San Agustín es muy citado por protestantes (tanto luteranos y calvinistas) como un exponente de la doctrina de la Sola Fides y por sus textos relacionados con la predestinación. Particularmente no puedo explicarme el porqué existiendo también textos tan claros del mismo Agustín sobre el purgatorio, la oración por los difuntos, doctrinas opuestas a la Sola Fides.
La mayoría de los textos citados por protestantes son textos donde San Agustín combate al pelagianismo (una herejía que predicaba que el hombre se salvaba por obras y no por gracia). Pelagio vendría siendo algo así como la Némesis de Lutero (Pelagio predicaba “Solo Obras”, Lutero “Solo Fides”, San Agustín la doctrina ortodoxa: La católica)
Un ejemplo lo tenemos en lo referente al libre albedrío, que Lutero declaró ser “pura mentira” (en De Servo Arbitrio) , sin embargo, cuando Agustín es acusado por los pelagianos de negar el libre albedrío se defiende vigorozamente:
Agustín de Hipona, Replica a Juliano IV,47 “Afirmas que en otro de mis libros dije: «Se niega el libre albedrío si se defiende la gracia, y se niega la gracia si se defiende el libre albedrío». Pura calumnia. No dije esto; lo que dije fue que esta cuestión presenta tan enormes dificultades que pudiera parecer que se niega uno si se admite la otra. Y como mis palabras son pocas las voy a repetir para que vean mis lectores cómo amañas mis escritos y con qué mala fe abusas de la ignorancia de los tardos y romos de inteligencia, para hacerles creer que me has respondido porque no sabes callar.
Dije hacia el final del primer libro, dedicado al virtuoso Piniano, cuyo título es De gratia contra Pelagium: «En esta cuestión que trata del libre albedrío y de la gracia de Dios es tan difícil delimitar el campo, que, cuando se defiende el libre albedrío, parece se niega la gracia de Dios, y cuando se defiende la gracia de Dios, parece se destruye el libre albedrío». Pero tú, varón honesto y verás, suprimes las palabras que dije y pones otras de tu invención. Dije, sí, que esta cuestión era difícil de resolver, no que fuera imposible. Y mucho menos afirmé, como falsamente me acusas, que, si se defiende la gracia, se niega el libre albedrío, si se defiende el libre albedrío, se niega la gracia de Dios. Cita mis palabras textuales y se evaporan tus calumnias” (65)
Agustín de Hipona, Replica a Juliano III,2 “No es cierto, como dices “que llamamos pelagianos o celestianos a todo el que reconoce en el hombre el libre albedrío y afirme que Dios es el creador de los niños", sino que damos este nombre a los que no atribuyen la libertad, a la que hemos sido llamados, a la gracia divina; y a los que rehúsan reconocer a Cristo como Salvador de los niños; a los que no admiten en los justos la necesidad de dirigir a Dios petición alguna de la oración dominical. A éstos sí, los llamados pelagianos y celestianos, porque participan de sus criminales errores.” (66)
Agustín de Hipona, Replica a Juliano V,65 “Dices que “alabo la continencia de los tiempos cristianos no para encender a los hombres en amor a la virginidad, sino para condenar el matrimonio, instituido por Dios". Mas para que nadie crea te atormenta la sospecha de una mala interpretación de mis sentimientos, me dices, como queriendo aprobar: “Si con sinceridad exhortas a los hombres a la virginidad, has de confesar que la virtud de la castidad puede ser observada por los que quieran, de suerte que cualquiera puede ser santo en el cuerpo y en el espíritu". Respondo que lo admito, pero no en tu sentido. Tú atribuyes este poder sólo a las fuerzas del libre albedrío; yo lo atribuyo a la voluntad, ayudada por la gracia de Dios. Sin embargo, pregunto: ¿Sobre qué ejerce el espíritu su poder para no pecar sino sobre un mal que, si vence, nos hace caer en pecado? Y para no tener que decir, con los maniqueos, que este mal viene de una naturaleza mala, a nosotros extraña y con la cual se mezcla, nos resta confesar que existe en nuestra naturaleza una herida que es necesario curar, y cuya mancha nos hace culpables si no es lavada por el sacramento de la regeneración” (67)
San Agustín también rechaza la posición calvinista y declara que es el hombre por su propia elección quien pierde la gracia y se hace malvado (Calvino afirmaba que quienes no fueron predestinados nunca recibieron la gracia, porque de haberla recibido, no pudieran resistirla y se salvarían
Agustín de Hipona, Amonestación y Gracia 6,9 “Pero si alguien ya regenerado y justificado tendría, por voluntad propia, que recaer en su mala vida, ciertamente ese hombre no puede decir: Yo no lo he recibido; porque él perdió la gracia que él recibió de Dios y por su propia libre elección se hizo malvado” (68)
Agustín de Hipona, Comentario sobre los Salmos 83:16 “Él otorgó el perdón, y pagará la corona. Del perdón es donador, y de la corona deudor, pero ¿por qué deudor? ¿Él recibió algo?…El Señor se hizo a sí mismo deudor no por recibir algo, sino por prometer algo. Uno no le dice “Paga por aquello que haz recibido”, sino , “Paga por aquello que haz prometido” (69)
También rechaza explícitamente la doctrina de la Sola Fides:
Agustín de Hipona, Manual de fe, esperanza y caridad XVIII,3 “Ahora, si el malvado fuera salvado por el fuego a cuenta de solamente su fe, y si esta fue al forma en que el pasaje del bienaventurado Pablo debería ser entendido-”Pero él mismo será salvado, como por fuego”– entonces la fe sin obras sería suficiente para salvarse. Pero entonces lo que el apostol Santiago dice sería falso. Y también falso sería otra frase del mismo Pablo: “No se equivoquen", dice, “ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni ladrones, ni los codiciosos, ni borrachos, ni revilers, ni extortioners, heredarán el reino de Dios” (70)
Quizá la declaración más clara de San Agustín a este respecto lo tenemos en su tratado sobre la gracia y el libre albedrio.
Agustín de Hipona, Sobre la gracia y el libre albedrío. XVIII-XX “La fe sin buenas obras no es suficiente para la salvación Personas poco inteligentes, sin embargo, con respecto a las palabras del apóstol: «pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley» han pensado que quiere decir que la fe es suficiente para un hombre, incluso cuando lleva una mala vida, sin buenas obras. Imposible es que tal persona debiera juzgarse recipiente de la elección por el apostol, quien, después de declarar que en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión; sino la fe que obra por la caridad. Es esa la fe infiel a Dios de los demonios impuros, -que incluso «creen y tiemblan», como dice el apóstol Santiago. Por tanto, ellos no poseen la fe por la que el hombre vive, - la fe que actúa por el caridad en tal sabiduría, que Dios la recompensa de acuerdo a sus obras con la vida eterna. Pero en la medida en que tenemos nuestras buenas obras de Dios, de quien también proviene de nuestra fe y nuestro amor, por lo que el mismo gran maestro de los gentiles ha designado a la vida eterna como un regalo de Su gracia”.
Y de aquí nace otro problema de no poca importancia, que, con la gracia de Dios, hemos de resolver. Si la vida eterna se da a las buenas obras, como con toda claridad lo dice la Escritura: Porque el Hijo del Hombre. . .pagará a cada uno conforme a sus obras, ¿cómo puede ser gracia la vida eterna, si la gracia no se da por obras, sino gratis, de acuerdo con el Apóstol: Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda? Y en otro lugar: Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia y a continuación: Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. ¿Cómo, pues, será gracia la vida eterna, si a las obras responde? ¿O es que quizá no llama gracia el Apóstol a la vida eterna? Es más: tan claramente lo dice, que es de todo punto innegable. Y no es que requiera esta cuestión un ingenio agudo. Basta sólo un oyente atento. Porque cuando dijo: Porque la paga del pecado es muerte, en seguida añadió: mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.
Este problema, a mi parecer, sólo puede resolverse entendiendo que nuestras buenas obras, a las que se da la vida eterna, pertenecen también a la gracia de Dios, toda vez que nuestro Señor Jesucristo dice: Sin mí nada podéis hacer. Y el mismo Apóstol, al decir: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras para que nadie se gloríe, vio que los hombres podrían entender como no necesarias las obras y bastar sólo la fe, como también que los hombres podrían gloriarse por sus buenas obras, cual si a sí mismos se bastaran para realizarlas; y por eso añadió: porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. ¿Y qué significa, pues, esto, que, recomendando el Apóstol la gracia y asegurando que no proviene de las obras, para que nadie se gloríe, da luego la razón y dice: somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras? ¿Cómo, pues, no por obras para que nadie se gloríe? Pero repara y entiende: no por obras como tuyas y de tu procedencia, sino como obras en las que el Señor te plasmó, es decir, te formó y creó, porque esto es lo que dice: Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, no con la creación que dio vida a los hombres, sino con aquella otra que ya supone al hombre y de que habla el Salmo: Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y de la cual dice el Apóstol: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios. Somos plasmados, es decir, somos formados y creados para buenas obras, que no preparamos nosotros, sino Dios, para que en ellas vivamos. Así, pues, carísimos, si nuestra vida buena no es más que gracia de Dios, sin duda alguna que la vida eterna, que se da a la vida buena, don es de Dios, ambas por cierto gratuitas. Pero sólo aquella que se da es gracia; mas la que se da en este caso, ya que es premio de la vida buena, es gracia que recompensa a otra gracia, como retribución por justicia, para que se cumpla, ya que es verdadero que Dios dará a cada uno según sus obras. (71)