DESDE MI CRUZ A TU SOLEDAD


http://www.aguasvivas.cl/aguasvivas17/page09.htm

¿Qué es Babilonia, y qué representa? ¿Cuáles son sus orígenes, sus propósitos y su fin? ¿Qué relación tiene Babilonia con Jerusalén? ¿Cuál ha de ser la actitud de los cristianos hacia ella? Estas son algunas de las preguntas sobre Babilonia, que exigen una diligente aclaración, en días como los que vivimos.

Rodrigo Abarca B.

Escapando de Babilonia

En la Escritura encontramos la historia de dos ciudades. Una historia que se desenvuelve en forma paralela, pero que tiene un desenlace enteramente diferente para cada una de ellas, pues estas ciudades tienen un origen y un destino por completo distinto. La primera de ellas es la Jerusalén celestial, cuya descripción más acabada se encuentra en los últimos capítulos de Apocalipsis. La segunda es Babilonia, y aparece retratada en los capítulos 18 y 19 del mismo libro. Ambas son, además, la expresión de un misterio. La primera es la manifestación y el cumplimiento cabal del eterno misterio de Dios en Cristo. La última, en tanto, es la máxima expresión histórica del llamado “misterio de la iniquidad”, vale decir, de la rebelión del hombre contra Dios y su voluntad.

El comienzo de Babilonia

Babilonia tuvo su principio tras el diluvio, cuando los hombres intentaron edificar una ciudad y una torre cuya cúspide llegara hasta el cielo. Dicha torre era un abierto desafío contra Dios y su autoridad, pues en ella se renovaba el viejo deseo del arcángel caído: “Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios levantaré mi trono.. y seré semejante al Altísimo” (Is.14:13-14). Por otra parte, Babel manifestaba el deseo de dominar la tierra y someterla sistemáticamente a una sola forma de vida, cuya esencia es la glorificación del hombre y la satisfacción de sus deseos pecaminosos. Este es el origen de aquello que llamamos “civilización”. Una civilización no es otra cosa que el intento de una cierta cultura o forma de vida particular por convertirse en algo de alcance universal. Tras ese intento, sin embargo, se esconde el alma humana caída en alianza con el príncipe de este mundo.

Cuando Adán comió del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, su alma se volvió fuerte y autosuficiente, pero también, incapaz de defenderse a sí misma de los poderes de las tinieblas, hecho que convirtió al hombre en una criatura dominada por las mentiras y engaños de Satanás. La Serpiente engaña al mundo entero, y Babilonia representa el fruto más acabado de ese engaño. En efecto, Satanás sembró en el alma humana su propia simiente de rebelión y pecado, cuyo secreto designio es usurpar a Dios y su lugar en la tierra. De esta manera, descubrimos que desde el principio el verdadero poder que opera tras Babilonia es Satanás, tal como nos lo muestra Isaías al identificarlo con el rey de Babilonia (Is.14).

Babel y su torre son una figura de todo cuanto el hombre, en alianza con Satanás, es capaz de producir y crear. Por ello, se nos dice que para edificar les “sirvió el ladrillo en lugar de piedra y el asfalto en lugar de mezcla” (Gn.11:2). El ladrillo es todo aquello que el hombre puede realizar a partir de su propia alma (su mente, voluntad y emociones), mientras que la piedra simboliza todo aquello que solo Dios puede hacer. Así, desde Babel, los hombres comenzaron a usar sus dones y talentos naturales para edificar un sistema de vida universal, con el fin de satisfacer sus secretos deseos de poder, gloria y riquezas, de acuerdo a los dictados de el príncipe de la potestad del aire.

En Génesis 10:8-11, se nos dice que el hombre que edificó Babel fue Nimrod, el primer poderoso en la tierra. Un hombre violento y ambicioso, que prefigura al anticristo. Un hombre con voluntad de poder y dominio universales.

Ahora bien, Babel fue madre de muchas ciudades que con el paso del tiempo se convirtieron en cuna de los mayores enemigos del pueblo de Dios: Nínive, la ciudad capital de los crueles y sanguinarios asirios, y Babilonia, la antigua Babel renovada bajo la égida del soberbio rey caldeo, Nabucodonosor.

Cautivos en Babilonia

Un hecho poco conocido es que el judaísmo como sistema religioso de vida centrado en la sinagoga, tuvo su origen en Babilonia. En efecto, más menos 500 años antes de Cristo, el Reino de Judea fue invadido y conquistado por los ejércitos de Babilonia, que destruyeron y arrasaron la ciudad y el templo de Jerusalén. Incontables jóvenes, mujeres y niños fueron llevados cautivos a la ciudad de Babilonia.

Durante setenta años permanecieron allí sin posibilidad de regresar. Entonces ocurrió entre ellos un cambio notable. Babilonia era la ciudad más poderosa y magnífica de su tiempo. Sus jardines colgantes eran considerados como una de las maravillas del mundo antiguo. En ella, la civilización humana había alcanzado el cenit de su desarrollo. Sus posibilidades parecían inagotables y los cautivos supieron aprovecharlas muy bien. Allí se convirtieron en grandes comerciantes y empresarios. Se enriquecieron y construyeron casas más grandes y lujosas de las que jamás tuvieron en su tierra natal. Y, entre tanto, se fabricaron una religión adaptada a sus nuevas condiciones de vida. Destruido el templo y el sacerdocio, era necesario reemplazarlos. De este modo surgió la sinagoga y el judaísmo como sistema religioso de vida, que intentó conciliar las nuevas condiciones con la antigua ley revelada por Dios.

La palabra de Dios fue mezclada con las tradiciones de los hombres. Sin embargo, es necesario comprender que el judaísmo y la sinagoga no representaban la voluntad de Dios para su pueblo, en tanto el templo y Jerusalén permanecieran en ruinas. Entonces llegó el tiempo de regresar, pero la mayor parte del pueblo prefirió permanecer en Babilonia y su religión de sinagogas. Habían echado raíces y tenían mucho que perder. Y habían perdido por completo el interés en Dios y su santa ciudad. Mas, mientras la ciudad y el templo permaneciesen en ruinas, Dios no tenía un testimonio propio en la tierra por medio de los cuales manifestar su voluntad y autoridad. No obstante, un remanente regresó para recontruir y restaurar el testimonio de Dios en el mundo. Pero el precio fue dejar atrás todo lo que habían ganado y edificado en Babilonia.

La ciudad codiciosa de oro

En la visión de Daniel, las grandes civilizaciones e imperios mundiales aparecen representados por una gran estatua cuya cabeza de oro es Babilonia y su rey. El oro simboliza le esencia de Babilonia: una codicia insaciable por tener y acumular cada vez más riqueza y poder. Los babilonios saquearon pueblos y naciones para satisfacer su ilimitada codicia. En Apocalipsis capítulo 18 encontramos una visión de Babilonia en su verdadera condición delante de Dios. Pues aunque ante los hombre su gloria parezca sublime, ante Dios ella no es más que una prostituta abominable y sanguinaria.

Muchos intérpretes han considerado la Babilonia de Apocalipsis como la iglesia apóstata. Sin embargo, aunque incluye la religión apóstata y al cristianismo deformado y esclavizado por el mundo y sus valores, Babilonia representa la suma total de la civilización humana con su sistema de vida, su ciencia, su filosofía, su arte, sus diversiones y su sistema económico, con todo el atractivo y la seducción que operan sobre el alma humana. Y su ambición es de convertirse en un poder universal de alcance global. Pues ella es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra.

Pero también es el sistema cuya entraña es la enemistad contra Dios y su pueblo. Juan la vio como una mujer ebria de la sangre de los mártires. En su tiempo la Roma imperial llegó a ser la encarnación histórica del misterio de Babilonia la Grande, que persigue a los santos. Sin embargo, Babilonia es un símbolo más general del sistema mundano construido por el hombre a lo largo de los siglos, con el fin de someter todas las cosas a los deseos impíos de su corazón. Y en este punto cabe una pregunta ¿Dónde encontramos activo hoy el principio de Babilonia? En verdad, ella se encuentra presente en todo el proceso actual de convertir el planeta entero en un gran mercado, sometido a los intereses de un sistema mundial de alianzas políticas y económicas. Juan nos dice que en Babilonia se trafican las almas de los hombres. Ese es el recurso fundamental del que nutre su existencia. Hombres y mujeres arrojados al torbellino de producir y consumir, construyendo de esa manera el vasto sistema mundial que termina por gastar y exprimir hasta la última gota de su tiempo y su vida.

Y es triste comprobar hasta qué punto la cristiandad moderna se encuentra totalmente atrapada en el mismo torbellino insaciable del mundo. Babilonia ha penetrado hasta la médula de millones de creyentes que viven sus vidas atrapados por el sistema de vida de este mundo. Es decir, se han vendido para trabajar sin descanso, comprar más y mejores casas, automóviles, y acumular toda clase de bienes materiales, mientras gastan los mejores años de su vida construyendo para Babilonia, tal como los israelitas en Egipto edificaban inútilmente ciudades para los egipcios. Y además, han convertido a la iglesia misma en un asunto de metas y ambiciones humanas por conseguir poder, fama y riquezas. Babilonia ha seducido y cautivado los corazones de muchos hijos de Dios. En consecuencia, la casa de Dios y su testimonio permanecen en ruinas y su propósito eterno, relegado e incumplido. Pues nos hemos acomodado a una tibia religión de fin de semana, que nos proporciona cierto bienestar emocional y psicológico, y aún más, nos alienta a conseguir nuestras metas mundanas. Una religión centrada en el yo, sus esperanzas, necesidades y temores. Pues Babilonia tolera y aun alienta la religión, siempre que ésta no interfiera con sus metas e intereses. En verdad, es ella quien nos ha enseñado a vivir una religión de sinagogas.

La Ciudad del Gran Rey

La iglesia es la verdadera ciudad de Dios. Una ciudad que es la expresión suprema del misterio de su voluntad, esto es, el propósito de dar a su Hijo, Jesucristo, el dominio absoluto sobre la tierra y todos los reinos del mundo (Ap.11:15). Para ello, es necesario primero que Babilonia, la ciudad rebelde y enemiga, sea destruida por completo. Y esto no ocurrirá hasta que la iglesia sea restaurada a su condición original y vuelva a ser lo que fue en el principio.

En este punto resulta vital comprender la íntima relación que existe entre la edificación de la iglesia y la caída de Babilonia. Pues, mientras Babilonia es la ciudad de Satanás, la iglesia es la ciudad del Gran Rey. Y el designio divino es que, por medio de ella, la autoridad y centralidad suprema de Cristo se manifiesten en el mundo, para poner fin al dominio de Satanás sobre la tierra. Esto no significa que la iglesia debe conquistar y dominar a los reinos y sistemas de este mundo. Más bien, implica que la iglesia debe entrar en la plena posesión de Cristo y de todo aquello que en él le ha sido conferido. Pues, cuando Cristo sea verdaderamente la cabeza suprema y absoluta sobre ella, entonces su autoridad podrá manifestarse por su intermedio para tratar con los principados y potestades en los lugares celestiales.

Para acabar con el sistema de este mundo, no es necesario conquistarlo físicamente, pues el mundo (Babilonia) ya fue juzgado y vencido por Cristo en la cruz. Allí su príncipe fue juzgado y derrotado definitivamente. Por tanto, la misión de la iglesia es más bien manifestar en la tierra la victoria de Cristo sobre Satanás, tratando con los poderes invisibles que se esconden tras los sistemas visibles. Nuestra lucha no es contra carne ni sangre. Si la iglesia, con la autoridad de Cristo ata y despoja a Satanás y sus huestes de maldad, quienes operan en ámbitos celestiales invisibles, entonces los sistemas visibles (los reinos de este mundo) llegarán a su fin y acabarán. Luego, el reino físico de Cristo vendrá sobre la tierra. Pero, a la manifestación visible de su autoridad en la tierra, precede necesariamente la manifestación invisible de su autoridad en los lugares celestiales, para expulsar a Satanás y sus huestes de maldad. Y en ello la iglesia juega un papel fundamental.

Arribamos aquí a un importante principio. En Apocalipsis capítulo 18 se nos dice que antes de la caída de Babilonia, el pueblo de Dios debe salir de en medio de ella (Ap.18:4). Cuando esto ocurra, entonces Dios estará en condiciones de juzgar a Babilonia y su impío sistema de vida, al igual que en la historia de Sodoma, cuyo juicio sólo se verificó cuando Lot y su familia hubieron salido de ella.

Sin embargo, en la iglesia, dicha salida debe ser primero una experiencia espiritual de completa separación de todo aquello que procede de Babilonia. Antes del fin de este siglo y de nuestra salida física de él para encontrarnos con el Señor en el aire, debemos haber abandonado a Babilonia por completo en nuestras vidas y en nuestro corazón. Abandonar sus intereses, metas y ambiciones, y dejar de gastar nuestras vidas en construir casas y empresas para ella. En este sentido, Pedro afirma que es necesario que el juicio comience primero por la casa de Dios.

Cuando Babilonia haya sido juzgada y apartada por completo de la iglesia, y Cristo haya ocupado en ella su lugar de absoluta preeminencia y señorío, entonces vendrá el juicio definitivo sobre el mundo y su impía forma de vida. Por medio de la iglesia Satanás será expulsado y el reino de Dios advendrá sobre la tierra. No obstante, la iglesia no estará en condiciones de manifestar la autoridad de Cristo hasta que su separación de Babilonia y su entrega a Cristo sea total y absoluta. Esto no es un asunto de fórmulas, métodos y concertaciones humanas. Es, por el contrario, una cuestión de vida y realidad espiritual.

Al respecto, el hermano Watchman Nee ha comentado sabiamente: “La diferencia entre el reino de Dios hoy y el reino de Dios en el milenio no es un asunto de calidad sino de cantidad. El alcance es más limitado hoy que en aquel tiempo, la esfera es menor, pero la naturaleza es la misma...El reino no vendrá automáticamente. Podemos hacer alguna cosa para traerlo”. 1 (el énfasis es mío).

Salir de Babilonia. He aquí la cuestión fundamental para la iglesia al final de los tiempos. Como el pueblo de Nehemías, salir para regresar al testimonio perdido del principio. Pues la restauración plena de dicho testimonio traerá consigo la ruina definitiva de Satanás y Babilonia. Mas, ¿a dónde debemos regresar? Para esta pregunta existe una sola respuesta: a Jesucristo. A su absoluta centralidad y supremacía. Al primer amor con que la iglesia lo amó durante los primeros cien años de su vida en la tierra. A Cristo, por amor del cual los santos del primer siglo perdieron sus posesiones, se despojaron de sus bienes, abandonaron vínculos y relaciones familiares, se deshicieron de tradiciones religiosas de más de 400 años (las sinagogas), para abrazar enteramente una forma de vida cuyo centro era conocer y expresar corporativamente a Jesucristo. En Cristo y su cruz ellos encontraron el poder y la victoria sobre Babilonia y su rey.

Entonces el reino de Dios y la autoridad de Cristo descendieron en medio de los hombres para trastocar el sistema del mundo hasta sus cimientos. Por todas partes las fortalezas de Satanás caían, mientras sus huestes huían y se batían en retirada. Aunque ello no volvió a suceder después en la historia, por la gracia de Dios, habrá de ocurrir otra vez. El reino de Cristo no vendrá definitivamente sino por medio de la iglesia. Este es el designio eterno de Dios, que nada puede cambiar. Ni siquiera el aparente fracaso de la cristiandad a lo largo de los siglos. Finalmente, él obtendrá un remanente de hombres y mujeres cuyo centro sea Cristo y nada más, separados por completo de Babilonia y su sistema de vida, por medio de los cuales él manifestará su autoridad para poner fin a los reinos de este mundo. ¡Que el Señor, en su gracia, nos conceda ser contados en el número de aquellos vencedores, que mantendrán fielmente su testimonio hasta el fin!

***

1 Doce Cestas Llenas: “El testimonio de Dios eternamente el mismo”. (Watchman Nee).


AGUAS VIVAS
http://www.aguasvivas.cl/
 

http://www.aguasvivas.cl/centenario/22_suenos.htm

Cuando los sueños se rompen

Domingo 1 de septiembre de 2002

Los discípulos de Jesús tuvieron ideales, aspiraciones, sueños de grandeza, que el Señor derribó, porque su reino no era de este mundo. A su tiempo, él los reemplazó por otros.

Eliseo Apablaza F.

“Mas Pedro le seguía de lejos hasta el patio del sumo sacerdote; y entrando, se sentó con los alguaciles, para ver el fin” (Mateo 26:58).

La escena de la cual forma parte este versículo, corresponde al momento en que el Señor Jesús fue llevado ante el concilio para ser juzgado. El Señor fue apresado en Getsemaní y llevado por una turba de soldados al sumo sacerdote Caifás. La escena que ocurre allí la conocemos. Es una escena dolorosa.

Pero en este versículo 58, encontramos a uno de sus discípulos más cercanos -a Pedro- que quería ser testigo de las cosas que allí iban a suceder. Se acerca como a escondidas, y se sienta entre los alguaciles para ver el fin. Noten la expresión “…para ver el fin”. ¿El fin de qué? ¿Qué fin esperaba ver Pedro? ¿El fin del Señor? ¿La destrucción total, la muerte? Sí, todo eso esperaba ver Pedro allí. Pero también él quería ver cuál era el fin de los sueños que había tenido durante algo más de tres años.

Los discípulos tuvieron sueños

Pedro y los discípulos del Señor tuvieron durante todo el ministerio del Señor Jesús una aspiración, un sueño. Ellos estaban persuadidos de que se iba a establecer el reino de Dios sobre la tierra, de que Jesús sería Rey, y que ellos, los doce, serían algo así como sus ministros. Ellos pensaban -dice la Escritura- “que el Reino de Dios se manifestaría inmediatamente” (Luc.19:11). Ese fue el gran deseo, la gran aspiración, durante todo el tiempo que estuvieron con el Señor. Aun después de que el Señor resucitó de entre los muertos, poco antes de ascender a los cielos, ustedes recuerdan que la última pregunta que le hicieron fue: “Señor, ¿restaurarás el Reino a Israel en este tiempo?” (Hechos 1:6).

Ellos tenían aspiraciones de grandeza, querían zafarse del yugo romano. No concebían la idea de un Mesías sufriente, que debería ir a la cruz. En muchas ocasiones encontramos en los evangelios que los discípulos manifestaron estas ambiciones. Acuérdense cuando Juan y Jacobo, los 'hijos del trueno', se acercaron al Señor para decirle: “Concédenos que en tu gloria no sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda” (Marcos 10:37). Ellos estaban seguros de que el Reino venía. En realidad, habían escuchado decir al Señor: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Así que tenían algunas razones para fundar estos sueños.

Recordamos también a esos mismos hijos de Zebedeo cuando, en cierta ocasión que no fueron recibidos en una aldea de samaritanos, le dijeron al Señor: “¿Quieres tú que enviemos fuego desde el cielo para que los destruya?” (Luc.9:54). O sea, ellos concebían la idea de que estaban siguiendo a un rey poderoso, que por lo menos tenía el poder de Elías, el que una vez hizo descender fuego del cielo sobre los enemigos.

En otro momento, cuando Pedro supo que el Señor iba a la cruz, le dijo: “Señor, ten compasión de ti. En ninguna manera esto te acontezca” (Mat.16:22). Ellos no querían que su rey se les muriera; querían reinar, querían un rey político, un rey vengador, que usara su poder para destruir a los enemigos de la nación.

¿Se acuerdan de la ocasión en que al Señor lo fueron a apresar al Getsemaní, y Pedro, que tenía una espada, la desenvainó e hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha? (Juan 18:10). Todavía, a esa altura, Pedro tenía esos deseos de poder, todavía quería establecer el reino de Dios por la fuerza. ¡Primero trata de evitar que Jesús vaya a la Cruz, después saca su espada para evitar que lo capturen!

Los sueños se mueren

La palabra de Mateo 26:58 que hemos leído dice: “Pedro se sentó con los alguaciles, para ver el fin”.
A la luz de todo lo que venimos diciendo, podríamos pensar que Pedro se sentó para ver el fin, el fin de sus ilusiones, de sus sueños, de sus aspiraciones de grandeza, de sus deseos de reinar en la tierra, de ser como el ministro principal de Jesucristo. Sin embargo, ahora estaba allí sentado con los alguaciles, y él veía que todo se venía al suelo. ¡Todo se venía al suelo!

Los discípulos, cuando anduvieron con el Señor, debieron sentirse muy desconcertados a veces. Porque, de pronto, su maestro hacía cosas extraordinarias, y parecía que era un verdadero rey. Sin corona, sin cetro, sin soldados, sin ejército, pero tenía ciertas actuaciones como si fuera un rey todopoderoso. Despertaba temor, por ejemplo. Acuérdense cuando Pedro, después de aquella pesca milagrosa, se arroja sus pies y le dice: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un hombre pecador!”, o cuando sana a los enfermos, o cuando calma la tempestad. Despertaba temor en los que estaban a su alrededor.

Al igual que los grandes reyes, Jesús también había sido recibido como cuando venían victoriosos de una guerra y toda la ciudad se alborotaba. Entonces, al Señor también se le hace una entrada triunfal con cánticos, con aplausos, con palmas. Jesús había entrado en Jerusalén de esa manera, victorioso, aplaudido. Pero, cosa extraña - y Pedro sabe-, que entró, no sentado en un brioso corcel, sino sentado en un pollino, hijo de animal de carga. Y, cuando llega al templo, no había allí unos soldados con hermosas trompetas bronceadas anunciando la llegada del Rey. ¿Quiénes fueron los que anunciaron su llegada y le alabaron? ¡Fueron unos niños! ¡Unos niños...! Extraño…

Cuando Pedro estaba mirando, como por una rendija, qué pasaba con el Señor adentro en el patio de Caifás, pudo ver que le ponían una corona y un atuendo de púrpura, como el que se le ponía a los reyes. Pudo ver cómo los soldados se arrodillaban delante de él, pero era una pantomima, como burlándose del Rey, porque lo golpeaban. Deben haber estado muy desconcertados los discípulos…Pedro, en especial, que lo observaba todo ... Y, para colmo, cuando crucificaron al Señor, pusieron sobre su cabeza una inscripción que decía: “Este es Jesús, el rey de los judíos”.

Cuántos sueños, cuántas ambiciones se les rompieron a los discípulos siguiendo a Jesús. Todo su esquema de ambiciones se les quebró. En ningún momento el Señor Jesús usó su poder -ese extraordinario poder con que cambiaba las circunstancias y hacía cosas increíbles-, en ningún momento utilizó su poder para herir a sus oponentes, para zafarse de esas autoridades políticas que habían puesto un yugo sobre la nación. Al contrario, cuando le pidieron que pagara los impuestos, los pagó, y cuando le preguntaron acerca de la moneda, dijo: “Dad a César lo que es del César” (Mat.22:21). ¡Extraño...!

Pedro se sentó para ver el fin… Ese día, a Pedro se le vino el mundo abajo.

Juan el Bautista también soñaba

Pero no sólo a Pedro y a los discípulos. ¿Se acuerdan cuando Juan el Bautista, el que fue enviado delante del Señor como precursor para que le preparara el camino, le mandó a decir al Señor: “¿Eres tú el que habría de venir, o esperaremos a otro?” (Mat.11:3). ¡Extraña pregunta! Juan el Bautista, en ese momento, estaba encarcelado. Tal vez se preguntó muchas veces: ¿Por qué si yo, que soy el principal de los profetas, estoy aquí encarcelado, y el Mesías que está libre, que tiene poder para sanar, para detener los vientos, por qué no me viene a libertar? Posiblemente se hizo preguntas como esas.

Era un rey extraño este Jesús. Cuando vino la pregunta de Juan, el Señor estaba en ese momento sanando enfermos, haciendo la obra que acostumbraba hacer. Entonces, dijo: “Id y haced saber a Juan las cosas que oís y véis: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio; y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí” (Mateo 11:4-5).

Aquí tenemos un Rey que se olvida de palacios, se olvida de soldados, de guardias, se olvida de caballos briosos y lo que hace es sanar, consolar y anunciar el evangelio, como un humilde siervo que va por las ciudades, por las aldeas, sin aspavientos, sin hacerse anunciar, sin utilizar recursos especiales. Acuérdense cuando llega al pozo de Jacob y se encuentra con la mujer samaritana, dice la Escritura que Jesús estaba “cansado del camino”, como cualquiera de los mortales. A las doce del día, caminando por esos caminos polvorientos, estaba cansado.

Ahora, Juan estaba desconcertado en la cárcel. Y le llega la respuesta del Señor. Juan había dicho de Jesús -imagino que con un tono grandilocuente, para hacerse oír por las multitudes- lo siguiente: “¡Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará!” (Mateo 3:12). Lo había mostrado como un juez que quemaba la paja, que traía juicios sobre la tierra, que derribaría la opresión, derribaría a los hombres injustos, los quemaría.

Ahora, Juan estaba en la cárcel, y su Mesías parece que no lo atendía ni le prestaba mayor atención. Cuando el Señor Jesús le contestó a Juan con esas palabras, estaba citando una porción del libro de Isaías, que dice: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová” (Isaías 61:1-2).

Estas palabras para el Señor eran muy gratas de pronunciar. Tal vez, de todo el Antiguo Testamento, eran éstas las palabras con las cuales el Señor se sentía más identificado. Cuando él va a Nazaret por primera vez, después de haber salido de la tentación del desierto, lo primero que hace es tomar el libro de Isaías y leer este mismo pasaje. La misión del Mesías: sanar, predicar el evangelio, anunciar libertad, sacar a los presos de la cárcel, proclamar que hay una buena voluntad de Dios para los hombres. Era un pasaje muy querido por el Señor.

Y ahora, cuando le responde a Juan, lo cita de nuevo. Pero noten lo que dice Isaías 61:2,después de la última frase que leímos. Dice: ”...a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro…” Seguramente Juan y los discípulos pensaban que esta frase (“y el día de venganza del Dios nuestro”) se cumpliría en sus días, que el Señor Jesús vendría a vengar la injusticia, traería juicios de parte Dios, que los primeros en caer serían los romanos, y libertaría el Señor a Israel de su opresor. Pero el Señor nunca, en ninguna parte, citó estas palabras: “…el día de venganza del Dios nuestro”. Él vino a salvar, él vino a dar vida, vino a consolar, vino a libertar, no vino a traer venganza.

¿Cómo han de ser, entonces, los seguidores de Señor Jesús? ¿Creen ustedes que los seguidores de Cristo son llamados a traer venganza, ira, juicio? ¿O son llamados a bendecir, a consolar, a libertar, a anunciar buenas nuevas? El Señor Jesús se asoció con los pequeños, con los débiles, se asoció con los que estaban desesperanzados, con los que estaban en necesidad, no con los ambiciosos y vengativos.

Era fácil decepcionarse de Jesús

Las últimas palabras del Señor a Juan fueron: “…Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí”. Él notó que Juan estaba decepcionado, notó que tropezaba por la aparente debilidad que Jesús mostraba. Ese “bienaventurado es el que no halle tropiezo en mi”, significa algo así como esto: “Ustedes me ven como un hombre común, nacido y criado en una familia humilde, una familia de carpinteros. No ven ninguna señal de realeza en mí, no hay corona, no hay criados, no hay demostraciones de poder humano, y tal vez piensen -porque me ven tan débil, tan frágil- que no soy el que soy. Ustedes piensan que porque no los he libertado del yugo romano, no soy el Cristo. Ustedes piensan que porque no uso mi poder para vengarme o para que Dios ejecute venganzas, entonces no soy el Mesías”.

Juan denota en su pregunta una decepción. Está en la cárcel. El también parece que tenía sueños de independencia, de libertad social.

¿Se acuerdan de aquella escena cuando el Señor Jesús se acerca a los dos discípulos que iban camino a Emaús? El Señor ya había sido crucificado y había sido sepultado. Los discípulos iban desde Jerusalén a Emaús, conversando con tristeza. En sus palabras se deja traslucir una tremenda frustración. Dijeron a su ocasional compañero de viaje (sin saber que era Jesús): “…Le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron. Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel” (Lucas 24:20-21). Noten el tiempo pasado de la palabra “esperábamos”. “Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel”. Lo esperábamos - pero ya no lo esperamos. Y eso dijeron, pese a que ya circulaban noticias de que el sepulcro lo habían hallado vacío, y que el que estuvo muerto ahora estaba vivo. Sin embargo estas palabras de los discípulos indican que todas esas expectativas que ellos tenían, esas esperanzas, también se habían venido al suelo.

Simón el Zelote

No sé si ustedes se han fijado que uno de los discípulos, de los doce apóstoles del Señor, se llamaba Simón, pero no era Simón Pedro. Era Simón el zelote, o Simón el cananista. La palabra “zelote” significa celoso, y también significa “fanático”. Los zelotes eran una secta de fanáticos religiosos. Se caracterizaban porque eran muy extremados en sus posiciones: se negaban a pagar tributos al César, porque el hacerlo -según ellos- era una traición a Dios, el cual era el único y verdadero Rey de Israel y el único a quien se le debía pagar tributo. Eran una secta de hombres fuertes, vivían un poco apartados de la sociedad, y clamaban por una vindicación política.

Así, pues, Simón, este discípulo, era un zelote. ¿Se imaginan cuántas veces este Simón el zelote habrá alimentado esos sueños mientras estaba con Jesús?: “¡Por fin tenemos un Rey! Y este Rey, al igual que los macabeos de hace dos siglos atrás, nos va a llevar a luchar por nuestra independencia, nos va a llevar a recobrar el Reino a Israel”. Ellos querían un reino ahí, en ese momento. Seguramente Simón el zelote, en conversaciones con los apóstoles, también promovía esta idea. (Sin embargo, los deseos de independencia no eran sólo de los zelotes: también todos los judíos esperaban al Mesías que los libertaría).

Todos los cristianos tienen sueños

Amados hermanos, y visitas que hoy nos acompañan, ¿para dónde voy con todo este mensaje? ¿Qué quiero decir? ¿Adónde quiero llegar? Pedro había alimentado esperanzas de grandeza, los discípulos también, y Juan el Bautista también. Pero, en realidad, todo hombre tiene sueños, esperanzas. Todo hombre quiere alcanzar la honra y la gloria humana, todo hombre desea que el mañana le encuentre mejor preparado que hoy: más rico, más popular tal vez, mejor afianzado en la vida, mejor posicionado en el mundo. Todo hombre tiene sueños y llega un momento en que parece que esos sueños se van a concretar. Entonces, reúne todas las fuerzas, las energías, los recursos, y los apuesta para la realización de ese sueño. Los cristianos también.

Todos los cristianos, especialmente los que aspiran a servir a Dios, los que aman al Señor, se enfrentan -al menos en algún momento de su caminar- a esta disyuntiva: la opción de usar al Señor, de utilizar al Señor Jesucristo como líder, como un rey que los arrastre hacia la grandeza, hacia la riqueza, hacia el poder. Creo que a todos los cristianos en algún momento se les pasa por la mente servirse de Cristo para concretar el gran sueño de su vida.

Sin embargo, ¿cuál fue la actitud del Señor Jesús? Si lo miramos en los evangelios, encontramos que en ningún momento accede a esa pretensión de sus discípulos. En ningún momento accede a ejercitar su poder para realizar esos ideales independentistas, reivindicativos, esos afanes 'socialistas'.

Podemos decir que el Señor no mostró ningún interés por establecer su reino sobre la tierra en ese momento. Al contrario, cuando estaba frente a Pilato, él le dijo claramente: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Juan 18:36). En otra ocasión, dijo a los discípulos: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro siervo”, o esclavo (Mateo 20:25-26). Naturalmente, los discípulos en ese momento no entendieron lo que el Señor les estaba diciendo.

Jesús es un destructor de sueños

Los discípulos de Cristo, los de ayer y los de hoy, han tenido sueños. Pero el Señor, ayer y hoy, destruye esos sueños, los rompe, los quiebra como una caña seca. ¡Jesús es un destructor de sueños!

Hay cristianos, en la cristiandad de hoy, que usan sus dones, usan su poder -otorgado con fines espirituales- para escalar en la sociedad, para tener algún poder. Hay líderes en la cristiandad de hoy que se han hecho ricos con el evangelio, y que han alcanzado -o que han pretendido alcanzar- escaños en la política. Alguno por ahí ha querido ser presidente de la República. Otros, con los dineros de los fieles, han levantado grandes empresas, han levantado mansiones, grandes cadenas en los medios de comunicación. Han pensado que pueden servirse de Cristo para concretar sus sueños de infancia; o, a lo mejor, sanarse de algún complejo de juventud. Ellos usan a los que están alrededor para que los levanten. Ellos recogen el dinero de los hijos de Dios, y con ello se llenan sus bolsillos.

¿Cuántos sueños se le vinieron al suelo a Pedro, a Juan el Bautista y a los zelotes en sus días? Su Rey estaba colgando de la cruz. El Señor dijo: “Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí”.

Ustedes recuerdan que cuando el Señor comenzaba sus ministerio, allí en el desierto, el diablo le dijo: “Todos los reinos te daré, si postrado me adorares. Los reinos del mundo son míos y los doy a quien quiero” (Luc.4:5-7). ¿Sabe?, hay un momento en que, a los que quieren servir al Señor, el diablo se les presenta. Disfrazado, por supuesto, porque el diablo nunca aparece tal cual es. Siempre se pone el mejor disfraz, el más atractivo, y les dice: “Todo eso te daré, si postrado tú me adoras”.

El Señor Jesús sabía que el reino de Dios comenzaría a operar desde el corazón del hombre. Por eso, toda su preocupación fue sanar a los quebrantados de corazón, libertar a los cautivos, dar vista a los ciegos, consolar a los enlutados, poner óleo de alegría allí donde había luto. Sabía que no era ese el tiempo para reinar sobre la tierra.

No es el tiempo de reinar

Y los cristianos que aman al Señor y que han sido enseñados por él saben también que éste no es el tiempo de reinar sobre la tierra. Este es el tiempo para trabajar en el corazón de los hombres, no para ocuparse en las cosas externas, no para pretender la grandeza humana. No es para que hoy nos vistamos de esplendidez, para que pongamos -como decía un pastor estos días- que había un líder religioso, el máximo líder de su denominación, que cuando llegaba a una de “sus” iglesias, tenían que poner una alfombra roja desde la entrada de la puerta hasta el púlpito, y todos los hermanos a su alrededor se inclinaban ante él. No es tampoco el día -y nunca lo será- para que los cristianos hagan negocios y se enriquezcan con los dones de Dios.

Jesucristo no tuvo dónde recostar su cabeza. Las zorras tenían cuevas; los pajarillos, nidos. Pero él no tenía una casa. Él fue expulsado de Nazaret, la ciudad donde se crió, donde tenía sus amigos, sus conocidos, su ambiente. El primer mensaje que predicó allí fue suficiente para que quisieran matarlo. Lo sacaron de la ciudad, lo llevaron a un monte ¡para despeñarlo! (Por supuesto, no lo pudieron hacer, no era el tiempo para que él muriera).

El Señor Jesús vivió como un siervo, y los seguidores de Jesús hoy han de vivir como siervos. Quiero preguntarle: ¿Por qué razón usted está siguiendo a Jesús? Si tiene algún sueño propio, alguna aspiración personal, si usted quiere ganar para sí algo sirviendo a Jesús, quiere ser reconocido, famoso, honrado, quiere ser adinerado, quiere tener una casa hermosa, quiere que todos se postren a sus pies… Si tiene sueños de esa laya, es bueno que el Señor cuanto antes destruya esos sueños, que el Señor los quiebre.

El camino del Señor es el camino de la humildad, es el camino del silencio, de las lágrimas, del cansancio, del agobio. Por supuesto que hay paz, por supuesto que hay reposo en él, hay consuelo en él. Pero no hay nada de lo que los hombres tienen por sublime. El Señor Jesucristo dice: “Mi reino no es de este mundo”. Y nosotros decimos: “Nuestro reino no es de este mundo”.

Dios pone otros sueños

Ese día que en Pedro estaba sentado con los alguaciles mirando y esperando el fin, sabemos que no fue el fin. Ese fue sólo el comienzo. Cincuenta días más tarde, ese Pedro que estaba allí con el corazón compungido, temblando -y que negó al Señor más encima-, estaba parado frente a una multitud, ¡predicando el evangelio de Jesucristo! Y estaba continuando con la obra que el Señor Jesús había comenzado a hacer. Cuando miramos a Pedro en el libro de los Hechos lo vemos ir de aquí para allá, sanando a los quebrantados de corazón, libertando a los cautivos, sanando enfermos, dispensando las gracias de Dios, ¡lo mismo que su Señor!

Ese día no fue el fin, fue sólo el comienzo. Los sueños que él tenía se vinieron al suelo. Pero Dios puso en su corazón otros sueños, otra visión. ¡Dios cambió su corazón! Cambió su manera de pensar. Nunca más usó espada, nunca más evitó la cruz, nunca más vivió para sí. Hasta el día aquél en que, en cumplimiento de la profecía que el mismo Señor le hizo, murió crucificado con la cabeza para abajo.

Una pregunta para los cristianos de hoy: ¿Cuáles han sido sus sueños, amado hermano? ¿Cuáles son sus aspiraciones al seguir a Jesús? ¿Son los mismos de la cristiandad nominal apóstata, es decir, sueños de grandeza, sueños de querer alcanzar poder político, de codearse con los gobernantes, de aparecer en los medios de comunicación, de tener los bolsillos llenos? El Señor Jesús no vino a fundar instituciones, no vino a fundar un reino sobre la tierra. El Señor vino a poner en el corazón de los hombres una esperanza, una visión, una luz, vino a dar de comer a los hambrientos, a dar de beber a los sedientos. Vino a recoger lo que estaba perdido, a recuperar lo que el diablo había maltratado. Vino para establecer un reino sempiterno, no un reino de cosas visibles, no un reino humanamente importante o fastuoso.

El reino que el Señor Jesús vino a establecer, está establecido en el corazón de los que le aman, y éste es un reino ¡que no tendrá jamás fin! Los cielos y la tierra pasarán, los elementos ardiendo se fundirán, la tierra será deshecha, quemada (2 Pedro 3:10), pero, cuando eso ocurra, los seguidores de Jesús no estarán aquí en la tierra. ¡Ellos habrán levantado el vuelo, ellos estarán en otro lugar! Los que sufrieron aquí, reinarán con él allí. “Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él” (2 Timoteo 2:11-12).

El Señor es un destructor de sueños. Él pone el hacha a la raíz de los árboles para que caiga todo lo que no plantó el Padre. ¡Cuántas cosas han caído en vuestros corazones, amados hermanos! ¡Cuántos sueños humanos que ustedes traían han sido rotos! ¡Pero cuánta gloria se ha puesto en su lugar! ¡Bendecimos a nuestro Dios por esto! ¡Le damos la gloria al Señor!

¿Quieres unirte a este Rey rechazado?

¿Hay aquí, en esta mañana, alguno que quiera seguir incondicionalmente a este Señor, a este Rey, a este Rey extraño, que no ofrece grandezas humanas, a este Rey que dice: “Mi reino no es de este mundo”, a este Rey que es vituperado aquí, que es ignorado aquí, que es rechazado? ¿Hay alguno que, voluntariamente, quiera apegar su corazón a este Rey rechazado, a este Rey que fue crucificado con los malhechores? ¿Hay alguno que quiera identificarse con él, salir de donde está, salir de todas las vanidades del mundo, y aun de los sistemas religiosos en que esté, para venir a unirse para siempre con este Jesús rechazado aquí, pero coronado allí? ¿Hay alguno que quiera dar este paso y decir: Yo quiero seguir a Jesús?

Este es un mensaje extraño. Este mensaje no alienta esperanzas humanas, no alienta sueños humanos. Más bien, habla de la cruz, de negarse a sí mismo, de perder para ganar a Cristo.

¿Hay alguien esta mañana que diga: Yo quiero unirme a Jesús, yo reconozco a este Rey? ¿Hay alguien que haya venido con preguntas, con cuestionamiento, con dudas, después de ver tanta confusión en el mundo -aun en el mundo cristiano- y que quiera decir: “Yo me conformo con Jesús solo, no quiero lo de él, sino que lo quiero a él”? ¿Hay alguien que pueda decir esto, en esta mañana? Si hay alguno aquí, ¡levante su mano! ¡Gloria al Señor!

¿Hay alguien más que quiera participar de su oprobio? Que, como dice la Escritura, quiera obedecer a ese llamado: “Salgamos, pues, a él, fuera del campamento”. ¡Salgamos a él en su rechazamiento! ¡Salgamos a él, a su cruz! ¡Escapemos de la confusión que hay en el mundo! ¡Escapemos de una cristiandad que se ha casado con el mundo, que ha tomado sus grandezas para imitarlas, que se ha convertido al mundo! ¡Escapemos de allí! ¿Quiere usted escapar de allí? ¡Venga a Jesús en esta mañana! Le invitamos…



***

AGUAS VIVAS
http://www.aguasvivas.cl/
 

http://www.tscpulpitseries.org/spanish/ts010917.htm

Estos hombres han estado con Jesús
(These Men Have Been With Jesus)


Por David Wilkerson
17 de Septiembre de 2001

__________

En Hechos 3, poco después de la resurrección, encontramos a Pedro y a Juan yendo al templo para adorar. Exactamente afuera de la puerta del templo sentaban a un mendigo que estaba lisiado de nacimiento. Este hombre nunca había dado un paso en su vida. Tenía que ser cargado a la puerta diariamente para hacer su vida de mendigo.

Cuando el mendigo vio a Pedro y a Juan acercándose, les pidió limosnas. Pedro le contestó: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy.” (Hechos 3:6). Pedro oró entonces por el mendigo, diciendo: “En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda." Instantáneamente, el hombre fue sanado. ¡En total alegría, comenzó a correr por del templo, saltando para arriba y para abajo, gritando: “¡Jesús me sanó!"

Todos en el templo se maravillaron al verlo. Reconocieron al hombre como el lisiado que había estado pidiendo en la puerta por años. Cuando Pedro y Juan vieron la muchedumbre reunida, comenzaron a predicar a Cristo. Hablaron audazmente, instando: “Arrepentios y convertios, para que sean borrados vuestros pecados” (3:19). Miles fueron salvos: “Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil” (4:4).

Entonces, mientras Pedro y Juan estaban predicando, los gobernantes de la sinagoga “vinieron sobre ellos, resentidos” (4:1-2). Estos pastores descarriados estaban enojados porque Dios había realizado un milagro a través de los discípulos de Jesús. Y respondieron echando a Pedro y a Juan en la cárcel. Al día siguiente, pusieron a los dos discípulos en proceso para ser juzgados. Y todas las autoridades religiosas de Jerusalén estaban presentes: “Anás el sumo sacerdote, y Caifás, y Juan, y Alejandro, y muchos que eran parientes del sumo sacerdote, se reunieron” (4:6).

Estos altos y poderosos hombres le preguntaron a los discípulos: ¿Por qué poder, o por qué nombre, han hecho esto?" (4:7).

¡Qué pregunta más ridícula! Estos hombres sabían exactamente cuál nombre estaba siendo predicado. Habían visto a un hombre lisiado que corriendo, gritaba que Jesús lo había sanado. Habían visto a 5,000 personas confesando sus pecados y clamando el nombre de Cristo para que les limpiara. Hasta habían visto a algunos de sus propios sacerdotes convertidos, confesando que habían ayudado a crucificar al Hijo de Dios. Estos gobernantes tenían que saber que había poder en el nombre de Jesús. Pero ellos se cegaron intencionalmente a esto.

De repente, Pedro fue animado por el Espíritu Santo. Respondió a los gobernantes: “Su nombre es Jesucristo de Nazaret, el hombre que ustedes crucificaron hace pocas semanas. Dios lo levantó de la muerte. Y ahora él es el poder que sanó a este hombre. Nadie puede salvarse por cualquier otro nombre. Ustedes se perderán si no claman al nombre de Cristo” (vea 4:9-12).

Los gobernantes de la sinagoga se sentaron aturdidos. La Escritura dice: “Ellos maravillados [admirados de ellos]; reconocían que habían estado con Jesús” (4:13). La frase “reconocían” viene de una raíz que significa “conocido por alguna marca distinguida.” Un poder había tomado a Pedro y a Juan. Y los distinguió de todos los demás que habían hecho acto de presencia en esa corte. Este poder era tan obvio y claro a todos, que los gobernantes no “podían decir nada contra él” (4:14)

¿Cuál era esta marca que distinguió a Pedro y a Juan? Era la presencia de Jesús. Ellos tenían la misma semejanza y Espíritu de Cristo. Aquellos gobernantes de la sinagoga se dieron cuenta que: “Crucificamos a Jesús. Sin embargo, él está hablando hoy - obrando milagros, predicando arrepentimiento, moviéndose en las personas - a través de estos dos hombres iletrados.”

En esa misma hora, Pedro y Juan estaban cumpliendo el mandato de Jesús de testificar de él “comenzando en Jerusalén.” Como puedes ver, ellos estaban testificando a través de la presencia de Cristo en sus vidas. De igual manera, creo que éste será el testimonio poderoso de Dios en estos últimos días. No será a través de la predicación solamente. Vendrá también a través de hombres y mujeres que “han estado con Jesús": encerrándose con él, pasando tiempo en su presencia, buscándole con todo su corazón y alma. El Espíritu Santo distinguirá a tales siervos con su poder. Y el mundo dirá de ellos: “Esa persona ha estado con Cristo.”

Aquí están cuatro marcas distintivas de aquellos que han estado con Jesús:

1. Tienen hambre por una porción mayor de Cristo.

Aquellos que pasan tiempo con Jesús no se pueden saciar de él. Sus corazones continuamente suplican por conocer mejor al Maestro, estar más cerca de él, crecer en el conocimiento de sus caminos.

Pablo declara: “Porque a cada uno de nosotros es dada la gracia según la medida del don de Cristo” (Efesios 4:7). “Dios ha repartido a cada hombre la medida de fe” (Romanos 12:3). ¿Cuál es esa “medida” de la que Pablo habla? Significa una cantidad limitada. En otras palabras, todos hemos recibido cierta cantidad del conocimiento salvador de Cristo.

Para algunos creyentes, esta medida inicial es todo lo que ellos desean. Desean sólo lo suficiente de Jesús para escapar del juicio, sentirse perdonados, guardar una buena reputación, soportar una hora de iglesia cada domingo. Tales personas están en el “modo de mantenimiento.” Y le dan a Jesús sólo los requisitos básicos: la asistencia a la iglesia, una oración diaria entre dientes, y quizás una mirada rápida a la Escritura. Para abreviar, estos cristianos evitan estar demasiado cerca de Jesús. Saben que si leen mucho de su Palabra o pasan tiempo orando, el Espíritu Santo hará demandas en sus vidas. Y una cosa que ellos no quieren cambiar es su estilo de vida. En sus mentes, conocer a Jesús pone todo lo que valoran en riesgo.

Todavía Pablo deseó lo siguiente para cada creyente: “Y él dio algunos, apóstoles... profetas... evangelistas... pastores y maestros; para el perfeccionamiento de los santos... hasta que todos lleguemos... al conocimiento del Hijo de Dios, hasta un hombre perfecto, hasta la medida de la estatura de la plenitud de Cristo: para que no seamos de aquí en adelante más niños, llevados de aquí para allá, con cada viento de doctrina, por la destreza de hombres... que engañan; sino hablando la verdad en amor, podamos crecer en él en todas las cosas, en quien es la cabeza, Cristo” (Efesios 4:11-15)

Pablo estaba diciendo, en esencia: “Dios ha dado estos dones espirituales para que usted pueda ser lleno del Espíritu de Cristo. Esto es crucial, porque los engañadores vienen a robar su fe. Si usted está arraigado en Cristo y madurando en él, ninguna doctrina engañosa lo hará dudar. Aún así, la única manera de crecer a tal madurez está en desear más de Jesús.”

No todo cristiano aspira a este tipo de madurez. Muchos creyentes prefieren un evangelio que sólo habla de gracia, amor y perdón. Claro, que éstas son maravillosas verdades bíblicas. Pero según Pablo, estas consisten en leche básica, y no en carne que una vida madura necesita. ¿Cómo puede crecer a la estatura de Cristo, si se niega a oír un evangelio que le provoca buscar al Señor y caminar en su santidad?

Hebreos nos dice: “Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal. (Hebreos 5:12-14)

El escritor está diciendo: “Ustedes se han sentado bajo buena enseñanza y predicación durante bastante tiempo. Por ahora, ustedes mismos deben ser maestros. Aún, después de todos estos años, están en el mismo lugar como en el día en que fueron salvos. No conocen nada de la carne de la Palabra de Dios. Todavía son inmaduros, no totalmente crecidos en la justicia.”

Desgraciadamente, por esto muchos cristianos caen en cada novedad espiritual que llega. Ellos son fácilmente desviados, yendo detrás de tonterías. Pero un creyente maduro no es fácilmente movido de su lugar de oración. Él sabe que allí es dónde está el verdadero avivamiento. Y su discernimiento siempre está creciendo, porque pasa tiempo de calidad con Jesús.

Muchos lectores de nuestra lista de correos han expresado frustración de sus iglesias sin vida o de los sermones muertos de sus pastores. Escriben, ‘No podemos encontrar coinonía o una reunión que tenga fuego. Tenemos hambre, pero no estamos creciendo.” Algunas personas terminan sus cartas con una nota de queja. Aún otros continúan diciendo que simplemente han decidido pasar más tiempo con Jesús, en oración y en su Palabra. Sus cartas son fácilmente distinguidas de otras. El Espíritu de Cristo emana de cada línea.

Usted probablemente conoce a tales siervos. Siempre están ávidos de compartir alguna nueva verdad que han aprendido en su tiempo con el Señor. Después de todo, lo que llena su corazón no puede evitar salir de sus vidas. En contraste, escuche la charla de otros cristianos. Está centrada en los deportes, las películas, la televisión, el Internet, las modas, los peinados. Usted puede notar lo que consume la mayoría de su tiempo y energía. Están marcados por sus aficiones.

Mas aquellos que están encerrados con Jesús se están preparando para los días por venir. Ya están recibiendo el consuelo de Cristo, en lo profundo de sus almas. Y aunque el mundo entero está en pánico, estos creyentes permanecen en paz.

2. Tienen una intrepidez santa y
autoridad espiritual.


Mientras más alguien está con Jesús, esa persona llega a ser más como Cristo, en pureza, santidad y amor. A su vez, su caminar en pureza produce en él una gran intrepidez por Dios. La Escritura dice: “El malo huye sin que nadie le persiga: pero el justo es intrépido como un león” (Proverbios 28:1). La palabra para intrépido en este verso significa confiado, seguro. Ese fue el tipo de intrepidez que los gobernantes de la sinagoga vieron en Pedro y Juan.

La Biblia no entra en muchos detalles sobre esta escena. Pero les aseguro, que los líderes religiosos orquestaron para que fuese toda una ceremonia pomposa. Primeramente, los dignatarios solemnemente tomaron sus asientos aterciopelados. Entonces, siguieron los parientes del sumo sacerdote. Finalmente, en un momento de callada anticipación, los sumos sacerdotes vestidos con sus tolas entraron con paso arrogante. Todos se inclinaron cuando los sacerdotes pasaron, mientras caminaban por el pasillo erguidos hacia el asiento del juicio.

Todo esto tenía como finalidad intimidar a Pedro y a Juan. Era como si los gobernantes estuvieran diciendo: “Echen una mirada, pescadores. Consideren el poder y la autoridad que están enfrentando. Deberían hablar suavemente a estos líderes. Ellos son hombres considerados altamente importantes.”

Pero los discípulos no fueron intimidados en absoluto. Ellos habían estado demasiado tiempo con Jesús. Me imagino a Pedro pensando: “Adelante, vamos a comenzar esta reunión. Sólo denme el púlpito y suéltenme. Tengo una Palabra de Dios para esta reunión. Gracias, Jesús, por permitirme predicar tu nombre a éstos aborrecedores de Cristo.”

De repente, el empleado de la corte gritó a los discípulos: “Levántense y enfrenten al juez.” Pedro y Juan buscaron y vieron al sumo sacerdote que los miraba fijamente en silencio glacial. Entonces el sacerdote entonó en voz muy solemne: ¿Por qué poder, y en cuál nombre, han hecho esto?” Él estaba diciendo, en otras palabras: “Nosotros somos la ley por aquí. Y no les dimos autoridad para hacer estas cosas. Así que, por cuál autoridad actuaron ustedes?”

El siguiente versículo comienza: “Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo...” (Hechos 4:8). Esto me dice que Pedro no iba a dar un discurso. Y no iba a ser un discurso callado o reservado. Pedro era un hombre poseído por Jesús, rebozando del Espíritu Santo. Recuerde, los dos discípulos habían salido recientemente del Aposento Alto. Hablar de “estar con Jesús”: Pedro y Juan habían confraternizado con el Cristo resucitado. Y ahora Pedro estaba poseído por el Espíritu del mismo Señor resucitado. Aquellos gobernantes de la sinagoga estaban a punto de experimentar el fuego del cielo.

Mientras Pedro habló, yo no me lo imagino parado en un lugar, hablando en tono bajo. Más bien, lo veo paseándose por la sala del tribunal, apuntando y clamando: “Ustedes los ancianos de Israel preguntan, '¿Por cuál autoridad fue este hombre sanado?' Permítanme decirle.” Según Hechos 4, el sermón de Pedro sólo tiene cuatro versículos. Pero yo creo que eso es simplemente un resumen de lo que el apóstol predicó. Imagino a Pedro diciendo: “Escuchen, todos ustedes. Fue en el nombre de Jesús Cristo que este milagro fue realizado. Tuvo lugar exclusivamente a través de su autoridad. Ustedes lo recuerdan, porque ustedes lo crucificaron. Pero Dios lo levantó de los muertos. Él está vivo. Y todo lo que ustedes vieron hoy fue realizado por su poder.”

La intrepidez que Pedro poseía
no era una palabra fuerte, de condenación.


Ya hemos leído que “el justo está seguro y confiado como un león” (vea Proverbios 28:1). En primer lugar, los siervos de Dios están seguros en su identidad en Cristo. Y segundo, ellos permanecen confiados en la justicia de Jesús. Por consiguiente, ellos no tienen nada que esconder. Pueden estar de pie ante cualquiera con una conciencia limpia.

Pedro tenía este tipo de convicción cuando predicó. Su objetivo no era juzgar o empequeñecer a esos líderes religiosos. Él sólo quería que ellos vieran su pecado y se arrepintieran. Por eso él hizo un llamado al altar, diciendo: “No hay ningún otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en quién podemos ser salvos” (Hechos 4:12).

Pablo escribe igualmente, declarando primero: “tuvimos denuedo en nuestro Dios para anunciaros el evangelio de Dios.” (1 Tes. 2:2) Después, unos versículos más adelante, el apóstol hace claro: “Fuimos mansos entre ustedes, como una nodriza cuida sus niños” (2:7).

Aquellos que pasan tiempo en la presencia de Jesús llegan a ser confiados. Por eso no tienen miedo de hablar la verdad. Aún así, no tienen que dar su mensaje en una voz imperiosa. En cada circunstancia, predican el evangelio en amor y misericordia.

En los próximos días, va a ser importante tener esta intrépida convicción. Ya, los vientos de exactitud política han hecho una ofensa del nombre de Jesús para muchos. Pronto, muchos creyentes van a enfrentar persecución, y el desprevenido se doblará bajo la presión. Terminarán acobardándose ante los que odian a Cristo.

Durante mi reciente viaje de predicación en Europa Oriental, un amigo pastor polaco me dijo acerca de una posición que él tuvo que tomar durante los años comunistas. Él trabajó en una fábrica, y su capataz le dijo que los jefes del Partido venían para una reunión importante. El Partido estaría recibiendo a algunos dignatarios extranjeros, y necesitaban que el pastor interpretara. Mi amigo estuvo de acuerdo, con una condición: “Soy cristiano. Sirvo a Jesús. Así que no beberé.” Él sabía que el vodka fluía en esas reuniones, y le pedirían que compartiera. Pero el capataz estuvo de acuerdo que él no tendría que beber nada.

Al día siguiente, tan pronto comenzó la reunión, el vodka pasaba de mano en mano. El jefe comunista tomó algo, y también el capataz. Pero cuando la botella llegó al pastor, él la rechazó. Todos miraron alarmados. Le instaron a beber con ellos. El jefe del Partido miró al capataz, como quien dice: ¿Por qué no está bebiendo? ¿Piensa que es mejor que nosotros?” El capataz miró al pastor con furia. Pero aun así el ministro decía que no.

Mi amigo estaba listo para ser encarcelado en el acto. Él pudo haber sido perseguido, torturado, separado de sus seres queridos por años. En su mente, no hubo duda sino obedecer. Él no tenía miedo en absoluto. ¿Por qué? Él había estado encerrado con Jesús. ´E;sa es la única manera que alguien en esas circunstancias podría poseer tal fortaleza.

Al siguiente día, su capataz le llamó. “Usted es un hombre afortunado,” dijo. “El jefe del Partido me llamó después de la reunión. Dijo que si alguna vez necesita a alguien en quien pueda confiar para una misión especial, él lo quiere a usted.”

Esos líderes se maravillaron de la confianza y seguridad del pastor. Sabían que no tenía miedo de nada, incluyendo la muerte. Aún el pagano reconoce que tal intrepidez sólo viene de estar con Jesús.

3. Tienen la evidencia física, visible que
Dios está con ellos.


Mientras Pedro y Juan estaban de pies, esperando que el juicio fuera pronunciado, el hombre sanado estaba de pies junto a ellos. Allí, en carne y sangre, estaba la prueba viviente de que Pedro y Juan habían estado con Jesús. Ahora, mientras los gobernantes de la sinagoga miraban: “al hombre que fue sanado en pie con ellos, no podrían decir nada en contra” (Hechos 4:14). Los gobernantes se agruparon, susurrando: ¿Qué podemos hacer? Es claro a todos en Jerusalén que ellos han realizado un verdadero milagro. Y no podemos negarlo” (vea 4:16). Así que dejaron ir a los discípulos.

¿Qué hicieron Pedro y Juan cuándo fueron liberados? “Fueron a su propia compañía, e informaron a todos lo que los principales sacerdotes y ancianos les habían dicho” (4:23). Los santos en Jerusalén se regocijaron con los dos discípulos. Entonces oraron: “Señor, mira sus tretas: y concede a tus siervos que con toda intrepidez puedan hablar tu palabra, extendiendo tu mano para sanar; y que señales y maravillas puedan ser hechas por el nombre de tu Santo Hijo Jesús” (4:29-30). Estaban orando, en esencia: “Dios, gracias por la intrepidez que has dado a nuestros hermanos. Pero sabemos que éste es sólo el comienzo. Por favor, danos toda la intrepidez para hablar con santa convicción. Y provee la evidencia visible que tú estás con nosotros.”

Sin duda alguna, Pedro y Juan habían visto la mirada de resignación en la cara del sumo sacerdote cuando comprendió que ellos habían estado con Jesús. Pedro debe haber guiñado el ojo a Juan y dicho: “Si sólo supieran. Sólo recuerdan que estábamos con Jesús hace unas semanas. No comprenden que hemos estado desde entonces con el Maestro resucitado. Hace poco estábamos con él, en el aposento alto. Entonces esta mañana también estábamos con él, mientras orábamos en nuestra celda. Y en cuanto salgamos de aquí, vamos a ir a encontrarle de nuevo, con los hermanos.”

Esto es lo que sucede con los hombres y mujeres que se pasan tiempo con Jesús. Cuando salen de su tiempo con Cristo, él está con ellos dondequiera que van.

4. Están preparados para cualquier crisis.

Cuando llega una crisis, no tienes tiempo para prepararte a ti mismo en oración y fe. Pero aquellos que han estado con Jesús siempre están listos.

Una pareja escribió recientemente a nuestro ministerio en un espíritu que revelaba que habían estado con Jesús. Su carta describió una tragedia inconcebible. Su hija de 24 años había salido con una amiga cuando un loco secuestró a las jóvenes. Él las llevó a un lugar aislado dónde dejó ir a la amiga de la hija. Entonces asesinó a la hija de una forma espantosa.

Cuando la policía describió lo que pasó, la pareja estaba en estado de conmoción. Sus amigos y vecinos preguntaban: ¿Cómo puede cualquier padre sobrevivir este tipo de tragedia? ¿Cómo pueden vivir con el grotesco pensamiento de lo que le pasó a su hija?” Sin embargo, dentro de una hora, el Espíritu Santo había venido a la afligida pareja, trayendo consuelo sobrenatural. Claro, en los días dolorosos que siguieron, esos padres afligidos continuaban preguntándole a Dios por qué. Pera aún así, todo ese tiempo, experimentaron el descanso y la paz divina.

Todos los que conocían a estos padres estaban sorprendidos por su calma. Mas aun, esa pareja se había preparado para su momento de crisis. Ellos supieron todo el tiempo, que Dios nunca permitiría que algo les pasara a ellos sin un propósito subyacente. Y cuando las terribles noticias llegaron, ellos no se hicieron pedazos.

De hecho, estos padres y sus hijos sobrevivientes pronto empezaron a orar por el asesino. Las personas en su pueblo no podían aceptarlo. Ellos clamaban por sangre. Pero la piadosa pareja habló y enseñó la habilidad de Dios de proporcionar la fortaleza, sin importar lo que pudieran enfrentar. Los habitantes del pueblo reconocieron su fortaleza como viniendo sólo de Jesús. Pronto estaban diciendo de la pareja: “Ellos son un milagro. Es verdadera gente de Jesús.”

Yo vi un ejemplo visible de tal fortaleza en Moscú, cuando hablé a 1,200 pastores. Estos ministros habían venido de toda Rusia, tan lejos como Siberia. Mientras hablaba, el Espíritu Santo me guió a preguntarles si alguno estaba considerando dejar el ministerio. Cientos corrieron en tropel hacia adelante, cada uno buscando oración. Pensé: “Señor, no esperaba esto. ¿Qué quieres que haga con todos estos pastores?”

El Espíritu Santo me recordó los meses que había pasado en oración por estos ministros. También me recordó del amor que Dios había puesto en mi corazón por ellos. De hecho, me había dirigido a orar que cada pastor que viniera a la conferencia saldría sanado y animado. Ahora comprendía que Dios estaba respondiendo esa oración, en una forma que nunca había imaginado. Yo había estado con Jesús todos esos meses anteriores, y ahora él estaba a mi lado aquí. El Espíritu me susurró: “Ora por ellos en el nombre de Jesús. Yo los restauraré.”

Mientras oraba, un santo quebranto cayó sobre esos hombres. Pronto hubo un tierno llanto y alabanza jubilosa. Fui testigo de milagros visibles de sanidad y renovación entre esos pastores. Recientemente, nuestro contacto ruso nos escribió de la duración de la obra del Espíritu desde ese día: “Estamos oyendo testimonios de todas partes. Esos pastores han regresado a sus congregaciones diciendo, 'He venido a casa para exaltar a Jesús.”

Durante una reunión en Rusia, hablé con un pastor que había estado encarcelado por dieciocho años. La cara de este hombre visiblemente brillaba con Cristo. Hoy, él es supervisor de 1,200 iglesias en Rusia. Sin embargo, soporto increíbles penalidades mientras estaba en prisión. “Jesús era real para mí,” él testificaba: “más real de lo que yo he conocido alguna vez en mi vida.”

Por causa de su carácter semejante al de Cristo, el ministro era respetado por todos en la prisión, incluyendo a los presos endurecidos y los guardias rencorosos. Entonces un día, el Espíritu Santo le susurró al pastor: “Vas a ser liberado de aquí en tres días.” Y el le dijo al ministro que testificara sobre esto.

El pastor inmediatamente envió palabra a su esposa y a la congregación acerca de la revelación del Espíritu Santo. Entonces comenzó a decirle a sus compañeros de prisión lo que Dios le había dicho. Ellos se rieron de él desdeñando, mientras decían: “Nadie ha sido liberado alguna vez de este lugar.” Los guardias también se burlaron de él, mofándose: “Morirás aquí, predicador.”

Cuando llegó el tercer día, y el cielo de la tarde oscurecía, un guardia miró al pastor y movió su cabeza. “Que Dios tienes,” y sonrió con desprecio.

Entonces, algo después de las 11 p.m., el altavoz sonó. Una voz llamó el nombre del pastor. “Venga a la oficina inmediatamente,” anunció. "Usted ha sido liberado."

Todos los prisioneros y guardias estaban aturdidos. Mientras el pastor caminaba, le decía a cada uno adiós y les deseó bien. Finalmente, cuando él pasó la puerta de la prisión, vio a su esposa que le esperaba con flores. Mientras el pastor la abrazaba, se volvió para mirar la prisión dónde había pasado dieciocho años. Sus compañeros prisioneros estaban de pie en las ventanas. Y estaban gritando a todo pulmón, ¡Hay un Dios! ¡Hay un Dios! ¡Hay un Dios!”

Dios les había dado evidencia visible. Y pasó a través de ese pastor piadoso que había estado con Jesús cada día de su sentencia de dieciocho años.

¿Qué mayor evidencia de Dios podría haber, que una vida sencilla transformada por el poder sobrenatural de Cristo? Que se pueda decir de ti: “Ese hombre, esa mujer, han estado con Jesús.” Y que nadie pueda negarlo.



---

Usado con permiso por World Challenge, P. O. Box 260, Lindale, TX 75771, USA.
 

http://www.aguasvivas.cl/centenario/26_virgen.htm

Como una virgen pura

Domingo 29 de septiembre de 2002

Israel fracasó en su fidelidad a Dios como esposa, pues fue hallada adúltera; hoy la Iglesia es declarada "la novia de Cristo". ¿Cómo ha de ser ella para guardar la dignidad y la honra que se le ha conferido?

Pedro Alarcón P.

TEXTO: Oseas 2: 1-23.

Israel, la esposa adúltera

En esta Escritura que hemos leído aparece descrita totalmente la realidad de Israel. Cuando Dios escogió a Israel y lo llamó para que fuera como su esposa, el Señor se proponía ser como un marido para ella, pero nosotros sabemos tristemente lo que ocurrió con Israel. Cuántas veces el Señor extendió sus manos. ("He extendido mis manos a un pueblo rebelde y contradictor"). Cuántas veces Dios les habló.

Dios quería hacerse cargo de Israel, quería llevarlo y ser el esposo que provee. En más de alguna oportunidad -a través de los siervos a los cuales les habló Dios- se le presentó como el Dios Todopoderoso, El-Shaddai, que es el Dios que todo lo provee. No solamente es el Dios que tiene todo poder, sino que también es el que todo lo provee. Y cuando se va al origen de la palabra Shaddai, porque el prefijo 'El' significa Dios, y 'Shaddai' es una expresión que habla de la ternura de una madre que amamanta en sus pechos a su hijo, y que le suministra todo lo que necesita. ¿Dónde podrá estar más seguro un hijo recién nacido, sino en los pechos de su madre? De esta forma, Dios se le da a conocer a Israel. Y, sin embargo, nosotros encontramos que Israel se prostituyó. Israel se fue tras los baales, Israel se fue tras los ídolos, Israel se fue tras sus muchos amantes, y no se volvió al Señor. Qué tremenda es la condición de Israel.

Así que, desde este punto de vista, hermanos, Israel es la esposa de Jehová que ahora está repudiada a causa de la dureza de su corazón.

La restauración futura de Israel

Pero también leímos aquí, entre los versículos 16 al 23, los esbozos de la restauración que Dios va a tener con Israel. El hecho de no haber atendido a los consejos de Dios, a la palabra de Dios, de no haber respondido al amor de Dios -porque Dios amó a Israel, amó a esta esposa- le significó a Israel todo lo que nosotros conocemos hasta el día de hoy: las derrotas y el enceguecimiento de sus ojos, de tal manera que cuando vino el Mesías que ellos esperaban, ni siquiera pudieron reconocerlo. Pero también es glorioso saber que ese rechazamiento de Israel, vino a ser vida para nosotros, los gentiles, que no estábamos bajo estas promesas, ni bajo este primer pacto de amor en donde Dios trató a Israel como si fuese su esposa. ¡Gloria al Señor!

Así es que Israel es la esposa repudiada en este tiempo. Y ese tiempo del desierto del que hablaba aquí, por el cual el Señor la va a hacer pasar, todavía no ha terminado para Israel. Todavía quedan siete años de tribulación sobre la tierra, en los cuales Dios va a probar a los moradores de la tierra, como nunca antes. Habrá juicios, habrá tremendas calamidades, habrá terremotos, habrá guerras; todo lo que está descrito en Mateo 24 se cumplirá. A Israel le tocará pasar ese tiempo, será parte del largo desierto que ha tenido que caminar por haber rechazado a su Dios, por no haber atendido a su consejo. ¡Qué terrible, hermanos! Pero después de ese tiempo, Dios se volverá para tener misericordia de ella. Tendrá misericordia de nuevo de Israel. Reconocerán entonces al Mesías, verán al que traspasaron, y entonces Israel va a ser por fin la esposa de Jehová, la esposa que Dios esperaba tener en el antiguo pacto, y la plantará en la tierra. Porque el fin de Israel, ese amor del esposo con la esposa, esa relación de Dios con Israel, se consumará plenamente en el tiempo del milenio. Pero entonces Israel estará en la tierra, ese será el pueblo terrenal que adorará a su Dios y que entrará en el pacto del Señor. ¡Gloria al Señor!
Así es que tampoco esto nos tiene que confundir a nosotros, porque siempre hemos estado acostumbrados a escuchar de Cristo y de la iglesia, del esposo y de la esposa. Pero también es necesario que veamos lo que ocurrió con Israel, con esta analogía.

Dios es justo, Dios no cambia. Porque "irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios". Y si Dios llamó a Israel en un principio, no lo va a dejar para siempre desamparado. A pesar de la infidelidad de ellos, Dios es un Dios de misericordia. Israel ha tenido que pasar y tendrá que pasar todavía por muchas tribulaciones, por muchas pruebas, porque esa es la forma en que se enmienda el corazón. ¡Gloria al Señor!

Cristo y la Iglesia

Pero quisiera que ahora habláramos un poco de Cristo y de la iglesia. Abramos la Escritura ahora en 2 Corintios 11:1-3. Aquí es el apóstol Pablo el que está hablando por el Espíritu Santo a la iglesia que estaba en la ciudad de Corinto.

En la primera epístola a los Corintios, al principio, Pablo les dice que ellos son los santificados en Cristo. A pesar de todas las irregularidades que vivía esta iglesia local en el tiempo en que fue escrita la primera carta los ve así. Les recuerda que ellos han sido santificados en Cristo Jesús y que son "llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro". De tal manera que Pablo no le está hablando a cualquier persona: le está hablando a la iglesia, les está hablando a hombres que han sido santificados, a hombres que tienen la vida de Dios morando dentro de su corazón.

Y a este tipo de personas, de creyentes, en esta segunda epístola, les dice estas palabras:
"¡Ojalá me toleraseis un poco de locura! Sí, toleradme. Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo".

De la iglesia, nunca podría decirse que es la esposa adúltera. Ese término le cabe bien a Israel por su conducta, por haber rechazado a Dios mismo. Pero a la iglesia, según este pasaje que nosotros hemos leído, el Espíritu Santo se expresa de manera muy distinta. Dice: "Os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo". ¿Cómo ve Dios a la iglesia? ¿Cómo ve el Señor a la iglesia? La ve como una virgen pura para Cristo. Aleluya, hermanos. ¡Qué tremendo privilegio, hermanos!

Celo de Dios

"Os celo con celo de Dios". ¿Cómo será el celo de Dios? El celo de Dios no es como el celo de los hombres - el celo de un hombre machista. El celo de Dios es un celo conforme a ciencia, conforme a sabiduría. Es un celo en el cual está expresado ese deseo de Dios de guardarnos, de ampararnos, de defendernos como a la niña de sus ojos. Y tan grande es el celo de Dios, que él daría cualquier cosa por la iglesia. De hecho, nos dio todas las cosas, habiéndonos dado lo más hermoso que tenía: nos dio a su Hijo, y lo dio para que sea el esposo de la iglesia.

Estamos en un tiempo previo, estamos esperando que se cumpla esto. Va a llegar el momento en que la iglesia -que ahora es una virgen pura para Cristo- se va a unir a su esposo, y acontecerá el más grande hecho, la más grande fiesta que jamás se haya realizado en lugar alguno. No va a ser aquí en la tierra, va a ser en los cielos. ¡Aleluya! Va a ser en aquellas moradas, en aquellos lugares que el Señor ha preparado para todos los que le aman, para que estén con él. Allí disfrutará la novia. Ya no será más la novia, sino que será la esposa. Aquellas son las bodas del Cordero. Y nosotros esperamos participar de las bodas del Cordero, no queremos quedarnos fuera. Por lo tanto, necesitamos estar conscientes de que somos parte de esa virgen pura que se prepara para recibir a su Amado y para estar con él.

¿Cómo es el esposo?

Pero, detengámonos un momento en el Amado, en el esposo. ¿Cómo es el esposo? Dice: "Os he desposado con un solo esposo". Pensemos por un momento, quitemos la mirada de la novia. Quitemos la mirada de nosotros mismos. Quitemos la mirada de la virgen pura que se prepara para Cristo, y miremos al esposo.

¿Cómo es el esposo? Él es paciente, él es amoroso, él es humilde, manso, perdonador. Hay tantas características que tiene el esposo. Yo sé cómo es mi amado, yo sé cómo es mi esposo. El que ha conocido a Cristo, el que ha nacido de nuevo, el que lo tiene morando en su corazón, sabe cómo es su Amado. ¡Aleluya! Es fiel, es dulce, misericordioso, benigno, consolador, amoroso, sabio, paciente. La Escritura dice: "La gracia se derramó en sus labios". Está lleno de gracia y de verdad. No le falta nada. ¡Qué perfecto marido es el que Dios nos ha preparado, hermanos! ¡Qué perfecto marido es el que Dios ha preparado para la iglesia! ¡Aleluya, hermanos, gloria al Señor!

Nuestro esposo, nuestro Amado, es fiel, incomparable. ¡Aleluya! Realmente, podríamos pasar mucho tiempo, hermanos, declarando las virtudes de Aquél que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. Un solo nombre no puede definir lo que es el Señor Jesús. ¡Gloria al Señor! El Señor es vencedor, es valiente. Vencedor de la muerte. Señor de señores y Rey de reyes. ¡Él será el esposo de la iglesia! Él es el que nos ha cautivado, él es el que está esperando ese encuentro.

Aquél que ama nuestra alma venció a la muerte. Aquél que ama nuestra alma venció a Satanás el diablo. Aquél que ama nuestra alma venció al pecado, venció al mundo. Venció toda oposición, hermanos, se levantó victorioso de entre los muertos, y hoy está coronado de honra, de gloria y de poder a la diestra de la Majestad en las alturas. ¡Ese es el Amado que tiene la iglesia, hermanos! Ese es el Amado al cual esperamos, y esperamos el momento cuando nos hemos de reunir con él. ¡Gloria al Señor!

¿Cómo es la novia?

Veamos ahora el final del versículo 2, donde dice: "...para presentaros como una virgen pura a Cristo". Veamos ahora cómo espera el Señor que sea esta virgen, cómo espera que sea esta novia.

Cuando hay un matrimonio en vísperas, si una mujer que espera contraer matrimonio se prepara y sueña con el 'príncipe azul', y todavía no lo conoce, yo creo que hay una gran expectación en ella, y la mujer creyente orará a Dios y le pedirá que sea aquél conforme a su Amado, al Señor Jesucristo, a quien ha conocido. ¿Cómo se prepara una doncella en la tierra para el matrimonio? Hermanos, pero de lo que estamos hablando aquí es más que eso. El matrimonio es una figura de lo que es la verdadera unión que se va a producir entre Cristo y la Iglesia, y se va a consumar una vez que estemos con él, y el Señor nos levante de aquí de la tierra para estar con él. Cualquier matrimonio de la tierra palidece frente a esta relación gloriosa de Cristo y de la iglesia.

¿Cómo se prepara una virgen, una novia, una doncella? Primero, es virgen. Ella querrá guardarse, querrá que no haya ninguna mancha, ninguna cosa de la cual su amado se pueda avergonzar. Ella querrá conservar su virginidad.

Ahora, llevemos eso al plano de la iglesia. Hermanos, ¿nosotros somos aquella virgen pura que se está preparando? ¿Nos sabemos parte de esa novia? ¿Sí? ¿Amén? ¡Somos parte de ella! (Porque no estamos todos aquí; aquí hay una parte, pero hay muchos más. ¿Se acuerdan que cuando leíamos al principio dice que "con todos aquellos que en cualquier lugar invocan el nombre del Señor, Señor de ellos y nuestro?"). Aquí hay una parte de la novia que se está preparando. ¡Aleluya, somos parte de esa novia!

Pero, hermanos, ¿cómo nos estamos preparando nosotros para ese encuentro? ¿Estamos conservando la pureza, estamos conservando la virginidad de aquel nuevo nacimiento que hemos experimentado en Cristo? ¿Estamos conservando la pureza de esa vida que hemos recibido, de esa semilla que está dentro de nosotros? ¿O será que en este tiempo nos estamos descuidando, nos estamos deslizando en alguna manera, y quizás nuestro corazón ya no está tan atento al esposo? Y ya no estamos tan expectantes de ese momento y quizás pudiera ser que alguno de entre los que estamos aquí pudiera estar pensando dentro de su corazón: "Mi Señor tarda, mi esposo tarda, quizás cuándo va a venir; a lo mejor yo voy a partir de aquí, y no voy a ver la venida del Señor, no voy a ver el rapto de la iglesia, no voy a ver cuando él venga a buscar su amada". Quizás alguno pudiera estar llegando a pensar así. Qué terrible sería esto, hermanos.

Creo que nosotros no debemos perder la expectación de nuestro encuentro con el Señor, porque hoy día está más cerca nuestra redención que cuando creímos. ¡Gloria al Señor!

¿Cómo quiere Cristo hallar a la iglesia? Como una virgen. Eso quiere decir que esta esposa no se ha prostituido con el mundo, con ningún tipo de ídolos, ni con el pecado. Toda la atención de ella está en el Amado, y se prepara para él así como las vírgenes prudentes. ¿Cómo se prepara la iglesia, hermanos? ¿Se compara a aquellas cinco vírgenes prudentes o se compara a las vírgenes insensatas? Dice que las vírgenes prudentes tenían la lámpara, pero no solamente la lámpara: tenían también el aceite para las lámparas. ¡Gloria al Señor!

La parábola de las vírgenes

Yo le preguntaba al Señor: ¿Qué significan las lámparas en las manos de las vírgenes prudentes? ¿No será la salvación que Dios nos ha dado? Yo creo que la lámpara es la salvación, y la lámpara está. La salvación la tenemos. No estamos hablando con personas que no sean salvos. ¡Somos salvos! Hemos sido rescatados del reino de las tinieblas y trasladados al reino del Amado Hijo, hemos nacido de nuevo, hemos nacido de Dios. ¡Aleluya! Entonces, puede decirse que somos vírgenes que tienen la lámpara en sus manos.

Pero, qué tremendo sería tener la lámpara, tener solamente la salvación y conformarse con la salvación, y estar tan tranquilo y seguro de mi salvación, pero no tener el aceite para la lámpara. Porque esta lámpara tiene que arder. Y las vírgenes prudentes están representadas en la lámpara y en el aceite. Nosotros necesitamos el aceite de la unción, necesitamos cada día ser llenos del Espíritu Santo, necesitamos cada día ser renovados por el poder del Espíritu Santo de Dios, necesitamos que cada día nuestra consagración sea renovada.

No podemos vivir de las experiencias pasadas. Si en el principio fuimos llenos del Espíritu Santo, luego de haber conocido al Señor, y tú tienes esa experiencia y una y otra vez te estás acordando de ella y estás viviendo con lo que queda de ella, quiero decirte que es posible que el aceite esté bajando de nivel, y que ya no le quede aceite a tu lámpara. Y tal vez has hablado tanto de esa experiencia, que ya es como una lucecita que se está apagando. Eso indica que el aceite ha descendido, y que tenemos que buscar de nuevo el aceite. Y, ¿dónde hallaremos el aceite, sino en Dios mismo, en su Espíritu? ¡Gloria al Señor, hermanos! Queremos ser como las vírgenes prudentes, que tienen las lámparas y tienen el aceite.

¿Estamos permaneciendo en una comunión viva con el Señor, o estamos viviendo descuidadamente? Si estamos viviendo descuidadamente, hermanos, significa que el aceite está escaseando. Porque cuando la lámpara está llena de aceite de lo único que hablamos es del Señor Jesús, lo único que llena nuestro corazón es la bendita persona del Señor Jesucristo. No hay otros amados, como en el caso de Israel. No va el corazón tras los ídolos, no va el corazón tras las cosas que el mundo le pudiese ofrecer. El corazón está firme en el Amado, y está esperando en él. ¡Aleluya!

Las vírgenes que se van con el Señor son las que tienen sus lámparas llenas de aceite. No seamos insensatos. Las otras vírgenes eran insensatas, no actuaron con sensatez. Y, cuando llegó el momento en que el esposo se acercaba, y oyeron el rumor, se escuchó: "Ahí viene el esposo, vamos a recibirle". Y entonces las cinco vírgenes tomaron sus lámparas con aceite y fueron a recibir al esposo. Y las otras, recién ahí, después de haber vivido una vida totalmente descuidada, empezaron a tener cuidado de ese encuentro maravilloso que se iba a producir y -lamentablemente- no pudieron entrar en el gozo de su Señor. No pudieron estar con el esposo, no pudieron verlo, porque el Señor vino en un abrir y cerrar de ojos y se llevó a las vírgenes prudentes. Se llevó a esta virgen que se había preparado para él, y la otra parte se quedó sin participar de esta gloriosa reunión. Y eso sí que es dramático.

¿Qué hacemos con nuestra prosperidad?

Ha venido en estos días tristeza al corazón, hermanos. Yo sé que hay momentos en que alabamos al Señor y tocamos el trono de Dios y sabemos que estamos en la presencia del Cordero, y es glorioso. Pero, sabes, Dios nos mira mucho más allá de ese momento cuando estamos reunidos como asamblea y estamos adorándole. Dios mira cómo andamos por las calles de esta ciudad. Dios mira cómo eres tú con tu esposa o con tu esposo. Dios mira cuál es el trato con tus hijos.

¿En qué nos estamos entreteniendo, hermanos? ¿Estamos atendiendo al esposo? ¿Estamos cuidando nuestro corazón, nuestra relación con él, y por amor a él, estamos ocupando el tiempo disponible? Yo sé que muchos de ustedes trabajan, y el enemigo se las ha arreglado en este tiempo para llenar de afanes y de trabajo al hombre. Y yo sé que Dios te ha prosperado a ti, me ha prosperado a mí. Mírate, cómo llegaste al Señor. Y mira ahora, cómo estás, cómo te tiene el Señor. ¿Nos falta algo? ¿Nos falta vestido? ¿Nos falta abrigo? ¿Nos falta el pan en nuestra mesa? Hermanos, Dios nos ha dado abundantemente y sin medida.

Pero, ¿sabes?, a veces a nosotros nos parece que cuando Dios me prospera es para mí, y no pensamos que si el Señor nos da prosperidad es para bendecirnos, pero también para que podamos bendecir a otros. Es para bendecirnos y para que podamos bendecir al Señor. Es para honrarnos a nosotros, pero para que también nosotros le honremos a él. "Honra al Señor con tus bienes", dice una palabra en la Escritura. Y nosotros no podemos quitarla de allí. Está allí. De tal manera que si el Señor te honra y me honra, hermano, es para que perfeccionemos nuestro servicio para él, es para que tengamos los medios para servirle, es para que su reino se extienda, es para que la obra del Señor avance.

No pienses, hermano, porque a veces miramos y pensamos: "Me está sobreabundando. Oh, qué bueno que ahora tengo más que lo que tenía ayer, qué bueno que se han duplicado las entradas". Qué bueno que hay más recursos en tu alfolí y en mi alfolí. Pero, ¿sabes hermano?, no es para nosotros. Es para que le sirvamos mejor al Señor.

Hermanos, ¿estamos conformes con nuestra salvación? ¿Qué pasa en nuestro corazón con respecto a las personas que no conocen al Señor, con respecto a los que se pierden? ¿Te has detenido a pensar en algún momento cuántos hombres y mujeres están pasando sin la vida eterna en su corazón y van camino al infierno, camino a la destrucción y a la muerte, y van a compartir el lago de fuego y azufre con Satanás el diablo, el lugar que fue preparado para los ángeles que se rebelaron y pecaron y cayeron de su dignidad? Ese lugar no fue preparado para el hombre. Nosotros a veces parece que nos conformamos y decimos: "Bueno, qué bueno que yo soy salvo, pero no importa que otro se pierda". No, hermanos, esta virgen pura no tiene esa forma de pensar. Porque si tú has sido bendecido y yo he sido bendecido, entonces también yo voy a esperar que todos los que no tienen esta bendición, la tengan.

Una señal de que podemos estarnos deslizando, es cuando nos tornamos egoístas y centrados en nosotros mismos. ¡Líbrenos el Señor de esto!

Una profecía acerca de los cristianos prosperados

Quisiera recordar en este momento algunas de las cosas que fueron dichas por ahí por los años 70 a través del hermano David Wilkerson. Todavía vive, y muchas de las cosas que el Señor le mostró se han cumplido plenamente, hermanos. Así es que esa profecía es verdadera. Allí, Dios le mostraba a David Wilkerson cristianos muy prosperados. En ese tiempo, estaba habiendo un despertar en el mundo, el Espíritu Santo estaba siendo derramado para apercibir muchos corazones, para que la preparación de esta novia se complete y el número de los redimidos se cumpla.

Dentro de la visión profética que Dios le mostraba, veía a Satanás mismo pidiéndole a Dios permiso para tocar a aquellos cristianos que eran muy fervorosos, muy consagrados al Señor, cuando no tenían muchos bienes. Él le dijo: "¿Por qué tú, Dios, no les das riquezas, por qué no les das mejores vehículos, por qué no les das mejores casas, mejores bienes, y vas a ver cómo se olvidan de ti?". Hermanos, qué triste sería que en el día de la prosperidad, nosotros nos olvidáramos de nuestro Hacedor. Cristianos prosperados, pero que viven para sí mismos, y no ven que si el Señor les prospera, es para que le honren con sus bienes.

Podemos preguntarnos aquí, hermanos: ¿Estamos entregando siquiera lo que a Dios le corresponde, aunque todo es suyo? Pareciera que tenemos un doble estándar con respecto a la palabra del Señor. Muchas veces declaramos: "Porque de él, por él y para él son todas las cosas". Pero luego separamos las cosas, porque pensamos: "Esto es espiritual". Entonces, esto no afecta a lo material, no afecta a los bienes, no afecta a mi casa, no afecta a mi tiempo. Entonces decimos: "Todo lo que es espiritual, las reuniones, la comunión de los hermanos, esto es de él, por él y para él".

Pero, ¿qué respecto de lo material, hermanos? Estamos diciendo en nuestro corazón: "Qué bueno, estoy prosperado, porque de mí, por mí y para mí son todas las cosas", con respecto a lo material, y con respecto a otras cosas que nosotros a veces separamos. ¡Toda nuestra vida es del Señor! Todo lo que te afecta a ti es de Dios, todo el entorno donde él te ha puesto es para que expreses al Señor, para que vivas para el Amado.

¿Qué de los hijos?

Si Dios te ha dado hijos, ha de haber en tu corazón una preocupación por ellos. Es parte de lo que Dios te ha dado. ¿Le hemos consagrado nuestros hijos al Señor? Muchos hermanos, antes de nacer un hijo, cuando todavía está en el vientre de la madre, han orado diciendo: "Dios mío, tú nos has dado este hijo. Es tuyo. Por tanto yo te lo ofrezco a ti, lo consagro a ti". Creo que hay hermanos entre nosotros que han consagrado todos sus hijos al Señor desde antes que nacieran, porque son de él. Su Palabra dice: "Herencia de Jehová son los hijos". Entonces nosotros, al tratar con nuestros hijos, tenemos que tratar con algo que no es nuestro, con algo que es de Dios, con la delicadeza y el cuidado con que Dios los trataría. Porque son herencia de Jehová, son de él. ¡Aleluya!

¿Estamos orando lo suficiente, estamos clamando al Señor? Si ves que el corazón de tu hijo se está desviando hacia el mundo, no nos confiemos en que nuestros hijos están bajo la promesa. No nos confiemos en que "Cree y serás salvo tú y tu casa". Es verdad, porque Dios es fiel y lo cumplirá. Pero, ¿no será que también nosotros tenemos una participación? ¿No será que Dios está esperando tu oración, la aflicción de tu espíritu, de tu alma, tu desvelo en las noches si tú ves que su corazón no va hacia el Señor sino hacia el mundo, y los deleites de la tierra le están atrayendo? Quizás tú estás muy seguro, pero a lo mejor tus hijos no lo están.

Es tiempo que haya un clamor profundo en nuestro corazón por nuestros hijos. Porque, qué terrible sería, hermanos, que nosotros nos fuésemos con el Señor, y que quedasen nuestros hijos aquí a vivir el tiempo de desierto que todavía le toca a Israel vivir en la tierra, y donde los moradores de la tierra van a ser probados. ¿Te gustaría a ti, me gustaría a mí que alguno de mis hijos, de mis seres queridos, de mis familiares, participara de eso? Yo creo que ninguno de nosotros. Sería la más terrible impiedad de nuestro corazón, el más terrible egoísmo. ¡Oh, Señor, socórrenos!

Cristianos carnales

¿De qué otra cosa hablaba Dios a David Wilkerson? De cristianos carnales, que se aman a sí mismos, no quieren ser corregidos, no están dispuestos a perder nada por causa de Cristo, han desplazado del trono de su corazón al Señor, y se han puesto ellos en su lugar. No se hace en sus vidas la voluntad del Señor, sino la propia. ¡Señor mío! También un hombre carnal es el que se mira a sí mismo. Si nos compadecemos a nosotros mismos, y tratamos de inspirar lástima en los demás cuando alguna forma de disciplina del Señor está viniendo sobre nosotros, también esa es la actitud de un hombre carnal. Se compara consigo mismo y no ve los recursos poderosos que Dios tiene para él. Vive en sus propias fuerzas y no en el poder de la fuerza del Señor.

La virgen pura que es la iglesia, hermanos, la que va a ser raptada, está compuesta de hombres y mujeres espirituales, que son guiados y han aprendido a ser conducidos por el Espíritu de Dios. También viven por el Espíritu, su vida es la vida del Espíritu, no es la vida de la carne, no es la vida natural, no es la vida antigua que tenían. Viven por el Espíritu, pero también andan en el Espíritu. "Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu". (Gálatas 5:25). Esos son los que van a participar, los que van a ser levantados, hermanos.

Otro tipo de cristianos que se mencionaba en esa profecía: cristianos que se reúnen cuando les queda algún tiempo. Pero, aparte de su trabajo, aman las reuniones sociales, los placeres, los compromisos extras, en medio del mundo. Y parece que llegan a sentirse cómodos en esos ambientes. Hermanos, si el Señor nos permite participar de reuniones sociales, de reuniones de colegio, de instituciones de la tierra, sabemos que ninguna institución puede transformar ni cambiar, ni ayudar mucho a mitigar el dolor de los hombres. El único que puede cambiar el corazón y mitigar el dolor de los hombres es el Señor Jesucristo. La única respuesta que el mundo necesita es Cristo. Si nosotros llegamos a un lugar, si participamos de ese tipo de reuniones, que sea para dar a conocer a Cristo. Que haya una oración en tu corazón: que Cristo sea revelado al corazón de aquellas personas con quienes tú te relacionas.

Reuniones sociales, los placeres... Están bien los placeres para el mundo. Para nosotros, nuestro placer es Cristo, es estar con él, es hacer su voluntad.

Hay cristianos que tienen tiempo para cualquier cosa, pero no tienen tiempo para estar con su familia, para orar juntos, o para hablarles a los hijos del peligro del mundo que les rodea. Gastan recursos, incluso, en buscar alguna forma de entretención para los niños en el fin de semana. Qué tremendo sería, hermanos, que en los anaqueles donde se ponen los casettes o los videos no hubiera videos de la palabra del Señor, de los retiros, de los campamentos, donde se pueda volver a oír la palabra, y estuviese tu casa llena de videos de lo último que está produciendo Satanás inspirando las mentes de los creadores de Hollywood. Qué terrible sería, hermanos, si estuviésemos gastando en esas cosas los recursos que Dios nos ha dado. ¡Líbrenos el Señor!

Hermano, ¿crees tú que el tener entretenidos a los hijos con una película, por muy hermosa que sea, y por muy 'inofensiva' que nos parezca, podrá eso librarlos de la ira venidera? ¿Podrá librarlos del tiempo de prueba que ha de venir sobre el mundo? Si ellos no han conocido todavía a Cristo, tiene que haber una tremenda preocupación en nuestro corazón. Y tendríamos que salir de aquí este día, por lo menos, orando por nuestros hijos hasta que ellos se conviertan y conozcan al Señor.

Hermanos, la primera responsabilidad que nosotros tenemos es por nuestros propios hijos. No esperemos que la oración de la iglesia sea la que solucione el problema de nuestros hijos. Nosotros somos los sacerdotes en nuestra casa, y tenemos que atender a nuestro sacerdocio.

El peligro de vivir una vida cristiana liberal... Ya hemos oído del súbito rapto de los creyentes. No será con aviso, hermanos. Vendrá como ladrón en la noche. Las vírgenes insensatas se quedarán allí, y tratarán en ese momento de comprar el aceite. ¿Sabes que en este momento no tenemos que comprar el aceite? ¿Sabes que en este momento solamente tenemos que reconocer nuestra necesidad delante del Señor, inclinar nuestro corazón delante de él y decirle: "Señor, el aceite me está escaseando, mi lámpara está quedando seca, vuelve a llenarme otra vez"? Y, ¿qué hará el Señor, se negará? ¡El llenará la medida, y la hará rebosar, hermanos! Hará que pase más allá de tu propia necesidad. Te llenará a tal punto, que tendrás también para suplir a otros, hermano. ¡Gloria al Señor!, porque estamos viviendo todavía el tiempo de la gracia, y eso significa que podemos ir al Señor, y él en su gracia nos va a llenar.

A los jóvenes

Quiero hablarles por un momento a los jóvenes. Yo estoy muy contento por los jóvenes, por lo que el Señor está haciendo entre ellos. Tengo gozo en mi corazón por lo que fuimos testigos en el Retiro de Iquique, hermanos. Y cómo hubiéramos querido que todos los jóvenes de las iglesias hubiesen ido. Nosotros mismos no sabíamos todo lo que el Señor iba a hacer. ¡Cómo nos sorprendió allí!

Jóvenes amados, si ustedes no nos han visto a nosotros llenos del Espíritu, si nos han conocido más en la carne que en el Espíritu, si han visto aflorar el carácter antiguo en nosotros, y no han visto el dulce y afable carácter de Cristo, perdónennos. Pero, que esto no sea una traba, una limitación para ti, para buscar al Señor. Las cosas más maravillosas, las experiencias más grandes que yo viví -y estoy viviendo también en este tiempo por la gracia del Señor- en los primeros años de mi conversión, desde los diecisiete años en adelante, llenaron a tal punto mi corazón que en un momento tuve en mi corazón el querer dejarlo todo para servirle al Señor. Y la única visión que puso el Señor en nuestro corazón, en esa generación de jóvenes, fue que le íbamos a servir, no porque buscáramos un título de siervos, sino por el hecho de querer servirle, de querer seguirle dondequiera que él estuviese. ¡Gloria al Señor! Tengo gratos recuerdos en mi corazón de eso. ¿Cómo olvidar todas esas experiencias que viví con el Señor? Imposible, porque fueron experiencias con Cristo, experiencias de comunión, experiencias con su palabra.

Así es que quiero decir, jovencitos y jovencitas: Hermano amado, conságrate al Señor, ríndete al Señor, búscalo y ámalo de todo tu corazón. Nosotros somos parte de una generación que ya está empezando a pasar; están avanzando los años, muchos de nosotros irán partiendo, y no nos asusta eso, porque estar con Cristo es muchísimo mejor. Pero ustedes, amados jóvenes, son la generación que ha de tomar el bastón de esta carrera. Si nosotros hemos llegado hasta un punto, ustedes tienen que ir más lejos, ustedes tienen que avanzar con el Señor. Ustedes tienen que derramar su corazón delante del Señor y decirle: "Padre nuestro que estás en los cielos, queremos que se cumpla tu voluntad, queremos que venga tu reino, queremos que tu nombre sea santificado, que toda la expectativa que tú tienes para mi vida se cumpla". Qué terrible, hermanos, sería prosperar en la vida y tener muchas cosas y escalar muy alto, y que con todo eso nuestra alma se perdiera y se desviara de la sincera fidelidad a Cristo.

Hermano joven, también quiero decirte esto: es verdad que yo pagué un precio, por causa de que quería servir al Señor. En un momento, menosprecié carrera, menosprecié todo; padecí enfermedades después de haber conocido al Señor. En todas esas cosas, viví experiencias en las cuales el Señor me libró con su mano. A los veinte años perdí a mi padre, y el sufrimiento grande que había en mi corazón era éste: "Señor, Dios mío, tú me has concedido esta salvación tan grande; yo no quiero que mi padre parta de esta tierra sin conocerte a ti". Es posible que haya aquí algún joven que ama al Señor, que ya se ha rendido a él y que su familia no es creyente. Yo quiero alentarte: ora al Señor, pídeselo al Señor, derrama tu corazón delante de él, y verás a tu familia rendida a los pies de Cristo, porque el Señor no se tarda en responder la oración. Dios no desecha a un joven cuando se consagra a Cristo, Dios no desecha a un niño cuando se consagra a Cristo; antes bien, el Señor siempre escogió a los niños. Y nosotros, los más crecidos, tenemos que ser como niños también, porque de otra manera no vamos a entrar en el reino de los cielos.

Los dones no son señal de madurez

Ahora, qué hemos visto entre nosotros mismos, hermanos. En este último tiempo, el Señor nos ha concedido su palabra y su gracia. Y esta palabra que se comparte aquí -y que muchas veces a nosotros nos resbala- está siendo bendición para otros hermanos, en otros lugares. Esta palabra está corriendo, porque esta obra es mucho más de lo que vemos aquí. Dios tiene la intención de salvar. ¿Qué pasaría el día de mañana si muchas de las personas que han estado oyendo la palabra vengan con gran expectación y no nos encuentren viviendo de acuerdo a estas palabras que ellos han oído y han valorado tanto?

Oh, hermano amado, pudiera ser que la abundancia de palabra compartida fuera sólo como un don entre nosotros. Los dones no dan la medida del crecimiento, de la madurez espiritual. Pudiera ser que nosotros fuésemos administradores en este tiempo de un gran don - que es tener la palabra revelada del Señor- y la estemos administrando para otros, y pudiera ser que nuestra estatura espiritual no esté de acuerdo a lo que el Señor quiere.

Los dones no reflejan la espiritualidad de un hombre en Cristo. Es el fruto del Espíritu lo que expresa cuán espirituales somos, cuánto de Cristo verdaderamente en nosotros se está viviendo y expresando.

El fruto del Espíritu es el que moldea y produce el carácter de Cristo dentro de nosotros. No es otra cosa. Los dones son gracia, son como una añadidura del Señor. Y yo te digo, hermano, que el Señor puede llenar de dones del Espíritu hasta a un niño en Cristo. Pero de qué serviría eso si no anhelamos que el Señor crezca en nosotros, que seamos llenos del Espíritu: amor, gozo, paz, benignidad, templanza, bondad, fe, mansedumbre, cosas contra las cuales no hay ley, que representan el carácter bendito de nuestro Señor, el cual habita en nuestro corazón por la fe y por el Espíritu Santo que nos mora.

Si el fruto del Espíritu está dentro de nosotros, no tenemos que mejorar nada, sólo tenemos que dejar que se exprese. Y para eso, hermanos, tendremos que doblar nuestras rodillas, tendremos que buscar al Señor de todo corazón, este último tiempo que queda para la iglesia. Hermanos, tenemos que dejar la vida relajada de creyentes, ese conformismo de decir: "Total, yo soy salvo".

Hermano amado, es el tiempo de atender con más diligencia a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos.

¿Cuánto del carácter de Cristo ven los demás en nosotros? ¿Estamos dispuestos a sufrir las ofensas? ¿Estamos dispuestos a llevar por otra milla la carga que nos imponen? Cuando de repente viene una demanda sobre ti, cuando algún hermano o un anciano habla contigo y viene una demanda del Señor a tu corazón, ¿nos justificamos, nos sacudimos de eso, o estamos dispuestos a asumir y decir: "Gracias, Señor, porque me estás hablando y esto es para mi bien"? Cuando alguien nos habla de parte del Señor, nos habla de sufrimiento y de cruz, cuando alguien nos hace advertencias sobre un caminar liviano, pensamos que el hermano se está poniendo en contra nuestra, y a veces pudiéramos llegar a pensar: "La iglesia está en contra mía". Cuando esto ocurre, hermanos, ¿qué es lo primero que pensamos o pedimos? ¿Qué el Señor nos haga justicia? ¿O inclinamos nuestro corazón y le decimos: "Señor, escruta mis pensamientos, mira en mi corazón si hay perversidad, si mi camino se está torciendo"? ¿Nos exponemos a la luz del Señor?

Me acuerdo de las palabras de una joven de Rancagua que estuvo en el Retiro de Iquique. Decía: "El mundo no me llena, sólo Cristo me llena. El Señor ha trabajado en mi corazón, y he aprendido a amarlo". ¿Podemos decir lo mismo nosotros? ¿Reconocemos que Dios ha estado trabajando en nuestro corazón y que hoy día le amamos más que ayer? Todo el trabajo del Señor, hermanos, la disciplina del Espíritu, el trabajo de la cruz en tu corazón y en mi corazón, la palabra que pareciera ser dura en un momento, es para que amemos más a nuestro Amado, para que amemos más al Señor.

El engaño de la serpiente

"Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo". (2 Corintios 11:3). Satanás es muy astuto, hermanos. Cada vez que vivimos una situación como las que mencionábamos anteriormente, el enemigo querrá utilizarla, querrá dar vuelta las cosas, y trabajará en tu mente y te hará ver que todos los demás están en contra tuya. Y te hará sentir que tú no necesitas un trato tan 'injusto'. Pablo tenía este temor por la iglesia en Corinto, y también es el temor que hay en nuestro corazón en este tiempo, hermanos, frente a todo lo que hemos sido testigos de la gloria del Señor en medio nuestro. El temor es que, de la misma manera, Satanás quisiese engañarnos. Para eso, no tenemos que darle lugar.

También la Escritura habla, en Hebreos, acerca del engaño del pecado. Cuando hay algún pecado, alguna caída, alguna actitud de tu corazón que no ha sido juzgada, el enemigo se tomará de eso, y por causa de ese pecado engañará tus sentidos. Luego, tú no sabrás que te está pasando, te irás enfriando, no tendrás deseos de congregarte, no querrás ver a los hermanos, y pensarás que todo lo que tienes que vivir es estar solo y ahí se van a solucionar las cosas. No, hermano, Dios nos ha dado el cuerpo de Cristo, te ha dado hermanos para hablarte a través de ellos, para que el Señor te amoneste a través de ellos, para que te exhorte, para que te corrija. Pero también para que te alienten, para que te digan: "Yo soy un compañero tuyo, vamos adelante, hermano". ¡Gloria al Señor!

Que el Señor nos libre del engaño de la serpiente. El enemigo podrá engañar a un hombre, a un individuo, podrá hacerlo sucumbir con el engaño. Pero, sabes, hermano, el engaño del cual fue objeto Eva consistió en esto: "Sé tú mismo, sé independiente, tú puedes vivir independiente de Dios": Toda la astucia que usó para engañarla apuntaba hacia eso: "Tú puedes vivir independiente de Dios". Ahora, ¿cuál es la astucia del enemigo en este tiempo? "Tú puedes también vivir independiente de Dios". O podría decirte: "Bueno, tú tienes al Señor, te basta la comunión con el Señor". Y muchos dirán: "Yo tengo al señor, así que no necesito más". Pero, sabes, si tú como individuo quisieras mantenerte fiel al Señor, podrías fracasar. Porque la promesa del Señor -"Las puertas del Hades no prevalecerán contra la iglesia"- no la hizo a individuos. Contra la iglesia. Ahí está el cuerpo de Cristo, y tenemos que considerarnos unos a otros, hermanos.

Si hay alguien que tiene esperanzas en sí mismo de ser algo o de destacarse en medio de la casa de Dios, o en ser tomado en cuenta para la obra del Señor, tendrá que reconocer el cuerpo de Cristo que es la iglesia, tendrá que reconocer lo que Dios ha establecido. ¡Gloria al Señor! Las puertas del Hades no prevalecen contra ella. Pero pueden prevalecer contra un individuo.

Que nuestros sentidos no sean extraviados, hermanos, de la sincera fidelidad a Cristo. ¡Gloria al Señor!

***


AGUAS VIVAS
http://www.aguasvivas.cl/