San Francisco de Sales, Carta Abierta a los Protestantes, Defensa de la Autoridad de La Iglesia:
Cuando Absalón procuro crear facciones y causar la división contra su buen padre David, se sentó junto a la puerta, en el camino, y a todos los que pasaban decía: Tus pretensiones me parecen razonables y justas: la lástima es que no hay persona puesta por el rey para oírte. ¡Oh, quién me constituyese juez de esta tierra, para que viniesen a mi todos los que tienen negocios, y yo les hiciese justicia! (2S 15,3-4) Así solevanto los ánimos de los israelitas. ¡Oh, cuantos Absalones se levantaron en nuestros días, los cuales, para seducir los pueblos y arrancarlos de la obediencia a <?xml:namespace prefix = st1 ns = "urn:schemas-microsoft-comffice:smarttags" /><st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> y a los pastores, y para instigar los ánimos cristianos a la rebelión y revuelta, gritaron por todas las avenidas de Alemania y Francia: "No hay nadie puesto por Dios pueda escuchar las dudas sobre la fe y resolverlas; la misma Iglesia, los magistrados eclesiásticos, no tienen el poder de determinar lo que entra en la fe y lo que se sale de ella.<?xml:namespace prefix = o ns = "urn:schemas-microsoft-comfficeffice" /><o></o>
Hay que buscar jueces distintos de los prelados, pues <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> puede errar en sus decretos y reglas". ¿Qué proposición más dañina y temeraria podrían hacer al Cristianismo? Si <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> puede errar, oh Calvin, oh Lutero, ¿a quién recurriré en mis dificultades? Dicen ellos: "a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Escritura">la Escritura</st1ersonName>". ¿Pero que podré hacer -pobre de mí- ya que es la propia Escritura la que me plantea tales dificultades? Mi duda no consiste en si tengo que creer o no en las Escrituras, pues, ¿quién no sabe que es la palabra de la verdad? Mi dificultad consiste en comprender estas Escrituras, sus consecuencias, pues son tantas, tan diversas y contrarias sobre un mismo asunto, que cada uno toma partido, unos por unas, otros por otras, y entre ellas solo una es salvífica. ¿Quién me hará conocer la recta de entre tantas malas? ¿Quién me hará ver la verdad auténtica en <o></o>
medio de tantas vanidades patentes y enmascaradas? Cada cual quiere embarcarse en la nave del Espíritu Santo, pero no hay más que una, y esa sola llegara a buen puerto: las otras naufragaran.<o></o>
¡Qué peligrosa elección! Todos los pretendidos dueños proclaman sus títulos a la misma nave con igual ufanía y seguridad, y así engañan a la mayoría. El que dice que nuestro Maestro no nos dejo guías en un camino tan malo y peligroso, afirma que Él quiere nuestra perdición; el que dice que Él nos embarco a la merced de vientos y mareas, sin darnos un piloto experimentado que sepa interpretar bien la brújula y la carta marítima, dice que el Señor no es providente; el que dice que este buen Padre nos envió a esta escuela eclesiástica sabiendo que en ella se ensena el error, dice que Él quiso educarnos en el vicio y en la ignorancia. ¿Alguna vez ha oído alguien hablar de una academia en que todos ensenan, pero nadie sea alumno? Así sería la republica cristiana librada a todos los particulares. Y si <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> se engaña, ¿quién no errara? Y si cada cual se engaña o puede engañarse, ¿a quién me dirigiré para instruirme? ¿A Calvin? ¿Y por qué no a Lutero, Brence o Pacimontano? Si <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> errase, no sabríamos a quién recurrir en nuestras dificultades.<o></o>
Empero, quien considere que el testimonio que Dios dio de <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> es auténtico, comprenderá que decir que <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> yerra equivale a decir que Dios yerra, o que es Su gusto y voluntad que erremos, lo que sería una gran blasfemia, porque dice Nuestro Señor: Si tu hermano pecare contra ti, díselo a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName>; pero si ni a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> oyere, tenlo por gentil y publicano (Mt 18,15-17). ¿Os dais cuenta de cómo Nuestro Señor nos remite a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> en nuestros diferendos, cualesquier que ellas sean? ¡Cuánto más entonces en el caso de injurias o diferendos mayores! Si estoy obligado, a partir de la regla de la corrección fraterna, a recurrir a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> para hacer enmendar a un vicioso que me haya ofendido, ¡cuánto más obligado estaré a deferirle uno que dijere que toda <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> es una Babilonia, adultera, idolatra, mentirosa y perjura! Tanto más que su maldad podría infestar toda una región, siendo tan contagioso el vicio de la herejía que ira progresando como gangrena (2Tm 2,17). Así, pues, cuando yo viere a alguien que diga que todos nuestros padres, abuelos y bisabuelos fueron idolatras, corrompieron el Evangelio y practicaron cuantas maldades se derivan de la corrupción de la religión, me dirigiré a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName>, cuyo juicio cada uno debe aceptar.<o></o>
Pues, si ella puede errar, ya no seré yo, ni siquiera el hombre, quien alimentara este error en el mundo, sino el propio Dios será quien lo autorice y le de crédito, pues Él mismo nos dijo que fuéramos a este tribunal para oír y recibir justicia; entonces, o bien Él no sabe lo que hace o nos quiere engañar, o bien, por el contrario, es allí que se administra la verdadera justicia y las sentencias son irrevocables. <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">La Iglesia</st1ersonName> condeno a Berengario; quien quisiera proseguir el debate, yo lo consideraré como gentil y publicano, a fin de obedecer a mi Señor, que no me deja en libertad a este respecto, antes bien me ordena: Tenlo por gentil y publicano. Esto mismo enseña San Pablo cuando llama a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> columna y fundamento de la verdad (1Th 3,15). ¿No quiere esto decir que la verdad está firmemente sostenida por <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName>? En otros lugares, la verdad solamente se sostiene a intervalos, y con frecuencia cae, pero en <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> permanece firme, sin vacilaciones, inmutable, sin vicisitudes; en pocas palabras, estable y perpetua.<o></o>
Responder que lo que San Pablo quiere decir es que <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Escritura">la Escritura</st1ersonName> fue dada en custodia a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName>, y nada más, es valuar demasiado la comparación que propone, porque una cosa es sostener la verdad y otra muy diferente conservar <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Escritura. Los">la Escritura. Los</st1ersonName> judíos conservan una parte de <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Escritura">la Escritura</st1ersonName>, así como también muchos herejes, pero no por eso son columna y fundamento de la verdad. La corteza de la letra no es verdadera ni falsa, sino según el sentido que se le dé, así será verdadera o falsa. La verdad consiste, pues, en el sentido, que es como la médula, y consecuentemente, si <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> fuese guardiana de la verdad, el sentido de las Escrituras le habría sido entregado para guardarlo, por lo que habría que buscarlo en ella misma y no en el cerebro de Lutero, o de Calvin, o de cualquier otra persona; por consiguiente, no puede errar, ya que siempre conserva el sentido de las Escrituras.<o></o>
Y, de hecho, colocar en este sagrado depósito la letra sin su sentido sería como poner la bolsa sin el dinero, la concha sin el caracol, la vaina sin la espada, el frasco sin el perfume, las hojas sin el fruto, la sombra sin el cuerpo. Pero decidme: si <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> es la depositaria de las Escrituras, ¿por qué Lutero las tomo y las lleva fuera de ella, y por qué no tomáis de sus manos también el libro de los Macabeos, o el Eclesiástico y todo el resto, como <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Carta">la Carta</st1ersonName> a los Hebreos? Porque ella también protesta haber cuidado tan celosamente unos y otros libros. En suma, las palabras de San Pablo se resisten a ese sentido que le quieren dar. Él habla de <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> visible; si no, ¿adónde se dirigiría a Timoteo para hablarle? La llama Casa de Dios, por lo que está bien fundada, bien ordenada, bien cubierta contra toda clase de tormentas y tempestades de error: Ella es columna y fundamento de la verdad; en ella permanece la verdad, en ella vive, en ella se aloja; quien la busque fuera de ella, la perderá.<o></o>
Es tan perfectamente segura y firme, que todas las puertas del infierno, es decir, todas las fuerzas enemigas, no podrían dominarla (Mt 16,18). Sería una plaza tomada por el enemigo si el error pudiese introducirse en las cosas que son para honra y servicio de nuestro Maestro. Nuestro Señor es la cabeza de toda <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> (Ep 1,22 Ep 5,23). ¿No tenéis vergüenza de decir que el cuerpo de un jefe tan santo es adultero, <o></o>
profano, corrompido? Y no se diga que se refiere a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> invisible, porque tal no existe, como ya he demostrado anteriormente. Nuestro Señor es su jefe. Dice San Pablo: Lo ha constituido cabeza de toda <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> (Ep 1,22), no de una de las iglesias para dos que vosotros imagináis, sino de toda <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia. Donde">la Iglesia. Donde</st1ersonName> dos o tres se hallan congregados en Mi nombre, allí me hallo yo en medio de ellos (Mt 18,20). ¿Quién se atreverá a decir que la asamblea de <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> universal de todos los tiempos fue abandonada a la merced del error y de la impiedad? Concluyo, pues, afirmando que, cuando nosotros vemos que <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> universal creyó y cree en algún artículo, sea que lo veamos expreso en las Escrituras, sea que se deduzca de las mismas, o por tradición, no debemos controlar ni discutir, o dudar de él, sino prestar obediencia y honra a esta celestial Reina que Nuestro Señor gobierna, y regular nuestra fe a este nivel.<o></o>
Porque, así como habría sido una impiedad, por parte de los Apóstoles, haber contestado a su Maestro, también lo sería contestar a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName>; porque, si el Padre dijo del Hijo: Ipsum audite (Mt 17,5), también el Hijo dijo de <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName>: Si quis Ecclesiam non audiverit, sit tibi tamquam ethnicus et publicanus (Mt 18,17).<o></o>
Saludos!!
Cuando Absalón procuro crear facciones y causar la división contra su buen padre David, se sentó junto a la puerta, en el camino, y a todos los que pasaban decía: Tus pretensiones me parecen razonables y justas: la lástima es que no hay persona puesta por el rey para oírte. ¡Oh, quién me constituyese juez de esta tierra, para que viniesen a mi todos los que tienen negocios, y yo les hiciese justicia! (2S 15,3-4) Así solevanto los ánimos de los israelitas. ¡Oh, cuantos Absalones se levantaron en nuestros días, los cuales, para seducir los pueblos y arrancarlos de la obediencia a <?xml:namespace prefix = st1 ns = "urn:schemas-microsoft-comffice:smarttags" /><st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> y a los pastores, y para instigar los ánimos cristianos a la rebelión y revuelta, gritaron por todas las avenidas de Alemania y Francia: "No hay nadie puesto por Dios pueda escuchar las dudas sobre la fe y resolverlas; la misma Iglesia, los magistrados eclesiásticos, no tienen el poder de determinar lo que entra en la fe y lo que se sale de ella.<?xml:namespace prefix = o ns = "urn:schemas-microsoft-comfficeffice" /><o></o>
Hay que buscar jueces distintos de los prelados, pues <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> puede errar en sus decretos y reglas". ¿Qué proposición más dañina y temeraria podrían hacer al Cristianismo? Si <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> puede errar, oh Calvin, oh Lutero, ¿a quién recurriré en mis dificultades? Dicen ellos: "a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Escritura">la Escritura</st1ersonName>". ¿Pero que podré hacer -pobre de mí- ya que es la propia Escritura la que me plantea tales dificultades? Mi duda no consiste en si tengo que creer o no en las Escrituras, pues, ¿quién no sabe que es la palabra de la verdad? Mi dificultad consiste en comprender estas Escrituras, sus consecuencias, pues son tantas, tan diversas y contrarias sobre un mismo asunto, que cada uno toma partido, unos por unas, otros por otras, y entre ellas solo una es salvífica. ¿Quién me hará conocer la recta de entre tantas malas? ¿Quién me hará ver la verdad auténtica en <o></o>
medio de tantas vanidades patentes y enmascaradas? Cada cual quiere embarcarse en la nave del Espíritu Santo, pero no hay más que una, y esa sola llegara a buen puerto: las otras naufragaran.<o></o>
¡Qué peligrosa elección! Todos los pretendidos dueños proclaman sus títulos a la misma nave con igual ufanía y seguridad, y así engañan a la mayoría. El que dice que nuestro Maestro no nos dejo guías en un camino tan malo y peligroso, afirma que Él quiere nuestra perdición; el que dice que Él nos embarco a la merced de vientos y mareas, sin darnos un piloto experimentado que sepa interpretar bien la brújula y la carta marítima, dice que el Señor no es providente; el que dice que este buen Padre nos envió a esta escuela eclesiástica sabiendo que en ella se ensena el error, dice que Él quiso educarnos en el vicio y en la ignorancia. ¿Alguna vez ha oído alguien hablar de una academia en que todos ensenan, pero nadie sea alumno? Así sería la republica cristiana librada a todos los particulares. Y si <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> se engaña, ¿quién no errara? Y si cada cual se engaña o puede engañarse, ¿a quién me dirigiré para instruirme? ¿A Calvin? ¿Y por qué no a Lutero, Brence o Pacimontano? Si <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> errase, no sabríamos a quién recurrir en nuestras dificultades.<o></o>
Empero, quien considere que el testimonio que Dios dio de <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> es auténtico, comprenderá que decir que <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> yerra equivale a decir que Dios yerra, o que es Su gusto y voluntad que erremos, lo que sería una gran blasfemia, porque dice Nuestro Señor: Si tu hermano pecare contra ti, díselo a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName>; pero si ni a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> oyere, tenlo por gentil y publicano (Mt 18,15-17). ¿Os dais cuenta de cómo Nuestro Señor nos remite a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> en nuestros diferendos, cualesquier que ellas sean? ¡Cuánto más entonces en el caso de injurias o diferendos mayores! Si estoy obligado, a partir de la regla de la corrección fraterna, a recurrir a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> para hacer enmendar a un vicioso que me haya ofendido, ¡cuánto más obligado estaré a deferirle uno que dijere que toda <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> es una Babilonia, adultera, idolatra, mentirosa y perjura! Tanto más que su maldad podría infestar toda una región, siendo tan contagioso el vicio de la herejía que ira progresando como gangrena (2Tm 2,17). Así, pues, cuando yo viere a alguien que diga que todos nuestros padres, abuelos y bisabuelos fueron idolatras, corrompieron el Evangelio y practicaron cuantas maldades se derivan de la corrupción de la religión, me dirigiré a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName>, cuyo juicio cada uno debe aceptar.<o></o>
Pues, si ella puede errar, ya no seré yo, ni siquiera el hombre, quien alimentara este error en el mundo, sino el propio Dios será quien lo autorice y le de crédito, pues Él mismo nos dijo que fuéramos a este tribunal para oír y recibir justicia; entonces, o bien Él no sabe lo que hace o nos quiere engañar, o bien, por el contrario, es allí que se administra la verdadera justicia y las sentencias son irrevocables. <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">La Iglesia</st1ersonName> condeno a Berengario; quien quisiera proseguir el debate, yo lo consideraré como gentil y publicano, a fin de obedecer a mi Señor, que no me deja en libertad a este respecto, antes bien me ordena: Tenlo por gentil y publicano. Esto mismo enseña San Pablo cuando llama a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> columna y fundamento de la verdad (1Th 3,15). ¿No quiere esto decir que la verdad está firmemente sostenida por <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName>? En otros lugares, la verdad solamente se sostiene a intervalos, y con frecuencia cae, pero en <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> permanece firme, sin vacilaciones, inmutable, sin vicisitudes; en pocas palabras, estable y perpetua.<o></o>
Responder que lo que San Pablo quiere decir es que <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Escritura">la Escritura</st1ersonName> fue dada en custodia a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName>, y nada más, es valuar demasiado la comparación que propone, porque una cosa es sostener la verdad y otra muy diferente conservar <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Escritura. Los">la Escritura. Los</st1ersonName> judíos conservan una parte de <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Escritura">la Escritura</st1ersonName>, así como también muchos herejes, pero no por eso son columna y fundamento de la verdad. La corteza de la letra no es verdadera ni falsa, sino según el sentido que se le dé, así será verdadera o falsa. La verdad consiste, pues, en el sentido, que es como la médula, y consecuentemente, si <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> fuese guardiana de la verdad, el sentido de las Escrituras le habría sido entregado para guardarlo, por lo que habría que buscarlo en ella misma y no en el cerebro de Lutero, o de Calvin, o de cualquier otra persona; por consiguiente, no puede errar, ya que siempre conserva el sentido de las Escrituras.<o></o>
Y, de hecho, colocar en este sagrado depósito la letra sin su sentido sería como poner la bolsa sin el dinero, la concha sin el caracol, la vaina sin la espada, el frasco sin el perfume, las hojas sin el fruto, la sombra sin el cuerpo. Pero decidme: si <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> es la depositaria de las Escrituras, ¿por qué Lutero las tomo y las lleva fuera de ella, y por qué no tomáis de sus manos también el libro de los Macabeos, o el Eclesiástico y todo el resto, como <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Carta">la Carta</st1ersonName> a los Hebreos? Porque ella también protesta haber cuidado tan celosamente unos y otros libros. En suma, las palabras de San Pablo se resisten a ese sentido que le quieren dar. Él habla de <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> visible; si no, ¿adónde se dirigiría a Timoteo para hablarle? La llama Casa de Dios, por lo que está bien fundada, bien ordenada, bien cubierta contra toda clase de tormentas y tempestades de error: Ella es columna y fundamento de la verdad; en ella permanece la verdad, en ella vive, en ella se aloja; quien la busque fuera de ella, la perderá.<o></o>
Es tan perfectamente segura y firme, que todas las puertas del infierno, es decir, todas las fuerzas enemigas, no podrían dominarla (Mt 16,18). Sería una plaza tomada por el enemigo si el error pudiese introducirse en las cosas que son para honra y servicio de nuestro Maestro. Nuestro Señor es la cabeza de toda <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> (Ep 1,22 Ep 5,23). ¿No tenéis vergüenza de decir que el cuerpo de un jefe tan santo es adultero, <o></o>
profano, corrompido? Y no se diga que se refiere a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> invisible, porque tal no existe, como ya he demostrado anteriormente. Nuestro Señor es su jefe. Dice San Pablo: Lo ha constituido cabeza de toda <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> (Ep 1,22), no de una de las iglesias para dos que vosotros imagináis, sino de toda <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia. Donde">la Iglesia. Donde</st1ersonName> dos o tres se hallan congregados en Mi nombre, allí me hallo yo en medio de ellos (Mt 18,20). ¿Quién se atreverá a decir que la asamblea de <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> universal de todos los tiempos fue abandonada a la merced del error y de la impiedad? Concluyo, pues, afirmando que, cuando nosotros vemos que <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName> universal creyó y cree en algún artículo, sea que lo veamos expreso en las Escrituras, sea que se deduzca de las mismas, o por tradición, no debemos controlar ni discutir, o dudar de él, sino prestar obediencia y honra a esta celestial Reina que Nuestro Señor gobierna, y regular nuestra fe a este nivel.<o></o>
Porque, así como habría sido una impiedad, por parte de los Apóstoles, haber contestado a su Maestro, también lo sería contestar a <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName>; porque, si el Padre dijo del Hijo: Ipsum audite (Mt 17,5), también el Hijo dijo de <st1ersonName w:st="on" ProductID="la Iglesia">la Iglesia</st1ersonName>: Si quis Ecclesiam non audiverit, sit tibi tamquam ethnicus et publicanus (Mt 18,17).<o></o>
Saludos!!