Por si todavía persistiese alguna duda sobre la epístola “perdida” a Laodicea, u otras cartas, evangelios y cualquier otro escrito inspirado divinamente no menos que los demás del canon que la iglesia cristiana conservara durante dos milenios, y que fatalmente esté faltando en nuestras Biblias por haber sido alevosamente descartado o descuidadamente extraviado o destruido hasta la última de sus copias, será necesario hacer una demostración adicional de la razón que nos asiste para negar tal eventualidad:
Para ello es menester contar a lo menos con cuatro cooperadores imprescindibles:
1 – La propia Biblia
2 – La Historia Universal
3 – La buena y libre voluntad del lector
4 – Sensatez, criterio, sano juicio.
Las dos primeras parecen obvias, pero las dos últimas tampoco sobran. Cuando alguien está encadenado a su propio capricho, y no es ya capaz de un raciocinio claro y lógico, es inútil el intento de hacerle pensar de manera inteligente y coherente, pues ya no tiene tal costumbre.
Nuestro primer versículo será el último del evangelio de Juan:
“Hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales, si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir”.
Con este versículo en mente abordamos el prólogo de Lucas a su Evangelio:
“1Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, 2tal como nos las enseñaron los que desde el principio las vieron con sus ojos y fueron ministros de la palabra, 3me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, excelentísimo Teófilo, 4para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido.”
No solamente hemos de pensar que Lucas bien pudo tener a mano los evangelios de Marcos y Mateo, sino también algunos otros escritos. El haber reporteado a familiares, discípulos y otros testigos presenciales del Señor Jesús, sirvió a Lucas para escribir su relato de una manera ordenada y fidedigna, descartando fábulas y fantasías no corroboradas por las fuentes directas de las que él se valió. Así, con la armonía de los cuatro evangelios desentonan los evangelios apócrifos que nos han llegado hasta nuestros días, algunos de los cuales pudieron ser conocidos y desestimados por Lucas entonces, y por nosotros hoy día. La antigüedad y autenticidad de aquellos manuscritos no basta a ponerlos en pie de igualdad con los que los cristianos por casi dos mil años venimos leyendo como inspirada Palabra de Dios.
Hay una unidad de propósito en Lucas y Juan que debemos resaltar:
Dice Lucas: “4para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido.”
Y dice Juan: 20:30 “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. 31Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.”
Como fácilmente se advierte, el propósito de los evangelistas nunca fue dar una exhaustiva y completa relación de los hechos y palabras de Jesús, sino lo que bastaba a brindar una información verdadera y fiel de la realidad, la que el Espíritu Santo por gracia de Dios pudiera usar para despertar y alumbrar a los pecadores con el don de la fe que les haría poseedores de la vida eterna. Recordamos a Juan en su segunda carta diciendo: “Tengo muchas cosas que escribiros” (v.12). Y también a Gayo: “Yo tenía muchas cosas que escribirte” (3Jn.v.13).
De la misma manera que yo no comeré comida alguna de la que se me diga que contiene porcentajes mínimos de veneno, tampoco invertiré mi precioso tiempo entregándome a la lectura de antiguos escritos que puedan tener un alto porcentaje de verdad. Un pequeño margen de error o falsedad en un escrito mayormente coincidente con lo demás expuesto en el Nuevo Testamento, es más peligroso y nocivo que cualquier obra de los más blasfemos enemigos de Cristo. Entusiasmado con las coincidencias, el desprevenido lector queda abierto a recepcionar las mentiras escondidas bajo tantas verdades. Esa fue la estrategia que empleó Satanás con Eva. Películas como La Pasión (de Mel Gibson) entrañan igual peligro.
Que no integren el Nuevo Testamento escritos al que este mismo hace referencia, de ninguna manera les da carácter de “perdidos”. De haberse efectivamente perdido algún escrito destinado a integrar el canon del NT, la irresponsabilidad jamás podría recaer sobre hombres débiles y mortales, sino – como ya he dicho -, sobre el Único que tiene tal potestad de hacer que Su Palabra permanezca para siempre. Dios jamás podría faltar a lo que nos dijo por Isaías 55: 11 “así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí
vacía, sino que hará lo que yo quiero y será prosperada en aquello para lo cual la envié.”
Suponer que haya alguna carta apostólica u otro Evangelio que debió integrar el canon pero que se perdió o se descartó, haría todo un fracaso de aquel texto de Isaías y tantos más.
Pero hagamos un repaso de algunos escritos que podrían darse por “perdidos” y que sin embargo no plugo al Espíritu Santo preservarlos dentro del Nuevo Testamento:
1 – Lo que Jesús escribió en tierra con el dedo (Jn.8:6,8).
2 - El informe de Festo para Augusto respecto a Pablo (Hch.25:25-27).
3 – Una epístola de Pablo anterior a 1Corintios (1Co.5:9,11).
4 - Otra carta intermedia entre 1 y 2 de Corintios (2Co.2:3,4).
5 - La carta de Juan a la iglesia donde estaba Diótrefes (3Jn.v.9).
6 – Las cartas (en plural) “duras y fuertes” anteriores a 2Corintios (10:9-11).
7 - Cartas que podrían haber llegado a los Tesalonicenses como si fuesen de Pablo (2Ts.2:2).
¿Acaso son todos estos “escritos perdidos”?
¡De ninguna manera! Que nuestra curiosidad quede insatisfecha, nos es por culpa de la pérdida de tales escritos, sino que no plugo al Dios soberano proporcionarnos tales escritos.
Si el discipulado cristiano consiste en obedecer al Señor, difícilmente haya alguien tan pero tan obediente, que le resulte insuficiente todo cuanto ya tiene en su Biblia. Pero parece que algunos que fácilmente tienen en poco las palabras del Señor y los rudimentos de la doctrina, pretenden hacer ostentación de su avidez por hallar más escrituras sagradas que leer, estudiar y enseñar.
Conozco a un querido hermano que compensa su descuido en un mejor aprovechamiento del Nuevo Testamento, con su obsesión por leer las obras de los Padres de la Iglesia.
Informémonos de todo cuanto pueda sernos útil ¡pero no nos distraigamos!
Concluyendo: soy del parecer que Pablo, Pedro, Juan, Santiago y Judas pudieron haber escrito muchas cartas más que las que tenemos consignadas en el NT. No importa si las mismas fueron también o no inspiradas por el Espíritu Santo. La autoría de esas eventuales cartas por los apóstoles no las hace necesariamente inspiradas divinamente ni destinadas a integrar el Nuevo Testamento. Si hubieron otros escritos apostólicos, cumplieron su función oportunamente, y no fue el propósito de Dios darles la permanencia y vigencia de las demás escrituras canónicas.
El Señor les bendiga.
Ricardo.