La justicia no sólo nos justifica en Cristo, sino esa justicia debe ser perfeccionada en nosotros. Y el amor -no sólo hemos sido amados en Cristo Jesús- debe ser ahora perfeccionado en nosotros. Perfeccionando la santidad, perfeccionando el amor, perfeccionando la justicia.

Y ese "en nosotros", ¿qué significa? Que la justicia de Cristo debe poco a poco comenzar a manifestar en la vida práctica, debe comenzar a verse en tus hechos, en tus palabras, en tus pensamientos, en tus motivaciones. "Os daré - dijo el Señor prometiendo a través del profeta Ezequiel - un corazón nuevo, y os daré un espíritu nuevo, y pondré mis leyes ya no en un libro, sino en tu mente y en tu corazón, y yo mismo haré -cuando te dé un espíritu nuevo que no es otro que el Espíritu Santo en nosotros-, y haré por medio de ese Espíritu que andéis en mis preceptos." ¿Se da cuenta cómo esa justicia se internalizó? ¿Se da cuenta cómo esa justicia no sólo quedó para nosotros perfecta y gloriosa en Cristo, sino que por el Espíritu Santo se nos metió dentro?

Oh, esta justicia imposible para mí, que es más difícil que la misma ley, ya está dentro de ti. ¡Está dentro de mí! Cristo está dentro de nosotros. Ya no vivo yo, es Cristo el que vive en mí. Ya no andamos en la carne; andamos en el Espíritu. Y cuando eso ocurre, lo que se tiene que manifestar en la vida práctica es esta justicia. Hermano, no la de la ley, no la de los escribas y fariseos: Esta justicia. ¡Bendito sea el Señor!

La Ley se queda muda

Gálatas 5:22, si me acompañan a leerlo: "Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley". ¿Cuántos tienen el Espíritu de Dios morando en sus corazones? ¿Cuál es el fruto de ese Espíritu? Fruto es lo que se ve, fruto es lo que produce, y que es visible, y que se tiene que notar. ¿Cuál es? Es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza.

Yo no sé si es la interpretación correcta, pero a mí me gusta imaginarme así esa última frase "contra tales cosas no hay ley": Es como que el que está manifestando el fruto del Espíritu dice: "Que venga la ley no más, que venga a revisarme." Y lo que Pablo está diciendo es: "Mire, la ley no tiene ningún reproche. Donde ve el fruto del Espíritu, la ley se queda callada. No tiene de qué acusar, no tiene de qué condenar." ¿Qué va a decir la ley de Dios contra la templanza? ¿Qué va a decir la ley de Dios contra la mansedumbre? ¿Qué va a decir la ley de Dios contra el amor?

Cuando la ley viene al que está bajo la justicia de Cristo, y dice: "Vamos a revisar si este ha asesinado: ¿has matado físicamente a alguien?" ¡No! Entonces la ley dice: "¡Pero si éste no sólo no ha matado físicamente, sino que éste no insulta a su hermano, éste no maldice a su hermano". Entonces la ley se queda muda, y se retira con la cola entre las piernas. Y ahí viene de nuevo la ley. "Vamos a revisar si hay adulterio aquí." Y la ley dice: "Oh, no sólo no hay adulterio, sino que aquí no se mira con codicia."

Contra la justicia de Cristo, contra el fruto del Espíritu, no hay ley. La ley se calla la boca. La ley no tiene nada que reprochar. Hay una justicia mayor aquí entre nosotros. Aquí hay una justicia superior: la justicia venida del cielo, la justicia de Cristo.

El fruto que el Señor exige

Amados hermanos, les insisto en este punto: que la justicia de Cristo no sólo es nuestra objetivamente, que no sólo es nuestra en Cristo, sino que ahora está dentro de nosotros. En Cristo y en nosotros. En Cristo por la fe y en nosotros por el Espíritu Santo. Así que, ¿qué fruto -hermano amado- no sólo espera el Señor, sino que hasta puede exigir el Señor? ¿Qué fruto es el que el Señor espera y exige de nosotros? ¡Su justicia! Esta justicia de la que leemos aquí. Porque el Señor la ha hecho posible.

No tienes que decir: "¿Quién subirá al cielo para traérmela aquí abajo? Porque Cristo te la trajo. No está lejos de ti: está en tu boca y en tu corazón. Está aquí en nosotros. ¡Damos gloria al Señor! ¡En nosotros habita el Santo! ¡En nosotros mora el Justo! Y el fruto que debemos dar es éste. A nosotros nos rige el "Pero yo os digo". ¡Ése es el que nos rige a nosotros!

Un testimonio

Hermanos, yo vengo, como muchos de ustedes, de un contexto denominacional. Yo nací ahí. Desde mi niñez estuve en una iglesia denominacional, y yo a muy temprana edad sufría no sólo por mi propia vida, sino sufría por ver la calidad de vida de aquellos con los que compartía la fe. Porque había un divorcio muy grande entre lo que se decía y lo que se hacía. Un divorcio muy grande entre lo que se creía y se confesaba como fe de Cristo, y la conducta y los hechos de las personas.

Y yo nunca he estado contento hasta el día de hoy - no estoy contento con mi propia vida. Pero tampoco lo estaba mirando alrededor. Mucha incoherencia de vida, mucho doble mensaje, doble conducta. Apariencia de santidad. Aquí somos una cosa, en la casa somos otra. Aquí somos una cosa, en el trabajo somos otra cosa. Aquí somos una cosa, en el colegio somos otra cosa. Y entonces la explicación que nosotros damos desde aquí es que ellos están en una religión, es que ellos están en un sistema, es que ellos están en algo donde la vida de Cristo está ahogada y no puede fluir. Y es así ¿no es cierto? ¡Es verdad!

Yo estaba en ese sufrimiento, en esa lucha. Y entonces supe de los hermanos de la Comunidad Cristiana. Y entonces me acerqué a ellos y quise saber qué palabra del Señor había en ellos. Y lo que me cautivó de ellos fue precisamente este mensaje. Este mensaje que dice que la verdad de Dios hay que aterrizarla a la vida. Que una espiritualidad en el aire no sirve, que esa no satisface el corazón de Dios. Que el Señor no está contento con tener una confesión correcta, si esa confesión no se traduce en los hechos, en las actitudes, en la conducta. En definitiva, no sirve jactarnos de que somos santos en Cristo, pero en nuestra vida práctica no lo somos.

Ese todavía no es el fruto que el Señor quiere producir. Ese todavía no es el fruto que el Señor aprueba. Y me atrajo profundamente la palabra de ellos, que decía: "No sólo hay que ser santos en Cristo, hay que ser buenos maridos. Porque hay bastante Biblia que dice que hay que ser buenos maridos. Y que hay que ser buenas esposas, y que hay que ser buenos hijos, y que también tenemos que ser buenos trabajadores, buenos patrones. Y usted sabe, hay palabra y hay Escritura para todo eso.

Entonces yo decía: "Aquí está, aquí está, porque aquí hay coherencia de vida." Aquí hay una espiritualidad que se llega a manifestar en la vida. La puede ver la esposa, la pueden ver los vecinos, la puede ver el mundo. Usted da la boleta, usted da el vuelto, usted paga los impuestos, usted hace lo que todo el mundo no hace y quiere evadir. Ayer me contaba una hermana que una de sus hijas, en algún momento había hecho una locura. Empezaron a pedir plata a los vecinos diciendo que era para un enfermito, y era para ellos. Recolectaron una cantidad de plata. Cuando le confesó a la mamá, la mamá le dijo: "Vas a ir y vas a devolver la plata a todas las personas que le pediste, y le vas a decir: "¿Sabe? No era verdad lo yo vine a hacer". ¿Eso no se ve no es cierto? Eso comúnmente no se hace. Una justicia superior, una justicia de Cristo. Vas a devolver lo que adquiriste de mala forma. ¡Alabado sea el Señor! ¡Bendito sea su Nombre!

Pero estando allí, en la Comunidad Cristiana ... y es la crítica que hacemos desde aquí nosotros - decimos: "Claro, quedó tan bien enseñado - es como el Sermón del Monte - le queda a uno tan clarito lo que hay que hacer y lo que hay que vivir, cómo deben ser mis motivaciones, mis actitudes, está todo bien, pero si no hay, juntamente con eso, una revelación de la gracia de Dios, si no hay una revelación paralela, donde se nos diga que Cristo vive en nosotros, entonces esta verdad, aunque es bíblica y es Palabra de Dios, se transforma en un legalismo, y en algo peor que la ley misma. Porque es mucho más difícil, y es mucho más superior.

Y ¿sabe? Esa crítica desde aquí tiene toda la razón. Enseñar Efesios 4, 5 y 6 sin Efesios 1,2 y 3 es enseñar la ley, es enseñar legalismo. Enseñar las demandas del Rey sin la gracia del Rey, sin la unción del Rey, sin la transformación del Rey, es enseñar legalismo, es poner a la gente bajo un yugo más difícil todavía, y más imposible todavía.

Nuestra justicia debe ser mayor

Amados hermanos, pero hoy estamos nosotros aquí. Nosotros que decimos: "Tenemos la revelación del Señor Jesucristo en nuestros corazones". Nosotros que decimos: "Hemos gustado la gracia de Dios; hemos gustado el perdón del Señor; hemos gustado la salvación del Señor; hemos gustado del Espíritu del Señor; hemos visto la iglesia; hemos visto a Cristo y su obra, eterna, perfecta y para siempre." ¿Eso es lo que decimos? ¿Es nuestra fe?

Hermanos queridos: pero esta es la palabra del Señor para nosotros en esta mañana. Entonces, ¿no debe ser nuestra justicia mayor? ¿No debe ser el fruto entre nosotros, entonces, mayor? ¿Se entiende, hermanos? ¿No acaso al que se le ha dado más luz mayor responsabilidad tiene? ¿No acaso al que se le ha dado más gracia más se le demanda? Oh, hermanos queridos: esta es una palabra positiva.

Dios espera aquí entre nosotros un fruto mayor, un fruto más maduro, un fruto más perfecto. Y si verdaderamente entre nosotros ha habido más gracia de Dios, entonces, escúcheme, hermano querido, el Señor está esperando un fruto mayor, más perfecto, más completo. "Porque a quien se le ha dado más, más se le demanda." Porque a quien se le ha dado más, más puede dar, más puede rendir. Es decir, ustedes hermanos, junto con ser personas gloriosamente privilegiadas, son personas que tienen una gran responsabilidad.

Y yo les digo, hermanos, yo conozco algo del mundo de afuera, el mundo evangélico, y el mundo. Hermanos aún la iglesia misma está esperando que se levante un modelo, que se levante un fruto digno de observar. No sólo lo piensen por ustedes mismos. El evangelio está desacreditado, hermanos, el Nombre del Señor está avergonzado, porque hay tanta mentira en la propia iglesia, porque hay tanto engaño. Y nosotros desde aquí decimos: "Es que ¿cómo podrían ellos vivir si no saben, si ignoran, si no tienen la revelación? Entonces nosotros que la tenemos, estamos desafiados por el Señor a levantarnos con vidas santas, con vidas justas, y ser un testimonio para los que están afuera y para el mundo, de que Jesucristo es real, de que el Señor vive, de que el evangelio es poder de Dios.

Cristo puede en nosotros

Acompañé al hermano Roberto a visitar la iglesia en Iquique, y una tarde subimos a Alto Hospicio a estar con algunas hermanas de ese lugar. Eran mayoritariamente mujeres de población. Mujeres que tienen sus esposos inconversos, que sus esposos algunos son borrachos, algunos las golpean. Son gente pobre, que luchan por el sustento, mujeres que hacen de papá y mamá, y de sostenedoras del hogar. Así que pareciera que cuando uno va a llegar a ellas lo que va a encontrar es mujeres deprimidas, amargadas, con muchas lágrimas en sus ojos.

¡Oh, hermanos, pero cuando llegamos con el hermano Roberto, no encontramos nada de eso! Eran mujeres radiantes, que comenzaron a cantar con nosotros, y sus caras y sus bocas estaban llenas de paz, de alegría, de gozo. Mujeres de tez morena, curtidas por el polvo, por el sol, pero llenas de Cristo. En medio de esos sufrimientos, en medio de esas penurias matrimoniales de donde han sido rescatadas, pero nada de eso les impedía vivir a Cristo, manifestar el gozo y la alegría del Señor. Y yo escuché al Señor decirme en medio de ellas: "Yo soy verdad". Yo entendía que el Señor me decía: "El evangelio resulta. No es puro cuento. No es promesa de políticos. El evangelio es verdad. Yo funciono - dice el Señor. ¡Resulta, no es mentira! ¡Es verdad, resulta! ¡Se puede, se puede!

Nuestras señoritas van a llegar vírgenes al matrimonio, porque en Cristo se puede. Nuestros jóvenes se van a casar bien en Cristo, con hijas de Dios. No se van a unir en yugo desigual, en el tiempo del Señor, con responsabilidad. Porque se puede. Se puede en Cristo ¡Cristo puede! ¡Cristo puede en nosotros! ¡Cristo es poderoso en nosotros! ¡Cristo puede!

El desafío que tenemos

... Una justicia mayor que la de los escribas y fariseos que el mundo va a ver. Amados hermanos, el mundo va a ser atraído. El mundo va a querer venir donde hay verdad. Donde verdaderamente hay vidas transformadas. ¿Se da cuenta el desafío que tenemos, hermanos? El Señor, a nosotros, más que a ningún otro grupo, a esta iglesia más que a ninguna otra iglesia, el Señor le demanda esto. Pero más que una demanda, amados hermanos, veamos el corazón del Señor.
Vean el corazón de las otras iglesias, de los evangélicos, que también están anhelando, que quieren ver si esto es verdad o no, si esto resulta o no. Si, en definitiva, el Señor funciona o no funciona.

Nosotros sabemos que el Señor funciona. Así que tomemos esta palabra y aterricémosla. Aterricémosla en nuestras relaciones. La espiritualidad no puede ser sólo en los cultos. Tiene que ir al hogar. Y tiene que ir ahí a la intimidad con la esposa. Tiene que manifestarse ahí en la relación con los hijos. Y tiene que ir ahí al trabajo y manifestarse la justicia de Cristo, en medio de los compañeros de trabajo, y en medio de sus compañeros de colegio.

¡Bendito sea el Señor! ¡Alabado sea el Señor! ¿Qué dicen súbditos del Rey? ¡Amén! ¿Creemos que esa justicia está aquí en nosotros? Vamos a dejar que se manifieste. La carne no puede manifestarla. El Espíritu es el único que puede manifestarla.
¡Bendito es el Señor!

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Aguas Vivas
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Aprendiendo de nuestro Señor Jesucristo

Domingo 26 de mayo de 2002

El modelo de vida y de conducta para el cristiano es el mismo Señor Jesucristo en su vida y conducta en los días de su carne. Su humildad de siervo y su permanente dependencia del Padre nos muestran el camino para un andar victorioso, en la plena voluntad de Dios.

Gonzalo Sepúlveda H.


La preciosa oración de nuestro Señor en Juan 17 es una fuente inagotable de enseñanza para nosotros. No obstante, recordemos que se trata de una oración íntima entre nuestro Señor y su Padre, nuestro Padre: "He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti" (vv.6-7).

Hermanos, miremos al Señor. Esta mañana quisiéramos que el Señor nos ayude para mirarlo a él, que aprendamos de nuestro Señor, que tomemos de nuestro Señor. Toda nuestra atención esta mañana está puesta en él.

El Hijo glorifica al Padre

En Hebreos 1 se nos dice que Dios, habiendo hablado en otro tiempo por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo. Si usted quiere escuchar a Dios, tiene que mirar al Hijo, tiene que escuchar al Hijo, tiene que conocer al Hijo...

Nadie puede venir al Padre si no es por el Hijo; nadie va a conocer jamás a Dios si no conoce al Señor Jesucristo.

Cuando alguien habla de Dios sin mencionar al Señor Jesucristo, entonces estamos ante un lenguaje meramente religioso. Dios es invisible, Dios es espíritu, pero se nos ha hecho manifiesto porque el Verbo fue hecho carne. Dios nos ha hablado por el Hijo, por quien y para quien hizo todas las cosas. El Hijo, nuestro Señor Jesucristo, dice esto: "Ahora ellos han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti". ¡Cómo el Hijo glorifica al Padre!

Él dice que todo lo que él tenía ... (y nosotros vemos al Señor Jesús riquísimo; lo vemos sanador, poderoso, porque calmó los vientos de la tempestad del mar, ¡qué tremendo es esto! Estuve conversando con un hombre de mar acerca del salmo 107, donde se relata la inutilidad de la ciencia ante la experiencia de una tempestad furiosa en alta mar. Este hombre me decía que a pesar de todo el avance tecnológico, computacional y satelital disponible hoy, más la potencia de los motores modernos, él ha sido testigo de la furia de los mares, cuando alrededor no ves nada sino una masa negra de aguas embravecidas que ya casi te devoran. Entonces, hasta el más ateo clama a Dios por misericordia. Así dice la Escritura: que los hombres claman a Dios en su angustia y Él los libra de sus aflicciones. ¡Qué tremenda es la braveza del mar! ... "Cuando se levantan sus ondas, tú las sosiegas", y nuestro Señor Jesucristo cuando iba en la barca, ante la tempestad, los discípulos, con el corazón afligido, clamaron: "¡Señor, nos hundimos!", y el Señor, poderoso, detuvo la tempestad) ... que todo lo que tenía lo había recibido del Padre.

El Señor dice: "Todas las cosas que me has dado proceden de ti". ¿Se fijan en la relación? Todo el poder que tenía, todo el poder que desplegó, se lo atribuye enteramente al Padre. El Hijo, en este sentido, glorifica al Padre. Por esto también dice: "Yo te he glorificado en la tierra". ¡Qué precioso es mirar al Hijo en esa dependencia continua! Sabiendo que todo lo que tiene no es suyo, sino que le vino (digámoslo en un lenguaje humano) de afuera. Nosotros podemos ver al Señor sanando, consolando (¡qué palabras de gracia se derramaban de él!, ¡qué ternura!, ¡qué amor!, ¡qué santidad!), y todo eso, él se lo atribuye enteramente al Padre que le concedió todas las cosas.

Un lenguaje celestial

Luego, más adelante en su oración, el Señor dice: "Yo les he dado tu palabra"; y en Juan 15:15 él dice: "Todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer"; también en Juan 14:10 dirá: "Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras".
Hermanos, miremos al Hijo ahora en una palabra de Juan 10:37-38. Leamos estas palabras con reposo, pues a través de ellas estamos conociendo a nuestro Señor y Maestro. ¡Cuán precioso es él!. "Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis". ¡Qué tremendo es esto, hermanos! ¡Cómo santifica al Padre! ¡Cómo le atribuye todo al Padre! Es como si dijese: "Si hay algo que yo hago que no es de mi Padre, ¡no me crean!". Se expone a que no se le crea con tal de glorificar al Padre. Pero luego agrega: "Pero si las hago, aunque no me creáis a mí (¡qué humildad de siervo!), creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí y yo en el Padre".

Hermanos, aquí está el mensaje del Señor. Esto se escribió para que conociéramos al Hijo, porque Dios nos ha hablado por el Hijo y por esta palabra estamos conociendo y creyendo que el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre. ¡Qué preciosa es esta palabra! Las obras de nuestro Señor, las palabras de nuestro Señor, se deben a que el Padre está en él, y a que él está en el Padre. El Señor está diciendo: "Yo nada puedo hacer por mí mismo", sería incapaz de hacer obra alguna por mí mismo, si algo hago lo hago porque el Padre está en mí y porque yo estoy en él".

Miremos cuán precioso es el Señor, hermanos. Esto es un lenguaje del cielo, esto no cabe en nuestra mente. Si lo razonamos, nos resulta incomprensible, pero el Espíritu de Dios, el Espíritu que procede del Padre y del Hijo, está aquí ahora mismo para revelarnos estas cosas a nuestro espíritu, para que estas verdades no sólo sean versículos manejados mentalmente por nosotros, sino que sea una palabra viva que pueda actuar dentro de nosotros también.

Les invito para que nos abramos juntos al Espíritu del Señor que está aquí con nosotros ahora. Mi aspiración es que a través de este vaso que esta aquí al frente de ustedes la palabra del Señor pase, y tú, que eres otro vaso, te llenes también para que a través de ti la palabra del Señor vuelva a salir con poder y podamos producir vida en muchos otros cuando salgamos de aquí.

Nicodemo en Juan 3:4 dijo al Señor: "¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?", con una argumentación respetuosa tal vez, pero muy humana, muy terrenal. A esto el Señor responde: "Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?". Hermanos, aquí aparece un hombre -Jesucristo- que confundió a los religiosos de su tiempo declarando estas cosas: "El Padre que mora en mí", "El Padre que está en mí", "Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí". ¡Qué lenguaje celestial!

El religioso de aquel día sólo tenía ojos para ver el templo como la única casa de Dios posible. Ellos decían: "Jehová está en su santo templo, calle delante de él toda la tierra", y de los confines de la tierra peregrinaban para venir a adorar al Dios único que habitaba en el lugar santísimo del templo hebreo en Jerusalén. Para ellos era absolutamente inconcebible que Dios pudiera habitar en otro lugar. Pero aquí aparece una persona gloriosa, caminando por los polvorientos caminos de Palestina, y él nos dice: "El Padre que está en mí" ¡Aleluya! Este es un lenguaje del cielo, pero es real en la persona gloriosa de nuestro Señor Jesucristo. Porque Dios es Dios, y para él es posible llenar el universo entero con su gloria y al mismo tiempo habitar en el corazón de una persona.

"¿Todavía no me conoces?"

Otra palabra: Juan 13:20: "De cierto de cierto os digo: el que recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió". Oigamos sus palabras, son verdaderas... Yo he recibido al Señor, ¿lo recibió usted? Bueno, estas son sus palabras: "El que me recibe a mí, recibe al que me envió". Oh hermanos, estas son las palabras del cielo pronunciadas hoy día en la tierra. Están vigentes hasta nuestros días, entonces, es posible recibir al Señor, no sólo la doctrina del Señor, sino al Señor. No sólo el evangelio del Señor, sino al Señor mismo, ¡Cristo mismo recibido en nuestros corazones! "El que me recibe a mí, recibe al que me envió". ¡Aleluya! Hemos recibido entonces al Hijo y juntamente con haber recibido al Hijo, hemos recibido al Padre también. ¡Que el Espíritu Santo revele esta palabra en todos nosotros!

Veamos ahora Juan 14:8-12. Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre, y nos basta." Hasta ese instante, Felipe no tenía la revelación que nosotros tenemos. A pesar de estar al lado del Señor, aun no le conocía. Jesús le dijo: "¿Cuánto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?". ¿Será que algunos de nosotros, hermanos, tenemos esta misma inconsciencia de Felipe? ¿Será que hoy en este lugar hay algunos Felipes que hace tiempo que se reúnen, que hace tiempo que caminan y el Señor dice: "¿Tanto tiempo que estoy con vosotros, y no me habéis conocido?" ...

Cada uno tiene una respuesta para eso. ¿Tocará el Señor a alguien profundamente en esta mañana con esta palabra? ¿Tanto tiempo que estoy contigo y aún no me has conocido?... ¿No crees que yo soy en el Padre y el Padre en mí? Hermanos, estamos hablando de cosas celestiales, estamos hablando, no a la mente, sino al espíritu, a lo profundo, porque usted tiene espíritu, no sólo alma, usted tiene corazón, no sólo mente, y el Señor quiere hablar al corazón, no a su mero entendimiento.

No era un hombre común

"¿No crees que yo soy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre y el Padre en mí". Oh hermanos, este es un mandamiento del Señor, él nos manda a creer su bendita palabra. "¡Creedme!... de otra manera, creedme por las mismas obras". Te creo, Señor. Te creo que tú eres en el Padre y el Padre en ti. Yo creo, hermanos, que es imposible que un hombre común le abra los ojos a un ciego de nacimiento, o que un hombre cualquiera sea capaz de resucitar a un muerto de cuatro días con una sola orden. ¡No puede hacer esto un hombre común! De tal manera que el Padre estaba verdaderamente en el Hijo y eso quedó de manifiesto por sus obras ¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios!

Hermanos, sigamos leyendo esta preciosa palabra de Juan 14:12: "De cierto de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre". Esta palabra es para ti y para mí, para los que hemos creído en él. Sigamos en el versículo 19: "Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros". "Aquel día", hermanos, es ¡este día! Hermanos, el Señor nos invita a creer: aquel día profetizado es hoy. El Señor nos invita a creer hoy!... ¡Sí, el Señor Jesús está en el Padre, y nosotros estamos en el Señor Jesús y él está en nosotros!.

Luego dice: "El que tiene mis mandamientos y los guarda (y su mandamiento es que le creamos), ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él". ¡Oh hermanos, la sola lectura de esta palabra hace brillar el tesoro que llevamos adentro! Ahora, sigamos viendo el verso 23: "El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada con él". ¡Ay Señor, tan inconscientes que somos muchas veces! Parece que la marca religiosa de ver al Señor sólo en los cielos, por allá, lejano, nos persiguiese todavía, y nos hace pensar que es tan difícil seguir su camino.

En realidad, sería imposible, más que difícil seguir al Señor si esto que acabamos de leer no fuese una realidad en nuestras vidas. Pero, hermanos, estamos leyendo las palabras preciosas de nuestro Señor Jesucristo y nosotros hoy día no concebimos una vida cristiana sin Cristo morando en el corazón por la fe. Miremos al Señor Jesucristo. Todo cuanto él dijo e hizo fue totalmente atribuido al Padre que moraba en él. Digámoslo al revés, al no ser posible vivir esto en la practica, el Señor no podría haber realizado milagro alguno, ni se habría mantenido en santidad todos los días de su vida, ni habría sido vencedor de la muerte, porque el pecado lo habría alcanzado de alguna manera. Mas ahora, toda su perfección es totalmente atribuida a la fuente de donde él dependía, del Padre que lo moraba.

Nuestra riqueza

Hoy día para ti y para mí, hermano, no hay vida cristiana posible si es que esto no tiene un cumplimiento verdadero. Pero los que hemos recibido al Señor .... ¡LO TENEMOS! ¡Habita Cristo por la fe en nuestros corazones! Además, la Escritura dice terminantemente que "el que confiesa al Hijo, tiene también al Padre" (1ª Juan 2:23). ¿Tú confiesas a Jesús? ¡Entonces tú tienes también al Padre! ¡Jesús es el Señor! ¡Jesús es nuestra vida! ¡Jesús es Emanuel, Dios con nosotros!

Oh hermanos, esta es nuestra riqueza. Si no tuviésemos esto, seríamos un montón de tiestos vacíos; mas, aunque somos vasos de barro, tenemos este bendito tesoro adentro. Mirando al Señor Jesucristo hoy, aprendemos de él. Nadie se extrañe de este lenguaje: "El Padre que mora en mí".

Volvamos ahora a Juan 17, hermanos, orando nuestro Señor Jesucristo al Padre hace esta tremenda declaración: "Yo en ellos, y tú en mí", para que sean perfectos en unidad. Sólo el Espíritu de Dios puede ayudarnos a comprender algo del profundo alcance que esta palabra tiene: "Yo en ellos, y tú en mí, para que sean ..." O sea, para que seamos todo lo que como cristianos se espera que seamos en palabra, en fe y conducta. Necesitamos creer esto, por cuanto, el Señor como Arquitecto ha diseñado así las cosas, y la única posibilidad de victoria para un hijo de Dios es que vivamos conforme a este diseño.

Ahora bien, nosotros no tenemos dificultad alguna ya para creer que el Padre está en el Hijo. No hay dudas con respecto a la perfecta comunión entre el Padre y el Hijo. "Uno somos" -dice el Señor. Pero mira lo que nos dice el Espíritu del Señor en esta declaración intima que el Señor hace aquí: "Yo en ellos y tú en mí", o sea que hemos sido elevados, tú y yo, levantados a ese alto nivel de la Trinidad. Se nos concede un privilegio que es imposible concebir, humanamente incomprensible. ¡Amado hermano, así como el Padre mora en el Hijo, es verdad que el Hijo mora en nosotros, y el que tiene al Hijo, tiene también al Padre! ¡Aleluya! ¡Tenemos al Padre y tenemos al Hijo!

Hermanos, más que una doctrina o una forma de culto, o cualquier cosa que apreciemos, nosotros tenemos a Dios mismo morando en nosotros ... ¡LO TENEMOS, LO TENEMOS! ¡Adorémosle, porque lo tenemos aquí, porque es verdad que mora en los cielos y que los cielos de los cielos no lo pueden contener, pero también es verdad que está aquí con nosotros y en nosotros! ¡ALELUYA!. ¡Lo recibí, entró en mi corazón, no se irá nunca, soy y somos su templo, por eso le adoro y le bendigo! ¡Gloria a Santo Nombre! ¡Te amo, Señor! Nos elevaste, nos tomaste en cuenta, para que viviéramos una realidad semejante a la vivida por nuestro Señor en los días de su carne en la tierra. Hoy nosotros estamos en la tierra y lo necesitábamos y él se nos manifestó y vino a hacer morada en nosotros. Está aquí, esta ahí en tu corazón y en el mío ¡Aleluya, porque lo tenemos! ¡Gracias, porque moras en nosotros!

Tenemos los recursos

Una palabra más, amados hermanos: tenemos recursos para servir al Señor. Él dijo: "(Padre) todas las cosas que me has dado proceden de ti". Nada procede de mí, nada procede de ti mismo, yo no soy fuente para nada, Gonzalo no le sirve a la iglesia en Temuco, sólo Cristo le sirve. Si Gonzalo no depende de la fuente de donde fluye el agua limpia, no le crean a Gonzalo, no lo sigan, no le obedezcan. Puedo servirle al Cuerpo de Cristo, a la iglesia del Dios vivo, en la medida que estoy conectado con aquella fuente, con el río de agua limpia que viene del trono de Dios y del Cordero y que pasa por ti y por mí.

Tú tampoco eres la fuente. Nuestra fuente esta allí. Entonces, cuando aparecen las opiniones humanas, el "yo creo, yo pienso", entonces el "yo" se agranda, se infla cual globo que ocupa todo el espacio, y el Espíritu del Señor queda arrinconado, contristado, porque aparece el hombre, la carne. Pero ¿qué es el hombre?, lo que seamos humanamente, por refinado que aparezca, no tiene ningún valor en el propósito de Dios, porque aun lo bueno nuestro puede ser un estorbo en la obra del Señor.

Pero nosotros tenemos recursos espirituales. Tenemos que depender de Otro, de la gracia que proviene de él, de la vida que proviene de él, del socorro que proviene de él para alcanzar la medida de obediencia de la que se nos ha hablado en estos últimos días, para que nuestra justicia sea mayor que la de los escribas y fariseos (amén a esa preciosa palabra que nos regula cuando comenzamos a bajar de nivel espiritual y nuestra conducta se empieza a relajar, entonces nos volvemos a los recursos que tenemos en Aquel que todo lo puede). Porque, hermanos, teniendo los recursos que se nos han dado, ¡cómo es posible que aun haya tanta inconsecuencia en el pueblo de Dios! ¿Dónde hemos arrinconado a Aquél que vino a nuestro corazón a socorrernos?

Hermano, el Señor te habla porque él quiere socorrerte, él quiere verte victorioso, para que aparezca en nosotros reflejado el carácter precioso de nuestro Señor, su ternura, su mansedumbre, la santidad, la gracia, el amor del Señor. Es justo que él espere todo esto de nosotros porque primero se nos ha dado todo. Si nuestra experiencia aún es deficiente, bien el Señor podría volver a decirnos: "¿Tanto tiempo que estoy con vosotros y aun no experimentan el poder de mis palabras?". El Señor nos perdone toda falta, toda irrealidad, toda debilidad, indignas de creyentes. Arrepintámonos de corazón, dejemos atrás la carne y démosle al Señor el lugar que le corresponde.

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Aguas Vivas
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Gracias Bart, por compartir con nosotros este suculento banquete espiritual.



:corazon:
 


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Las contradicciones de Sansón

Domingo 9 de junio de 2002

Sansón no es sólo una figura bíblica con valor histórico, sino que es una metáfora de la suerte que puede correr un cristiano -y la iglesia -cuando confía en sus dones y se hace amigo del mundo. De sus contradicciones y fracasos, de su liviandad y sensualidad, podemos extraer valiosas lecciones para nosotros.

Eliseo Apablaza F.

Vamos a tener la Biblia abierta en el libro de Jueces, desde el capítulo 13 en adelante. Nuestra meditación esta mañana se va a centrar en la figura de Sansón, el juez de Israel. Esperamos obtener de esta palabra algunas enseñanzas útiles para todos nosotros. Desde el capítulo 13 al capítulo 16 está resumida la vida de este hombre, que gobernó durante 20 años en Israel.

Un hombre carismático

Sansón nació en un hogar piadoso. Y unas de las primeras cosas que el ángel de Dios le dijo a la madre, es que el niño que habría de nacer sería un varón apartado para Dios. Lo que se conoce en las Escrituras como un nazareo. Él no debería beber nunca vino ni sidra, ni debía comer ninguna cosa inmunda. De tal manera que desde antes de su nacimiento ya se sabía qué clase de persona debía ser Sansón: un hombre consagrado para Dios.

En Jueces 14:24-25 dice que la mujer finalmente dio a luz al niño, y le puso por nombre Sansón. “Y el niño creció y Jehová lo bendijo. Y el Espíritu de Jehová comenzó a manifestarse en él”. Esta frase “el Espíritu de Jehová comenzó a manifestarse en él” es una constante, porque muchas veces en la vida de Sansón encontramos que en los momentos difíciles, él invocaba al Señor, y el Señor hacía descender su Espíritu sobre él, y le socorría gloriosamente.

Aquí encontramos a un hombre poderoso en su fuerza, un hombre que era capaz de matar un león como se mata a un chivito, que era capaz, con la quijada de un animal, de matar a muchos hombres. Era capaz de tomar las puertas de una ciudad - que eran muy fuertes y pesadas - y echárselas al hombro y caminar como 70 kilómetros con ellas, y más encima subiendo cuestas. Era un hombre tan dotado, que aunque a él lo amarraran con cuerdas, con mimbres verdes -como en cierta ocasión lo hicieron- bastaba que él hiciera un pequeño esfuerzo y eso se rompía. Ninguna cosa podía menguar su poder, porque tenía un don de Dios.

Sansón era un hombre carismático. “Carisma” significa “don”. Era un hombre carismático. Él nació con esa bienaventuranza. Él no hizo un curso para llegar a tener mucha fuerza. Él no fue un físico-culturista. Sansón era un hombre que estaba dotado por Dios para ser un hombre fuerte.

Así ocurre cuando Dios da sus dones. Él los da gratuitamente a quien él quiere. Él no mira la clase de persona que uno es para darle sus dones. Él lo hace porque quiere; porque es bueno, porque a Él le parece bien.

¡A Dios le ha parecido bien darnos a Jesucristo, que es el Don inefable de Dios! Nosotros alabamos su gracia, y declaramos que el mayor don que hemos recibido es Jesucristo. Nosotros somos más bienaventurados que Sansón; tenemos más fuerzas que él; tenemos una mayor gloria que él. Tenemos a Jesús el Hijo de Dios.

Un mal administrador de los dones

Sansón, sin embargo, no fue un buen administrador de los dones que Dios le había dado. En toda su vida, vemos en él a un hombre muy caprichoso, un hombre solitario, un hombre muy sensual. Un hombre que hacía mal uso del don que tenía. Él se burlaba de sus enemigos, él usaba su fuerza para bien, y también para mal. Era un hombre que no consultaba al Señor acerca de cómo hacer un buen uso de los dones que Dios le había dado. De tal manera que muchas veces se equivocó. Muchas veces él usó la fuerza para su propio provecho. Y fue caminando este hombre de Dios por un camino bastante torcido, bastante equivocado. Muchas veces le vemos cometer errores, cometer pecados, pero como era un hombre talentoso de parte de Dios, él seguía venciendo a los enemigos y seguía librándose de los peligros en que se metía.

Una metáfora

Era un hombre solitario; era un hombre caprichoso. Sansón nos representa como en metáfora; como en una figura o alegoría, lo que es la situación de muchos otros hombres de Dios. Sansón no sólo existió en aquellos días de los jueces. Desde allí hasta acá en la historia ha habido siempre muchos Sansones. Siempre ha habido hombres como él -hombres de Dios, me refiero- que han tenido mucha fuerza, una capacidad que deslumbra a los demás. Sin embargo, a la hora de administrar los recursos que Dios les ha dado, no han sido sabios.

Por lo tanto, veremos que Sansón no es sólo una figura histórica; es también una figura representativa, y tal vez nosotros conozcamos a algunos de ellos hoy, y tal algunos de nosotros mismos estemos permanentemente en peligro de convertirnos en un Sansón más. De tal manera que esta palabra no exculpa a nadie. No libra a nadie. Nosotros tenemos que mirar atentamente el caminar de este hombre y obtener las lecciones que el Señor quiere darnos.

No se sujetó al Dador

Una de las cosas que llama la atención al observar a Sansón es que él muchas veces hizo uso de su don, pero nunca le vemos preguntarle al Dador de ese don acerca de cómo debía usar su don. Ese es un problema. El estaba tan contento con lo que tenía, él vivía su vida con tanto despilfarro, pero no le vemos nunca consultarle a Dios, y decir: “Señor, tú me diste esto que es algo maravilloso, que es algo para mantener a tu pueblo libre de sus enemigos, ¿qué debo hacer con él? ¿Cuál es la mejor forma de administrarlo?” Nunca le vemos orar de esa manera. Él vivía muy confiado en sí mismo. No tenía una actitud sujeta a Dios. Ese es el primer problema de este hombre.

Un líder carismático, fuerte, poderoso, pero con algunos problemas en su forma de conducirse, en su forma de vivir, en su forma de administrar los recursos que tenía.

Un hombre sensual

Además de todo eso, Sansón tenía una gran debilidad. Era un hombre muy sensual. Era un hombre muy “tentado”. Fue seducido una y otra vez por lo deseos de la carne, o - como dice la Escritura - “por los deseos de los ojos”. Cierta vez - era un joven - fue a una ciudad filistea. (A la sazón los filisteos eran el pueblo que tenía subyugado a Israel). En esa ciudad encontró a una mujer que le agradó, así que fue donde sus padres, y les dijo: “Yo he visto en Timnat una mujer de las hijas de los filisteos. Os ruego que me la toméis por mujer”. ¡Primer problema en la vida de Sansón! Encuentra una mujer, la ve, le agrada, se enamora de ella, y conforme a la tradición de sus padres, les pidió que ellos hiciesen los trámites correspondientes.

Él miró a una mujer de un pueblo enemigo y se enamoró de ella. Como si dijéramos “a una mujer del mundo”. A una mujer incrédula. En ese momento los padres le dijeron a Sansón: “¿No hay mujer entre las hijas de tus hermanos, ni en todo nuestro pueblo, para que vayas tú a tomar mujer de los filisteos incircuncisos? ” (14:3).

Los padres llamaron la atención de este joven. Ellos tenían una razón poderosa para detener esa decisión alocada, irreflexiva, de su hijo. Si Sansón hubiese sido sabio, él hubiese atendido el consejo de sus padres. Sin embargo, él respondió así a su padre: “Tómame ésta por mujer, porque ella me agrada”.

Esa fue su respuesta y fue una respuesta categórica: “Me agrada”. No dijo: “Dios la escogió para mí”. No dijo: “Dios me ha dicho que debe ser mi esposa”. Simplemente dijo: “Ella me agrada”. Los padres se vieron impotentes. Sabían que su hijo era un escogido por Dios, entonces ellos descansaron en la decisión que su hijo estaba tomando. Sin embargo, de aquí en adelante comienza un descenso, comienza la catástrofe en la vida de este varón de Dios.

¡Fueron tantas las complicaciones que tuvo con esta mujer con la cual quiso casarse! Se vio enredado en un enigma que les propuso a los filisteos. Ellos presionaron a su novia; su novia convenció a Sansón a los siete días de estar insistiendo. Finalmente él le dio a conocer el enigma. Para poder cumplir su palabra, Sansón tuvo que matar una cierta cantidad de filisteos. El padre de la novia también tuvo problemas con Sansón. Finalmente - la historia es bastante larga, no voy a entrar en detalles -, él no pudo consumar su matrimonio.

Cuando a los días después de unas fiestas grandes que se hicieron, él fue a ver a su mujer, el padre ya la había dado a otro hombre. Sansón se enojó. Tomó unas zorras, amarró sus colas entre sí, puso unas antorchas encendidas en las colas, y las echó en unos sembrados, quemando las mieses de sus enemigos, sus viñas y sus olivares. Se despertó una tremenda odiosidad contra este hombre, y todo por causa de sus sentimientos de venganza, porque le habían quitado a su mujer, obtenida en forma tan irregular.

Sansón había sido seducido por los deseos de los ojos. Los filisteos quisieron vengarse de la quema de los sembrados, fueron donde los coterráneos de Sansón y le dijeron: “Entréguennos a ese hombre”. Sansón se hizo atar, y cuando vio a los filisteos delante, como burlándose, se desata de sus cuerdas, toma una quijada de asno, y con ella mata a mil hombres. Después, más encima, se pone a cantar una canción que decía, en son de burla: “Con la quijada de un asno, hice un montón, dos montones, con una sola quijada de asno maté a mil hombres”. Quinientos aquí, quinientos allá, dos montones de cadáveres. (Sansón era un hombre espectacular. Si hubiese vivido hoy habría sido motivo de atracción en todos lados).

La ramera de Gaza

Un poco más adelante fue Sansón a otra ciudad filistea que se llamaba Gaza. Y se metió allí con una mujer ramera. “Y se llegó a ella”, dice la Escritura. Cuando los hombres de Gaza supieron, le hicieron una encerrona. “Cuando se levante en la mañana para irse, lo mataremos” - dijeron. Pero Sansón tenía astucia, además de fuerza. A medianoche, él tomó las puertas de la ciudad y se las llevó. Y los hombres de Gaza quedaron burlados.

La caída

Al poco tiempo tuvo problemas de nuevo con una tercera mujer que se llamaba Dalila. Y la Escritura dice, simplemente: “Después de esto, aconteció que se enamoró de una mujer en el valle de Sorec, la cual se llamaba Dalila. ” (16:4). Aquí comienzan los forcejeos con esta mujer. El único objetivo de Dalila fue obtener el secreto de su fuerza. Desde el principio. Sin embargo, él no tuvo ojos avisados para darse cuenta de esa intención, y comenzó una relación muy superficial, de coqueteos, de risitas y de otras cosas con Dalila.

Ella lo único que quería era obtener el secreto de su fuerza. Y los filisteos la presionaron, y la amenazaron para que lo obtuviera. Tres veces Sansón se burló de ellos. “Si me ataren con cuerdas nuevas que nunca se hayan usado, yo perderé mi fuerza”. Esas cuerdas se volvieron como hilo de coser. Después le dijo a Dalila: “Si tejieres siete guedejas de mi cabeza con la tela y las asegurares con la estaca, entonces perderé mi fuerza”. Dalila estaba desesperada. Le decía: “¿Cómo tú dices que me amas, cuando tu corazón no está conmigo? Ya me has engañado tres veces, y no me has descubierto aún en qué consiste tu gran fuerza”.

“Y aconteció que, presionándole ella cada día con sus palabras e importunándole, su alma fue reducida a mortal angustia.
” Finalmente cayó en la trampa, y le dijo en qué consistía su fuerza. Era un nazareo desde el vientre de su madre. Nunca le habían cortado el pelo. Allí estaba el secreto de su fuerza. Dalila se dio cuenta que esta vez él había sido sincero, y da la voz a los filisteos, quienes cercan a Sansón, lo toman, le cortan el cabello.

Cuando él quiso escapar -él pensó que lo haría como tantas otras veces lo había hecho- no pudo. No sabía que Jehová ya se había apartado de él. Los filisteos lo tomaron, le sacaron los ojos, le llevaron a la ciudad de Gaza, y le ataron con cadenas para que moliese en la cárcel. ¡Le ataron con cadenas para que moliese en la cárcel! Como cualquiera de los esclavos, sometidos a trabajos de fuerza para poder sobrevivir.

Cada una de estas tres mujeres marcó un descenso en los principios, en la conducta, en la moralidad, en la rectitud -si es que alguna vez la tuvo- de este hombre. Con la primera de ellas intentó casarse -por lo menos algo bueno había en esa intención- aunque era una mujer extranjera. Con las otras dos simplemente fue un amorío, una aventura.

Sansón ... ¿Por qué está escrita esta biografía en las Escrituras? ¿No es una vergüenza? ¿No es un motivo de tropiezo para aquellos que tienen acusaciones contra los hijos de Dios?

La amistad con el mundo

Sansón nos muestra a qué extremos puede llegar un hombre de Dios en su amistad con el mundo, en su 'pololeo' con el mundo. “Los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida no proceden del Padre, sino del mundo” (1ª Juan 2:16). Y esta es la fuente de mayores dificultades para un hombre que quiere caminar en rectitud.

El mundo le sonríe a un hombre de Dios con el dulce rostro de una mujer. Una sonrisa angelical, pero un corazón diabólico. Una aparente intención de pasar bien un rato, pero una intención de fondo de destruir a uno que es llamado para vivir en rectitud. El escritor inspirado dice: “¡Oh almas adúlteras, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? ” (Santiago 4:4).

El mundo como una mujer sensual, provocadora, atractiva. Dulce palabras, pero hay allí veneno como el de una víbora, cuya mordida es mortal. Esta mujer -la tercera- provocó la caída de Sansón. Lo que había comenzado como un enamoramiento de una mujer que le había agradado, provoca al final de la vida de este hombre, su caída, su vergüenza, su ceguera, su esclavitud, su humillación y su muerte. En el medio estaban las fiestas. ¿Habrá respetado el nazareato? ¿Se habrá abstenido de vino y de sidra en esas fiestas con los filisteos? ¿En esos compromisos que contrajo con ellos? ¡Qué juego más peligroso, más sucio!

El peligro de jugar con fuego

Nosotros leemos en el libro de Proverbios 6:27: “¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan? ¿Andará el hombre sobre brasas sin que sus pies se quemen? ” Estas dos preguntas son importantes. Es bueno que nos las hagamos. Tal vez haya alguno que dice: “Déjenme; yo soy fuerte. Yo no voy a caer. Yo puedo caminar a pie pelado sobre las brasas, y no me voy a quemar. Yo puedo tomar un poco de fuego aquí en mi pecho y no me voy a quemar”. Tan iluso como pensar eso es lo que han pensado muchos siervos de Dios, que han jugado con fuego y se han quemado.

La caída de Sansón nos muestra que tanto puede ir el cántaro al agua que al final se rompe. ¡La mujer de Timnat fue tan insistente! Al final Sansón le declaró el sentido del enigma. ¡Dalila fue tan insistente, le presionaba cada día con sus palabras, importunándole! Hay situaciones en que el mundo viene con la forma de una mujer, importunando una y otra vez, intentando una y otra vez seducir hasta que se provoca el quiebre de la voluntad. Ya no hay más resistencia; ya no hay más raciocinio. Ya no hay más temor de Dios: hay un abandono a los placeres, a la tentación.

No podemos decir que Sansón tuvo un momento de debilidad. No fue un momento. ¡Fue una seguidilla de momentos! Fue un camino que tomó tempranamente, un camino torcido que lo llevó al fracaso. El debilitamiento constante, persistente, es una de las armas favoritas del diablo. Si él se nos presenta en forma repentina, diciendo: “Yo soy Satanás; yo te voy a hacer caer”, difícilmente lo va a lograr. Pero él actúa de otra forma: Hoy día un poco; mañana otro poco. Al tercer día un poco más. Al décimo día o al undécimo, se produce la caída.

Más que una figura histórica

Sansón no es sólo una figura histórica. Sansón nos habla de un hombre que ha perdido el norte, que ha perdido la capacidad de decir “no” al pecado. Un hombre que ha perdido el temor, y se ha llenado de autocomplacencia. Que busca la satisfacción de sus propios deseos. Que confía en sus fuerzas, pero no confía en Dios. Confía en su capacidad para resistir hasta el final, y no confía en Dios.

Sansón también nos muestra en figura lo que es la historia de la cristiandad a través de los siglos, la iglesia que se ha prostituido con el mundo, que ha cedido ante la tentación sutil de la carne, de la gloria humana y del deleite. La iglesia que se ha apartado del temor de Dios; que se ha ido a juguetear con los filisteos -o con las filisteas- del mundo. La iglesia que debió haberse guardado nazarea para Dios, pero que, como este varón llamado a ser un nazareo, se deja seducir por los ojos hermosos, o por la mirada provocativa. “La amistad con el mundo es enemistad contra Dios”. No hay términos medios.

Un final ejemplarizador

Sansón cae, y el final de él es tan triste. Los filisteos no fueron compasivos con él: Le echaron mano y le sacaron los ojos. Los ojos habían sido la causa de su caída (por los ojos había entrado la figura de una mujer hermosa). Allí donde estuvo el origen de su pecado, allí estuvo su castigo. Le sacaron los ojos. Esos ojos que había usado tan mal. Con los que había soñado y había mirado tantas cosas ilícitas. ¿De qué le servían los ojos ya a Sansón?

Nosotros miramos en Apocalipsis el juicio contra la gran ramera. Las figuras son opuestas, pero son semejantes también. Aquí es un hombre el que está esclavizado, al que le sacan los ojos, y que es juzgado por Dios. Allá es una mujer que se sienta como reina, que ha tenido fornicación con los reyes de la tierra y con el mundo. Este sacarle los ojos a Sansón es similar a aquella vergüenza que vendrá sobre Babilonia -la cristiandad apóstata- el día en que el Señor la juzgue. En aquel día, en una hora vendrán los juicios sobre ella, y se llenará de vergüenza la que alguna vez se codeó con los grandes, la que fue privilegiada, la que tuvo acceso a los sitios de honor del mundo. Entonces será humillada hasta lo sumo, y entonces los mercaderes de la tierra harán lamentación sobre ella. La ciudad arderá, y el sistema corrupto de comercio se vendrá al suelo. ¡Será espanto para todas las naciones!

Le sacaron los ojos ... ”. Los mismos con los que se había llenado de sensualidad, y concupiscencia ... “y le llevaron a Gaza”. Allí estuvo cautivo en una ciudad extranjera. La misma ciudad donde él había estado con esa ramera. La misma ciudad cuyas puertas se había echado al hombro y se las había llevado. Esa misma ciudad fue su cárcel. Todo se le vuelve en contra. Es el pago por su carnalidad. “Dios no puede ser burlado; lo que el hombre sembrare, eso también segará”.

En este día en que nosotros vivimos, la cristiandad está siendo tentada como Sansón por Dalila. También hay mujeres filisteas que caminan por las calles contoneándose, y que aparecen por las pantallas de televisión o del cine, exhibiendo una hermosa figura, sin saber los hombres incautos lo que hay detrás de ello. Hay muchas filisteas y filisteos acechando. Las mujeres para tentar y los varones para destruir. Unas ponen la trampa, y los otros dan el golpe de muerte. Dalila atrapa, y los filisteos cortan el cabello de la consagración. El mundo ofrece y el diablo derriba. El mundo y el diablo aliados contra los cristianos, contra la iglesia.

Y le ataron con cadenas” ... cadenas que no pudieron ser cortadas esta vez. ¿Cómo habrá clamado Sansón, y cómo habrá forcejeado con esas cadenas? Así nos parece que está hoy gran parte del pueblo cristiano en el mundo. Está sin ojos, no puede ver; está cegado, está esclavo en el mundo (o por el mundo), y está atado con gruesas cadenas.

Pero lo más vergonzoso viene a continuación. ¿Sabe lo que hacía Sansón en la cárcel? No estaba sentado, esperando que pasaran las horas. No fueron tan benévolos con él. Le obligaron que moliese. ¡Que moliese! ¿Podemos imaginarnos un molino grande, de esas piedras redondas, y a Sansón, con algunos arneses sobre su cuerpo, dando vueltas y vueltas en torno, moviendo esa piedra superior para que el rozarse con la inferior moliera el trigo? ¿Podemos imaginarnos el juez de Israel, al hombre poderoso de otro tiempo, dando vueltas en torno a esas piedras de molino, como un asno en torno a una noria? Sin destino ... Sus días no tienen alternativa, no hay cómo salir de esa rutina. Pasa un día y otro día, y lo que él tiene que hacer es dar vueltas y vueltas.

El mundo de Sansón es un mundo giratorio. Es un mundo donde no hay un camino derecho. Es un ir y venir, y en esto nos recuerda a Israel en el desierto. Israel vagó 40 años ¿para qué? ¿Cuál era su horizonte?¿Cuál era su norte? Israel daba vueltas en el desierto y la única meta que tenía era la muerte. Dios los tenía ahí para que murieran allí. Su fin era el exterminio.

¿Pueden imaginarse lo que es eso, cuando sobre un hombre hay una sentencia de muerte, y él sabe que sus días y sus noches significan una espera para la muerte? ¿Qué importa que el sol salga hermoso un día? ¡Él está allí dando vueltas y tiene que morir! ¿Qué importa que afuera la vida bulla en toda su diversidad? Él está dando vueltas y espera la hora de su muerte.

Y le ataron con cadenas para que moliese en la cárcel” ... Seguramente los otros presos se burlaban de él. “Hey, tú, ¿no eras el libertador de Israel? ¿No eras el Juez? ¿No tenías tanta fuerza? ¿No te burlabas de tus enemigos? ¿No matabas con una quijada de animal a mil filisteos? ¿No tomaste un león y lo desjarretaste como si fuera un cabrito? ¿No te burlabas de ellos? ¿Y qué de la historia de los montones? ¿Quinientos a un lado y quinientos al otro? ¡Oh, Sansón! ...

Esta es la condición de un hombre de Dios apóstata, o de una generación de hombres, o una cristiandad esclavizada, dando vueltas en torno a una piedra de molino, sin saber qué futuro le espera.

¡La ceguera ... la esclavitud ... la humillación, y finalmente, la muerte! Un día los filisteos tuvieron fiesta. Ofrecían sacrificios a su dios Dagón. Ellos querían hacer una gran algarabía. Ellos decían: “Nuestro dios nos entregó a Sansón en nuestras manos. Hagámosle fiesta. Rindámosle culto”. Después que hubieron bebido un poco, y sintieron alegría en su corazón, dijeron: “Llamen a Sansón para que nos divierta. Llamen a ese payaso para que venga y nos entretenga”. ¡Llevaron a Sansón de la cárcel y sirvió de juguete delante de ellos!

Un cristiano apóstata, un cristiano envanecido, por muy bien dotado que haya sido, llega a ser un juguete en las manos de sus enemigos, una vergüenza, un motivo de risa. Esta es una de las frases más tristes de las Escrituras: “Sirvió de juguete delante de ellos” (Jueces 16:25). Un hombre llamado a ser santo. Llamado a un servicio espiritual, a una consagración absoluta.

En ese momento le había crecido algo el cabello. Entonces le pide al niño que lo conduce que lo ponga entre las dos columnas que sostenían el edificio. Sansón concibe allí una idea que va muy de acuerdo a su personalidad: La idea de la venganza. Entonces se pone entre las dos columnas, se apoya en ellas con ambas manos, y ora al Señor pidiendo que le devuelva por última vez su fuerza. Empuja las columnas con todo el corazón y se viene abajo el edificio. Murieron todos los que estaban allí. Los filisteos murieron. ¿Pero saben qué? Sansón también murió.

No fue una venganza plena como aquellas a las que él estaba acostumbrado. No fue una venganza perfecta como la que él quería. ¡Él también murió! ... Una especie de kamikaze. ¿Es esa una muerte digna para un siervo de Dios? ¿Es ese un fin noble? ¿Cómo vencer? ¿Cómo escapar? ¿Cómo salir de esa encerrona en que el diablo ha metido a muchos hijos de Dios?

La salida

Nosotros tenemos que mostrar una salida, porque hay una salida. 1ª de Juan capítulo 5. ¿Cómo dice este primer versículo del capítulo 5 de 1ª de Juan? “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios”. Este versículo habla de creer algo respecto de Jesús. Cuando el Señor le preguntaba a la gente, o le preguntaba a los discípulos, quién decía la gente que era él, la gente decía que él era Elías, o que era Jeremías, o alguno de los profetas.

Creer que Jesús es un profeta, un Elías, un Jeremías no tiene mucho significado ni mucho sentido. Si la gente cree que Jesús es un profeta meramente entonces nada sucede en su corazón. Ellos siguen en sus pecados, siguen en su muerte, en su condenación. Pero aquí dice que ocurre algo sobrenatural con aquellos que creen que Jesús es el Cristo. Creer que Jesús es el Cristo es una fe precisa, es una fe específica. Creer que Jesús es el Cristo es creer correctamente lo que Jesús es. Esta fe es poderosa. Esa fe produce un milagro en el corazón.

La fe de Sansón era una fe ambigua, una centrada en sus dones, centrada en sí mismo; sin embargo, la fe de los creyentes es una fe específica y confiesa y declara que Jesús es el Cristo. Y cuando uno hombre cree de esta manera, algo ocurre en su corazón. Dice que es “nacido de Dios”. La palabra “nacido” puede intercambiarse también con “engendrado”. Podemos decir que así como Jesús fue engendrado en el vientre de María por el Espíritu Santo, así los hijos de Dios son engendrados por Dios el Padre. Y tienen dentro de ellos el germen, la naturaleza divina. Por decirlo de alguna manera, tienen los mismos genes que Dios tiene, los mismos rasgos de su gloriosa persona. Creer que Jesús es el Cristo produce un milagro en el corazón: el nuevo nacimiento.

Sin embargo, esto no es suficiente para vencer. Todavía alguno pudiera creer que Jesús es el Cristo, haber nacido de Dios, pero ser todavía un cristiano derrotado por el mundo y por Satanás. Sin embargo, en el versículo 5 de este mismo capítulo tenemos la respuesta completa, la fe completa, para un victoria completa.

Una fe victoriosa

¿Leamos juntos? “¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo del Dios? ” ¿Están los filisteos allí amenazando? ¿Están las mujeres filisteas tentando? ¿Está el mundo con sus oropeles con una red para hacer caer a los hijos de Dios? ¡Tenemos una respuesta para eso! ¡Tenemos la victoria sobre el mundo! ¡Los que creen que Jesús es el Hijo de Dios ellos vencen al mundo!

Creer que Jesús es el Cristo y creer que Jesús es el Hijo de Dios son dos expresiones que constituyen una misma realidad, porque Jesús es uno solo. Pero esta fe se expresa de dos maneras. Creyendo que él es el Cristo (el Ungido) y creyendo que él es el Hijo de Dios. Nosotros creemos estas cosas, y podemos confesarlas y declararlas. ¿Podemos decirlo todos los que estamos aquí, en qué radica nuestra fe completa? ¡Nosotros creemos que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente! Otra vez: ¡Nosotros creemos que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente!

Dos efectos tiene esta fe preciosa. Los que así creen son nacidos de Dios y también vencen al mundo. Unimos el versículo 1 y el 5: Los que así creen son nacidos de Dios, y vencen al mundo. ¿Podemos decirlo en primera persona? ¡Hemos creído que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente, por lo tanto, hemos nacido de Dios y vencemos al mundo! ¡Aleluya! ¡Bendito es el Señor!

¿Cuál es la causa por la que Sansón, es decir, el mundo cristiano, o los cristianos en particular, caen en poder de los filisteos, de las mujeres en la tentación, y de los hombres para su destrucción? Porque la fe de los cristianos hoy en día es una fe ambigua. Es una fe abstracta: “Sí, yo creo que Jesús era un buen hombre, era un profeta; o bien: Yo creo que Jesús es el Salvador.” Sí, si tú crees que Jesús es el Salvador de tu alma, sin duda eres salvo. Pero ¿y qué de la victoria? ¿Andarás siempre de tumbo en tumbo, de pecado en pecado, de arrepentimiento en arrepentimiento?

No sólo salvos; también vencedores

Dios quiere que su pueblo no sólo sea salvo de la condenación eterna, sino que sea un pueblo vencedor. ¡No sólo creemos que Jesús es el Salvador; creemos que Jesús es el Hijo de Dios! Y esta fe es una fe victoriosa. Sansón no lo supo, pero tú los sabes, y yo lo sé. Esta es nuestra gloria. Así que cada vez que venga la tentación, decláralo de esta manera. “Yo creo que Jesús es el Hijo de Dios”.

Esto significa que Jesús es Dios manifestado en carne, que Jesús tiene la misma naturaleza de Dios, porque él es Dios. Jesús es el Verbo eterno. Fue encarnado, y que cuando él murió en la cruz su cuerpo bendito fue como un grano de trigo que al caer en la tierra se partió y de adentro salió la vida divina, poderosa, y se impartió sobre todos los muchos creyentes para que esa vida también se nos comunicase a nosotros.

Creer que Jesús es el Hijo de Dios significa que él es como un grano de trigo que murió para que los muchos recibieran su vida y pudieran vivir su victoria. Jesús en la cruz venció, y nosotros hoy vencemos también, porque tenemos esta fe, tenemos esta vida indestructible, victoriosa. Algunos pueden pensar que esto es una mera repetición. Sin embargo, cuántas veces tú y yo hemos sido librados al confesar que Jesús es el Cristo, que Jesús es el Hijo de Dios. ¿Cuántos veces en sueños has sido atormentado por demonios y la sola mención del nombre de Jesús los hace huir? ¿Cuántas veces se han sujetado al Nombre de Jesús? Porque este nombre es victorioso.

Lo hemos comprobado una y otra vez y lo seguiremos comprobando. Y seguiremos caminando por estas calles contaminadas, diciendo: “Jesús, tú eres el Hijo de Dios”. Vencemos sobre las tentaciones. Tenemos un privilegio mayor, que no tuvo Sansón. Nosotros somos bienaventurados, somos privilegiados. ¿Hay alguno aquí que no tenga esta fe? ¿Qué ha tenido hasta hoy una fe claudicante, así como trastabillante? ¿Como caminando en alto y en bajo? ¿Como creyendo y no creyendo? ¿Como siendo derrotado, con alguna victoria esporádica, pero más que nada con derrotas? ¿Hay alguno aquí que no haya creído esto que el Padre nos ha revelado respecto de su Hijo? Sansón no lo tuvo, pero nosotros lo tenemos. Hoy es el día de creer. No creer que Jesús es un profeta, sino creer correctamente lo que él es.

Este mensaje no se oye muy comúnmente hoy en la cristiandad. Estas palabras no son conocidas, porque sólo por revelación se pueden recibir y tener en el corazón. Solamente el Padre nos puede revelar a Jesucristo, así como se lo reveló a Pedro. Esa revelación de Pedro es también nuestra revelación. ¿Cuántos la han recibido? ¡Gracias, Señor, somos un pueblo bienaventurado!

Estas cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente, y para que creyendo, tengáis vida en su Nombre” (Juan 20:31). Y cuando la tentación venga, ya sabemos lo que tenemos que creer, confesar y declarar. Y cuando nos parezca que el caminar es duro, que las demandas son demasiado altas, que no tenemos fuerzas para caminar, y el corazón quiere extraviarse, entonces digamos aquello que Pedro dijo cuando el Señor le preguntó: “¿Vosotros también os queréis ir? Pedro le dijo: “¿A quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna” .

A ver, digámoslo todos juntos: “Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos (mira qué lindo), nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Eso se lo dijo Pedro allí, inspirado por el espíritu Santo. Y hoy día lo dice este pueblo reunido aquí. “Señor, ¿a quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.

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Aguas Vivas
<http://www.aguasvivas.cl/>



 
Excelente las lecciones de la vida de Sansón


:leyendo:
 


http://www.aguasvivas.cl/aguasvivas16/page04.htm

La vida cristiana puede compararse con un vuelo en avión, con su despegue, su remontar las alturas, su delicioso planear sobre las nubes, y su aterrizaje. De todas estas instancias, la más delicada parece ser la última. ¿Qué significa “aterrizar” en nuestra vida de fe? He aquí un llamado a la verdadera piedad, y una palabra profética de advertencia a causa de un peligro que acecha.

Eliseo Apablaza F.*

¿Cómo aterrizamos nuestra fe?

No sé cuántos de ustedes han tenido la experiencia de volar en avión. Algunos dicen que es muy grato, en cambio, otros han estado temblando desde antes de embarcarse. El Señor trajo a nuestro corazón lo que es un vuelo en avión, con su despegue, con su ascenso, con su desplazamiento tan rápido por encima de las nubes, y también con su aterrizaje, como una alegoría de lo que es la vida cristiana.

Nosotros fuimos tomados por el Señor y con él remontamos las alturas. Con el Señor alcanzamos la gloria de contemplar el cielo sin nubes, mirar la tierra desde arriba y ver las cosas del mundo en su pequeñez. Vimos –lo mismo que desde un avión– los grandes edificios como cajas de fósforos, los grandes camiones como si fuesen de juguete, el inmenso mar como si fuese un charco que levemente se mueve. El Señor nos llevó muy alto y nos mostró su gloria.

Pero tal como en un vuelo de avión, la vida cristiana también tiene un descenso. La vida cristiana no es sólo volar en las alturas, no es sólo contemplar la hermosura de Dios y tener revelaciones en el “tercer cielo”. En algún momento la vida cristiana tiene un aterrizaje. Entonces, normalmente hay algún cimbrón, alguna dificultad.

¿De qué manera los cristianos, después de volar por las alturas con Dios, aterrizamos en esta tierra hostil, en este ambiente que es enemigo de Dios? Hay muchas formas de aterrizar, y también hay casos en que algunos cristianos no han sabido aterrizar. ¿Cómo los cristianos traemos a la tierra, a la práctica, a la vida cotidiana, esas tremendas verdades y realidades espirituales que nos han sido reveladas? Hay muchos a quienes nos cuesta aterrizar. ¡Nos sentimos tan a gusto en los lugares celestiales! Sin embargo, es preciso aterrizar.

Cuando miramos las epístolas de Pablo, nos encontramos que todas ellas tienen un alto vuelo, pero también que todas ellas aterrizan. Efesios, por ejemplo, tiene seis capítulos, tres son de alto vuelo, y tres son de un avión que se posa en tierra, y que encuentra en la tierra un lugar donde expresar la gloria de las alturas.

Tito y Timoteo

En estos días, el Señor nos ha estado hablando acerca de esto: de cómo aterrizamos los cristianos. Y han venido a nuestro corazón dos epístolas (y aun tres) de Pablo: las dos epístolas a Timoteo y la epístola a Tito. Las cartas a Timoteo, lo mismo que la dirigida a Tito, son cartas personales de Pablo a dos de sus colaboradores más cercanos. Extrañamente, estas cartas contienen más elementos propios del aterrizaje que del alto vuelo.

1ª Timoteo y Tito son muy parecidas. Fueron escritas más o menos en el mismo tiempo. Y en ellas nosotros encontramos a un apóstol preocupado. Pablo está viendo que la doctrina –la santa doctrina, la recta doctrina–, que él ha enseñado se ha viciado en algunos creyentes. Que el testimonio del Señor ha sido manchado por algunos creyentes. Pablo mira hacia delante y avizora días de decadencia. Ve que comienza la apostasía. Entonces, trata de advertir a los cristianos y prepararlos para enfrentarla.

Un llamado a la piedad

¿En qué consiste la advertencia y el llamado del apóstol? La primera carta a Timoteo está impregnada de un llamado a la piedad, a vivir piadosamente, que es exclusivo y propio de esta carta. La palabra “piedad” aparece aquí nada menos que diez veces, en tanto que en las demás epístolas no aparece, con la excepción de Tito (una vez).

Hoy en día, la palabra “piedad” está desprestigiada en algunos círculos, porque se la asocia con una religiosidad externa, con unas manos unidas para orar, con una limosna que se da a vista de todos, y, definitivamente, con la hipocresía. Sin embargo, contra todo ese desprestigio, debemos reinstalarla en su verdadero lugar, es decir, el lugar que le dan las Sagradas Escrituras.

La palabra “piedad” es la traducción de la palabra “eusebeia”, que en griego tiene una riquísima significación. La Versión Popular la traduce como “devoción a Dios”, y conlleva el significado de reverencia, obediencia, temor, y también de la adoración que procede de ese temor. La “eusebeia” es la actitud recta para con Dios, porque le otorga a Dios el lugar que debe ocupar en la vida, el pensamiento y la devoción del creyente.

Ante el peligro que se avecina, Pablo hace un llamado a temer a Dios, a reverenciarlo, a vivir rectamente para con él, y no sólo a profesarlo. En Tito 1:1 dice: “Pablo, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios, y el conocimiento de la verdad, que es según la piedad”; y en 1ª Timoteo 6:3: “Si alguno enseña otra cosa y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad ...” Notemos la semejanza de estas dos frases. En Tito dice: “La verdad que es según la piedad”, y en Timoteo: “La doctrina que es conforme a la piedad”.

No es la verdad o la doctrina sola, sino acompañada de la piedad, aún más, fundida y manifestada a través de ella. Un hombre piadoso es aquel que no sólo cree correctamente, sino que es el que vive correctamente. Es aquel en quien la fe va acompañada de una conducta recta, de un comportamiento irreprensible.

1ª Timoteo y Tito hablan de la piedad, y su mensaje es un llamado del apóstol para que los creyentes no se olviden de aterrizar, para que los creyentes no piensen que la fe cristiana consiste en revelaciones y más revelaciones, sino que consiste también en una conducta de acuerdo a ciertos principios y de acuerdo a la vida que de Dios hemos recibido.

Una palabra profética

Pero en estas epístolas de Pablo no sólo hay un llamado a vivir piadosamente. Hay también implícita una patética advertencia a causa de un peligro que se avecina.

Para explicarlo, usaremos otra figura. Al comparar 1ª y 2ª Timoteo nos da la impresión que la primera es como un disco “Pare”. En Chile, el disco “Pare” significa “Pare”. Es decir, cuando hay un disco “Pare” en la carretera, realmente hay que detenerse.

1ª Timoteo es como un disco “Pare”. Si un automóvil se enfrenta con una línea férrea, donde hay un disco “Pare”, el automovilista sabe que tiene que parar. Si no lo hace, se expone a ser arrollado por una locomotora. 2ª de Timoteo, en cambio, nos muestra las consecuencias (en algunos cristianos que están allí mencionados) de no haber respetado el disco “Pare”.

2ª Timoteo contiene pasajes como éste: “Ya sabes esto, que me abandonaron todos los que están en Asia”, “Demas me ha desamparado amando este mundo”. “Alejandro el calderero me ha causado muchos males”. “En mi primera defensa nadie estuvo a mi lado”.

Esto demuestra que hubo cristianos que no se detuvieron ante el disco “Pare”, es decir, que no oyeron las advertencias del apóstol y ahora se han extraviado de la verdad. Nos da la impresión que en 1ª Timoteo Pablo percibe una catástrofe que está por ocurrir. Hay hombres impíos que están introduciendo doctrinas extrañas. Hay hombres con conciencias cauterizadas y con una fe no auténtica. Entonces Pablo comienza a repasar en estos capítulos los distintos aspectos de la vida de un creyente, deseando, anhelando, rogando, para que estas advertencias sean tomadas en cuenta y se produzca un retorno a la sencillez de la fe, y a caminar con un corazón limpio. Porque vienen días terribles, días de apostasía.

Este mensaje de Timoteo tiene plena vigencia hoy. Tenemos la fuerte impresión de que nosotros estamos viviendo los días de 1ª Timoteo, y que dentro de muy poco el mundo cristiano va a estar sumido en la situación que presenta 2ª Timoteo. Por tanto, al compartir sobre esta 1ª epístola tengo la firme convicción de que este es un llamado dramático a detenernos, a considerar nuestros caminos y decidirnos a vivir una vida piadosa.

Es tan lamentable y tan triste –más que para nosotros, para el Señor– ver cómo en nuestro caminar la fe es negada y los principios santos son descuidados. Cómo el testimonio es mancillado. Y entonces pareciera que el Señor nos dice: “Hijo mío, no sólo me importa que tú conozcas mi plan y propósito eternos. No sólo me importa que tú tengas conocimiento, sino también que lo que tú sabes se traduzca en una conducta santa y piadosa.” ¡Qué triste es conocer situaciones en las cuales pareciera ser que hemos tenido un doble estándar, por años! Como si el Señor pudiera ser engañado.

El resultado de desechar la buena conciencia

“Este mandamiento, hijo Timoteo, te encargo, para que conforme a las profecías que se hicieron antes en cuanto a ti, milites por ellas la buena milicia, manteniendo la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos, de los cuales son Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás, para que aprendan a no blasfemar” (1ª Timoteo 1:18-20). Himeneo y Alejandro. ¿Cuál fue el problema de estos dos cristianos? Ellos naufragaron en cuanto a la fe. Ellos sucumbieron. ¡El mar se los tragó! El mar, que es el mundo con todas sus vanidades, los envolvió enteramente y los devoró. ¿Por qué? Porque desecharon la fe y, sobre todo, la buena conciencia. “Teniendo cauterizada la conciencia” nos dice otro versículo de esta misma epístola (4:2). Es un problema de la conciencia.

¿En qué sentido la conciencia es un problema? Cuando el Espíritu Santo vino a nuestro corazón, la conciencia nuestra, que estaba dormida, despertó, y comenzó a funcionar, entonces cada vez que hemos cometido un pecado, o faltado al Señor, la conciencia nos ha reprochado. En tal caso, lo que procede, inmediatamente, es confesar el pecado y pedir perdón. Lo que procede es tomarse de la preciosa sangre del Señor, para que el pecado sea perdonado y la conciencia sea descargada.

La conciencia es tan sensible que normalmente nos está amonestando cada vez que hacemos algo que desagrada al Señor. Pero hay veces en que nos cansamos de obedecer a la conciencia. Y entonces argumentamos contra ella a favor de nosotros. Y esto se repite una y otra vez.

Entonces llega un momento en que la conciencia deja de hablar. Y, de ahí en adelante, cuando el cristiano obra mal, a él le parece que obra bien. Y si en la familia tuvo un problema con la esposa o con los hijos, no ve necesario pedir perdón. Y si le faltó el respeto al jefe en el trabajo, ya no ve necesario pedirle perdón. Se escabullirá, la dará una sonrisa amable ... para no pedir perdón. Y entonces, la conciencia aletargada, entumecida, ya no reacciona, y llega un momento en que está cauterizada.

Uno podría pensar que un cristiano con una conciencia cauterizada es un cristiano silencioso. Pero no es así. Un cristiano puede tener la conciencia cauterizada, y por causa de que tiene dones, puede seguir predicando, puede seguir testificando, puede seguir orando, es decir, puede seguir haciendo lo mismo de siempre. Está funcionando por los dones, no por la vida. Sus palabras naturalmente no bendecirán, porque no tienen respaldo de vida. Es sólo un címbalo que retiñe.

Los cristianos tenemos una batalla permanente dentro de nosotros, y es ésta: tenemos que mantener la fe y buena conciencia. Tenemos que ponernos del lado de la buena conciencia y no atacarla con argumentos. Cada vez que se encienda una lucecita de advertencia en nuestro corazón tenemos que atenderla.

Amados hermanos, se puede tener mucho despliegue de dones. ¡Son maravillosos los dones! Un hombre con dones nos lleva al tercer cielo, nos trae y nos vuelve a llevar. Nos abre la Escritura y desentraña los misterios más escondidos. Pero puede ser que eso no tenga ningún respaldo de vida.

Entonces, eso no agrada al Señor, aunque deslumbre a muchos. El Señor no vino a enseñarnos una clase de discurso: él vino a mostrarnos una clase de vida. Un hombre piadoso no es aquel que sólo cree correctamente, sino aquel que vive correctamente.

Seguramente Himeneo y Alejandro, Demas, Figelo y Hermógenes, y todos los demás apóstatas que aparecen aquí en Timoteo, antes de su caída comenzaron a tener problemas con su conciencia. Y cuando venía la Palabra a amonestarles algo, ellos tal vez se sacudían y decían: “Eso no es para mí.”

Una vida piadosa y honesta

El Señor quiere que nosotros vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad en este mundo impío. Es imposible que Dios pueda agradarse si nosotros prestamos nuestros ojos para pasar horas y horas mirando cómo el mundo se corrompe, riéndonos con la corrupción del mundo, solazándonos con escenas atrevidas en la televisión, en revistas o en Internet. ¡Imposible! Si así hacemos nosotros, tal vez mañana lleguemos a engrosar la lista de los Alejandro, los Demas, los Figelos y los Hermógenes ...

En algún momento nuestras grandes revelaciones, nuestra fe y nuestras palabras serán probadas, entonces se verá si el mensaje de Pablo a Timoteo –este mensaje dramático de la 1ª epístola a vivir una vida piadosa– fue tomado en cuenta o no.

Después de 1ª Timoteo –el disco “Pare”– viene 2ª Timoteo –la ruina, la catástrofe, el tren que arrolla al vehículo–. Nosotros estamos todavía a tiempo para detenernos y examinar nuestro camino. Aún es tiempo para enmendar. Si no lo hacemos, tal vez zozobremos en el mismo naufragio de Himeneo y Alejandro.

Es cierto que la iglesia no va a fracasar en su propósito, porque tiene el futuro asegurado en Dios, y tiene una gloria venidera que nadie le puede quitar. Pero el Señor permita que nosotros también estemos incluidos en esa gloria venidera. Que ninguno de nosotros siga jugando a ser cristiano. Que ninguno de nosotros viva una vida de doctrina y no una vida piadosa. Que así sea.

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Aguas Vivas
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El Sermón del Monte es mucho más que una preciosa enseñanza: es una palabra que busca hallar cobijo en el corazón humano para realizar una obra transformadora, que permita expresar el perfecto carácter de Cristo sobre la tierra.

Claudio Ramírez L.

Un reino de gracia

Una escena en un monte

Cerrad vuestros ojos: imaginaos a Jesús subiendo las laderas de una colina que bordea el lago de Galilea; junto con él también sube una multitud de gentes que le siguen. Allí podéis ver a siríacos y galileos, transjordanos y mucha gente de Jerusalén, de Judea y de Decápolis; y quizás, entre ellos, a ciertos griegos, y aún a romanos piadosos. La fama del Señor Jesús había prendido de tal forma, que, afligidos y atormentados, endemoniados, lunáticos y paralíticos, acudían para ser sanados. Por toda Galilea se difundía el evangelio del reino de los cielos. ¡Jesús encarnaba la presencia de ese reino! “El reino de mi Padre que está en los cielos - decía - se ha acercado: Arrepentíos”.

¡Cuán cercano se nos hacía en él el reino de los cielos! Así que, helo ahí, sentado sobre una cátedra de piedra, mientras que sobre la hierba -hermosa gramilla- la multitud era apacentada bajo su tierna mirada.

Ha comenzado a hablar: “Abriendo su boca les enseñaba”. En los registros históricos no hay otro Maestro como él: su voz, su presencia, su perfil, su gracia, no han encontrado paralelo. ¡Cristo es único! El Hijo del Dios viviente no ha encontrado aula más solemne que la naturaleza de un agreste monte, una leve colina suficientemente elevada para tan elevado discurso. Y ningún auditorio más digno y selecto que el de los pobres de espíritu, los hambrientos y sedientos de justicia, podía oír con más agrado el ‘programa’ del reino de Dios.

Cuando leemos: “Abriendo su boca”, nos parece que tal detalle tiene notable repercusión. Porque su boca, al abrirse, y siempre que se abrió, fue para declarar palabras que trascienden en el tiempo y el espacio. Palabras que aún en este siglo de materialismo globalizado, resuenan llenas de virtud y gloria. ¡Aleluya! Sus oyentes de ayer, paisanos de humilde condición, en su mayoría judíos habituados a los ritos y ceremonias, escuchan por primera vez a la Fuente verdadera de donde fluye la gracia y la luz que venía a este mundo: “El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región de sombra de muerte, luz les resplandeció” (Mateo 4:16).

Helo ahí, sentado delante de ilustres desconocidos, elevados ahora a la categoría de discípulos, transformados en ciudadanos del reino de los cielos. ¡Oh, día bendito y memorable! ¡Día formidable para oír la más grande palabra jamás oída! ¡Cristo llena toda el ambiente!

La voz de la libertad

Un pueblo sojuzgado bajo el Imperio de Roma, sometido al arbitrio del poder temporal, considerado una sub-clase de ciudadanos, aquel día oyen, por fin, la voz libertadora. Una voz consoladora, cuyo mensaje redentor anuncia un reino que no tiene espacio ni lugar en la tierra: era el reino espiritual sin límites que entraba en el corazón de los hombres que de verdad aman a Dios.

Entonces, en oposición a los elogios que reciben los violentos, los diestros y astutos, los abusadores, los triunfadores bélicos; los arquetipos del pecado y la locura; los implacables, en fin, todo lo que el mundo gentil celebra y aplaude, es puesto por debajo de quienes tienen pobreza de espíritu y a quienes Cristo llama “Bienaventurados”. Lo son, asimismo, los mansos, los pacificadores, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia. ¡Cómo desafiaban estas palabras a las fuerzas del mal! Nada más opuesto a los reinos mundanos sanguinarios, vacíos de piedad y sin misericordia, que hacen su propia justicia. Tales palabras estremecían los corazones humildes.

Estaban oyendo lo que jamás se les había revelado, porque siendo pequeños, sin letras y del vulgo, el Maestro les enseñaba de tal forma que las palabras caían como lluvias de gracia en sus corazones. ¡Se estaban abriendo las compuertas de la libertad gloriosa en Cristo! Dios les estaba dando una nueva identidad, la filiación de herederos del reino de los cielos.

Demandas en la gracia

Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 5:20).

Escribas y fariseos constituían una casta religiosa. Eran celosos guardadores de la justicia según la ley, pero en sus corazones no había sinceridad. En lo externo, rigurosos; en lo interno, corruptos; resultado: ¡hipócritas! Así les calificaba el propio Señor Jesús. La apariencia de piedad es comedia. El hipócrita no es otra cosa que un comediante de la fe. Pero en el reino de los cielos las cosas se establecen de otra manera. Como, por ejemplo, Cristo hacía estas demandas:

“Sed perfectos como vuestro Padre ...” (5:48)
“Alumbre vuestra luz delante de los hombres ...” (5:16)
“Buscad primeramente el reino de Dios ...” (6:33)
“Haceos tesoros en el cielo ...” (6:20)
“Amad a vuestros enemigos ...” (5:44)
“No os afanéis por vuestra vida ...” (6:25)
“Corta y echa de ti lo que te es ocasión de caer ...” (5:29,30)
“Antes de juzgar, saca la viga de tu ojo ...” (7:1,5)
“Sea tu hablar; sí, sí; no, no ...” (5:37)


Estas y otras demandas que encontramos en todo el Sermón del Monte -y que merecerían una mayor exposición- son los pilares fundacionales del reino de Dios. Estas demandas de Cristo no están en oposición a la ley (porque él no vino a derogar la ley, sino a completarla), pero trascienden a ella. ¿Son acaso injustas y desmesuradas? ¿Están fuera de lugar? ¿Se apartan de la gracia? No, de ninguna manera.

Considerando algunos aspectos de lo que hemos señalado como demandas, veremos que en cuanto al carácter, perfectos; en cuanto a la justicia, no por ser vistos; en cuanto a conocimiento, ser luz; en cuanto a riqueza, tesoros en el cielo; en cuanto al amor, amando al enemigo; en cuanto a juicio, juzgándose primero a sí mismo; y en el hablar, sinceros, leales y auténticos.

Es en la gracia de su reino donde es posible vivir en plenitud las mayores demandas. Su amor nos capacita. Su gracia nos ayuda.

Ser consecuentes: oír y hacer

Cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca” (Mateo 7:24). “Sed hacedores de la palabra y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22).

Es hora de salir del campo de los meros conceptos. Bien puede ser que este discurso del Señor afecte y conmueva como conocimiento, y no pase de ser (como lo ha sido para ciertos famosos escritores y filósofos) un ideal inalcanzable.

Para un creyente es necesario el cambio interior. Es el alma arrepentida y perdonada que se ha convertido a Cristo; es la gracia de Dios que ha llegado a lo más íntimo del ser para producir tales cambios en armonía con el reino de Dios. Si es así, se manifestará el hombre prudente que construye su casa sobre la roca. Roca que es Cristo, su palabra, su fe, su piedad, su amor.

El oír tan bellas palabras en boca de Cristo no es suficiente, aunque es el principio. El “hacer” estas palabras es edificar la vida cristiana en terreno sólido, seguro y eterno. Esto es sensatez. Esto es prudencia. Esto es llevar el reino de Dios a la práctica. Ser consecuente con las palabras de Cristo es oír y hacer: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mat.6:10).

El reino de los bienaventurados

¡Cuán preciosa bienaventuranza tiene todo aquél que se goza en contener la vida de Cristo! Una vez instalado Cristo en el corazón, entonces el reino de Dios manifestará al perfecto de camino, al misericordioso, al pacificador, al manso, al limpio de corazón, al que tiene la capacidad de “refrenar todo su cuerpo” (Santiago 3:2), y de perdonar las ofensas como el Padre nos perdona las nuestras (Mateo 6:14). El reino de los cielos se asienta en el corazón, y de él se manifiestan las gracias que ni la ley ni la carne pueden operar.

Diciéndolo mejor aún: “El que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:25).

El fin del discurso

Terminado su discurso, la multitud juntamente con Jesús, bajan del monte, admirados de su doctrina, porque habían sido enseñados por uno que tiene autoridad y no como los escribas, que se sientan en la cátedra de Moisés, y de los cuales el Señor dice: “No hagáis conforme a sus obras, porque dicen y no hacen” (Mateo 23:3). Los fundamentos del reino de Dios quedaban impresos en los corazones, escritos en el Evangelio, y fluyendo como grato perfume en los aires a través de los siglos para siempre. Amén.

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