Re: ¿Cuales Son Los Mandamientos A Los Que Se Refiere Apocalipsis 14:12?
Amílcar:
Tus acusaciones son gratuitas, innecesarias y mal fundadas. Imposible que sigamos las creencias jesuítas. Sencillamente, llevamos la gracia a su máximo poder. No sólo pdsona nuestros pecados pasados, sino que, obrando con el Espíritu Santo, nos capacita para vivir vidas de obediencia a Dios. Esto dice el Señor: "Pondré dentro de vosotros mi Espíirtu y haré que andeis en mis mandamientos..." (Ezequiel 36:27)
Esta bien yo hablo puros infundios ahora respondeme tu esta tarea y dime: de los siguientes escritos ¿cuales son Elena White y cuales son del concilio de Trento?:
Para poder saber si somos buenos o malos justos o injustos no vamos a tener como base el criterio de los hombres, tiene que haber una norma para poder compararnos y saber si somos buenos o malos, el cristiano sabe que la Norma de justicia a la que se tiene que ajustar nuestra vida y carácter es la Ley de Dios, los 10 mandamientos, por lo tanto, vivir una vida justa haciendo el bien y sin pecado es vivir de acuerdo a la Ley de Dios. Por lo que tanto más deben tenerse los mismos justos por obligados a andar en el camino de la santidad, cuanto ya libres del pecado, pero alistados entre los siervos de Dios, pueden, viviendo sobria, justa y piadosamente, adelantar en su aprovechamiento con la gracia de Jesucristo, que fue quien les abrió la puerta para entrar en esta gracia. Dios por cierto, no abandona a los que una vez llegaron a justificarse con su gracia, como estos no le abandonen primero. "¡Hijitos míos, no dejéis que nadie os engañe! el que obra justicia es justo, así como él es justo""(1 S. Juan 3: 7). Sabemos lo que es justicia por el modelo de la santa ley de Dios, como se expresa en los Diez Mandamientos dados en el Sinaí.
Pero hay un problema, el hombre por sí mismo no puede guardar la Ley de Dios, Jesús dice sin mí nada podéis hacer, estad en mí y yo en vosotros, como el pámpano no puede llevar fruto si no estuviere en vid, así ni vosotros si no estuviereis en la vid". Sin mi no podéis vencer el pecado ni resistir la tentación
Sólo quienes tengan un corazón renovado por la gracia divina podrán guardar la ley de Dios, porque "la mente carnal... no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede" (Rom. 8: 7). La promesa de un poder que, por medio del Espíritu Santo, capacitaría al hombre para obedecer a Dios fue una parte esencial del pacto eterno de Dios con el hombre. Se disponen, pues, para la justificación, cuando movidos y ayudados por la gracia divina, y concibiendo la fe por el oído, se inclinan libremente a Dios, creyendo ser verdad lo que sobrenaturalmente ha revelado y prometido; y en primer lugar, que Dios justifica al pecador por su gracia adquirida en la redención por Jesucristo; y en cuanto reconociéndose por pecadores, y pasando del temor de la divina justicia, que últimamente los contrista, a considerar la misericordia de Dios, conciben esperanzas, de que Dios los mirará con misericordia por la gracia de Jesucristo, y comienzan a amarle como fuente de toda justicia; y por lo mismo se mueven contra sus pecados con cierto odio y detestación; esto es, con aquel arrepentimiento que deben tener antes, y en fin, cuando proponen recibir este don, empezar una vida nueva, y observar los mandamientos de Dios
Israel no había comprendido esto. Los hombres creían que la salvación se podía obtener mediante sus propios esfuerzos. Se negaban a someterse a "la justicia de Dios" (Rom. 10: 3). No veían la necesidad de un Salvador, ni de la conversión. Rechazaron por completo la única experiencia que los capacitaría para guardar la ley divina.
Los hombres necesitan aprender que no pueden poseer en su plenitud las bendiciones de la obediencia, sino cuando reciben la gracia de Cristo. Esta es la que capacita al hombre para obedecer las leyes de Dios y para libertarse de la esclavitud de los malos hábitos. Es el único poder que puede afirmarlo en el buen camino y conservarlo en él.-MC 77, 78.
La nueva naturaleza no es producto de alguna virtud moral que algunos afirman que es inherente en el hombre, y que sólo necesita crecer y manifestarse. Hay miles de seres humanos de reconocida moralidad que no profesan ser cristianos y no son "nuevas criaturas". La naturaleza nueva no es simplemente el producto de un deseo, ni de una resolución de hacer lo recto (Rom. 7: 15-18), ni de un asentimiento mental ante ciertas doctrinas, ni de un cambio en el que se abandonan un conjunto de opiniones o sentimientos a cambio de otros, ni siquiera de sentir dolor por el pecado. Es el resultado de la presencia de un poder sobrenatural dentro de la persona, que da como resultado su muerte al pecado y su nuevo nacimiento. Así renacemos a la semejanza de Cristo, somos adoptados como hijos e hijas de Dios y marchamos por un nuevo camino (Eze. 36: 26-27; Juan 1: 12-13; 3: 3-7; 5: 24; Efe. 1: 19; 2: 1, 10; 4: 24; Tito 3: 5; Sant. 1: 18). Así somos hechos participantes de la naturaleza divina y se nos concede la posesión de la vida eterna (2 Ped. 1: 4; 1 Juan 5: 11-12). El nuevo creyente no nace como un cristiano maduro y bien desarrollado. Al principio tiene la inexperiencia espiritual y la inmadurez de la infancia, pero como hijo de Dios tiene el privilegio y la oportunidad de crecer hasta la estatura plena de Cristo (ver com. Mat. 5: 48; Efe. 4: 14-16; 2 Ped. 3: 18).
Afirman algunos que la humanidad no necesita redención, sino desarrollo, y que ella puede refinarse, elevarse y regenerarse por sí misma. Como Caín pensó lograr el favor divino mediante una ofrenda que carecía de la sangre del sacrificio, así obran los que esperan elevar a la humanidad a la altura del ideal divino sin valerse del sacrificio expiatorio. La historia de Caín demuestra cuál será el resultado de esta teoría. Demuestra lo que será el hombre sin Cristo. La humanidad no tiene poder para regenerarse a sí misma. No tiende a subir hacia lo divino, sino a descender hacia lo satánico. Cristo es nuestra única esperanza. "En ningún otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" Patriarcas y Profetas, págs. 59-61).
Quienes confían en Cristo no han de ser esclavos de tendencias ni hábitos hereditarios ni adquiridos. En vez de quedar sujetos a la naturaleza inferior, han de dominar sus apetitos y pasiones. Dios no deja que peleemos contra el mal con nuestras fuerzas limitadas. Cualesquiera que sean las tendencias al mal, que hayamos heredado o cultivado, podemos vencerlas mediante la fuerza que Dios está pronto a darnos. . .
Mediante el debido uso de la voluntad cambiará enteramente la conducta. Al someter nuestra voluntad a Cristo, nos aliamos con el poder divino. Recibimos fuerza de lo Alto para mantenernos firmes. Una vida pura y noble, de victoria sobre nuestros apetitos y pasiones, es posible para todo el que une su débil y vacilante voluntad a la omnipotente e invariable voluntad de Dios
Para toda alma que lucha por elevarse de una vida de pecado a una vida de pureza, el gran elemento de fuerza reside en el único 'nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hechos 4: 12). "Si alguno tiene sed", de esperanza tranquila, de ser libertado de inclinaciones pecaminosas, Cristo dice: "Venga a mí y beba" (Juan 7: 37). El único remedio contra el vicio es la gracia y el poder de Cristo.
La verdadera religión tiene poder hoy. Capacita a los hombres para vencer la tozuda influencia del orgullo, del egoísmo y de la incredulidad, y con la sencillez de la verdadera piedad revela un vínculo eficaz con el cielo. Las gracias que Cristo imparte hacen posible a los hombres elevarse por encima de todas las artimañas y tentaciones de Satanás. Pero nadie, aunque esté justificado, debe persuadirse que está exento de la observancia de los mandamientos, ni valerse tampoco de aquellas voces temerarias, porque Dios no manda imposibles; sino mandando, amonesta a que hagas lo que puedas, y a que pidas lo que no puedas; ayudando al mismo tiempo con sus auxilios para que puedas; pues no son pesados los mandamientos de aquel, cuyo yugo es suave, y su carga ligera. Los que son hijos de Dios, aman a Cristo; y los que le aman, como él mismo testifica, observan sus mandamientos. Esto por cierto, lo pueden ejecutar con la divina gracia; porque aunque en esta vida mortal caigan tal vez los hombres, por santos y justos que sean, a lo menos en pecados leves y cotidianos; no por esto dejan de ser justos; porque de los justos es aquella voz tan humilde como verdadera: Perdónanos nuestras deudas. Por lo que tanto más deben tenerse los mismos justos por obligados a andar en el camino de la santidad, cuanto ya libres del pecado, pero alistados entre los siervos de Dios, pueden, viviendo sobria, justa y piadosamente, adelantar en su aprovechamiento con la gracia de Jesucristo, que fue quien les abrió la puerta para entrar en esta gracia. Dios por cierto, no abandona a los que una vez llegaron a justificarse con su gracia, como estos no le abandonen primero. Y que ha de conseguir la herencia, aunque no sea partícipe con Cristo de sus padecimientos, para serlo también de su gloria; pues aun el mismo Cristo, como dice el Apóstol: Siendo hijo de Dios aprendió a ser obediente en las mismas cosas que padeció, y consumados sus padecimientos, pasó a ser la causa de la salvación eterna de todos los que le obedecen. Por esta razón amonesta el mismo Apóstol a los justificados, diciendo: ¿Ignoráis que los que corren en el circo, aunque todos corren, uno solo es el que recibe el premio? Corred, pues, de modo que lo alcancéis. Yo en efecto corro, no como a objeto incierto; y peleo, no como quien descarga golpes en el aire; sino mortifico mi cuerpo, y lo sujeto; no sea que predicando a otros, yo me condene.
Se me mostró que los jóvenes deben elevarse y hacer de la Palabra de Dios su consejera y guía.
Ningún otro libro puede satisfacer los anhelos del corazón o contestar las preguntas que se suscitan en la mente. Si obtienen un conocimiento de la Palabra de Dios y le prestan atención los hombres pueden elevarse de las más bajas profundidades de la degradación hasta llegar a ser hijos de Dios, compañeros de los ángeles sin pecado Lo mismo se ha de creer acerca de la perseverancia, de la que dice la Escritura: El que perseverare hasta el fin, será salvo: lo cual no se puede obtener de otra mano que de la de aquel que tiene virtud de asegurar al que está en pie para que continúe así hasta el fin, y de levantar al que cae. Dios por cierto, a no ser que los hombres dejen de corresponder a su gracia, así como principió la obra buena, la llevará a su perfección, pues es el que produce tanto el querer como el hacer por su buena voluntad. No obstante, los que se persuaden estar seguros, miren no caigan; y procuren su salvación con temor y temblor, pues deben estar poseídos de temor, sabiendo que han renacido a la esperanza de la gloria, mas todavía no han llegado a su posesión saliendo de los combates que les restan contra la carne, contra el mundo y contra el egoísmo; en los que no pueden quedar vencedores sino obedeciendo con la gracia de Dios. Somos deudores, no a la carne para que vivamos según ella: pues si viviéreis según la carne, moriréis; mas si hacéis morir por el espíritu las obras de la carne, viviréis.
El propósito de Dios al dar la ley a la raza humana caída fue que el hombre pudiera, por medio de Cristo, elevarse de su baja condición para llegar a ser uno con Dios, para que los mayores cambios morales pudieran manifestarse en su naturaleza y carácter. Esta transformación moral debe efectuarse, o en caso contrario el hombre no sería un súbdito seguro en el reino de Dios, porque produciría una rebelión.-RH 21-71891 No obstante, aunque Jesucristo murió por todos, no todos participan del beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes se comunican los méritos de su pasión. Porque así como no nacerían los hombres efectivamente injustos, si no naciesen con la herencia de de Adan; pues siendo concebidos por él mismo, contraen por esta herencia su propia injusticia; del mismo modo, si no renaciesen en Jesucristo, jamás serían justificados; pues en esta regeneración se les confiere por el mérito de Cristo, la gracia con que se hacen justos. Por este beneficio nos exhorta el Apóstol a dar siempre gracias al Padre Eterno, que nos hizo dignos de entrar a la parte de la suerte de los santos en la gloria, nos sacó del poder de las tinieblas, y nos transfirió al reino de su hijo muy amado, en el que logramos la redención, y el perdón de los pecados.
Se disponen, pues, para la justificación, cuando movidos y ayudados por la gracia divina, y concibiendo la fe por el oído, se inclinan libremente a Dios, creyendo ser verdad lo que sobrenaturalmente ha revelado y prometido; y en primer lugar, que Dios justifica al pecador por su gracia adquirida en la redención por Jesucristo; y en cuanto reconociéndose por pecadores, y pasando del temor de la divina justicia, que últimamente los contrista, a considerar la misericordia de Dios, conciben esperanzas, de que Dios los mirará con misericordia por la gracia de Jesucristo, y comienzan a amarle como fuente de toda justicia; y por lo mismo se mueven contra sus pecados con cierto odio y rechazo; esto es, con aquel arrepentimiento que deben tener ser jusificados y en fin, cuando proponen recibir este don, empezar una vida nueva, y observar los mandamientos de Dios. De esta disposición es de la que habla la Escritura, cuando dice: El que se acerca a Dios debe creer que le hay, y que es remunerador de los que le buscan. Confía, hijo, tus pecados te son perdonados. Y, el temor de Dios ahuyenta al pecado. Y también: Haced justicia, y reciba cada uno de vosotros la gracia en el nombre de Jesucristo para la remisión de vuestros pecados, y lograréis el don del Espíritu Santo. Igualmente: Id pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles todas las cosas que os he mandado. En fin: Preparad vuestros corazones para el Señor.
Que sea la justificación del pecador, y cuáles sus causas.
A esta disposición o preparación se sigue la justificación en sí misma: que no sólo es el perdón de los pecados, sino también la santificación y renovación del hombre interior por la admisión voluntaria de la gracia y dones que la siguen; de donde resulta que el hombre de injusto pasa a ser justo, y de enemigo a amigo, para ser heredero en esperanza de la vida eterna. Las causas de esta justificación son: la final, la gloria de Dios, y de Jesucristo, y la vida eterna. La eficiente, es Dios misericordioso, que gratuitamente nos limpia y santifica, sellados y ungidos con el Espíritu Santo, que nos está prometido, y que es prenda de la herencia que hemos de recibir. La causa meritoria, es su muy amado unigénito Jesucristo, nuestro Señor, quien por gran amor con que nos amó, siendo nosotros enemigos, nos mereció con su sacrificio en la cruz la justificación, y satisfizo por nosotros a Dios Padre.
Tanto se dice que somos justificados por la fe, en cuanto esta es principio de la salvación del hombre, fundamento y raíz de toda justificación, y sin la cual es imposible hacerse agradables a Dios, ni llegar a participar de la suerte de hijos suyos. En tanto también se dice que somos justificados gratuitamente, en cuanto ninguna de las cosas que preceden a la justificación, sea la fe, o sean las obras, merece la gracia de la justificación: porque si es gracia, ya no proviene de las obras: de otro modo, como dice el Apóstol, la gracia no sería gracia.
despues te pasare una dosis más fuerte.
ELE QUE TIENE OJOS PARA VER QUE VEA...!