Se puede decir que todos sabemos que la Iglesia de Dios es la mismas Iglesia de Cristo. Estaría mejor preguntar cuál es la religión o denominación genuina.
La Iglesia de Cristo o Iglesia universal es verdadera en cuanto creemos en la veracidad de la Biblia. Lo que podría mejor ser cuestionado es qué tan veraz puede ser una doctrina que la concibe o interpreta. La Iglesia es sencillamente el conjunto de todos los creyentes en Cristo alrededor del orbe, pueblo escogido por Dios para que anuncie sus virtudes, una nación santa entre las naciones infieles e incrédulas del mundo. La Iglesia es la parte humana del Reino de Dios con la cual el rey Jesucristo quiere adelantar su proyecto o plan de liberación o salvación para los seres humanos que voluntariamente se acojan a él. Para hacerlo, promete liberación de toda culpa de pecado a quien lo acepte como Señor y Rey.
También, por los méritos de su sacrificio, ofrece participar al creyente del don o fortaleza del Espíritu Santo para que pueda cambiar su vieja naturaleza de pecado por una nueva que produzca buenos frutos, además de garantizarle que a través de este nuevo nacimiento pueda gozar de una vida feliz y abundante aún después de su muerte física.
Entonces, una denominación cristiana se puede calificar no tanto como “principal” o como “secta”, sino más bien como cercana o alejada de los principios doctrinarios del Reino de Dios, en el entendimiento de que el Reino de Dios es un sistema integral de gobierno, que en su actual etapa de creciente manifestación está vigente entre nosotros hasta que sea liberado de toda “cizaña”, y el Señor nos haga entrega formal de su Reino en plenitud.
Hay muchos principios que le dan vida e identidad al pueblo de Dios bajo la soberanía del Rey Salvador. Pero hay algunos de ellos que no obstante su inmensa importancia ni aún se nombran en las prédicas cotidianas. Ejemplo de ello son los principios de integración de hecho, la solidaridad y servicio por medio de la ayuda mutua organizada, y la igualdad socio-económica (2-Co.8.13-15).
Para evadir la implementación de tales principios maliciosamente se prefiere darles un sentido místico pero nunca práctico. Pero las cosas están cambiando. Todo tiene su tiempo. Así como hay personas que solo buscan a Dios en tiempos de angustia, también existen personas que se percatan del extraordinario valor que puede llegar a tener este sistema divino de gobierno cuando los que lo reconozcan lo implementen no solo en sus propias vidas íntimas y personales sino también para la prosperidad y desarrollo de sus propias comunidades de creyentes cristianos.