Una nueva modalidad que lentamente se va propagando en los cultos de iglesias tenidas por bíblicas y que hasta se precian de fundamentalistas, es la siguiente:
Al inicio de la reunión, quien de momento la preside exhorta a la congregación a permanecer unos minutos en silencio, en actitud reverente, con la cabeza inclinada en espíritu de oración. Se pide que cada cual se examine a sí mismo, y caso que su corazón le reprenda por pecados inconfesados que aun carga sobre su conciencia, ahí mismo se arrepienta, los confiese al Señor en silenciosa oración y apele a la sangre de Jesucristo para que Dios los limpie de toda maldad, conforme a la promesa en 1Juan 1. Tras un lapso más o menos breve, el conductor prosigue su programa de la reunión.
La primera vez que presenciamos algo así, por más que nos sorprendiera, nos impresionó favorablemente. Veamos:
1 – No parece antibíblico. Por el contrario, recordamos textos como 1Co 11:31 y 2Co 13:5 que favorecen la idea de ese auto examen.
2 – Sería una práctica piadosa. ¿Qué mejor podría contribuir a la edificación espiritual de la congregación si al reunirse los santos no estuvieran encubriendo sus pecados?
Pero si tras esa primera impresión reflexionamos un poco, surgen algunas dudas:
a) ¿Cómo es que por casi dos milenios las reuniones cristianas desconocían tal práctica?
-A esto se nos podrá responder que en las iglesias católicas siempre existieron los confesionarios, de modo que los fieles luego de obtener su absolución pudieran comulgar con buena conciencia. Posiblemente los ortodoxos tengan una práctica similar. Incluso, las miles de variantes dentro del Protestantismo podrían presentar otros ejemplos parecidos.
b) ¿Sería la reunión de la iglesia la ocasión y lugar adecuados para tal ejercicio?
-A esto también se nos podrá contestar: “Más vale tarde que nunca”.
Pero es aquí que nos entra a inquietar una profunda preocupación: Al ir a congregarnos en Su nombre (Mt 18:20) con otros hermanos que también invocan al Señor de corazón limpio (2Tim 2:19,22), ¿podemos venir con la carga de nuestros pecados a cuestas, o ya librados de ella? ¿No sería nuestra propia casa, y en última instancia el camino hacia la reunión, ocasión más propicia para examinarnos, confesar y recibir el perdón?
c) Después de cumplido ese rito de guardar silencio, el auto examen y la confesión, ¿no se estará creando una atmósfera artificial de santidad como si ahora se hubiera pasado a un estado de espiritualidad más elevado?
-Esto también preocupa, ya que si algunos hubieran sido movidos consciente y sinceramente a hacerlo así ¡bueno fuera!; pero nada asegura que todos en la congregación tras ese lapso alcanzaran tal condición idónea para la adoración, alabanza e instrucción en la Palabra de Dios.
d) ¿No es tras el oír la Palabra de Dios que el Espíritu Santo convence de pecado?
-Incluso, de haber incrédulos en la reunión, se convertirían. El Señor Jesús es el centro de atracción de la iglesia reunida; no los pecados. Es riesgo está, en que una vez impuesta esta costumbre, se vincule al local de reunión con un sitio especial para el perdón de los pecados. De esta manera, sin quererlo, estaríamos desviándonos hacia resabios del romanismo persistentes en el protestantismo.
El asunto ha quedado expuesto. ¿Alguien conoce el origen de esta práctica? ¿Hay apoyo bíblico para la misma? ¿Qué piensan ustedes?
Soy todo oídos.
Ricardo.
Al inicio de la reunión, quien de momento la preside exhorta a la congregación a permanecer unos minutos en silencio, en actitud reverente, con la cabeza inclinada en espíritu de oración. Se pide que cada cual se examine a sí mismo, y caso que su corazón le reprenda por pecados inconfesados que aun carga sobre su conciencia, ahí mismo se arrepienta, los confiese al Señor en silenciosa oración y apele a la sangre de Jesucristo para que Dios los limpie de toda maldad, conforme a la promesa en 1Juan 1. Tras un lapso más o menos breve, el conductor prosigue su programa de la reunión.
La primera vez que presenciamos algo así, por más que nos sorprendiera, nos impresionó favorablemente. Veamos:
1 – No parece antibíblico. Por el contrario, recordamos textos como 1Co 11:31 y 2Co 13:5 que favorecen la idea de ese auto examen.
2 – Sería una práctica piadosa. ¿Qué mejor podría contribuir a la edificación espiritual de la congregación si al reunirse los santos no estuvieran encubriendo sus pecados?
Pero si tras esa primera impresión reflexionamos un poco, surgen algunas dudas:
a) ¿Cómo es que por casi dos milenios las reuniones cristianas desconocían tal práctica?
-A esto se nos podrá responder que en las iglesias católicas siempre existieron los confesionarios, de modo que los fieles luego de obtener su absolución pudieran comulgar con buena conciencia. Posiblemente los ortodoxos tengan una práctica similar. Incluso, las miles de variantes dentro del Protestantismo podrían presentar otros ejemplos parecidos.
b) ¿Sería la reunión de la iglesia la ocasión y lugar adecuados para tal ejercicio?
-A esto también se nos podrá contestar: “Más vale tarde que nunca”.
Pero es aquí que nos entra a inquietar una profunda preocupación: Al ir a congregarnos en Su nombre (Mt 18:20) con otros hermanos que también invocan al Señor de corazón limpio (2Tim 2:19,22), ¿podemos venir con la carga de nuestros pecados a cuestas, o ya librados de ella? ¿No sería nuestra propia casa, y en última instancia el camino hacia la reunión, ocasión más propicia para examinarnos, confesar y recibir el perdón?
c) Después de cumplido ese rito de guardar silencio, el auto examen y la confesión, ¿no se estará creando una atmósfera artificial de santidad como si ahora se hubiera pasado a un estado de espiritualidad más elevado?
-Esto también preocupa, ya que si algunos hubieran sido movidos consciente y sinceramente a hacerlo así ¡bueno fuera!; pero nada asegura que todos en la congregación tras ese lapso alcanzaran tal condición idónea para la adoración, alabanza e instrucción en la Palabra de Dios.
d) ¿No es tras el oír la Palabra de Dios que el Espíritu Santo convence de pecado?
-Incluso, de haber incrédulos en la reunión, se convertirían. El Señor Jesús es el centro de atracción de la iglesia reunida; no los pecados. Es riesgo está, en que una vez impuesta esta costumbre, se vincule al local de reunión con un sitio especial para el perdón de los pecados. De esta manera, sin quererlo, estaríamos desviándonos hacia resabios del romanismo persistentes en el protestantismo.
El asunto ha quedado expuesto. ¿Alguien conoce el origen de esta práctica? ¿Hay apoyo bíblico para la misma? ¿Qué piensan ustedes?
Soy todo oídos.
Ricardo.