AYUDA CON LA BIBLIA

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Originalmente enviado por: Alfonso


Eso es falso, Final. Para que eso sea así , los libros históricos, los profetas, los evangelios las cartas apóstolicas y el apocalipsis debieran obras de los que las escribieron (Isaías, Jeremías, Pablo, Pedro, Juan, etc.) y la verdad es que fueron producto de la la inspiración del Espíritu Santo.



Alfonso

si deseas puedes tu transcribir lo que dice ese versiculo haber si es falso lo que dice.
 
Originalmente enviado por: Maripaz




Bueno, habría que analizar esa afirmación, ya que tu iglesia se basa en textos aislados para afirmar doctrinas marianas, de la transustanciación, del purgatorio, de la salvación por obras, del magisterio, de la jerarquización del clero, y un larguiiiiiiiiisimo etcétera. ;)


Te recuerdo que Hermann Hegger fue sacerdote católico, maestro universitario y sabe muy bien lo que dice, y puede relatar lo que ha visto dentro del catolicismo. ¿Has leído alguna de sus obras?



No me queda clara tu respuesta a Gerardo es o no es lo de las acusaciones.
 
Originalmente enviado por: final2002ar



No me queda clara tu respuesta a Gerardo es o no es lo de las acusaciones.



Si no se lee el libro completo de Hegger, no sabe cuantos versículos está usando.


Creo que a ti no te queda claro NADA
 
LA BIBLIA ES LA UNICA AUTORIDAD

LA BIBLIA ES LA UNICA AUTORIDAD

La Palabra de Dios permanece para siempre

Dios nos dice que su Palabra fue escrita una vez y permanece para siempre:

"Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos".
Salmos 119:89

"Mas la palabra del Señor permanece para siempre".
1 Pedro 1:25

"La palabra del Dios nuestro permanece para siempre".
Isaías 40:8

"Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre".
1 Pedro 1:23


La Palabra de Dios es perfecta

La Palabra de Dios no puede ser cambiada, porque es perfecta tal como está:

"La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma".
Salmos 19:7

El catolicismo afirma que solamente los líderes de la Iglesia Católica pueden interpretar correctamente la Palabra escrita, pero la Biblia discrepa con esa afirmación:

"Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo".
2 Pedro 1:20-21

¿De dónde quiere Dios que los hombres aprendan su doctrina: de los sacerdotes o de la Biblia?

"Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia".
2 Timoteo 3:16

Aquí Pablo no se refiere al Magisterio o a la tradición de la iglesia, porque en el versículo anterior dice:

"Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús".
2 Timoteo 3:15

Puesto que la Iglesia Católica no existía cuando Pablo escribió estas palabras, es imposible que él se estuviese refiriendo a las enseñanzas del catolicismo.

La autoridad final nunca ha sido la tradición de los hombres, sino la Palabra de Dios que no cambia:

"Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo".
Colosenses 2:8

Los cristianos del Nuevo Testamento sabían cuál era la autoridad final:

"Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así".
Hechos 17:11

Estas personas fueron a la autoridad final, las Escrituras, para determinar si lo que habían oído era verdadero. Respecto a su Palabra, Jesús dijo:

"El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras".
Juan 14:23-24

Y POR ULTIMO:
"El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán".
Mateo 24:35

:angel:
 
Originalmente enviado por: Maripaz

Bueno, habría que analizar esa afirmación, ya que tu iglesia se basa en textos aislados para afirmar doctrinas marianas, de la transustanciación, del purgatorio, de la salvación por obras, del magisterio, de la jerarquización del clero, y un larguiiiiiiiiisimo etcétera. ;)
Bien. Analízala, entonces. Por otro lado, casi dices que "como los católicos lo hacen, porque los no católicos no lo iban a hacer?". La afirmación ahí está, y justamente lo que mas peculiar me parece, es que no solo de el lo he visto, sino de otros evangélicos.

Si no es así, te agradecería que lo aclararas.


Te recuerdo que Hermann Hegger fue sacerdote católico, maestro universitario y sabe muy bien lo que dice, y puede relatar lo que ha visto dentro del catolicismo. ¿Has leído alguna de sus obras?

Caray... Solo te faltó decir "infalible" (al fin y al cabo, ya no es católico).

Y no, no he leído sus obras. Estoy tratando de conseguir un libro por aquí, pero esa literatura es un poco escasa. En la primer oportunidad, ya te contaré.

Saludos y abrazos.
 
Aquí tienes algo de sus escritos:


DOGMAS DE PASION Y PODER

Cuando se contempla esta lucha por el poder del alma colectiva ca-tólico-romana, también se comprenderá mucho mejor la íntima inter-relación de toda clase de dogmas católico-romanos. Como ya hemos visto, una primera exigencia del afán de poder del sistema católico romano fue que se substrajo al control de la Palabra de Dios. Pero, por esta razón se volcó en los propios razonamientos e ideas. Y asi, desaparecería el contacto con la viva Palabra de Dios, y en lugar de ésta surgió una doctrina fría, árida y escolástica: sortilegio fabricado con razonamientos humanos. Sobre todo desde la Edad Media, Ro-ma permitió que el puro Evangelio se contaminara por el brebaje y verborrea del filósofo pagano Aristóteles. Por esto, la Palabra de Dios. se hizo Impotente. Los dogmas que se originarían del concubi-nato de la Biblia con Babel, de la sabiduría de Dios y la sabiduría del mundo, sólo podían resultar hijos bastardos. Roma comenzó a comprender que esta coriacea fusión de Biblia-filosofía, producto de razonamientos humanos, no podía interesar a la masa; y se cernió el peligro de perder al grueso de sus seguidores. Por tal motivo Roma intentó captarse la atención de los hombres por el camino del sentimiento.

LA MADRE DE LOS PUEBLOS

Así que, lo primero de todo, el sistema romanocátolico comenzó a presentar a la iglesia como la sancta mater ecclesía (santa madre iglesia). Para ello apeló a uno de los sentimientos más profundos en el hombre; y mediante esto, es decir, gracias a esa unión incons-ciente a la propia madre, supo someterse a ella los hombres. De ahí que ahora la iglesia católica romana sea presentada como una madre que vela por sus hijos; y que por esto les proteja de peligros y, por ejemplo, prohiba leer libro de los que no piensan como ella. "La madre sabe muy bien lo que es bueno o malo para sus hijos": así es como Roma consigue hacer creer a la masa, que la prohibición de libros sea un acto de amor maternal, y no un medio para mantener su poder.

Con este titulo de madre de los pueblos también intenta atraer hacia ella a los cansados pensadores que están fuera, y les dice: -"¡Venid hasta mil Yo soy la madre de los pueblos. Poned vuestra atormen-tada cabeza sobre mi regazo. En lo sucesivo, pensaré yo por voso-tros. Yo tomaré sobre mí toda la responsabilidad ante Dios. Confiad, pues, en mí. Yo pondré todo en orden para vosotros"

Con este título, también intenta incitar a sus súbditos contra todo aquel que se vuelve contra Roma. Y entonces se presenta como una madre que se queja a sus hijos y grita, porque es perseguida.

UNA MUJER DE CARNE Y SANGRE

Pero Roma sabe, que la iglesia aún es un concepto vago y sin san-gre. Por eso saca a la palestra a una verdadera mujer; una mujer que realmente fue madre; la bendita entre las mujeres, la madre del Señor, María. Roma sabe, que por medio de esta mujer y madre mucho más fácilmente puede hacer presa en esa relación madre- hijo que todo hombre lleva dentro. De ahí el siempre creciente culto de María.

Roma se identifica con María. También ha conseguido comprometer en esto a los hombres. Quien se allega a María, llega a la iglesia de Roma, y quien se allega a la iglesia católica romana, llega a Maria!".



(Del libro "Madre, yo te acuso". H.Hegger (sacerdote católico- romano, maestro de Filosofía e Historia en el Seminario Mayor de los PP Redentoristas en Tieté.Brasil)

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NO ESCUDRIÑADORES, SINO PESCADORES

1. Las torturas del confesionario


.:YO culpo al sistema romano-católico de que a través de un proceso de siglos se ha sacado de la manga (el "sacramento" de> la confesión auricular, mediante la cual subyuga las conciencias de las gen-tes a fin de sostener y apuntalar su propio poder. Bajo la amenaza del infierno los creyentes son empujados al confesionario. Allí deben arrodillarse ante otro hombre, pecador como ellos, el cual no obstante se sienta en su trono como juez.

Yo acuso por causa de la humillación que en el confesionario se infiere a muchas personas, por motivo del dolor que han de sufrir, y por razón de las angustias que tienen que soportar.

Yo culpo al sistema romano-católico de que oculta a las gentes, que, incluso según la doctrina romano-católica, la confesión jamás puede dar la verdadera certeza del perdón de los pecados. Pues, para una buena confesión es necesario que el arrepentimiento sea sobrenatural. Ahora bien, según la doctrina de Roma, el hombre nun-ca puede saber con certeza de fe si su arrepentimiento es sobrena-tural.

Yo culpo al sistema romano-católico de que obliga al pecador a fun-dar la esperanza del perdón de sus pecados en sí mismo, en el examen de su conciencia y su arrepentimiento. En lugar de indicar al pecador exclusivamente hacia el Cordero de Dios que quita los pe-cados del mundo, el hombre es empujado por la confesión hacia el desierto y soledad de la propia oscuridad de su alma, donde vagará sin esperanza y sin poder encontrar la paz verdadera. Mientras que Jesús, el buen Pastor, precisamente va a buscar a la oveja perdida en el desierto.

Yo culpo al sistema romano-católico de todos los tormentos y torturas, del terrible sufrimiento, de las inquietudes y de la vergüenza que por medio del confesionario son inferidos a las gentes.

Yo acuso por causa de aquella mujer en el pueblo Bergen-op-Zoom, la cual durante la Misión, se acercó hasta mí en el confesionario y llorando me recriminó: "Vosotros siempre con vuestros truenos y rayos sobre el juicio final y el infierno. ¡¡Ya estáis aquí con vuestras intimidaciones!! iVosotros mismos deberíais haberos casado y haber tenido hijos, ¡entonces hablaríais de manera muy diferente!".

Yo acuso por motivo de aquella joven en Limburgo, la cual había padecido durante muchos años una lucha terrible, porque no se atrevió a confesar un pecado, y constantemente era zarandeada por la angustia del infierno y la vergüenza de tener que confesar a otro su pecado, y esto se le convirtió en una obsesión que le perseguía hasta en sueños. Y para acabar con aquella zozobra insoportable, saltó desde el tercer piso de una casa, y sólo cuando fue llevada al hospital declaró entre sollozos su culpa a un sacerdote.

Yo acuso por causa de tantos como nosotros, padres redentoristas, vemos acercarse a nuestro confesionario, que hace veinte, treinta y hasta cuarenta años que han ocultado un "pecado mortal", y que por ello han acumulado sobre sus conciencias sacrilegio sobre sacrilegio, y habían vivido en enemistad con Dios, y que, finalmente, aco-rralados por nuestras predicaciones penitenciales acerca de la con-denación eterna, en un último esfuerzo desecharon todo su sentimiento de vergüenza, y nos contaban todo lo acontecido en sus vidas. Yo culpo al sistema romano-católico de que al alivio que el hombre obtiene tras la confesión, lo presenta como la verdadera paz que Jesús ha venido a traer, mientras que no deja de ser otra cosa que una liberación natural después de la desaparición de la terrible presión que Roma ha puesto sobre las conciencias por medio de la obligación de la confesión.

Yo desafío a cualquier sacerdote a que demuestre con las Sagradas Escrituras, que el creyente debe confesar sus pecados mortales con el número exacto de veces que los cometió, con la especie y las circunstancias que hacen cambiar la especie de pecado. ¿De dónde sacan el derecho de poner semejantes cargas a las conciencias de las gentes?

Yo desenmascaro la confesión como una intervención sobre las conciencias de las gentes que reclama venganza. Yo hago esta inculpación, porque el sacerdote quiere ocupar en el alma de la persona el lugar dónde solo a Dios le corresponde estar como Juez único. Yo acuso por motivo de la actitud inquisitorial que de ello se deriva, y por causa de la superficialidad que de eso se deduce.

Yo acuso, porque en la predicación romano-católica a las gentes se les va con el cuento de que haya protestantes que añorarían esta clase de confesión, mientras que los sacerdotes saben muy bien que los protestantes se refieren a otra cosa muy distinta. Yo acuso, porque los sacerdotes, mediante esta equivocada información, in-tentan encadenar aun más fuertemente al confesionario a sus propios súbditos.

Yo culpo en el nombre del Padre, el cual se ha inclinado con piedad tierna e infinita sobre el hijo perdido, y no le ha preguntado por el número exacto, la especia y la circunstancia de los pecados que había cometido durante su ausencia.

Yo acuso en el nombre del Hijo, cuya obra vicaria de reconciliación es decir, que El murió por nuestros pecados es mancillada por la confesión auricular.

Yo acuso en el nombre del Espíritu Santo, cuya obra callada y silenciosa en el alma es estorbada por la irrupción estruendosa del sacerdote, el cual opina que le es permitido descerrajar con las llaves del papa la puerta de este templo del Espíritu Santo.

Yo testifico, que Jesús ha venido a este mundo, no para martirizar a pecadores, sino para salvarles.

Yo testifico, que en nadie se puede encontrar paz y sosiego, sino en Jesús. El mismo lo ha dicho: "venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mt. 11:28). Nunca jamás ha mandado a alguien con todos sus trabajos y cargas hacia otra persona, sino que siempre ha invitado al hombre atormentado a venir junto a El.

Yo testifico con el Profeta Isaías, que (Jesucristo) "él herido fue por nuestras rebeliones, y sufrió por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados" (Is. 53:5).

Yo testifico, que Jesús "como cordero fue llevado al matadero", y que en consecuencia, nosotros ahora no debemos ser llevados una vez más al matadero espiritual del confesionario.

Yo testifico, que el pecador, que en el templo declara sus pecados únicamente a Dios, vuelve justificado a su casa, según la seguridad que le da el mismo Jesús en Lc. 18: 9-14

Yo testifico, que Jesús, a la mujer que en la ciudad era conocida como una pecadora, y que ungió Sus píes y los regó con sus lágrí-mas y los besó y los secó con su cabello, no le martirizó haciéndola confesar nuevamente ante El su pasado impuro. Ella no necesitaba volver a despojarse ante Jesús del mal uso de su vida pasada, ni precisaba contar el número de veces que había mancillado su honor de mujer, ni tenía necesidad de clasificar su prostitución según la especie y circunstancias que hacen cambiar de especie al pecado.

El Salvador no le dijo más que esto: "Tus pecados te son perdonados... Tu fe te ha salvado, ve en paz" (Lc. 7: 48 y 50). Obsérvese bien: Tu fe, no el confesionario, te ha salvado! ( Lucas 7: 36-50).

Yo testifico, que Jesús a dicho a Sus discípulos: "Yo os haré pes-cadores de hombres" (Mt. 4:19), y no: Yo os haré escudriñadores de injusticias, indagadores de escándalos, removedores de cieno y su-ciedad.

Yo testifico con el apóstol Pablo, que nosotros somos" salvos por medio de la fe...; no por obras, para que nadie se gloríe" (Ef. 2:8-9). Luego tampoco por medio de la obra meritoria de la confesión.

Yo testifico, que el mismo Jesús ha prometido solemnemente: "De cierto, de cierto os digo: El que cree en mi, tiene vida eterna" (Jn. 6:47>. Y el gran predicador penitencial, Juan el Bautista, dijo exacta-mente lo mismo; "El que cree en el Hijo tiene vida eterna" (Jn. 3:36) Jesús dice: El que cree en mi tiene vida eterna, es decir, va al cielo. Pero el sistema romano-católico dice: No, pues además de la fe en Jesús también es necesario que confeséis vuestros pecados morta-les al sacerdote. Pues de otra manera, a pesar de vuestra fe, vais al infierno. Por consiguiente, uno de los dos expresa la verdad: Jesús o el sistema romano-católico.

Yo testifico, que anteriormente, en cuanto romano-católico, nunca encontré en la confesión esa auténtica paz que ahora poseo por la fe en Jesucristo.

Yo testifico, que ahora estoy absolutamente cierto que todos mis pecados han sido perdonados. Pues ahora confío en la promesa de Jesús, y no en palabras de otros hombres, aun cuando tengan un bonete sobre su cabeza o una estola sobre sus hombros. Yo sé que Jesús jamás puede engañar. Y El lo ha dicho clara y expresamente, que quien lleno de confianza se entrega a Su amor misericordioso, obtiene la absolución o perdón de toda culpa. Yo sé ciertamente, que Jesús, tras mi muerte, no me indicará o señalará hacia el infier-no porque no haya llevado mis pecados a un confesionario. Pues no es alguien que primeramente alegre al hombre con hermosas promesas, para después volverle a desilusionar imponiéndole to-da clase de insoportables exigencias.
Yo testifico esto en el nombre del Padre, el cual, "cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones"(Salmo 103: 12); el cual no quiere que el poder absolutamente reconciliador -de la Sangre de Su propio Hijo sea negado por la inspiración de la confesión. Pues "el que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?" (Rom. 8:32).

Yo testifico esto en el nombre del Hijo, el cual amó a los Suyos hasta el fin, y cuya sangre tiene un valor infinito; el cual ha entrega-do su vida no para que los pecadores pudieran por ese medio salvarse a si mismo -tal y como Roma enseña-, sino para salvar a los pecadores sin más.

Yo testifico esto en el nombre del Espíritu Santo, el cual llega a nuestros corazones a santificar la Palabra de Jesús, pero no la pala-bra de un padre espiritual o confesor. El Espíritu Santo, el cual Jesús nos ha enviado como Consolador, y al cual El nos ha confiado después de su ascensión, y no a un severo y duro padre espiritual o confesor.
Yo testifico esto en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

1
2 ¿No puede Jesús hacerlo sin ayuda?

Jesús siempre habló muy sencillamente. Jamás usó palabras difíciles o términos intelectuales. Casi siempre enseñó a las gentes por medio de parábolas.

Yo quiero seguir también este método de Jesús. Aunque sé muy bien que mi empeño es torpe comparado con la agudeza, sencillez y profundidad de las parábolas de Jesús

¿Qué piensas de este padre?
Su hijo mejor ha partido a un país lejano, donde ha dilapidado sus bienes en una vida opulenta. Cuando todo lo hubo malgastado reflexionó sobre sí mismo y lleno de vergüenza y arrepentimiento vuelve a casa y humildemente confiesa su culpa a su padre.

Ahora ese padre le dice: No, yo te concederé el perdón cuando primeramente hayas confesado tu culpa a nuestro vecino.

No diría entonces todo el mundo: ¿Por qué debe hacerse eso? Pues si ese padre piensa aceptar nuevamente a su hijo en virtud del arrepentimiento, ¿por qué, pues, habría de ir primeramente al vecino? ¿qué tiene éste que ver en el asunto?

Y ahora la aplicación: Una persona es hecha hija del Padre celestial por la fe en Jesucristo. Ese hombre o mujer fue débil, y quebrantó los mandamientos de su Padre.

Ahora, sin embargo, tiene pesar de ello, y lamenta y confiesa su culpa al Padre.

Y Roma afirma que Dios envía a su hijo a otro hombre, a un sacer-dote, al cual debe contar lo que ha hecho.

¿No dirá, pues, todo el mundo: -Qué tiene que ver esa otra persona en todo esto? ¿Acaso no es asunto entre Dios y su hijo? ¿Quizá no puede Dios tratar asunto tan persona únicamente con su propio hi-jo?


Qué piensas de este hombre?
Su mujer no ha sido totalmente correcta. No, no ha dado su corazón a otro hombre; pero sin embargo ha jugado con fuego. Pero en cual-quier caso, esta frivolidad fue una injuria para su propio marido.

Mas si ella, por un momento, piensa en el amor puro de su marido, tendrá un profundo pesar de lo ocurrido; se avergüenza de ello en lo intimo de su ser, y confiesa su culpa a su marido.

Este envía ahora a su esposa a otro hombre, que nada tiene que ver en el caso, y ella debe contarle todo el relato de su desliz. ¿Acaso esto no carece de sentido, y además no resulta peligroso?

Pues bien, en la Biblia la iglesia , congregación de creyentes ver-daderos es llamada esposa de Jesucristo; esta esposa no es com-pletamente fiel. Si, su corazón permanece junto al Señor; pero aquí sobre la tierra hay tanto que nos cautiva y atrae y nos quiere apartar de El

Pero la esposa vuelve una y otra vez hasta Jesús. ¿Puedes imaginar-te que Jesús la remita a otro hombre, a un sacerdote, y que El, si no lo hace no quiera aceptarla como esposa? En asuntos tan Íntimos ¿acaso vas a mezclar a otra persona? Eso lo deben solucionar mutuamente esposo y esposa, hombre y mujer. ¿Y acaso Jesús no es lo "suficientemente hombre" para solventar las relaciones con su esposa de una forma total? ¿Acaso necesita para ello de la concurrencia de un "padre espiritual"?

"he aqui que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón. Y te desposaré conmigo para siempre... y conocerás a Jehová' (Oseas 2:13, 19 y 20).

Las excepciones que confirman la regla.
Ahora bien, imagínenos que un muchacho ha dado la tabarra a un vecino y le rompe un cristal de la ventana. Pero tiene pesar de lo y se lo dice a su padre. Es seguro que su padre le dirá: ya veo que tienes sincero arrepentimiento. Por eso te lo per-dono totalmente, pero debes ir enseguida hasta nuestro vecino, y pedirle disculpas, y ese cristal lo has de pagar con el dinero de tus ahorros.

Efectivamente hasta aquí todo está bien: pero en este caso también se halla implicado de forma esencial el vecino; pues ese muchacho tiene que arreglar un asunto con él.

Pero si yo me he revelado porque Dios me mandó una enfermedad; yo me examino profundamente y no me quiero someter a la voluntad del -Padre celestial, ¿acaso el sacerdote tiene algo que ver en esto? O si yo he robado a otra persona, esto lo deberé solu-cionar con esa persona. Un sacerdote no precisa inmiscuirse en en esto, si yo mismo he decidido reparar el mal causado.

Por eso el apóstol Santiago dice: "Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados" (Sant. 5:16).

SI, cuando hemos hecho algo contra otro, eso puede afectarnos tan profundamente que nos ponga enfermos. En ese caso deberemos quitarnos de la conciencia semejante carga confesándole a nuestro prójimo nuestra ofensa y culpa, pues de otra manera de nada sirven la ayuda del doctor y la oración con el fin de obtener curación. ¡Confesaos unos a otros vuestras mutuas ofensas! En ningún lugar de la Biblia leemos: Confesad a los sacerdotes vuestros pecados.


A quienes perdonéis las pecados. -.

Pero Jesús ha dicho a sus discípulos: "A quienes perdonéis los pe-cados, les son perdonados" ( Juan 20:23).

Mas con esto, Jesús no ha obligado a los cristianos a confesar sus pecados a los sacerdotes! Esto es una conclusión que Roma ha sa-cado de ese texto. Roma asegura; Jesús quiso decir también lo siguiente: Y si los hombres no quieren confesaros sus pecados, entonces van al infierno.

Pero sí Jesús realmente nos hubiera querido ordenar algo de tanta gravedad, entonces El mismo lo hubiera añadido de forma clara y contundente.

Además, sí alguien pudo saber lo que Jesús realmente quiso decir, esos son los apóstoles, no cabe duda. Ahora bien, los apóstoles jamás han entendido estas palabras de Jesús en el sentido de una confesión de los pecados obligatoria a ellos o a los sacerdotes. Los apóstoles nunca escucharon confesiones, ni aconsejan a las gentes a confesar.

Fue en el cuarto concilio lateranense, en 1215, el que definitivamente promulgó la obligación de confesar. Pero ¿piensan nuestros lectores que los participantes de dicho concilio sabían mejor lo que Jesús había querido decir a los apóstoles con aquellas palabras?

El anuncio gozoso

Este es el gozoso anuncio del Evangelio: que nos podemos acercar directamente a Jesús y a nuestro Padre celestial. Cuando en fe nos hemos entregado totalmente a Jesús, entonces surge una relación intima y personal entre Dios y nosotros, y Jesús ya no nos señala o indica hacia un hombre extraño; sino que dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mt.11:28).

Pero ahora oigo que mis lectores vuelven a preguntar: -¿Cómo, pues, actúa Jesús en su obra? ¿Es que acaso obtienes la certeza íntima de que tus pecados han sido perdonados, cuando en oración hablas sobre ellos con Jesús?

Para muchos romano-católicos que están acostumbrados a apoyarse en cosas externas: en la mano del sacerdote que hace la señal de la cruz, en su boca que pronuncia las palabras de la absolución, esta es una cosa muy posible y comprensible.

Pero Jesús vino a establecer una "religión" para ser vivida "es espi-ritu y en verdad" (Jn. 4:24). Este es precisamente el contraste con el Antiguo Testamento, cuando todo aun estaba lleno de ceremonias mas. Por eso, según nosotros, el romano-católicismo es propiamente un retroceso a los tiempos previos a la venida de Jesús, una vuelta o regreso a lo imperfecto del Antiguo Testamento. Pero si ustedes quieren hablar acerca de todo esto, háblenlo con un creyente protestante. Pero sobre todo lean mucho la Biblia. Esta es la Palabra viva de Dios; y de ahí aprenderán a conocer y comprender la verdadera religión del espíritu y la verdad.






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Puedes solicitar información sobre sus libros a través de la siguiente página web, que corresponde a una revista publicada por ex sacerdotes, de la que fue fundador Hegger


http://www.epos.nl/ecr/


Este es uno de sus últimos escritos:

¿Hijo o Siervo de DIOS?

Según la revista (holandesa) "Katholiek Nieuws" del 13 de abril del 2001, el Papa en un encuentro con los padres de la basílica de Roma dijo: "La confesión personal es el único camino que tienen los creyentes para reconciliarse con Dios". ¡Lamentable, muy lamentable! Yo poco a poco he visto en mí una desgana por la polémica, pero lo que el Papa dice en esa frase me ha decepcionado tanto que no puedo callar.

Por distintas razones encuentro esta frase muy desafortunada. Por razones sicológicas, entre otras porque yo como antiguo confesor sé que la obligación de confesar todos los pecados en el terreno del sexo bajo la amenaza del infierno y de condenación, era causa de toda clase de tormentos, angustias y vergüenzas, sobre todo para las señoras y señoritas. Pero más aún, porque una tal confesión obligatoria está en total contradicción con el Evangelio, la buena nueva que Cristo vino a traer. Ejemplos:

Cuando el hijo pródigo vuelve
Cuando el hijo pródigo vuelve (véase Lucas 15:11-32), no necesitó primero "confesar todos sus pecados mortales y cada uno en particular (omnia et singula pecata mortalia) con todas sus circunstancias" (Trento, sesión 14 canon 7) a su padre o a un representante de este. Tampoco necesitó devolver la herencia malgastada. Ni siquiera una parte. Ni se le impuso penitencia alguna. Ni se le pidió satisfacción alguna.
Diametralmente en contra enseña Trento que, si alguien arrepentido confiesa su pecado en la confesión, a pesar de eso aún se le tiene que imponer una penitencia (satisfactio) (Trento, sesión 14, canon 14).
El canon 12 maldice incluso a aquellos que afirman que Cristo en su cruz eliminó todo castigo (totam poenam) por nuestros pecados. Sé que la penitencia que a uno le impone el confesor, es insignificante, pero es totalmente abíblico. Así se oscurece el "gran gozo" que el ángel anunció con el nacimiento de Cristo: "os ha nacido hoy el Salvador".
Jesús nos quiere garantizar por medio de esa parábola del hijo pródigo que el ángel con razón ha proclamado esa buena nueva con motivo de Su nacimiento. Pablo se expresa así: "las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2 Cor. 5:17). La Iglesia Católica Romana, sin embargo, quiere que arrastremos lo viejo, nuestros pecados pasados como una carga. Incluso el Antiguo Testamento es más misericordioso: "Echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados" (Miqueas 7:19). Pero la Iglesia Católica Romana exige que pongamos un traje para bucear en lo profundo de nuestros pecados, que Dios había arrojado, y de nuevo traerlos a flote y confesarlos ante un sacerdote, de lo contrario no recibiremos el perdón e iremos al infierno.

Hijo y siervo no son compatibles
El hijo pródigo no se sentía ya digno de ser tenido de nuevo por miembro de la familia. Él quiso proponerle a su padre que lo tomase sólo como uno de los siervos a sueldo en su hacienda. Quería así ganar su sustento. Tenía razón: ser hijo y siervo al mismo tiempo no cabe. Es lo uno o lo otro. Pero el padre no quiere saber nada de eso. Le abraza y le besa y en seguida se organiza una fiesta. Le recibe como su hijo, a pesar de su gran pecado pasado. El padre no sintió asco alguno de su hijo descarriado y mancillado. Y Jesús quiere con esta parábola aclararnos que también Dios nos acepta como hijos suyos cuando arrepentidos nos volvemos a Él y depositamos toda nuestra confianza en Su Hijo. Según Pablo nosotros, que por nuestros pecados habíamos derrochado la herencia, por esa misma confianza en Cristo somos hechos "coherederos con Cristo" (Rom. 8:17). Así, pues, somos más ricos que éramos, antes de que derrochásemos por el pecado la herencia de Dios (los dones y talentos que habíamos recibido de Él). Jesús ha confirmado eso con otras palabras: "Ya no os llamaré siervos.... pero os he llamado amigos" (Jn. 15:15). Alguien que está en una relación laboral de siervo, nunca puede ser un auténtico amigo de su amo.

¿Hijos asalariados del Padre?
Por desgracia la Iglesia Católica Romana también ha definido claramente que el hombre después de que es hecho por pura gracia hijo de Dios, no obstante aún deben ganar con sus buenas obras el cielo, el derecho a entrar en el gozo eterno de la casa del Padre (Concilio de Trento, sesión 6, canon 32).
¡Lamentable, muy lamentable!
Para los creyentes es un gran consuelo tanto en la vida como en la muerte saber que: Dios nos aceptó como hijos de pleno derecho y para siempre. No necesitamos afanarnos más nosotros mismos para ganar el favor de Dios. Su gracia reposa para siempre sobre nosotros porque Él por la fe viva nos ha hecho uno con Su amado Hijo. No hace falta que nos sintamos amenazados. Ningún doloroso sentimiento de inferioridad y ningún desgarrador complejo de culpabilidad hace falta que carcoma más nuestra alegría. No hace falta que demos prueba de nuestras actitudes ni ante Dios ni ante los demás. Por Su gracia nos ha metido en la dimensión de Su amor.

Yo doy fe de Su amor
Me sé para siempre guardado en Su misericordia. Sé que Sus brazos me sostienen para no dejarme caer (Deut. 33:27). Por eso le estoy tan agradecido y le amo con un amor indecible. No quiero hacer nada por lo que tenga que hacerme de nuevo siervo. Quiero guardar estrictamente sus preceptos, porque nada hago con más agrado que la voluntad de mi Amado. No porque Él me lo ordene, sino sencillamente porque le amo. Por eso respiro libremente en el espacio de este amor perdonador de Dios. Por eso me siento un hombre libre que ha sido liberado por Cristo (Jn. 8:36).

Una pregunta
¿Hay mucha gente protestante (evangélica) que viva realmente por gracia? Tal vez se tenga que aplicar a nosotros la amonestación de Pablo: "Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud" (Gal. 5:1).
¿No son muchos los que están continuamente ocupados para presentar a Dios una hoja impecable? ¿Pero no sabes que esto no es necesario, si tú por la fe en Su promesa has sido hecho hijo de Dios? Ya que debes saber ciertamente que estás inscrito en Su Libro de la vida. La doctrina errónea de los gálatas nos acecha a todos nosotros. Si nos deslizamos por ella, otra vez de nuevo comenzamos a suspirar. Entonces intentamos alcanzar la mayor calificación posible en nuestro informe de conducta. Y a la par se pone en marcha la competencia entre unos y otros: a ver quien puntúa más alto. Entonces nos abrimos paso a codazos espiritualmente para poder estar en las primeras filas en el templo, para enumerar ante el Señor Dios cuán honrados y activos somos y cuántos excelentes trabajos hemos hecho.
¿Por qué nosotros mismos nos afanamos tanto y a cada paso por ello tratamos con aspereza a los otros? ¿Por qué nos ensalzamos a nosotros mismos y humillamos a los otros? ¿Por qué hacemos gala de nuestra "sana doctrina" y por eso buscamos faltas en lo que los otros profesan? ¿Por qué amargas tu propia vida y la de los otros como hizo el hermano mayor en la parábola? Estarás de acuerdo conmigo que saldría un enorme poder de arrastre de nuestras iglesias, si muchos más miembros de las iglesias irradiasen una alegre confianza en el misericordioso amor de Dios.
¿Quieres reflexionar sobre estas preguntas? Muchas gracias.

H.J.Hegger