No, jamás diría yo tal cosa de estar hablando cuerdamente y haciendo un uso adecuado del término “legalismo”.
Pero ocurre que en esta era del lenguaje cibernético la jerga cristiana evangélica confiere un sentido distinto – cuando no opuesto -, a muchos de los vocablos más empleados en nuestro medio. Ahora, “a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo”.
Hasta Babel, todas las criaturas hablantes lo hacían con las mismas palabras, cuya ilimitada capacidad de dar cabal expresión a cualquier idea o sentimiento confería total fluidez oral en humanos, ángeles y demonios. A partir de Babel la humanidad queda dividida en multitud de idiomas que con el tiempo dará lugar a otros nuevos, y estos a dialectos derivados de aquellos.
Las criaturas espirituales retienen su irrestricta capacidad de comunicación entre sí y con los humanos.
Cuando Pentecostés, Dios revierte lo que hizo en Babel, comenzando a manifestar entre los judíos en Jerusalem, el prodigio que luego repetiría entre los samaritanos, gentiles en Judea y hasta los último de la tierra como fue el caso registrado en Éfeso.
Actualmente, en medio de la general apostasía, ha surgido otra modalidad, y es que a los vocablos que se pronuncian y escriben de la misma manera, se les dan connotaciones novedosas, que repetidas en el uso cotidiano, tal alteración como que pasa desapercibida, y así son de uso muchos términos bíblicos con un sentido distinto al que siempre tuvieron.
Cuando actualmente escuchamos desde los púlpitos hablar de adoración, alabanza, amor, gracia y misericordia – entre otros más -, nos sorprende que el hablante pareciera no entender siquiera lo que está diciendo. Los atributos comunicables de Dios son confundidos con meras actitudes humanas condescendientes con los pecados de los hijos de Dios, mientras que las más altas disposiciones del espíritu del creyente agradecido al Dios que ama con todo su ser se cambia ahora por el estruendo de los instrumentos musicales, la gritería y la jerigonza de una falsa y ridícula glosolalia.
Es así que cuando ahora se profiere el epíteto de “legalista” no suele apuntar al mismo tipo de cristiano que hace medio siglo.
Al tiempo de convertirnos - promediando el siglo XX -, tomábamos por “legalista” al judaizante o hermano con rasgos farisaicos, que mezclando un corto y selecto repertorio de versículos favoritos con las tradiciones de los ancianos y mandamientos de hombres, terminaban invalidando la Palabra de Dios (Mr.7:3,7, 13). Ahora bien, no confundíamos las cosas:
a los gálatas contemporáneos no les regalábamos adjetivos que no merecían, como: biblistas, escrituralistas, fundamentalistas, conservadores, etc. Como los judíos de antaño, ellos podían pretender un completo conocimiento de la Ley y los Profetas, pero así como el Señor Jesús les hizo pasar vergüenza diciéndoles: “¿Nunca leísteis en las Escrituras…?” (Mt.21:42); “erráis ignorando las Escrituras” (Mt.22:29); “¿Ni aun esta escritura habéis leído…?…ignoráis las Escrituras” (Mr.12:10,24), poco costaba desenmascarar a los pretendidos eruditos.
Hoy las cosas están al revés. Si todavía quedan hijos de Dios que tiemblan a su Palabra, que la creen, la aman y la propagan, son tachados de “legalistas”. En cambio, los liberales y abiertos, usuarios de la “Nueva Versión Bíblica Relativizada”, que se atienen a la Santa Tradición de los Evangélicos renovada con todas las innovaciones que el uso y la costumbre impone como regla infalible de fe y práctica, son en realidad los legalistas de pura ley, pues se someten a los hombres y a todo viento de doctrina.
Lo que realmente apena, es que quienes creen haberse liberado de la vieja ley, todavía no disfruten de la libertad de cuantos por gracia de Dios y con todo gusto estamos bajo la ley de Cristo (1Co.9:21); que es la de la fe (Ro.3:27); la del Espíritu de vida en Cristo Jesús (Ro.8:2).
Así que, si forzado a hablar otro idioma el mantenerme dentro del marco de las Escrituras me hace digno de recibir el mote de “legalista”, lo acepto con gusto.
Ricardo.
Pero ocurre que en esta era del lenguaje cibernético la jerga cristiana evangélica confiere un sentido distinto – cuando no opuesto -, a muchos de los vocablos más empleados en nuestro medio. Ahora, “a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo”.
Hasta Babel, todas las criaturas hablantes lo hacían con las mismas palabras, cuya ilimitada capacidad de dar cabal expresión a cualquier idea o sentimiento confería total fluidez oral en humanos, ángeles y demonios. A partir de Babel la humanidad queda dividida en multitud de idiomas que con el tiempo dará lugar a otros nuevos, y estos a dialectos derivados de aquellos.
Las criaturas espirituales retienen su irrestricta capacidad de comunicación entre sí y con los humanos.
Cuando Pentecostés, Dios revierte lo que hizo en Babel, comenzando a manifestar entre los judíos en Jerusalem, el prodigio que luego repetiría entre los samaritanos, gentiles en Judea y hasta los último de la tierra como fue el caso registrado en Éfeso.
Actualmente, en medio de la general apostasía, ha surgido otra modalidad, y es que a los vocablos que se pronuncian y escriben de la misma manera, se les dan connotaciones novedosas, que repetidas en el uso cotidiano, tal alteración como que pasa desapercibida, y así son de uso muchos términos bíblicos con un sentido distinto al que siempre tuvieron.
Cuando actualmente escuchamos desde los púlpitos hablar de adoración, alabanza, amor, gracia y misericordia – entre otros más -, nos sorprende que el hablante pareciera no entender siquiera lo que está diciendo. Los atributos comunicables de Dios son confundidos con meras actitudes humanas condescendientes con los pecados de los hijos de Dios, mientras que las más altas disposiciones del espíritu del creyente agradecido al Dios que ama con todo su ser se cambia ahora por el estruendo de los instrumentos musicales, la gritería y la jerigonza de una falsa y ridícula glosolalia.
Es así que cuando ahora se profiere el epíteto de “legalista” no suele apuntar al mismo tipo de cristiano que hace medio siglo.
Al tiempo de convertirnos - promediando el siglo XX -, tomábamos por “legalista” al judaizante o hermano con rasgos farisaicos, que mezclando un corto y selecto repertorio de versículos favoritos con las tradiciones de los ancianos y mandamientos de hombres, terminaban invalidando la Palabra de Dios (Mr.7:3,7, 13). Ahora bien, no confundíamos las cosas:
a los gálatas contemporáneos no les regalábamos adjetivos que no merecían, como: biblistas, escrituralistas, fundamentalistas, conservadores, etc. Como los judíos de antaño, ellos podían pretender un completo conocimiento de la Ley y los Profetas, pero así como el Señor Jesús les hizo pasar vergüenza diciéndoles: “¿Nunca leísteis en las Escrituras…?” (Mt.21:42); “erráis ignorando las Escrituras” (Mt.22:29); “¿Ni aun esta escritura habéis leído…?…ignoráis las Escrituras” (Mr.12:10,24), poco costaba desenmascarar a los pretendidos eruditos.
Hoy las cosas están al revés. Si todavía quedan hijos de Dios que tiemblan a su Palabra, que la creen, la aman y la propagan, son tachados de “legalistas”. En cambio, los liberales y abiertos, usuarios de la “Nueva Versión Bíblica Relativizada”, que se atienen a la Santa Tradición de los Evangélicos renovada con todas las innovaciones que el uso y la costumbre impone como regla infalible de fe y práctica, son en realidad los legalistas de pura ley, pues se someten a los hombres y a todo viento de doctrina.
Lo que realmente apena, es que quienes creen haberse liberado de la vieja ley, todavía no disfruten de la libertad de cuantos por gracia de Dios y con todo gusto estamos bajo la ley de Cristo (1Co.9:21); que es la de la fe (Ro.3:27); la del Espíritu de vida en Cristo Jesús (Ro.8:2).
Así que, si forzado a hablar otro idioma el mantenerme dentro del marco de las Escrituras me hace digno de recibir el mote de “legalista”, lo acepto con gusto.
Ricardo.