Apreciado HURKAWAY:
Apreciado HURKAWAY:
Es cierto que mi pronóstico huele a azufre; pero bastante ácidos suelen ser tus juicios respecto a las citas bíblicas que tanto parecen incomodarte. Si hicieras lo mismo con los suras y aleyas del Corán, no quisiera yo estar en tu pellejo.
Salvo la aplicación final a tu situación particular, presente y eterna, que me entró a preocupar a medida que discurría en el mensaje, venía respondiendo precisamente a la primer cuestión que me planteabas, tras la pregunta que me hacías:
“¿Cómo haces para conocer aquellas pretendidas VERDADES de lo divino como las que figuran en la Biblia si no es por la lectura previa de la misma O en su defecto por el acceso como oyente por medio de la transmisión oral de la misma?”.
Así decía que todas las verdades anteceden a su comunicación, oral o escrita. También, que es posible inferir una de otras.
El gran hecho es que “Dios ha hablado” (Hebreos 1:1). Que lo hiciera muchas veces y de muchas maneras, prueba que no se limitó a lo dicho a Adán tras la creación. Su hablarnos últimamente por su Hijo, pese a los dos milenios transcurridos es actual y sigue vigente.
Que el hablar de Dios al hombre lo tengamos consignado en la Biblia es una gracia de Dios y un privilegio del hombre. Desde la imprenta al final del siglo XV hasta la informática actual, es posible inundar con la Palabra de Dios no solamente el espacio físico con ejemplares materiales, sino llegar por radio e Internet a las selvas amazónicas y a las bases antárticas. Así que la humanidad no puede excusarse con lo inaccesible del mensaje. Incluso, para aquellos reductos todavía impenetrables, nos queda la explicación de Pablo en la segunda mitad del primer capítulo de su epístola a los Romanos.
Por supuesto que de las ciencias y demás materias nada sabríamos si no hubiésemos contado con los textos y/o maestros apropiados.
Tampoco del Evangelio nos hubiéramos enterado si no se hubiesen puesto ejemplares impresos en nuestras manos, o por la predicación y testimonio de misioneros y evangelistas que nos dieron audiblemente el mensaje.
Si Jesús comisionó a sus discípulos a que lo hicieran por todo el mundo, a cada criatura, es porque esa fue la forma elegida por Dios para propagar su Palabra.
Si Él lo hubiera así querido, podía haberlo escrito con las estrellas, de modo que cada noche despejada de nubes se pudiera leer una página en esperanto, para llegar así a todo el orbe.
También podía haber enviado bandadas de loros o papagayos distribuyéndolos por todo el mundo conforme a los idiomas hablados en cada lugar, para que escucháramos su voz.
Pero el quiso que las Sagradas Escrituras nos trasmitieran su Palabra, y que por el Evangelio supiésemos del mensaje salvador. Por ello dice Juan al final de su evangelio, que aunque él creía que no cabrían en el mundo los libros que podrían escribirse de las cosas que hizo Jesús, las allí escritas bastaban para creer “que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn.20:30,31; 21:25).
El problema no está entonces en que tengamos una Biblia con la que enterarnos de todas aquellas verdades que de otro modo ignoraríamos, sino que recién se presentaría en el supuesto de que no la tuviéramos. Es todo un tema para un gran sermón, una obra literaria de ficción, y hasta una película de cine catástrofe: ¿Cómo sería nuestro mundo actual si jamás hubiera existido la Biblia? Si teniéndola, traducida a tantos idiomas, siendo el libro más distribuido y leído, el mundo está como está, ¿podríamos imaginarnos la sociedad moderna sin tal influencia?
Podríamos con todo, imaginarnos dos mundos diferentes aunque ambos sin Biblia:
Uno, en que existiría el Corán y los demás libros sagrados hinduistas, budistas y las demás religiones.
Otro, en que no hubiera libro o texto alguno de materia religiosa.
En cualquiera de los casos podría preverse una calamitosa situación en plena barbarie.
Así, pues, el contestar por la afirmativa, en el sentido de que para conocer todas aquellas verdades es menester la lectura de la Biblia, es responder por lo obvio.
A tal beneficio, no sé qué maleficio podrías achacarle.
Que la Biblia sea manipulada por herejes de toda laya y hasta por el mismo Diablo, habla bien de ella; solamente lo santo, bueno y verdadero se usa para hacer el mal con apariencia de obrarse el bien.
Veamos otra pregunta complementaria que haces:
“¿O acaso puede ser verdadero que la Verdad Divina dependa del conocer o no lo expresado en la Biblia?”.
Respondo: la Verdad Divina “está en Jesús” (Ef.4:21), por lo que existiendo en Dios mismo, no requiere necesariamente de su comunicación, oral o escrita.
Ahora bien, habiendo sido comunicada por Dios al hombre, a veces a viva voz; otras, inspirando a los profetas, apóstoles y demás escritores por el Espíritu Santo, conocemos mejor esa Verdad cuanto más leamos las Escrituras con la guía del Espíritu de verdad (Jn.16:13).
Pero para quien nunca pudo leer o escuchar nada de la Biblia, la Verdad Divina - todavía de un modo más natural y primitivo -, puede ser conocida “porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó: lo invisible de él, su eterno poder y su deidad, se hace claramente visible desde la creación del mundo y se puede discernir por medio de las cosas hechas. Por lo tanto, no tienen excusa, ya que, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias. Al contrario, se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Pretendiendo ser sabios, se hicieron necios” (Romanos 1:19-22). El verbo “pretender” que tú aplicas a las verdades bíblicas, aquí está oportunamente conjugado.
Pero si alguien desdeña la Biblia – hasta quizás por antipatías personales hacia algunos de sus expositores -, y prefiere rebuscar entre otros textos menos trillados que los de nuestra cultura “occidental y cristiana”, por supuesto que lo ignoto conserva su atractivo y quizás hasta encuentre por allá algo que se avenga mejor a su modo de ver las cosas. Pero quien ha hallado la verdad en la Palabra de Dios, no arriesgará extraviarse en terreno fangoso, y mejor hará en seguir explorando las vetas que le proveen agua fresca y yacimientos de oro y plata.
Decías en el párrafo anterior a la pregunta recién citada:
“Mi intención es demostrar que fuera de estos soportes y medios, lo expresado en la Biblia es inaccesible al conocimiento del hombre. Y por inaccesible es falso en cuanto a su naturaleza fáctica de Verdad Divina.”.
Si lo anterior lo hubieses dicho con respecto al Corán y los libros sagrados de las religiones orientales, algo de razón tendrías. Por lo menos en mi país, habría que buscar alguna librería especializada en literatura esotérica para adquirir algún ejemplar. Pero Biblias, Nuevos Testamentos y Evangelios se distribuyen ampliamente y hasta gratuitamente.
No hay otro libro más accesible a la humanidad que la Biblia. En cambio para leer legítimamente el Corán habría primero que aprender árabe, dado que no son admisibles – entre musulmanes -, las traducciones, aunque las hay.
Sin embargo, en lo que has dicho hay un aspecto cierto: de la mera lectura de la Biblia no resulta necesariamente un conocimiento cierto y eficaz de la Verdad Divina. Los ojos y la mente no alcanzan; es necesaria también la disposición del corazón. Jesús expresó que el que quisiera hacer la voluntad de Dios conocería de la doctrina. Si una persona en su fuero íntimo lo que menos quiere es acatar la voluntad de Dios, podrá leer y releer la Biblia cuantas veces quiera sin provecho alguno. A lo sumo, la asimilación intelectual de su contenido aumentará su culpabilidad, y la lectura del texto bíblico le resultará tan fastidiosa hasta llegar a serle odiosa. Por lo cual, nada mejor que volverse a las fábulas y mitologías antiguas y lejanas. Allí también encontrará profundidades, aunque sean las del mismo Satanás (Ap.2:24).
Es un hecho, que a cuantos no reciben el amor de la verdad para ser salvos, Dios le envía un poder engañoso, para que crean en la mentira y sean así condenados los que no creyeron a la verdad (2Ts.2:10-12).
Advierto que tú asientas tus propias premisas, y conforme a ellas, aceptas o desechas las verdades bíblicas. Todo cuanto se refiera al amor lo apruebas. Todo cuanto se refiera a la exclusividad de Jesucristo y sus demandas, lo desapruebas. Lo que pueda ser edificado por sobre tu presupuesto, no dudas en confesar que es de Dios. Lo que de ninguna manera encaja con tu presupuesto, es material espurio, invento de escribas miserables.
Esto explica el que tengamos una óptica tan diferente: para ti, el conocimiento de la Biblia implica una limitación, para mí una expansión. Hace ya casi dos mil años que desde que los primeros discípulos comenzaron a extenderse desde Jerusalem por toda la Judea y Samaria y hasta lo último de la tierra, arrostraron peligros, sufrieron persecución y muerte por llevar el Evangelio y las Escrituras a los pueblos más apartados. Yo no he visto idéntico afán misionero por aquellos que alimentan sus creencias en los textos sagrados del Oriente. Su religión estaba geográficamente limitada al entorno de una misma tradición, cultura e idioma, con apenas matices locales. Los propios europeos debieron encargarse de difundir tales textos en Occidente. Si algún camino de verdad creyeron conocer, parece que no les interesó compartirlo con el resto de la humanidad lejos de ellos.
Finalmente, pones juntos dos párrafos míos distantes uno del otro y fuera de sus respectivos contextos, para mostrarlos como contradictorios. Jesús, como la puerta de salvación, es un acceso universal; lo que dije ser de procedencia satánica, no es el acceso sino la posición universalista afín también a la panteísta. (El universalismo propone que a la postre toda la humanidad será salva). Debes tener cuidado en como redactas, pues nuestros lectores fácilmente pueden volver atrás para comprobar lo que estamos haciendo.
Si te parece que hubo algún punto tuyo del que esperabas respuesta y lo omití, házmelo notar. Por no extenderme mucho más de lo que ya lo hice, atendí a lo que creí substancial.
Cordiales saludos.
Ricardo.