La idea de decir “dale a Jesús una oportunidad” es profundamente equivocada porque invierte por completo el orden bíblico de la salvación. La Escritura jamás presenta a Cristo como un mendigo espiritual esperando que el pecador finalmente lo considere; por el contrario, muestra al ser humano como totalmente incapaz, muerto en delitos y pecados (Efesios 2:1), necesitado desesperadamente de la gracia soberana de Dios.
Cuando hablamos como si Jesús estuviera “buscando un lugar donde habitar”, caemos en una noción humanista que reduce al Señor de gloria (1 Corintios 2:8) a un ser dependiente de nuestra aceptación. La Biblia enseña exactamente lo opuesto: no es Cristo quien necesita del hombre, sino el hombre quien necesita con urgencia de Cristo. El pecador no ofrece oportunidades; el pecador suplica misericordia. No es el hombre el que extiende una mano salvadora, sino Dios quien desciende para levantar al caído (Salmo 40:1-3).
Jesús no ruega por atención: Él llama con autoridad soberana, como llamó a Lázaro desde la tumba (Juan 11:43-44). No pidió permiso para resucitarlo; dio una orden, porque donde Cristo habla, la muerte obedece. Así también actúa en nuestra salvación: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” (Juan 15:16). La iniciativa siempre es divina.
Presentar a Cristo como necesitado de nuestra respuesta ignora la realidad de nuestra corrupción. El “miserable hombre” (Romanos 7:24) soy yo; el necesitado, el pobre en espíritu, el ciego, el perdido (Lucas 19:10), soy yo. Él es el Pastor que va detrás de la oveja, no la oveja la que busca al Pastor. La obra comienza en Él, continúa en Él y culmina en Él (Filipenses 1:6).
Por eso, la frase “dale a Jesús una oportunidad” rebaja la gloria del Evangelio y exalta el orgullo humano. Cristo no busca oportunidades: Él ejerce dominio, revela su gracia, abre los ojos del corazón y trae vida donde solo hay muerte.
La verdad bíblica es esta:
No es Cristo quien espera ser aceptado. Somos nosotros quienes, por pura gracia, somos alcanzados, quebrantados y transformados por Él.