Monstruosidades de ayer y de hoy
Wenceslao Calvo
29 DE JUNIO DE 2017
Los libros de Daniel y Apocalipsis comparten ciertas características, siendo una de ellas que sus mensajes están envueltos en la simbología, lo cual hace muy difícil establecer una determinación exacta entre lo que hay en esos libros y lo que sucede ahora. A lo largo de la historia ha habido muchos intentos de identificar el cuerno pequeño, la bestia, el falso profeta y la gran ramera. Cristianos de buena fe, viviendo en tiempos de crisis mayúsculas, quisieron llegar a conclusiones precisas y cabales, que el tiempo demostró que no eran verdaderas. El mensaje de esos libros es verdadero, lo que no lo fue es la interpretación en personajes y sucesos que quiso dársele. Por ello es preciso ser cautos y no demasiado dogmáticos en señalar que esto que ahora pasa es a lo que se refería lo escrito.
No obstante, eso no significa que esos libros sean inservibles o indescifrables. Todo lo contrario; su mensaje es pertinente ahora, lo mismo que en el pasado, si extraemos los grandes principios que contienen. Es verdad que Hitler no era la bestia y en ese sentido quienes llegaron a esa identificación categórica se equivocaron; pero también es verdad que había en él y en su ideología ciertas características que lo constituían en un presagio de la bestia.
Es característico de los libros de Apocalipsis y Daniel que las fuerzas hostiles a Dios están descritas en términos monstruosos, en la figura de fieras salvajes imponentes, como un león, un oso o un leopardo, a los que se califica con el atributo de grandes, lo cual indica que no se trata de un león, un oso o un leopardo corrientes, llegando hasta la insólita descripción de una fiera que no se parece a ninguna conocida, al exceder en su monstruosidad a las anteriores. Con esa simbología se quiere transmitir el carácter netamente horroroso de lo que representan las fuerzas que luchan contra Dios y sus planes. Lo monstruoso es su característica esencial.
Cuando contemplo lo que está ocurriendo en España referente al ser humano, el matrimonio y la familia, la palabra que me viene a la mente es precisamente la de monstruosidad. El intento por todos los medios de corromper las rectas nociones que sostienen esas categorías insustituibles, de imponer esa perversión por la fuerza, bajo amenazas y con coacción, de destruir el derecho inalienable a la libertad de expresión de quienes condenan tales vilezas y de inocular en las mentes de los niños malignas enseñanzas destructivas de la personalidad, solo puede ser catalogado con el nombre de monstruosidad.
Una monstruosidad que está siendo jaleada, aplaudida y alabada, como si se tratara de algo sublime y magnífico. Hay quienes celebran esa monstruosidad por maldad, a sabiendas de lo que están haciendo; hay quienes la celebran por cobardía, por temor a las represalias; hay quienes la celebran por ignorancia, siguiendo sin más la corriente dominante. Una monstruosidad que va a tener efectos devastadores sobre la generación que ahora se levanta, pero especialmente sobre las generaciones venideras, cuando la confusión haya echado raíces profundas y el amasijo del error y la maldad esté en su apogeo.
Ciertamente esta monstruosidad es una dictadura, que ayudada por una democracia ciega va a implantar sus tesis sobre todo y sobre todos. Esa dictadura va a perseguir con saña a quienes no se sometan a sus dictámenes, es decir, a los cristianos que se atrevan a desafiarla. Por lo cual los tiempos que vienen para la Iglesia en España son tiempos peligrosos, de persecución. Especialmente para los pastores y predicadores que levanten su voz.
¡Quién iba a decirlo! Ya sabíamos que las dictaduras, de izquierdas o de derechas, son enemigas por antonomasia de la libertad de expresión. Pero he aquí que surge una nueva dictadura, que no es de izquierdas ni de derechas, o mejor dicho, que abarca a izquierdas y derechas, y que está apoyada por la democracia. Una democracia que ha perdido el norte y no sabe adónde va. Una democracia cómplice con esa dictadura, que al cobijarla está incubando el huevo de la serpiente que la destruirá.
Pero los libros de Daniel y Apocalipsis además de mostrar la monstruosidad innata de las fuerzas malignas que combaten contra Dios y sus planes, también nos muestran que tales fuerzas, con todo el mal que pueden hacer, no tienen la última palabra y no prevalecerán. Antes al contrario, es Dios quien sacará adelante su propósito y las derrotará totalmente. El pueblo de Dios será vencedor, aunque el sufrimiento será el crisol por el que tenga que pasar. Daniel y Apocalipsis trasmiten un mensaje de victoria, sea cual sea el tiempo y las circunstancias que nos hayan tocado vivir. Por eso su mensaje es intemporal y muy actual.
Preparados, pues, para lo que se avecina. Conscientes, como Jesús lo fue, de que esta hora es la hora de la potestad de las tinieblas (Lucas 22:53).
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