contral la wath tower society

¿ así que despreciando la Palabra de Dios ?


¡¡ claro te lo dice una sectaria y hereje !! ;)


Fieles a María, al papa, a Juan Diego, a San Martín de los Andes, a la difunta Correa.............................y la Palabra concatenada (vaya palabreja!!!!!)


En fin, obedece a tu papa y a tu iglesia.........:(


Yo escucho las palabras de los apóstoles y de Pedro en Hechos 5:29


Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres
 
sigue, sigue

sigue, sigue

Confirmas todos mis tópicos de evangélicos fundamentalistas. Qué bueno. Puedes darme más citas bíblicas? Es que así ya tengo hecha la lectura espiritual de hoy. Gracias.

El amor no se irrita, no se jacta, no es ambicioso, no tiene en cuenta el mal.

Pax
 
El amor no se jacta


Belarmino dijo:


Tú lo has dicho, los católicos tenemos la plenitud de los medios de la salvación

Pero nuestra Iglesita es una sola Iglesita, con 900 millones de fieles.


Cualquier parecido con JACTANCIA es pura coincidencia :D


:bicho:
 
Se me olvidaba

Se me olvidaba

La caridad se alegra con la verdad
 
La Verdad es Cristo, no la organización romana ;)
 
como dijo san agustin

como dijo san agustin

"La Iglesia es Cristo extendido y comunicado"
 
Ya le he avisado, y supongo que MUY PRONTO aparecerá en este epígrafe. :D
EL PAPA DE HITLER

"Este libro cuenta la historia de la carrera de Eugenio Pacelli, el hombre que fue Pio XII, el eclesiástico más influyente en el mundo desde los primeros años treinta hasta finales de los cincuenta. Pacelli, más que cualquier otro personaje del Vaticano, contribuyó a establecer la ideología del poder papal, ese poder que él mismo asumió en 1939, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, y que mantuvo con mano firme hasta su muerte en octubre de 1958. Pero su historia comienza tres décadas antes de ser elegido Papa. Entre las muchas iniciativas de su larga carrera diplomática, fue responsable de un tratado con Serbia que incrementó las tensiones finalmente conducentes a la Primer Guerra Mundial. Veinte años después llegó a un acuerdo con Hitler que ayudó al Führer a despejar el camino que lo llevaría a la dictadura de forma legal, al neutralizar la potencial oposición y resistencia de 23 millones de católicos." (pp.16)

"En las tres primeras décadas tras el Concilio Vaticano, durante el pontificado de León XIII, la lglesia ultramontana se hizo fuerte. Se vivía una impresión de resurgimiento: la Roma eclesiástica florecía con nuevas instituciones académicas y administrativas; las misiones catolicas llegaban a los confines de la tierra. Había una vigorizante sensación de lealtad, obediencia y fervor. El resurgimiento de la filosofia cristiana de santo Tomás de Aquino, o al menos cierta versión de sus planteamientos, proporcionaba mampuestos (material) al bastión que se pretendia construir frente a las «ideas modernas» para defender la autoridad papal. En la primera década del siglo xx, sin embargo, comenzaron a emborronarse los límites de su infalibilidad y primacia. Un instrumento legal y burocrático había transformado el dogma en una ideología del poder papal sin precedentes en la larga historia de la Iglesia de Roma.

Pacelli, entonces un joven y brillante abogado de la curia, colaboró desde comienzos de siglo en una nueva redacción de las leyes de la lglesia que garantizaban a los futuros papas un dominio incuestionable desde el centro romano. Esas leyes, desligadas de sus antiguas fuentes históricas y sociales, se compilaron en un manual conocido como Código de Derecho Canónico (Codex Juris Canonici), publicado y promulgado en 1917. Ese Código, distribuido al clero católico de todo el globo, creó los medios para establecer, aplicar y mantener una nueva relación de poder «de arriba abajo».

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Como nuncio papal en Munich y Berlín durante los años veinte, Pacelli se esforzó por imponer el flamante Código en un
Land tras otro, en un pais cuya población católica era una de las mayores y más instruídas y ricas del mundo. Al mismo tiempo intentaba llegar a un concordato con el Reich, es decir, un tratado Iglesia-Estado entre el papado y Alemania como un todo. La aspiración de Pacelli se vio más de una vez frustrada, no sólo por la oposición de los indignados dirigentes protestantes, sino también por la de los católicos que creían que su concepción de la Iglesia alemana era inaceptablemente autoritaria.

En 1933, Pacelli encontró en la persona de Adolf Hitler un oponente adecuado para negociar con éxito su concordato con el Reich. El tratado autorizaba al papado a imponer el nuevo Código a los católicos alemanes y garantizaba generosos privilegios a las escuelas católicas y al clero. A cambio, la Iglesia católica alemana, su partido político parlamentario y sus cientos y cientos de asociaciones y periódicos se comprometían, «voluntariamente», impulsados por Pacelli, a no inmiscuirse en la actividad social y política.

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Agradezco el aviso del involuntario error cronológico cometido, el cual, como se aprecia, ha sido subsanado.

Esa abdicación del catolicismo político alemán en 1933, negociado e impuesto desde el Vaticano por Pacelli con el respaldo del Papa Pio XI, permitió que el nazismo pudiera asentarse sin encontrar la oposición de la más poderosa comunidad católica del mundo, justo lo contrario de lo que había sucedido sesenta años antes, cuándo católicos alemanes enfrentaron y derrotaron a Bismarck en su
Kulturkampf. Como alardeó el propio Hitler en la reunión del gabinete del 14 de julio de 1933, la garantía de no-intervención ofrecida por Pacelli dejaba al régimen las manos libres para resolver a su modo la «cuestión judía». Según las actas de aquella reunión, «[Hitler] expresó su opinión de que debe considerarse un gran triunfo. El concordato concede a Alemania una oportunidad, creando un ámbito de confianza particularmente significativo en la urgente lucha contra la judería internacional». (Citado en S.Fiedländer, Nazi Germany and the Jews, Vol. 1: The Years of Persecution, 1933-39, Londres, 1997, p.49; fuente alemana de Friedländer, Der Nationalsozialismus: Dokumente 1933-1945, Frankfurt am Main, 1957, p.130.)[/color]

La sensación de que el Vaticano respaldaba al nazismo contribuyó en Alemania y en el extranjero a sellar el destino de Europa.
.." (pp.18-19)

hitlerjulio1933.jpg


Extractos del libro de John Cornwell: “El Papa de Hitler, La verdadera historia de Pío XII”, Editorial Planeta, 1999. Título original: “Hitler´s Pope: The secret history of Pius XII”, 465 páginas.
 
Propaganda anticatólica

Propaganda anticatólica

Vea usted si la Iglesia católica dijo o no dijo nada contra el nazismo, y dejemos el tema;en esta encíclica de Pío XI de 1937 se habla del tema del concordato y de la grave amenaza que el nazismo supone. Vayamos a las fuentes y dejémonos de historias. Si usted odia el catolicismo me parece perfecto, pero no recurra a las falsedades del libro de Cornwell. Curiosamente en este libro no se menciona para nada esta encíclica que se mandó leer en todos los templos católicos de Alemania. De hecho la encíclica fue escrita originalmente en alemán (mit brennender sorge=con profunda preocupación) cuando lo habitual es que se escriban en latín y después se traduzcan a los diferentes idiomas. El hecho de que sea escrito en alemán ya nos habla de la necesidad de que esta carta llegase cuanto antes.


MIT BRENNENDER SORGE

Carta encíclica de S.S. Pío XI
sobre la situación de la Iglesia en el Reich Germánico
14 de marzo de 1937


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Con viva preocupación y con asombro creciente venimos observando, hace ya largo tiempo, la vía dolorosa de la Iglesia y la opresión progresivamente agudizada contra los fieles, de uno u otro sexo, que le han permanecido devotos en el espíritu y en el actuar; y todo esto en medio de aquella nación y de aquel pueblo, al que San Bonifacio llevó un día el luminoso mensaje, la buena nueva de Cristo y del Reino de Dios.

Esta Nuestra inquietud no se ha visto disminuida por los informes que los reverendísimos representantes del Episcopado, según su deber, Nos dieron ajustados a la verdad, al visitarnos durante Nuestra enfermedad. Junto a muchas noticias muy consoladoras y edificantes sobre la lucha sostenida por sus fieles por causa de la religión, no pudieron pasar en silencio, a pesar de su amor al propio pueblo y a su patria y el cuidado de expresar un juicio bien ponderado, otros innumerables sucesos muy tristes y reprobables. Luego que Nos hubimos escuchado sus relatos, con profunda gratitud a Dios pudimos exclamar con el Apóstol del amor: En ninguna cosa tengo mayor contento que cuando oigo que mis hijos van por el camino de la verdad[1]. Pero la sinceridad que corresponde a la grave responsabilidad de Nuestro ministerio Apostólico, y la decisión de presentar ante vosotros y ante todo el mundo cristiano la realidad en toda su crudeza, exigen también que añadamos: No tenemos preocupación mayor, ni más cruel aflicción pastoral, que cuando oímos: muchos abandonan el camino de la verdad[2].

Concordato

2. Cuando Nos, Venerables Hermanos, en el verano de 1933, a instancia del Gobierno del Reich, aceptamos el reanudar las gestiones para un Concordato, tomando por base un proyecto elaborado ya varios años antes, y llegamos así a un acuerdo solemne que satisfizo a todos vosotros, tuvimos por móvil la obligada solicitud de tutelar la libertad de la misión salvadora de la Iglesia en Alemania y de asegurar la salvación de las almas a ella confiadas, y al mismo tiempo el sincero deseo de prestar un servicio capital al pacífico desenvolvimiento y al bienestar del pueblo alemán.

A pesar de muchas y graves consideraciones, Nos determinamos entonces, no sin una propia violencia, a no negar Nuestro consentimiento. Queríamos ahorrar a Nuestros fieles, a Nuestros hijos y a Nuestras hijas de Alemania, en la medida humanamente posible, las situaciones violentas y las tribulaciones que, en caso contrario, se podían prever con toda seguridad según las circunstancias de los tiempos. Y con hechos queríamos demostrar a todos que Nos, buscando únicamente a Cristo y cuanto a Cristo pertenece, no rehusábamos tender a nadie, si él mismo no la rechazaba, la mano pacífica de la Madre Iglesia.

3. Si el árbol de la paz, por Nos plantado en tierra alemana con pura intención, no ha producido los frutos por Nos anhelados en interés de vuestro pueblo, no habrá nadie en el mundo entero, con ojos para ver y oídos para oír, que pueda decir, todavía hoy, que la culpa es de la Iglesia y de su Cabeza Suprema. La experiencia de los años transcurridos hace patentes las responsabilidades, y descubre las maquinaciones que, ya desde el principio, no se propusieron otro fin que una lucha hasta el aniquilamiento.

En los surcos donde Nos habíamos esforzado en echar la simiente de la verdadera paz, otros esparcieron -como el inimicus homo de la Sagrada Escritura[3]- la cizaña de la desconfianza del descontento, de la discordia, del odio, de la difamación, de la hostilidad profunda, oculta o manifiesta, contra Cristo y su Iglesia, desencadenando una lucha que se alimentó en mil fuentes diversas y se sirvió de todos los medios. Sobre ellos, y solamente sobre ellos y sobre sus protectores, ocultos o manifiestos, recae la responsabilidad de que en el horizonte de Alemania no aparezca el arco iris de la paz, sino el nubarrón que presagia luchas religiosas desgarradoras.

4. Venerables Hermanos: No Nos hemos cansado de hacer ver a los dirigentes, responsables de la suerte de vuestra nación, las consecuencias que se derivan necesariamente de la tolerancia, o, peor aún, del favor prestado a aquellas corrientes. A todo hemos recurrido para defender la santidad de la palabra solemnemente dada y la inviolabilidad de los compromisos voluntarios contraídos, frente a las teorías y prácticas que -si hubieran llegado a admitirse oficialmente- habrían disipado toda confianza, y dejado intrínsecamente sin valor a toda palabra para lo futuro, si contaban con la aprobación oficial. Cuando llegue el momento de exponer a los ojos del mundo estos Nuestros esfuerzos, todos los hombres de recta intención sabrán dónde han de buscarse los defensores de la paz y dónde sus perturbadores. Todo el que haya conservado en su ánimo un residuo de amor a la verdad, y en su corazón una sombra del sentido de justicia, habrá de admitir que en los años tan difíciles y llenos de tan graves acontecimientos que siguieron al Concordato, cada una de Nuestras palabras y de Nuestras acciones tuvo por norma la fidelidad a los acuerdos estipulados. Pero deberá también reconocer con extrañeza y con profunda reprobación, cómo por la otra parte se ha erigido en norma ordinaria el desfigurar arbitrariamente los pactos, eludirlos, desvirtuarlos y, finalmente, violarlos más o menos abiertamente.

5. La moderación mostrada por Nos hasta aquí, a pesar de todo esto, no Nos ha sido sugerida por cálculos de intereses terrenos, ni mucho menos por debilidad, sino simplemente por la voluntad de no arrancar, junto con la cizaña, alguna planta buena; por la decisión de no pronunciar públicamente un juicio mientras los ánimos no estuviesen bien dispuestos para comprender su ineludible necesidad; por la resolución de no negar definitivamente la fidelidad de otros a la palabra empeñada, antes de que el irrefutable lenguaje de la realidad le hubiese arrancado los velos con que se ha sabido y se pretende aun ahora disfrazar, conforme a un plan predeterminado, el ataque contra la Iglesia. Todavía hoy -cuando la lucha abierta contra las escuelas confesionales, tuteladas por el Concordato, y la supresión de la libertad del voto para aquellos que tienen derecho a la educación católica, manifiestan, en un campo particularmente vital para la Iglesia, la trágica gravedad de la situación y la angustia, sin ejemplo, de las conciencias cristianas-, la solicitud paternal por el bien de las almas Nos aconseja no dejar de considerar las posibilidades, por escasas que sean, que aun puedan subsistir, de una vuelta a la fidelidad de los pactos y una inteligencia que Nuestra conciencia pueda admitir.

6. Secundando los ruegos de los Reverendísimos Miembros del Episcopado, en adelante no Nos cansaremos de ser el defensor -ante los dirigentes de vuestro pueblo- del derecho conculcado; y ello, sin preocuparnos del éxito o del fracaso inmediato, obedeciendo sólo a Nuestra conciencia y a Nuestro ministerio pastoral, y no cesaremos de oponernos a una mentalidad que intenta, con abierta u oculta violencia, sofocar el derecho garantizado por solemnes documentos.

Sin embargo, el fin de la presente carta, Venerables Hermanos, es otro. Como vosotros Nos visitasteis amablemente durante Nuestra enfermedad, así ahora Nos dirigimos a vosotros y, por vuestro conducto, a los fieles católicos de Alemania, los cuales, como todos los hijos que sufren y son perseguidos, están muy cerca del corazón del Padre común. En esta hora en que su fe está siendo probada, como oro de ley, en el fuego de la tribulación y de la persecución, insidiosa o manifesta, y en que están rodeados por mil formas de negarles metódicamente su libertad religiosa, viviendo angustiados por la imposibilidad de tener noticias fidedignas y de poder defenderse con medios normales, tienen un doble derecho a una palabra de verdad y de estímulo moral por parte de Aquél, a cuyo primer Predecesor dirigió el Salvador aquella palabra llena de significado: Yo he rogado por ti, para que tu fe no vacile, y tú a tu vez fortalece a tus hermanos[4].

Genuina fe en Dios

7. Y ante todo, Venerables Hermanos, cuidad que la fe en Dios, primer e insustituible fundamento de toda religión, permanezca pura e íntegra en las regiones alemanas. No puede tenerse por creyente en Dios el que emplea el nombre de Dios retóricamente, sino sólo el que une a esta venerada palabra una verdadera y digna noción de Dios.

Quien, con una confusión panteísta, identifica a Dios con el universo, materializando a Dios en el mundo o deificando al mundo en Dios, no pertenece a los verdaderos creyentes.

Ni tampoco lo es quien, siguiendo una pretendida concepción precristiana del antiguo germanismo, pone en lugar del Dios personal el hado sombrío e impersonal, negando la sabiduría divina y su providencia, la cual con fuerza y dulzura domina de un confín al otro del mundo[5] y todo lo dirige a buen fin: ese hombre no puede pretender que sea contado entre los verdaderos creyentes.

8. Si la raza o el pueblo, si el Estado o una forma determinada del mismo, si los representantes del poder estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana tienen en el orden natural un puesto esencial y digno de respeto: con todo, quien los arranca de esta escala de valores terrenales elevándolos a suprema norma de todo, aun de los valores religiosos, y, divinizándolos con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios, está lejos de la verdadera fe y de una concepción de la vida conforme a ella.

9. Vigilad, Venerables Hermanos, con cuidado contra el abuso creciente, que se manifiesta en palabras y por escrito, de emplear el nombre tres veces santo de Dios como una etiqueta vacía de sentido para un producto más o menos arbitrario de una especulación o aspiración humana; y procurad que tal aberración halle entre vuestros fieles la vigilante repulsa que merece. Nuestro Dios es el Dios personal, transcendente, omnipotente, infinitamente perfecto, único en la trinidad de las personas y trino en la unidad de la esencia divina, creador del universo, señor, rey y último fin de la historia del mundo, el cual no admite, ni puede admitir, otras divinidades junto a Sí.

Este Dios ha dado sus mandamientos de manera soberana, mandamientos independientes del tiempo y espacio, de región y raza. Como el sol de Dios brilla indistintamente sobre el género humano, así su ley no reconoce privilegios ni excepciones. Gobernantes y gobernados, coronados y no coronados, grandes y pequeños, ricos y pobres, dependen igualmente de su palabra. De la totalidad de sus derechos de Creador dimana esencialmente su exigencia de una obediencia absoluta por parte de los individuos y de toda sociedad. Y tal exigencia de una obediencia absoluta se extiende a todas las esferas de la vida, en las que cuestiones de orden moral reclaman la conformidad con la ley divina y, por esto mismo, la armonía de los mudables ordenamientos humanos con el conjunto de los inmutables ordenamientos divinos.

10. Solamente espíritus superficiales pueden caer en el error de hablar de un Dios nacional, de una religión nacional, y emprender la loca tarea de aprisionar en los límites de un pueblo solo, en la estrechez étnica de una sola raza, a Dios, creador del mundo, rey y legislador de los pueblos, ante cuya grandeza las naciones son gotitas de agua en un cubo[6].

11. Los Obispos de la Iglesia de Cristo encargados de las cosas concernientes a Dios[7] deben vigilar para que no arraiguen entre los fieles esos perniciosos errores, a los que suelen seguir prácticas aun más perniciosas. Es de su sagrado ministerio hacer todo lo posible para que los mandamientos de Dios sean considerados y practicados como obligaciones inconcusas de una vida moral y ordenada, tanto privada como pública; los derechos de la majestad divina, el nombre y la palabra de Dios no sean profanadas[8]; las blasfemias contra Dios en palabras, escritos e imágenes, numerosas a veces como la arena del mar, sean reducidas a silencio; y frente al espíritu tenaz e insidioso de los que niegan, ultrajan y odian a Dios, no languidezca nunca la plegaria reparadora de los fieles, que, como el incienso, suba continuamente al Altísimo, deteniendo su mano vengadora.

12. Nos os damos gracias, Venerables Hermanos, a vosotros, a vuestros sacerdotes y a todos los fieles que, defendiendo los derechos de la Divina Majestad contra un provocador neopaganismo, apoyado, desgraciadamente con frecuencia, por personalidades influyentes, habéis cumplido y cumplís vuestro deber de cristianos. Esta gratitud es particularmente íntima y llena de reconocida admiración para todos los que en el cumplimiento de este su deber se han hecho dignos de sufrir por la causa de Dios sacrificios y dolores.

Genuina fe en Jesucristo

13. La fe en Dios no se mantendrá por mucho tiempo pura e incontaminada si no se apoya en la fe de Jesucristo. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelar[9]. Esta es la vida eterna, que ellos te reconozcan a Ti, único verdadero Dios, y al que enviaste, Jesucristo[10]. A nadie, por lo tanto, es lícito decir: Yo creo en Dios, y esto es suficiente para mi religión. La palabra del Salvador no deja lugar a tales escapatorias: El que niega al Hijo no tiene tampoco al Padre; el que confiesa al Hijo tiene también al Padre[11].

En Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, apareció la plenitud de la revelación divina: En diferentes ocasiones y de muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por medio de los profetas. En la plenitud de los tiempos nos ha hablado a nosotros por medio de su Hijo[12]. Los libros santos del Antiguo Testamento son todos palabra de Dios, parte sustancial de su revelación. Conforme al desarrollo gradual de la revelación, en ellos parece el crepúsculo del tiempo que debía preparar el pleno mediodía de la Redención. En algunas partes se habla de la imperfección humana, de su debilidad y del pecado, como no puede suceder de otro modo cuando se trata de libros de historia y legislación. Aparte de otros innumerables rasgos de grandeza y de nobleza, hablan de la tendencia superficial y materialista que se manifestaba reiteradamente a intervalos en el pueblo de la Antigua Alianza, depositario de la revelación y de las promesas de Dios. Pero no puede menos de notar cualquiera que no esté cegado por el prejuicio o por la pasión, que lo que más luminosamente resplandece, a pesar de la debilidad humana de que habla la historia bíblica, es la luz divina del camino de la salvación, que triunfa al fin sobre todas las debilidades y pecados.

14. Y precisamente sobre este fondo, con frecuencia sombrío, la pedagogía de la salvación eterna se ensancha en perspectivas, las cuales a un tiempo dirigen, amonestan, sacuden, consuelan y hacen felices. Sólo la ceguera y el orgullo pueden hacer cerrar los ojos ante los tesoros de saludables enseñanzas encerradas en el Antiguo Testamento. Por eso, el que pretende desterrar de la Iglesia y de la escuela la historia bíblica y las sabias enseñanzas del Antiguo Testamento, blasfema la palabra de Dios, blasfema el plan de la salvación dispuesto por el Omnipotente y erige en juez de los planes divinos un angosto y mezquino pensar humano. Ese tal niega la fe en Jesucristo, nacido en la realidad de su carne, el cual tomó la naturaleza humana de un pueblo, que más tarde había de crucificarle. No comprende nada del drama mundial del Hijo de Dios, que al crimen de quienes le crucificaban opuso, en calidad de Sumo Sacerdote, la acción divina de la muerte redentora, dando de esta forma al Antiguo Testamento su cumplimiento, su fin y su sublimación en el Testamento Nuevo.

15. La revelación, que culminó en el Evangelio de Jesucristo, es definitiva y obligatoria para siempre, no admite complementos de origen humano y, mucho menos, sucesiones o sustituciones por revelaciones arbitrarias, que algunos corifeos modernos querrían hacer derivar del llamado mito de la sangre y de la raza. Desde que Cristo, el Ungido del Señor, consumó la obra de la redención, quebrantando el dominio del pecado y mereciéndonos la gracia de llegar a ser hijos de Dios, desde aquel momento no se ha dado a los hombres ningún otro nombre bajo el cielo, para conseguir la bienaventuranza, sino el nombre de Jesucristo[13]. Por más que un hombre encarnara en sí toda la sabiduría, todo el poder y toda la pujanza material de la tierra, no podría asentar fundamento diverso del que Cristo ha puesto[14]. En consecuencia, aquel que con sacrílego desconocimiento de la diferencia esencial entre Dios y la criatura, entre el Hombre-Dios y el simple hombre, osase poner al nivel de Cristo o, peor aún, sobre El o contra El, a un simple mortal, aunque fuese el más grande de todos los tiempos, sepa que es un profeta de fantasías a quien se aplica espantosamente la palabra de la Escritura: El que habita en el cielo se burla de ellos[15].

En la Iglesia

16. La fe en Jesucristo no permanecerá pura e incontaminada si no está sostenida y defendida por la fe en la Iglesia, columna y fundamento de la verdad[16]. Cristo mismo, Dios eternamente bendito, ha erigido esta columna de la fe; su mandato de escuchar a la Iglesia[17] y recibir por las palabras y los mandatos de la Iglesia sus mismas palabras y sus mismos mandatos[18], tiene valor para todos los hombres de todos los tiempos y de todas las regiones. La Iglesia, fundada por el Salvador, es única para todos los pueblos y para todas las naciones: y bajo su bóveda, que cobija, como el firmamento, al universo entero, hallan puesto y asilo todos los pueblos y todas las lenguas, y pueden desarrollarse todas las propiedades, cualidades, misiones y cometidos, que han sido señalados por Dios creador y salvador a los individuos y a las sociedades humanas. El corazón maternal de la Iglesia es tan generoso, que ve en el desarrollo de tales peculiaridades y cometidos particulares, conforme al querer de Dios, la riqueza de la variedad, más bien que el peligro de escisiones: se goza con el elevado nivel espiritual de los individuos y de los pueblos, descubre con alegría y santo orgullo maternal en sus genuinas actuaciones frutos de educación y de progreso, que bendice y promueve, siempre que lo puede hacer en conciencia. Pero sabe también que a esta libertad le han sido señalados límites por disposición de la Divina Majestad, que ha querido y ha fundado esta Iglesia como unidad inseparable en sus partes esenciales. El que atenta contra esta intangible unidad, quita a la esposa de Cristo una de sus diademas con que Dios mismo la ha coronado; somete el edificio divino, que descansa en cimientos eternos, a la revisión y a la transformación por parte de arquitectos a quienes el Padre celestial no ha concedido poder alguno.

17. La divina misión que la Iglesia cumple entre los hombres y debe cumplir por medio de hombres, puede ser dolorosamente oscurecida por el elemento humano, quizá demasiado humano, que, en determinados tiempos, vuelve a retoñar, como la cizaña, en medio del trigo en el reino de Dios. El que conozca la frase del Salvador acerca de los escándalos y de quienes los dan, sabe cómo la Iglesia y cada individuo deben juzgar sobre lo que fue y es pecado. Pero quien, fundándose en estos lamentables desacuerdos entre la fe y la vida, entre las palabras y los actos, entre la conducta exterior y los pensamientos interiores de algunos -aunque fuesen éstos muchos-, echa en olvido, o conscientemente pasa en silencio la enorme suma de genuina actividad para llegar a la virtud, al espíritu de sacrificio, al amor fraternal, al heroísmo de santidad, en tantos miembros de la Iglesia, manifiesta una ceguera injusta y reprobable. Y cuando luego se ve que la rígida medida, con que juzga a la odiada Iglesia, se deja al margen cuando se trata de otras sociedades que le son cercanas por sentimiento o interés, entonces se evidencia que, al mostrarse lastimado en su pretencioso sentido de pureza, se revela semejante a aquellos que, según la tajante frase del Salvador, ven la paja en ojos ajenos y no perciben la viga en el propio. También es menos pura la intención de aquellos que ponen por fin de su vocación lo que hay de humano en la Iglesia, hasta quizás hacer de ello un negocio bastardo, y si bien la potestad de quien está investido de la dignidad eclesiástica, fundada en Dios, no depende de su nivel humano y moral, sin embargo, no hay época alguna, ni individuo, ni sociedad que no deba examinar sinceramente su conciencia, purificarse inexorablemente, renovarse profundamente en el sentir y en el obrar. En Nuestra Encíclica sobre el Sacerdocio y en la de la Acción Católica hemos llamado insistentemente la atención de todos los pertenecientes a la Iglesia, y particularmente la de los eclesiásticos, religiosos y seglares, que colaboran en el apostolado, sobre el sagrado deber de poner su fe y su conducta en aquella armonía exigida por la ley de Dios y reclamada con incansable insistencia por la Iglesia. También hoy Nos repetimos con gravedad profunda: No basta ser contados en la Iglesia de Cristo, es preciso ser en espíritu y en verdad miembros vivos de esta Iglesia. Y lo son solamente los que están en gracia de Dios y caminan continuamente en su presencia, o por la inocencia o por la penitencia sincera y eficaz. Si el Apóstol de las Gentes, el vaso de elección, sujetaba su cuerpo al látigo de la mortificación, no fuera que, después de haber predicado a los otros, fuese él reprobado, ¿habrá por ventura, para aquellos en cuyas manos está la custodia y el incremento del reino de Dios, otro camino que el de la íntima unión del apostolado con la santificación propia? Sólo así se demostrará a los hombres de hoy, y en primer lugar a los detractores de la Iglesia, que la sal de la tierra y la levadura del Cristianismo no se ha vuelto ineficaz, sino que es poderosa y capaz de renovar espiritualmente y rejuvenecer a los que están en la duda y en el error, en la indiferencia y descarriados espiritualmente, flojos en la fe y alejados de Dios, de quien ellos -lo admitan o lo nieguen- están más necesitados que nunca. Una Cristiandad en que todos los miembros vigilen sobre sí mismos, que deseche toda tendencia a lo puramente exterior y mundano, que se atenga seriamente a los preceptos de Dios y de la Iglesia, y se mantenga, por consiguiente, en el amor de Dios y en la solícita caridad para el prójimo, podrá y deberá ser ejemplo y guía para el mundo profundamente enfermo, que busca sostén y dirección, si es que no se quiere que sobrevenga una enorme catástrofe o una decadencia indescriptible.

18. Toda reforma genuina y duradera ha tenido propiamente su origen en el santuario, en hombres inflamados e impulsados por amor de Dios y del prójimo; los cuales, gracias a su gran generosidad en corresponder a cualquier inspiración de Dios y a ponerla en práctica ante todo en sí mismos, profundizando en humildad y con la seguridad de quien es llamado por Dios, llegaron a iluminar y renovar su época. Donde el celo de reformas no derivó de la pura fuente de la sinceridad personal, sino que fue expresión y explosión de impulsos pasionales, en vez de iluminar oscureció, en vez de construir destruyó, y fue frecuentemente punto de partida para errores todavía más funestos que los daños que se quería o se pretendía remediar. Es cierto que el espíritu de Dios sopla donde quiere[19]; de las piedras puede suscitar los cumplidores de sus designios[20]; y escoge los instrumentos de su voluntad según sus planes, no según los de los hombres. Pero El, que ha fundado la Iglesia y la llamó a la vida en Pentecostés, no quiebra la estructura fundamental de la salvadora institución, por El mismo querida. Quien está movido por el espíritu de Dios observa, por esto mismo, una actitud exterior e interior de respeto hacia la Iglesia, noble fruto del árbol de la Cruz, don del Espíritu Santo en Pentecostés al undo necesitado de guía.

19. En vuestras regiones, Venerables Hermanos, se alzan voces, en coro cada vez más fuerte, que incitan a salir de la Iglesia; y entre los voceadores hay algunos que, por su posición oficial, intentan producir la impresión de que tal alejamiento de la Iglesia, y consiguientemente la infidelidad a Cristo Rey, es testimonio particularmente convincente y meritorio de su fidelidad al actual régimenl. Con presiones, ocultas y manifiestas, con intimidaciones, con perspectivas de ventajas económicas, profesionales, cívicas o de otro género, la adhesión de los católicos a su fe -y singularmente la de algunas clases de funcionarios católicos- se halla sometida a una violencia tan ilegal como inhumana. Nos, con paternal conmoción, sentimos y sufrimos profundamente con los que han pagado a tan caro precio su adhesión a Cristo y a la Iglesia; pero se ha llegado ya a tal punto, que está en juego el último fin y el más alto, la salvación, o la condenación; y en este caso, como único camino de salvación para el creyente, queda la senda de un generoso heroísmo. Cuando el tentador o el opresor se le acerque con las traidoras insinuaciones de que salga de la Iglesia, entonces no puede sino oponerle, aun a precio de muy graves sacrificios terrenales, la palabra del Salvador: Apártate de mí, Satanás, porque está escrito: al Señor tu Dios adorarás y a El sólo servirás[21]. A la Iglesia, por lo contrario, deberá dirigirle estas palabras: [exclamdown]Oh tú, que eres mi madre desde los días de mi infancia primera, mi fortaleza en la vida, mi abogada en la muerte! Que la lengua se me pegue al paladar si yo, cediendo a terrenas lisonjas o amenazas, llegase a traicionar las promesas de mi bautismo. Finalmente, aquellos que se hicieron la ilusión de poder conciliar con el abandono exterior de la Iglesia la fidelidad interior a ella, adviertan la severa palabra del Señor: Al que me niega ante los hombres, le negaré Yo delante de mi Padre, que está en los cielos[22].

En el Primado

20. La fe en la Iglesia no se mantendrá pura e incontaminada si no está apoyada por la fe en el Primado del Obispo de Roma. En el mismo momento en que Pedro, adelantándose a los demás apóstoles y discípulos, profesa su fe en Cristo, Hijo de Dios vivo, la respuesta de Cristo, que le premiaba por su fe y por haberla profesado, fue el anuncio de la fundación de su Iglesia, de la única Iglesia, sobre Pedro, la roca[23]. Por esto la fe en Cristo, en la Iglesia y en el Primado están en sagrada trabazón de mutua dependencia. Una autoridad genuina y legal es doquiera un vínculo de unidad y un manantial de fuerza, una defensa contra la división y la ruina, una garantía para el porvenir. Y esto se verifica en un sentido más alto y noble donde, como en el caso de la Iglesia, y sólo en la Iglesia, a tal autoridad se le ha prometido la asistencia sobrenatural del Espíritu Santo y su apoyo invencible. Si personas, que ni siquiera están unidas por la fe de Cristo, os atraen y lisonjean con la seductora imagen de una iglesia nacional alemana, sabed que esto no es otra cosa que renegar de la única Iglesia de Cristo, una apostasía manifiesta del mandato de Cristo de evangelizar a todo el mundo, lo que sólo puede llevar a la práctica una Iglesia universal. El desarrollo histórico de otras iglesias nacionales, su entumecimiento espiritual, su opresión y servidumbre por parte de los poderes laicos, muestran la desoladora esterilidad, que denuncia con irremediable certeza ser un sarmiento desgajado de la cepa vital de la Iglesia. Quien, ya desde el principio, opone a estos erróneos desarrollos un no, vigilante e inconmovible, presta un servicio no solamente a la pureza de la fe, sino también a la salud y fuerza vital de su pueblo.

Nociones y términos sagrados

21. Venerables Hermanos: Ejerced particular vigilancia cuando conceptos religiosos fundamentales son vaciados de su contenido genuino y son aplicados a significados profanos.

Revelación, en sentido cristiano, significa la palabra de Dios a los hombres. Usar este término para indicar las "sugestiones" que provienen de la sangre y de la raza, o la irradiación de la historia de un pueblo, es, en todo caso, causar desorientaciones. Tales monedas falsas no merecen pasar al tesoro lingüístico de un fiel cristiano.

La fe consiste en tener por verdadero lo que Dios ha revelado y que por medio de la Iglesia manda creer: es demostración de las cosas que no se ven[24]. La confianza, risueña y altiva, sobre el porvenir del propio pueblo, cosa grata a todos, significa algo bien distinto de la fe en sentido religioso. El usar una por otra, el querer sustituir la una por la otra y pretender con esto ser considerado "creyente" por un cristiano convencido, es un mero juego de palabras, una confusión de términos a sabiendas, o tal vez algo peor.

22. La inmortalidad, en sentido cristiano, es la sobrevivencia del hombre después de la muerte terrena, como individuo personal, para la eterna recompensa o para el eterno castigo. Quien con la palabra inmortalidad no quiere expresar más que una supervivencia colectiva en la continuidad del propio pueblo, para un porvenir de indeterminada duración en este mundo, pervierte y falsifica una de las verdades fundamentales de la fe cristiana, y conmueve los cimientos de cualquier concepción religiosa, la cual requiere un ordenamiento moral universal. Quien no quiera ser cristiano, debería siquiera renunciar a enriquecer el léxico de su incredulidad con el patrimonio lingüístico cristiano.

23. El pecado original es la culpa hereditaria, propia, aunque no personal, de cada uno de los hijos de Adán, que en él pecaron[25]; es pérdida de la gracia -y, consiguientemente, de la vida eterna- y propensión al mal, que cada cual ha de sofocar y domar por medio de la gracia, de la penitencia, de la lucha y del esfuerzo moral. La pasión y muerte del Hijo de Dios redimió al mundo de la maldita herencia del pecado y de la muerte. La fe en estas verdades, hechas hoy objeto de vil escarnio por parte de los enemigos de Cristo en vuestra patria, pertenece al inalienable depósito de la religión cristiana.

24. La cruz de Cristo, por más que su solo nombre haya llegado a ser para muchos locura y escándalo[26], sigue siendo para el cristiano la señal sacrosanta de la redención, la bandera de la grandeza y de la fuerza moral. A su sombra vivimos, besándola morimos; sobre nuestro sepulcro estará como pregonera de nuestra fe, testigo de nuestra esperanza, aspiración hacia la vida eterna.

25. La humildad en el espíritu del Evangelio y la impetración del auxilio divino se compaginan bien con la propia dignidad, con la seguridad de sí mismo y con el heroísmo. La Iglesia de Cristo, que en todos los tiempos, hasta en los más cercanos a nosotros, cuenta más confesores y heroicos mártires que cualquier otra sociedad moral, no necesita, ciertamente, recibir de algunos "campos" enseñanzas sobre el heroísmo de los sentimientos y de los actos. En su necio afán de ridiculizar la humildad cristiana como una degradación de sí mismo y como una actitud cobarde, la repugnante soberbia de estos innovadores no consigue más que hacerse ella misma ridícula.

26. Gracia, en sentido lato, puede llamarse todo lo que el Creador otorga a la criatura. Pero la gracia, en el propio sentido cristiano de la palabra, comprende solamente los dones gratuitos sobrenaturales del amor divino, la dignación y la obra por la que Dios eleva al hombre a aquella íntima comunicación de su vida, que en el Nuevo Testamento se llama filiación de Dios. Mirad qué gran amor nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, y lo seamos en realidad[27]. Rechazar esta elevación sobrenatural a la gracia por una pretendida peculiaridad del carácter alemán, es un error, una abierta declaración de guerra a una verdad fundamental del Cristianismo. Equiparar la gracia sobrenatural a los dones de la naturaleza equivale a violentar el lenguaje creado y santificado por la religión. Los pastores y guardianes del pueblo de Dios harán bien en oponerse a este hurto sacrílego y a este empeño por confundir los espíritus.

Doctrina y orden moral

27. Sobre la fe en Dios, genuina y pura, se funda la moralidad del género humano. Todos los intentos de separar la doctrina del orden moral de la base granítica de la fe, para reconstruirla sobre la arena movediza de normas humanas, conducen, pronto o tarde, a los individuos y a las naciones a la decadencia moral. El necio que dice en su corazón: No hay Dios, se encamina a la corrupción moral[28]. Y estos necios, que presumen separar la moral de la religión, constituyen hoy legión. No se percatan, o no quieren percatarse, de que, el desterrar de las escuelas y de la educación la enseñanza confesional, o sea, la noción clara y precisa del cristianismo, impidiéndola contribuir a la formación de la sociedad y de la vida pública, es caminar al empobrecimiento y decadencia moral. Ningún poder coercitivo del Estado, ningún ideal puramente terreno, por grande y noble que en sí sea, podrá sustituir por mucho tiempo a los estímulos tan profundos y decisivos que provienen de la fe en Dios y en Jesucristo. Si al que es llamado a las empresas más arduas, al sacrificio de su pequeño yo en bien de la comunidad, se le quita el apoyo moral que le viene de lo eterno y de lo divino, de la fe ennoblecedora y consoladora en Aquel que premia todo bien y castiga todo mal, el resultado final para innumerables hombres no será ya la adhesión al deber, sino más bien la deserción. La observancia concienzuda de los diez mandamientos de la ley de Dios y de los preceptos de la Iglesia -estos últimos, en definitiva, no son sino disposiciones derivadas de las normas del Evangelio-, es para todo individuo una incomparable escuela de disciplina orgánica, de vigorización moral y de formación del carácter. Es una escuela que exige mucho, pero no más de lo que podemos. Dios misericordioso, cuando ordena como legislador: "Tú debes", da con su gracia la posibilidad de ejecutar su mandato. El dejar, por consiguiente, inutilizadas energías morales de tan poderosa eficacia, o el obstruirles a sabiendas el camino en el campo de la instrucción popular, es obra de irresponsables, que tiende a producir una depauperación religiosa en el pueblo. Solidarizar la doctrina moral con opiniones humanas, subjetivas y mudables en el tiempo, en lugar de cimentarla en la santa voluntad de Dios eterno y en sus mandamientos, equivale a abrir de par en par las puertas a las fuerzas disolventes. Por lo tanto, fomentar el abandono de las normas eternas de una doctrina moral objetiva, para la formación de las conciencias y para el ennoblecimiento de la vida en todos sus planos y ordenamientos, es un atentado criminal contra el porvenir del pueblo, cuyos tristes frutos serán muy amargos para las generaciones futuras.

Derecho natural

28. Funestísimo rasgo característico de nuestro tiempo es el querer separar cada vez más así la moral como el fundamento mismo del derecho y de la justicia, de la verdadera fe en Dios y de los mandamientos por El revelados. Fíjase aquí Nuestro pensamiento en lo que se suele llamar derecho natural, impreso por el dedo mismo del Creador en las tablas del corazón humano[29], y que la sana razón humana no obscurecida por pecados y pasiones es capaz de descubrir. A la luz de las normas de este derecho natural puede ser valorado todo derecho positivo, cualquiera que sea el legislador, en su contenido ético y, consiguientemente, en la legitimidad del mandato y en la obligación que importa de cumplirlo. Las leyes humanas, que están en oposición insoluble con el derecho natural, adolecen de un vicio original, que no puede subsanarse ni con las opresiones ni con el aparato de fuerza externa. Según este criterio, se ha de juzgar el príncipe: "Derecho es lo que es útil a la nación". Cierto que a este principio se le puede dar un sentido justo, si se entiende que lo moralmente ilícito no puede ser jamás verdaderamente ventajoso al pueblo. Hasta el antiguo paganismo reconoció que, para ser justa, esta frase debía ser traspuesta y decir: Nada hay que sea ventajoso si no es al mismo tiempo moralmente bueno; y no por ser ventajoso es moralmente bueno, sino que por ser moralmente bueno es también ventajoso[30]. Este principio, descuajado de la ley ética, equivaldría, por lo que respecta a la vida internacional, a un eterno estado de guerra entre las naciones; además, en la vida nacional, pasa por alto, al confundir el interés y el derecho, el hecho fundamental de que el hombre como persona tiene derechos recibidos de Dios, que han de ser defendidos contra cualquier atentado de la comunidad que pretendiese negarlos, abolirlos o impedir su ejercicio. Despreciando esta verdad se pierde de vista que, en último término, el verdadero bien común se determina y se conoce mediante la naturaleza del hombre con su armónico equilibrio entre derecho personal y vínculo social, como también por el fin de la sociedad, determinado por la misma naturaleza humana. El Creador quiere la sociedad como medio para el pleno desenvolvimiento de las facultades individuales y sociales: y así, de ella tiene que valerse el hombre, ora dando, ora recibiendo, para el bien propio y el de los demás. Hasta aquellos valores más universales y más altos que solamente pueden ser realizados por la sociedad, no por el individuo, tienen, por voluntad del Creador, como fin último el hombre, así como su desarrollo y perfección natural y sobrenatural. El que se aparte de este orden conmueve los pilares en que se asienta la sociedad y pone en peligro la tranquilidad, la seguridad y la existencia de la misma.

29. El creyente tiene un derecho inalienable a profesar su fe y a practicarla en la forma más conveniente a aquélla. Las leyes que suprimen o dificultan la profesión y la práctica de esta fe están en oposición con el derecho natural.

30. Los padres, conscientes y conocedores de su misión educadora, tienen, antes que nadie, derecho esencial a la educación de los hijos, que Dios les ha dado, según el espíritu de la verdadera fe y en consecuencia con sus principios y sus prescripciones. Las leyes y demás disposiciones semejantes que no tengan en cuenta la voluntad de los padres en la cuestión escolar, o la hagan ineficaz con amenazas o con la violencia, están en contradicción con el derecho natural y son íntima y esencialmente inmorales.

31. La Iglesia, que tiene como misión guardar e interpretar el derecho natural, divino en su origen, tiene el deber de declarar que son efecto de la violencia, y, por lo tanto, sin valor jurídico alguno, las "matrículas" escolares hechas recientemente en una atmósfera de notoria carencia de libertad.

A la juventud

32. Representantes de Aquel que en el Evangelio dijo a un joven: Si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos[31], Nos dirigimos una palabra particularmente paternal a la juventud.

Por mil veces se os repite al oído un Evangelio que no ha sido revelado por el Padre celestial, miles de plumas escriben al servicio de una sombra de cristianismo, que no es el Cristianismo de Cristo. La prensa y la radio os inundan a diario con producciones de contenido opuesto a la fe y a la Iglesia, y sin consideración y respeto alguno atacan lo que para vosotros debe ser sagrado y santo. Sabemos que muchísimos de vosotros, por ser fieles a la fe y a la Iglesia y por pertenecer a asociaciones religiosas, tuteladas por el Concordato, habéis tenido y tenéis que soportar trances duros de desprecio, de sospechas, de vituperios, acusados de antipatriotismo, perjudicados en vuestra vida profesional y social. Y bien sabemos que se cuentan en vuestras filas muchos desconocidos soldados de Cristo, que, con el corazón dolorido, pero con la frente erguida, sobrellevan su suerte y buscan alivio solamente en la consideración de que sufren afrentas por el nombre de Jesús[32].

33. Y hoy, cuando amenazan nuevos peligros y nueva tirantez, Nos decimos a esta juventud: "Si alguno os quisiere anunciar un Evangelio distinto del que recibisteis sobre el regazo de una madre piadosa, de los labios de un padre creyente, por las instrucciones de un educador fiel a Dios y a su iglesia, aquel tal sea anatema[33]. Si el Estado organiza a la juventud en asociación nacional obligatoria para todos, en ese caso, dejando a salvo siempre los derechos de las asociaciones religiosas, los jóvenes tienen el derecho obvio e inalienable, y con ellos sus padres, responsables de ellos ante Dios, de exigir que esta asociación esté libre de toda tendencia hostil a la fe cristiana y a la Iglesia, tendencia que hasta un pasado muy reciente, y aun hasta el presente, angustia a los padres creyentes con un insoluble conflicto de conciencia, por cuanto no pueden dar al Estado lo que se les pide en nombre del Estado, sin quitar a Dios lo que a Dios pertenece.

34. Nadie piensa en poner tropiezos a la juventud alemana en el camino que debiera conducirla a la realización de una verdadera unidad nacional y a fomentar un noble amor por la libertad y una inquebrantable devoción a la patria. A lo que Nos nos oponemos y nos debemos oponer es al antagonismo voluntaria y sistemáticamente suscitado entre las preocupaciones de la educación nacional y las del deber religioso. Por esto, Nos decimos a esta juventud: "Cantad vuestros himnos de libertad, mas no olvidéis que la verdadera libertad es la libertad de los hijos de Dios. No permitáis que la nobleza de esta insustituible libertad desaparezca en los grilletes serviles del pecado y de la concupiscencia. No es lícito a quien canta el himno de la fidelidad a la patria terrenal convertirse en tránsfuga y traidor con la infidelidad a su Dios, a su Iglesia y a su patria eterna. Os hablan mucho de grandeza heroica, contraponiéndola osada y falsamente a la humildad y a la paciencia evangélica, pero ¿por qué os ocultan que se da también un heroísmo en la lucha moral, y que la conservación de la pureza bautismal representa una acción heroica, que debería ser apreciada como merece, tanto en el campo religioso como en el natural? Os hablan de las fragilidades humanas en la historia de la Iglesia, pero ¿por qué os ocultan las grandes gestas que la acompañan a lo largo de los siglos, los sntos que ha producido, los beneficios que la civilización occidental recibió de la unión vital entre la Iglesia y vuestro pueblo? Os hablan mucho de ejercicios deportivos, los cuales, si se usan en una bien entendida medida, dan gallardía física, que es un beneficio para la juventud. Pero hoy se les señala, con frecuencia, una extensión que no tiene en cuenta ni la formación integral y armónica del cuerpo y del espíritu, ni el conveniente cuidado de la vida de familia, ni el mandamiento de santificar el día del Señor. Con una indiferencia rayana en el desprecio, se despoja al día del Señor de su carácter sagrado y de su recogimiento que corresponde a la mejor tradición alemana". Esperamos confiados que los jóvenes alemanes católicos reivindicarán explícitamente, en el difícil ambiente de las organizaciones obligatorias del Estado, su derecho a santificar cristianamente el día del Señor; que el cuidado de robustecer el cuerpo no les hará olvidar su alma inmortal; que no se dejarán vencer por el mal, sino que más bien procurarán ahogar el mal con el bien"[34]; que seguirán considerando como meta altísima suya la corona de la victoria en el estadio de la vida eterna[35].

Sacerdotes y religiosos

35. Dirigimos una palabra de particular gratitud y de exhortación a los sacerdotes de Alemania, a los cuales, con sumisión a sus Obispos, corresponde mostrar a la grey de Cristo los rectos senderos, en tiempos difíciles y en circunstancias duras, con la solicitud diaria, con la paciencia apostólica. No os canséis, amados Hijos y partícipes de los divinos misterios, de seguir al eterno Sumo Sacerdote Jesucristo en su amor y oficio de buen Samaritano. Caminad de continuo en conducta inmaculada ante Dios, en incesante autodisciplina y perfeccionamiento, en amor misericordioso para todos los que os han sido confiados, especialmente para con los que peligran, los débiles y los vacilantes. Sed guías para los fieles, apoyo para los que titubean, maestros para los que dudan, consoladores para los afligidos, bienhechores desinteresados y consejeros para todos. Las pruebas y los sufrimientos por que ha pasado vuestro pueblo en el periodo de la posguerra, no pasaron sin dejar huellas en su alma. Os han dejado angustias y amarguras, que sólo paulatinamente podrán curarse y ser superadas por un espíritu de amor desinteresado y operante. Este amor, que es la armadura indispensable al apóstol, especialmente en el mundo presente, agitado y trastornado, Nos lo deseamos y lo imploramos de Dios para vosotros en medida copiosa. El amor apostólico, si no logra haceros olvidar, por lo menos os hará perdonar muchas amarguras inmerecidas que, en vuestro camino de sacerdotes y de pastores de almas, son hoy más numerosas que nunca. Por lo demás, este amor inteligente y misericordioso para con los descarriados y para con los mismos que os ultrajan no significa, ni en manera alguna puede significar renuncia a proclamar, a hacer valer y a defender con valentía la verdad, y a aplicarla a la realidad que os rodea. El primero y más obvio don amoroso del sacerdote al mundo es servirle la verdad, la verdad toda entera, desenmascarar y refutar el error, cualquiera que sea su forma o su disfraz. La renuncia a esto sería no solamente una traición a Dios y a vuestra santa vocación, sino un delito en lo tocante al verdadero bienestar de vuestro pueblo y de vuestra patria. A todos aquellos, que han conservado para con sus Obispos la fidelidad prometida en la ordenación, a aquellos que, en el cumplimiento de su oficio pastoral, han tenido y tienen que soportar dolores y persecuciones -algunos hasta ser encarcelados o mandados a campos de concentración-, a todos éstos llegue la expresión de la gratitud y el encomio del Padre de la Cristiandad. Y Nuestra gratitud paterna se extiende igualmente a los religiosos de ambos sexos, una gratitud unida a una participación íntima por el hecho de que, a consecuencia de medidas contra las Ordenes y Congregaciones religiosas, muchos han sido arrancados del campo de una actividad bendita y para ellos gratísima. Si algunos han sucumbido y se han mostrado indignos de su vocación, sus yerros, condenados también por la Iglesia, no disminuyen el mérito de la grandísima mayoría que con desinterés y pobreza voluntaria se han esforzado por servir con plena entrega a su Dios y a su pueblo. El celo, la fidelidad, el esfuerzo en perfeccionarse, la solícita caridad para con el prójimo y la prontitud bienhechora de aquellos religiosos, cuya actividad se desenvuelve en los cuidados pastorales, en los hospitales y en la escuela, son y siguen siendo gloriosa aportación al bienestar privado y público: un futuro tiempo más tranquilo les hará justicia más que el turbulento que atravesamos. Nos tenemos confianza de que los superiores de las comunidades religiosas tomarán pie de las dificultades y pruebas presentes para implorar del Omnipotente nueva lozanía y nueva fertilidad sobre el duro campo de su trabajo, por medio de un redoblado celo, de una vida espiritual profunda, de una santa gravedad conforme a su vocación y de una genuina disciplina regular.

Fieles seglares

36. Se ofrecen a Nuestra vista en inmenso desfile Nuestros amados hijos e hijas, a quienes los sufrimientos de la Iglesia en Alemania y los suyos nada han quitado de su entrega a la causa de Dios, nada de su tierno afecto hacia el Padre de la Cristiandad, nada de su obediencia a los Obispos y sacerdotes, nada de su alegre prontitud en permanecer en lo sucesivo, pase lo que pase, fieles a lo que han creído y a lo que han recibido como preciosa herencia de sus antepasados. Con Corazón conmovido les enviamos Nuestro paternal saludo.

37. Y en prime lugar, a los miembros de las asociaciones católicas, que con valentía y a costa de sacrificios, a menudo dolorosos, se han mantenido fieles a Cristo y no han estado jamás dispuestos a ceder en aquellos derechos que un solemne pacto había auténticamente garantizado a la Iglesia y a ellos. Va también un saludo particularmente cordial a los padres católicos. Sus derechos y sus deberes en la educación de los hijos, que Dios les ha dado, están en el punto agudo de una lucha tal que no se puede imaginar otra mayor. La Iglesia de Cristo no puede comenzar a gemir y a lamentarse solamente cuando se destruyen los altares y manos sacrílegas incendian los santuarios. Cuando se intenta profanar, con una educación anticristiana, el tabernáculo del alma del niño, santificada por el bautismo, cuando se arranca de este templo vivo de Dios la antorcha de la fe y en su lugar se coloca la falsa luz de un sustitutivo de la fe, que no tiene nada que ver con la fe de la cruz, entonces ya está cerca la profanación espiritual del templo, y es deber de todo creyente separar claramente su responsabilidad de la parte contraria y su conciencia de toda pecaminosa colaboración en tan nefasta destrucción. Y cuanto más se esfuercen los enemigos en negar o disimular sus turbios designios, tanto más necesaria es una avisada desconfianza y una vigilancia precavida, estimulada por una amarga experiencia. La conservación meramente formularia de una instrucción religiosa -vigilada e impedida, además, por los no llamados a ello- en el ambiente de una escuela que en otros ramos de la instrucción trabaja sistemática y rencorosamente contra la misma religión, no puede nunca ser título justificativo para que un cristiano acepte libremente tal clase de escuela, destructora de todo lo religioso. Sabemos, queridos padres católicos, que no es el caso de hablar, con respecto a vosotros, de un semejante consentimiento, y sabemos que una votación libre y secreta entre vosotros equivaldría a un aplastante plebiscito en favor de la escuela confesional. Y por esto no Nos cansaremos tampoco en lo futuro de echar en cara francamente a las autoridades responsables la ilegalidad de las medidas violentas que hasta ahora se han tomado, y el deber que tienen de permitir la libre manifestación de la voluntad. Entretanto, no os olvidéis de esto: Ningún poder terrenal puede eximiros del vínculo de responsabilidad, impuesto por Dios, que os une con vuestros hijos. Ninguno de los que hoy oprimen vuestro derecho a la educación y pretenden sustituiros en vuestros deberes de educadores, podrá responder por vosotros al Juez eterno, cuando le dirija la pregunta: ¿Dónde están los que yo te di? Que cada uno de vosotros pueda responder: No he perdido ninguno de los que me diste[36].

La voz de un Padre

38. Venerables Hermanos: Estamos ciertos de que las palabras que Nos os dirigimos, y por vuestro conducto a los católicos del Reich alemán, encontrarán, en esta hora decisiva, en el corazón y en las acciones de Nuestros fieles hijos un eco correspondiente a la solicitud amorosa del Padre común. Si hay algo que Nos imploramos del Señor con particular fervor, es que Nuestras palabras lleguen también a los oídos y al corazón de aquellos que han empezado a dejarse prender por las lisonjas y por las amenazas de los enemigos de Cristo y de su santo Evangelio, y que les hagan reflexionar.

Hemos pesado cada palabra de esta Encíclica en la balanza de la verdad y, al mismo tiempo, del amor. No queríamos ser culpables, con un silencio inoportuno, por no haber aclarado la situación; ni de haber endurecido, con un rigor excesivo, el corazón de aquellos que, estando confiados a Nuestra responsabilidad pastoral, no Nos son menos amados porque caminen ahora por las vías del error y porque se hayan alejado de la Iglesia. Aunque muchos de éstos, acostumbrados a los modos del nuevo ambiente, no tienen sino palabras de ingratitud y hasta de injuria para la casa paterna y para el Padre mismo, aunque olvidan cuán precioso es lo que ellos han despreciado, vendrá el día en que el espanto que sentirán por su alejamiento de Dios y por su indigencia espiritual pesará sobre estos hijos hoy perdidos, y la añoranza nostálgica los conducirá de nuevo al Dios que alegró su juventud, y a la Iglesia, cuya mano maternal les enseñó el camino hacia el Padre celestial. Acelerar esta hora es el objeto de Nuestras incesantes plegarias.

39. Como otras épocas de la Iglesia, también ésta será precursora de nuevos progresos y de purificación interior, cuando la fortaleza en la profesión de la fe y la prontitud en afrontar los sacrificios por parte de los fieles de Cristo sean lo bastante grandes para contraponer a la fuerza material de los opresores de la Iglesia la adhesión incondicional a la fe, la inquebrantable esperanza, afirmada en lo eterno, la fuerza arrolladora de una caridad activa.

El sagrado tiempo a la Cuaresma y de Pascua, que invita al recogimiento y a la penitencia y hace al cristiano volver los ojos más que nunca a la Cruz, así como, al mismo tiempo, al esplendor del Resucitado, sea para todos y para cada uno de vosotros una ocasión, que acogeréis con gozo y aprovecharéis con ardor, para llenar toda el alma con el espíritu heroico, paciente y victorioso que irradia de la Cruz de Cristo. Entonces los enemigos de Cristo -estamos seguros de ello- que en vano sueñan con la desaparición de la Iglesia, reconocerán que se han alegrado demasiado pronto y que han querido sepultarla demasiado deprisa. Entonces vendrá el día en que, en vez de prematuros himnos de triunfo de los enemigos de Cristo, se elevará al cielo, de los corazones y de los labios de los fieles, el Te Deum de la liberación, un Te Deum de acción de gracias al Altísimo, un Te Deum de júbilo, porque el pueblo alemán, hasta en sus mismos miembros descarriados, habrá encontrado el camino de la vuelta a la religión; con una fe purificada por el dolor, doblará nuevamente su rodilla en presencia del Rey del tiempo y de la eternidad, Jesucristo, y se dispondrá a luchar -contra los que niegan a Dios y destruyen el Occidente cristiano- en armonía con todos los hombres bien intencionados de las otras naciones, y a cumplir la misión que le han asignado los planes del Eterno.

40. Aquél, que sondea los corazones y los deseos[37], Nos es testigo de que Nos no tenemos aspiración más íntima que la del restablecimiento de una paz verdadera entre la Iglesia y el Estado en Alemania. Pero si la paz, sin culpa Nuestra, no viene, la Iglesia de Dios defenderá sus derechos y sus libertades, en nombre del Omnipotente, cuyo brazo aun hoy no se ha abreviado. Llenos de confianza en El, no cesamos de rogar y de invocar[38] por vosotros, hijos de la Iglesia, para que se acorten los días de la tribulación, y para que vosotros seáis encontrados dignos fieles en el día de la prueba, y para que aun a los mismos perseguidores y opresores les conceda el Padre de toda luz y de toda misericordia la hora del arrepentimiento para sí y para muchos que con ellos han errado y yerran.

Con esta plegaria en el corazón y en los labios, Nos impartimos, como prenda de la ayuda divina, como apoyo en vuestras decisiones difíciles y llenas de responsabilidad, como lenitivo en el dolor, a vosotros, Obispos, pastores de vuestro pueblo fiel, a los sacerdotes, a los religiosos, a los apóstoles seglares de la Acción Católica y a todos vuestros diocesanos, y en señalado lugar a los enfermos y prisioneros, con amor paternal la Bendición Apostólica.

Dado en el Vaticano, en la dominica de Pasión, 14 de marzo de 1937.


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1. 3 Io. 4.
2. Cf. 2 Pet. 2, 2.
3. Mat. 13, 25.
4. Luc. 22, 32.
5. Sap. 8, 1.
6. Is. 40, 15.
7. Hebr. 5, 1.
8. Tit. 2, 5.
9. Mat. 11, 27.
10. Io. 17, 3.
11. 1 Io. 2, 28.
12. Hebr. 1, 1 ss.
13. Act. 4, 12.
14. 1 Cor. 3, 11.
15. Ps. 2, 4.
16. 1 Tim. 3, 15.
17. Mat. 18, 17.
18. Luc. 10, 16.
19. Io. 3, 8.
20. Mat. 3, 9; Luc. 3, 8.
21. Mat. 4, 10; Luc. 4, 8.
22. Luc. 12, 9.
23. Mat. 16, 18.
24. Hebr. 11, 1.
25. Rom. 5, 12.
26. 1 Cor. 1, 23.
27. 1 Io. 3, 1.
28. Ps. 13, 1 ss.
29. Rom. 2, 14 ss.
30. Cic. De officiis, 3, 30.
31. Mat. 19, 17.
32. Act. 5, 41.
33. Gal. 1, 9.
34. Rom. 12, 21.
35. 1 Cor. 9, 24 ss.
36. Io. 18, 9.
37. Ps. 7, 10.
38. Col. 1, 9.
 
Bellarmino dijo:
"Si usted odia el catolicismo me parece perfecto, pero no recurra a las falsedades del libro de Cornwell. Curiosamente en este libro no se menciona para nada esta encíclica.."
En el libro de John Cornwell, "El Papa de Hitler, la verdadera historia de Pío XII", se menciona a la encíclica MIT BRENNENDER SORGE en 6 (seis) oportunidades: páginas 163, 206, 208, 232, 312 y 329.

Precisamente uno de los textos dice:

"Faulhaber escribió un primer borrador con gran rapidez y lo entregó a Pacelli en la mañana del 21 de enero. Pacelli lo reescribió añadiendo detalles acerca de la historia del concordato. Es significativo, porque la encíclica publicada, Mit brennender Sorge (Con candente preocupación), una contundente condena del tratamiento del Reich hacia la Iglesia, sigue siendo para muchos católicos y no católicos un símbolo de la valiente franqueza papal, y se cita como contraste con el silencio de Pacelli durante la guerra. Aunque Pacelli fue en gran medida responsable del documento final y de los complejos planes para su publicación en Alemania, la encíclica, en todo caso, llegaba tarde y no condenaba por su nombre al nacionalsocialismo ni a Hitler.." (pp.206-207)

A continuación, en la página 207 habla acerca de la logística empleada para su publicación, la manera en que fue introducido a Alemania, cuándo y por qué medios se distribuyó, la forma en que los sacerdotes lo ocultaron hasta su lectura, y afirma que estaba escrito en alemán y dirigido "no sólo a los obispos alemanes sino al episcopado católico de todo el mundo".

Seguidamente hace un breve resúmen del contenido de la encíclica, mencionando las ideas centrales de la misma. Y termina esta sección diciendo:

"Hay en la encíclica palabras, en especial con respecto a la ley natural, que podían aplicarse igualmente a los judíos, pero no una condena explícita al antisemitismo, ni siquiera en relación con los judíos convertidos al catolicismo. Y lo que es peor aún, las alusiones al nazismo quedaron oscurecidas por la publicación cinco días después de una condena aún más vehemente del comunismo en la encíclica Divini Redemptoris. Pero a pesar de todos los circunloquios papales, Mit brennender Sorge contenía palabras duras. Los nazis consideraron a la encíclica como un acto subversivo. Las empresas que habían colaborado en la impresión del documento fueron cerradas y muchos de sus empleados encarcelados; cuando el cardenal Bertram y el arzobispo Orsenigo protestaron, recibieron una agria respuesta del Ministerio de Asuntos Exteriores y del de Asuntos Religiosos de Kerrl. (pp.208)

Bendiciones en Cristo
 
Cornewll lo dice muy suavemente

Cornewll lo dice muy suavemente

No sólo se cerraron las imprentas católicas, sino que las sedes de acciòn católica de Austria fueron atacadas por las juventudes hitlerianas.
 
Si quedan dudas, ahi va la condena al fascismo italiano por Pio XI en 1931

Si quedan dudas, ahi va la condena al fascismo italiano por Pio XI en 1931

También Pacelli intervino en la redacción.

NON ABBIAMO BISOGNO
Pío XI
Encíclica para la Acción Católica de Italia
29 de junio de 1931



No es necesario, Venerables Hermanos, anunciaros los acontecimientos, que en los últimos tiempos se han desarrollado en esta ciudad de Roma, Nuestra Sede episcopal, y en toda Italia, que es decir, en Nuestra propia circunscripción Primacial, acontecimientos que han tenido tan amplia y profunda repercusión en el mundo entero, y con mayores efectos, en todas y cada una de las diócesis de Italia y del mundo católico. Pocas y tristes palabras las resumen: Se ha intentado herir de muerte todo cuanto allí era y será siempre lo más querido por Nuestro corazón de Padre y Pastor de almas... -y podemos bien, y aun debemos, añadir: "y más ofende aún el modo".

En presencia y bajo la presión de estos acontecimientos sentimos Nos la necesidad y el deber de dirigirnos -y por decirlo así, venir en espíritu- a cada uno de vosotros, Venerables Hermanos, ante todo para cumplir un grave y ya obligado deber de gratitud fraterna; en segundo lugar, para satisfacer un deber no menos grave y no menos apremiante de defender la verdad y la justicia en una materia que, por referirse a vitales intereses y derechos de la Santa Iglesia, os toca también a todos y cada uno de vosotros, dondequiera que el Espíritu Santo os haya colocado para gobernarla en unión con Nos; en tercer lugar, queremos exponeros las conclusiones y reflexiones que los acontecimientos Nos parecen imponer; en cuarto lugar, queremos confiaros Nuestras preocupaciones para lo por venir, y, finalmente, os invitaremos a compartir Nuestras esperanzas y a rogar con Nos y con el mundo católico por su realización.

I. DEBER DE GRATITUD
2. La paz interior, esa paz que nace de la plena y clara conciencia de estar del lado de la verdad y de la justicia, y de combatir y sufrir por ellas, esa paz que solamente puede darla el Rey divino, y que el mundo es completamente incapaz de dar y quitar, esa paz bendita y bienhechora, gracias a la bondad y misericordia de Dios, no Nos ha abandonado ni un solo instante, y abrigamos la firme esperanza de que, suceda lo que suceda, no Nos abandonará jamás, pero bien sabéis vosotros, Venerables Hermanos, que esa paz deja libre acceso a los más amargos sinsabores. Así lo experimentó el inflamado Corazón de Jesús, lo mismo experimentan los corazones de sus fieles servidores, y Nos también hemos experimentado la verdad de aquella misteriosa palabra: Ecce in pace amaritudo mea amarissima. Vuestra intervención tan rápida como profundamente generosa y afectuosa, que no ha cesado todavía, Venerables Hermanos, los sentimientos fraternos y filiales, y, por encima de todo, ese sentido de alta y sobrenatural solidaridad, de íntima unión de pensamientos y de sentimientos, de inteligencias y de voluntades que respiran vuestras comunicaciones tan llenas de amor, Nos han llenado el alma de consuelos indecibles y muchas veces han hecho subir de Nuestro corazón a Nuestros labios las palabras del salmo[ii]: Secundum multitudinem dolorum meorum in corde meo, consolationes tuae laetificaverunt animam meam. De todos estos consuelos, después de Dios, os damos gracias de todo corazón, Venerables Hermanos, a vosotros, a quienes también Nos podemos repetir la palabra de Jesús a los Apóstoles, vuestros predecesores: Vos qui permansistis mecum in tentationibus meis[iii].

Sentimos también y queremos cumplir el deber tan dulce para el corazón paternal de dar las gracias junto con vosotros, Venerables Hermanos, a tantos de vuestros buenos y dignos hijos que, individual y colectivamente, en su propio nombre o en el de las más diversas organizaciones y asociaciones consagradas al bien, y en mayor número, de las Asociaciones de Acción Católica y de la Juventud Católica, Nos han enviado tantas y tan filialmente afectuosas expresiones de condolencia, de devoción, y de generosa y eficaz conformidad a Nuestras normas directivas, como a Nuestros deseos. Singularmente bello y consolador para Nos ha sido el contemplar a las "Acciones Católicas" de todos los países, desde los más próximos hasta los más remotos, contemplarlas -decimos- reunidas en torno al Padre común, animadas y como impulsadas por un mismo espíritu de fe, de piedad filial, de generosos propósitos en los que se expresa unánimemente la penosa sorpresa de ver perseguida y herida la Acción Católica precisamente en el Centro del Apostolado jerárquico, allí donde más razón de ser tiene -esa Acción Católica que en Italia, como en todas las partes del mundo, según su auténtica y esencial definición y según Nuestras asiduas y vigilantes normas tan generosamente secundadas por vosotros, Venerables Hermanos, ni quiere ni puede ser otra cosa sino la participación y colaboración de los seglares en el Apostolado jerárquico.

Vosotros mismos, Venerables Hermanos, llevaréis la expresión de Nuestra paternal gratitud a todos los hijos vuestros y Nuestros en Jesucristo, que se han mostrado formados tan bien en vuestra escuela y tan buenos y piadosos hacia su Padre común, que Nos hacen exclamar: Superabundo gaudio in tribulatione nostra[iv].

3. A vosotros, Obispos de todas y cada una de las diócesis de esta querida Italia, a vosotros os debemos no sólo la expresión -de Nuestra gratitud por los consuelos que en noble y santa porfía Nos habéis prodigado tan generosamente con vuestras cartas durante todo el pasado mes y singularmente en este mismo día de los Santos Apóstoles con vuestros delicados y elocuentes telegramas, pero también os debemos dirigir el pésame por todo cuanto cada uno de vosotros ha sufrido, al ver cómo de repente caía devastadora la tempestad sobre las parcelas más ricamente floridas y prometedoras de los jardines espirituales que el Espíritu Santo ha confiado a vuestra solicitud y que veníais vosotros cultivando con tanto celo y con tan gran provecho para las almas. Vuestro corazón, Venerables Hermanos, se ha vuelto en seguida hacia el Nuestro para participar en Nuestra pena, en la cual sentíais converger como en su centro, encontrarse y multiplicarse todas las vuestras: es lo que Nos habéis mostrado en los testimonios más claros y afectuosos, y por ello con todo corazón os damos las gracias. Particularmente os agradecemos el unánime y verdaderamente grandioso testimonio que habéis dado a la Acción Católica italiana y precisamente a las Asociaciones Juveniles, por haber permanecido fieles a Nuestras normas y a las vuestras que excluyen toda actividad política de partido. Al mismo tiempo damos las gracias también a todos vuestros sacerdotes y fieles, a vuestros religiosos y religiosas, que se han unido a vosotros con tan gran impulso de fe y de piedad filial. Damos las gracias especialmente a vuestras asociaciones de Acción Católica, y en primer lugar a las Juveniles de todas las categorías, hasta las más pequeñas benjaminas y los más pequeños niños, tanto más queridos cuanto más pequeños son, en cuyas plegarias tenemos especial confianza y esperanza.

Vosotros habéis comprendido, Venerables Hermanos, que Nuestro corazón estaba y está con vosotros, con cada uno de vosotros, sufriendo con vosotros, orando por vosotros y con vosotros, a fin de que Dios, en su infinita misericordia, Nos socorra y aun haga salir de este gran mal, desencadenado por el antiguo enemigo del bien, una nueva floración de bienes, y de grandes bienes.

II. LA ACCIÓN CATÓLICA NO ES POLÍTICA
4. Satisfecha ya la deuda de gratitud por los consuelos recibidos en medio de dolor tan grande, debemos satisfacer las obligaciones que el ministerio apostólico Nos impone para con la verdad y la justicia.

Ya muchas veces, Venerables Hermanos, de la manera más explícita y asumiendo toda la responsabilidad de lo que decíamos, hemos significado Nos y hemos protestado contra la campaña de falsas e injustas acusaciones que precedió a la disolución de las Asociaciones Juveniles y Universitarias de la Acción Católica, disolución ejecutada por vías de hecho y con procedimientos que daban la impresión de que se actuaba contra una vasta y peligrosa asociación delincuente. Y, sin embargo, se trataba de jóvenes y de niños que son ciertamente los mejores entre los buenos, y de los cuales tenemos la satisfacción y el orgullo de poder una vez más dar este testimonio. Parecía como si aun los mismos ejecutores (no la mayoría, pero sí muchos) de tales procedimientos tuvieran asimismo esta impresión y no la ocultaran, empleando, en el cumplimiento de su cometido, expresiones y delicadezas con las cuales parecían pedir excusa y querer hacerse perdonar por lo que se les obligaba a hacer: Nos los hemos tenido en cuenta y les reservamos especiales bendiciones.

Pero, como por dolorosa compensación, cuánta crueldad y violencia, hasta las heridas y la sangre, cuántas irreverencias de prensa, de palabras y de hechos contra las cosas y contra las personas, incluso la Nuestra, han precedido, acompañado y seguido a la ejecución de la repentina medida policíaca! Y ésta con gran frecuencia se ha extendido, por ignorancia o por un celo malévolo, a ciertas asociaciones e instituciones ni siquiera comprendidas en las órdenes superiores, como los oratorios de los niños y las piadosas congregaciones de las Hijas de María.

Todo este lamentable conjunto de irreverencias y de violencias tenía que ser con una tal intervención de miembros e insignias del partido, con tal uniformidad de un extremo a otro de Italia y con tal condescendencia de las Autoridades y de las fuerzas de seguridad pública, que necesariamente hacían pensar en disposiciones venidas de arriba. Fácilmente admitimos, como era fácil de prever, que estas disposiciones pudieron y hasta debieron necesariamente ser sobrepasadas. Hemos debido recordar estas cosas antipáticas y penosas, porque se ha intentado hacer creer al público y al mundo que la deplorable disolución de las Asociaciones a Nos tan queridas se había llevado a cabo sin incidentes y casi como una cosa normal.

5. Pero la realidad es que se ha atentado muy de otro modo y en las más vastas proporciones contra la verdad y la justicia. Si no todas, ciertamente las principales falsedades y verdaderas calumnias esparcidas por la prensa hostil de partido -la única libre, y con frecuencia mandada o casi obligada, para hablar de todo y atreverse a todo- han sido recogidas en un mensaje, aunque "no oficial" (cautelosa calificación) y suministradas al público por los más poderosos medios de difusión que al presente se conocen. La historia de los documentos, redactados no para servir a la verdad y a la justicia sino para ofenderla, es una larga y triste historia, y Nos debemos decir, con la más profunda amargura, que en los muchos años de Nuestra actividad de bibliotecario rara vez hemos encontrado un documento tan tendencioso y tan contrario a la verdad y a la justicia con relación a la Santa Sede, a la Acción Católica y más particularmente a las Asociaciones Católicas, tan duramente castigadas. Si calláramos, si dejáramos pasar, es decir, si permitiéramos creer todas esas cosas, vendríamos a ser aun más indignos de lo que ya somos, de ocupar esta augusta Sede Apostólica, indignos de la filial y generosa devoción con la cual siempre Nos han consolado y Nos consuelan hoy más que nunca Nuestros queridos hijos de la Acción Católica, y más particularmente aquellos Nuestros hijos e hijas, tan numerosos, gracias a Dios, que por su religiosa fidelidad a Nuestros mandatos y normas tanto han sufrido y tanto sufren, honrando tanto más así la escuela en que se han formado como al Divino Maestro y a su indigno Vicario, cuanto más luminosamente han demostrado con su cristiana actitud, aun frente a las amenazas y a las violencias, de qué lado se encuentra la verdadera dignidad de carácter, la verdadera fuerza de alma, el verdadero valor y aun la misma civilización.

Procuraremos ser muy breves al rectificar las fáciles afirmaciones del aludido mensaje. Y decimos fáciles por no decir audaces, pues les constaba que el gran público se encontraba en la casi imposibilidad de comprobarlas en modo alguno. Seremos breves, tanto más cuanto que muchas veces, sobre todo en los últimos tiempos, hemos tratado asuntos que vuelven a presentarse hoy, y Nuestra palabra, Venerables Hermanos, ha podido llegar hasta vosotros y por vosotros a vuestros y a Nuestros queridos hijos en Jesucristo, como esperamos sucederá con la carta presente.

El mensaje en cuestión decía, entre otras cosas, que las revelaciones de la prensa, que era contraria del partido, habían sido confirmadas casi en su totalidad, en sustancia, por lo menos, precisamente por el Observatore Romano. La verdad es que el Observatore Romano ha demostrado, cuando la ocasión lo requería, que las pretendidas revelaciones eran otras tantas invenciones o en todo y por todo, o al menos en la interpretación dada a los hechos. Basta leer sin mala fe y con la más modesta capacidad de comprensión.

El mensaje decía también que era una tentativa ridícula la de hacer pasar a la Santa Sede como víctima en un país donde miles de viajeros pueden dar testimonio del respeto mostrado a Sacerdotes, a Prelados, a la Iglesia y a las ceremonias religiosas. Sí, Venerables Hermanos, desgraciadamente sería una tentativa harto ridícula, como lo sería la de quien quisiera derribar una puerta abierta, porque los millares de viajeros extranjeros, que nunca faltan en Italia y en Roma, han podido, desgraciadamente, ver con sus propios ojos las irreverencias frecuentemente impías y blasfemas, las violencias, los ultrajes, los vandalismos cometidos contra lugares, cosas y personas en todo el País y en esta Nuestra misma Sede episcopal, cosas todas ella deploradas por Nos varias veces después de informaciones ciertas y precisas.

El mensaje insiste en la "negra ingratitud" de los Sacerdotes que se ponen contra el partido, el cual ha sido -dice- para toda Italia la garantía de la libertad religiosa. El Clero, el Episcopado y esta misma Santa Sede nunca han dejado de apreciar la importancia de todo cuanto en estos años se ha hecho, en beneficio de la religión, y frecuentemente han manifestado vivo y sincero reconocimiento por ello. Pero con Nos, el Episcopado, el Clero y todos los verdaderos fieles, y hasta los ciudadanos amantes del orden y de la paz, se han llenado de pena y preocupación ante los atentados sistemáticos, comenzados demasiado pronto, contra las más sanas y preciosas libertades de la Religión y de las conciencias, a saber, todos los atentados contra la Acción Católica y contra sus diferentes Asociaciones, sobre todo contra las juveniles, atentados que culminaron en las medidas policíacas realizadas contra ellas y en las formas ya indicadas; atentados y medidas, que hacen dudar seriamente de que las primeras actitudes benévolas y bienhechoras provinieran exclusivamente de un sincero amor y celo por la religión. Si se quiere hablar de ingratitud, la ingratitud ha sido y sigue siendo -para con la Santa Sede- la de un partido y la de un régimen que, a juicio del mundo entero, ha sacado de sus relaciones amistosas con la Santa Sede, en la nación y fuera de ella, un aumento de prestigio y de crédito que a muchos en Italia y en el extranjero les parecían excesivos, como les parecía demasiado grande el favor y demasiado amplia la confianza por parte Nuestra.

6. Cumplida ya la medida policíaca y cumplida con aquel aparato y con aquel séquito de violencias, irreverencias y -desgraciadamente- de tolerancia y connivencia de las autoridades de seguridad pública, Nos suspendimos tanto el envío de un Cardenal Legado Nuestro a las fiestas centenarias de Padua como las procesiones solemnes en Roma y en Italia. Disposición que era evidentemente de Nuestra competencia y para la cual teníamos motivos tan graves y urgentes que Nos creaban el deber de adoptarla, aun sabiendo los grandes sacrificios que con ella imponíamos a los fieles, y que a nadie resultaba tan dolorosa como a Nos mismo. Pero ¿cómo podían celebrarse, según costumbre, aquellas alegres y festivas solemnidades en medio del duelo y pena tan grandes en que estaban sumergidos el corazón del Padre común de todos los fieles y el corazón maternal de la Santa Madre Iglesia en Roma, en Italia, y hasta en todo el mundo católico, como se ha demostrado luego por la participación universal y verdaderamente mundial a cuya cabeza, Venerables Hermanos, figuráis vosotros? Y ¿cómo podíamos no temer por el respeto e incolumidad misma de las personas y de las cosas más sagradas, dada la actitud de las autoridades y de la fuerza pública ante tantas irreverencias y violencias?

Doquier que pudieron llegar Nuestras disposiciones, así los sacerdotes como los buenos fieles tuvieron las mismas impresiones y los mismos sentimientos; y, allí donde no fueron intimidados, amenazados o peor todavía, dieron pruebas magníficas, y para Nos muy consoladoras, sustituyendo las solemnidades exteriores por horas de oración, de adoración y de reparación, en unión de sufrimientos y de intenciones con el Santo Padre, y ello siempre con un concurso del pueblo como jamás se había visto.

Sabemos bien cómo se desarrollaron las cosas allí donde Nuestras disposiciones no pudieron llegar a tiempo, con la intervención de autoridades que destaca el mensaje, aquellas mismas autoridades del gobierno y del partido que ya habían asistido o muy en breve habían de asistir mudas y tolerantes a la realización de hechos netamente anticatólicos y antirreligiosos; pero de esto calla el mensaje. Dice, en cambio, que hubo autoridades eclesiásticas locales que se creyeron en el deber de "no tener en cuenta" Nuestra prohibición. Nos no conocemos autoridad alguna eclesiástica local que haya merecido la afrenta y la ofensa que tales palabras envuelven. Pero sabemos muy bien y deploramos vivamente las imposiciones, a veces llenas de amenaza y de violencia, hechas o dejadas hacer contra las autoridades locales eclesiásticas; conocemos impías parodias de cánticos sagrados y de sacras procesiones, completamente consentidas con profundo dolor de todos los buenos fieles y con verdadera angustia de todos los ciudadanos amantes de la paz y del orden que a la una y al otro veían indefensos y aun peor, precisamente por parte de quienes en defenderlos tienen un deber tan gravísimo como vital interés.

El mensaje recuerda la comparación, pregonada ya tantas veces, entre Italia y los demás Estados en los que la Iglesia se halla realmente perseguida, y contra los cuales no se han escuchado palabras como las pronunciadas contra Italia donde (dice) la Religión ha sido restablecida. Ya hemos dicho que guardamos y guardaremos perenne gratitud y memoria por todo cuanto en Italia se ha hecho en beneficio de la Religión, aunque también en beneficio, si no simultáneo al menos no menor, y tal vez mayor, del partido y del régimen. Hemos también dicho y repetido que no es necesario (a veces sería asaz nocivo a los fines deseados) el que todos sienten y sepan lo que Nos y la Santa Sede por medio de Nuestros representantes y Nuestros hermanos en el Episcopado, venimos diciendo y demostrando doquier que los intereses de la religión lo requieren, y en la medida que juzgamos necesario, principalmente donde la Iglesia se halla verdaderamente perseguida.

7. Con indecible dolor vemos cómo en Italia, y aun en esta nuestra Roma, se desencadena una verdadera y real persecución contra lo que la Iglesia y su Jefe consideran como más precioso y más querido en materia de su libertad y de sus derechos, libertad y derechos que son también los de las almas, y más especialmente los de las almas de los jóvenes, particularmente confiados a la Iglesia y a su Cabeza por el Divino Creador y Redentor.

Como es notorio, repetida y solemnemente hemos Nos afirmado y declarado que la Acción Católica, tanto por su naturaleza y su esencia (participación y colaboración del estado seglar en el apostolado jerárquico) como por Nuestras precisas y categóricas normas y prescripciones, está fuera y por encima de toda política de partido. Al mismo tiempo hemos afirmado y declarado que sabíamos de ciencia cierta que Nuestras normas y prescripciones habían sido fielmente obedecidas y cumplidas en Italia. El mensaje dice que la afirmación de que la Acción Católica no ha tenido un verdadero carácter político es completamente falsa. No queremos poner de relieve todo cuanto de irrespetuoso hay en semejante afirmación; hasta los motivos que el mensaje alega demuestran toda su falsedad y la ligereza, que en verdad podría decirse ridícula, si el caso no fuera tan digno de llorarse.

La Acción Católica tenía -dice el mensaje- banderas, insignias, tarjetas de adheridos y todos los demás signos exteriores de un partido político. Como si las banderas, las insignias, las tarjetas de adheridos y otras parecidas formalidades exteriores no fuesen hoy día comunes, en todos los países del mundo, a las más variadas asociaciones y actividades que nada tienen ni quieren tener de común con la política: deportivas y profesionales, civiles y militares, comerciales e industriales, escolares hasta de niños pequeños, religioas con religiosidad la más piadosa y devota y casi infantil, como la de los Cruzados de la Eucaristía.

8. El mensaje ha comprendido toda la debilidad e inconsistencia del motivo aducido; y como tratando de defender su argumentación, aún añade otros tres nuevos motivos.

El primero es que los jefes de la Acción Católica eran casi todos miembros y hasta jefes del Partido Popular, que ha sido -dice- uno de los más acérrimos enemigos del partido fascista. Esta acusación ha sido lanzada más de una vez contra la Acción Católica Italiana, pero siempre en términos generales y sin precisar nombre alguno. En cada caso hemos invitado a que se dieran nombres precisos; pero en vano. Tan sólo un poco antes de las medidas de policía tomadas contra la Acción Católica y en evidente preparación para aquéllas, la prensa enemiga, dependiendo sin duda de los informes de la policía, ha publicado algunos hechos y algunos nombres: tales son las pretendidas revelaciones a que alude el mensaje en su preámbulo, y que el Observatore Romano ha desmentido y rectificado plenamente, lejos de confirmarlas, como afirma el mensaje, engañando lastimosamente al gran público.

Por lo que a Nos toca, Venerables Hermanos, además de las informaciones reunidas desde hace tiempo y de investigaciones personales hechas ya mucho antes, hemos creído que era Nuestro deber el procurarnos nuevas informaciones y proceder a nuevas investigaciones, y he aquí, Venerables Hermanos, los resultados positivos obtenidos. Ante todo hemos comprobado que, cuando aún subsistía el Partido Popular -y cuando el nuevo partido no existía en modo alguno-, según disposiciones publicadas en 1919, quien hubiese ocupado cargos directivos en el Partido Popular no podía ocupar al mismo tiempo funciones directivas en la Acción Católica.

También hemos comprobado, Venerables Hermanos, que los casos de ex-dirigentes locales (seglares) del Partido Popular, llegados a ser más tarde directivos locales de Acción Católica, entre los señalados -como más arriba hemos dicho- por la prensa enemiga, se reducen a cuatro, repetimos, cuatro: exiguo número, comparado con las 250 Juntas Diocesanas, 4.000 Secciones de hombres católicos y más de 5.000 Círculos de la Juventud Católica masculina. Y aun debemos añadir que en los cuatro casos notados se trata siempre de individuos que jamás dieron lugar a dificultad alguna y de los que algunos simpatizan francamente con el régimen y con el partido fascista, siendo bien vistos por éstos.

Y no queremos omitir aquella otra garantía de religiosidad apolítica de la Acción Católica que bien conocéis vosotros, Venerables Hermanos, Obispos de Italia: la de que la Acción Católica estuvo, está y estará siempre dependiendo del Episcopado -de vosotros-, a los cuales pertenecía siempre la elección de los sacerdotes "Consiliarios" y el nombramiento de los "Presidentes de las Juntas Diocesanas"; de donde aparece claro que, al poner en vuestras manos y al recomendaros las asociaciones perseguidas, no hemos ordenado ni dispuesto nada nuevo sustancialmente. Disuelto y desaparecido el Partido Popular, los que ya pertenecían a la Acción Católica, continuaron perteneciendo a ella, sometiéndose con perfecta disciplina a su ley fundamental, es decir, absteniéndose de toda actividad política; y esto mismo hicieron los que entonces solicitaron afiliarse a aquélla.

¿Con qué justicia, pues, y con qué caridad hubieran podido ser expulsados o no admitidos todos aquellos que a las cualidades requeridas unían el someterse voluntariamente a aquella ley (de la apoliticidad)? El régimen y el partido, que parecen atribuir una fuerza tan temible y tan temida a los miembros del Partido Popular en el terreno político, debían mostrarse agradecidos a la Acción Católica, que ha sabido retirarles de ese terreno, bajo su promesa formal de no ejercitar actividad política alguna, sino tan sólo religiosa.

Por lo contrario, Nos, la Iglesia, la Religión, los fieles cristianos (y no solamente Nos) no podemos estar agradecidos a quien, después de haber disuelto el socialismo y la masonería, enemigos Nuestros (pero no sólo Nuestros) declarados, les ha abierto una amplia entrada, como todos ven y deploran, haciéndose ellos tanto más fuertes, peligrosos y nocivos cuanto más ocultos, a la vez que más favorecidos por el nuevo uniforme.

No raras veces se Nos ha hablado de infracciones de aquel compromiso empeñado; siempre hemos solicitado nombres y hechos concretos, dispuestos Nos siempre a intervenir y proveer; nunca jamás se respondió a Nuestra demanda.

9. El mensaje denuncia que una parte considerable de los actos y de la organización (en la Acción Católica) eran de naturaleza política, y no tenían nada que ver con la "educación religiosa y la propagación de la fe". Aparte la manera inhábil y confusa con que parece aludirse a los objetivos de la Acción Católica, todos cuantos conocen y viven la vida contemporánea, saben que no existe iniciativa ni actividad -desde las más espirituales y científicas hasta las más materiales y mecánicas- que no necesite organización y actos correspondientes, y que ni éstos ni aquélla se identifican con la finalidad de las diversas iniciativas y actividades, al no ser sino medios con que mejor alcanzar los fines que cada una se propone.

Pero (continúa el mensaje) el argumento más fuerte que puede emplearse para justificar la destrucción de los círculos católicos de jóvenes es la defensa del Estado, la cual es algo más que un simple deber de cualquier gobierno. Nadie duda de la solemnidad y de la importancia vital de tal deber y de tal derecho, añadimos Nos, porque mantenemos, y queremos a toda costa poner en práctica, con todas las personas honradas y sensatas, que el primer derecho es el de cumplir el propio deber. Pero todos los destinatarios y lectores del mensaje se habrían sonreído incrédulos o en extremo estupefactos, si el mensaje hubiese añadido que de los Círculos de Juventud Católica perseguidos, 10.000 eran -mejor dicho, son- de juventud femenina, con un total de unas 500.000 jóvenes y niñas; ¿quién puede ver ahí un serio peligro o amenaza real para la seguridad del Estado? Y se debe considerar que sólo 200.000 jóvenes son asociadas "efectivas", más de 100.000 son pequeñas "aspirantes", y más de 150.000 -más pequeñas aún- son "Benjaminas".

10. Quedan luego los círculos de la juventud católica masculina, esta misma juventud católica que en las publicaciones juveniles del partido y en los discursos y circulares de los llamados "jerarcas" son propuestos y señalados al desprecio y a la mofa (con qué sentido de responsabilidad pedagógica, por no hablar sino tan sólo de ésta, cualquiera lo ve) como una turba de miedosos, sólo buenos para llevar velas y rezar rosarios en las procesiones; puede ser que por tal motivo hayan sido en los últimos tiempos con tanta frecuencia y con valor tan poco noble asaltados y maltratados hasta sangrientamente, abandonados sin defensa por quienes debían y podían protegerlos y defenderlos, aunque sólo fuera por tratarse de quienes, inermes y pacíficos, eran asaltados por gentes violentas y casi siempre armadas.

Si ahí está el argumento más fuerte para justificar la atentada "destrucción" (la palabra no deja duda alguna sobre las intenciones) de nuestras queridas y heroicas asociaciones de jóvenes de la Acción Católica, bien veis, Venerables Hermanos, que Nos podremos y deberemos felicitarnos, pues el argumento ya por sí mismo aparece tan claramente increíble e insubsistente. Pero, desgraciadamente, debemos repetir que mentita est iniquitas sibi[v], y que "el argumento más fuerte" en favor de la deseada "destrucción" ha de buscarse en otro terreno: la batalla que hoy se libra no es política, sino moral y religiosa; exclusivamente moral y religiosa.

Precisa cerrar los ojos a esta verdad y ver -mejor dicho, inventar- política allí donde no hay sino religión y moral, para concluir, como lo hace el mensaje, que se había creado la situación absurda de una fuerte organización a las órdenes de un Poder "extranjero", el "Vaticano", cosa que ningún gobierno de este mundo hubiera permitido.

Se han secuestrado en masa los documentos en todas las oficinas de la Acción Católica Italiana, se continúa (a este punto se ha llegado) interceptando y secuestrando toda la correspondencia sospechosa de alguna relación con las Asociaciones perseguidas, y aun con aquellas que no lo son, como los Oratorios. Pues bien, que se Nos diga a Nos, a Italia y al mundo cuáles y cuántos son los documentos de la política, realizada y tramada por la Acción Católica con peligro para el Estado. Nos atrevemos a decir que no se encontrarán sino leyendo o interpretando conforme a ideas preconcebidas, injustas y en plena contradicción con los hechos y con la evidencia de pruebas y testimonios innumerables. Si se descubrieran documentos auténticos y dignos de consideración, Nos seríamos el primero en reconocerlos y tenerlos en cuenta. Pero ¿quién querrá, por ejemplo, tachar de política, y de política peligrosa para el Estado, alguna indicación, alguna desaprobación de los odiosos tratos con tanta frecuencia infligidos, en tantas partes, a la Acción Católica, aun mucho antes de los últimos acontecimientos? O ¿quién querrá fundarse en declaraciones impuestas y arrancadas, como Nos consta que ha sucedido en algún lugar?

Por lo contrario, entre los documentos secuestrados se encontrarán pruebas y testimonios, innumerables, de la profunda y constante religiosidad y religiosa actividad, así de toda la Acción Católica como particularmente de las Asociaciones juveniles y universitarias. Bastará saber leer y juzgar, como Nos mismo lo hemos hecho innumerables veces, los programas y los informes, las actas de los congresos, de las semanas, de estudios religiosos y de oración, de ejercicios espirituales, de la frecuencia de sacramentos practicada y suscitada, de conferencias apologéticas, de estudios y actividades catequísticas, de cooperación a iniciativas de verdadera y pura caridad cristiana en las Conferencias de San Vicente y en tantas otras formas, de actividad y de cooperación misionera.

Ante tales hechos y ante tal documentación, o sea, con los ojos y las manos sobre la realidad, Nos hemos dicho siempre, y lo volvemos a repetir, que el acusar a la Acción Católica Italiana de hacer política era y es una verdadera y pura calumnia. Los hechos han demostrado qué se pretendía y se preparaba con ello: pocas veces se habrá cumplido en proporciones tan grandes la fábula del lobo y el cordero; y la historia no lo olvidará.

11. Por lo que toca a Nos, seguros hasta la evidencia de estar y mantenernos en el terreno religioso, jamás hemos creído que pudiéramos ser considerados como un "poder extranjero", y menos aún por católicos y por católicos italianos.

Precisamente por razón del poder apostólico que, a pesar de Nuestra grandísima indignidad, Nos ha sido concedido por Dios, todos los católicos del mundo (muy bien lo sabéis vosotros, Venerables Hermanos), consideran a Roma como la segunda patria de todos y cada uno de ellos. No hace mucho que un hombre de Estado, uno de los más célebres ciertamente, y no católico ni amigo del catolicismo, declaraba en una Asamblea política que no podía considerar como extranjero a un poder al que obedecían veinte millones de alemanes.

Para afirmar, pues, que ningún gobierno del mundo hubiera dejado subsistir la situación creada en Italia por la Acción Católica, es necesario ignorar u olvidar absolutamente que la Acción Católica subsiste, vive y actúa en todos los Estados del mundo, incluso en China -imitando frecuentemente en sus líneas generales y hasta en sus mínimos detalles a la Acción Católica Italiana, y algunas veces, con formas y peculiaridades de organización más acusadas aún que en Italia. En ningún país del mundo ha sido considerada jamás la Acción Católica como un peligro para el Estado; en ningún país del mundo la Acción Católica ha sido tan odiosamente perseguida (no encontramos otra palabra que responda mejor a la realidad y a la verdad de los hechos) como en esta Nuestra Italia y en esta Nuestra misma Sede episcopal de Roma; y ésta sí que es verdaderamente una situación absurda, no creada por Nos pero sí contra Nos.

Nos hemos impuesto un grave y penoso deber; Nos ha parecido un deber imperioso de caridad y de justicia paternal, y con este espíritu lo hemos cumplido hasta el fin, el de volver a poner en su justa luz hechos y verdades que algunos hijos Nuestros, tal vez no con plena conciencia, habían colocado en una falsa luz con perjuicio para otros hijos Nuestros.

III. CONCLUSIONES Y REFLEXIONES
12. Y ahora una primera reflexión y conclusión: según todo cuanto hemos expuesto y, sobre todo, según los acontecimientos mismos tal como se han desarrollado, la actividad política de la Acción Católica, la hostilidad clara o encubierta de algunos de sus sectores contra el régimen y el partido, así como también el refugio eventual y la protección de la aún subsistente y hasta aquí tolerada hostilidad al partido bajo las banderas de la Acción Católica (cf. Comunicado del Directorio, del 4 de junio de 1931), todo esto no es sino un pretexto o una acumulación de pretextos; más aún, Nos atrevemos a decir que la misma Acción Católica es un pretexto; lo que se pretendía y lo que se intentó hacer fue el arrancar a la Acción Católica, y por medio de ella a la Iglesia, la juventud, toda la juventud. Esto es tan cierto que después de haber hablado tanto de la Acción Católica, se tomó como blanco las Asociaciones Juveniles, pero no se paró en las Asociaciones Juveniles de Acción Católica sino que se alargó la mano indistintamente a asociaciones y obras de pura piedad y de exclusiva formación religiosa, como las Congregaciones de Hijas de María y los Oratorios; tan indistintamente, que con frecuencia se ha tenido que reconocer su gran error.

Este punto esencial ha sido abundantemente confirmado aun por otra parte. Ha sido confirmado, sobre todo, por las numerosas afirmaciones anteriores de elementos más o menos responsables y aun por los hombres más representativos del régimen y del partido, y que tuvieron su más pleno comentario y su definitiva confirmación en los últimos acontecimientos.

La confirmación ha sido aun más explícita y categórica -estábamos por decir, solemne a la vez que violenta- por parte de quien no solamente lo representa todo, sino que lo puede todo, en una publicación oficial o poco menos, dedicada a la juventud, en declaraciones destinadas a la publicidad, a publicidad en el extranjero antes que dentro del país, y también, aun muy recientemente, en mensajes y comunicados a representantes de la prensa.

Otra reflexión y conclusión se impone inmediata e inevitablemente. Luego no se han tenido en cuenta Nuestras repetidas afirmaciones y garantías, ni tampoco vuestras afirmaciones y garantías, Venerables Hermanos, Obispos de Italia, sobre la naturaleza y sobre la actuación verdadera y real de la Acción Católica, y sobre los derechos sagrados e inviolables de las almas y de la Iglesia en aquélla representados y personificados.

13. Decimos, Venerables Hermanos, los derechos sagrados e inviolables de las almas y de la Iglesia, y esta es la reflexión y conclusión que se impone antes que otra cualquiera, porque es también más grave que toda otra. Ya en repetidas ocasiones, según es bien sabido, Nos hemos expresado Nuestro pensamiento, o mejor, el de la Santa Iglesia sobre materias tan importante y esenciales, y a vosotros, Venerables Hermanos, fieles maestros en Israel, nada más hay que deciros; pero no podemos menos de añadir algo para esos queridos pueblos que están en torno a vosotros, que por divino mandamiento apacentáis y gobernáis y que ahora ya casi sólo por medio de vosotros pueden conocer el pensamiento del Padre común de sus almas.

Decíamos sagrados e inviolables derechos de las almas y de la Iglesia. Tratase del derecho de las almas a procurarse el mayor bien espiritual bajo el magisterio y el trabajo formativo de la Iglesia, de tal magisterio y de tal trabajo única mandataria divinamente constituida en este orden sobrenatural fundado en la sangre del Dios Redentor, orden necesario y obligatorio a todos a fin de participar en la Redención divina. Tratase del derecho de las almas así formadas a hacer que participen de los tesoros de la Redención otras almas, colaborando así en la actividad del Apostolado jerárquico. Ante la consideración de este noble derecho de las almas es por lo que Nos decíamos poco ha estar alegres y enorgullecidos por combatir la buena batalla por la libertad de las conciencia, pero no (como alguno, tal vez, inadvertidamente, Nos hizo decir) por la libertad de conciencia, frase equívoca y de la que se ha abusado demasiado para significar la absoluta independencia de la conciencia, cosa absurda en el alma creada y redimida por Dios.

Trátase, además, del derecho no menos inviolable de la Iglesia a cumplir el imperativo mandato divino, que le otorgó su Divino Fundador, de llevar a las almas, a todas las almas, todos los tesoros de verdad y de bien, doctrinales y prácticos, que El mismo había traído al mundo[vi]. Y qué lugar debieran ocupar la infancia y la juventud en esta absoluta universalidad y totalidad del mandato, lo muestra El mismo, el Divino Maestro, creador y redentor de las almas, con su ejemplo y con aquellas palabras singularmente memorables pero también particularmente formidables: Dejad que los niños vengan a mí y no queráis impedírselo... Estos pequeños que (como por un divino instinto) creen en Mí, a los cuales está reservado el reino de los cielos, y cuyos ángeles tutelares y defensores ven siempre la faz del Padre celestial; (exclamdown) ay del hombre que escandalizare a uno de estos pequeños! "Sinite parvulos venire ad me et nolite prohibere eos... qui in me credunt... istorum est enim regnum caelorum; quorum Angeli semper vident faciem Patris qui in caelis est; Vae! homini illi per quem unus ex pusillis istis scandalizatus fuerit"[vii].

Henos, pues, aquí en presencia de todo un conjunto de auténticas afirmaciones y de hechos no menos auténticos, que ponen fuera de toda duda el proyecto -ya en tan gran parte realizado- de monopolizar por completo la juventud, desde la más primera niñez hasta la edad adulta, en favor absoluto y exclusivo de un partido, de un régimen, sobre la base de una ideología que declaradamente se resuelve en una verdadera y propia estatolatría pagana, en contradicción no menos con los derechos naturales de la familia que con los derechos sobrenaturales de la Iglesia. Proponerse y promover semejante monopolio, perseguir con tal pretexto, como se venía haciendo largo tiempo ha, clara o encubiertamente, a la Acción Católica; atacar con tal finalidad, como últimamente se ha hecho, a sus Asociaciones juveniles, equivale verdadera y propiamente a impedir que la juventud vaya a Cristo, porque es impedir que vaya a la Iglesia, y donde está la Iglesia allí está Cristo. Y se llegó a arrancar la juventud, por la violencia, del seno de la una y del Otros.

14. La Iglesia de Jesucristo jamás ha discutido al Estado sus derechos y sus deberes (los de éste) sobre la educación de los ciudadanos y Nos mismo los hemos recordado y proclamado en Nuestra reciente Encíclica sobre la educación cristiana de la juventud; derechos y deberes incontestables, mientras se mantengan dentro de los límites de la competencia peculiar del Estado, competencia que a su vez se halla claramente delimitada por los fines propios del mismo Estado - fines, que ciertamente no son tan sólo corpóreos y materiales pero que por sí mismos se hallan necesariamente contenidos dentro de los límites de lo natural, de lo terreno, de lo temporal. El divino mandato universal, que la Iglesia ha recibido del mismo Jesucristo incomunicable e insustituiblemente, se extiende -en cambio- a lo eterno, a lo celestial, a lo sobrenatural, orden éste de cosas que por una parte es obligatorio estrictamente a toda criatura racional y al que por otra parte todo lo demás debe subordinarse y coordinarse.

La Iglesia de Jesucristo está ciertamente dentro de los límites de su divino mandamiento no sólo cuando en las almas deposita los primeros principios indispensables y los elementos de la vida sobrenatural, sino también cuando promueve y desarrolla esta vida según las varias circunstancias y capacidades, en las formas y con los medios que ella juzga más apropiados, y ello aun en su intento mismo de preparar esclarecidas y animosas cooperaciones al apostolado jerárquico. De Jesucristo es la solemne declaración de que El ha venido precisamente para que las almas tengan no sólo algún principio o elemento de vida sobrenatural, sino para que la tengan en la mayor abundancia: Ego veni ut vitam habeant et abundantius habeant[viii]. Es Jesucristo mismo el que estableció los primeros comienzos de la Acción Católica, cuando El mismo escogió y formó en los Apóstoles y en los discípulos los colaboradores de su divino apostolado, ejemplo imitado inmediatamente por los primeros santos Apóstoles, como lo atestigua la Sagrada Escritura.

Por consiguiente, es una pretensión injustificable e inconciliable con el nombre y con la profesión de católicos la de que unos simples fieles vengan a enseñar a la Iglesia y a su Jefe lo que basta y lo que debe bastar para la educación y formación cristiana de las almas y para salvar y promover en la sociedad, principalmente en la juventud, los principios de la Fe y la plena eficacia de los mismos en la vida.

15. Pretensión injustificable que viene acompañada por una clarísima revelación de la absoluta incompetencia y de la completa ignorancia de las materias en cuestión. Los últimos acontecimientos han debido haber abierto los ojos a todo el mundo, pues hasta la evidencia han demostrado cuánto ha venido perdiéndose en pocos años y destruyéndose en materia de verdadera religiosidad, así como de educación cristiana y cívica. Por vuestra experiencia pastoral sabéis vosotros, Venerables Hermanos, Obispos de Italia, cuán grave y funesto error es el creer y el hacer creer que la labor desarrollada por la Iglesia en la Acción Católica y mediante la misma Acción Católica sea reemplazada o resulte superflua por la instrucción religiosa en las escuelas y por la presencia de capellanes en las asociaciones juveniles del partido y del régimen. Una y otra son muy ciertamente necesarias; sin ellas, la escuela y dichas asociaciones inevitablemente y muy pronto, por una fatal necesidad lógica y psicológica, se paganizarían. Necesarias, por lo tanto, pero no suficientes; de hecho, mediante aquella instrucción religiosa y con la dicha asistencia eclesiástica la Iglesia no puede realizar sino sólo un mínimum de su eficacia espiritual y sobrenatural, y ello en un terreno y en un ambiente que no depende de ella, predominados por otras muchas materias de enseñanza y por ejercicios los más variados, sujetos inmediatamente a autoridades que con frecuencia son poco o nada favorables y que no raras veces ejercitan influencia contraria así de palabra como con el ejemplo de su vida.

Decíamos que los últimos acontecimientos han acabado por demostrar, sin duda alguna, todo cuanto en pocos años se ha podido no ya salvar sino perder y destruir, en materia de verdadera religiosidad y de educación, no decimos ya cristiana, sino sencillamente moral y cívica. Efectivamente; de hecho hemos visto en acción una religiosidad, que se rebela contra las disposiciones de la Suprema Autoridad Religiosa, y que impone o alienta el que no se cumplan; una religiosidad, que se convierte en persecución y que pretende destruir lo que el Jefe Supremo de la Religión más claramente aprecia y más tiene en el corazón; una religiosidad que se excede y deja excederse en insultos de palabra y de hecho contra la Persona del Padre de todos los fieles hasta gritar contra El (exclamdown) abajo! y (exclamdown) muera!: verdaderos aprendizajes para el parricidio. Semejante religiosidad no puede conciliarse en modo alguno con la doctrina y con la práctica católica; antes bien es lo más opuesto a la una y a la otra.

La oposición es tanto más grave en sí misma y más funesta en sus efectos, cuanto que no es tan sólo la de hechos exteriormente perpetrados y consumados, sino que también es la de los principios y máximas proclamados como programáticos y fundamentales.

Una concepción del Estado que obligue a que le pertenezcan las generaciones juveniles enteramente y sin excepción, desde su primera edad hasta la edad adulta, es inconciliable para un católico con la doctrina católica; y no es menos inconciliable con el derecho natural de la familia. Para un católico es inconciliable con la doctrina católica el pretender que la Iglesia, el Papa, deban limitarse a las prácticas exteriores de la religión (misa y sacramentos), y que todo lo restante de la educación pertenezca al Estado.

Las doctrinas y máximas erróneas y falsas, que acabamos de señalar y de lamentar, ya se Nos presentaron muchas veces durante los últimos años; y, como es sabido, Nos no hemos faltado jamás, con la ayuda de Dios, a Nuestro deber apostólico de examinarlas y contraponerlas con justos llamamientos a las verdaderas doctrinas católicas y a los inviolables derechos de la Iglesia de Jesucristo y de las almas redimidas con su sangre divina.

Pero, no obstante los juicios, las previsiones y sugestiones que de diversas partes, aun muy dignas de toda consideración, llegaban hasta Nos, siempre Nos abstuvimos de llegar a condenaciones formales y explícitas: aun más, llegamos a creer hasta posibles, y favorecer aun por parte Nuestra, compatibilidades y cooperaciones que para otros resultaban inadmisibles. Hemos obrado así porque siempre pensábamos y más bien deseábamos que siempre quedase siquiera la posibilidad de la duda de que se trataba de afirmaciones y actitudes exageradas, esporádicas, de elementos sin la debida representación -en resumen, de afirmaciones y actitudes imputables en su parte censurable más bien a las personas y a las circunstancias que a una sistematización verdadera y propiamente programática.

16. Los últimos acontecimientos, y las afirmaciones que los han precedido, acompañado y comentado, Nos quitan la tan deseada posibilidad: y tenemos ya que decir y decimos que no se es católico sino por el bautismo y el nombre -en contradicción a las exigencias del nombre y a las promesas mismas del bautismo- cuando se adopta y se desarrolla un programa que hace suyas las doctrinas y las máximas tan contrarias a los derechos de la Iglesia de Jesucristo y de las almas, que desconoce, combate y persigue a la Acción Católica, esto es, a cuanto notoriamente tienen por más caro y más precioso tanto la Iglesia como su Jefe. Y ahora nos preguntáis ya vosotros, Venerables Hermanos, qué se debe pensar y juzgar, a la luz de cuanto precede, de una fórmula de juramento[ix] que aun a niños y niñas les impone el cumplir sin discusión algunas órdenes que -lo hemos visto y lo hemos vivido- pueden mandar, contra toda verdad y justicia, la violación de los derechos de la Iglesia y de las almas, ya por sí mismos sagrados e inviolables, así como el servir con todas sus fuerzas, hasta con su sangre, a la causa de una revolución que a la Iglesia y a Jesucristo les arranca las almas de la juventud, que educa las fuerzas jóvenes en el odio, en la violencia, en la irreverencia, sin excluir a la misma persona del Papa, como tan cumplidamente lo han demostrado los últimos acontecimientos.

Cuando ya la pregunta ha de plantearse en tales términos, la respuesta, desde el punto de vista católico y aun meramente humano, es inevitablemente única, y Nos, Venerables Hermanos, no hacemos sino confirmar la respuesta que ya os habéis dado: Tal juramento, tal como está formulado, no es lícito.

Y henos aquí en Nuestras preocupaciones, gravísimas preocupaciones que -bien Nos damos cuenta de ello- son también las vuestras, Venerables Hermanos, y especialmente las vuestras, Obispos de Italia. Inmediatamente Nos preocupamos, ante todo, por tantos y tantos hijos Nuestros, aun jovencitos y jovencitas, inscritos y obligados por tal juramento. Nos compadecemos profundamente de tantas conciencias atormentadas por dudas (tormentos y dudas de los cuales Nos llegan muy ciertos testimonios) precisamente sobre aquel juramento, tal como está concebido, y más aún después de los hechos sucedidos.

Conociendo las múltiples dificultades de la hora presente y sabiendo que la inscripción en el partido y el juramento son para muchísimos condición indispensable para su carrera, para su pan y para su vida, Nos hemos buscado un medio que devuelva la paz a las conciencias, reduciendo al mínimum posible las dificultades exteriores. Nos parece que ese medio, para los que están ya inscritos en el partido, podría ser el hacer personalmente ante Dios y ante su propia conciencia esta reserva: "a salvo las leyes de Dios y de la Iglesia", o también: "a salvo los deberes de buen cristiano", con el firme propósito de declarar aun exteriormente esta reserva cuando llegara a ser necesario.

Quisiéramos, además, que llegara Nuestro ruego al lugar de donde parten las disposiciones y las órdenes -el ruego de un Padre que quiere mirar por las conciencias de tan gran número de hijos suyos en Jesucristo-, para que tal reserva fuese introducida en la fórmula del juramento; a no ser que se haga todavía algo mejor, mucho mejor: es decir, omitir el juramento, que por sí es siempre un acto de religión, y que no está ciertamente en su lugar más conveniente, en un "carnet" de un partido.

17. Hemos procurado hablar con calma y serenidad, pero también con toda claridad. Sin embargo, no podemos menos de preocuparnos de que no seamos bien comprendidos. No Nos referimos, Venerables Hermanos, a vosotros, tan unidos siempre, y ahora más que nunca, a Nos por el pensamiento y el sentimiento, sino a los demás, en general. Y por ello, añadimos que con todo cuanto hemos venido diciendo hasta aquí, Nos no hemos querido condenar ni el partido ni el régimen como tal.

Hemos querido señalar y condenar todo lo que en el programa y acción de ellos hemos visto y comprobado que era contrario a la doctrina y a la práctica católica y, por lo tanto, inconciliable con el nombre y con la profesión de católicos. Y con esto Nos hemos cumplido un deber preciso del Ministerio Apostólico para con todos aquellos hijos Nuestros que pertenecen al partido, a fin de que puedan salvar su propia conciencia de católicos.

Nos creemos, además, que hemos hecho una obra útil a la vez al partido mismo y al régimen. ¿Qué interés puede tener, en efecto, el partido, en un país católico como Italia, en mantener en su programa ideas, máximas y prácticas inconciliables con la conciencia católica? La conciencia de los pueblos, como la de los individuos, acaba siempre por volver sobre sí misma y buscar las vías perdidas de vista o abandonadas por un tiempo más o menos largo.

Ni se diga que Italia es católica, pero anticlerical, aunque lo entendamos tan sólo en una medida digna de particular atención. Vosotros, Venerables Hermanos, que vivís en las grandes y pequeñas diócesis de Italia, en contacto continuo con las buenas gentes de todo el País, sabéis y veis todos los días hasta qué punto son, si no se las excita ni se las extravía, ajenas a todo anticlericalismo. Todo el que conoce un poco íntimamente la historia de la Nación sabe que el anticlericalismo ha tenido en Italia la importancia y la fuerza que le confirieron la masonería y el liberalismo que lo engendraron. En nuestros días, por lo demás, el entusiasmo unánime que unió y transportó de alegría a todo el país hasta un extremo jamás conocido en los días del Tratado de Letrán, no hubiera dejado al anticlericalismo medios de levantar la cabeza, si ya al día siguiente de estos Convenios no se le hubiera evocado y alentado. Además, durante los últimos acontecimientos, disposiciones y órdenes le han hecho entrar en acción y le han hecho cesar, como todos han podido ver y comprobar. Y, sin duda alguna, hubiera pasado y bastaría siempre para tenerlo a raya la centésima o la milésima parte de las medidas prolongadamente infligidas a la Acción Católica y coronadas recientemente de la manera que todo el mundo sabe.

IV. PREOCUPACIONES PARA LO POR VENIR
18. Otras, y muy graves, preocupaciones Nos inspira el porvenir próximo. Desde un lugar oficial y solemne como ningún otro, inmediatamente después de los últimos acontecimientos contra la Acción Católica, tan dolorosos para Nos y para los católicos de toda Italia y del mundo entero, se hizo oír esta declaración: "Respeto inalterado para la religión; para su Jefe supremo", etc. "Respeto inalterado", o sea el mismo respeto, sin cambio, que hemos experimentado; es decir, este respeto que se manifestaba por tantas medidas policíacas -tan vastas como odiosas-, preparadas en profundo silencio como hostil sorpresa, y aplicadas de repente, precisamente en la víspera de Nuestro cumpleaños, ocasión de grandes manifestaciones de simpatía por parte del mundo católico y aun del no católico; es decir, ese mismo respeto (exclamdown)que se traducía en violencias e irreverencias que se perpetraban sin dificultad alguna! ¿Qué podemos, pues, esperar, o mejor dicho, qué es lo que no hemos de temer? Algunos se han preguntado si esa extraña manera de hablar y de escribir en tales circunstancias, inmediatamente después de tales hechos, ha estado enteramente exenta de ironía, de una bien triste ironía, que en lo que Nos toca preferimos excluir por completo.

En el mismo contexto y en inmediata relación con el "respeto inalterado" (por consiguiente, con referencia a los mismos) se hacía alusión a "refugios y protecciones" otorgadas al resto de los adversarios del partido y se "ordenaba a los dirigentes de los nueve mil fascios de Italia" que inspirasen su actuación en tales normas directivas. Más de uno de vosotros, Venerables Hermanos, Obispos de Italia, ha experimentado ya, y de ello se Nos han enviado noticias que hacen llorar, el efecto de tales insinuaciones y de tales órdenes en una reanudación de odiosas vigilancias, de delaciones, de amenazas y de vejámenes. ¿Qué Nos prepara, pues, el porvenir? ¿Qué es lo que Nos no podemos y debemos esperar (no decimos temer, porque el temor de Dios elimina el temor a los hombres) si, como tenemos motivos para creerlo, existe el designio de no permitir que Nuestros Jóvenes Católicos se reúnan, ni aun silenciosamente, bajo pena de severas sanciones para los dirigentes?

¿Qué Nos prepara, pues, y con qué Nos amenaza el porvenir? De nuevo Nos lo preguntamos.

19. Precisamente en este extremo de dudas y de previsiones, a que los hombres Nos han reducido, es cuando toda preocupación, Venerables Hermanos, se desvanece, desaparece, y Nuestro espíritu se abre a las más confiadas y consoladoras esperanzas, porque el porvenir está en las manos de Dios, y Dios está con nosotros, y... si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?[x].

Un signo y una prueba sensible de la asistencia y el favor divino, Nos lo vemos ya y lo experimentamos en vuestra asistencia y cooperación, Venerables Hermanos. Si estamos bien informados, recientemente se ha dicho que ahora está la Acción Católica en manos de los Obispos y que no hay nada que temer. Y hasta aquí todo va bien, muy bien, salvo aquel "ya nada", como si antes hubiera habido algo que temer; y salvo aquel "ahora", como si antes y ya desde el principio la Acción Católica no hubiera sido esencialmente diocesana y dependiente de los Obispos (como también lo hemos indicado más arriba); y también por esto, precisamente por esto, hemos tenido Nos siempre la más absoluta confianza de que Nuestras normas también se seguían y se secundaban. Por este motivo, además de por la promesa infalible del socorro divino, estamos y estaremos confiados y tranquilos siempre, aun cuando la tribulación -y digamos la verdadera palabra: la persecución- continúe intensificándose. Sabemos Nos que vosotros sois, y que sabéis que lo sois, Nuestros hermanos en el Episcopado y en el apostolado; sabemos Nos, y lo sabéis vosotros, Venerables Hermanos, que sois los sucesores de aquellos Apóstoles que San Pablo llamaba con palabras de vertiginosa sublimidad gloria Christi[xi]; sabéis vosotros que no ha sido un hombre mortal -ni aunque fuera Jefe de Estado o de Gobierno- sino el Espíritu Santo quien os ha colocado, en la parte que Pedro os señala, para regir la Iglesia de Dios. Estas y otras tantas cosas santas y sublimes que de cerca os tocan, Venerables Hermanos, evidentemente las ignora o las olvida quien os llama y os juzga a vosotros, Obispos de Italia, "funcionarios del Estado", de los cuales tan claramente os distingue y separa la misma fórmula del juramento que al Rey habéis de prestar, cuando dice y declara previamente de este modo tan expreso: "cual conviene a un Obispo católico".

También es para Nos verdaderamente grande e ilimitado motivo de esperanza el inmenso coro de plegarias que la Iglesia de Jesucristo eleva desde todas las partes del mundo hacia su divino Fundador y hacia la Santísima Madre [de Este] por su Cabeza visible, el Sucesor de Pedro, exactamente como cuando, hace ahora veinte siglos, la persecución alcanzaba a Pedro mismo en su persona: oraciones de los sagrados pastores y de los pueblos, del clero y de los fieles, de los religiosos y de las religiosas, de los adultos y de los jóvenes, de los niños y de las niñas; oraciones, en las formas más delicadas y eficaces de santos sacrificios y comuniones, rogativas, adoraciones y reparaciones, de espontáneas inmolaciones, de sufrimientos cristianamente sufridos; oraciones, de las que en todos estos días e inmediatamente después de los tristes acontecimientos Nos llegaba de todas partes su eco muy consolador, nunca tan fuerte y tan consolador como en este día solemnemente consagrado a la memoria de los Príncipes de los Apóstoles y en el que quiso la divina bondad que pudiéramos terminar esta Nuestra Carta Encíclica.

A la oración todo está prometido por Dios; si no llegare la serenidad y la tranquilidad en el restablecimiento del orden, en todos habrá cristiana paciencia, santo valor, alegría inefable de padecer algo con Jesús y por Jesús, con la juventud y por la juventud que tan querida le es, y así hasta la hora escondida en el misterio del Corazón divino, infaliblemente la más oportuna para la causa de la verdad y el bien.

Y porque de tantas oraciones debemos esperarlo todo, y porque todo es posible a aquel Dios que lo ha prometido todo a la oración, tenemos Nos la confiada esperanza de que El se dignará iluminar las mentes hacia la verdad y convertir las voluntades hacia el bien, de suerte que a la Iglesia de Dios, que nada disputa al Estado en aquello que le corresponde al Estado, se dejará de discutirle lo que a ella le corresponde, la educación y formación cristiana de la juventud -no por concesión humana, sino por divino mandato-, y que ella, por consiguiente, debe siempre reclamar y reclamará siempre con insistencia e intransigencia que no puede cesar ni doblegarse, porque no proviene de concesión o criterio humano ni de humanas ideologías mudables según la diversidad de los tiempos y de lugares, sino de una divina e inviolable disposición.

Nos inspira también confianza aun el mismo bien que indudablemente se derivaría del reconocimiento de tal verdad y de tal derecho. Padre de todos los redimidos, el Vicario de aquel Redentor que, después de haber enseñado y mandado a todos el amor a los enemigos, moría perdonando a los que le crucificaban, no es ni será jamás enemigo de nadie: así harán todos sus buenos y verdaderos hijos, los católicos que quieren conservarse dignos de tal nombre, pero nunca podrán compartir, adoptar o favorecer máximas y normas de pensamiento y de acción contrarias a los derechos de la Iglesia y al bien de las almas y por ello mismo contrarias a los derechos de Dios.

Muy preferible sería, a esta irreductible división de los espíritus y de las voluntades, la pacífica y tranquila unión de los pensamientos y de los sentimientos, que felizmente no podría menos de traducirse en una fecunda cooperación de todos para el verdadero bien común de todos: (exclamdown)esto sí que merecería la simpatía y el aplauso de los católicos del mundo entero, en vez de su universal censura y descontento, como acontece ahora! Al Dios de toda la misericordia pedimos por intercesión de su Santísima Madre, que muy recientemente nos sonreía con sus pluriseculares esplendores, y por la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, que Nos conceda a todos el ver lo que conviene hacer y a todos dé la fuerza para cumplirlo.

Nuestra Bendición Apostólica, auspicio y prenda de todas las divinas Bendiciones, descienda sobre vosotros, Venerables Hermanos, sobre todo vuestro Clero, sobre vuestros pueblos, y así permanezca siempre.

Roma, en el Vaticano, en la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, 29 de junio de 1931.

PÍO XI







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Is. 38, 17.

[ii] Ps. 93, 19.

[iii] Luc. 22, 28.

[iv] 2 Cor. 7, 4.

[v] Ps. 26, 12.

[vi] Mat. 28, 19-20.

[vii] Mat. 19, 13 ss.; 18, 1 ss.

[viii] Io. 10, 10.

[ix] ["Giuro di eseguire senza discutere gli ordini del Duce e di difendere con tutte le mie forze e se necessario col mio sangue la causa della Rivoluzione Fascista"].

[x] Rom. 8, 31.

[xi] 2 Cor. 8, 23.
 
y mejor todavía: la bula de excomunión de Lutero

y mejor todavía: la bula de excomunión de Lutero

Errores de Martín Lutero
[Condenados en la Bula Exsurge Domine, de 15 de junio de 1520]
1. Es sentencia herética, pero muy al uso, que los sacramentos de la Nueva Ley, dan la gracia santificante a los que no ponen óbice.

2. Decir que en el niño después del bautismo no permanece el pecado, es conculcar juntamente a Pablo y a Cristo.

3. El incentivo del pecado [fomes peccati], aun cuando no exista pecado alguno actual, retarda al alma que sale del cuerpo la entrada en el cielo.

4. La caridad imperfecta del moribundo lleva necesariamente consigo un gran temor, que por sí solo es capaz de atraer la pena del purgatorio e impide la entrada en el reino.

5. Que las partes de la penitencia sean tres: contrición, confesión y satisfacción, no está fundado en la Sagrada Escritura ni en los antiguos santos doctores cristianos.

6. La contrición que se adquiere por el examen, la consideración y detestación de los pecados, por la que une repasa sus años con amargura de su alma, ponderando la gravedad de sus pecados, su muchedumbre, su fealdad, la pérdida de la eterna bienaventuranza y adquisición de la eterna condenación; esta contrición hace al hombre hipócrita y hasta más pecador.

7. Muy veraz es el proverbio y superior a la doctrina hasta ahora por todos enseñada sobre las contriciones: "La suma penitencia es no hacerlo en adelante; la mejor penitencia, la vida nueva" .

8. En modo alguno presumas confesar los pecados veniales; pero ni siquiera todos los mortales, porque es imposible que los conozcas todos. De ahí que en la primitiva Iglesia sólo se confesaban los pecados mortales manifiestos (o públicos).

9. Al querer confesarlo absolutamente todo, no hacemos otra cosa que no querer dejar nada a la misericordia de Dios para que nos lo perdone.

10. A nadie le son perdonados los pecados, si, al perdonárselos el sacerdote, no cree que le son perdonados; muy al contrario, el pecado permanecería, si no lo creyera perdonado. Porque no basta la remisión del pecado y la donación de la gracia, sino que es también necesario creer que está perdonado.

11. En modo alguno confíes ser absuelto a causa de tu contrición, sino a causa de la palabra de Cristo: Cuanto desatares, etc. [Mt. 16, 19]. Por ello, digo, ten confianza, si obtuvieres la absolución del sacerdote y cree fuertemente que estás absuelto, y estarás verdaderamente absuelto, sea lo que fuere de la contrición.

12. Si, por imposible, el que se confiesa no estuviera contrito o el sacerdote no lo absolviera en serio, sino por juego; si cree, sin embargo, que está absuelto, está con toda verdad absuelto.

13. En el sacramento de la penitencia y en la remisión de la culpa no hace más el Papa o el obispo que el infimo sacerdote; es más, donde no hay sacerdote, lo mismo hace cualquier cristiano, aunque fuere una mujer o un niño.

14. Nadie debe responder al sacerdote si está contrito, ni el sacerdote debe preguntarlo.

15. Grande es el error de aquellos que se acercan al sacramento de la Eucaristía confiados en que se han confesado, en que no tienen conciencia de pecado mortal alguno, en que han previamente hecho sus oraciones y actos preparatorios: todos ellos comen y beben su propio juicio. Mas si creen y confían que allí han de conseguir la gracia, esta sola fe los hace puros y dignos.

16. Oportuno parece que la Iglesia estableciera en general Concilio que los laicos recibieran la Comunión bajo las dos especies; y los bohemios que comulgan bajo las dos especies, no son herejes, sino cismáticos.

17. Los tesoros de la Iglesia, de donde el Papa da indulgencias, no son los méritos de Cristo y de los Santos.

18. Las indulgencias son piadosos engaños de los fieles y abandonos de las buenas obras; y son del número de aquellas cosas que son lícitas, pero no del número de las que convienen.

19. Las indulgencias no sirven, a aquellos que verdaderamente las ganan, para la remisión de la pena debida a la divina justicia por los pecados actuales.

20. Se engañan los que creen que las indulgencias son saludables y útiles para provecho del espíritu.

21. Las indulgencias sólo son necesarias para los crímenes públicos y propiamente sólo se conceden a los duros e impacientes.

22. A seis géneros de hombres no son necesarias ni útiles las indulgencias, a saber: a los muertos o moribundos, a los enfermos, a los legítimamente impedidos, a los que no cometieron crímenes, a los que los cometieron, pero no. públicos, a los que obran cosas mejores.

23. Las excomuniones son sólo penas externas y no privan al hombre de las comunes oraciones espirituales de la Iglesia.

24. Hay que enseñar a los cristianos más a amar la excomunión que a temerla.

25. El Romano Pontífice, sucesor de Pedro, no fue instituído por Cristo en el bienaventurado Pedro vicario del mismo Cristo sobre todas las Iglesias de todo el mundo.

26. La palabra de Cristo a Pedro: Todo lo que desatares sobre la tierra etc. [Mt. 16], se extiende sólo a lo atado por el mismo Pedro.

21. Es cierto que no está absolutamente en manos de la Iglesia o del Papa, establecer artículos de fe, mucho menos leyes de costumbres o de buenas obras.

28. Si el Papa con gran parte de la Iglesia sintiera de este o de otro modo, y aunque no errara; todavía no es pecado o herejía sentir lo contrario, particularmente en materia no necesaria para la salvación, hasta que por un Concilio universal fuere aprobado lo uno, y reprobado lo otro.

29. Tenemos camino abierto para enervar la autoridad de los Concilios y contradecir libremente sus actas y juzgar sus decretos y confesar confiadamente lo que nos parezca verdad, ora haya sido aprobado, ora reprobado por cualquier concilio.

30. Algunos artículos de Juan Hus, condenados en el Concilio de Constanza, son cristianísimos, veracísimos y evangélicos, y ni la Iglesia universal podría condenarlos.

31. El justo peca en toda obra buena.

32. Una obra buena, hecha de la mejor manera, es pecado venial.

35. Nadie está cierto de no pecar siempre mortalmente por el ocultísimo vicio de la soberbia.

36. El libre albedrío después del pecado es cosa de mero nombre; y mientras hace lo que está de su parte, peca mortalmente.

37. El purgatorio no puede probarse por Escritura Sagrada que esté en el canon.

38. Las almas en el purgatorio no están seguras de su salvación, por lo menos todas; y no está probado, ni por razón, ni por Escritura alguna, que se hallen fuera del estado de merecer o de aumentar la caridad.

39. Las almas en el purgatorio pecan sin intermisión, mientras buscan el descanso y sienten horror de las penas.

40. Las almas libradas del purgatorio por los sufragios de los vivientes, son menos bienaventuradas que si hubiesen satisfecho por sí mismas.

41. Los prelados eclesiásticos y príncipes seculares no harían mal si destruyeran todos los sacos de la mendicidad.

Censura del Sumo Pontífice: Condenamos, reprobamos y de todo punto rechazamos todos y cada uno de los antedichos artículos o errores, respectivamente, según se previene, como heréticos, escandalosos, falsos u ofensivos de los oídos piadosos o bien engañosos de las mentes sencillas, y opuestos a la verdad católica.
 
Otro error en las fotos del amigo protestante

Otro error en las fotos del amigo protestante

La foto del cardenal pacelli en su función de secretario de Estado de la Santa Sede, no se trata del concordato con Alemania, sino con Austria.

Miente, que algo queda.
 
Pio XII, los judíos y Cornwell

Pio XII, los judíos y Cornwell

Durante la Segunda Guerra Mundial, y hasta cinco años después de su muerte (9 de octubre de 1958), Pío XII fue muy elogiado por toda clase de organizaciones judías, grandes rabinos de varios países, especialmente de EE. UU. El debate sobre si una protesta ardiente contra los crímenes perpetrados contra los judíos hubiera tenido efecto continuará con toda probabilidad, debido al prejuicio y parcialidad de autores que quieren denigrar la Iglesia católica.

A mi juicio, una protesta pública no hubiera salvado la vida de un sólo judío. Sólo hubiera agravado la persecución de judíos y católicos. Por otra parte, hubiera impedido o hecho prácticamente imposible la difundida acción silenciosa para ayudar a judíos en todo lo posible. Es bien conocido que ninguna organización ha salvado tantos judíos como la Iglesia católica, y esto por orden oficial de Pío XII. Él sabía muy bien, y está documentado que este «silencio» --que en realidad no fue «silencio» para aquellos que realmente querían oír y comprender--, podría serle reprochado un buen día. Pero no estaba preocupado por su reputación, quería salvar la vida de judíos --la única decisión justa--, que sin duda exigía sabiduría y muchísimo coraje. Cornwell simplemente no ha comprendido esto. No hace justicia a los hechos cuando, en plan de despreciar a Pinchas E. Lapide, quien elogió a Pío XII, le atribuye motivos interesados sin dar un vestigio de evidencia. Cornwell tampoco se ha preguntado nunca porqué el proyecto de acorralar a 8.000 judíos romanos fue repentinamente interrumpido después que unos 1.000 judíos romanos fueron capturados en octubre de 1943. Totalmente mal interpreta la entrevista que tuvo el Secretario de Estado Maglione inmediatamente después con el embajador alemán von Weizsacker, llamado urgentemente por el Vaticano, en nombre de Pío XII. Weizsacker desempeñó un papel ambiguo. Temiendo que una protesta formal de la Santa Sede hubiera enfurecido a Hitler, dio una impresión demasiado suave sobre la actitud que adoptó la Santa Sede; esto se reveló con toda claridad en el proceso de Nuremberg, que Cornwell totalmente ignora. Pero hay mucho más. Por orden de Pío XII, se entabló contacto con el comandante militar alemán en Roma, el general de brigada Rainer Stahel, un oficial austríaco de la antigua escuela. Este hombre, muy humano, envió un fonograma directamente a Himmler. Su razón: «este tipo de acción violenta contra los judíos italianos altera mis planes militares para reforzar las divisiones alemanas de combate al sur de Roma, y también puede crear problemas serios aquí en Roma». Ésta era una razón verdadera, pero no menos importante era esta otra: su indignación por los actos criminales de la Gestapo y su compasión por los judíos. Su intervención tuvo éxito. Himmler inmediatamente ordenó detener las deportaciones. De esta manera, miles de judíos podrían ser escondidos, por orden de Pío XII, en el Vaticano y en más de 150 instituciones eclesiásticas en Roma. De todo esto, por supuesto, no habla Cornwell. Se ha demostrado que Pío XII no podía hacer nada ante las represalias con motivo del asesinato por parte de los «partisanos» (de la resistencia italiana ) de 33 policías alemanes, y no tiroleses. La represalia se llevó a cabo, por orden personal de Hitler, 24 horas después del atentado. Todos sabían que tendría lugar la represalia, pero lo que se desconocía era su naturaleza. Todos los esfuerzos de eclesiásticos enviados por Pío XII ante varias autoridades alemanas fracasaron porque no se logró contactar con ninguno a tiempo.


Cornwell se denuncia que no se publicó un informe enviado por Riegner de Suiza a Roma en las «Actas y Documentos de la Santa Sede durante la Segunda Guerra Mundial». Riegner presentó este informe al nuncio en Suiza en marzo de 1942, o sea, pocos meses después de la Conferencia de Wannsee (20 de enero de 1942). Este informe llegó al Vaticano sólo en octubre de 1942, come se dice en la consignación del nuncio publicada en las «Actas y Documentos», donde se habla del informe de Riegner. Sin embargo, teniendo en cuenta el hecho --tan frecuente en tiempo de guerra--, que no era posible comprobar si los hechos señalados en el informe eran objetivamente verdaderos, el Departamento de Estado de EE. UU. había manifestado dudas sobre este tipo de informes y pidió al Vaticano que los verificara.

El segundo hecho está relacionado con una entrevista que el diplomático de EE. UU. Sr. Tittman tuvo con el Papa Pío XII. Cornwell se concentra mucho en este asunto. Dice que esta entrevista tuvo lugar el 18 de octubre de 1943 --pocos días después del acorralamiento de 1.000 judíos. Cornwell acusa a Pío XII de estar tan poco preocupado por el destino de los judíos que ni siquiera los mencionó. Pero toda la polémica es inconsistente. De hecho, el informe de Tillerman, donde dice haber tenido una entrevista con Pío XII «hoy», está fechada el 19 de octubre y no el 18. De hecho, incluso la fecha del 19 es errónea. La entrevista tuvo lugar el 14 de octubre. Esto es sabido por la muy precisa lista de entrevistas otorgadas a diplomáticos por Pío XII. El hecho de que esta entrevista tuvo lugar el 14 de octubre (catorce) está registrado en dos volúmenes diferentes de las «Actas y Documentos», que Cornwell cita en su escasa lista de archivos, pero que nunca ha leído correctamente, si es que los ha leído.
 
Originalmente enviado por: Maripaz
LA AGENCIA CATÓLICA INTERNACIONAL (ACI) LLAMA SECTA A LAS ASAMBLEAS DE DIOS
LA AGENCIA CATÓLICA INTERNACIONAL (ACI) LLAMA SECTA A LAS ASAMBLEAS DE DIOS
En relación con una mafia que esclavizaba niños bolivianos 'en nombre de la fe'
______________________________________

<< LA PAZ. 5 septiembre 2002.- La Policía capturó en Santa Cruz a una banda de estafadores que secuestraba niños con el pretexto de servir a Dios y los explotaba, haciéndolos mendigar con mensajes bíblicos y canciones religiosas.>>

=== Los cinco delincuentes, afirma textualmente ACI <<se presentaban ante familias de escasos recursos como 'hermanos' de la secta Asamblea de Dios>> y ofrecían ayuda a cambio de llevarse a los menores para que los ayudaran a 'difundir' su mensaje.

=== Al margen de la noticia, llama poderosamente la atención que por una parte los delincuentes se hicieran pasar por miembros de las Asammbleas de Dios como un hecho de credibilidad; mientras que la ACI les trata despectiva y erróneamente como secta.

=== Pueden ver la noticia completa en la dirección: http://www.aciprensa.com/notic2002/.../notic1637.htm. El correo-e de ACI es: [email protected]

(Fuente: ACI. Redacción: ICPress)



Veamos:

La noticia dice "llama poderosamente la atención que la ACI trate a las asambleas de Dios despectivamente como sectas"....:bicho:


Yo me pregunto, con todo respeto: ¿¿¿qué es lo que les "llama poderosamente la atención"????. :confused:


A modo de ejemplo, voy a transcribir el texto de un católico respecto a la diferencia entre la ortodoxia (que no consideran sectaria sino "cismática") y el protestantismo (al cual consideran una sucesión de sectas):


Veamos:



Consulta

¿Por qué a la iglesia protestante se le califica de "secta" y la ortodoxa "cismática"?

Gracias.

Pablo de España



Respuesta

Estimado D. Pablo

La paz de Cristo sea con usted. Su pregunta apunta, según entendemos, a comprender las diferencias que existen entre quienes están fuera de la Iglesia, esto es, a los infieles, los judíos, los herejes, los apóstatas, los cismáticos y los excomulgados. Todos estos se marginan de la comunión con la verdadera Iglesia y por lo mismo declaran en la práctica su deseo de vivir fuera de Ella.

Los protestantes no son una iglesia. En el protestantismo encontrará muchas autodenominadas ‘iglesias’. Miles. Y seguirán multiplicándose permanentemente en tanto cada cual interpreta y re-escribe las Sagradas Escrituras a su antojo y conveniencia. Por esto, por formar divisiones de divisiones de divisiones, se les llama sectas. Secta significa eso: separado, apartado. El protestantismo es una herejía, pero sus agrupaciones se llaman sectas aún en el término sociológico que viene a definir confusamente y genéricamente a muchas otras agrupaciones.

Lutero fue un heresiarca, esto es, el fundador de una herejía. Con él otros se sumaron a su odio y rebelión contra la Esposa de Cristo y al poco tiempo se odiaron mortalmente declarándose mutuamente herejes y monstruos deformadores de las Escrituras según cada uno interpretaba. Se rebelaban dentro de sus propias sectas y formaban un grupo aparte. El tiempo fue testigo que las divisiones, condenas y acusaciones fueron dividiendo en más y más sectas hasta hacerse imposibles de cuantificar. Unas duraron más tiempo, otras tuvieron una existencia más efímera. Ahí tiene usted los primeros frutos. La lista sigue, pero éste no es el espacio para tocarlos todos. Baste decir, finalmente, que muchos protestantes ya no son más cristianos aunque pretendan basarse en las Biblias re-escritas e interpretadas por cada cual. Este es el caso de los Testigos de Jehová, rechazados casi universalmente por el protestantismo.

En este sentido, dentro de las sectas protestantes encontrará usted a herejes y a apóstatas. Los herejes son quienes habiendo sido bautizados han rehusado con obstinación creer alguna verdad revelada por Dios y enseñada como de fe por la Santa Iglesia. Es el caso, por ejemplo, de los arrianos, de los nestorianos y de algunos protestantes. Otros son apóstatas, es decir, han rechazado con que han abjurado de la fe católica que antes profesaban. Éstos han renegado su fe para abrazar un error cualquiera. Unos y otros llenan los asientos de los millares de sectas y sectitas protestantes en el mundo.

Los cismáticos, como es el caso de los autodenominados "ortodoxos", son los cristianos que sin negar explícitamente un dogma se han separado voluntariamente y a sabiendas de la Iglesia de Jesucristo, esto es, de sus legítimos Pastores. Es una forma de rebelión distinta, como es el caso que usted consulta, de los llamados "ortodoxos", quienes queriendo liberarse de la autoridad del papa acabaron como esclavos de la corona zarista y luego como viles títeres del régimen comunista. Comenzaron negando la autoridad del papa y con el tiempo fueron introduciendo errores cada vez más graves, hasta sostener verdaderas herejías. El camino fue distinto. Ellos, por conservar más similitud y gran parte de la fe católica, han perdurado más y no se han dividido tanto, aunque permanecen reducidos a ser representativos en pequeñas zonas del mundo que defienden recurriendo incluso a métodos tan vergonzosos como la complicidad con el Estado para apropiarse de patrimonio y del derecho de la Iglesia a recuperar sus propiedades, a ejercer el derecho de predicar libremente o hasta a asistir espiritualmente a sus fieles.

Ésta es la diferencia por la que consultaba usted entre protestantes y ortodoxos, entre sectas y cismáticos.

Nos encomendamos en sus oraciones y le ofrecemos las nuestras.

In Iesu et Maria



Consejo Editor
Revista Cristiandad.org


Link: http://www.cristiandad.org/respuestas/explicacion31.htm

*Nótese que el autor llama Esposa de Cristo a la intistitución romana... y Lutero sería un herético que odia y se rebela nada menos que contra el cuerpo de Cristo... además todos los cristianos protestantes serían en ese caso enemigos del cuerpo de Cristo ya que éste está formado por su única y verdadera iglesia...

Amigos del foro: ¿¿¿¿es acaso ésto una novedad????¿¿¿porqué entonces la noticia los SORPRENDE tanto????.


Y ésto es sólo un ejemplo...
NO SE ENGAÑEN...:
Entre ellos, los católicos romanos llaman secta a cualquier denominación protestante (y lo de "hermanos separados" es un eufemismo...), muchos de ellos hasta nos desprecian...obviamente no van a venir a decir eso acá...
 
Bellarmino dijo:
"Cornewll lo dice muy suavemente..."
Bueno, si lo dijo suavemente o duramente pasa a ser otro tema (que no escapa a la subjetividad, tanto del escritor como del lector).

Lo IMPORTANTE es que Cornwell SI lo expuso en su libro (y no de manera “perdida” o superficial, sino en 6 oportunidades, incluyendo un resumen conceptual de su contenido), contrariamente a lo que Usted tajantemente manifestó. Es evidente que desconoce el trabajo de Cornwell, con lo cual no imagino el basamento (y por ende el valor) que puedan tener sus acusaciones respecto a “las falsedades” del libro...

Dijo Bellarmino el 17/09
"Curiosamente en este libro [de Cornwell] no se menciona para nada esta encíclica [Mit brennender Sorge)..."

Dijo Bellarmino el 18/09
"Cornewll lo dice muy suavemente.."

Una pregunta: ¿Le dieron un dato erróneo, o usted sólo arriesgó de manera prejuiciosa y "a ciegas"...?
 
Bellarmino dijo:
"Otro error en las fotos del amigo protestante
La foto del cardenal pacelli en su función de secretario de Estado de la Santa Sede, no se trata del concordato con Alemania, sino con Austria.
Miente, que algo queda.
¿Podría usted demostrarlo?
Se lo agradeceré..
 
Rectifico

Rectifico

Se trata de Alemania, rectifico. Me traicionó el dato de la presencia de monseñor Kaas, austríaco.
Consulte más bibliografía sobre Pío XII aparte de la mentada obra de Cronwell. Y no le digo que vaya a católicos; más bien le digo que vaya a judíos, eso sí, no sionistas, que hayan hablado del tema. Le sorprenderá.
Conozco perfectamente quién es John Cronwell; conozco también su libro sobre Juan Pablo I de 1989; el tema es que me interesaban sus reacciones. Ahora veo manifiestamente que cualquier cosa le vale con tal de que sea anticatólica.
Solo le pido que no me trate de tonto; es más, muy pronto nos veremos, chabón.
 
Por cierto

Por cierto

Por cierto señor Sepia; la primera foto de Pío XII que tiene usted en la magnífica galería de fotos que tiene en su güeb y que tan felizmente gestiona usted y su perilla, aún no he visto especificar que la foto del entonces nuncio en Alemania Pacelli, es del año 1929, es decir, cuatro años antes de la toma del poder por parte de Hitler, y que ostenta la portada del libro de Cronwell, en otra manifestación del contenido netamente ideológico de tal libro.
Un Hitler que llegó al poder en un país de mayoría protestante; unas elecciones en la que los dos partidos fuertes eran el NSDAP y el zenterpartei, católico. Viendo que a usted todo le vale con tal de que sea anticatólico, supongo que hubiese apoyado visceralmente a don Adolf, no??

Un saludo; y en serio, rectifique la primera foto y al menos ponga eu es del año 1929. Total, los que odien al papa, lo seguirán odiando igual. Por eso no se preocupe.

AMDG
 
si quiere más datose

si quiere más datose

el que se sienta a la derecha del entonces secretario de Estado de la Santa Sede Pacelli es un tal Buthmann.