Re: Paradoja de la omnipotencia
Hola hermanos, ahí os envío un artículo interesante sobre el tema:
Es un poco extenso pero merece la pena
LA FALACIA DE LA OMNIPOTENCIA
Por David Larson
“Cuando era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1 Corintios 13: 11).
No hace mucho un amigo me contó acerca de una adolescente que es familiar suyo y que está luchando denodadamente contra una enfermedad mortal. “A veces uno no entiende”, dijo. “Ya lo creo”, respondí.
¿Por qué permite Dios que ocurran estas cosas? Aunque no se lo dije a ese amigo, parte de una respuesta que cada vez tiene más sentido para mí es que el poder de Dios es limitado. Contrariamente a nuestras primeras impresiones durante la niñez, la omnipotencia divina no significa que Dios pueda hacer todo lo que se nos ocurra, cualquier cosa que venga a nuestra mente. Correctamente entendida, la omnipotencia no es, como dice uno de los diccionarios que tengo en casa, “poder y capacidad ilimitados”. Si entendemos mal este asunto, culparemos a Dios por todo y cada mal que hay en el mundo de acuerdo con lo que yo llamo “la falacia de la omnipotencia”.
El hecho de captar este asunto significa dar un paso, o más de uno, en el largo camino que conduce a una fe madura.
Si entiendo correctamente las cosas, el poder de Dios está limitado por restricciones de orden lógico, ontológico (del griego ontos: “lo que es”) y ético. Las restricciones lógicas resultan necesarias. Sería difícil pensar en una deidad real a la que esa clase de restricciones no se aplicaran. Las restricciones de orden ético son contingentes (que pueden suceder o no, casuales) y se aplican necesariamente a un Dios que es moralmente bueno.
Las restricciones ontológicas son necesarias o contingentes según cómo entienda uno la relación que existe entre Dios y el universo. No obstante, en cualquiera de ambos casos, lo cierto es que ese tipo de restricciones representan un límite para el poder de Dios. Estos límites hacen cuestionable el hecho de atribuir a Dios los males de la vida.
Límites lógicos
Prácticamente todas las personas están de acuerdo con que el poder de Dios se encuentra limitado por restricciones de orden lógico. Dios no puede hacer un círculo cuadrado, un triángulo de cuatro ángulos, un cubo con sólo cinco lados cuadrados, o un diamante con cuatro líneas rectas pero no de la misma longitud. Esos límites no son un defecto de Dios. Ni sugieren que Dios deba someterse por ello a una realidad superior. Tampoco implica que Dios sea menos importante o de menor valor que alguna otra cosa o ser. Pretender que Dios haga algo inherentemente contradictorio en sí mismo es una pretensión carente de inteligencia.
El hecho de tener en mente esta clase de limitación de parte de Dios hará que no le pidamos que haga cosas que no tienen sentido. A veces nos preguntamos, por ejemplo, por qué Dios no crea personas “exactamente como nosotros”, pero incapaces de hacer cosas malas que provoquen sufrimiento. Pero esa clase de personas “exactamente iguales a nosotros” serían “exactamente diferentes de nosotros” en un punto crucial: No pueden elegir obrar mal. O para usar otra ilustración, a veces pedimos a Dios cosas como “haz que Carlos ame a Silvana”.
Pero un pedido tal se contradice a sí mismo si, como la mayoría de nosotros sin duda cree, el verdadero amor significa afecto voluntariamente demostrado para con otra persona. Dios no puede obligar a Carlos a que ame voluntariamente a Silvana o a cualquier otra persona. Otras veces pedimos a Dios que nos libre, o que libre a otros, de las consecuencias de las decisiones que hemos tomado deliberadamente.
Pero Dios no puede hacer eso sin vaciar de sentido nuestras elecciones o decisiones personales. Pedir tales cosas implica, aun inocentemente, requerir de Dios cosas que no tienen sentido. Esa clase de peticiones son comprensibles cuando provienen de los niños. Pero no tanto cuando ya somos personas adultas.
Muchos sostienen que el poder divino sólo se encuentra limitado por esa clase de fronteras lógicas. Esta posición es por demás convincente si uno es panteísta, pero no tanto si uno no lo es. Todo verdadero panteísta asegura que Dios y el universo son realidades idénticas, que son una y la misma cosa.
Muchos panteístas también creen que Dios es plenamente capaz de determinar cada detalle de su propia vida. Desde ese punto de vista, tiene sentido suponer que el poder de Dios sólo reconoce limitaciones lógicas, pues, literalmente hablando, no hay nada fuera de Dios mismo que pueda obstaculizar la omnipotencia divina. Pero para quienes no somos panteístas, para quienes creemos que el único Creador coexiste continuamente con innumerables criaturas, Dios está limitado por fronteras lógicas y por el poder de otros incontables seres existentes.
Límites ontológicos
La idea de que el poder de Dios se encuentra limitado por el de otros seres que no son Dios resulta explícita y obvia en algunas escuelas de pensamiento. Por ejemplo, Platón enseñó que Dios lucha para extraer orden y belleza del caos. En nuestro propio tiempo, los expositores de la teología del proceso declaran que existe en las criaturas un poder primordial en virtud del cual son distintas del Creador, y que ese poder es algo que ni siquiera el Creador puede alterar.
Aseguran que el Creador hace lo mejor que se puede hacer actuando como una influencia positiva sobre las incontables criaturas existentes; sin embargo, como esos seres individuales son inherentemente capaces de resistir al ser supremo en virtud de la cuota de poder primordial que reside en ellos, Dios no debe ser culpado por todo o cada mal que acontece en el universo. De esa manera, de acuerdo con perspectivas como la filosofía de Platón y la teología del proceso, el poder de Dios está incuestionablemente limitado por el poder primordial que reside en todos los seres que no son Dios
De manera menos explícita, la limitación del poder divino en virtud del poder de otros seres es sostenida inclusive en las formas más frecuentes del monoteísmo ético. En términos genéricos, las personas que tienen esta perspectiva, y me incluyo entre ellas, consideran que el poder de los incontables millones de seres distintos de Dios no es un poder “dado a pesar de Dios” sino como algo que es un “don otorgado por Dios”.
Desde este punto de vista, todos los que no son Dios viven, se mueven y tienen su razón de ser no en sí mismos sino en el Creador, como el apóstol Pablo lo recordó a los filósofos de Atenas citando a uno de sus propios poetas (véase Hechos 17: 28). Podría parecer a simple vista que el hecho de que todas las criaturas dependan del poder divino para su existencia hace que sea imposible para ellas resistirse a ese poder. Pero no es así. El poder de Dios puede ser resistido y frecuentemente lo es por aquellos cuyas vidas dependen de él.
Tal vez la situación de Dios dentro de esta perspectiva pueda ser comparada con la de un padre humano confrontado por un hijo que, aunque depende de su padre, actúa de manera independiente. Dios podría discontinuar el don de la vida en quienes se resisten a hacer su voluntad. O Dios podría obligar a todos los rebeldes a someterse a su autoridad.
Pero cualquiera de esas opciones destruiría la identidad separada y la vida de esas criaturas, elementos que Dios quiere precisamente conservar en el primer lugar. Si Dios actúa de acuerdo con la primera opción planteada, la criatura muere. Si Dios opta por el segundo curso de acción, la criatura se convierte en una mera extensión y expresión de la voluntad divina sin una existencia separada.
En ambos casos, queda destruido el don concedido por Dios a sus criaturas: la vida propia. Sólo el poder es capaz de lograr esos cometidos: obligar o destruir. Pero no puede preservar la singularidad continua, permanente, del otro como persona viviente. Sea por necesidad o por elección. Lo cierto es que el poder divino se encuentra limitado, Dios coexiste con millones de seres y no hace desaparecer la oposición o la resistencia doblegando o eliminando a los que se le oponen.
De ser así, la única alternativa de Dios sería quedarse “solo en casa”. Pero Dios no es un ser solitario. El entorno divino incluye a muchos huéspedes. El poder de Dios se encuentra limitado por la presencia y por el poder de esos invitados suyos, sea que ellos usen su poder personal contra él o como una dádiva concedida por él.
Son muchos los cristianos que aceptan que el poder divino está limitado por el poder de quienes, como seres humanos adultos y maduros, pueden hacer uso de su libertad moral o libre albedrío. Ello implica que todo individuo, no sólo los que poseen autonomía moral, tienen la capacidad de resistir el poder de Dios en algún grado, aunque sea pequeño.
Mucho del mal que vemos en el mundo es clara consecuencia del mal uso de la libertad moral. Muchos otros males son causados por infracciones contra la ética que ocurrieron tanto tiempo atrás y tan lejos que resulta imposible establecer las vinculaciones que existen entre ellas. Pero hay otros males que parecen relacionados con el abuso de la libertad moral sólo de manera muy remota, si es que existe relación alguna de causalidad entre ambas cosas.
Cuando quiera que nos topemos con fuerzas destructoras, debemos recordar que todos los seres, y no meramente los relativamente pocos que gozan de libertad moral, tienen la capacidad, aunque sea pequeña, de perseguir sus propios fines en detrimento de la totalidad de la que forman parte. Es difícil atribuir al pecado esa resistencia a la voluntad de Dios, porque rara vez es consciente, y mucho menos deliberada. No obstante, resulta destructiva y a veces devastadora. A ello podemos atribuir mucho del mal presente en el mundo, y que no es resultado de las malas acciones morales.
Y puesto que Dios es moralmente bueno, debe ejercer su poder de una manera moralmente consistente. Eso significa que él trata los casos similares de manera similar. Los iguales que se encuentran en iguales circunstancias deben ser tratados de la misma manera. No puede existir excepción alguna para este requerimiento ético fundamental. Dos casos sólo deben ser tratados de manera diferente si existen diferencias éticamente pertinentes entre los implicados en cada caso o entre las circunstancias de unos y otros.
A medida que nuestra fe madura, debemos ser cada vez más reacios a pedir a Dios que haga por nosotros lo que resultaría imposible o indeseable en el caso de otra persona o grupo humano cuya situación sea idéntica a la nuestra en cada aspecto éticamente relevante. No deberíamos pedir a Dios que ejerciera su poder de una manera caprichosa, arbitraria o inconsistente.
Y no deberíamos sorprendernos de que Dios no actúe de esa manera si se lo pedimos. “Pero yo les digo Amen a sus enemigos, y oren por quienes los persiguen. Así ustedes serán hijos de su Padre que está en el cielo; pues él hace que su sol salga sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos” (S. Mateo 5: 44, 45, versión Dios habla hoy).
Decir que el poder de Dios reconoce limitaciones de orden ético es también decir que, puesto que Dios es moralmente bueno, el poder divino debe ser ejercido de una manera moralmente efectiva. Esto implica por lo menos dos cosas. Por una parte, que los medios usados por Dios deben dar como resultado los fines que él procura alcanzar.
Dios no puede establecer una comunidad amorosa por medio del odio. Dios no puede alentar la no violencia valiéndose de la violencia. Dios no puede fortalecer la justicia siendo indulgente con la injusticia. Dios no puede fomentar la libertad actuando de manera opresiva. Dios no puede nutrir la madurez estimulando la inmadurez.
Por otra parte, los fines que Dios persigue deben ser loables, meritorios. Una corriente religiosa de milenaria data sostiene hasta hoy que Dios pudo haber disfrutado durante toda la eternidad de una soledad satisfactoria para sí mismo, pero en lugar de ello decidió crear agentes morales libres dotados de la capacidad de aceptar o rechazar la gracia divina.
Otra corriente opuesta sostiene que Dios estimuló durante los milenios pasados la evolución de agentes moralmente libres de tal manera que éstos pudieran amarse entre sí y a su Creador. Estas lecturas alternativas de la situación humana difieren en muchos respectos entre sí, pero concuerdan en lo que se refiere a cuáles eran los propósitos últimos de Dios.
De acuerdo con ambas escuelas de pensamiento, Dios quiere coexistir con quienes pueden dar y recibir amor genuino, voluntario, espontáneo. Dios puede hacer muchas cosas, pero puesto que es un ser moralmente bueno, su poder no puede valerse de medios que frustren, de manera inmediata o en última instancia, el florecimiento del amor voluntario. Y puesto que Dios es moralmente bueno, el poder divino no puede hacer nada que comprometa, directa o indirectamente, ese fin prioritario.
¿Implica todo lo dicho que las plegarias elevadas a Dios carecen de sentido? ¡En absoluto! Orar a Dios no consiste en lograr que él haga por nosotros lo que no sería propio que hiciera por otros cuyas circunstancias fueran similares a las nuestras. Entre otras cosas, la oración es el intento loable, aunque débil e imperfecto, de discernir más claramente la voluntad de Dios y de cumplirla más plenamente. No tiene por objeto obrar algún cambio en Dios, sino ponernos en armonía con él. (P. de V. del G. M. pág. 96).
Puede ser que estas restricciones del poder de Dios nos entristezcan o nos desilusionen. Tal vez desearíamos que él traspusiera esos límites y pudiera hacer cualquier cosa que deseáramos. Esos sentimientos, aunque improcedentes, resultan comprensibles dadas las circunstancias de nuestra vida.
A pesar de las numerosas diferencias que existen entre los seres humanos e independientemente del ambiente donde hayamos pasado nuestros días, virtualmente todos nosotros hemos sido educados en la valoración del poder coercitivo. La capacidad de obligar, de presionar, de herir y de matar: esa es la clase de poder que mejor conocemos y que más valoramos. Y ésa es la clase de poder que esperamos que Dios manifieste.
Pero la capacidad de doblegar es extremadamente débil en comparación con la de persuadir.
El hombre está acostumbrado a incrementar su poder coercitivo hasta que éste se vuelve “persuasivo”.
Dios opera exactamente de la manera contraria. Él emplea el poder persuasivo hasta que éste resulta movilizador. El poder de Dios es limitado. Pero, puesto que él puede convencer sin obligar, no existe en todo el universo una fuerza mayor que la capacidad divina de persuadir. En comparación, cualquier otro poder, no importa cuán grande sea, es insignificante.