LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

Saludos en Cristo Jesús.

SOBRE PAZ (el don de la paz)

Una vez Gedeón, uno de los jueces del Antiguo Testamento, (Jueces.6, 11.....), estaba moliendo trigo, y el Angel del Señor se le apareció diciendo: "El Señor esta contigo Valiente guerrero", Gedeon le respondió: "perdón Señor, pero si el Señor esta con nosotros, ¿porque nos sucede todo esto?". Se puede decir que este hombre estaba un poco falto de fe, lo que le pasaba era que en ese momento estaban siendo oprimidos por los madianitas. Luego como sigue narrando el capitulo 6 de este libro, el Señor le promete la victoria sobre sus opresores, pero Gedeon le pide una señal. Dejemos que la misma palabra de Dios con toda su frescura nos lo cuente:



"Gedeon fue a cocinar un cabrito, y preparó unos panes sin levadura con una medida de harina. Luego puso la carne en una canasta y el caldo en una olla; los llevó debajo de la encina y se lo presentó. El angel del Señor le dijo: toma la carne y los panes acimos, deposítalo sobre esta roca y derrama sobre ellos el caldo. Así lo hizo Gedeon. Entonces el Angel del Señor tocó la carne y los panes ácimos con la punta del bastón que llevaba en la mano, y salió de roca un fuego que los consumió. Enseguida el Angel del Señor desapareció de su vista. Gedeon reconoció entonces que era el Angel del Señor, y exclamó:

¡Ay de mí, Señor, porque he visto cara a cara al Angel del Señor!. Pero el Señor le respondió: " Quédate en paz". No temas, no morirás. Gedeon erigió allí un altar y lo llamó:

"El Señor es la Paz". Todavía se encuentra hoy ese altar en Ofrá de Abiézer."



Notemos como llamó al altar, "El Señor es la Paz"; ¿Por qué no lo llamó mas bien: "El poder de Dios", o "El fuego de Dios", o "He visto al Angel del Señor?". Cualquiera de esos nombres hubiera estado de acuerdo a lo sucedido, pero sin embargo lo llamó: ¡El Señor es la Paz!, Lo llamó así porque fue lo más hermoso, lo más notable que experimentó en su corazón, fue lo que le confirmó que era el Señor que se manifestaba ante él, era precisamente la dulzura del don de la Paz que podía saborear en su alma. La Paz que el Señor le regalo cuando le dijo: Quédate en Paz. Desde ese momento Gedeon sintió liberarse de la opresión, sintió sanar de su falta de fe, aunque como continua en ese capitulo, le siguió pidiendo señales y Dios en su pedagogía de Misericordia se las otorgó. (Lea todo él capitulo 6 del libro de los Jueces).

Podemos ver en todo esto que:

- Toda manifestación del Señor nos trae la Paz, porque es "Dios de paz y no de confusión"

- La Palabra del Señor produce lo que dice: "Quédate en Paz", le dijo a Gedeon, y experimentó la Paz.

- La Paz sana nuestras heridas, ordena nuestros pensamientos y nos lleva a obrar: "Gedeon construyo allí un altar..."

Un servidor del Señor me contó que estando en oración tubo una especie de visión donde veía que el se abrazaba a los pies de Jesús, quien estaba vestido con una túnica blanca resplandeciente y sentía una Alegría, un gozo inefable, y de pronto vió que ya no eran los pies de Jesús lo que estaba abrazando sino que eran los pies de la Cruz de Jesús y que de ella emanaba una sensación embriagadora, una dulzura que recorría y sanaba toda su alma,

Era la Paz de Dios, era uno de los frutos del Espíritu Santo según Gálatas 5,22 que entre otros dice "alegría y paz". Notemos como a estos dos frutos los pone juntos, de esta forma lo experimento este hermano. El salmo 85, 11. dice que la Justicia y la Paz se besan, pero con la Alegría van de la mano.

Si en este momento estas pasando por momentos difíciles en tu vida y hay tristeza en tu corazón, te sientes oprimido y falto de fe como Gedeon, este es el momento de pedir en oración el Don de la Paz. Este es el momento de abrazarte a los pies de la Cruz de Cristo, es decir, aceptar como llamado de Dios lo que te pueda estar pasando.
Desde la Cruz vas a experimentar la verdadera Paz, la Paz que Jesús solamente puede dar.



¡Que el Angel de la Paz te visite todas las mañanas!

Recordemos siempre que es posible pasar del sufrimiento a la Paz y que se puede hallar Paz en medio de la tormenta.

Paz y Bien.

Alberto Bottaro

EL ES NUESTRA PAZ.:corazon: :baby: :fish:
 
Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

Miniyo dijo:
Lo que hay que buscar es al dador, es decir a Dios las demas cosas vienen por añadidura, pues eso es lo que se propuso Dios con nosotros compartir su gloria con nosotros en Cristo Jesus.

1 San Pedro Apóstol 5:10

Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria
eterna en Jesucristo,
después que hayáis padecido un poco
de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y
establezca.


Y para buscarle de corazon el tiene que ser lo primero, lo mas importante, nuestro tesoro. Si hay algo que ocupa su lugar ya no podemos ser discipulos del Maestro.

San Marcos 12:30

Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda
tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este
es el principal mandamiento.


San Mateo 12:30

El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no
recoge, desparrama.


Los cristianos carnales, que tienen el corazon dividido entre Dios y el mundo son enemigos de Dios.

Santiago 4:4

¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo
es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser
amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.


Santiago 4:5

¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que
él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?


Asi que

Romanos 8:12

Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que
vivamos conforme a la carne;


Romanos 8:13

porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por
el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.


El fruto de Dios en nosotros es espiritu y vida y esto es eterno y para siempre, no cambia segun las circustancias, porque Dios no cambia, pero el fruto de la carne depende de nuestra apreciacion personal y como somos pecadores y egoistas por naturaleza terminamos actuando mal, es decir no hacemos lo correcto sino lo que nos conviene egoistamente sin tener en cuenta a Dios ni a los hombres.

Gálatas 6:8

Porque el que siembra para su carne, de la carne segará
corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del
Espíritu segará vida eterna.


Bendiciones

Buscadme y vivirá vuestro corazón.

Isaías .
28:28 El grano se trilla; pero no lo trillará para siempre, ni lo comprime con la rueda de su carreta, ni lo quebranta con los dientes de su trillo.
28:29 También esto salió de Jehová de los ejércitos, para hacer maravilloso el consejo y engrandecer la sabiduría.

Si me amas ,mi palabra guardarás,y yo te amaré.


Nada podemos contra la verdad,sino por la verdad.Todo el que hace justicia es de Dios.
Separados de mí nada podéis hacer.


Porque los deseos de los ojos,los deseos de la carne,y la vanagloria de la vida ,no provienen del Padre sino del mundo;pero el mundo pasa y sus deseos ,mas el que hace la voluntad de Dios vivirá para siempre.


Con amor eterno te he amado ,por tanto te prolongué mi misericordia.


La carne para nada aprovecha ,el espíritu es el que da vida.


El que siembra escasamente ,escasamente recogerá y el que siembra abundantemente ,recogerá abundantemente.


Gracias por escribir Miniyo,comparte cuando quieras.
Dios te bendiga.
 
Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

Saludos en Cristo Jesús.

SOBRE AMOR.

CÓMO DEBEMOS AMAR A DIOS, POR AMOR A ÉL


Dios merece mucho de nosotros, por cierto. Él se dio a sí mismo por nosotros cuando menos lo merecíamos (Gá. 1.4). Además, ¿qué pudo habernos dado que fuera mejor que sí mismo? Por lo tanto, cuando procuramos definir por qué debemos amar a Dios, si uno se pregunta qué derecho tiene Él a ser amado, la respuesta es que la principal razón consiste en que «Él nos amó a nosotros» (1 Jn. 4.9,10).

Ciertamente Él es digno de ser amado, cuando uno piensa en quién es el que ama, a quién ama y cuánto ama. ¿No es Él a quien todo espíritu confiesa…? (1 Jn. 4.2). Este amor divino es sincero, porque es el amor de alguien que no busca lo suyo (1 Co. 13.5).

¿A quién se muestra ese amor? Está escrito: «Siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios» (Ro. 5.10). Es así que Dios amó libremente, y hasta a sus enemigos. ¿Cuánto amó Dios? San Juan responde a eso: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito» (Jn. 3.16). San Pablo agrega: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (Ro. 8.32). El Hijo también dijo de sí mismo: «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Jn. 15.13).

De manera que el Justo mereció ser amado por los injustos, el más alto y omnipotente por los débiles. Bien, alguien dice: «Esto es verdad para el hombre, pero no vale para los ángeles». Parecería esta objeción verdad porque la muerte vicaria no fue necesaria para los ángeles, porque Aquel que vino en ayuda en el tiempo de necesidad, guardó a los ángeles de tener tal necesidad. Por eso —no obstante la objeción— Aquel que no dejó al hombre en tal estado porque lo amó, por igual amor dio a los ángeles la gracia de no caer en ese estado.

Creo que aquellos para quienes esto es evidente ven las razones por las que Dios debe ser amado, es decir, porque merece ser amado. Si los infieles encubren estos hechos, Dios siempre podrá confundir su ingratitud por medio de sus innumerables dones que en forma manifiesta pone a disposición del hombre. Porque, ¿quién sino Él da alimento a todos los que comen, vista a todos los que ven y aire a todos los que respiran? Sería necio tratar de enumerarlo todo, lo que acabo de decir es señal de lo incontable.

Los dones más nobles del hombre –la dignidad, el conocimiento y la virtud– se encuentran en las partes superiores de su ser, en su alma. La dignidad del hombre es su voluntad libre por la que es superior a las bestias y hasta las domina. Su conocimiento es aquello por lo cual reconoce que esta dignidad está en él, pero que no se origina en él. La virtud es aquello por lo cual el hombre busca continua y ansiosamente a su Hacedor.

Cada uno de estos tres dones tiene dos aspectos. La dignidad no es sólo un privilegio natural, sino que es también un poder de dominación, porque el temor al hombre está en todos los animales de la tierra (Gn. 9.2). El conocimiento también tiene dos aspectos, puesto que entendemos que esta dignidad y otras cualidades naturales están en nosotros, las que, sin embargo, nosotros no creamos. Finalmente, la virtud se percibe como doble, porque por ella buscamos a nuestro Hacedor, y cuando le hallamos nos unimos a Él tan estrechamente que nos hacemos inseparables de Él.

El resultado es que la dignidad sin conocimiento carece de provecho, sin virtud puede ser un obstáculo. El siguiente razonamiento explica dos hechos. ¿Qué gloria hay en tener algo que uno no sabe que posee? Y por otro lado, ¿qué justicia hay en conocer lo que uno tiene pero ser ignorante del hecho de que no lo posee por sí mismo? El Apóstol le dice a aquel que se glorifica a sí mismo: «¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorias como si no lo hubieras recibido?» (1 Co. 4.7).

¿Hay algún incrédulo que no sepa que ha recibido lo necesario para su vida corporal, por la cual existe, ve y respira, de Aquél que da alimento a todo ser viviente. (Sal. 136.25) que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos? (Mt. 5.45). ¿Quién, además, puede ser tan malo que piense que el autor de su dignidad humana no sea otro que Aquel que dice en el libro de Génesis: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza» (Gn. 1.26). ¿Quién puede pensar que el dador del conocimiento sea alguien diferente de Aquel que enseña conocimiento al hombre? (Sal. 94.10). O por otra parte, ¿quién cree que ha recibido o espera recibir el don de la virtud de alguna otra fuente que no sea la mano del Señor de la virtud? Por lo tanto, Dios merece ser amado por sí mismo aun hasta por los incrédulos que, aunque son ignorantes de Cristo, sin embargo pueden conocer su propia naturaleza.

De manera que todos, hasta los incrédulos, están sin excusa si no aman al Señor su Dios con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas. (Mr. 12.30; Ro. 1.20, 21). Porque una justicia innata, que la razón no desconoce, clama en su interior que debe amar con todo su ser a Aquel a quien debe todo lo que es. Sin embargo es difícil, imposible para un hombre, por su propio poder de libre voluntad, una vez que ha recibido de Dios todas las cosas, entregarse totalmente a la voluntad de Dios y no más bien a su propia voluntad, manteniendo estos dones para sí como propios, según está escrito: «Todos buscan lo suyo propio» (Flp. 2.21), y además: «…el intento del corazón del hombre es malo» (Gn. 8.21).

Los fieles, por el contrario, saben cuán totalmente necesitan a Jesucristo, y a éste crucificado (1 Co. 2.2). Aunque admiran y abrazan en Él ese amor que excede a todo conocimiento (Ef. 3.19), se avergüenzan de no darle el poco que tienen a cambio de tan grande amor y honor. Aquellos que se dan cuenta de que son amados más, aman también sobradamente más: «…mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama» (Lc. 7.43-47).


EL PRIMER GRADO DEL AMOR:


El hombre se ama a sí mismo por su propio bien


Desde que la naturaleza se ha hecho frágil y débil, la necesidad lleva al hombre a atenderla primero. Este es el amor carnal por el cual el hombre se ama a sí mismo por encima de todo, por su propio bien. Es consciente sólo de sí mismo; como dice San Pablo: «Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual» (1 Co. 15.46). El amor no es impuesto por un precepto; está implantado en la naturaleza. ¿Quién aborreció jamás a su propia carne? (Ef. 5.29). Pero si el amor creciera en forma inmoderada –como a veces ocurre– y semejando una corriente salvaje desbordara el cauce de la necesidad, inundando los campos del deleite, la inundación sería advertida inmediatamente por el mandato que dice: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt. 22.39). Es por cierto justo que quien comparte la misma naturaleza no debe ser privado de iguales beneficios, especialmente aquel beneficio que está implantado en esa naturaleza.

Si un hombre se sintiera preocupado por satisfacer no sólo las necesidades justas de sus hermanos sino también sus placeres, pues entonces que restrinja lo suyos si no desea ser un transgresor. Puede ser tan indulgente como lo desee consigo mismo siempre que recuerde que su prójimo tiene los mismos derechos. ¡Oh, hombre! La ley de la vida y el orden te impone la moderación de la temperancia, para que no vayas tras tus deseos injustificables y perezcas, no sea que uses los dones de la naturaleza para servir a través de la insensibilidad, al enemigo del alma. ¿No sería más justo y honroso compartirlos con tu prójimo, tu compañero, que con tu enemigo?

No obstante, para amar al prójimo con perfecta justicia, uno debe respetar a Dios. En otras palabras, ¿cómo puede uno amar al prójimo con pureza si no lo ama en Dios? Es imposible amar en Dios a menos que uno ame a Dios. Es necesario, por lo tanto, amar a Dios primero; entonces uno puede amar al prójimo en Dios (Mr. 12.30).

El mismo Creador quiere que el hombre sea disciplinado por las tribulaciones, de modo que cuando el hombre fracasa y Dios viene en su ayuda, éste, salvado por Dios, le rendirá a Él el honor debido. Está escrito: «Invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás» (Sal. 50.15). De esta manera, el hombre, que es animal y carnal (1 Co. 2.14), y sólo sabe amarse a sí mismo, sin embargo comienza a amar a Dios en su propio beneficio, porque de la experiencia frecuente aprende que puede hacer todo lo que es bueno para él en Dios, y que sin Dios no puede hacer nada bueno (Jn. 15.5).


EL SEGUNDO GRADO DEL AMOR:

El hombre ama a Dios por su propio beneficio


El hombre, por lo tanto, ama a Dios por su propio beneficio y no todavía por amor a Dios. No obstante, es cuestión de prudencia saber lo que uno puede hacer por sí mismo y lo que puede hacer con la ayuda de Dios para evitar ofender a Aquel que lo guarda libre de pecado. Sin embargo, si las tribulaciones del hombre se hacen más frecuentes y como resultado se dirige más a menudo a Dios y es liberado por Él, ¿no debe terminar por tomar conciencia, aun cuando tenga un corazón de piedra (Ez. 11.19) en un pecho de hierro, que es la gracia de Dios que lo libera y llegar a amar a Dios, no para su propio beneficio, sino por amor a Dios?


EL TERCER GRADO DEL AMOR:


El hombre ama a Dios por amor a Dios


Las frecuentes necesidades del hombre lo obligan a invocar a Dios más a menudo y acercarse a Él con mayor frecuencia. Esta intimidad mueve al hombre a gustar y descubrir cuán dulce es el Señor. Gustar la dulzura de Dios nos atrae más al amor puro que a la urgencia de nuestras propias necesidades. De ahí el ejemplo de los samaritanos que le respondieron a la mujer que les había dicho que el Señor estaba presente: «Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo» (Jn. 4.42). Seguimos sus pasos cuando decimos a nuestra carne: «Ahora amamos a Dios, no a causa solamente de nuestras necesidades, sino porque hemos gustado y sabemos cuán dulce es el Señor».

El hombre que siente de esta manera no tendrá dificultad en cumplir el mandamiento de amar a su prójimo (Mr. 12.31). Ama a Dios en verdad y de esta forma ama lo que es de Dios. Ama con pureza y no encontrará difícil obedecer un mandato puro, purificando su corazón, como está escrito, en la obediencia del amor (1 Pe. 1.22). Este es el tercer grado del amor: en él Dios ya es amado por amor a Él mismo.


EL CUARTO GRADO DEL AMOR:


El hombre se ama a sí mismo por amor a Dios


¡Feliz el hombre que ha llegado a este grado! Ya ni siquiera se ama a sí mismo, a no ser por su Dios. «Tu justicia es como los montes de Dios» (Sal. 36.6). Este amor es una montaña, la imponente cumbre de Dios. Yo diría que es bendito y santo el hombre a quien le es dado experimentar algo de esta clase, tan rara en la vida, y aunque sea una sola vez y por espacio de un momento. Perderse, como si ya no existiera, dejar de sentirse totalmente, reducirse a nada, no es un sentimiento humano sino una experiencia divina (Fil. 2.7).

Tal como una gota de agua parece desaparecer completamente en una gran cantidad de vino…, tal como el hierro rojo, fundido, se hace tan parecido al fuego que parece perder su estado primario…, tal como el aire de un día soleado parece transformarse en sol en lugar de estar iluminado…, de la misma manera es necesario para los santos que todos los sentimientos humanos se fundan de una forma misteriosa y fluyan dentro de la voluntad de Dios.

Yo no creo que eso pueda ocurrir con seguridad hasta que se cumpla la palabra «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, toda tu alma y todas tus fuerzas>.
VENID A MÍ TODOS LOS QUE ESTÁIS TRABAJADOS Y CARGADOS Y YO OS HARÉ DESCANSAR.
:corazon: :baby: :fish:
 
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Saludos en Cristo Jesús.

PACIENCIA

BUENO ES ESPERAR EN SILENCIO LA SALVACIÓN DE DIOS.
Lamentaciones 3:26


Sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.
Santiago 1:3-4Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia...
Gálatas 5:22

Aguarda al Señor; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; sí, espera a Dios.
Salmo 27:14

Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos.
Romanos 8:25

Pacientemente espere a Jehová y se inclinó a mí, y oyó mi clamor.
Salmo 40:1

No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará.
Hebreos 10:35-37

A fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.
Hebreos 6:12

Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.
Romanos 5:3-5

Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca.
Santiago 5:7-8

Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.
Hebreos 12:1




Bueno es esperar en silencio la salvación de Dios.
Lamentaciones 3:26

Sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.
Santiago 1:3-4Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia...
Gálatas 5:22

Aguarda al Señor; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; sí, espera a Dios.
Salmo 27:14

Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos.
Romanos 8:25

Pacientemente espere a Jehová y se inclinó a mí, y oyó mi clamor.
Salmo 40:1

No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará.
Hebreos 10:35-37

A fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.
Hebreos 6:12

Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.
Romanos 5:3-5

Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca.
Santiago 5:7-8

Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.
Hebreos 12:1


PENSAMIENTOS DE PACIENCIA.

Si he hecho descubrimientos invaluables ha sido más por tener paciencia que a cualquier otro talento.


Ten paciencia con todas las cosas, pero sobre todo contigo mismo.

Poquito a poco hila la vieja el copo.



ESPERÉ EN EL SEÑOR,ESPERÓ MI ALMA,EN SU PALABRA HE ESPERADO;MI ALMA ESPERA EN JEHOVÁ MÁS QUE LOS CENTINELAS A LA MAÑANA.ESPERE ISRAEL A JEHOVÁ DESDE AHORA PARA SIEMPRE:fish: :baby: :corazon:
 
Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

Saludos en Cristo Jesús.





FRUTOS DE LA VIDA DIVINA.



C. H. Mackintosh










“Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10).



Si algo pudiese aumentar el valor de esta amorosa exhortación, sería el hecho de que la hallamos al final de la Epístola a los Gálatas. A lo largo de esta notable Epístola, el inspirado apóstol corta de raíz todo el sistema de justicia legal. Demuestra, de manera irrefutable, que ningún hombre puede ser justificado a los ojos de Dios por las obras de la ley, cualquiera sea su naturaleza, ya morales, ya ceremoniales.



El apóstol declara que los creyentes no están en ninguna forma bajo la ley, ni para tener la vida, ni para ser justificados, ni para su andar práctico. Si nos colocamos bajo la ley, la consecuencia de ello es que debemos renunciar a Cristo, al Espíritu Santo, a la fe, a las promesas. En resumidas cuentas, si, de la forma que fuere, nos emplazamos sobre un terreno legal, debemos abandonar el cristianismo, y nos hallamos todavía bajo la maldición de la ley.



Ahora bien, no vamos a citar los pasajes ni a tocar este lado del tema en esta ocasión. Simplemente llamamos la seria atención del lector cristiano respecto de las palabras de oro del versículo que hemos citado al comienzo de este escrito, las cuales sentimos que resaltan con incomparable belleza y con un poder moral particular al final de esta epístola a los Gálatas, en la cual toda la justicia humana es enteramente hecha trizas y arrojada por la borda.



Es siempre necesario considerar los dos lados de un tema. Todos nosotros somos tan terriblemente propensos a no ver sino un solo lado de las cosas, que nos resulta moralmente saludable que nuestros corazones sean puestos bajo la plena acción de toda la verdad. ¡Ay, es posible abusar de la gracia!, y a veces podemos olvidar que, si bien delante de Dios somos justificados por la fe sola, una fe real debe manifestarse por las obras.



Tengamos en cuenta que si bien la Escritura denuncia las obras de la ley y las reduce a añicos de la manera más absoluta, ella, en cambio, insiste de manera cuidadosa y diligente, en numerosos pasajes, en las obras de la fe, fruto de la vida divina.



Sí, querido lector, debemos dirigir seriamente nuestra atención a esto. Si profesamos poseer la vida divina, esta vida debe manifestarse de una manera más tangible y eficaz que las meras palabras o que una mera profesión de labios hueca. Es perfectamente cierto que la ley no puede dar la vida y que, por consecuencia, es aún más incapaz de producir obras de vida. Ni un solo fruto de vida fue, ni será, jamás recogido del árbol del legalismo. La ley sólo puede producir obras muertas, respecto de las cuales debemos tener la conciencia purificada, al igual que de las malas obras.



Todo esto es muy cierto. Las santas Escrituras lo demuestran a lo largo de sus inspiradas páginas, y no nos dejan ninguna duda respecto de este tema. Pero lo que ellas demandan es que haya obras de vida, obras de fe, en cuyo defecto es menester concluir que la vida está ausente. ¿Qué valor tiene el hecho de profesar que se tiene vida eterna, de hablar bellamente acerca de la fe, de defender las doctrinas de la gracia, si al mismo tiempo toda la vida práctica se encuentra caracterizada por el egoísmo bajo todas sus formas?



El apóstol Juan dice: “El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1.ª Juan 3:17). El apóstol Santiago dirige también a nuestros corazones una muy seria y saludable cuestión: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2:14-17).



El autor de la epístola insiste en ella sobre las obras de vida, frutos de la fe, de una manera tal que debería hablar de la forma más solemne y eficaz a nuestros corazones. Es espantoso ver entre nosotros tanta profesión hueca, tantas palabras superfluas, sin poder y sin valor.



El Evangelio que poseemos —¡a Dios gracias!— es maravillosamente claro. Comprendemos claramente que la salvación es por gracia, por medio de la fe, y no por obras de justicia o de la ley. ¡Oh, qué bendita verdad, y nuestros corazones alaban a Dios por ello! Pero una vez que somos salvos, ¿no deberíamos vivir como tales? La vida nueva, ¿no debería manifestarse por los frutos? Si ella está allí, la vida debe manifestarse; y si ella no se manifiesta, ¿podríamos decir que está allí?



Observemos lo que dice el apóstol Pablo: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). Aquí tenemos, por así decirlo, lo que podemos llamar el lado superior de esta gran cuestión práctica. Luego, en el versículo siguiente, viene el otro lado, el que todo cristiano serio y sincero será dichoso de considerar: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (v. 10).



Tenemos aquí plena y claramente ante nosotros el tema entero. Dios nos ha creado para andar en un camino de buenas obras, y ese camino de buenas obras ha sido preparado por Él para que nosotros andemos en ellas. Todo es de Dios, desde el comienzo hasta el fin; todo es por gracia y todo es por fe. ¡Loado sea Dios porque que ello sea así! Pero recordemos que es absolutamente vano disertar acerca de la gracia, de la fe y de la vida eterna, si las «buenas obras» no se manifiestan. De nada aprovecha que nos jactemos de grandes verdades, de nuestro profundo, variado y extenso conocimiento de las Escrituras, de nuestra correcta posición, de habernos separado de esto y de aquello, si nuestros pies no marchan en el sendero de las “buenas obras que Dios preparó de antemano” para nosotros.



Dios reclama la realidad. No se contenta con bellas palabras que hablan de una elevada profesión. Nos dice: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1.ª Juan 3:18). Él —¡bendito sea su Nombre!—, no nos amó “de palabra ni de lengua”, sino “de hecho y en verdad”; y espera de nosotros una respuesta clara, plena y precisa; una respuesta manifestada en una vida de buenas obras, que produce dulces frutos, según lo que está escrito: “llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (Filipenses 1:11).



Amados, ¿no creéis que nuestro supremo deber sea aplicar nuestro corazón a este importante tema? ¿No debiéramos aplicarnos diligentemente a estimularnos al amor y a las buenas obras? Y ¿cómo puede ser esto más efectivamente llevado a cabo? ¿Acaso no es andando nosotros mismos en amor, transitando fielmente el sendero de las buenas obras en nuestra vida personal? En lo que respecta a nosotros, estamos hartos de discursos huecos, de una profesión sin obras. Tener elevadas verdades en los labios y una vida cotidiana de una baja condición práctica, constituye uno de los más alarmantes y escandalosos males de nuestro tiempo presente. Hablamos de la gracia, pero faltamos en la justicia práctica; faltamos en los más simples deberes morales de nuestra vida privada de cada día. Nos jactamos de nuestra posición privilegiada, mientras que somos deplorablemente relajados y flojos con nuestra condición y con nuestro estado.



¡Quiera el Señor, en su infinita bondad, avivar el fuego de nuestros corazones para procurar buenas obras con un celo más profundo, de modo que adornemos más y mejor la doctrina de Dios nuestro Salvador en todas las cosas (Tito 2:10)!



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P.S.— Es muy interesante e instructivo comparar la enseñanza relativa a “las obras”, según Pablo y según Santiago, ambos divinamente inspirados. Pablo repudia enteramente las obras de ley. Santiago, en cambio, insiste celosamente en las obras de fe. Cuando este hecho es entendido, toda dificultad se desvanece, y vemos brillar claramente la divina armonía de la Escritura. Muchos no lograron comprenderlo, y se han visto así muy perplejos por la aparente contradicción entre Romanos 4:5 y Santiago 2:24. Huelga decir que tenemos allí la más bella y perfecta armonía. Cuando Pablo declara: “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia”, él se refiere a las obras de la ley. Cuando Santiago dice: “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe”, él se refiere a las obras de vida, de fe.



Esto se halla ampliamente confirmado por los dos ejemplos que da Santiago para probar su punto: el de Abraham que ofrece a su hijo, y el de Rahab que esconde a los espías. Si sustraemos la fe de estos dos casos, ambos serían obras malas. Si, por el contrario, los consideramos como el fruto de la fe, ellos manifiestan la vida.



¡Cuánto brilla la sabiduría infinita del Espíritu Santo en todos estos pasajes! Él vio de antemano el uso que se haría de ellos. Entonces, en vez de elegir obras buenas de forma abstracta, elige, sobre un período de cuatro mil años, dos obras que habrían sido malas si no hubiesen sido el fruto de la fe.



LA FE OBRA POR EL AMOR.:corazon: :baby: :fish:
 
Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

Saludos en Cristo Jesús.

EL FRUTO DEL ESPÍRITU (PARTE I)

En el capítulo cinco de la epístola a los Gálatas, a partir del versículo 16, Pablo contrapone el andar en la carne con el andar en el Espíritu, las obras de la carne con el fruto del Espíritu. Dice que ambos son como mundos y maneras de obrar no solo distintas sino opuestas, que combaten y se excluyen entre sí (v. 17). El creyente tiene que tomar una decisión: satisfacer los deseos de la carne —que han sido moderados, es cierto, pero que todavía están vivos en el viejo hombre —, o vivir y caminar en el Espíritu.


Pablo enumera las obras de la carne —aunque la lista no sea completa contiene lo principal, vv. 19 al 21— y luego habla de la múltiple manifestación del fruto del Espíritu —vv. 22 y 23. No escribe «las obras del Espíritu», sino «el fruto», es decir, las cualidades del carácter de Cristo que el Espíritu produce en nosotros.


Lo primordial que obra el Espíritu en nosotros no es lo que hacemos sino lo que somos. Pero nuestros actos son reflejo de nuestro interior. El Espíritu imprime, por así decirlo, el carácter de Cristo en nuestra alma y ese carácter se revelará al exterior en nuestros actos, palabras, y tratos hacia la gente.


El apóstol Juan lo expresa de otra manera: «El que dice que permanece en Él debe andar como el anduvo» (1 Jn 2.6). Jesús dijo: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí (es decir, unido al tronco de la vid) y yo en él, éste lleva mucho fruto.» (Jn 15.4)


El fruto del Espíritu empieza a brotar en nosotros cuando nos convertimos. Pero brota por sí solo hasta cierto punto. Debe ser cultivado, abonado, mediante nuestra comunión con Cristo, mediante la cual la savia de su vida pasa del tronco al sarmiento. Así como el sarmiento da fruto en la medida en que fluya la savia, de manera semejante nosotros manifestamos los rasgos del carácter de Jesús cuando su vida fluye en nuestro espíritu. Pero nuestro sarmiento deberá también ser podado, limpiado por el divino Jardinero, para que dé más fruto (Jn 15.2).


Las cualidades del carácter de Cristo, su amor, su bondad, su paz, etc., son la luz que Jesús dijo debía brillar delante de los hombres para que, viendo nuestras buenas obras, glorifiquen a su Padre que está en los cielos (Mt 5.16). El fruto del Espíritu no consiste en obras, pero se manifiesta en obras que dan gloria a Dios.


El fruto del Espíritu es como un prisma que descompone la luz que lo atraviesa no en siete (como en el prisma de vidrio) sino en nueve colores distintos que, sumados, hacen un blanco purísimo. Aquí vemos cómo un fenómeno físico es figura de un fenómeno espiritual: la blancura de la pureza del alma unida a Cristo que resulta de la suma de las cualidades de su personalidad humana. Veamos pues cuáles son esos colores de la luz de Cristo.


El amor

La naturaleza está llena de amor, el cual se manifiesta en miles de formas. En la unión del polen con el óvulo de la planta receptora en el cáliz de la flor; en la atracción recíproca de los animales; en el amor de los animales domésticos por el hombre; en la simpatía que une a los amigos; en la atracción física de los sexos, etc.


Pero el amor como fruto no es el amor apasionado de los enamorados o de los amantes, sino es un amor diferente que Dios derrama en nuestros corazones cuando nos da el Espíritu Santo (Ro 5.5). Es un amor que el mundo no conoce. Es la clase de amor que Él tiene por nosotros que «de tal manera amó al mundo que dio a su Hijo...» (Jn 3.16). Es el amor que constituye la esencia de su ser (1Jn 4.8).


La característica principal de este amor es el darse. Por tanto es un amor desinteresado que no espera recibir nada a cambio. Si amamos a Dios nos damos a Él, le damos todo lo que tenemos, nuestro tiempo, fuerzas, dinero. Lo damos sin que nos cueste porque al que ama no le cuesta dar.


Es un amor que se manifiesta más en hechos que en palabras. Si alguno ve a su prójimo padeciendo necesidad y no siente el impulso de satisfacerla con sus bienes, ¿cómo podrá decir que el amor de Dios vive en él? El amor de Dios nos empuja a dar y si no, no es verdadero (1Jn 3.16–18).


Ese es un amor que trasciende el plano humano, con sus tres dimensiones (largo, ancho y alto) y que tiene una cuarta dimensión desconocida por la carne: la profundidad (Ef 3.18). La dimensión del amor de Dios es diferente por eso está más allá de la mente y de los afectos humanos. Si estamos llenos del amor de Dios, estamos llenos de su plenitud. Dios derrama su amor incluso en personas que no lo conocen o que no quieren rendirse a Él, así como hace brillar su sol sobre malos y buenos (Mt 5.45). Dios no es tacaño con su amor. Lo da y no exige nada a cambio. Cristo entregó su vida por nuestros pecados pero no nos exige que le amemos en recompensa. Ciertamente espera que el pecador se vuelva a Él, pero no murió por nosotros a condición de que todos le amáramos.


El amor de Dios en nosotros se comporta de manera semejante. Ama sin exigir pago. Ama porque necesita amar. El amor no puede dejar de amar, tal como el agua no puede dejar de mojar. El amor verdadero ama sin esperar ser correspondido. Dios por amor nos dio a su Hijo aun sabiendo que iba a ser rechazado.

Ese es el amor que canta Pablo en 1 Corintios 13, que todo lo sufre, que todo lo cree, todo lo soporta, que todo lo perdona. (1Cor 13.7). El amor de Dios es, por así decirlo, un amor necio, que no teme ser engañado; que ama a sabiendas de nuestra ingratitud.


Al hombre le es difícil amar de esa manera. Nadie puede amar así si Dios no ha derramado su amor en él. El amor humano es inevitablemente egoísta ya que ama pero exige ser amado. Si no pagan nuestro amor con amor, o con un gesto de gratitud, nuestro amor se resiente y hasta puede tornarse en odio.


El amor de Dios nunca se resiente cuando es rechazado o porque se le recompensa con ingratitud. Más bien se podría decir que ama más al que lo rechaza, precisamente por ese motivo, e irá a buscarlo como el Buen Pastor a la oveja perdida (Lc 15.4–6). Es como la luz del sol, cuyos rayos no se ensucian al alumbrar el barro o el estiércol. Permanecen siempre puros. ¿No hay madres que aman así a sus hijos? ¿Qué los aman pese a sus defectos? Es Dios quien ha derramado ese amor en sus corazones.


¿Cuántos podemos decir que nuestro amor permanece intacto pese al rechazo? Incluso el amor de los padres a veces se enfría si los hijos les son ingratos. Sólo el amor que Dios inspira permanece intacto. Ese es un amor que abarca a todos los hombres, no solo a los que nos aman, sino también a los que nos odian (Mt 5.43–45). Es un amor que renuncia incluso a ser amado con tal de poder seguir amando; es el amor que aceptaría ser condenado al infierno si fuera necesario, con tal de salvar a otros (Ro 9.3).


Ese es el amor que manifestó Cristo en la cruz al ofrendar su vida y afrontar el sufrimiento por el gozo de salvarnos (He 12.2). Es un amor que está por encima de la capacidad humana y que solo Dios puede dar; un amor que muere a sí mismo y que prefiere el bien ajeno al propio.


Uno de los síntomas más claros de que estamos llenos de este amor es que no nos entristezcamos porque los méritos y cualidades de otro nos opacan, al contrario, nos alegremos en los méritos y éxitos de otro a quien Dios levanta. Ese es un amor que prefiere ser insultado a insultar; que no envidia sino se goza en la felicidad del otro; que no se jacta sino que destaca los méritos ajenos; que no se irrita ni guarda rencor sino perdona. Es el amor que sufre de buena gana aun por los que lo odian (1Cor 13.4–6).


Es un amor que hace la vida diferente. Es el amor que se manifiesta en la fidelidad de los esposos más allá de sus cuerpos, y en la amistad de los que son verdaderos amigos; en la caridad que sacrifica la propia comodidad o el propio dinero por ayudar al prójimo (Lc 10.25–37).


La enfermera que ama a sus enfermos goza cuidándolos aunque se fatigue. Si no los ama su trabajo será para ella una carga pesada. Si los ama le será fácil. Cuando existe ese amor en el seno de una familia, sus miembros gozan de una felicidad que el dinero no puede comprar.


En la medida en que nosotros experimentemos el amor de Dios podremos darlo al prójimo. Todo lo que experimentamos lo aprendemos y podemos reproducirlo. Por eso la forma cómo nosotros tratamos al prójimo es un reflejo del grado en que hemos experimentado el amor de Dios.


Nosotros amamos tanto al prójimo cuanto nos sentimos amados por Dios. El que no siente que Dios lo ama difícilmente puede amar al prójimo. De ahí viene que alguna gente pueda ser tan fría con sus semejantes. No conocen el amor de Dios y, por tanto, no pueden darlo a otros.


Al que ama no le cuesta dar, no le cuesta regalar. Dios no escatimó el costo de entregarnos a su Hijo. ¿O estaría Él calculando si valía o no la pena dárnoslo? Dios no escatima sus dones sino que nos los da sin medida porque nos ama, y por eso nos perdona sin límites.


Jesús no calculó el costo de morir en la cruz. Más bien Él ardía de deseos porque su destino se cumpliera . En el momento de la prueba en el huerto Él debe haber tenido delante de sus ojos todo lo que iba a sufrir y debe haber visto hasta qué punto su sufrimiento iba a ser en vano para muchos, cuántos lo rechazarían y se perderían. Él pudo haberse negado a sufrir en vano por tantas personas, pero persistió pese a todo en su propósito con tal de salvar a unos pocos.


Solo ese amor sin límites explica su Pasión. Ese amor se manifiesta en los clavos que traspasaron sus manos y sus pies, y en la lanza que se clavó en su costado. Fue por amor que Él soportó ser herido y traspasado. Es por amor también por lo que Él soporta las heridas que nosotros le inflingimos cuando pecamos. Las infidelidades del cristiano son más crueles y más dolorosas que los clavos que horadaron sus manos y sus pies. Es su amor al que herimos cuando pecamos. Por eso debería espantarnos la posibilidad de pecar, porque pecando herimos al amor que se ha dado enteramente a nosotros(Nota).


El gozo

Para alegrarse el hombre necesita con frecuencia de estímulos artificiales, como el alcohol, o la música bulliciosa, los espectáculos y la gritería. Varios anuncios televisivos muestran la superficialidad de esa alegría, de ese «vacilarse», al que muchas veces, cuando el efecto del alcohol y de las drogas se esfuma, sigue la depresión.


Pero el verdadero gozo no es algarabía loca, ni puede confundirse con la alegría que siente el impío cuando hace el mal (Pr 2.14), sino es algo que no depende de lo que hacemos ni de las circunstancias exteriores. Es algo que brota de nuestro interior como consecuencia de nuestra comunión con Dios y que permanece aun frente a las dificultades y las circunstancias adversas.


Es un gozo que viene de reposar en Dios, de saberse amado por Él, así como de amar al prójimo. Es un gozo que Jesús da: «Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido.» (Jn 15.11).


Es el gozo que viene a nuestra alma por hacer el bien, como, por ejemplo, por salvar las almas, o por predicar aunque nos cueste mucho hacerlo, o por ayudar al desvalido. Es un gozo que ni los insultos ni las adversidades ni los sufrimientos pueden apagar, sino que, al contrario, más bien estimulan. Pablo habla de ese gozo cuando dice: «Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.» (2Cor 12.10).


Es el gozo que sintieron los apóstolos Pedro y Juan cuando fueron azotados por orden del Sanedrín y salieron «gozosos de haber sido tenidos por dignos de haber sufrido afrenta por causa del Nombre» (Hch 5.41). Es el gozo que produce ser participante de los sufrimientos de Cristo (1Pe 4.13). Jesús exhorta a los suyos a tener ese gozo: «Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan y digan toda clase mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos porque vuestra recompensa es grande en los cielos.» (Mt 5.11–12)


Es el gozo, sobre todo, de vivir lleno del Espíritu Santo, que es el autor del gozo (Hch 13.52). El gozo del que Pablo exhorta a los creyentes estar llenos, pues Cristo vive en ellos: «Por lo demás, hermanos, gozaos en el Señor." "Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez os digo: Regocijaos» (Fil 3.1; 4.4).


Lo único que puede apagar ese gozo interno es el pecado, como lo experimentó el rey David, pecador penitente: «No quites de mí tu Santo Espíritu; devuélveme el gozo de tu salvación.» (Sal 51.11b–12a). El pecado alegra al pecador pero deprime al justo porque lo separa de Dios.


Los santos del Antiguo Testamento conocían muy bien ese gozarse en Dios, como lo muestran varios episodios de su historia. Quizá el más conocido o citado sea el que menciona el libro de Nehemías cuando el sacerdote Esdras y sus ayudantes leyeron las Escrituras ante la congregación reunida. Después de que hombres y mujeres hubieran llorado de emoción al volver a oír las Escrituras después de mucho tiempo, Nehemías les dijo: «Id, comed grosuras y bebed vino dulce y enviad porciones a los que no tienen nada preparado; porque día santo es a nuestro Señor; no os entristezcáis, porque el gozo del Señor es nuestra fuerza...Y el pueblo se fue a comer y a beber, y a obsequiar porciones y a gozar de gran alegría, porque habían entendido las palabras que les habían enseñado." (Nh 8.10–12). Escuchar la palabra de Dios produce gozo, como bien sabemos también por el Nuevo Testamento (Lc 2.10–11; 8.13; 1Ts 1.6).


Muchos salmos dan testimonio de ese gozo: «Me alegraré y me regocijaré en ti; cantaré a tu nombre, oh Altísimo.» (Sal 9.2). Y otro: «En tu presencia hay plenitud de gozo.» (Sal 16.11b).


La paz

La paz del mundo es ausencia de hostilidades y rivalidades; es una tregua entre dos potencias rivales, debajo del cual puede ocultarse una «guerra fría», como sabemos por la historia reciente. Es una paz engañosa en la que los enemigos no se atacan solo porque los paraliza el miedo mutuo, mientras se arman constantemente, según el dicho latino: «Si quieres la paz, ármate para la guerra». Así también es la paz mundana entre las personas: un arreglo temporal de conveniencia que puede ser turbado cuando se enfrentan los intereses y que es por ello violado constantemente.


En cambio, la paz que viene de Dios es una paz interna, una paz del corazón; un estado del alma que no depende de las circunstancias. Es una paz que permanece en medio de los hostigamientos y de la guerra que nos hace el enemigo. La paz de Dios que nos dejó Jesús (Jn 14.27), tan diferente a la del mundo, viene de haber sido reconciliados con Él por medio de su sangre, viene de tener paz con Dios al haber sido justificados por la fe, como dice Pablo en Romanos (5.1).


Si no estamos en paz con Dios es imposible tener esa paz. Pero si lo estamos, tendremos esa paz que viene de Él que sobrepasa todo entendimiento, porque no obedece a ninguna lógica humana, y que poseemos cuando ponemos nuestras necesidades y afanes en sus manos: (Fil 4.6–7).


Es una paz que procede de la seguridad de que Jesús está con nosotros (Mt 28.20). Es la paz que nada altera cuando estamos firmemente anclados en Dios; cuando Él gobierna nuestros corazones y estamos llenos de amor y gozo (Col 3.14–15). Es la paz de la conciencia sin reproche que nos permite dormir sin temor cuando nos acostamos sabiendo que Él guarda a los suyos (Sal 4.8).


Pero es también una paz que influye en nuestro entorno y en nuestras relaciones humanas, como dice Proverbios: «Cuando los caminos del hombre son agradables al Señor, aun a sus enemigos hace estar en paz con él» (16.7).


Es la paz de los pacificadores a los que Jesús llama bienaventurados porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5.9).

Nota del autor:
El griego antiguo tenía cuatro palabras para expresar el amor. Storgé es el amor de los padres por sus hijos, o el que une a los esposos, o la simpatía entre amigos. No figura como sustantivo ni como verbo en el Nuevo Testamento, solo en palabras compuestas: filóstorgos (amor ferviente, Ro 12.10) y astorgos (carente de amor natural, Ro 1.31; 1 Ti 3.3). Eros es el amor de los sexos opuestos, la pasión y el deseo de poseer. Tampoco figura en el NT. El específico significado cristiano de la palabra ágape es algo propio del Nuevo Testamento. El sustantivo ágape no figura en la literatura clásica griega y aparece por primera vez en la Septuaginta (LXX) como traducción del hebreo ajaba, aunque el verbo agapao (dar gran valor, tener en gran estima, amar) sí es usado en el griego clásico desde Homero. Filia (sustantivo) y fileo (verbo) constituyen las palabras más usadas para expresar el amor en general y el afecto, no sólo entre las personas sino también el amor a las cosas (1 Ti 6.10).

EL QUE NO ESCATIMÓ NI A SU PROPIO HIJO,SINO QUE LO ENTREGÓ POR TODOS NOSOTROS ,¿CÓMO NO NOS DARÁ CON ÉL TODAS LAS COSAS?:corazon: :baby: :fish:
 
Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

Saludos en Cristo Jesús.


EL FRUTO DEL ESPÍRITU ,Parte II.

por José Belaunde M.

Si le preguntaran a su familia, amigos, y hermanos de la congregación sobre usted, ¿sus respuestas expresarían que los frutos del Espíritu Santo son una realidad en su vida? En esta segunda parte meditamos sobre la paciencia, la benignidad y la bondad, y la diferencia entre estas.




La paciencia


La paciencia es la cualidad que endulza las relaciones humanas, que nos permite sonreír frente a los desplantes y torpezas ajenas. Es la cualidad que los padres necesitan para cuidar a sus hijos pequeños y para educar a los más grandes. Es esa cualidad indispensable para llevarnos bien con los compañeros de trabajo y con nuestros colegas. Es la cualidad que permite a los maestros soportar a sus alumnos tumultuosos y a estos a su profesor malhumorado. Es la cualidad que nos permite soportar con buen ánimo y sin quejarnos las penurias y las enfermedades. En fin, es una virtud necesaria para todas las etapas de la vida y que se aprende solo ejercitándose en ella, esto es, sufriendo de buena gana las molestias de la vida.


La paciencia es una consecuencia o manifestación del amor, y es apropiado que en la enumeración de los aspectos del fruto del Espíritu, venga después de la paz, pues se ha definido a la paciencia como la ciencia de la paz, la ciencia de mantener la calma en medio de la tempestad.


Es muy singular que la palabra «paciencia» sea casi exclusiva de las epístolas y de Apocalipsis. Solo aparece dos veces en los Evangelios y dos veces en el Antiguo Testamento (en Job y en Proverbios), aunque el concepto sí está presente en las descripciones de Dios como tardo o lento para la ira (Ex 34.6; Nm 14.18, etc.) (Nota 1).


La paciencia en efecto, es una cualidad del carácter de Dios, quien, como dice Pedro, es «paciente con nosotros porque no quiere que ninguno se pierda sino que todos vengan al arrepentimiento» (2 Pe 3.10).


Básicamente son dos las palabras griegas del Nuevo Testamento que se traducen por «paciencia»: makrozumía y hupomoné. La primera es la que usa Pablo en Gálatas 5.22. Viene de makro (largo) y zumía (pasión, ira). El adjetivo makrozumós denota al que demora en airarse. Su significado puede traducirse también por «longanimidad», palabra que ha caído en desuso, pero que expresa bien el sentido de «ánimo largo», que posee la persona tenaz, perseverante.


La segunda palabra, que es la más frecuentemente usada, viene de hupo (debajo) y moné (permanecer), esto es, permanecer debajo. Es la cualidad del que soporta sin moverse, del que no cede ante las circunstancias desfavorables.


En general, makrozumía se refiere a la paciencia que ejercitamos respecto de las personas (por lo que a veces se traduce también como «tolerancia» o «mansedumbre») y hupomoné, la que ejercemos frente a las circunstancias.


Pablo nos exhorta a soportarnos unos a otros con paciencia (Ef 4.2), a sobrellevar los defectos ajenos, así como ellos deben soportar los nuestros, a fin de guardar la unidad del cuerpo de Cristo. En varias ocasiones él se propone a sí mismo como ejemplo de paciencia (2Cor 6.4).


Él escribe que soportar las tribulaciones produce paciencia, y la paciencia, carácter probado, el cual, a su vez, engendra esperanza (Ro 5.5). Santiago, por su lado, nos exhorta a gozarnos en las pruebas que producen paciencia (Stg 1.3–4) y nos pone como ejemplo a los profetas antiguos y al patriarca Job (5.10–11).


Pero nuestro mejor ejemplo de paciencia es Jesucristo pues nadie soportó de manos humanas un tratamiento tan cruel como el que le fue inflingido; que «como cordero fue llevado al matadero y como oveja delante de sus trasquiladores enmudeció y no abrió su boca» (Is 53.7).


Si hemos de entrar en el reino de Dios a través de muchas tribulaciones, como dice Pablo (Hch 14.22), ¡cuán necesaria nos es la virtud de la paciencia para sobrellevarlas! Recordemos que la grandeza del alma se revela más en las adversidades que en los triunfos.


Jesús dijo que el labrador limpia el sarmiento para que dé más fruto. No hay poda que no sea dolorosa. Por eso debemos soportar la disciplina de Dios con la paciencia de la vid que no protesta (Hb 12.7–9).


Hay un pasaje en Colosenses en que las dos palabras griegas mencionadas arriba aparecen juntas y en el que se dice que hemos sido fortalecidos con todo poder «...para tener paciencia y longanimidad». Uno esperaría que la finalidad del fortalecimiento es hacer grandes hazañas. Pero no es así. Se nos fortalece para que seamos pacientes y perseverantes, cualidades que son necesarias para la realización del ministerio cristiano, esto es, para servir a los demás «con gozo». El propósito de este aspecto del fruto del Espíritu, no es imponerse sobre los demás, sino soportar las pruebas y dificultades, lo cual puede ser a veces una hazaña mayor que los hechos notables que el mundo admira. La paciencia es por ello una marca del temperamento cristiano, indispensable para el ministro del Evangelio (2 Ti 4.2; 2Cor 6.4–6) a causa de la oposición del enemigo que deberá afrontar y de la perseverancia que deberá ejercer para predicar a tiempo y a destiempo.


El recordado maestro pentecostal británico, Donald Gee, hace la interesante observación de que las pruebas nos vuelven amargos o tiernos, dependiendo del espíritu con que las encaremos, si con rebeldía o desaliento, o si con resignación o agradecimiento. Agregaría que las adversidades, llevadas con paciencia son nuestras mejores amigas porque templan nuestro carácter y nos preparan para afrontar mayores pruebas y ganar mejores victorias.


La paciencia está ligada a otras virtudes emparentadas y en las que se apoya. Por ejemplo, de Job podemos decir que tuvo no solo paciencia cuando perdió toda su fortuna y a sus hijos, sino que demostró tener una gran ecuanimidad pues no perdió la calma junto con sus bienes. Cuanto más apegados estemos a los bienes de este mundo más sufriremos por su pérdida, pero si les damos su justo valor recordando que son transitorios, no nos desesperaremos si nos despojan de ellos. El desapego es por ello una cualidad necesaria en ciertas circunstancias para ejercer paciencia frente a la adversidad, como lo demostró el mismo Job.


Si la paciencia es una manifestación de madurez, el defecto contrario, la impaciencia, es una manifestación de inmadurez. La impaciencia aborta con frecuencia el fruto de nuestras labores pues no sabemos esperar el resultado y nos desanimamos cuando el fruto demora en mostrarse. Por eso Santiago nos pone como ejemplo al labrador que espera con paciencia que salga y crezca el brote de la semilla mientras aguarda la lluvia temprana y la tardía (Stg 5.7). La paciencia está ligada a la espera, esto es, necesita como apoyo no solo a la fe que la sostenga sino también a la esperanza que la aliente y haga otear en el horizonte la ansiada victoria.


La benignidad y la bondad


¿En qué se diferencian estos dos aspectos del fruto del Espíritu? Pareciera como si el apóstol hubiera yuxtapuesto dos sinónimos para expresar una misma cualidad. Pero no es así. Aunque afines, hay una diferencia entre ambas virtudes. Para decirlo de una manera simple, la benignidad (jrestótes) es una virtud principalmente pasiva, receptiva; la bondad (agazosúne) es activa. La benignidad es la disposición de carácter que acoge a los demás con amabilidad, con cariño, con ternura, con una actitud benevolente, tolerante, y que, por consiguiente, inspira confianza.


La persona benigna sabe escuchar sin impacientarse por la torpeza de la ignorancia ajena, o por la timidez del que se le acerca; trata sin dureza, sin maltratar, perdonando. La benignidad es lo contrario de la severidad, de la aspereza del malhumorado, o de la frialdad del indiferente.


La benignidad es tanto más valiosa y necesaria cuanto más humilde sea la persona que se acerca. Por lo general la gente suele tratar mal a las personas humildes y bien a las poderosas, como si estas lo merecieran y las otras no. Esa conducta quizá se deba al miedo o al respeto que los poderosos les inspiran.


Pero Pablo nos propone una conducta diferente al hablar del cuerpo de Cristo. Dice que las partes más débiles son las que reciben o necesitan mayor honor, mientras que las más apreciadas no lo necesitan tanto.


Él escribe acerca de los miembros del cuerpo refiriéndose figuradamente a las personas: «Los miembros del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios; y aquellos del cuerpo que nos parecen menos dignos, a éstos vestimos más dignamente; y a los que en nosotros son menos decorosos, se tratan con más decoro. Porque los que en nosotros son más decorosos no tienen necesidad; pero Dios ordenó el cuerpo dando más abundante honor al que le faltaba.» (1Cor 12.22–24).


Las personas más necesitadas deben ser tratadas con más cariño, con más cortesía, con más benevolencia. Los que están en mejor posición material o social no necesitan ser tratados con igual consideración, porque disponen de lo necesario (2).


Pablo ha escrito en varios pasajes acerca del modo cristiano de tratar al prójimo: «Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándonos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo» (Ef 4.32).


En otro lugar relaciona la benignidad con la misericordia, la humildad, la mansedumbre, la paciencia (Col 3.12). Esas son virtudes afines que suelen ir juntas, aspectos diversos del amor que, como una piedra preciosa, presenta diversas facetas de luz.


Pablo también escribe: «Vuestra gentileza sea conocida por todos» (Fil 4.5). De la persona gentil no sale ninguna palabra descortés, que no sea amable, así como de una misma fuente no puede brotar agua dulce y amarga (Stg 3.11).


La buena educación, las buenas maneras, dicho sea de paso, son una cualidad cristiana, una manifestación muy valiosa del amor al prójimo, pues facilitan las relaciones humanas, aunque a veces los paganos la practiquen mejor que los cristianos. Tienen de qué avergonzarnos.


El cristiano maduro trata a las personas que le han sido encomendadas con ternura, como la nodriza cuida a sus propios hijos. (1Ts 2.6).


En la segunda carta a Timoteo el apóstol da a su discípulo algunas pautas acerca de cómo debe comportarse. El siervo de Dios —dice— no debe ser pleitista, sino amable con todos; que corrija con mansedumbre, no con dureza. (2 Ti 2.24–25) Porque ¿cómo podría atraer a nadie a los pies de Cristo si se comporta de una manera opuesta a la de su Maestro que era benigno y misericordioso (2 Co 10.1)? ¿Si trata al inconverso con aspereza, duramente, o si se mofa de sus creencias y devociones? Él debe conducir a los pecadores al arrepentimiento mediante una actitud benigna como Cristo a la samaritana.


El apóstol Santiago escribe que la sabiduría que viene de lo alto es benigna, amable, pacífica, llena de misericordia y de buenos frutos (Stg 3.17). El que es realmente sabio debe comportarse de esa manera; no puede ser altanero, prepotente, intolerante. Así puede obrar la sabiduría del mundo, que es soberbia y se jacta de la vastedad de sus conocimientos y de sus logros. Pero la sabiduría que procede de Dios refleja la benevolencia de su naturaleza.


¿Qué trato damos nosotros a las personas que se nos acercan? ¿Somos toscos, fríos, distantes, hirientes? ¿O somos acogedores, amables, sonrientes? ¿Escuchamos con cariño e interés lo que nos cuentan, o lo hacemos desdeñosamente? La benignidad marca la diferencia.


Pensemos un momento: Las personas con las que nos hemos topado el día de hoy o ayer ¿cómo nos trataron? ¿Benignamente o todo lo contrario? ¿Y cómo nos sentimos? Pues de manera semejante se sienten los demás según cómo los tratamos. Nuestro testimonio cristiano depende mucho de cómo tratemos a la gente, es decir, de que seamos benignos.


De otro lado la bondad (agazosúne) es una virtud activa. Es el amor en acción, que acude de prisa a socorrer donde quiera que haya una necesidad; está siempre dispuesta a hacer el bien y lo hace.


Este es uno de los más sobresalientes rasgos del carácter de Dios —tal como lo describe el Antiguo Testamento— que todo lo hace para el bien de sus criaturas y está siempre supliendo sus necesidades, aunque los hombres no se acuerden de Él.


Dios hace brotar el agua de las fuentes para dar de beber a las bestias del campo; riega la tierra mandando su lluvia para fecundar las cosechas. Él provee de alimento a las aves del cielo y hace brotar la hierba para saciar el hambre del ganado y el trigo para el hombre. (Sal 104.10–14).


Dios no descansa ni duerme cuidando al hombre, dice el salmista (Sal 121.4); protege a sus hijos en peligro enviando a los ángeles del cielo que obedecen sus órdenes (Sal 91.11–12).


Pero sobre todo, mandó a su Hijo a salvarnos y está siempre dispuesto a perdonarnos. La bondad de Dios debería impulsarnos a ser semejantes a Él para obrar siempre a favor del prójimo que se encuentra en peligro (Pr 24.11–12). Jesús fue un ejemplo de bondad, pues pasó su tiempo cuando caminó en la tierra haciendo bienes, resucitando a los muertos y sanando a los enfermos (Hch 10.38). La bondad nunca se cansa de hacer el bien y está siempre buscando oportunidades para ser de beneficio para los otros. Por eso Pablo exhorta a los ricos a ser «ricos en buenas obras», porque les es más útil que ser ricos en dinero (1 Ti 6.18).


Jesús nos ha dejado un gran ejemplo de la bondad que actúa a favor del prójimo en la parábola del Buen Samaritano. Ahí tenemos ejemplificado el cuidado, el propósito benéfico, la generosidad, el sentido de sacrificio y de responsabilidad que debe manifestar el creyente bondadoso con el hermano caído si quiere ser imitador de Dios.


Pero la bondad no siempre es blanda. Tiene que estar dispuesta a suprimir el error y a corregir los abusos con energía cuando sea necesario, como cuando Jesús expulsó a los mercaderes del templo que habían convertido la casa de su Padre en una cueva de ladrones. No que Él no fuera bueno ni que actuara cruelmente, sino que fue el celo por la casa de su Padre lo que lo impulsó a actuar de esa manera (Jn 2.13–17).


Cuanto más intimidad tengamos con Dios mayor será la acción del Espíritu Santo en nosotros haciendo brotar su fruto. ¿Por qué hay tanta gente que actúa de una manera desconsiderada y cruel? Porque están alejados del conocimiento de Dios. Si lo conocieran no obrarían de esa manera.


La benignidad y la bondad se parecen, pero no son lo mismo. Son dos aspectos complementarios pero diferentes del amor de Dios (3).


Notas del autor:

(1) Podría argumentarse que la importancia que el Nuevo Testamento da a la virtud de la paciencia denota la influencia que tuvo la ética estoica en el pensamiento cristiano. La idea no es del todo descabellada pues son varios los términos del estoicismo que incorporó la doctrina cristiana (Logos, conciencia, virtud, culto racional, etc.) Pablo estaba familiarizado con el pensamiento estoico pues cita a un autor perteneciente a esa corriente. Los puntos de contacto entre el estoicismo y el cristianismo son tantos que en un tiempo circuló la leyenda de que el filósofo Séneca se había convertido al cristianismo, la cual se plasmó en un colección de cartas apócrifas del filósofo al apóstol.

(2) Mi padre solía decir —quizá inspirándose en Pablo— que cuanto más humilde es una persona con más cortesía debe ser tratada. Ese era un principio que él practicaba. Por eso la gente humilde lo quería a él tanto.

(3) Los autores griegos clásicos emplean la palabra jrestótes en contextos diversos aunque afines, pero no es fácil encontrarle una traducción perfecta en los idiomas modernos. Por su lado, agazosúne es una de las palabras con que la religión revelada ha enriquecido al griego tardío. Sólo ocurre en la traducción al griego del Antiguo Testamento (Septuaginta), en el Nuevo Testamento y en los escritos que dependen de este. Agazosúne y jrestótes (sustantivos) figuran en el Nuevo Testamento solo en los escritos de Pablo. Jrestótes es una virtud que penetra toda la personalidad y el carácter, que suaviza lo que es áspero y austero. El vino que ha madurado con el tiempo es jrestós (adjetivo en Lc 5.39) y el yugo de Cristo es jrestós (ídem Mt 11.30). Jesús desplegó su agazosúne cuando expulsó a los mercaderes del templo (Mt 21.13) y cuando profirió palabras severas contra los fariseos (Mt 23), porque su bondad lo movió a hacer prevalecer la verdad y a corregir el error. Pero no se puede decir que esas acciones muestren su jrestótes. Más bien desplegó su jrestótes cuando acogió a mujeres pecadoras (Lc 7.37–50; Jn 8.2–11) y en su trato benévolo con niños (Lc 19.13–14); en su diálogo con la samaritana (Jn 4) y en cómo se dirigió a Zaqueo (Lc 19.1–10). Esta jrestótes se identificó de tal manera con el ministerio de Cristo que Tertuliano (escritor cristiano del siglo II) pudo decir que, en los labios de los paganos romanos, Christus se convirtió en Chrestos, y Christiani, en Chrestiani, aunque con un matiz de desprecio. La mentalidad del mundo no aprecia la benignidad que solo se inclina hacia el prójimo sin pensar en el provecho propio.


TENED PACIENCIA HASTA LA VENIDA DEL
SEÑOR.:fish: :baby: :corazon: .
 
Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

Saludos en Cristo Jesús.

EL FRUTO DEL ESPÍRITU ,Parte III


por José Belaunde M.
Fidelidad, mansedumbre y templanza conforman el último artículo de la serie El fruto del Espíritu Santo. ¿Son estos frutos visibles en su vida? ¿Sabe diferenciarlos? El Espíritu Santo desea producir fruto en nosotros, entonces, ¿para qué esperar más? Empecemos hoy a vivir una vida marcada por el Espíritu.




La fidelidad


Es una lástima que en muchas versiones de la Biblia la palabra griega pistis que figura en Gálatas 5.22, haya sido traducida por «fe» en lugar de «fidelidad», ya que este es el sentido en este pasaje y esta es la virtud cristiana que Pablo quiere destacar. La fidelidad es una cualidad única, preciosa, importantísima, que refleja el carácter de Dios. Es cierto que pistis tiene ambos significados según el diccionario, y que ambos sentidos están estrechamente vinculados y se implican el uno al otro.


La palabra inglesa faithful, que se traduce por «fiel», expresa muy bien la relación mutua entre fidelidad y fe. Esa palabra literalmente quiere decir «lleno de fe». Y efectivamente, el que es fiel está lleno de fe. Es la fe la que lo hace fiel. O dicho de otro modo, el cristiano es fiel porque cree. La medida de su fe es la medida de su fidelidad.


Los conceptos de fe y fidelidad están relacionados con el de adhesión. El hombre que cree en Cristo se adhiere a él firmemente y a las verdades que él encarna y, por tanto, le será fiel en todo. La persona que ha empeñado su palabra o su afecto a otra, se adhiere a ella y le es por consiguiente fiel. La fidelidad implica permanencia, solidez, lazo indestructible.


De hecho, sabemos que en el mundo natural la fidelidad es una cualidad sumamente apreciada, que juega un papel importantísimo en las relaciones humanas. Si es así ¿por qué habría de ser la fidelidad además específicamente parte del fruto del Espíritu? ¿Acaso solo los cristianos son fieles? ¿no lo son también los incrédulos? Precisamente porque la fidelidad juega un papel importantísimo en las relaciones humanas, en la vida social, laboral, empresarial, matrimonial, etc., es conveniente que el Espíritu produzca una forma superior de fidelidad como fruto suyo para que las promesas y los compromisos de los hijos de Dios adquieran una solidez, una permanencia indestructible, como la tienen los de su Padre.


La fidelidad es uno de los rasgos supremos del carácter de Dios, uno de sus atributos que más exalta el Antiguo Testamento. La Escritura dice en muchísimos lugares: «Dios es fiel» (1 Co 1.9) y en muchos pasajes alaba su fidelidad: «...de generación en generación es tu fidelidad» (Sal 119.90; 36.6; 117.2, etc.). Lo cantan los salmos, lo afirman las epístolas. Si Dios no fuera fiel, todo el mensaje de las Escrituras no tendría valor. Gracias a su fidelidad su palabra es verdad, su palabra se cumple y lo que promete se realiza.


Toda la relación del hombre con Dios está basada en Su fidelidad. La fidelidad de Dios es la roca sobre la cual se sustenta la vida del hombre como criatura, en primer lugar, porque la fidelidad de Dios es la que lo mantiene en vida y lo alimenta; y como hijo, porque su fidelidad es la garantía de nuestra fe. Porque ¿cómo podríamos creer en Dios si él no fuera fiel, si nuestra fe estuviera plagada de dudas acerca de su fidelidad? ¿Puede alguien creer en otro de quien duda? El pacto de Dios con Israel era firme porque se basaba en la fidelidad de Dios. El Nuevo Pacto, sellado con la sangre de Cristo, lo es también por el mismo motivo.


Es interesante notar que si nosotros podemos tener los frutos del Espíritu, y entre ellos, la fidelidad, es porque, por el nuevo nacimiento, hemos sido hechos partícipes de la naturaleza divina (2 Pe 1.4). La participación en su naturaleza nos permite tener el fruto de su Espíritu. Somos fieles porque participamos de su fidelidad. Su fidelidad es origen y fuente de la nuestra.


Igualmente, el hombre natural puede ser fiel porque lleva en sí, aunque desfigurada, la imagen y semejanza de su Creador que es fiel. Cuando el autor de Hebreos dice que «sin fe es imposible agradar a Dios» (He 11.6), está diciendo también que sin fidelidad es imposible agradarle. La fe que no genera fidelidad es una fe de cobre, no de oro.


Sin fidelidad es imposible desempeñar alguna función o responsabilidad en la iglesia (y de hecho en ninguna parte): «Ahora bien, se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel» (1 Co 4.2). Sólo la persona fiel es digna de confianza. ¿No es eso lo que todos buscamos, una persona fiel, digna de confianza, para encomendarle nuestros asuntos, nuestras preocupaciones, nuestros hijos, e incluso confiarle nuestro amor y hasta nuestra vida?


La fidelidad es una virtud que Jesús apreciaba mucho. Narró dos parábolas para elogiar e ilustrarla dicha característica, la de los talentos (Mt 25.14–30) y la de las minas (Lc 19.11–27. Véase también Lc 12.41ss). «Porque fuiste fiel en lo poco sobre mucho te pondré.» Si no somos fieles en lo poco ¿quién nos confiará lo mucho? Sería una necedad suicida. Nadie confía un encargo a quien desempeñó mal e irresponsablemente una tarea encomendada.


En el campo espiritual eso es igualmente válido. Dios confía sus obras importantes a quienes han sido fieles en lo poco. Si los hombres buscan personas en quienes confiar, tanto más Dios.


La fidelidad implica honradez, veracidad, cumplimiento, lealtad, diligencia, sentido de responsabilidad, valor. La persona fiel tiene un carácter sólido, maduro, estable. El hombre superficial, alborotado, difícilmente es fiel porque asume sus compromisos a la ligera, sin reflexionar.


El gran valor que la fidelidad tiene para nosotros radica en que, gracias a ella, se puede confiar. ¡Qué terrible es cuando no se puede confiar en nadie!


La primera cualidad del siervo de Dios es la fidelidad, no la elocuencia, no la erudición, no la sabiduría, no la inteligencia, no las dotes de liderazgo, no los dones del Espíritu, etc. Sin fidelidad las otras cualidades, por muchas que sean, valen poco o nada. Pero sin piedad no hay fidelidad.


El predicador debe ser ante todo fiel a la Palabra. Es decir no debe trastornarla, desvirtuarla, cambiarla, sino debe manifestar su fidelidad predicando verazmente «todo el consejo de Dios» (Hch 20.27).


Pero así como el predicador debe ser fiel a «la Palabra», todo creyente debe ser fiel a la suya propia: «Que tu sí sea sí y tu no, no.» (Stg 5.12) ¿Cómo podrían ser algunos hombres «creyentes» si nadie pudiera «creer» en su palabra? Así como la palabra de Dios es digna de ser creída, la palabra de sus hijos debe serlo también. Como dice el refrán: «de tal palo tal astilla».


Que tu palabra sea firme como un contrato. Ser un «hombre o una mujer de palabra» es una de las características de alguien que es digno de aprecio. Cuando se dice: «Me dio su palabra», se está expresando la seguridad de que cumplirá lo prometido.


El libro del Apocalipsis fue escrito para animar a los cristianos que iban a enfrentar pronto una terrible persecución, para permanecer fieles al Dios que los había llamado y escogido, a fin de alcanzar el premio. Por eso la máxima expresión de la fidelidad a la que nos alienta el Señor es serle «fiel hasta la muerte» (Ap 2.10).


La Escritura reserva los mejores elogios para las personas que fueron fieles. La epístola a los Hebreos alaba la fidelidad de Moisés «en toda la casa de Dios» comparándola con la fidelidad de Jesús (He 3.2, 5). Pablo elogió la fidelidad de sus colaboradores Epafras (Col 1.7; 4.12) y Timoteo (1 Co 4.17). Pero es sobre todo el libro del Apocalipsis el cual, queriendo honrar a Jesús en el momento trascendental en que se produce el desenlace cósmico de toda la historia humana, le da el nombre de «Fiel y Verdadero» (Ap 19.11. Véase también 1.5). Porque él es fiel y verdadero todo lo anunciado por él llegará a cumplirse.

La mansedumbre


Hay tres características en la mansedumbre, dice Donald Gee, que la destacan sobre otras virtudes. Primero, es una cualidad muy rara que pocas personas poseen realmente. Segundo, es excepcionalmente preciosa a los ojos de Dios. Tercero, es el aspecto más desafiante de todas las enseñanzas de Cristo, quizá el más difícil de poner en práctica, pues supone un morir radical a sí mismo.


¿Y cómo no sería difícil? Pensemos ¿cómo podemos conjugar la mansedumbre con la afirmación de sí mismo que se requiere para vivir e imponerse en el mundo? ¿Cómo conciliar la mansedumbre de conducta con la defensa necesaria de nuestros derechos frente a la injusticia y el abuso?


Los consejos que muchos libros de autoayuda contienen parecen contradecir abiertamente a la mansedumbre: «Toot your own horn» [Toca tu propia trompeta], aconsejaba un conocido libro norteamericano. Es decir, proclama tus cualidades y tus méritos, no seas modesto al redactar tu hoja de vida; usa tus contactos cuando sea necesario para avanzar, ponte en la primera fila para que te tengan en cuenta (justo lo contrario de lo que enseña Jesús en Lc 14.10).


Nuestro primer ejemplo de mansedumbre es Jesús, que dijo de sí mismo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón». A lo que añade: «Y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mt 11.28).


Una de las mayores recompensas de la humildad y de la mansedumbre (virtudes que están íntimamente relacionadas) es que nos permite descansar de la competencia feroz, de la encarnizada lucha diaria por conquistar posiciones y riqueza.


El profeta Isaías hace el elogio de la mansedumbre de Jesús cuando dice: «No quebrará la caña cascada». Es decir, la tratará con tanta delicadeza que, por frágil que sea, no se romperá entre sus manos. «...no apagará el pabilo humeante» que al menor soplo se extingue. Al contrario, con su gentileza y cuidado amoroso reanimará la llama vacilante. No obstante, establecerá la justicia en la tierra. La establecerá por modos de obrar y estrategias desconocidas por el mundo (Is 42.3–4).


Es innegable que existe cierta resistencia aun entre los cristianos a darle a la mansedumbre el lugar que se merece, porque se la asocia con debilidad, con blandura de carácter. Y sobre todo, porque cuesta. Pero la mansedumbre no es debilidad sino, todo lo contrario, fortaleza. El caso más destacado en el reino animal lo constituye el buey que, pese a su enorme fuerza, es manso y se deja guiar por el agricultor como si fuera un cachorro. Ciertos animales domésticos, como el caballo o el perro, son mansos porque su fuerza ha sido domada. Esto es un símbolo de la mansedumbre: fuerza sometida al control del Espíritu Santo.


Hay un proverbio que hace el elogio de la mansedumbre (pero también de la longanimidad y del dominio propio): «Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu que el que toma una ciudad»(16.32).


Moisés es el ejemplo humano más destacado de mansedumbre que contiene la Biblia: «Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra» (Nm 12.3). Sin embargo, él pareciera ser ejemplo de lo contrario. Él no tuvo temor de desafiar al Faraón de Egipto diciéndole las palabras fuertes que Dios ponía en su boca (Ex 8.20–23; 9.1–4, etc.). Reprimió a los israelitas infieles con toda severidad y los obligó a beber el polvo al que había reducido el becerro de oro que habían adorado (Ex 32.19–20); luego ordenó la matanza de los apostatas (vers. 25–29).


Cuando Coré y su clan se rebelaron contra la autoridad de Moisés él no les respondió con mansedumbre ni inclinó resignado la cabeza ante sus pretensiones, sino los acusó duramente y los exhortó a presentarse delante del Señor para que él juzgara entre ambos. Conocemos el trágico desenlace (Nm 16).


En esas ocasiones, cuando el honor de Dios y la misión que le había sido encomendada estaban de por medio, Moisés reacciona con energía (lo que no le impide interceder por los culpables). Pero cuando es su propia dignidad la que es afectada, como cuando sus hermanos Aarón y Miriam murmuran de él, deja que sea Dios quien lo defienda y, más bien, ora para que sean sanados (Nm 12).


Nuestra mansedumbre, o la falta de ella, se revela en la forma como contestamos a las críticas y a los consejos no solicitados. La persona mansa no rechaza indignada las críticas que se le dirijan ni menosprecia los consejos francos, pensando que él sabe más, sino que los acepta agradecido y toma seriamente las observaciones que se le hacen. Pero ¿cuántos adoptan esta actitud? Lo más frecuente es que los afectados rechacen indignados las críticas, muy seguros de poseer la verdad, o de ser tan perfectos conocedores de la palabra que no necesitan que nadie venga a enseñarles. Y no falta quienes aleguen la autoridad que han recibido para acallar todas las objeciones que puedan hacérseles. Esa no era la actitud de Pablo frente a sus críticos.


Las siguientes palabras del comentarista Franz Delitzsch (1) explican sabiamente en qué consistía la mansedumbre de Moisés: «Nadie igualó a Moisés en mansedumbre porque nadie fue elevado tan alto por Dios como él. Cuanto más alta sea la posición que alguien ocupa entre los hombres, más difícil es para el hombre natural soportar ataques con mansedumbre, especialmente si se dirigen contra su posición oficial y su honor.» Yo añadiría: cuanto más se acerca el hombre a Dios más humilde y manso se vuelve, porque contempla cuán grande es Dios y cuán pequeño es el hombre, y la distancia que los separa. Y sigue Delitzsch: «Moisés no solo se abstuvo de defenderse sino que ni siquiera clamó a Dios que lo vengara… Porque él era el más manso de todos los hombres, podía dejar tranquilamente el ataque que había sufrido en manos del Dios omnisciente y recto.» Ojalá obremos nosotros de manera semejante cuando la ocasión lo requiera.


Los salmos están llenos de elogios y promesas para el manso: «...los mansos heredarán la tierra...» (Sal 37.11), promesa que Jesús retoma transformándola en una bienaventuranza: «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por herencia.» (Mt 5.5. Véase Salmos 76.9; 25.9). Los mansos a los que el mundo empuja y relega al último lugar heredarán las promesas de Dios en su reino y ocuparán los primeros lugares (Mr 10.31).


Ser manso es todo lo contrario a reaccionar con cólera o con violencia. Jesús nos dejó un modelo de mansedumbre cuando dijo: «Al que te hiera en la mejilla derecha preséntale también la otra... y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos.» (Mt 5.39,41). Aquí nuevamente presentar la otra mejilla o caminar un kilómetro adicional no es señal de debilidad sino de fuerza.


La experiencia enseña que la mansedumbre es más eficaz que la fuerza a la hora de resolver los conflictos humanos: «La blanda respuesta quita la ira, mas la palabra áspera hace subir el furor» (Pr 15.1). Los pacificadores, que Jesús llama bienaventurados (Mt 5.9), han de ser mansos y pacíficos para poder pacificar a otros.


Pablo aconseja restaurar al caído con espíritu de mansedumbre (Gá 6.1). Cuando anuncia su retorno a Corinto para corregir los abusos, pregunta si ellos desean que venga con vara o con amor y espíritu de mansedumbre (1 Co 4.21) (2).


¿Por qué dice «espíritu de mansedumbre» y no mansedumbre simplemente? Pudiera ser que tenga que usar de severidad y de esa manera pudiera no parecer manso, como nuestro Señor cuando expulsó a los mercaderes del templo (Mt 21.12–13). Lo que importa no es la apariencia de mansedumbre sino la realidad. Uno puede parecer manso por debilidad pero no tener un verdadero espíritu de mansedumbre. El que trata de afectar mansedumbre y cordialidad es un enemigo peligroso, que oculta su juego y disfraza su odio. «Líbreme Dios del agua mansa que de la brava me libro yo», dice un viejo refrán. Detrás de la mansedumbre hipócrita puede recelar una trampa.


Pablo aconseja corregir con mansedumbre a los que se oponen «por si quizá Dios les conceda que se arrepientan» al ver la humildad y gentileza del siervo de Dios, que son más propicias que la severidad para reconducir al bien a los que se apartan.


El evangelio debe presentarse y definirse con mansedumbre, dice Pedro (1 Pe 3.15) para avergonzar a los opositores y a los que calumnian a los santos. La mansedumbre es una condición indispensable para mantener la unidad del cuerpo de Cristo y de la iglesia local (Ef 4.1–3). ¿Cuántos conflictos no surgen en las congregaciones por la soberbia y la ausencia de espíritu de mansedumbre?


Santiago dice que debemos recibir la palabra de Dios con mansedumbre (Stg 1.21). Él vincula la prontitud para escuchar, la lentitud para hablar, y el dominio sobre nuestro temperamento y sobre la ira (v. 19), con la mansedumbre para escuchar la palabra. ¿Qué es recibir la palabra con mansedumbre? Es escucharla como lo que es en verdad, no palabra humana sino divina (1 Ts 2.13), y estar dispuesto a obedecerla. Por eso enseguida nos exhorta a ser «hacedores de la palabra y no tan solamente oidores» (Stg 1.22). En verdad, la mansedumbre está vinculada estrechamente a la obediencia a la voz de Dios. ¿Podríamos imaginar un animal manso que no obedezca? La mansedumbre se traduce en obediencia o no es auténtica sino fingida.


La templanza o dominio propio


La palabra enkráteaia y sus derivados aparecen pocas veces en el Nuevo Testamento (3). Designa una virtud que era muy apreciada por los filósofos antiguos pero, a juzgar por los testimonios de sus vidas, era también muy poco practicada. Sin embargo, a través de los escritos de Pablo, y por inspiración del Espíritu Santo, fue incorporada al arsenal de virtudes que el Señor desea que desarrollemos.


Con la templanza viene la moderación de las manifestaciones del temperamento y de los sentimientos y pasiones. La templanza puede ser una virtud innata, así como puede ser también adquirida por la educación o el entrenamiento. El propio Pablo cuando él se refiere, a modo de comparación, al entrenamiento riguroso al que se sometían los atletas de su tiempo y que consistía posiblemente en un régimen estricto de comida y bebida, así como de ejercicios exigentes para aumentar la agilidad y la fuerza. Estas prácticas acrecientan también inevitablemente la fuerza de la voluntad y el dominio de sí mismo. Él nos da a entender que él mismo se sometía a ciertas disciplinas para dominar los instintos del cuerpo y los impulsos naturales del alma a fin de alcanzar un premio diferente al que recibían los atletas, una corona imperecedera (1 Co 9.24–27).


Pero la gracia infunde en el creyente un dominio propio sobrenatural, cualquiera que sean las tendencias innatas de su temperamento. Ese dominio, aunque provenga de la acción interna del Espíritu Santo, debe ser no obstante concientemente cultivado. Hoy se rechaza toda noción de disciplina corporal, como si esta no influyera en el alma. La autodisciplina ha caído en desprestigio como si estuviera sólo ligada a una religión de obras y no consistiera en prácticas que fortalecen el espíritu para la oración, la meditación, el discernimiento y el estudio. El hábito mundano de «darse gusto en todo» lo que no sea directamente pecaminoso ha invadido las iglesias y a quienes predican la sobriedad se les tacha de "aguafiestas".


Pablo le predicaba al gobernador Félix en Cesárea (Hch 24.24–25) —que parecía interesado en la doctrina de Cristo— acerca del dominio propio, posiblemente porque él necesitaba más que nadie abstenerse de los deseos de la carne y de la lujuria que combaten contra el Espíritu (Gá 5.16–17). Pero ¿cuántos predican hoy día sobre el dominio propio, siguiendo el ejemplo del apóstol de los gentiles, no solo a los incrédulos sino también a los propios? Por ese motivo el pecado es rampante en muchas congregaciones.


Esta lucha contra la concupiscencia es una realidad de la vida cotidiana y es el primer campo de batalla en el cual el cristiano debe ejercer dominio propio. Nótese que Pablo habla del fruto del Espíritu precisamente en el marco de su exposición acerca del andar en el Espíritu y contrapone las obras de la carne con el fruto (Gá 5.19–23), donde se observa cuán opuestas son ambas naturalezas. Es obvio que no se puede desarrollar lo último si no se lucha contra lo primero.


Este es el verdadero combate espiritual —la lucha contra las pasiones— en que debe empeñarse el discípulo de Cristo, porque es en ese campo donde el enemigo de nuestra alma tratará de hacernos caer y, si no nos mantenemos sobrios y vigilantes, puede derrotarnos tristemente, tal como nos advierte el apóstol Pedro (1 Pe 5.8).


¡Cuántos son, en efecto, los creyentes, incluso los predicadores y líderes, que yacen vencidos a la orilla del camino estrecho que conduce a la vida (Mt 7.13–14), porque no quisieron esforzarse en luchar contra los apetitos inocuos pequeños, haciéndose vulnerables a los más grandes y peligrosos!


Si bien de un lado todo lo creado por Dios es bueno y fue hecho para que gozáramos sanamente de ello y con acción de gracias (1 Ti 4.4), Pablo nos advierte que «todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas no me dejaré dominar de ninguna» (1 Co 6.12).


Aquí la palabra clave es «dominar». ¿Qué es lo que domina en mí: los apetitos de la carne —incluso los legítimos— o los deseos del espíritu? Muchas veces la lucha no es entre el pecado y la gracia, sino entre lo permisible y lo que es más útil y conducente al progreso espiritual; esto es, entre lo bueno y lo mejor.


Un campo en el que los cristianos han desarrollado loablemente la templanza es el de la abstención de bebidas alcohólicas. Beberlas en sí no es pecado —Pablo dice «no os embraguéis con vino», no prohíbe beberlo (Ef 5.18)— sino por el testimonio de sobriedad que se brinda a los que con frecuencia se emborrachan para ruina de sus almas y calvario de sus familias. En ocasiones conviene que nos abstengamos de ciertas cosas no a causa de nuestra conciencia, sino de la conciencia ajena (1 Co 10.27–29) (4).


La lucha contra los pecados de la carne es un combate interminable porque sólo los cadáveres no son tentados. Si bien el cuerpo puede estar como muerto, la imaginación no envejece y se mantiene siempre inquieta y viva. De ahí la importancia de mantenernos siempre ocupados —cualquiera que sea nuestra edad— a fin de no dar lugar al diablo.


Se ha dicho con razón que la condición del cuerpo influye en la del alma: cuerpo ocioso, mente ociosa. El estudio, tan necesario para el conocimiento de las Escrituras, es incompatible con la ociosidad. Este es un campo en el que el dominio propio debe ejercitarse vigorosamente.


Recuérdese que David fue tentado y cayó cuando ya no iba a la guerra sino se quedaba para gozar de las comodidades de su palacio. Muchas comodidades del cuerpo se convierten fácilmente en incomodidades para el alma y ocasión de tropiezo. El que pasa horas pasivamente delante de la pantalla de TV ¿cómo podrá mantener no solo su cuerpo, sino sobre todo su espíritu, su mente y su memoria ágiles? El que disfruta demasiado de los placeres del paladar puede volverse débil para enfrentar las tentaciones de la lujuria.


Otro campo en el que debe ejercerse el dominio propio es el del mal genio y la cólera. Muchas personas se convierten en cargas difíciles de soportar para otros a causa de un genio difícil o no controlado («Gotera continua [son] las contiendas de la mujer», dice Proverbios 19.13b, pero los malhumores del hombre pueden ser más duros de soportar para ella y para sus hijos). Ya hemos citado más arriba un proverbio que se aplica también a este campo (16.32). El que no controla sus arrebatos pierde autoridad ante los suyos. Notemos: el que se domina irradia autoridad.


Los excesos de los sentimientos en las personas sensibles deben ser puestos también bajo el control del espíritu, por no hablar de los celos y la envidia que suelen proceder del temor y de la inseguridad.


Pablo dice que no hemos recibido «un espíritu de temor... sino de dominio propio» (2 Ti 1.7). Saber dominar el miedo frente a circunstancias de peligro es un fruto del Espíritu, aquella condición de carácter que nos mantiene serenos ante las amenazas y las agresiones y que nos permite reaccionar con serenidad y espíritu pacífico, con los que muchas veces se conjura más fácilmente el peligro.


Pero es especialmente respecto de la lengua donde debemos ejercer el control. La lengua ha sido comparada a un animal desbocado que no cesa de proferir palabras y que corre sin freno. «En las muchas palabras no falta pecado» dice el sabio (Pr 10.19), porque la lengua suele obedecer a una mecánica propia impía en la que pueden hallar expresión muchos rincones y recovecos ocultos del alma a los que no llegó nunca la escoba del arrepentimiento. ¡Cuántos sentimientos, a veces ignorados, afloran en las conversaciones demasiado prolongadas! ¡Cuántas veces decimos palabras que hubiéramos preferido callar porque dimos rienda suelta a nuestra lengua! «El que no ofende de palabra es varón perfecto, capaz de refrenar todo el cuerpo» escribe Santiago, con lo que se entiende que si alguno puede dominar su lengua ha ganado lo más difícil de la batalla contra los bajos instintos (Stg 3.2). He aquí un campo en el que deben ejercitarse todos los creyentes.


Notas del autor:

Citadas por John Sanderson en The Fruits of the Spirit.
En ambos casos «espíritu» debe entenderse en el sentido de «disposición de ánimo».
Esta palabra proviene de la preposición en y de la palabra kratos, que quiere decir fuerza, poder, gobierno.
En este párrafo, Pablo señala que si bien mi libertad en Cristo no puede ser juzgada por la conciencia ajena —es decir por las escrúpulos o prejuicios de otro— debo guardar consideraciones con aquellos cuya conciencia es débil por ignorancia y que pueden ser fácilmente escandalizados. Compárese con 1 Co 8.1–13.

VESTÍOS,PUES, COMO ESCOGIDOS DE DIOS SANTOS Y AMADOS ,DE ENTRAÑABLE MISERICORDIA,MANSEDUMBRE...:corazon: :baby: :fish:
 
Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

Saludos en Cristo.

ANALISIS DE AMOR.


Después de contrastar el amor con estas cosas, Pablo en tres versículos muy breves, nos da un sorprendente análisis de lo que es esta cosa suprema. Yo os pido que la contempléis. Es una cosa compuesta según él nos dice. Es como la luz. Así como vosotros habéis visto a un hombre de ciencia tomar un rayo de luz y pasarlo a través de un prisma de cristal, y así como habéis visto el rayo de luz salir por el lado opuesto del prisma dividido en sus colores componentes – rojo, azul, amarillo, violeta, anaranjado y demás colores del arco iris – así Pablo hace pasar por esa cosa – el amor – a través del magnifico prisma de su inspirado intelecto, y sale por el otro lado dividido en sus elementos; y en estas pocas palabras tenemos el espectro del amor, el análisis del amor. ¿Queréis observar cuales son estos elementos?


Notad que poseen nombres corriente; que son virtudes de las que oímos hablar todos los días; que son cosas que pueden ser practicadas por todo hombre en todas las circunstancias de la vida, y como el “summun bonum”, está compuesto de multitud de cosas pequeñas.


El espectro del amor nos muestra nueve elementos:


Paciencia “El amor es sufrido.”
Bondad “Y benigno.”
Generosidad “El amor no tiene envidia.”
Humildad “El amor no es jactancioso, no se ensoberbece.”
Cortesía “No se porta indecorosamente.”
Inegoísmo “No busca lo suyo propio.”
Buen Carácter “No se irrita.”
Candidez “No hace caso de un agravio.”
Sinceridad “No se regocija en la injusticia, mas se regocija en la verdad.”


Paciencia, bondad, generosidad, humildad, cortesía, inegoísmo, buen carácter, candidez y sinceridad – todas ellas juntas constituyen el don supremo, la talla del hombre perfecto. Vosotros observaréis que todas están en relación con el hombre, con la vida, con el hoy que conocemos y el mañana cercano, y no con la eternidad desconocida. Oímos mucho sobre el amor a Dios; Jesús habló mucho sobre el amor al hombre. Nosotros nos apuramos mucho por estar en paz con el cielo; Jesús habló mucho de paz en la tierra. La religión no es algo extraño o extemporáneo, o algo incongruente, o inadecuado; es la inspiración de la vida secular, el aliento de un espíritu eterno que atraviesa este mundo temporal. El bien supremo, en una palabra, no una cosa sino el acto de dar una más alta consumación a la multitud de palabras y actos que componen la suma de todos los días corrientes.


No tenemos tiempo más que para estudiar de pasada cada uno de estos elementos.


Paciencia. El amor pasivo. La actitud normal del amor; el amor que espera para empezar; sin apresuramiento; tranquilo, sereno – esperando entrar en escena cuando le llegue la llamada, y ostentando en el ínterin el manto de la mansedumbre y de la tranquilidad de espíritu. El amor es sufrido; todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera. Porque el amor comprende, y por tanto espera.


Bondad. El amor activo. ¿Habéis notado alguna vez como Jesús empleó la mayor parte de su vida realizando actos bondadosos – meramente ejecutando actos de bondad? Repasadla con ese propósito, y encontraréis que pasó una gran parte de su vida simplemente haciendo feliz a la gente – haciéndoles favores. Sólo hay una cosa más grande que la felicidad en el mundo, y esta es la santidad; y esta no está en nuestras manos. Lo que él sí ha puesto en nuestro poder es la felicidad de nuestros semejantes, y esa se alcanza siendo bondadosos con ellos.


“La cosa más grande”, dijo alguien, “que un hombre puede hacer por su Padre celestial es ser bondadoso con algunos de sus otros hijos”. Y yo me pregunto ¿por qué es que no somos todos más bondadosos de lo que somos? ¡Tanto como el mundo lo necesita!


¡Cuán fácilmente se hace! ¡Cuán instantáneamente actúa!


¡Cuán fácilmente se recuerda! ¡Cuán sobradamente se paga a sí mismo – pues no hay deudor en el mundo tan honorable, tan espléndidamente honorable, como el amor! “El amor nunca se acaba”. El amor es éxito, es felicidad, es vida. “El amor”, digo junto con Browning, “es la energía de la vida”.

“Porque la vida con todos sus frutos de alegrías o pesares, y esperanzas y temores,
No es más que la moneda vuelta de lo pagado por conocer el amor
Por saber lo que pudiera ser, lo que ha sido y lo que es.”

Donde está el amor, está Dios. El que mora en el amor, mora en Dios. “Dios es amor”. Por lo tanto, amad. Sin distinciones, sin cálculo, sin morosidades, ¡amad! Prodigad el amor a los pobres, que es bien fácil; particularmente a los ricos, que son los que a menudo más lo necesitan; sobre todo, a vuestros iguales lo cual es muy difícil, y por los cuales quizás cada uno de nosotros hagamos menos que por los demás. Existe una gran diferencia entre tratar de complacer y dar placer. Dad placer. No perdáis oportunidad de dar placer a los demás. Porque ése es el incesante y anónimo triunfo de un espíritu verdaderamente amoroso. “Yo sólo pasaré por este mundo una vez. Toda acción bondadosa, por lo tanto, que pueda realizar, o cualquier acto de bondad que me sea posible hacer a cualquiera de mis semejantes, déjame hacerlo ahora. No debe diferirlo ni posponerlo, porque no pasaré otra vez por este camino”.


Generosidad. “El amor no tiene envidia”. Esto es el amor en competencia con otros. Siempre que emprendáis una buena obra, hallaréis otros dedicados a la misma clase de trabajo. No los olvidéis. La envidia es un sentimiento de mala voluntad hacia aquellos que laboran en la misma línea que nosotros, es un espíritu de codicia y difamación, de desmeritar a los demás. Y este sentimiento, uno de los más despreciables, surgirá al instante que lleguéis al campo de vuestras labores, a menos que estéis fortificados con la gracia de la generosidad. No envidiéis. Y después de haber aprendido esto, tenéis que aprender otra cosa.


Humildad. Es el poner un sello a vuestros labios y olvidar lo que habeis hecho; ocultar, y no dejar que vuestra mano derecha sepa lo que haya hecho la izquierda. Después que hayáis sido bondadosos, después que el amor se haya irradiado sobre el mundo y haya concluido su hermosa obra, volved otra vez a la sombra y no digáis nada de ello. El amor se oculta hasta de sí mismo. El amor renuncia a la satisfacción propia. “El amor no es jactancioso, no se ensoberbece”.


El quinto elemento es uno que es algo extraño encontrar incorporado al “summun bonum”.


Cortesía. Esta cualidad es el amor en sociedad, el amor en relación con la etiqueta. “El amor no ser porta indecorosamente”. La urbanidad se ha definido como el amor expresado en fruslerías. La cortesía se dice que es el amor expresado en cosas pequeñas. Y el secreto único de la urbanidad es amar. El amor no puede portarse indecorosamente. Podéis poner a la persona más inculta entre la más alta sociedad, que si tiene un tesoro de amor en su corazón no se conducirá mal. No podría hacerlo. Carlyle decía de Robert Burns que no había en toda Europa un caballero más perfecto que aquel campesino poeta. La razón consistía en que él amaba todas las cosas – al ratoncito y a la margarita, a todas las cosas, grandes y pequeñas – creadas por Dios. Así pues, con ese sencillo pasaporte le era posible alternar en cualquier sociedad, y dejando su casita humilde situada en las márgenes del Ayr, subir a la corte y a los palacios. Vosotros conocéis el significado de la palabra “caballero”; significa gentilhombre – un hombre que hace todas las cosas con gentileza, con amor. Y en esto reside todo el arte y todo el misterio de su realización. El hombre gentil, el caballero, no puede realizar algo que no sea caballeroso. Las almas que carecen de hidalguía, las naturalezas que no conocen la benevolencia, ni la conmiseración, no pueden hacer otra cosa. “El amor no se porta indecorosamente”.


Inegoísmo. “El amor no busca lo suyo propio”. Observad esto: no ambiciona ni busca aquello que le pertenece. En la Gran Bretaña, el inglés es afecto a sus derechos, siente devoción por ellos. Le gusta defender sus derechos, sus derechos como hombre y como súbdito inglés. Y me imagino que vosotros sentís la misma clase de patriotismo. Vosotros defendéis vuestros derechos; y todo hombre, como individuo o como ciudadano, posee un sentimiento de propiedad sobre lo que llama “sus derechos”.


Pero a veces llega el momento en que un hombre puede ejercitar el derecho más elevado aún de renunciar a sus derechos. Sin embargo, Pablo no nos ordena que abandonemos nuestros derechos. El amor va mucho más lejos aún. Nos induce a que ni siquiera los busquemos; que los ignoremos del todo, que eliminemos el elemento personal totalmente de nuestros cálculos. No es tan duro renunciar a nuestros derechos. A menudo son externos. Lo difícil es renunciar a nosotros mismos. Más difícil todavía es no buscar cosa alguna para nosotros mismos. Después de haberlas buscado, de haberlas comprado, de haberlas ganado, de haberlas merecidos, les habremos ya quitado lo mejor, la flor y nata por decirlo así, para nosotros.


Poco sacrificio será quizás, el renunciar entonces a ellas. Pero no debemos buscarlas ni pensar en nuestras propias cosas, sino en la de los demás – id opus est. “¿Buscas tú grandes cosas para ti mismo?” dijo el profeta; “¡no las busques!” ¿Por qué? Porque en las cosas no hay grandezas. Las cosas no pueden ser grandes. La única grandeza es el amor inegoista. Aun la abnegación propia por sí misma, no es nada, es casi una equivocación. Solamente un gran propósito o un amor más poderoso pueden justificar el desperdicio. Más difícil es, según he dicho, no buscar en lo más mínimo nuestro provecho, que, habiéndolo buscado, renunciar a él. Retiro esa frase. Eso es cierto solamente cuando se trata de un corazón que es egoísta en parte. Para el amor no existe sacrificio, y nada es una privación. Yo creo que el yugo de Cristo es fácil de llevar. El yugo de Cristo es sólo su modo de ser y vivir la vida. Y creo que una forma más fácil que ninguna otra. Creo que es una ruta más feliz que ninguna otra. La lección más evidente que nos dan las enseñanzas de Cristo es que no existe felicidad en tener y adquirir algo, sino en dar. Y repito: no existe felicidad en tener o adquirir, sino solamente en dar. Y la mitad del mundo sigue la pista falsa en la búsqueda de la felicidad. Ellos creen que consiste en tener y adquirir, y en ser servidos por otros. Y consiste en dar y servir a otros. Aquel que quiera ser grande entre vosotros, dijo Jesús, que sirva a los demás. Aquel que quiera ser feliz, que recuerde que sólo existe un camino: es más bienaventurado, es más feliz, dar que recibir.

El próximo elemento es uno muy notable:

Buen Carácter. “El amor no se irrita”. Nada podría ser tan sorprendente como encontrar aquí esa cualidad. Nos inclinamos a mirar el mal humor como una debilidad completamente inofensiva. Hablamos de él como si fuera una negra flaqueza de la naturaleza, un defecto de familia, una cuestión de temperamento, no como cosa que debe tomarse muy en serio al apreciar el carácter de un hombre. Y sin embargo así, aquí, en el corazón mismo de este análisis del amor encuentra un lugar; y la Biblia, una y otra vez, vuelve a condenarlo como uno de los elementos más destructivos de la naturaleza humana.


La peculiaridad del mal humor es que es un vicio del virtuoso. A menudo es el único borrón que empaña un carácter noble en otros respectos. Vosotros conoceréis hombres y mujeres que son casi perfectos, que lo serían por entero si no fuera por su carácter fácilmente irritable, irascible, “susceptible”. Esta compatibilidad del mal humor con un alma elevada, es uno de los más extraños y tristes problemas de la ética. La verdad es que hay dos clases de pecados; pecados del cuerpo y pecados del carácter. El Hijo Pródigo puede tomarse como ejemplo del primero, y el Hermano Mayor, del segundo. Ahora bien, la sociedad no abriga ninguna duda tocante a cual de ellos es peor. Su juicio recae, sin objeciones, sobre el Pródigo. ¿Pero, tenemos razón? No disponemos de una balanza para compensar los pecados del uno y los del otro, y “más vulgares” o “más leves” no son sino palabras humanas; pero las faltas de naturaleza más elevada pueden resultar menos veniales que las de la naturaleza más baja, y a los ojos de Aquél que es Amor, un pecado contra el amor puede parecer cien veces más grosero. No hay forma alguna de vicio, no hay tendencia mundana, no hay ansias de oro, ni la embriaguez misma, que tienda tanto a desmoralizar el espíritu cristiano de la sociedad, como el mal humor. Para amargar la vida, para dividir las comunidades, para destruir los más sagrados lazos de parentesco, para devastar hogares, para debilitar a mujeres y hombres, para marchitar la frescura de la niñez – en una palabra, como una fuerza simplemente injustificada y productora de miserias, nada existe que se iguale a esta maligna influencia.


Mirad al Hermano Mayor: moral, laborioso, paciente, consciente de su deber; démosle crédito por sus virtudes, pero miremos a este hombre, como a un niño malhumorado frente a la puerta de la casa de su propio padre. “Estaba enfadado”, leemos, “y no quería entrar”. Mirad el efecto sobre la alegría de los convidados. Juzgad el efecto sobre el Pródigo – ¡y cuántos hijos pródigos son arrojados fuera del reino del Señor por el carácter odioso de aquellos que pretenden estar dentro de él! Analizad por vía de un estudio del carácter, la nube tempestuosa que se cierne sobre el entrecejo del Hermano Mayor. ¿De qué está compuesta? Celos, ira, orgullo, falta de benevolencia, crueldad, justificación propia, susceptibilidad, terquedad, enfado – estos son los elementos que componen esa alma obscura y carente de amor.



En proporciones variables, estos son también los elementos que componen todo malhumor. Juzgad si tales pecados del carácter no son peores para vivir con ellos, y para la vida de los demás, que los pecados del cuerpo. No dijo Jesús por cierto, contestando esa pregunta: “Y yo os digo, que los publicanos y las rameras os van delante al reino de Dios”. Realmente no hay lugar en el cielo para caracteres de esa clase. Un hombre de tan mala disposición sólo podría hacer el cielo imposible a todos los que en él estuvieran. Por consiguiente, a menos que volviera a nacer, no podría – le sería simplemente imposible – entrar en el reino de los cielos. Pues es cosa cierta – y vosotros no debéis interpretar mal mis palabras – que para entrar en el cielo, el hombre tiene que llevar el cielo en él.


Ahora bien, nada hay que un cristiano deba esforzarse más por desarraigar por completo de su carácter, que el malhumor. Puede requerir una lucha de años – quizás la de toda una vida; pero tiene que llevarse a cabo. Tiene que llevarse a cabo. No solamente por lo que es, sino por lo que revela. Revela en el fondo una naturaleza mal dispuesta. Es una fiebre intermitente que acusa una enfermedad interior sin intermitencia; es la burbuja que ocasionalmente se escapa y sube a la superficie, descubriendo la podredumbre que hay en el fondo; es una muestra de los más escondidos productos de la naturaleza humana que escapa involuntariamente cuando uno no está en guardia; en una palabra, es la relampagueante forma que acusa un centenar de pecados horribles y anticristianos. Porque la carencia de paciencia, bondad, generosidad, la carencia de cortesía, la carencia de inegoísmo, se simbolizan todas instantáneamente en un relámpago de malhumor. :corazon: :baby:
 
Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

Saludos en Cristo.


LA PAZ CON DIOS.

por Charles Haddon Spurgeon
En Exeter Hall, Strand, Londres.
"La paz os dejo, mi paz os doy." -- Juan 14: 27.

Sermones
Nuestro Señor estaba cerca de Su muerte, a punto de partir de este mundo, y de subir a Su Padre; por tanto, hizo Su testamento; y este es el bendito legado que deja a los fieles: "La paz os dejo, mi paz os doy."

Podemos estar completamente seguros de que este testamento de nuestro Señor Jesucristo es válido. Ustedes tienen aquí Su propia firma; ha sido firmado, sellado, y entregado en presencia de los once apóstoles, quienes son fieles y veraces testigos. Es verdad que un testamento no entra en vigor mientras el testador viva, pero Jesucristo ha muerto una vez por todos; y ahora nadie puede disputar Su legado. El testamento está en vigor, puesto que el testador ha muerto. Sin embargo a veces puede ocurrir que la voluntad de un testador en su testamento sea desatendida; y él, impotente enterrado bajo tierra, es incapaz de levantarse y exigir que se cumpla su última voluntad.

Pero nuestro Señor Jesucristo que murió, y que por tanto hizo Su testamento válido, se levantó de nuevo, y ahora vive para ver que cada estipulación contenida en el testamento se cumpla; y este bendito codicilo (acto relacionado a un testamento) "La paz os dejo, mi paz os doy," es aplicable a toda la simiente comprada con sangre. La paz es de ellos, y debe ser de ellos, porque Él murió y puso el testamento en vigor, y vive para supervisar que el testamento se cumpla.

La donación, el bendito legado que nuestro Señor ha dejado aquí, es Su paz. Esta puede considerarse como una paz con todas las criaturas. Dios ha hecho una alianza de paz entre Su pueblo y el universo entero. "Pues aun con las piedras del campo tendrás tu pacto, y las fieras del campo estarán en paz contigo." "Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien." La Providencia que una vez estaba apartada y parecía trabajar en contra de nuestro bienestar, está ahora en paz con nosotros. Las ruedas giran en un orden feliz, y nos traen bendiciones cada vez que ruedan.

Las palabras de nuestro Señor también se refieren a la paz que existe en medio del pueblo de Dios, la paz de cada quien hacia su hermano. Hay una paz de Dios que reina en nuestros corazones por medio de Jesucristo, por la cual estamos unidos con los lazos más estrechos de unidad y concordia con cada uno de los hijos de Dios, con quienes nos encontramos en nuestra peregrinación aquí abajo. Sin embargo, dejando por el momento estos dos tipos de paz, que yo creo que están comprendidos en el legado, procedamos a considerar otros dos tipos de paz, que conforme a nuestra experiencia se resuelven en uno, y que ciertamente conforman la parte más rica de esta bendición.

Nuestro Salvador se refiere aquí a la paz con Dios, y a la paz con nuestra propia conciencia. Primero hay paz con Dios, pues Él "nos reconcilió consigo mismo por Cristo;" Él ha derrumbado la pared que nos separaba de Jehová, y ahora hay "¡en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!" Cuando el pecado es quitado, Dios no tiene motivos para la guerra contra Sus criaturas: Cristo ha quitado nuestro pecado, y por tanto hay una paz sustancial virtual establecida entre Dios y nuestras almas. Esta, sin embargo, puede existir sin que nosotros la entendamos claramente y sin que nos gocemos en ella. Por tanto, Cristo nos ha dejado paz en la conciencia.

La paz con Dios es el tratado; la paz en la conciencia es su publicación. La paz con Dios es la fuente, y la paz en la conciencia es el arroyo de cristal que nace de allí. Hay una paz decretada en la corte de la justicia divina en el cielo; y de allí se sigue una consecuencia necesaria: tan pronto se conoce esa noticia, hay paz en la corte inferior del juicio humano, donde la conciencia se sienta en el trono para juzgarnos de conformidad a nuestras obras.

Entonces, el legado de Cristo es una paz doble: una paz de amistad, de acuerdo, de amor, de unión eterna entre el elegido y Dios. Además es una paz de dulce gozo, de quieto descanso del entendimiento y la conciencia. Cuando no hay vientos arriba, no habrá tempestad abajo. Cuando el cielo está sereno, la tierra está quieta. La conciencia refleja la complacencia de Dios. "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación."

Hoy me propongo hablar de esta paz, si Dios el Espíritu Santo me ayuda con Su gracia, de esta manera: primero, su fundamento secreto; a continuación su noble naturaleza; en tercer lugar, sus benditos efectos; en cuarto lugar, sus interrupciones y medios de mantenimiento; y luego voy a concluir con algunas palabras de solemne advertencia para quienes nunca han gozado de paz con Dios, y por consiguiente nunca han tenido verdadera paz con ellos mismos.

I. En primer lugar, entonces, LA PAZ QUE GOZA EL VERDADERO CRISTIANO CON DIOS Y CON SU CONCIENCIA TIENE UN SÓLIDO FUNDAMENTO SOBRE EL CUAL DESCANSAR. No está construida sobre una ficción placentera de su imaginación, sobre un sueño engañoso de su ignorancia; sino que está construida sobre hechos, sobre verdades positivas, sobre realidades esenciales; está fundada sobre una roca, y aunque caigan las lluvias no se derrumbará, porque su cimiento es seguro.

Cuando un hombre tiene fe en la sangre de Cristo, no es sorprendente que tenga paz, pues ciertamente tiene garantía de gozar de la más profunda calma que un corazón mortal pueda conocer. Pues él razona consigo mismo de esta manera: Dios ha dicho: "De todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree;" y, además, que "El que creyere y fuere bautizado, será salvo." Ahora, mi fe está fija sinceramente en el grandioso sacrificio sustitutivo de Cristo, por tanto he sido justificado de todo, y permanezco acepto en Cristo como un creyente.

La consecuencia necesaria de eso es que él posee paz mental. Si Dios ha castigado a Cristo por mí, no me castigará de nuevo. "Limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado." Bajo la ley ceremonial judía, se hacía mención del pecado cada año; el cordero de la expiación debía ser sacrificado mil veces, pero "Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios." ¿Cómo, pregunto yo, puede temblar quien crea que ha sido perdonado? Ciertamente sería muy extraño que su fe no le infundiera una santa calma en su pecho.

Además, el hijo de Dios recibe su paz de otro conducto de oro, pues un sentido de perdón ha sido derramado en abundancia en su alma. No solamente cree en su perdón por el testimonio de Dios, sino que siente el perdón. ¿Alguien de ustedes sabe lo que es esto? Es algo más que una creencia en Cristo; es la crema de la fe, el fruto maduro en plenitud de la fe, es un privilegio muy encumbrado y especial que Dios otorga después de la fe. Si no poseo ese sentido de perdón, todavía estoy obligado a creer, y luego, al creer, avanzaré muy pronto hasta ver eso en lo que creí y esperé. El Espíritu Santo algunas veces derrama abundantemente en el creyente una certeza de que ha sido perdonado. Mediante una agencia misteriosa, Él llena el alma con la luz de la gloria. Si todos los testigos falsos que hay en la tierra se pusieran de pie y le dijeran a ese hombre, en ese momento, que Dios no está reconciliado con él, y que sus pecados permanecen sin perdón, él se reiría hasta la burla; pues dice: "el Espíritu Santo ha derramado abundantemente en mi corazón el amor de Dios."

Él siente que está reconciliado con Dios. Ha subido desde la fe hasta el gozo, y cada uno de los poderes de su alma siente el rocío divino conforme es destilado desde el cielo. El entendimiento lo siente, ha sido iluminado; la voluntad lo siente, ha sido encendida con santo amor; la esperanza lo siente, pues espera el día cuando el hombre completo será hecho semejante a la Cabeza de su pacto, Jesucristo.

Cada una de las flores en el jardín de la humanidad siente el dulce viento del sur del Espíritu cuando sopla sobre ellas, y hace que las dulces especias lancen su perfume. ¿Cómo puede sorprender, entonces, que el hombre tenga paz con Dios cuando el Espíritu Santo se convierte en un huésped real del corazón, con toda su gloriosa caravana de bendiciones? ¡Ah!, pobre alma atribulada, qué paz y gozo indecible reinarían en tu alma si simplemente creyeras en Cristo. "Sí," dices, "pero yo quiero que Dios me manifieste que soy perdonado." Pobre alma, no hará eso de inmediato; Él te ordena creer en Cristo primero, y después te manifestará el perdón de tu pecado. Somos salvos por fe, no por gozo; pero cuando le creo a Cristo y le tomo Su palabra, aun cuando mis sentimientos parezcan contradecir mi fe, entonces, como una recompensa gratuita, Él honrará mi fe, permitiéndome sentir aquello en lo que creí cuando no lo sentía.

El creyente también goza, en épocas de favor, de tal intimidad con el Señor Jesucristo, que no puede sino estar en paz. ¡Oh!, hay dulces palabras que Cristo susurra al oído de Su pueblo, y hay visitas de amor que Él hace, que un hombre difícilmente creería aunque se le dijera. Ustedes deben saber por ustedes mismos en qué consiste tener comunión con el Padre y con Su Hijo Jesucristo. Ciertamente Cristo se manifiesta a nosotros de una manera que no lo hace con el mundo. Todos los pensamientos sombríos y espantosos son desterrados. "Yo soy de mi amado, y mi amado es mío." Este es el sentimiento del espíritu que lo absorbe todo. Y qué maravilla es que el creyente tenga paz cuando Cristo habita así en su corazón, y reina sin rival allí, así que no conoce a ningún otro hombre sino sólo a Jesucristo. Sería un milagro de milagros si no tuviéramos paz; y la cosa más extraña en la experiencia cristiana es que nuestra paz no continúe más, y la única explicación de nuestra miseria es que nuestra comunión se ha roto, está echada a perder, pues de lo contrario nuestra paz sería como un río, y nuestra justicia como las olas del mar.

Ese venerable hombre de Dios, Joseph Irons, que hace muy poco tiempo ascendió a nuestro Padre en el cielo, dice: "¡Qué nos sorprende que un hombre cristiano tenga paz cuando trae consigo las escrituras del cielo en su pecho!" Este es otro fundamento sólido para la confianza. Nosotros sabemos que el cielo es un lugar preparado para una gente preparada, y a veces el cristiano puede exclamar con los apóstoles: "con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz." Sintiendo que Dios le ha dado la aptitud, él descubre que esta preparación es una garantía para la esperanza de que entrará en el lugar de habitación del glorificado. Puede levantar su mirada, y decir: "aquel mundo brillante es mío, mi herencia asegurada; la vida me impide recibirla, pero la muerte me llevará a ella; mis pecados no pueden destruir el contrato escrito por el cielo; el cielo es mío; el propio Satanás no puede impedirme entrar. Yo debo estar, yo estaré donde está Jesús, pues mi espíritu Lo anhela, y mi alma está enlazada con Él." Oh, hermanos, no es una sorpresa, cuando todo es bendición por dentro y todo es calma arriba, que los hombres justificados posean "la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento."

Tal vez ustedes dirán, bien, ¡pero el cristiano tiene problemas como otros hombres: pérdidas en los negocios, muertes en su familia, y enfermedades en su cuerpo! Sí, pero él tiene otro fundamento para su paz: una seguridad de la fidelidad y de la veracidad del pacto de su Dios y Padre. Él cree que Dios es un Dios fiel; que Dios no echará fuera a quienes ha amado. Para él todas las providencias oscuras no son sino bendiciones encubiertas. Cuando su copa es amarga, él cree que fue preparada por amor, y todo terminará bien, pues Dios garantiza el resultado final. Por tanto, ya sea que haya mal tiempo o buen tiempo, cualesquiera que sean las condiciones, su alma se abriga bajo las alas gemelas de la fidelidad y del poder de su Dios del Pacto.

El espíritu santificado está tan resignado a la voluntad de su Padre, que no rezonga. Para él, como Madame Guyon solía decir: "Es igual si el amor ordena su vida o su muerte, o le señala felicidad o aflicción." Él está contento de tomar precisamente lo que el Padre le envía, sabiendo que su Padre lo entiende mucho mejor de lo que él se entiende a sí mismo. Él cede el timón de su barco a la mano de un Dios lleno de gracia; y él mismo recibe la capacidad de dormir tranquilamente en la cabina; él cree que su capitán tiene poder sobre los vientos y las olas; y cuando a veces siente su barco sacudido por la tormenta, exclama con Herbert:


"Aunque los vientos y las olas asalten mi quilla,
Él la preserva; Él la gobierna;
Aun cuando la barca parece más tambaleante.
Las tormentas son el triunfo de Su arte;
Ciertamente Él puede esconder Su rostro, pero no Su corazón."

Entonces no sorprende que tenga paz, cuando puede sentir esto, sabiendo que Quien ha comenzado la buena obra, tiene tanto la voluntad como el poder de perfeccionarla, hasta el día de Cristo.

II. Habiendo descorrido apresuradamente el velo del fundamento secreto de la paz del cristiano, debemos reflexionar durante unos pocos minutos acerca de SU NOBLE CARÁCTER.

La paz de otros hombres es innoble y despreciable. Su paz nace en la guarida del pecado. Sus padres son la arrogancia y la ignorancia. El hombre no sabe quién es, y por tanto piensa que es algo, cuando no es nada. Dice: "yo soy rico y próspero en bienes," cuando está desnudo, y es pobre y es miserable. El nacimiento de la paz del cristiano no es así. Esa paz es nacida del espíritu. Es una paz que Dios el Padre da, pues Él es el Dios de toda paz; es una paz que Jesucristo compró, pues Él ha obtenido la paz con Su sangre, y Él es nuestra paz; y es una paz que el Espíritu Santo obra: Él es su autor y la deposita en el alma.

Entonces nuestra paz es hija de Dios, y su carácter es semejante a Dios. Su Espíritu es su progenitor, y es como su Padre. ¡Es "mi paz," dice Cristo! No es la paz de un hombre; sino la paz serena, calma y profunda del Eterno Hijo de Dios. Oh, si sólo tuviera esta única cosa dentro de su pecho, esta paz divina, el cristiano sería ciertamente algo glorioso; y aun los reyes y los hombres poderosos de este mundo son como nada cuando se les compara con el cristiano; pues lleva una joya en su pecho que ni todo el mundo podría comprar, una joya elaborada desde la vieja eternidad y ordenada por la gracia soberana para que sea la gran bendición, la herencia real justa de los hijos elegidos de Dios.

Entonces esta paz es divina en su origen; y también es divina en su alimento. Es una paz que el mundo no puede dar; y no puede contribuir a su sustento. Los bocados más exquisitos que alguna vez haya degustado el sentido carnal, serían amargos para la boca de esta dulce paz. Ustedes pueden traer su trigo fino, su dulce vino, su aceite desbordante; sus exquisiteces no nos tientan, pues esta paz se alimenta con alimento de ángeles, y no puede saborear ninguna comida que salga de la tierra.

Si le dieran a un cristiano diez veces más las riquezas que posee, no se lograría que tuviera diez veces más paz; sino probablemente diez veces más angustia; pueden engrandecerlo en honor, o fortalecerlo en salud; sin embargo, ni su honor ni su salud contribuirían a su paz; pues esa paz fluye de una fuente divina; y no hay arroyos tributarios de las colinas de la tierra que alimenten esa divina corriente; el arroyo fluye del trono de Dios, y es sustentado únicamente por Dios.

Entonces es una paz nacida y alimentada divinamente. Y déjenme señalar de nuevo que es una paz que vive por encima de las circunstancias. El mundo ha tratado con empeño de poner un fin a la paz del cristiano, pero nunca ha sido capaz de lograrlo. Yo recuerdo, en mi niñez, haber oído a un anciano cuando oraba, y escuché algo que se grabó en mí: "Oh Señor, da a tus siervos esa paz que el mundo no puede ni dar ni quitar." ¡Ah! Todo el poder de nuestros enemigos no puede quitárnosla. La pobreza no la puede destruir; el cristiano en ropas harapientas puede tener paz con Dios. La enfermedad no la puede estropear; acostado en su cama, el santo está gozoso en medio de los fuegos. La persecución no la puede arruinar, pues la persecución no puede separar al creyente de Cristo, y mientras él sea uno con Cristo su alma está llena de paz.

"Pon tu mano aquí," dijo el mártir a su verdugo, cuando fue llevado a la hoguera, "pon tu mano aquí, y ahora pon tu mano en tu propio corazón, y siente cuál late más fuertemente, y cuál es el más turbado." Extrañamente el verdugo fue sacudido de asombro, cuando descubrió que el cristiano estaba tan calmado como si fuera a una fiesta de bodas, mientras que él mismo estaba poseído de una tremenda agitación por tener que desempeñar una obra tan desesperada.

¡Oh, mundo! Te desafiamos a que intentes robar nuestra paz. No nos vino de ti, y tú no puedes arrebatárnosla. Está puesta como un sello sobre nuestro brazo; es fuerte como la muerte e invencible como la tumba. Tu torrente, oh Jordán, no la puede ahogar, aunque tus profundidades sean negras y hondas; en medio de tus tremendas ondas nuestra alma está confiada, y descansa quieta sobre Quien nos amó y se dio a Sí mismo por nosotros.

Con frecuencia he tenido que comentar que los cristianos colocados en las circunstancias más desfavorables son, como regla general, mejores cristianos que quienes están colocados en posiciones propicias. En medio de una iglesia muy grande, formada por personas de todas las categorías sociales, y cuya condición conozco tan profundamente como la puede llegar a conocer un hombre, he observado que las mujeres que vienen de casas donde el marido es impío, y con niños complicados; que los jóvenes que vienen de talleres donde se encuentran con oposición y burla; que la gente que viene de las profundidades de la pobreza, de las guaridas y tugurios de nuestra ciudad, son las joyas más brillantes que están engastadas en la corona de la iglesia. Da la impresión como si Dios quiere derrotar a la naturaleza, no sólo haciendo crecer el hisopo en la pared, sino haciendo crecer al cedro allí también. Él encuentra sus perlas más brillantes en las aguas más oscuras, y levanta sus joyas más preciosas de los basureros más inmundos.


"Maravillas de gracia pertenecen a Dios,
Repitan sus misericordias en sus himnos."

Y también he descubierto esto, que a menudo, entre más turbado está un cristiano, su paz es más pura; mientras más pesada sea la envolvente marea de sus penas y dolores, más tranquila, y calma, y profunda es la paz que reina en su corazón. Entonces, pues, es paz nacida y alimentada divinamente, y está muy por encima de la influencia del torbellino de este mundo.

Además, debo comentar brevemente acerca de la naturaleza de esta paz, que es profunda y real. "La paz de Dios," dice el apóstol, "que sobrepasa todo entendimiento." Esta paz no sólo llena todos los sentidos hasta el borde, hasta que cada potencia es saciada con delicia, pero el entendimiento que puede comprender todo el mundo, y entender muchas cosas que no están dentro del campo de visión, aun ese entendimiento no puede comprender la longitud y la anchura de esta paz. Y no sólo el entendimiento no podrá entenderla, sino todo entendimiento es superado.

Cuando nuestro juicio se ha ejercitado al máximo todavía no puede captar las alturas ni las profundidades de esta profunda paz. ¿Alguna vez han imaginado cómo debe ser la quietud que habita en las cavernas en la profundidad de los mares, muchos kilómetros por debajo del pecho de las corrientes, donde los huesos de los marineros yacen impasibles, donde nacen las perlas y los corales que nunca ven la luz, donde el oro y la plata que perdieron los mercaderes hace mucho tiempo yacen dispersos sobre el piso arenoso; la quietud de abajo, en las cuevas de rocas, y en los palacios silentes de tinieblas donde no rompen las olas, y el pie intruso del buzo nunca ha pisado? Así de clara, así de calma es la paz de Dios, el descanso plácido del creyente que posee seguridad.

O vuelvan su mirada a las estrellas. ¿No han dormido nunca el dulce sueño de la quietud de esas órbitas silenciosas? Elevémonos más allá del reino del ruido y del alboroto y caminemos la autopista sin ruido de las silenciosas órbitas. Los truenos quedan allá abajo, el tumulto confuso de la multitud no mancha la santidad de esta maravillosa quietud. Miren cómo las estrellas duermen en sus dorados lechos, o cómo solamente abren sus brillantes ojos para vigilar el mar sin tormentas del éter, y guardar las fronteras solemnes del reino de la paz.

Así son la paz y la calma que reinan en el pecho del cristiano. "Dulce calma," la llama alguien; "paz perfecta," la define David; otro la llama "grandiosa paz." "Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo." El año pasado (ahora les diré un secreto de mi propio corazón) encontré un texto que me volvía al recuerdo muchas veces al día. Soñé con él cuando me dormí; cuando me desperté siguió conmigo, y lo verifiqué, y me deleité en él: "Gozará él de bienestar." Es mi promesa ahora. Hay tal bienestar, que no está en contradicción con el arduo trabajo, con la agonía por las almas de los hombres, con un verdadero deseo de mayores logros en la vida divina; hay tal bienestar (no se puede ganar mediante todos los aparatos del lujo, ni por todas las exaltaciones de la riqueza) un bienestar en el que "ni una sola ola de turbación rueda sobre el pecho lleno de paz," sino que todo es calma, todo es claridad, y todo es gozo y amor. Que habitemos por siempre en esa atmósfera serena, y no soltemos nunca esta paz.

Y para que nadie se quede sin entender lo que he dicho, voy a tratar de repetirlo brevemente mediante un ejemplo. ¿Ven a ese hombre? Él ha sido llevado a un tribunal cruel; ha sido condenado a muerte. La hora se acerca: es llevado a prisión, y colocado allí con dos soldados para que lo vigilen, y cuatro grupos de cuatro soldados delante de la puerta. La noche se avecina: él se acuesta, ¡pero en qué posición tan incómoda! ¡Encadenado en medio de dos soldados! Él se acuesta y se duerme. No se trata del sueño del criminal culpable, cuyo simple sentido de terror hace pesados sus párpados; sino un sueño calmo dado por Dios, que finaliza en una visión angélica mediante la cual él es liberado. Pedro duerme, a pesar de que la sentencia de muerte está sobre su cabeza, y la espada está presta para penetrar en su alma.

¿Ven aquel otro cuadro? Allá están Pablo y Silas: ellos han estado predicando, y sus pies son arrojados en el cepo por eso. Ellos morirán en la mañana; pero a medianoche ellos cantan alabanzas a Dios, y los prisioneros los escuchan. Uno hubiera creído que en ese calabozo tan asqueroso, ellos se habrían quejado y gemido toda la noche, o que al menos hubieran caído dormidos; pero no, ellos entonaban himnos a Dios, y los prisioneros los escuchaban. He ahí la paz; la calma, la quietud del heredero del cielo.

Les podría presentar otro cuadro: el de nuestros antiguos no-conformistas (disidentes de la Iglesia anglicana), en los días de las terribles persecuciones de la Reina Isabel. Ella arrojó a prisión, entre muchos otros, a dos de nuestros distinguidos antecesores, apellidados Greenwood y Barrow. Ellos fueron confinados a ese calabozo asqueroso y pestilente (la Prisión de Clink) encerrados en una gran celda con maniáticos, criminales, y similares, forzados a escuchar su espantosa conversación. Un día llegó la sentencia que ambos debían morir. Los dos hombres fueron sacados, y estaban a punto de ser llevados para su ejecución; pero no habían terminado de pasar por la puerta cuando se acercó un mensajero. La Reina había enviado una suspensión de la ejecución. Fueron enviados de regreso; en calma y llenos de quietud regresaron a su prisión; y al día siguiente fueron llevados a Newgate, cuando de nuevo, súbitamente, vino un segundo mensajero para decir que debían ser llevados a Tyburn para ser ejecutados. Ellos fueron atados nuevamente a la carreta, subieron al cadalso; pusieron cuerdas alrededor de sus cuellos, y se les permitió ponerse en esa condición frente a una multitud para hablarles, y dar testimonio a favor de la libertad de la iglesia de Cristo, y del derecho de libertad de decisión entre los hombres. Concluyeron su discurso, y por segunda vez esa infeliz Reina envió una suspensión de la ejecución, y ellos fueron llevados por segunda vez al calabozo, y fueron confinados en Newgate, pero sólo por unos días más, y luego por tercera vez fueron sacados, y en esta intancia finalmente fueron ahorcados. Sin embargo ellos iban al cadalso en cada ocasión tan alegremente, como van los hombres a su cama, y parecían tan gozosos, como si les fueran a poner una corona y no una soga en el cuello.

Todas las iglesias de Cristo pueden mostrar casos similares. Doquiera que haya habido un verdadero cristiano, el mundo ha hecho su mejor esfuerzo para quitarle su paz; pero es una paz que no puede ser apagada nunca: vivirá continuamente, sin importar qué cuerdas le pongan en el cuello, con las tenazas hirviendo destrozándoles el cuerpo, con la espada entrando hasta los huesos; vivirá hasta que, remontándose desde el arbusto ardiente de la tierra, esta ave del paraíso se ponga su plumaje reluciente en medio del jardín del paraíso.

III. Habiéndonos detenido más de lo esperado en este punto, me apresuro al tercer punto, LOS EFECTOS DE ESTA DIVINA PAZ.
Los benditos efectos de esta divina paz son, primero que nada, gozo. Ustedes advertirán que las palabras "gozo," y "paz" son reunidas con mucha frecuencia; pues el gozo sin paz sería un gozo infeliz y profano. Sería el crujir de las espinas bajo la olla, defectuoso, simples llamas de gozo, mas no los carbones encendidos al rojo vivo de la bendición. Ahora, la paz divina da gozo al cristiano; ¡y qué gozo! ¿Han visto alguna vez el primer destello de gozo cuando ha alcanzado el ojo del penitente? He tenido la gran fortuna de orar con muchos pecadores convictos, de presenciar la profunda agonía de espíritu, y de simpatizar profundamente con la pobre criatura en su tribulación por el pecado. He orado y he exhortado a la fe, y he visto ese destello de gozo, cuando al fin la palabra llena de esperanza ha sido expresada: "yo verdaderamente creo en el Señor Jesucristo con todo mi corazón." ¡Oh! ¡Esa mirada de gozo! Es como si las puertas del cielo se hubieran abierto por un instante, y algún destello de gloria hubiese brillado sobre el ojo y hubiera sido reflejado por él.

Yo recuerdo mi propio gozo, cuando por primera vez tuve paz con Dios. Pensé que podría bailar durante todo el camino de regreso a casa. Pude entender lo que decía John Bunyan, cuando declaró que quería contarles todo a los cuervos posados sobre la tierra arada. Estaba demasiado lleno para callar, sentía que debía decírselo a alguien. ¡Oh! Había gozo en mi casa ese día, cuando todos escucharon que el hijo mayor había encontrado un Salvador y sabía que había sido perdonado. Todos los gozos de la tierra son menos que nada y vanidad, comparados con esa bendición.

Como la moneda falsificada es muy diferente a la moneda real, así son diferentes los gozos rastreros de la tierra comparados con el gozo real que emana de la paz con Dios. ¡Joven amigo! ¡Joven amiga! Ustedes pudieran tener una bendición como nunca antes la han conocido, ustedes deben ser reconciliados con Dios a través de la sangre de Cristo; pues sin eso, ustedes nunca conocerán el gozo real ni el placer duradero.

Entonces, el primer efecto de esta paz es gozo. Luego sigue otro: amor. Aquel que está en paz con Dios por medio de la sangre de Cristo es constreñido a amar a Quien murió por él. "¡Precioso Jesús!" clama, "¡ayúdame a servirte! Tómame como soy, y dame capacidad para algo. Úsame en Tu causa; envíame al lugar más remoto de la verde tierra, si Tú quieres, para mostrarles a los pecadores el camino de salvación; yo iré gozoso, pues mi paz aviva la llama del amor, para que todo lo que soy y todo lo que tengo sea Tuyo, deba ser Tuyo."

A continuación viene un anhelo de santidad. Aquel que está en paz con Dios no tiene deseos de pecar; pues es muy cuidadoso para no perder esa paz. Es como una mujer que ha escapado de una casa en llamas; después le tiene miedo hasta una vela, para evitar cualquier peligro parecido. Camina humildemente con su Dios. Constreñido por la gracia, este dulce fruto del Espíritu, la paz, lo guía a esforzarse para guardar todos los mandamientos de Dios, y para servir a su Señor con toda su fuerza.

Adicionalmente, esta paz nos ayudará a soportar la aflicción. Pablo la describe como un zapato. Pues él dice: "calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz." Nos capacita para andar sobre los agudos pedernales del dolor, sí, sobre víboras, y también sobre serpientes; nos da poder para caminar sobre las espinas de este mundo, sin que nuestros pies sufran cortaduras; caminamos sobre los fuegos y no nos quemamos. Este divino pie de la paz nos permite caminar sin cansancio, y nos permite correr sin desmayar. Yo puedo hacerlo todo cuando mi alma está en paz con Dios.

No hay ningún sufrimiento que mueva mi alma al dolor, no hay terrores que hagan palidecer mis mejillas, no hay heridas que me fuercen a un temor ignominioso, cuando mi espíritu está en paz con Dios. Convierte al hombre en gigante; hace crecer a un enano hasta alcanzar el tamaño de Goliat. Se vuelve el más poderoso de los poderosos; y mientras los débiles se arrastran sobre esta pequeña tierra, inclinados hasta el propio suelo, él la recorre como un Coloso. Dios lo ha hecho grande y poderoso, porque Él ha llenado su alma de paz y de gozo desbordantes.

Les podría decir otras cosas acerca de los benditos efectos de esta paz; pero me contentaré, después de haber indicado simplemente que esta paz da intrepidez ante el trono y el propiciatorio del Padre. Sentimos que hemos sido reconciliados, y por lo tanto ya no estamos a una distancia, sino que nos acercamos a Él, inclusive hasta Sus rodillas; desplegamos nuestras necesidades ante Él, suplicamos por nuestra causa, y descansamos confiando en el éxito, porque no hay enemistad en el corazón de nuestro Padre hacia nosotros, ni tampoco en nuestro corazón hacia Él. Somos uno con Dios, y Él es uno con nosotros, por medio de Jesucristo nuestro Señor.

IV. Y ahora tengo que ocuparme de un deber práctico, y con esto voy a llegar a una conclusión, después de decir unas palabras a quienes no conocen esta paz. Los comentarios prácticos que debo hacer son acerca del tema de las INTERRUPCIONES DE LA PAZ.

Todos los cristianos tienen un derecho a la paz perfecta, pero no todos ellos la poseen. Hay momentos en que prevalecen sombrías dudas, y tememos decir que Dios es nuestro. Perdemos una conciencia de perdón, y andamos a tientas al mediodía como si fuese de noche. ¿Cómo puede ser esto? Yo pienso que estas interrupciones se pueden deber a una de cuatro causas.

A veces se deben a las feroces tentaciones de Satanás. Hay períodos en los que con crueldad inusitada Satanás asalta a los hijos de Dios. No es de esperarse que ellos mantengan una perfecta paz mientras sostienen un combate con Apolión. Cuando Cristiano fue herido en su cabeza, y en sus manos, y en sus pies, no es de sorprender que haya gemido en grado sumo, y como Bunyan lo expresa: "Durante todo ese tiempo no le vi ni una sola mirada placentera, hasta que percibió que había herido a Apolión con su espada de dos filos; entonces, en verdad, sonrió, y miró hacia arriba; pero ese fue el combate más espantoso que yo haya visto jamás."

Fíjense bien que no hay tal cosa como un disturbio de la realidad de la paz entre Dios y el alma; pues Dios siempre está en paz con quienes han sido reconciliados con Él por Cristo; pero hay un disturbio del gozo de esa paz, y eso sucede a menudo por los aullidos de ese gran perro del infierno. Él viene en contra nuestra con todo su poder, con sus fauces abiertas listo para tragarnos rápidamente, y si no fuera por la misericordia divina lo haría. No es de sorprender que a veces nuestra paz sea afectada cuando Satanás es fiero en sus tentaciones.

Otras veces una necesidad de paz puede surgir de la ignorancia. No me sorprende que un hombre que cree en la doctrina arminiana, por ejemplo, tenga poca paz. No hay nada en esa doctrina que le pueda dar paz. Es un hueso sin médula; me parece que es una religión fría, sin savia, sin médula, sin fruto; amarga y no dulce. No contiene nada sino el látigo de la ley; no hay grandes certezas; no hay hechos gloriosos del pacto de amor, de la gracia electiva, de la fidelidad del Todopoderoso, ni de los compromisos que dan la garantía.

Nunca voy a altercar con el hombre que puede vivir sobre tales piedras y en medio de escorpiones como la elección condicional, la redención accidental, la perseverancia cuestionable, y la regeneración ineficaz. Puede ser que haya personas, yo supongo, que pueden vivir con ese alimento seco. Si pueden vivir de eso, que les aproveche; pero yo creo que muchas de nuestras dudas y temores surgen de la ignorancia doctrinal. Tal vez ustedes no tienen una visión clara de ese pacto llevado a cabo entre el Padre y Su Hijo glorioso, Jesucristo; ustedes no saben deletrear la palabra "Evangelio" sin mezclar la palabra "ley" en ella. Tal vez no han aprendido plenamente a mirar fuera del yo, a Cristo, para todo. Ustedes no saben cómo distinguir entre santificación, que varía, y justificación, que es permanente. Muchos creyentes no han llegado a discernir entre la obra del Espíritu y la obra del Hijo; ¿y cómo puede sorprendernos, si ustedes son ignorantes, que algunas veces ustedes no tengan paz? Aprendan más de ese precioso Libro, y su paz será más continua.

Además, esta paz es usualmente dañada por el pecado. Dios esconde Su rostro detrás de las nubes del polvo que es levantado por Su propio rebaño conforme avanzan por el camino de este mundo. Nosotros pecamos, y luego nos dolemos por ese pecado. Dios todavía ama a Su hijo, aun cuando peca; pero no permitirá que el hijo lo sepa. El nombre de ese hijo está en el registro familiar; pero el Padre toma ese libro, y no le permitirá leerlo hasta que no se haya arrepentido plenamente de nuevo, y venga otra vez a Jesucristo.

Si ustedes pueden tener paz, y sin embargo vivir todavía en pecado, fíjense bien, ustedes no han sido regenerados. Si ustedes pueden vivir en la iniquidad, y sin embargo tener paz en sus conciencias, esa conciencia está cauterizada y muerta. Mas el cristiano, cuando peca, comienza a dolerse; si no en el mismo momento en que cae, no pasa mucho tiempo antes que la vara de su Padre le golpee la espalda, y comience a llorar.


"¿Dónde está la bendición que conocí,
Cuando vi por primera vez al Señor?
¿Dónde está la visión que refresca el alma
De Jesús y de Su Palabra?"

De nuevo: nuestra paz puede ser interrumpida también por la incredulidad. Ciertamente este es el cuchillo más filoso de los cuatro, y cortará más rápido el hilo dorado de nuestros gozos.

Y ahora, si ustedes quieren mantener una paz inquebrantable, reciban hoy el consejo del ministro de Dios, aunque él sea joven en años. Reciban el consejo que él les garantiza que es bueno, pues es está basado en las Escrituras. Si quieren mantener una paz permanente e inquebrantable, miren siempre al sacrificio de Cristo; no permitan que su ojo se vuelva a ninguna otra cosa que no sea Cristo. Cuando te arrepientas, querido lector, todavía mantén tu ojo en la cruz; cuando trabajes, trabaja con la fuerza del Crucificado. Todo lo que hagas, ya sea un auto-examen, ayuno, meditación, u oración, hazlo todo bajo la sombra de la cruz de Jesús; o de lo contrario, puedes vivir como quieras, pero tu paz no será sino algo lamentable; estarás lleno de intranquilidad y de problemas amargos. Vive cerca de la cruz y tu paz será continua.

Déjenme darles un consejo. Caminen humildemente con su Dios. La paz es una joya; Dios la pone en el dedo de ustedes; si se vuelven orgullosos de ella, Él se las quitará. La paz es un vestido noble; si presumen de su vestido, Dios los desvestirá. Recuerden la boca del hoyo de donde fueron sacados, y la cantera de la naturaleza de donde fueron cortados; y cuando tengan la brillante corona de paz en su cabeza, recuerden sus pies negros; además, aun cuando esa corona esté allí, cúbranla y también el rostro con esas dos cosas, la sangre y la justicia de Jesucristo. De esta manera ustedes mantendrán su paz.

Y también caminen en santidad, evitando cualquier apariencia de mal. "No os conforméis a este siglo." Defiendan la verdad y la rectitud. No permitan que las máximas de los hombres tengan influencia en el juicio de ustedes. Busquen al Espíritu Santo para que puedan vivir a semejanza de Cristo, y vivir cerca de Cristo, y su paz no será interrumpida.

En cuanto a quienes no han tenido nunca paz con Dios, sólo puedo tener un sentimiento hacia ustedes, es decir, piedad. ¡Pobres almas! ¡Pobres almas! ¡Pobres almas!, que nunca conocieron la paz que Jesucristo da a Su pueblo. Y mi piedad es más necesaria ya que ustedes mismos no tienen piedad por ustedes. ¡Ah!, almas, viene el día cuando ese Dios con Quien ustedes están enemistados, los mirará a la cara.

Tendrán que verlo; y Él es "fuego consumidor." Tendrán que ver un horno ardiente, y hundirse, y desesperar, y morir. ¿Morir, dije? Peor que eso. Tienen que ser lanzados al abismo de condenación, donde morir sería una bendición que jamás podrá ser concedida. ¡Oh!, ¡que Dios les dé paz por medio de Su Hijo! Si ustedes están ahora convencidos de pecado, la exhortación es: "Cree en el Señor Jesucristo." Tal como eres, se te ordena que pongas tu confianza en Él, que ciertamente murió sobre el madero; y si haces esto, todos tus pecados te serán perdonados ahora, y tú tendrás paz con Dios; y, muy pronto, tú lo sabrás en tu propia conciencia y te gozarás. ¡Oh!, busquen esta paz y persíganla; y sobre todas las cosas, busquen al Hacedor de paz, Cristo Jesús, y serán salvos. Dios los bendiga por Su Hijo Jesucristo. Amén.
 
Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

Dios te bendiga hermano/a.

Gozo en medio del dolor

Eliseo Apablaza F

"Después de haberles azotado mucho, los echaron en la cárcel, mandando al carcelero que los guardase con seguridad. El cual, recibido este mandato, los metió en el calabozo de más adentro, y les aseguró los pies en el cepo. Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían" (Hechos 16:23-26).

Hemos estado compartiendo acerca de los sufrimientos que los cristianos padecen, y de qué explicación da la Escritura para esos sufrimientos. Pero hoy día quisiéramos ir un poco más allá y decir que a la luz de esta palabra que hemos leído, y de muchas otras, nosotros no sólo somos llamados a padecer la aflicción, a sufrir la injusticia o a soportar el agravio.

La verdadera fortaleza se demuestra en la alabanza

Estas acciones, si bien son nobles, todavía no son la perfecta voluntad de Dios. Padecer, sufrir y soportar son acciones que todavía nos pueden hacer aparecer como débiles, como si nosotros aceptáramos padecer porque no nos queda otra opción; que tenemos que sufrir porque los demás son más poderosos, así que no podemos rebelarnos contra ellos. Estas acciones, si bien son loables, no son la verdad completa; porque somos llamados también a gozarnos en la tribulación, a cantar en medio del dolor, y a tener paz en medio de la tormenta. Recién cuando un cristiano se goza en la tribulación, cuando canta en medio del dolor, como aquí Pablo y Silas, entonces se manifiesta en él la verdadera fortaleza.

Los cristianos somos aparentemente débiles, aparentemente frágiles; aparentemente, nos pueden avasallar. Pero dentro de nosotros hay una tremenda fortaleza: tenemos dentro de nosotros el Espíritu de resurrección con que el Padre levantó a Jesús de entre los muertos. Así que, hermanos, vamos a hablar un poco hoy acerca del gozo, acerca de la paz, acerca de la plenitud, de la felicidad, de la dicha que nosotros los cristianos somos llamados a experimentar aun en medio de las circunstancias más terribles.

El apóstol Pablo dice en una de sus epístolas: "...como entristecidos, mas siempre gozosos". Creo que esa frase expresa muy bien lo que es la vida cristiana, lo que es la experiencia común de un cristiano. Pablo, el mismo que aquí en la cárcel de Filipos cantaba himnos a Dios cuando su piel estaba desgarrada por los azotes, cuando sus pies estaban aprisionados en el cepo, cuando las llagas de su cuerpo estaban abiertas. ¿Pablo estaba llorando? ¡Estaba cantando himnos a Dios!

El himno, a diferencia de un 'corito' o de una canción, se caracteriza por ser solemne. Es como llenar de gloria un ambiente, para Dios. Hay muchos himnos gloriosos que escribieron hermanos del pasado. Los escribieron mientras estaban encarcelados, o bajo fuertes tribulaciones. Ellos podían decir: "Hay una paz en mi alma que inunda mi ser, una paz que el mundo no puede dar". Cristianos que habían perdido seres queridos, que habían sufrido tragedias, desgracias, podían componer himnos como esos, himnos de victoria, como los que Pablo cantaba. "Como entristecidos, mas siempre gozosos".

Hay en esto una paradoja. ¿Por qué nosotros cantamos en los velorios? ¿Por qué llevamos una guitarra para el cementerio? Porque la vida cristiana, amados hermanos, aunque tiene lágrimas, es sobre todo una vida de gozo. Llorando, estamos llenos de gozo; sufriendo, no tenemos amargura; porque aun los sufrimientos nos transforman, nos edifican.

Pablo en Filipos

Pablo tuvo esta experiencia en Filipos; encarcelado, llagado, cantando himnos. Así nació la iglesia en Filipos. Y es por eso que, cuando leemos la carta de Pablo a los filipenses, encontramos gozo, una y otra vez. "Gozaos, gozaos en el Señor siempre... Os digo: regocijaos". Para los hermanos de Filipos, Pablo era un hombre muy conocido por el gozo en medio del dolor, en medio de la prueba. ¿Quién era Pablo para los hermanos de Filipos? Era el hombre que cantaba himnos mientras estaba encarcelado. Por eso, cuando leemos Filipenses capítulo 3, por ejemplo, encontramos: "Por lo demás, hermanos, gozaos en el Señor".

Tengamos la Biblia a la mano, y consultémosla, porque aquí está la verdad de Dios. Tenemos que afirmar nuestro corazón en la verdad. Filipenses 3:1 dice: "Por lo demás, hermanos, gozaos en el Señor". Mire Filipenses 2:29 -se está refiriendo a algún hermano que está exhortando a que lo reciban-, dice: "Recibidle, pues, en el Señor, con todo gozo".

Ahora, versículo 4:4. "Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!". Aquí la palabra está entre signos de exclamación. Pocas veces la Escritura tiene expresiones entre signos de exclamación. ¿Cuándo escribió Pablo esta carta? ¿En qué circunstancias de su vida escribió esta carta? ¿Estaba en un hotel de cinco estrellas? ¿Estaba en una hamaca tomando la brisa de la tarde? ¿Estaba tomando el sol en una playa? ¡Estaba en la cárcel en Roma!

Ustedes saben que los emperadores romanos no eran muy amables con los presos. Eran terribles las condiciones de insalubridad, de mugre, que había en una cárcel romana. Y ahí Pablo, en medio de toda esa circunstancia adversa, dice: "Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!".

Hermanos, no estamos diciendo que no hay penas, que no vamos a derramar lágrimas. No estamos diciendo que tal vez mañana no tengamos alguna prueba que nos parta el corazón. Lo que estamos diciendo es que la vida cristiana es una paradoja. Es esto, es la muerte que nos circunda, es la muerte que nos quiere subyugar y atacar; pero es la vida de resurrección que está dentro de nosotros, y la vida sobrepuja a la muerte. Pablo escribe Filipenses en la cárcel, y esta es la epístola del gozo. Por fuera, había tempestad, pero adentro gobernaba la paz.

La experiencia de Hudson Taylor

Tengo aquí un libro. Se llama "El secreto espiritual de Hudson Taylor". Este fue un misionero que estuvo en China sirviendo al Señor en condiciones terriblemente complicadas. En ese tiempo, China era un país cerrado. Había allí solamente cinco puertos, y los extranjeros sólo podían vivir en los puertos, no podían entrar al interior del país. Pues bien, el primero en llevar el evangelio al interior de la China -miles y miles de kilómetros, cientos y cientos de ciudades, millones y millones de chinos- fue este hombre. Se le murieron familiares, varios hijos. Su primera esposa murió a los 33 años, cuando él tenía 38. Después estuvo en cama meses y meses, mientras la obra lo reclamaba. ¡Cuántos sufrimientos, cuánto dolor! Cuando murió su esposa, escribió las siguientes palabras:

"Cuando pienso en mi gran pérdida, de mi corazón quebrantado sube la alabanza a Aquel que la ha librado a ella de tanto dolor y la ha hecho tan inefablemente feliz. Mis lágrimas son más lágrimas de gozo que de tristeza; pero más que todo me glorío en Dios por el Señor Jesucristo, en su obra, en sus caminos, su providencia, en él mismo. Me regocijo en esa voluntad de Dios; me es enteramente aceptable y perfecta, es el amor en acción. Desde lo más profundo de mi alma, me deleito en el conocimiento de que Dios hace o permite todas las cosas, y determina que todas las cosas ayuden a bien de los que le aman".

¿Por qué nosotros somos avasallados por los problemas? ¿Por qué nos sumimos en una depresión, en un dolor tan profundo, cuando vienen las aflicciones, los contratiempos? Es porque no hemos aprendido a descansar en el Señor; es porque nuestra mirada es muy corta. Vemos solamente el hecho que nos aproblema y nos hiere, y no vemos desde la perspectiva de Dios, cómo a veces él permite que sucedan cosas que nos duelen.

Un hermano cuenta que estaba con Taylor en un momento en que llegaron cartas que traían terribles noticias de todos los lugares de China donde había misioneros que él había encomendado. Se habían levantado graves motines; los extranjeros estaban siendo asesinados. Cuando recibió esas cartas, dice el testigo -pensando que quizás Hudson Taylor desearía estar a solas- él quiso retirarse, pero, para su sorpresa, alguien comenzó a silbar. Era la suave melodía del estribillo del muy conocido himno: "Cristo, siempre en ti descanso". Volviéndose, él no pudo menos que exclamar: "¿Cómo puede usted silbar, cuando nuestros compañeros están en tanto peligro?". "¿Y quiere usted que yo me acongoje y me preocupe? -fue la respuesta serena- Eso no sería de ayuda para ellos, y efectivamente me incapacitaría a mí para mi trabajo. No puedo más que echar la carga sobre el Señor".

Día y noche, este era el secreto de Hudson Taylor: echar su carga sobre el Señor. Un hombre que lo conoció en Australia decía de él: "Era él una lección objetiva de serenidad; sacaba del banco del cielo cada centavo de sus ingresos diarios. "Mi paz os doy". Todo aquello que no agitara al Salvador ni perturbara su espíritu, tampoco le agitaría a él. La serenidad del Señor Jesús en relación a cualquier asunto, y en el momento más crítico era su ideal y su posición práctica. No conocía nada de prisa, ni de apuro, ni de nervios trémulos, ni agitación de espíritu. Conocía sólo esa paz que sobrepasa todo entendimiento, y sabía que no podía existir sin ella".

En Cristo no hay ansiedad

¿Estás preocupado, ansioso y agitado? Mira arriba. Ve al Hombre, a Jesús, en la gloria. Deja que el rostro de Jesús resplandezca sobre ti, el maravilloso rostro del Señor Jesucristo. ¿Acaso Cristo está angustiado, agobiado? No se ve en su frente ni cuidado ni sombra de ansiedad. Cristo ha vencido. Él está sentado en su trono, y los cristianos estamos unidos a él, al trono de Dios. Hay sufrimientos. Sin embargo, dentro de nosotros hay una fuente, hay un agua que brota, hay una paz que sobrepasa todo entendimiento, hay una vida poderosa que puede más que los problemas.

El cristiano más maduro y espiritual, hermanos, no es el más ceñudo, el que está siempre así como aproblemado, como que lleva toda la carga del universo sobre sus hombros. No es el más severo, no es el más estoico, sino aquel que se goza en el Señor en todo tiempo. Hermanos, ¿hemos perdido la sonrisa, hemos perdido la alabanza? Cuando la iglesia está cantando, ¿cómo está nuestro rostro, cómo está la actitud de nuestro corazón? ¿Hay circunstancias tan terribles que nos impiden bendecir a Aquel que nos rescató?

El ejemplo de David

David decía: "La alabanza de continuo está en mi boca". ¿Quién sufrió más que David? Pocos sufrieron más que él. Pero, ¿quién se gozaba más que David en su Dios? Ustedes recuerdan que él solía danzar delante del pueblo, con sus vestiduras reales. Cuando había fiesta, cuando había motivo de gozo, como cuando llevaban el arca a Jerusalén, David cantaba y danzaba. En los salmos de David encontramos muchas lágrimas; sin embargo, encontramos también muchos gritos de victoria. A medida que vamos avanzando en el libro de los Salmos, la alabanza al Señor, la adoración, va en aumento. Es como esas obras musicales en que los instrumentos se van agregando, en un 'crescendo' maravilloso. Al final, toda la creación alaba al Señor. Al principio, parece que es débil todavía, sólo los creyentes participan en ella, pero al final de los Salmos encontramos que toda la creación le alaba, y que todos los instrumentos se unen a alabar al Señor en esa sinfonía preciosa.

La exaltación del Señor en los cielos

Pueblo de Dios, hermanos santos, que las lágrimas no opaquen el gozo, que los problemas no nos hagan bajar la mirada. Nosotros tenemos un Señor exaltado. No está en la tumba, Jesús se levantó de la tumba. Él está sentado arriba en la gloria, fue recibido por el Padre. Y cuando él fue recibido, ustedes saben, qué gozo hubo en los cielos. Leamos, recordémoslo. Salmo 24. Leamos juntos un trozo de este salmo; aclamemos al Señor con nuestro corazón, llenémonos de júbilo, porque Jesús está en el trono. Cuando el Señor fue recibido arriba, estas son las palabras que se dijeron en esos lugares celestiales:

"Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria. ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla. Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria. ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová de los ejércitos, él es el Rey de la gloria" (Salmo 24:7-10). ¿Quién es el Rey de gloria? ¡Jesús de los ejércitos, él es el Rey de la gloria!

¿Se pueden imaginar ustedes cómo sería aquello, si aquí, cuando cantamos y aplaudimos, este ambiente se estremece? ¡Qué más es en los cielos cuando se alaba al Señor! ¡Cómo iremos a hacer nosotros cuando estemos allá, en aquel día! Hermanos, adelantémonos a esos gloriosos momentos, y experimentemos hoy lo que significa vencer en medio de las dificultades, poder cantar aun con lágrimas, tener una fuente en el corazón cuando alrededor hay una gran tempestad.

El favor de Dios dura mucho más que su ira

Veamos Salmo 30:4-5: "Cantad a Jehová, vosotros sus santos, y celebrad la memoria de su santidad. Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría". La vida cristiana no es sólo un valle de lágrimas, como suele decirse. La Escritura dice que las lágrimas duran menos que el gozo, que la ira de Dios es sólo por un momento, pero su favor dura toda la vida.

Así que, sea que nosotros estemos siendo tratados por el Señor, o que estemos siendo disciplinados por el Señor, aún así, podemos cantar al Señor y celebrar la memoria de su santidad. El versículo 4 nos insta. ¿Y cuál es la razón de ese canto? Está dada en el 5: "Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida". Hemos pasado noches angustiosas, noches de lágrimas; pero a la mañana viene la alegría. ¿Lo hemos podido experimentar? Hoy siento que no estoy en la noche del llanto, sino en la mañana de la alegría.

Hermanos, algunos de nosotros están pasando tribulación. Se ha orado por ellos, se les ha tendido la mano, se ha buscado refugio en el Señor, se ha pedido de Dios la provisión para esa necesidad. Pero, ¿sabe?, la iglesia tiene que mantener el gozo, la alabanza, la adoración. Y si algún hermano está pasando por este momento de ira o por esta noche de lloro, será también alentado por el gozo de la iglesia. Damos testimonio que siempre, después de la noche, viene la mañana, en Cristo; siempre, después de la ira, viene el favor de Dios.

"Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria" (2ª Corintios 4:17). Hay tribulaciones momentáneas, sí, pero ellas producen en nosotros algo eterno; producen oro, producen una piedra preciosa; nos van transformando en la misma imagen del Señor.

Nosotros siempre hablamos de la cruz y del camino de la cruz, y a veces pienso que, cuando hablamos tanto de la cruz y del camino de la cruz, y de los sufrimientos, y que hay que morir, pareciera ser que descuidamos la segunda parte del mismo versículo. Así que, tenemos que aclarar: Es cierto que existe el camino de la cruz. Pero el camino de la cruz o el tomar la cruz nunca será sin el gozo del Señor adentro, sin el reposo en el Señor, el descanso, la satisfacción espiritual que produce el saber que no estamos solos.

Hablamos de que es necesario morir. Claro. Pero también tenemos que decir que después de la muerte hay resurrección, y la vida de resurrección es una vida de gozo, una vida de plenitud. Así que no nos quedemos a mitad de camino enfatizando sólo la muerte, ni nos transformemos en un pueblo melancólico, triste. No, no podemos serlo, porque el Señor Jesús vive en nuestro corazón. Así que, cuando estemos delante del Señor, esforcémonos en la gracia, para que nuestra alabanza, y aun nuestra expresión física sean dignas de Aquel que nos amó tanto y que murió por nosotros.

El gozo surge cuando hemos andado la segunda milla

Ustedes se habrán dado cuenta que en la Escritura se habla muchas veces del gozo y la alegría, de bendecir al Señor con gozo y alegría. Y se ha hecho una distinción entre las dos palabras, que son parecidas, pero no son lo mismo. La alegría sugiere algo del alma, y el gozo, del espíritu. No sólo alabamos con el espíritu, es decir, con el corazón, sino también con el alma. Y aun mi carne, dice la Escritura, alaba al Dios vivo. No sólo desde adentro bendecimos; no sólo nos gozamos en el espíritu, sino en nuestra alma, y aun nuestro cuerpo. Así que podemos danzar, podemos aplaudir, podemos expresarnos el gozo del Señor unos a otros. Dios desea, amados hermanos, que tengamos gozo, aun en medio de la tribulación.

Ahora, ¿vamos a forzar el gozo, vamos a obligarnos a tener el gozo cuando en realidad no lo tenemos? Y si es así, si no tenemos gozo, ¿por qué no lo tenemos, si el Señor desea que tengamos gozo? ¿O vamos a transformarnos en un pueblo que hace una mueca de sonrisa cuando en realidad no hay gozo por dentro? No, no se trata de eso. El Señor desea que tengamos gozo, hermanos, pero el gozo viene cuando sufrimos por él, cuando bendecimos a nuestros enemigos, cuando andamos la segunda milla.

Si nosotros sólo soportamos las tribulaciones, pero como a regañadientes, entonces no tendremos gozo. Si solamente damos un paso, la primera milla, pero no la segunda, entonces probablemente no haya gozo. Hay muchas experiencias de cristianos al respecto que pueden confirmar esto. Recién el gozo inunda nuestro corazón cuando nosotros damos más de lo que se nos pide; cuando no sólo soportamos la injuria sino que bendecimos al que nos injuria, ahí viene el gozo del Señor.

¿Queremos tener gozo? Yo quiero estar siempre gozoso, como dice la Palabra. Entonces, ejercitémonos en esto, en bendecir, en amar, en sufrir, con la mejor disposición. No en quejarnos, sino en mirar al Señor y ver que él va a inundar nuestro corazón de gozo cuando nosotros obedezcamos su Palabra.

Hermanos, el cántico es una señal de fortaleza y de victoria. Qué fuertes, qué invencibles aparecen Pablo y Silas cantando himnos a Dios, con la espalda llagada y con el cuerpo adolorido. La impotencia del carcelero, la impotencia de los que los habían azotado. ¿Cómo los hacemos callar, cómo les quitamos el gozo? Imposible. Ellos tenían poder para azotar, pero no para quitar el gozo. Esa es la mayor señal de fortaleza. Un cristiano es fuerte, por eso canta.

Nosotros expresaremos nuestra fortaleza cantando, y diremos: "El gozo del Señor es nuestra fortaleza". Un cristiano que ha hallado su reposo en Cristo es feliz. En la Biblia, es cierto, no aparece la palabra 'felicidad'. Lo más parecido a esa palabra que se halla en el Nuevo Testamento es bienaventuranza, o bienaventurados, felices, dichosos. En Mateo capítulo 5, encontramos la clase de gente más feliz: los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos; los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los de limpio corazón, los pacificadores, los que padecen persecución por causa de la justicia. Ellos son los dichosos, ellos son felices.

¿Algunos de ellos tienen una actitud soberbia, como de predominio, una actitud vengativa, una actitud de poder humano? No, ninguno. Pero dice de ellos en el versículo 11: "Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros".

Hermano, yo te digo hoy: "Gózate y alégrate en el Señor". Espero que tú me digas mañana, cuando yo esté triste, esto mismo: "Gózate y alégrate en el Señor". ¡Hermanos, gozaos y alegraos en el Señor! Necesitamos compartirnos la Palabra, necesitamos alentarnos unos a otros. Necesito decirle esto a usted, pero también necesito que usted me lo diga a mí. Todos juntos, porque a veces, ¡ay, qué es difícil alegrarse! ¡Ay, que es difícil gozarse cuando el aguijón viene y nos hiere! Pero, hermanos, nuestro galardón es grande en los cielos.

El Señor Jesús, dice, por el gozo puesto delante de él, sufrió a la cruz. Dice la Palabra que el reino de Dios no consiste en comida ni bebida, sino en justicia, gozo y paz en el Espíritu. ¿Tenemos gozo? ¿Tenemos paz? Ninguna de estas dos cosas la puede fabricar el diablo; ninguna de estas dos cosas provienen del mundo; ni el gozo ni la paz. ¿Saben lo que el mundo tiene? Es risa; a veces, una risa estrepitosa, pero cuando se acaba la risa o el chistecito, de nuevo viene la profunda tristeza.

Nosotros no tenemos una risa externa; tenemos gozo o alegría. El gozo es del espíritu, la alegría es del alma. Pero tenemos. Esto es algo que Dios nos ha dado. Y lo otro que el diablo no puede fabricar es la paz. Cuánta gente que tiene mucho dinero, que tiene posesiones, que tiene grandes cosas, desearía tener un minuto de paz en su espíritu, y no la tiene. Si en alguna parte estuvieran vendiendo la paz, como se compra un vehículo, creo que muchos gastarían millones de pesos en comprar algo de paz.

En Su presencia hay plenitud de gozo

Dice la Escritura que nosotros somos guardados por la paz de Dios. "Y la paz de Dios gobierne vuestros corazones". Oh, hermanos, tenemos paz. El Señor nos dio su paz, el Señor nos dio su gozo; esta es nuestra posesión, es nuestra herencia. A propósito de herencia, Salmo 16. Este salmo lleva por título en esta versión de la Reina-Valera: "Una herencia escogida". Y se habla aquí, como en el 5, por ejemplo: "Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa". Y fíjense ustedes cómo termina este salmo de la herencia. Versículo 11: "Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo, delicias a tu diestra para siempre".

Hermanos, ¿Dios es un Dios hosco, huraño, enojón, un Dios con el ceño fruncido? No. Dice: "En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre". Hermanos jóvenes, les voy a hacer una invitación, un desafío también. ¿Están sufriendo por algún desengaño? ¿Están sintiéndose frustrados en el corazón porque el objeto de su amor no le corresponde? ¿Están decepcionados porque no quedaron en la Carrera que querían? ¿Están pasando por una tribulación porque el papá y la mamá les tocaron un poquito? ¿Se sienten decaídos? Hermanos jóvenes, en la presencia del Señor hay plenitud de gozo.

Las horas más felices de mi juventud, desde que conocí al Señor, las pasé en íntima comunión con Dios. A veces solo, a veces con algún otro hermano, orando, alabando al Señor con una guitarra, a todo grito a veces. ¡Qué gozo más grande! ¡Qué delicia, hermanos, tener a Jesús! Qué delicia que el Espíritu Santo esté adentro de nosotros, y corra y fluya como río. Hermanos, no nos olvidemos. El mundo busca la felicidad, y hace montones de cosas y busca vestir bien, comer bien, tener honra, éxito, pensando que eso lo llenará de gozo. Pero la plenitud del gozo, el gozo pleno, absoluto, perfecto, sólo se puede hallar en Cristo. Y esto no es una teoría, hermanos; no es un slogan. Jóvenes, en Cristo está la plenitud del gozo. "Delicias a tu diestra para siempre".

Creo que nos falta recuperar esta área de nuestra vida cristiana. A veces somos muy serios, somos muy formales, somos muy parcos, somos muy melancólicos.

El Señor Jesús hace todo ambiente atractivo

Un cristiano que ha hallado su reposo en Cristo, es feliz. Hermano, ¿eres feliz de verdad? ¿Tienes tu satisfacción, tu deleite, en Cristo; todo en Cristo? Entonces, eres un hombre feliz. Eso tiene que notársenos también en toda nuestra manera de ser. ¿Cómo nos saludamos? ¿Cómo nos abrazamos? Cuando nos encontramos en la calle, ¿nuestro rostro dibuja una sonrisa de gozo? Que el Señor nos ayude. Toda esa melancolía que viene del mundo, ese desencanto, esa tristeza del mundo, que agobia, reprendámosla también.

En el cielo, habrá un estado de sumo gozo y paz; pero también aquí tenemos a Aquel que alegra el cielo. ¿Quién hace que el cielo sea tan atractivo? ¡El Señor Jesús! Saquen a nuestro Señor del cielo y el cielo entonces será un lugar común y corriente. El cielo puede estar aquí hoy, y de hecho está, porque el Señor está en medio nuestro. ¡Bendito es su nombre!

No quisiera hablar más; con esto es suficiente. Pero quisiera dejar con ustedes este sentir. Hermanos, tenemos razones más que suficientes para atropellarnos en la proclamación, en la expresión de alabanza, en la expresión de adoración. Aunque sea una frase, una proclama breve. No necesitamos extendernos demasiado, porque de esa manera podríamos impedir que otros hablen. Todos nosotros tenemos razones para estar felices; todos nosotros tenemos razones para alabar y bendecir al Señor.

El reino de Dios es justicia, paz y gozo. Justicia en el sentido de que hay el carácter justo de Dios. Luego, el gozo y la paz, dones invaluables, preciosos, que el Señor nos ha dado. Que nuestra alabanza y nuestra adoración sea más libre. Queremos expresar la riqueza que hay dentro; queremos expresar la paz y el gozo que tenemos dentro. Que ninguna circunstancia exterior nos avasalle, porque somos más que vencedores. El Señor nos ayude.:baby: :corazon:
 
Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

Dios te bendiga hermano/a.

Gozo en medio del dolor

Eliseo Apablaza F

"Después de haberles azotado mucho, los echaron en la cárcel, mandando al carcelero que los guardase con seguridad. El cual, recibido este mandato, los metió en el calabozo de más adentro, y les aseguró los pies en el cepo. Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían" (Hechos 16:23-26).

Hemos estado compartiendo acerca de los sufrimientos que los cristianos padecen, y de qué explicación da la Escritura para esos sufrimientos. Pero hoy día quisiéramos ir un poco más allá y decir que a la luz de esta palabra que hemos leído, y de muchas otras, nosotros no sólo somos llamados a padecer la aflicción, a sufrir la injusticia o a soportar el agravio.

La verdadera fortaleza se demuestra en la alabanza

Estas acciones, si bien son nobles, todavía no son la perfecta voluntad de Dios. Padecer, sufrir y soportar son acciones que todavía nos pueden hacer aparecer como débiles, como si nosotros aceptáramos padecer porque no nos queda otra opción; que tenemos que sufrir porque los demás son más poderosos, así que no podemos rebelarnos contra ellos. Estas acciones, si bien son loables, no son la verdad completa; porque somos llamados también a gozarnos en la tribulación, a cantar en medio del dolor, y a tener paz en medio de la tormenta. Recién cuando un cristiano se goza en la tribulación, cuando canta en medio del dolor, como aquí Pablo y Silas, entonces se manifiesta en él la verdadera fortaleza.

Los cristianos somos aparentemente débiles, aparentemente frágiles; aparentemente, nos pueden avasallar. Pero dentro de nosotros hay una tremenda fortaleza: tenemos dentro de nosotros el Espíritu de resurrección con que el Padre levantó a Jesús de entre los muertos. Así que, hermanos, vamos a hablar un poco hoy acerca del gozo, acerca de la paz, acerca de la plenitud, de la felicidad, de la dicha que nosotros los cristianos somos llamados a experimentar aun en medio de las circunstancias más terribles.

El apóstol Pablo dice en una de sus epístolas: "...como entristecidos, mas siempre gozosos". Creo que esa frase expresa muy bien lo que es la vida cristiana, lo que es la experiencia común de un cristiano. Pablo, el mismo que aquí en la cárcel de Filipos cantaba himnos a Dios cuando su piel estaba desgarrada por los azotes, cuando sus pies estaban aprisionados en el cepo, cuando las llagas de su cuerpo estaban abiertas. ¿Pablo estaba llorando? ¡Estaba cantando himnos a Dios!

El himno, a diferencia de un 'corito' o de una canción, se caracteriza por ser solemne. Es como llenar de gloria un ambiente, para Dios. Hay muchos himnos gloriosos que escribieron hermanos del pasado. Los escribieron mientras estaban encarcelados, o bajo fuertes tribulaciones. Ellos podían decir: "Hay una paz en mi alma que inunda mi ser, una paz que el mundo no puede dar". Cristianos que habían perdido seres queridos, que habían sufrido tragedias, desgracias, podían componer himnos como esos, himnos de victoria, como los que Pablo cantaba. "Como entristecidos, mas siempre gozosos".

Hay en esto una paradoja. ¿Por qué nosotros cantamos en los velorios? ¿Por qué llevamos una guitarra para el cementerio? Porque la vida cristiana, amados hermanos, aunque tiene lágrimas, es sobre todo una vida de gozo. Llorando, estamos llenos de gozo; sufriendo, no tenemos amargura; porque aun los sufrimientos nos transforman, nos edifican.

Pablo en Filipos

Pablo tuvo esta experiencia en Filipos; encarcelado, llagado, cantando himnos. Así nació la iglesia en Filipos. Y es por eso que, cuando leemos la carta de Pablo a los filipenses, encontramos gozo, una y otra vez. "Gozaos, gozaos en el Señor siempre... Os digo: regocijaos". Para los hermanos de Filipos, Pablo era un hombre muy conocido por el gozo en medio del dolor, en medio de la prueba. ¿Quién era Pablo para los hermanos de Filipos? Era el hombre que cantaba himnos mientras estaba encarcelado. Por eso, cuando leemos Filipenses capítulo 3, por ejemplo, encontramos: "Por lo demás, hermanos, gozaos en el Señor".

Tengamos la Biblia a la mano, y consultémosla, porque aquí está la verdad de Dios. Tenemos que afirmar nuestro corazón en la verdad. Filipenses 3:1 dice: "Por lo demás, hermanos, gozaos en el Señor". Mire Filipenses 2:29 -se está refiriendo a algún hermano que está exhortando a que lo reciban-, dice: "Recibidle, pues, en el Señor, con todo gozo".

Ahora, versículo 4:4. "Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!". Aquí la palabra está entre signos de exclamación. Pocas veces la Escritura tiene expresiones entre signos de exclamación. ¿Cuándo escribió Pablo esta carta? ¿En qué circunstancias de su vida escribió esta carta? ¿Estaba en un hotel de cinco estrellas? ¿Estaba en una hamaca tomando la brisa de la tarde? ¿Estaba tomando el sol en una playa? ¡Estaba en la cárcel en Roma!

Ustedes saben que los emperadores romanos no eran muy amables con los presos. Eran terribles las condiciones de insalubridad, de mugre, que había en una cárcel romana. Y ahí Pablo, en medio de toda esa circunstancia adversa, dice: "Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!".

Hermanos, no estamos diciendo que no hay penas, que no vamos a derramar lágrimas. No estamos diciendo que tal vez mañana no tengamos alguna prueba que nos parta el corazón. Lo que estamos diciendo es que la vida cristiana es una paradoja. Es esto, es la muerte que nos circunda, es la muerte que nos quiere subyugar y atacar; pero es la vida de resurrección que está dentro de nosotros, y la vida sobrepuja a la muerte. Pablo escribe Filipenses en la cárcel, y esta es la epístola del gozo. Por fuera, había tempestad, pero adentro gobernaba la paz.

La experiencia de Hudson Taylor

Tengo aquí un libro. Se llama "El secreto espiritual de Hudson Taylor". Este fue un misionero que estuvo en China sirviendo al Señor en condiciones terriblemente complicadas. En ese tiempo, China era un país cerrado. Había allí solamente cinco puertos, y los extranjeros sólo podían vivir en los puertos, no podían entrar al interior del país. Pues bien, el primero en llevar el evangelio al interior de la China -miles y miles de kilómetros, cientos y cientos de ciudades, millones y millones de chinos- fue este hombre. Se le murieron familiares, varios hijos. Su primera esposa murió a los 33 años, cuando él tenía 38. Después estuvo en cama meses y meses, mientras la obra lo reclamaba. ¡Cuántos sufrimientos, cuánto dolor! Cuando murió su esposa, escribió las siguientes palabras:

"Cuando pienso en mi gran pérdida, de mi corazón quebrantado sube la alabanza a Aquel que la ha librado a ella de tanto dolor y la ha hecho tan inefablemente feliz. Mis lágrimas son más lágrimas de gozo que de tristeza; pero más que todo me glorío en Dios por el Señor Jesucristo, en su obra, en sus caminos, su providencia, en él mismo. Me regocijo en esa voluntad de Dios; me es enteramente aceptable y perfecta, es el amor en acción. Desde lo más profundo de mi alma, me deleito en el conocimiento de que Dios hace o permite todas las cosas, y determina que todas las cosas ayuden a bien de los que le aman".

¿Por qué nosotros somos avasallados por los problemas? ¿Por qué nos sumimos en una depresión, en un dolor tan profundo, cuando vienen las aflicciones, los contratiempos? Es porque no hemos aprendido a descansar en el Señor; es porque nuestra mirada es muy corta. Vemos solamente el hecho que nos aproblema y nos hiere, y no vemos desde la perspectiva de Dios, cómo a veces él permite que sucedan cosas que nos duelen.

Un hermano cuenta que estaba con Taylor en un momento en que llegaron cartas que traían terribles noticias de todos los lugares de China donde había misioneros que él había encomendado. Se habían levantado graves motines; los extranjeros estaban siendo asesinados. Cuando recibió esas cartas, dice el testigo -pensando que quizás Hudson Taylor desearía estar a solas- él quiso retirarse, pero, para su sorpresa, alguien comenzó a silbar. Era la suave melodía del estribillo del muy conocido himno: "Cristo, siempre en ti descanso". Volviéndose, él no pudo menos que exclamar: "¿Cómo puede usted silbar, cuando nuestros compañeros están en tanto peligro?". "¿Y quiere usted que yo me acongoje y me preocupe? -fue la respuesta serena- Eso no sería de ayuda para ellos, y efectivamente me incapacitaría a mí para mi trabajo. No puedo más que echar la carga sobre el Señor".

Día y noche, este era el secreto de Hudson Taylor: echar su carga sobre el Señor. Un hombre que lo conoció en Australia decía de él: "Era él una lección objetiva de serenidad; sacaba del banco del cielo cada centavo de sus ingresos diarios. "Mi paz os doy". Todo aquello que no agitara al Salvador ni perturbara su espíritu, tampoco le agitaría a él. La serenidad del Señor Jesús en relación a cualquier asunto, y en el momento más crítico era su ideal y su posición práctica. No conocía nada de prisa, ni de apuro, ni de nervios trémulos, ni agitación de espíritu. Conocía sólo esa paz que sobrepasa todo entendimiento, y sabía que no podía existir sin ella".

En Cristo no hay ansiedad

¿Estás preocupado, ansioso y agitado? Mira arriba. Ve al Hombre, a Jesús, en la gloria. Deja que el rostro de Jesús resplandezca sobre ti, el maravilloso rostro del Señor Jesucristo. ¿Acaso Cristo está angustiado, agobiado? No se ve en su frente ni cuidado ni sombra de ansiedad. Cristo ha vencido. Él está sentado en su trono, y los cristianos estamos unidos a él, al trono de Dios. Hay sufrimientos. Sin embargo, dentro de nosotros hay una fuente, hay un agua que brota, hay una paz que sobrepasa todo entendimiento, hay una vida poderosa que puede más que los problemas.

El cristiano más maduro y espiritual, hermanos, no es el más ceñudo, el que está siempre así como aproblemado, como que lleva toda la carga del universo sobre sus hombros. No es el más severo, no es el más estoico, sino aquel que se goza en el Señor en todo tiempo. Hermanos, ¿hemos perdido la sonrisa, hemos perdido la alabanza? Cuando la iglesia está cantando, ¿cómo está nuestro rostro, cómo está la actitud de nuestro corazón? ¿Hay circunstancias tan terribles que nos impiden bendecir a Aquel que nos rescató?

El ejemplo de David

David decía: "La alabanza de continuo está en mi boca". ¿Quién sufrió más que David? Pocos sufrieron más que él. Pero, ¿quién se gozaba más que David en su Dios? Ustedes recuerdan que él solía danzar delante del pueblo, con sus vestiduras reales. Cuando había fiesta, cuando había motivo de gozo, como cuando llevaban el arca a Jerusalén, David cantaba y danzaba. En los salmos de David encontramos muchas lágrimas; sin embargo, encontramos también muchos gritos de victoria. A medida que vamos avanzando en el libro de los Salmos, la alabanza al Señor, la adoración, va en aumento. Es como esas obras musicales en que los instrumentos se van agregando, en un 'crescendo' maravilloso. Al final, toda la creación alaba al Señor. Al principio, parece que es débil todavía, sólo los creyentes participan en ella, pero al final de los Salmos encontramos que toda la creación le alaba, y que todos los instrumentos se unen a alabar al Señor en esa sinfonía preciosa.

La exaltación del Señor en los cielos

Pueblo de Dios, hermanos santos, que las lágrimas no opaquen el gozo, que los problemas no nos hagan bajar la mirada. Nosotros tenemos un Señor exaltado. No está en la tumba, Jesús se levantó de la tumba. Él está sentado arriba en la gloria, fue recibido por el Padre. Y cuando él fue recibido, ustedes saben, qué gozo hubo en los cielos. Leamos, recordémoslo. Salmo 24. Leamos juntos un trozo de este salmo; aclamemos al Señor con nuestro corazón, llenémonos de júbilo, porque Jesús está en el trono. Cuando el Señor fue recibido arriba, estas son las palabras que se dijeron en esos lugares celestiales:

"Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria. ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla. Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria. ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová de los ejércitos, él es el Rey de la gloria" (Salmo 24:7-10). ¿Quién es el Rey de gloria? ¡Jesús de los ejércitos, él es el Rey de la gloria!

¿Se pueden imaginar ustedes cómo sería aquello, si aquí, cuando cantamos y aplaudimos, este ambiente se estremece? ¡Qué más es en los cielos cuando se alaba al Señor! ¡Cómo iremos a hacer nosotros cuando estemos allá, en aquel día! Hermanos, adelantémonos a esos gloriosos momentos, y experimentemos hoy lo que significa vencer en medio de las dificultades, poder cantar aun con lágrimas, tener una fuente en el corazón cuando alrededor hay una gran tempestad.

El favor de Dios dura mucho más que su ira

Veamos Salmo 30:4-5: "Cantad a Jehová, vosotros sus santos, y celebrad la memoria de su santidad. Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría". La vida cristiana no es sólo un valle de lágrimas, como suele decirse. La Escritura dice que las lágrimas duran menos que el gozo, que la ira de Dios es sólo por un momento, pero su favor dura toda la vida.

Así que, sea que nosotros estemos siendo tratados por el Señor, o que estemos siendo disciplinados por el Señor, aún así, podemos cantar al Señor y celebrar la memoria de su santidad. El versículo 4 nos insta. ¿Y cuál es la razón de ese canto? Está dada en el 5: "Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida". Hemos pasado noches angustiosas, noches de lágrimas; pero a la mañana viene la alegría. ¿Lo hemos podido experimentar? Hoy siento que no estoy en la noche del llanto, sino en la mañana de la alegría.

Hermanos, algunos de nosotros están pasando tribulación. Se ha orado por ellos, se les ha tendido la mano, se ha buscado refugio en el Señor, se ha pedido de Dios la provisión para esa necesidad. Pero, ¿sabe?, la iglesia tiene que mantener el gozo, la alabanza, la adoración. Y si algún hermano está pasando por este momento de ira o por esta noche de lloro, será también alentado por el gozo de la iglesia. Damos testimonio que siempre, después de la noche, viene la mañana, en Cristo; siempre, después de la ira, viene el favor de Dios.

"Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria" (2ª Corintios 4:17). Hay tribulaciones momentáneas, sí, pero ellas producen en nosotros algo eterno; producen oro, producen una piedra preciosa; nos van transformando en la misma imagen del Señor.

Nosotros siempre hablamos de la cruz y del camino de la cruz, y a veces pienso que, cuando hablamos tanto de la cruz y del camino de la cruz, y de los sufrimientos, y que hay que morir, pareciera ser que descuidamos la segunda parte del mismo versículo. Así que, tenemos que aclarar: Es cierto que existe el camino de la cruz. Pero el camino de la cruz o el tomar la cruz nunca será sin el gozo del Señor adentro, sin el reposo en el Señor, el descanso, la satisfacción espiritual que produce el saber que no estamos solos.

Hablamos de que es necesario morir. Claro. Pero también tenemos que decir que después de la muerte hay resurrección, y la vida de resurrección es una vida de gozo, una vida de plenitud. Así que no nos quedemos a mitad de camino enfatizando sólo la muerte, ni nos transformemos en un pueblo melancólico, triste. No, no podemos serlo, porque el Señor Jesús vive en nuestro corazón. Así que, cuando estemos delante del Señor, esforcémonos en la gracia, para que nuestra alabanza, y aun nuestra expresión física sean dignas de Aquel que nos amó tanto y que murió por nosotros.

El gozo surge cuando hemos andado la segunda milla

Ustedes se habrán dado cuenta que en la Escritura se habla muchas veces del gozo y la alegría, de bendecir al Señor con gozo y alegría. Y se ha hecho una distinción entre las dos palabras, que son parecidas, pero no son lo mismo. La alegría sugiere algo del alma, y el gozo, del espíritu. No sólo alabamos con el espíritu, es decir, con el corazón, sino también con el alma. Y aun mi carne, dice la Escritura, alaba al Dios vivo. No sólo desde adentro bendecimos; no sólo nos gozamos en el espíritu, sino en nuestra alma, y aun nuestro cuerpo. Así que podemos danzar, podemos aplaudir, podemos expresarnos el gozo del Señor unos a otros. Dios desea, amados hermanos, que tengamos gozo, aun en medio de la tribulación.

Ahora, ¿vamos a forzar el gozo, vamos a obligarnos a tener el gozo cuando en realidad no lo tenemos? Y si es así, si no tenemos gozo, ¿por qué no lo tenemos, si el Señor desea que tengamos gozo? ¿O vamos a transformarnos en un pueblo que hace una mueca de sonrisa cuando en realidad no hay gozo por dentro? No, no se trata de eso. El Señor desea que tengamos gozo, hermanos, pero el gozo viene cuando sufrimos por él, cuando bendecimos a nuestros enemigos, cuando andamos la segunda milla.

Si nosotros sólo soportamos las tribulaciones, pero como a regañadientes, entonces no tendremos gozo. Si solamente damos un paso, la primera milla, pero no la segunda, entonces probablemente no haya gozo. Hay muchas experiencias de cristianos al respecto que pueden confirmar esto. Recién el gozo inunda nuestro corazón cuando nosotros damos más de lo que se nos pide; cuando no sólo soportamos la injuria sino que bendecimos al que nos injuria, ahí viene el gozo del Señor.

¿Queremos tener gozo? Yo quiero estar siempre gozoso, como dice la Palabra. Entonces, ejercitémonos en esto, en bendecir, en amar, en sufrir, con la mejor disposición. No en quejarnos, sino en mirar al Señor y ver que él va a inundar nuestro corazón de gozo cuando nosotros obedezcamos su Palabra.

Hermanos, el cántico es una señal de fortaleza y de victoria. Qué fuertes, qué invencibles aparecen Pablo y Silas cantando himnos a Dios, con la espalda llagada y con el cuerpo adolorido. La impotencia del carcelero, la impotencia de los que los habían azotado. ¿Cómo los hacemos callar, cómo les quitamos el gozo? Imposible. Ellos tenían poder para azotar, pero no para quitar el gozo. Esa es la mayor señal de fortaleza. Un cristiano es fuerte, por eso canta.

Nosotros expresaremos nuestra fortaleza cantando, y diremos: "El gozo del Señor es nuestra fortaleza". Un cristiano que ha hallado su reposo en Cristo es feliz. En la Biblia, es cierto, no aparece la palabra 'felicidad'. Lo más parecido a esa palabra que se halla en el Nuevo Testamento es bienaventuranza, o bienaventurados, felices, dichosos. En Mateo capítulo 5, encontramos la clase de gente más feliz: los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos; los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los de limpio corazón, los pacificadores, los que padecen persecución por causa de la justicia. Ellos son los dichosos, ellos son felices.

¿Algunos de ellos tienen una actitud soberbia, como de predominio, una actitud vengativa, una actitud de poder humano? No, ninguno. Pero dice de ellos en el versículo 11: "Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros".

Hermano, yo te digo hoy: "Gózate y alégrate en el Señor". Espero que tú me digas mañana, cuando yo esté triste, esto mismo: "Gózate y alégrate en el Señor". ¡Hermanos, gozaos y alegraos en el Señor! Necesitamos compartirnos la Palabra, necesitamos alentarnos unos a otros. Necesito decirle esto a usted, pero también necesito que usted me lo diga a mí. Todos juntos, porque a veces, ¡ay, qué es difícil alegrarse! ¡Ay, que es difícil gozarse cuando el aguijón viene y nos hiere! Pero, hermanos, nuestro galardón es grande en los cielos.

El Señor Jesús, dice, por el gozo puesto delante de él, sufrió a la cruz. Dice la Palabra que el reino de Dios no consiste en comida ni bebida, sino en justicia, gozo y paz en el Espíritu. ¿Tenemos gozo? ¿Tenemos paz? Ninguna de estas dos cosas la puede fabricar el diablo; ninguna de estas dos cosas provienen del mundo; ni el gozo ni la paz. ¿Saben lo que el mundo tiene? Es risa; a veces, una risa estrepitosa, pero cuando se acaba la risa o el chistecito, de nuevo viene la profunda tristeza.

Nosotros no tenemos una risa externa; tenemos gozo o alegría. El gozo es del espíritu, la alegría es del alma. Pero tenemos. Esto es algo que Dios nos ha dado. Y lo otro que el diablo no puede fabricar es la paz. Cuánta gente que tiene mucho dinero, que tiene posesiones, que tiene grandes cosas, desearía tener un minuto de paz en su espíritu, y no la tiene. Si en alguna parte estuvieran vendiendo la paz, como se compra un vehículo, creo que muchos gastarían millones de pesos en comprar algo de paz.

En Su presencia hay plenitud de gozo

Dice la Escritura que nosotros somos guardados por la paz de Dios. "Y la paz de Dios gobierne vuestros corazones". Oh, hermanos, tenemos paz. El Señor nos dio su paz, el Señor nos dio su gozo; esta es nuestra posesión, es nuestra herencia. A propósito de herencia, Salmo 16. Este salmo lleva por título en esta versión de la Reina-Valera: "Una herencia escogida". Y se habla aquí, como en el 5, por ejemplo: "Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa". Y fíjense ustedes cómo termina este salmo de la herencia. Versículo 11: "Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo, delicias a tu diestra para siempre".

Hermanos, ¿Dios es un Dios hosco, huraño, enojón, un Dios con el ceño fruncido? No. Dice: "En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre". Hermanos jóvenes, les voy a hacer una invitación, un desafío también. ¿Están sufriendo por algún desengaño? ¿Están sintiéndose frustrados en el corazón porque el objeto de su amor no le corresponde? ¿Están decepcionados porque no quedaron en la Carrera que querían? ¿Están pasando por una tribulación porque el papá y la mamá les tocaron un poquito? ¿Se sienten decaídos? Hermanos jóvenes, en la presencia del Señor hay plenitud de gozo.

Las horas más felices de mi juventud, desde que conocí al Señor, las pasé en íntima comunión con Dios. A veces solo, a veces con algún otro hermano, orando, alabando al Señor con una guitarra, a todo grito a veces. ¡Qué gozo más grande! ¡Qué delicia, hermanos, tener a Jesús! Qué delicia que el Espíritu Santo esté adentro de nosotros, y corra y fluya como río. Hermanos, no nos olvidemos. El mundo busca la felicidad, y hace montones de cosas y busca vestir bien, comer bien, tener honra, éxito, pensando que eso lo llenará de gozo. Pero la plenitud del gozo, el gozo pleno, absoluto, perfecto, sólo se puede hallar en Cristo. Y esto no es una teoría, hermanos; no es un slogan. Jóvenes, en Cristo está la plenitud del gozo. "Delicias a tu diestra para siempre".

Creo que nos falta recuperar esta área de nuestra vida cristiana. A veces somos muy serios, somos muy formales, somos muy parcos, somos muy melancólicos.

El Señor Jesús hace todo ambiente atractivo

Un cristiano que ha hallado su reposo en Cristo, es feliz. Hermano, ¿eres feliz de verdad? ¿Tienes tu satisfacción, tu deleite, en Cristo; todo en Cristo? Entonces, eres un hombre feliz. Eso tiene que notársenos también en toda nuestra manera de ser. ¿Cómo nos saludamos? ¿Cómo nos abrazamos? Cuando nos encontramos en la calle, ¿nuestro rostro dibuja una sonrisa de gozo? Que el Señor nos ayude. Toda esa melancolía que viene del mundo, ese desencanto, esa tristeza del mundo, que agobia, reprendámosla también.

En el cielo, habrá un estado de sumo gozo y paz; pero también aquí tenemos a Aquel que alegra el cielo. ¿Quién hace que el cielo sea tan atractivo? ¡El Señor Jesús! Saquen a nuestro Señor del cielo y el cielo entonces será un lugar común y corriente. El cielo puede estar aquí hoy, y de hecho está, porque el Señor está en medio nuestro. ¡Bendito es su nombre!

No quisiera hablar más; con esto es suficiente. Pero quisiera dejar con ustedes este sentir. Hermanos, tenemos razones más que suficientes para atropellarnos en la proclamación, en la expresión de alabanza, en la expresión de adoración. Aunque sea una frase, una proclama breve. No necesitamos extendernos demasiado, porque de esa manera podríamos impedir que otros hablen. Todos nosotros tenemos razones para estar felices; todos nosotros tenemos razones para alabar y bendecir al Señor.

El reino de Dios es justicia, paz y gozo. Justicia en el sentido de que hay el carácter justo de Dios. Luego, el gozo y la paz, dones invaluables, preciosos, que el Señor nos ha dado. Que nuestra alabanza y nuestra adoración sea más libre. Queremos expresar la riqueza que hay dentro; queremos expresar la paz y el gozo que tenemos dentro. Que ninguna circunstancia exterior nos avasalle, porque somos más que vencedores. El Señor nos ayude.
:baby: :corazon:

Que Dios les bendiga a todos

Paz
 
Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

LA PAZ.

por Charles Haddon Spurgeon
En Exeter Hall, Strand, Londres.
"La paz os dejo, mi paz os doy." -- Juan 14: 27.

Sermones
Nuestro Señor estaba cerca de Su muerte, a punto de partir de este mundo, y de subir a Su Padre; por tanto, hizo Su testamento; y este es el bendito legado que deja a los fieles: "La paz os dejo, mi paz os doy."

Podemos estar completamente seguros de que este testamento de nuestro Señor Jesucristo es válido. Ustedes tienen aquí Su propia firma; ha sido firmado, sellado, y entregado en presencia de los once apóstoles, quienes son fieles y veraces testigos. Es verdad que un testamento no entra en vigor mientras el testador viva, pero Jesucristo ha muerto una vez por todos; y ahora nadie puede disputar Su legado. El testamento está en vigor, puesto que el testador ha muerto. Sin embargo a veces puede ocurrir que la voluntad de un testador en su testamento sea desatendida; y él, impotente enterrado bajo tierra, es incapaz de levantarse y exigir que se cumpla su última voluntad.

Pero nuestro Señor Jesucristo que murió, y que por tanto hizo Su testamento válido, se levantó de nuevo, y ahora vive para ver que cada estipulación contenida en el testamento se cumpla; y este bendito codicilo (acto relacionado a un testamento) "La paz os dejo, mi paz os doy," es aplicable a toda la simiente comprada con sangre. La paz es de ellos, y debe ser de ellos, porque Él murió y puso el testamento en vigor, y vive para supervisar que el testamento se cumpla.

La donación, el bendito legado que nuestro Señor ha dejado aquí, es Su paz. Esta puede considerarse como una paz con todas las criaturas. Dios ha hecho una alianza de paz entre Su pueblo y el universo entero. "Pues aun con las piedras del campo tendrás tu pacto, y las fieras del campo estarán en paz contigo." "Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien." La Providencia que una vez estaba apartada y parecía trabajar en contra de nuestro bienestar, está ahora en paz con nosotros. Las ruedas giran en un orden feliz, y nos traen bendiciones cada vez que ruedan.

Las palabras de nuestro Señor también se refieren a la paz que existe en medio del pueblo de Dios, la paz de cada quien hacia su hermano. Hay una paz de Dios que reina en nuestros corazones por medio de Jesucristo, por la cual estamos unidos con los lazos más estrechos de unidad y concordia con cada uno de los hijos de Dios, con quienes nos encontramos en nuestra peregrinación aquí abajo. Sin embargo, dejando por el momento estos dos tipos de paz, que yo creo que están comprendidos en el legado, procedamos a considerar otros dos tipos de paz, que conforme a nuestra experiencia se resuelven en uno, y que ciertamente conforman la parte más rica de esta bendición.

Nuestro Salvador se refiere aquí a la paz con Dios, y a la paz con nuestra propia conciencia. Primero hay paz con Dios, pues Él "nos reconcilió consigo mismo por Cristo;" Él ha derrumbado la pared que nos separaba de Jehová, y ahora hay "¡en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!" Cuando el pecado es quitado, Dios no tiene motivos para la guerra contra Sus criaturas: Cristo ha quitado nuestro pecado, y por tanto hay una paz sustancial virtual establecida entre Dios y nuestras almas. Esta, sin embargo, puede existir sin que nosotros la entendamos claramente y sin que nos gocemos en ella. Por tanto, Cristo nos ha dejado paz en la conciencia.

La paz con Dios es el tratado; la paz en la conciencia es su publicación. La paz con Dios es la fuente, y la paz en la conciencia es el arroyo de cristal que nace de allí. Hay una paz decretada en la corte de la justicia divina en el cielo; y de allí se sigue una consecuencia necesaria: tan pronto se conoce esa noticia, hay paz en la corte inferior del juicio humano, donde la conciencia se sienta en el trono para juzgarnos de conformidad a nuestras obras.

Entonces, el legado de Cristo es una paz doble: una paz de amistad, de acuerdo, de amor, de unión eterna entre el elegido y Dios. Además es una paz de dulce gozo, de quieto descanso del entendimiento y la conciencia. Cuando no hay vientos arriba, no habrá tempestad abajo. Cuando el cielo está sereno, la tierra está quieta. La conciencia refleja la complacencia de Dios. "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación."

Hoy me propongo hablar de esta paz, si Dios el Espíritu Santo me ayuda con Su gracia, de esta manera: primero, su fundamento secreto; a continuación su noble naturaleza; en tercer lugar, sus benditos efectos; en cuarto lugar, sus interrupciones y medios de mantenimiento; y luego voy a concluir con algunas palabras de solemne advertencia para quienes nunca han gozado de paz con Dios, y por consiguiente nunca han tenido verdadera paz con ellos mismos.

I. En primer lugar, entonces, LA PAZ QUE GOZA EL VERDADERO CRISTIANO CON DIOS Y CON SU CONCIENCIA TIENE UN SÓLIDO FUNDAMENTO SOBRE EL CUAL DESCANSAR. No está construida sobre una ficción placentera de su imaginación, sobre un sueño engañoso de su ignorancia; sino que está construida sobre hechos, sobre verdades positivas, sobre realidades esenciales; está fundada sobre una roca, y aunque caigan las lluvias no se derrumbará, porque su cimiento es seguro.

Cuando un hombre tiene fe en la sangre de Cristo, no es sorprendente que tenga paz, pues ciertamente tiene garantía de gozar de la más profunda calma que un corazón mortal pueda conocer. Pues él razona consigo mismo de esta manera: Dios ha dicho: "De todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree;" y, además, que "El que creyere y fuere bautizado, será salvo." Ahora, mi fe está fija sinceramente en el grandioso sacrificio sustitutivo de Cristo, por tanto he sido justificado de todo, y permanezco acepto en Cristo como un creyente.

La consecuencia necesaria de eso es que él posee paz mental. Si Dios ha castigado a Cristo por mí, no me castigará de nuevo. "Limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado." Bajo la ley ceremonial judía, se hacía mención del pecado cada año; el cordero de la expiación debía ser sacrificado mil veces, pero "Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios." ¿Cómo, pregunto yo, puede temblar quien crea que ha sido perdonado? Ciertamente sería muy extraño que su fe no le infundiera una santa calma en su pecho.

Además, el hijo de Dios recibe su paz de otro conducto de oro, pues un sentido de perdón ha sido derramado en abundancia en su alma. No solamente cree en su perdón por el testimonio de Dios, sino que siente el perdón. ¿Alguien de ustedes sabe lo que es esto? Es algo más que una creencia en Cristo; es la crema de la fe, el fruto maduro en plenitud de la fe, es un privilegio muy encumbrado y especial que Dios otorga después de la fe. Si no poseo ese sentido de perdón, todavía estoy obligado a creer, y luego, al creer, avanzaré muy pronto hasta ver eso en lo que creí y esperé. El Espíritu Santo algunas veces derrama abundantemente en el creyente una certeza de que ha sido perdonado. Mediante una agencia misteriosa, Él llena el alma con la luz de la gloria. Si todos los testigos falsos que hay en la tierra se pusieran de pie y le dijeran a ese hombre, en ese momento, que Dios no está reconciliado con él, y que sus pecados permanecen sin perdón, él se reiría hasta la burla; pues dice: "el Espíritu Santo ha derramado abundantemente en mi corazón el amor de Dios."

Él siente que está reconciliado con Dios. Ha subido desde la fe hasta el gozo, y cada uno de los poderes de su alma siente el rocío divino conforme es destilado desde el cielo. El entendimiento lo siente, ha sido iluminado; la voluntad lo siente, ha sido encendida con santo amor; la esperanza lo siente, pues espera el día cuando el hombre completo será hecho semejante a la Cabeza de su pacto, Jesucristo.

Cada una de las flores en el jardín de la humanidad siente el dulce viento del sur del Espíritu cuando sopla sobre ellas, y hace que las dulces especias lancen su perfume. ¿Cómo puede sorprender, entonces, que el hombre tenga paz con Dios cuando el Espíritu Santo se convierte en un huésped real del corazón, con toda su gloriosa caravana de bendiciones? ¡Ah!, pobre alma atribulada, qué paz y gozo indecible reinarían en tu alma si simplemente creyeras en Cristo. "Sí," dices, "pero yo quiero que Dios me manifieste que soy perdonado." Pobre alma, no hará eso de inmediato; Él te ordena creer en Cristo primero, y después te manifestará el perdón de tu pecado. Somos salvos por fe, no por gozo; pero cuando le creo a Cristo y le tomo Su palabra, aun cuando mis sentimientos parezcan contradecir mi fe, entonces, como una recompensa gratuita, Él honrará mi fe, permitiéndome sentir aquello en lo que creí cuando no lo sentía.

El creyente también goza, en épocas de favor, de tal intimidad con el Señor Jesucristo, que no puede sino estar en paz. ¡Oh!, hay dulces palabras que Cristo susurra al oído de Su pueblo, y hay visitas de amor que Él hace, que un hombre difícilmente creería aunque se le dijera. Ustedes deben saber por ustedes mismos en qué consiste tener comunión con el Padre y con Su Hijo Jesucristo. Ciertamente Cristo se manifiesta a nosotros de una manera que no lo hace con el mundo. Todos los pensamientos sombríos y espantosos son desterrados. "Yo soy de mi amado, y mi amado es mío." Este es el sentimiento del espíritu que lo absorbe todo. Y qué maravilla es que el creyente tenga paz cuando Cristo habita así en su corazón, y reina sin rival allí, así que no conoce a ningún otro hombre sino sólo a Jesucristo. Sería un milagro de milagros si no tuviéramos paz; y la cosa más extraña en la experiencia cristiana es que nuestra paz no continúe más, y la única explicación de nuestra miseria es que nuestra comunión se ha roto, está echada a perder, pues de lo contrario nuestra paz sería como un río, y nuestra justicia como las olas del mar.

Ese venerable hombre de Dios, Joseph Irons, que hace muy poco tiempo ascendió a nuestro Padre en el cielo, dice: "¡Qué nos sorprende que un hombre cristiano tenga paz cuando trae consigo las escrituras del cielo en su pecho!" Este es otro fundamento sólido para la confianza. Nosotros sabemos que el cielo es un lugar preparado para una gente preparada, y a veces el cristiano puede exclamar con los apóstoles: "con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz." Sintiendo que Dios le ha dado la aptitud, él descubre que esta preparación es una garantía para la esperanza de que entrará en el lugar de habitación del glorificado. Puede levantar su mirada, y decir: "aquel mundo brillante es mío, mi herencia asegurada; la vida me impide recibirla, pero la muerte me llevará a ella; mis pecados no pueden destruir el contrato escrito por el cielo; el cielo es mío; el propio Satanás no puede impedirme entrar. Yo debo estar, yo estaré donde está Jesús, pues mi espíritu Lo anhela, y mi alma está enlazada con Él." Oh, hermanos, no es una sorpresa, cuando todo es bendición por dentro y todo es calma arriba, que los hombres justificados posean "la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento."

Tal vez ustedes dirán, bien, ¡pero el cristiano tiene problemas como otros hombres: pérdidas en los negocios, muertes en su familia, y enfermedades en su cuerpo! Sí, pero él tiene otro fundamento para su paz: una seguridad de la fidelidad y de la veracidad del pacto de su Dios y Padre. Él cree que Dios es un Dios fiel; que Dios no echará fuera a quienes ha amado. Para él todas las providencias oscuras no son sino bendiciones encubiertas. Cuando su copa es amarga, él cree que fue preparada por amor, y todo terminará bien, pues Dios garantiza el resultado final. Por tanto, ya sea que haya mal tiempo o buen tiempo, cualesquiera que sean las condiciones, su alma se abriga bajo las alas gemelas de la fidelidad y del poder de su Dios del Pacto.

El espíritu santificado está tan resignado a la voluntad de su Padre, que no rezonga. Para él, como Madame Guyon solía decir: "Es igual si el amor ordena su vida o su muerte, o le señala felicidad o aflicción." Él está contento de tomar precisamente lo que el Padre le envía, sabiendo que su Padre lo entiende mucho mejor de lo que él se entiende a sí mismo. Él cede el timón de su barco a la mano de un Dios lleno de gracia; y él mismo recibe la capacidad de dormir tranquilamente en la cabina; él cree que su capitán tiene poder sobre los vientos y las olas; y cuando a veces siente su barco sacudido por la tormenta, exclama con Herbert:


"Aunque los vientos y las olas asalten mi quilla,
Él la preserva; Él la gobierna;
Aun cuando la barca parece más tambaleante.
Las tormentas son el triunfo de Su arte;
Ciertamente Él puede esconder Su rostro, pero no Su corazón."

Entonces no sorprende que tenga paz, cuando puede sentir esto, sabiendo que Quien ha comenzado la buena obra, tiene tanto la voluntad como el poder de perfeccionarla, hasta el día de Cristo.
DIOS TE BENDIGA.:corazon::baby::corazon:
 
Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

Saludos en Cristo.
POSEER EL GOZO DE DIOS.

Iglesia Evangélica Bautista "La Esperanza" (A Coruña). .




<< ... no os entristezcáis porque el gozo del Señor es vuestra fortaleza >> ( Neh 8:10)

<< Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido >> ( Jn 15:11)



"Gozo", puede ser identificado con felicidad, placer, alegría..

Y entre las señales que caracterizan al cristiano, hay muchas: llevar la Biblia debajo del brazo, venir a la iglesia con cierta regularidad, orar antes de las comidas, y antes del sueño de la noche, aparentar ser un cristiano en todos los sentidos... pero frente a esta realidad el mundo, esto es, el pueblo que no conoce a Cristo percibe claramente señales internas que revelan nuestra naturaleza espiritual más allá de lo que decimos que somos, hablamos o actuamos, y una de ellas es el gozo.

En mi lugar de trabajo, un colegio, a menudo aparecen papeleras quemadas, cristales rotos, pintadas en las paredes, puertas. Hace pocos días un tractor que realizaba unas obras con una grúa estuvo a punto de ser incendiado, pero no se libró de que le rompiesen todos los instrumentos que se antojaban fácil para desarmar. Así cada fin de semana...


¿Por qué? No es porque se busque algún tipo de venganza, o por rabia ante determinada situación, o por enfrentarse a alguien o a la escuela misma; si no porque tales acciones producen gozo a quienes la realizan, es la sensación, sin duda agradable de hacer algo que está prohibido, que exige cierta valentía o coraje, que demuestra cierto dominio y desprecio a lo que es corriente o normal, así mientras acarrean trozos de madera y papeles para poner debajo del tractor y tratan de incendiarlo, disfrutan de nuevas sensaciones, sin duda es una manera de gozo, el riesgo a que los somete la circunstancia.

Todos buscamos el gozo, es un bien deseable. Una canción ya antigua exponía que la salud el dinero y el amor era lo fundamental, con salud dinero y amor, lo tendremos todo: entendemos, trabajo, casa, coche, los bienes de consumo aparentemente necesarios, cierta calidad de vida; sin embargo la realidad nos demuestra que esto no es suficiente, aun falta algo, se puede tener todo esto y más y no ser una persona con gozo.

Y es que el gozo va más allá de lo monótono, es algo que realmente imprime carácter podríamos definirlo tal vez como "ser manifiestamente felices" aun a pesar de las circunstancias,

En el texto de Nehemías nos encontramos en un momento en que el pueblo de Israel experimenta un nuevo encuentro con el Señor; el Libro de la Ley había sido olvidado, pero ahora el sacerdote Esdras lo leía delante de toda la congregación de los hijos e hijas de Israel, ellos escuchaban, y al hacerlo sin duda discernían su condición de pecadores; y dice el texto que todos lloraban oyendo las palabras de la ley.


Posiblemente pudiésemos pensar pues si lloraban, si demostraban de este modo su arrepentimiento no está del todo mal entonces; pero aquel pueblo arrepentido es exhortado a no entristecerse; porque ante ellos se presentaban una nueva vida, un nuevo caminar con Dios, era más día de fiesta que de tristeza, porque el pueblo nuevamente había encontrado a su Dios.


Pero fijémonos en el énfasis de la exhortación. No os entristezcáis porque el gozo de Dios es vuestra fortaleza.


Y la clave es que no es un gozo cualquiera, no es el gozo particular de cada uno, es el gozo de Dios.

Mirémonos por unos momentos a nosotros mismos, tenemos tanto; y sin embargo no tenemos gozo, y si lo tenemos examinémonos qué clase de gozo es el que creemos que estamos teniendo.

A menudo podemos decir, defendiéndonos a nosotros mismos, que tenemos el gozo de la salvación, pero es ya un tópico, ¿porque acaso se hace real este gozo en cada momento de nuestra vida? ¿Cuál es la realidad de la transcendencia que esto produce en nosotros?


Hace tiempo, el sentido de la fragilidad de la vida estaba más presente en la sociedad, cualquier día una enfermedad suponía el fin, o un ataque invasor, o un robo, era tanta la vulnerabilidad que el sentido y la necesidad de la confianza futura, en la vida eterna era en realidad una necesidad que sin duda en un mundo lleno de miedo y desconfianza otorgaba paz, e infundía gozo; pero ahora nosotros, nuestra sociedad nos engaña, nos encubre este sentido de fragilidad nos hace creer que somos prepotentes, poderosos, hacemos planes, y más planes, nos enfrentamos a una cierta comodidad,... , así que el sentido de la eternidad pareciera que quedase un tanto lejano para que nos afecte como debiera; evidentemente esto no debiera ser así, pero no tenemos más que examinarnos a cada uno y verificar en que situación nos encontramos.


¿Qué tenemos que ofrecer al mundo? Que puedan ver a través de nuestra realidad; no como otrora hicieran que tantos, en el transcurso de la historia del cristianismo, predicaban lo que no practicaban, ni vivían, y hasta tal vez ni tan siquiera anhelaban, todo era una farsa...

El gozo del Señor es nuestra fortaleza.

La Palabra de Dios nos exhorta en diferentes ocasiones a estar siempre gozosos, pero debemos de confesar que estar siempre gozosos parece ciertamente algo complicado, ¡qué cosas raras y difíciles nos pide nuestro Dios!

¿Cómo voy a tener gozo si he suspendido los exámenes? Sí he fracasado en el estudio, en una relación, si he estropeado una amistad, si sigo sin trabajo, si no tengo dinero, si me parece que nadie me quiere, si todo me sale mal, si...

Si no disfruto de la oración, si me aburro en la iglesia, si no me gusta leer la Palabra de Dios, si me siento harto, de si...,

¿ Cómo puedo entonces tener gozo?

Pero sin duda la pregunta debiera ser ¿Cuál es el gozo del Señor? ¿Cuál fue el gozo que tuvo Jesús?

Porque todo el mundo tiene su motivo de gozo particular:

Quemar papeleras, hacer gamberradas, disfrutar de una buena comida, tener posesiones y pasearse placenteramente por ellas contemplando su hermosura, los amigos, el dinero, el cine, la televisión, la informática, la los, el , ...

¿Pero qué gozo es el que nuestro Señor nos ofrece?, y que ha de transformar nuestra vida, porque es nuestra fortaleza.

Fíjate puede fortalecernos para orar, evangelizar, estudiar la Palabra de Dios, vivir con una paz maravillosa que sorprenderá a todos, sea la circunstancia que sea, hacer real que podemos tenerlo todo por basura para ganar a Cristo..., qué difícil, pero qué hermoso.

Leíamos en el evangelio de Juan, como oro Jesús, por nosotros:

"Permaneced en Mí, y Yo en vosotros"; "Si permanecéis en Mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis y os será hecho" "Como el Padre me ha amado, así también Yo os he amado; permaneced en Mí amor" "Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en Mí amor..." "Estas cosas os he hablado para que Mí gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido"

En verdad es casi un insulto emplear la palabra felicidad en relación con Jesucristo, en el significado que mencionamos de: calidad de vida, disfrute de la vida tal y como cada uno de nosotros pudiésemos plantearnos.

El gozo de Jesucristo no ha sido el de satisfacción propia de sus necesidades humanas; el pasó hambre, frío, persecuciones, dolor, angustia, martirio...

Por eso nuestros valores del gozo no habrán de ser los mismos que los que el mundo persigue o anhela, Jesús no ha dado su vida para ofrecernos únicamente satisfacción personal, aunque a la postre nos la ofrece, para ofrecernos calidad de vida, aunque también se nos ofrece, para ofrecernos bienes materiales, aunque nos lo da, para ofrecer sanidad a nuestras dolencias aunque nos la da; ..., pero nunca la prioridad está en el trabajo, el coche, los amigos, ni siquiera la familia, la prioridad habrá de estar únicamente en su persona...

El gozo de Dios es el que tenían todos y cada uno de los mártires que ofrecieron su vida, su dolor, sus familias, sus posesiones, sus trabajos, sus anhelos, sus emociones, sus gustos, ..., todo, en sacrificio a Cristo.

El Gozo del señor es la obediencia a Él.

¿¡Qué extraño!?

Pero la plenitud de la vida de los cristianos, de los hijos de Dios no consiste en la salud física, ni en acontecimientos exteriores, ni tan siquiera en ver el buen éxito de la obra de Dios; sino en la perfecta comprensión de Dios y en la comunión con Él, que el mismo Jesucristo tuvo con el Padre...

En una ocasión los discípulos se regocijaban de que los demonios se les sujetasen; ¿quién no lo haría? Qué gozo de ver que los enfermos se sanan fruto de la oración, que se producen milagros, que los dones de poder son ejercidos en la iglesia, que la autoridad del Señor es manifiesta, que la iglesia prospera y crece..., pero aun en todo ello tan bueno no habrá de cimentarse el gozo de Dios. Dijo Jesús ante bien regocijaos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos.

Jesús dijo que aquellas señales seguirían a los que creyesen; nos seguirán, no iremos nosotros detrás de ellas, ellas nos seguirán a nosotros, del mismo modo que nuestras necesidades cubiertas, la calidad de vida, y todas nuestras circunstancias ... nos seguirán, pero nosotros habremos de batallar por el reino de Dios y su Justicia, y todo lo demás nos será añadido.


.- Conclusión.

Frente al supuesto gozo que ofrece la sociedad sin Dios, Jesucristo nos ofrece su gozo.

.- Tener el gozo de Dios es vivir la realidad de la compañía genuina con nuestro Padre. Vivir con él, disfrutando de la realidad de tener un amigo continuo a nuestro lado con el que podemos hablar siempre, no sólo en nuestros momentos más íntimos de oración, sino en cada momento de nuestra vida, onscientes de que nos somos únicamente nosotros solos sino que somos dos. Con Él podemos compartir nuestras emociones más íntimas, nuestros pensamientos, nuestras sensaciones, nuestras ansias y anhelos, ; podemos compartir, y además recibir, su paz, su ternura, su comprensión, su ánimo, allí en lo más recóndito de nuestros corazones aquella palabra de esfuérzate y sé valiente..., la exhortación de que su poder se perfecciona en la debilidad , y entonces resulta que nuestra vida se va transformado y nuestra realidad de gozo y de paz transciende hacia fuera, y sin saberlo impactamos al mundo a nuestro alrededor que se maravilla de que nuestros valores no son los lógicos, sino que son aun más reales, porque son divinos...

Tener gozo es demostrar activamente la seguridad que tenemos en Dios. Y si vivimos en compañía íntima con Cristo, entonces le amaremos cada vez más, y le conoceremos más, y guardaremos su Palabra, y caminaremos en santidad y ... y ya no tendremos miedo a las circunstancias y avatares de la vida, porque podremos ser de verdad conscientes que nuestro Dios está al control de todo, y todo es todo; entonces el sacrificio de Cristo tendrá un sentido más cercano a nosotros y a la postre, esta seguridad real, que nadie posee aunque la finge, transformará igualmente nuestra realidad...


Pero tener gozo es además, vivir en la tierra con la mente puesta en el cielo. Y ¿Cuánto nos esforzamos por vivir en la tierra con la mente de la tierra? Por eso anhelamos tantas veces lo que el mundo anhela, y pedimos lo que el mundo pide; y oramos a Dios por su protección, por nuestra salud, por el logro de nuestros deseos, más o menos materiales, o más o menos egoístas, o ... humanos..., o, pero Jesucristo nos está llamando a metas más altas por eso su obra en nosotros ha transformado nuestra mente; en la mente de Cristo y nos ha capacitado para que podamos llevar todo pensamiento cautivo a la obediencia a Cristo; de modo que nuestros deseos más humanos sean precisamente los deseos del cielo, los deseos de buscar el Reino de Dios, vivir para Él para conocerle, ( no es acaso maravilloso relacionarse con el Creador de los cielos, de las galaxias, de los universos, del infinito, de lo tan insignificante, de lo pequeño de lo ...,)

Todo lo que Dios ha hecho por nosotros es meramente el comienzo. Él quiere hacernos llegar al lugar donde seamos testigos y proclamemos quién es realmente Jesús

Relaciónate bien con Dios, hallemos nuestro gozo allí; en Él, y entonces ríos de agua viva correrán de nosotros. Dejemos de ser unos pedantes santificados y vivamos la vida escondida con Cristo. Porque la vida que está bien relacionada con Dios es tan natural como respirar, dondequiera que vayamos su realidad vienen con nosotros.

Este es el reto que Jesús nos ofrece todo lo demás será una consecuencia lógica, no según la lógica humana pero si según la lógica del cielo, que nos será por añadidura; nuestro testimonio, nuestra santidad, nuestra oración por el prójimo, el evangelismo, la realidad del amor en la iglesia entre nosotros, nuestra felicidad, el gozo del Señor

Por eso Dios nos dice hoy también, pero no os entristezcáis, porque el gozo del Señor es vuestra fortaleza.

Oremos como Jesús nos enseñó a que nuestro deseo primario sea el hacer su voluntad, y hallaremos gozo en ello...

DIOS TE BENDIGA.:baby::corazon::baby:
 
Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

Me gusta este epígrafe.

Yo diría que el primer fruto del Espíritu es el amor (cáritas).

El problema es que la palabra amor está muy prostituida. Los griegos tenían 4-5 palabras para describir cáritas.

El cáritas es eso: Dar a cambio de nada.

Dar qué? Dar todo. Desde una sonrisa... hasta un Hijo para que el mundo se salve.

Un saludo!
 
Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

Dios te bendiga rebonill,gracias por tu aporte.
Como tú bién dices, Dios dio a su Hijo por nosotros,y como dice la Sagrada Escritura NO HAY MAYOR AMOR QUE EL QUE UNO DE SU VIDA "POR SUS AMIGOS"

PAZ CON DIOS.
Por Edward Dennett


Tu lamentas que no tienes “paz permanente”, y así tu estas haciendo un pequeño progreso en la verdad, o en el conocimiento del Señor. El lamento, del cual siento mucho saber, no es en ningún sentido extraño; pero nace de un conocimiento imperfecto del evangelio y de la confusión de dos diferentes cosas. Yo espero por consiguiente, con la bendición del Señor, ser capaz de ayudarte, si tienes el cuidado de considerar lo que yo estoy a punto de escribir.

Tu caso me recuerda exactamente al de otro que recientemente vino a mi. “¿Tienes tu paz con Dios?” Pregunté. La respuesta vino a mi, “No siempre”. En ambos casos la confusión está entre la paz hecha y el gozo de la paz. Es decir, cuando tu estás contento en el Señor tu dices, “Ahora yo tengo paz”; pero cuando en el fracaso o en la desgracia tu estás deprimido y triste, tu piensas que tu paz se ha ido. Para encontrar este estado en la mente, yo quisiera que consideraras atentamente sobre cuales son los fundamentos de la paz con Dios. Esto es una inmensa ganancia para el alma, cuando es percibido claramente que esto no se apoya en lo interior, sino en el exterior; pero entonces también se verá que nuestras experiencias no tienen nada que hacer con la pregunta. Volvamos entonces a Romanos 5:1. Allí nosotros leemos “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”; y si nosotros examinamos la relación de estos versículos, hemos de aprender inmediatamente de la fuente de paz que esto habla. La relación es esta, después de que el apóstol ha explicado la manera en que Abraham fue justificado ante Dios, él procede: “Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación. Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios” (Romanos 4:23-25; 5:1).

Está claro en estos versículos que el fundamento de la paz con Dios se apoya totalmente en la obra de Cristo. De hecho el fundamento así ha sido puesto, Dios declara que cuantos creen lo concerniente a Su testimonio, creen que Él ha venido en gracia, y ha hecho la completa provisión para la salvación del pecador. Él que cree así en Dios, es justificado y siendo justificado tiene – entrada sobre la posesión de – la paz que ha sido hecha por la muerte de Cristo. Pero se observará que se dice que Cristo fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación (Romanos 4:25). Es decir, la resurrección de Cristo es la permanente prueba de la consumación de Su obra, la evidencia de los pecados por los que Él murió y por los que Él descendió a la muerte, se ha ido para siempre – Por consiguiente el testigo de toda la demanda que Dios tenía sobre nosotros ha sido encontrado y satisfecho. Pero sí Él fue entregado por nuestras transgresiones, y Él ha dejado el sepulcro, siendo levantado de la muerte, las “transgresiones” (ofensas) bajo la cual Él descendió a la muerte se han ido ya, de lo contrario Él todavía sería un prisionero en la tumba. La resurrección de Cristo es la expresión distinta y enfática de la satisfacción de Dios con la expiación que fue hecha en la cruz.

Es en este caso es abundante la evidencia, como antes se dijo, en el cual el solo fundamento de paz con Dios se apoya en la muerte de Cristo. Esto se repite una y otra vez en las Escrituras. Así decimos que estamos “justificados en su sangre” (Romanos 5:9); y otra vez; “haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20). Es por consiguiente Cristo quién hace la paz con Dios, y Él ha hecho esto por Su sacrificio de muerte – aquella muerte que vindicó cada demanda que Dios tenía sobre el pecador, encontró cada una de Sus justas demandas del hombre, glorificado Él en cada atributo de Su carácter; así es que Dios ahora puede pedir al pecador que se reconcilie con Él (2Cor. 5:20).

Habiendo explicado bastante esto, sigue una pregunta importante para el alma, ¿Creo yo en el testimonio de Dios concerniente a su Hijo y concerniente a la obra que Él ha realizado? Sí hay alguna dificultad al contestar esta pregunta, entonces ningún progreso mayor puede en el presente ser hecho. Es esta una prueba muy simple, sin embargo, ayudará a sacar la verdad. ¿En que descansas para que seas acepto ante Dios?, ¿Es en ti mismo, en tus propias obras, o en tus propios méritos, o merecimientos? Si es así, entonces no estás descansando en la obra de Cristo. Pero sí en tu propia naturaleza. Es por eso que lamentablemente tu estás abatido y perdido. Más sí confiesas que no tienes esperanza aparte de Cristo y en lo que Él realizó, entonces tú puedes humildemente decir “Por gracia de Dios yo creo en el Señor Jesucristo”.

Suponiendo ahora que tu puedes adoptar este lenguaje, entonces yo puedo decirte que tu tienes “establecida” la paz con Dios, nada podrá jamás privarte de esto – ni cambiarlo, ni las muchas experiencias; porque es tu inmutable e inalienable posesión. Las Escrituras dicen “Justificados, pues, por la fe” (y tú dices que tú crees), “tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Cada creyente – y al momento el creyente – es justificado, él tiene paz – no-paz en el mismo, como ha sido visto, pero sí paz por medio de nuestro Señor Jesucristo; es decir, la paz que ahora le pertenece a él es la paz con Dios que Cristo ha hecho por su sacrificio expiatorio. Desde esa paz que Él ha hecho, estando así afuera de nosotros mismos, jamás puede ser alterada y jamás puede fluctuar; es estable y durable como el Trono de Dios; pero, como nosotros hemos visto, es una paz que Cristo ha hecho a través de la cruz; y lo que así Él ha hecho nunca puede ser deshecho y por consiguiente es una paz eterna. Más aquella estable, fundamentada y eterna paz es la porción de cada creyente.

Lo que quieres decir, entonces, cuando te quejas es que no has establecido la paz, simplemente no gozas de la paz establecida, es que tu experiencia es fluctuante. Por consiguiente podría ser bueno examinar el cómo un creyente esta en constante gozo de paz en su alma. La respuesta es muy simple. Es por fe. Sí yo creo en el testimonio de Dios, esa paz es mía en la fe en el Señor Jesús, por lo tanto yo debiera entrar inmediatamente en su gozo. Esto podría ser simplificado por una ilustración. Supóngase que le traen noticias respecto a un testamento de un pariente fallecido, a través de este se ha vuelto el dueño de una propiedad muy grande. El efecto sobre tu mente dependerá completamente del hecho si crees o no sobre lo que has oído. Si dudas de la veracidad de las noticias, allí no habrá respuesta en contestación a ello; Pero sí, por otro lado, esto es debidamente atestiguado y aceptas definitivamente esto, tú dirás enseguida “La propiedad es mía”. Así es también esto en consideración a la paz con Dios. Si crees en el testimonio de Dios que la paz ha sido hecha por la sangre de Cristo, no habrá ningún sentimiento de depresión, ni convicción de indignidad, ni circunstancia cualquiera, podrá perturbar tu seguridad en este punto, porque verás que esto depende enteramente sobre lo que otro ha hecho. Es esto necesario para el gozo de la paz establecida en un firme reposo sobre la obra de Dios.

La causa de tanta incertidumbre en este asunto surge principalmente de un aspecto interior al contemplar un estado sin Cristo, en vez de descubrir interiormente aquello que dará confianza en esa obra de verdadera de gracia que comenzó en el alma, mas por el contrario se mira sin percibir que el único fundamento en que un alma puede descansar delante de Dios es la preciosa sangre de Cristo. La consecuencia es que percibiendo la corrupción, el mal de la carne, el alma comienza a dudar a pesar de no haber sido engañada. Satanás de este modo enreda el alma, la ataca con dudas y temores, en la esperanza de producir desconfianza de Dios y hasta desesperación total. Los medios efectivos de contrarrestar su ataque en esta dirección es recurrir a la palabra escrita. En respuesta a todas sus sugerencias malas, nosotros debemos responder, como nuestro bendito Señor cuando Él fue tentado, “Escrito está”, entonces nosotros pronto encontraremos que nada podría perturbar nuestro gozo de esa paz con Dios que ha sido hecha por la preciosa sangre de Cristo y que vino a nosotros en cuanto creímos.

Esta pregunta ha establecido el fundamento, librándonos ahora de la preocupación, otorgando la calma en la mente y alma para la meditación de las verdades reveladas en las Escrituras. “Desead como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis...” (1Pedro 2:2); y es mas, si estudias la palabra en la presencia del Señor, serás guiado por Él en la intimidad en comunión con Él y así tu trazarás sus infinitas perfecciones, y glorias, que están desplegadas ante nosotros y aprendidas a través del Espíritu de Dios, haciendo que tus afectos vayan creciendo fuertes en todo fervor de admiración. Más tu corazón, ahora satisfecho, se inundará en adoración a sus pies y así tu queja se transformará en una canción de alabanza.

DIOS TE BENDIGA.:corazon::baby::corazon:

 
Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)







Saludos en Cristo Jesús.

EN EL CENTRO DEL AMOR.

Un día un padre y su pequeña hija treparon
a la cima de una superficie elevada de tierra
donde podían divisar el océano a un lado
y un valle pintoresco al otro.

El padre dijo: "Mira arriba",
y la niña miró con curiosidad el espacio extenso del cielo.

"Mira abajo", el padre instó,
y la niña vio el reflejo de las nubes blancas
y el cielo azul en el mar.

"Mira hacia adelante", dijo el padre,
y su hija miró las olas del mar
levantándose sobre el horizonte infinito.

"Ahora voltea y mira el valle verde."

A medida que ella contemplaba el paisaje amplio y hermoso,
su padre continuó:
"Hija mía, tan alto, tan ancho y tan profundo
es el amor de Dios por toda la creación."

Con un corazón inocente, la niña dijo:
"¡Papi, si el amor de Dios es tan alto, tan ancho y tan profundo,
eso quiere decir que nosotros vivimos en medio Su amor!"
Pablo tuvo una comprensión similar a ésta
la cual lo impulsó a escribir lo siguiente
a los cristianos en Éfeso:

"Por esta causa doblo mis rodillas
ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo
(de quien toma nombre toda familia
en los cielos y en la tierra),
para que os dé,
conforme a las riquezas de su gloria,
el ser fortalecidos con poder
en el hombre interior por su Espíritu;
que habite Cristo por la fe en vuestros corazones,
a fin de que, arraigados y cimentados en amor,
seáis plenamente capaces de comprender
con todos los santos cuál sea la anchura,
la longitud, la profundidad y la altura"
(Ef. 3:14-18)

La verdadera búsqueda de toda alma
es sentir la plenitud del amor y el cuidado de Dios.
La oración es para que vivas siempre consciente
del amor y el gozo de Dios como bendiciones
de paz, sabiduría, salud y abundancia.

Algunas personas parecen buscar la felicidad
por medio de experiencias agradables.
Otros parecen pensar que el tener poder los haría felices.
Sin embargo, otros parecen creer
que el tener buena salud o inteligencia es lo más deseable.
Todas estas aspiraciones pueden ser objetivos valiosos,
pero sin amor todo en la vida pierde su encanto.

En el capítulo trece de 1 Corintios, Pablo nos recuerda
que, mientras que tengamos numerosas cualidades meritorias
y podamos lograr fama y éxito, si nuestras habilidades,
acciones y éxitos no son acompañados de amor,
no ganamos nada. Por otra parte,
el amor siempre produce resultados buenos.

"Algunos desean amar pero no saben cómo",
escribió James Dillet Freeman.
"Son como niños que desean crear música
pero no saben tocar ningún instrumento. No han aprendido;
pero uno puede aprender a amar. El comienzo del amor es dar."

"Para aquel que nunca ha dado no es fácil dar.
Se tiene que empezar dando un poquito.
Dar una sonrisa. Decir una palabra amable."

"Si das un paso vacilante, el amor se apresurará
para ir a tu encuentro y acompañarte.
Pues el amor es un gran dador.
Cuando oras y meditas, ten presente
que vives en el mismo centro del amor de Dios.
Aviva tu alma con el calor del amor y exprésalo
en cada pensamiento, palabra y acción en tu vida."

Cada persona que busca dar o recibir amor
comienza un experimento que termina
como una experiencia trascendente.
Cuando expresamos amor, éste transforma
cada aspecto de nuestra vida y atrae a nosotros
personas y circunstancias que llegan a ser
significativas y perdurables para nosotros.
A menudo nuestro cariño cambia la vida de otra persona,
y nunca deja de cambiar nuestros corazones y vidas.

"Todo aquel que ama
es nacido de Dios y conoce a Dios"
(1 Jn. 4:7)


El libro del Antiguo Testamento de Oseas es una parábola
en la cual se muestra la profundidad y la amplitud
del amor de Dios por los israelitas.
Oseas habla por Dios cuando declara:

"Yo los sanaré de su rebelión,
los amaré de pura gracia...
volverán a sentarse a su sombra;
serán vivificados como el trigo
y florecerán como la vid"
(Oseas 14:4,7)

Tu vida será vivificada como un jardín
y florecerá como la vid
cuando "comprendas...
cuán ancho, extenso, alto y profundo"
es el amor de Dios
y descanses continuamente
en el centro de ese amor.

DIOS ES AMOR.:baby::corazon::baby:
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Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

los frutos del espiritud santo es algo ke aki en este foro muchos sabiando parecen tener ke lo tiene pero en cambio su manera de de escribir los delata como ke le faltan algunos frutos
 
Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

SALUDOS EN CRISTO.

ACERCA DE LA HUMILDAD.
La Palabra de Dios nos enseña a obedecer, a escuchar sabios consejos, y a ser mansos y humildes. Si deseamos ver la mano de Dios obrando en nuestras vidas, tenemos que ver su rostro; pero para poder ver su rostro, primero tenemos que postrarnos a sus pies. El profeta Miqueas __ considerado como uno de los hombres más humildes de las Sagradas Escrituras __ refiriéndose al Señor, nos da esta tremenda enseñanza: “Oh, hombre, El te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”. (Mi. 6:8)

por Charles Haddon Spurgeon
"Y andar humildemente con tu Dios." Miqueas 6: 8.
(La Biblia de las Américas)

Sermones
Esta es la esencia de la ley, es su lado espiritual; los diez mandamientos son una ampliación de este versículo. La ley es espiritual, y toca los pensamientos, los propósitos, las emociones, las palabras, las acciones; pero Dios exige especialmente al corazón. Ahora, nuestro grande gozo es saber que lo que es exigido por la ley es proporcionado por el Evangelio. "Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree." En Él cumplimos los requerimientos de la ley, primero, por lo que hizo por nosotros; y luego, por lo que obra en nosotros. Él nos conforma a la ley de Dios. Nos hace prestar a la ley, por Su Espíritu, la obediencia que no podríamos cumplir por nosotros mismos; no para justicia nuestra, sino para Su gloria. Nosotros somos débiles por la carne, pero cuando Cristo nos fortalece, la justicia de la ley es cumplida en nosotros, ya que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

Sólo por medio de la fe en Cristo un hombre aprende a actuar correctamente y a amar la misericordia, y a caminar humildemente con Dios; y únicamente por el poder del Espíritu Santo que nos santifica con ese fin, podemos cumplir con estos tres requerimientos divinos. Nosotros cumplimos perfectamente con esos requerimientos en nuestro deseo: querríamos ser santos como Dios es santo, si pudiésemos vivir como nuestro corazón aspira a vivir; quisiéramos siempre actuar correctamente, quisiéramos siempre amar a la misericordia, y quisiéramos siempre caminar humildemente con Dios.

El Espíritu Santo nos ayuda a hacer esto diariamente produciendo en nosotros así el querer como el hacer, por Su buena voluntad; y el día vendrá, y lo anhelamos vehementemente, cuando, estando enteramente libres de este cuerpo estorboso, le serviremos día y noche en Su templo, y le rendiremos una obediencia perfecta y absoluta, pues "son sin mancha delante del trono de Dios."

Esta noche habré cumplido con mi tarea si únicamente reflexiono sobre el tercer requerimiento, "andar humildemente con tu Dios," preguntando, primero, ¿cuál es la naturaleza de esta humildad?, y luego, ¿cómo se revela esta humildad?

I. Primero, ¿CUÁL ES LA NATURALEZA DE ESTA HUMILDAD? El texto está muy lleno de enseñanza al respecto.

Y, primero, esta humildad pertenece a la forma más elevada del carácter. Observen lo que precede a nuestro texto, "solamente hacer justicia, y amar misericordia." Supongan que un hombre hubiera hecho eso; supongan que en ambas cosas hubiera alcanzado la norma divina, ¿qué pasaría entonces? Bien, entonces debería humillarse ante su Dios. Si camináramos a la luz, como Dios es luz y tendríamos comunión con Él, tendríamos necesidad de caminar delante de Dios muy humildemente, mirando siempre a la sangre, pues incluso entonces, la sangre de Jesucristo nos limpia y continúa limpiándonos de todo pecado. Si hemos realizado ambas cosas, todavía tendríamos que decir que somos siervos inútiles, y que debemos humillarnos ante nuestro Dios.

No habríamos alcanzado todavía esa consumación, si hiciéramos solamente justicia y amáramos misericordia, aunque nos estaríamos aproximando a ella por la graciosa ayuda de Cristo; pero si efectivamente alcanzáramos el ideal puesto ante nosotros, y cada acto nuestro hacia el hombre fuera bueno, y aún más, cada acto estuviera deliciosamente saturado de amor a nuestro vecino tan vigorosamente como nuestro amor a nosotros mismos, aun así, sería pertinente este precepto, "andar humildemente con tu Dios".

Queridos amigos, si alguna vez pensaran que han alcanzado el punto más alto de la gracia cristiana, -casi desearía que jamás pensaran eso- pero supongamos que lo pensaran alguna vez, les suplico que no digan nada que se aproxime a la jactancia, ni exhiban ningún tipo de espíritu que semeje a que se están gloriando en sus propios logros, sino que deben humillarse ante su Dios.

Yo creo sinceramente que entre más gracia tenga un hombre, más sentirá su deficiencia de gracia. Toda la gente de la que he pensado alguna vez que pudiera llamarse perfecta delante de Dios, ha sido notable por su rechazo de cualquier cosa de ese tipo; siempre han repudiado algo como la perfección, y siempre se han humillado delante de Dios, y si uno ha sido constreñido a admirarlos, se han ruborizado ante esa admiración. Si han creído ser de alguna manera los objetos de la reverencia por parte de sus semejantes cristianos, he notado cuán celosamente lo han desechado con comentarios autodespectivos, diciéndonos que no conocíamos todo, pues de otra manera no pensaríamos así de ellos; y por eso mismo los admiro más.

El elogio que desechan regresa a ellos con intereses. ¡Oh, seamos de esa mente! Los mejores hombres no dejan de ser hombres, y los santos más destacados son todavía pecadores, para quienes hay todavía una fuente abierta, pero no abierta, observen, en Sodoma y Gomorra, sino que la fuente está abierta para la casa de David, y para los habitantes de Jerusalén, para que puedan continuar lavándose en ella, con todos sus excelsos privilegios, para ser limpiados.

Esta es la clase de humildad, entonces, que es consistente con el más elevado carácter moral y espiritual; es más, es la propia vestidura de un carácter así, como lo expresó Pedro: "Revestíos de humildad," como si, después de habernos puesto toda la armadura de Dios, nos pusiéramos esto encima de todo para cubrirlo por completo.

No queremos que el yelmo resplandezca delante de los hombres; pero cuando nos vestimos como oficiales en traje de civil, ocultamos las bellezas que eventualmente se destacarán más por sí solas.

La segunda observación es esta, la humildad prescrita aquí implica una constante comunión con Dios. Observen que se nos dice que debemos andar humildemente con nuestro Dios. No sirve de nada que nos humillemos lejos de Dios. He visto a algunas personas muy orgullosamente humildes, muy jactanciosas de su humildad. Eran tan humildes que eran lo suficientemente orgullosas para dudar de Dios. No podían aceptar la misericordia de Cristo, según decían; eran muy humildes. En realidad, la suya era una humildad diabólica, no la humildad que proviene del Espíritu de Dios.

Esta humildad nos lleva a humillarnos ante nuestro Dios; y, amados, ¿pueden concebir una humildad más elevada y más verdadera que la humildad que debe provenir de humillarnos ante Dios? Recuerden lo que dijo Job: "De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza."

Recuerden cómo Abraham, cuando comulgaba con Dios, y le suplicaba por Sodoma, dijo: "He aquí ahora que he comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza"; "polvo": eso expresaba la fragilidad de su naturaleza, "cenizas": como si fuese el residuo del altar, lo que no pudo ser quemado, lo que Dios no aceptaría. Abraham se sentía, por el pecado, como los desechos de un horno, las cenizas, como sobras sin ningún valor; y eso no era debido a que estaba alejado de Dios, sino debido a que estaba cercano a Dios. Tú puedes volverte tan grande como quieras cuando te alejas de Dios; pero cuando te acercas al Señor, puedes cantar correctamente:


"Entre más tus glorias deslumbren mis ojos,
En un lugar más humilde me tenderé."

Pueden estar seguros que esto es así. La condición suya de humildad o de orgullo puede ser un tipo de termómetro para medir su nivel de comunión. Si ustedes van subiendo, Dios va bajando en la estima de ustedes. "Es necesario que él crezca", dijo Juan el Bautista acerca del Señor Jesús, "pero que yo mengüe." Las dos cosas van juntas; si este platillo de la balanza sube, aquel platillo debe bajar. Debes "andar humildemente con tu Dios." Atrévete a cumplirle a tu Dios, tenlo como tu Amigo diario, sé lo suficientemente intrépido para ir a Aquel que está detrás del velo, habla con Él, camina con Él como un hombre camina con su amigo íntimo; pero humíllate ante tu Dios.

Harías eso si caminaras en verdad; no puedo concebir tal cosa, -eso sería imposible- como un hombre que camina orgullosamente delante de Dios. Toma a su compañero del brazo, y siente que es tan bueno como su compañero, o tal vez incluso superior a él; pero no puede andar humildemente con su Dios en un marco mental como ese. ¡El hombre finito con el Infinito! Esa expresión basta para sugerir humildad; pero ¡el pecador con el tres veces Santo!, es una consideración que nos derriba hasta el polvo.

Además, esta humildad implica constante actividad. "Andar humildemente con tu Dios." Caminar es un ejercicio intenso. Estas personas se habían propuesto postrarse delante de Dios, como pueden ver en el versículo sexto, "¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo?" Pero la respuesta no es, "inclínate humildemente delante de Dios," sino debes "andar humildemente con tu Dios."

Ahora, amados, cuando estemos activamente ocupados, abrumados por las actividades, y una cosa se siga a la otra, si el grandioso Señor nos emplea en algún asunto grande, -grande por supuesto sólo para nosotros- si tenemos una actividad tras otra, somos demasiado propensos a olvidar que sólo somos siervos, que estamos haciendo todo para nuestro Señor, que sólo somos agentes comisionados que trabajamos para Él. Somos propensos a pensar que somos la cabeza de la firma; no pensaríamos eso si reflexionáramos detenidamente por un momento, pues deberíamos conocer nuestra posición correcta; pero en medio de la actividad nos embrollamos con mucho servicio, y somos propensos a salirnos de nuestro nivel correspondiente.

Tal vez tengamos que mandar a otros, y nos olvidemos que somos también hombres bajo autoridad. Es fácil jugar al reyezuelo sobre pequeñas naciones; pero no debe ser así. Debemos aprender, no únicamente a ser humildes en el aposento de la comunión, y a ser humildes con nuestras Biblias delante de nosotros, sino también a ser humildes en la predicación, a ser humildes en la enseñanza, a ser humildes cuando mandamos, a ser humildes en cualquier cosa que hagamos, cuando estemos abrumados de trabajo. Cuando de la mañana a la noche estén presionados por este servicio y por aquel otro, a pesar de ello, mantengan el lugar que les corresponde.

En eso es en lo que se equivocó Marta, ustedes lo saben; no en tener mucho servicio, sino en convertirse en señora de la casa. Ella era la señora Marta, y el ama de una casa es una reina; pero María se sentó en el lugar de una sierva a los pies de Jesús. Si el corazón de Marta hubiese estado donde estaba el cuerpo de María, entonces habría servido correctamente. ¡Que el Señor nos vuelva Marta-Marías, or María-Martas, siempre que estemos ocupados, para que podamos humillarnos ante nuestro Dios!

Además, creo que no estaría fuera de lugar que yo dijera que esta humildad denota progreso. El hombre ha de caminar y eso es progreso, avance. "Andar humildemente": no se supone que deba ser tan humilde como para que sienta que no puedo hacer nada más, o gozar más, o ser mejor; la gente llama a eso humildad. Comienza con una P en español, y la palabra completa es Pereza. "yo no puedo ser tan creyente, tan valeroso, tan útil como aquel hombre." No se te dice que seas humilde y te quedes quieto, sino que seas humilde y camines con Dios. Adelanta, avanza, no con un orgulloso deseo de aventajar a tus compañeros cristianos, ni siquiera con la expectativa latente de ser más respetado debido a que tienes más gracia; sino que debes caminar, proseguir, avanzar, crecer.

Sé enriquecido con todas las cosas preciosas de Dios; sé lleno con toda la plenitud de Dios; prosigue, camina siempre. No te detengas en la desesperación; no te arrastres en el polvo sin esperanzas porque creas que las cosas elevadas son imposibles para ti; camina, pero camina humildemente. Si logras algún progreso, pronto descubrirás que tienes la necesidad de ser humilde.

Yo pienso que cuando un hombre retrocede se vuelve orgulloso, y estoy persuadido de que cuando un hombre avanza se vuelve más humilde, y que parte del avance es caminar más y más y más humildemente. Por esta razón el Señor nos prueba a muchos de nosotros, por esta razón nos visita en la noche, y nos disciplina, para que estemos calificados para tener mayor gracia, y alcanzar metas más elevadas, siendo más humildes, pues "Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes."

Si quieres escalar la ladera de la montaña, te vendrá la sed en medio de los riscos desolados; pero si quieres descender a los valles, donde corretean los venados alazanes, y los arroyos discurren por las praderas, beberás hasta la saciedad. ¿Acaso no brama el ciervo por las corrientes de las aguas? Tú debes desearlas con ansia; fluyen en el valle de la humillación. ¡Que el Señor nos lleve a todos allí!

Además, la humildad prescrita aquí implica constancia: "Andar humildemente con tu Dios." No ser humilde algunas veces; sino andar siempre humildemente con tu Dios. Si fuésemos siempre lo que somos algunas veces, ¡qué cristianos seríamos! He escuchado que ustedes dicen, creo, y yo mismo he dicho algo parecido: "me sentí muy quebrantado, y yací abatido a los pies de mi Señor." ¿Te sentías igual al día siguiente? ¿Y al otro día continuaste en la misma condición? ¿No es muy posible que estemos suplicando un día, por causa de nuestra gran deuda con nuestro Señor, que no sea duro con nosotros, y no es posible que al siguiente día estemos asiendo del cuello a nuestro hermano?

Yo no digo que el pueblo de Dios haría eso; pero sí siento que el espíritu que está en ellos podría conducirlos a pensar en hacerlo, reconociendo un día la autoridad de su Padre y haciendo Su voluntad, y otro día quedándose fuera de la puerta y rehusando entrar por causa del hijo pródigo que ha regresado a casa. "Nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mi amigos. Yo he sido un creyente consistente, sin embargo, nunca he gozado de especiales disfrutes; pero tan pronto regresó este tu hijo, que ha devorado tu hacienda con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. Aquí tienes un pecador despreciable sólo recién convertido, y es motivo de un éxtasis de deleite. ¿Cómo puede ser esto correcto?" ¡Oh, hijo mayor, oh, hermano mayor, humíllate ante tu Dios!

Hazlo siempre bajo cualesquiera circunstancias. Es muy bueno tener mucha humildad embotellada en un frasco con el que perfumas tus oraciones, y luego sales, y te conviertes en "mi señor", y en alguien grande en medio de la iglesia y del mundo. Esto no te servirá. No se dice "inclínate humildemente delante de Dios de vez en cuando"; sino más bien, como una cosa constante y regular, debes "andar humildemente con tu Dios." No dice, "inclina tu cabeza como el junco bajo alguna falta consciente que no puedas negar," sino, en el esplendor de tu pureza, y en la claridad de tu santidad, guarda tu corazón en humilde reverencia postrándote delante del trono.

Solamente una consideración más, y luego abandonaremos esta parte del tema, la humildad que está prescrita aquí incluye una deliciosa confianza. Permítanme leerles el texto, "Andar humildemente con tu Dios." No, no, no debemos aporrear al texto de esa manera, "Andar humildemente con tu Dios." No pienses que es humildad que dudes de tu interés en Cristo; eso es incredulidad. No creas que sea humildad pensar que Él es el Dios de alguien más y no el tuyo; "Andar humildemente con tu Dios." Debes saber que Él es tu Dios, debes estar seguro de ello, debes salir del desierto apoyándote en tu Amado. No debes dudar, no debes tener la menor sombra de duda de que tu Amado es tuyo, y tú eres Suyo. No descanses ni un momento si hay alguna duda sobre este bendito tema.

Él se entrega a ti; tómalo para que sea tuyo por un pacto de sal que nunca será invalidado; y entrégate a Él, diciendo: "Mi amado es mío, y yo soy suyo." "Andar humildemente con tu Dios." No permitas que nada te aparte de esa confianza; porque luego interviene la humildad. Todo esto es por gracia; todo esto es el resultado de la elección divina; por tanto, sé humilde. Tú no has elegido a Cristo, sino que Él te ha elegido a ti. Todo esto es el efecto del amor redentor; por tanto, sé humilde. Tú no te perteneces, tú has sido comprado por precio, así que no tienes espacio para gloriarte. Todo esto es la obra del Espíritu.


"Entonces da toda la gloria a Su santo nombre,
Toda la gloria le pertenece a Él."

"Andar humildemente con tu Dios." Estoy a Sus pies como alguien indigno, y clamo, "¿Por qué se me concede esto a mí? Menor soy que todas las misericordias que has hecho pasar delante de mí." Creo que esta es la humildad prescrita en el texto. ¡Que el Espíritu de Dios la obre en nosotros!

II. Y ahora, en segundo lugar, tratando brevemente muchos puntos, tengo que responder a la pregunta: ¿CÓMO HA DE MOSTRARSE ESTA HUMILDAD?

Tengo ante mí lo que podría ser una prolongada tarea; un puritano necesitaría de una hora y media para la segunda parte del tema. Nuestros ancestros puritanos predicaban utilizando un reloj de arena, y cuando el recipiente se vaciaba en su parte superior al final de una hora, solían decirle a la gente: "vamos a voltear el reloj," y volvían a invertirlo otra vez, y proseguían durante otra hora. Pero yo no voy a hacer eso, pues no quiero cansarlos, y preferiría enviarlos a casa anhelando más en vez de que sientan fastidio.

¿Cómo, entonces, ha de mostrarse esta humildad? Debe mostrarse en cada acto de la vida. Yo no le aconsejaría a nadie que procure ser humilde, sino que sea humilde. En cuanto a actuar humildemente, cuando un hombre se fuerza a hacerlo, eso es algo muy pobre. Cuando un hombre habla mucho acerca de su humildad, cuando es muy humilde frente a todo el mundo, es generalmente un hipócrita redomado. La humildad debe estar en el corazón, y luego saldrá espontáneamente como un rebalse de vida en cada acto que el hombre ejecute.

Pero ahora, especialmente, debes andar humildemente con tu Dios cuando tus gracias sean potentes y vigorosas, cuando haya habido un claro despliegue de ellas, cuando hayas sido muy paciente, cuando hayas sido muy valeroso, cuando hayas estado lleno de oración, cuando las Escrituras se hayan abierto ante ti, cuando hubieres gozado de un gran tiempo al escudriñar la Palabra, y especialmente cuando el Señor te dé éxito en Su servicio, cuando haya un número de almas mayor del usual que sea llevado a Cristo, cuando Dios te hubiere constituido en líder entre Su pueblo, y hubiere puesto Su mano sobre ti y te dijera: "Vé con esta tu fuerza." Entonces, debes "Andar humildemente con tu Dios."

El diablo te hará saber cuando hayas predicado un buen sermón; tal vez no predicaste bien pero él te dirá que lo has hecho, pues es un gran mentiroso; pero podrías regresar a casa maravillosamente feliz por un sermón con el que Dios no se ha agradado, y podrías regresar asombrosamente humillado por un sermón que Dios tiene la intención de bendecir. Pero cuando realmente parezca que hubiere algo de lo que el maligno te tienta a gloriarte, entonces oye esta palabra, "Andar humildemente con tu Dios."

Además, cuando tengas mucho trabajo por realizar, y el Señor te esté llamando para hacerlo, antes de entregarte a él, debes andar humildemente con tu Dios. ¿Me preguntas cómo? Sintiendo que eres incapaz de hacerlo, pues no eres idóneo en ti mismo; y sintiendo que no tienes fuerza, pues no tienes nada de fuerzas. Cuando eres débil, si reconoces tu debilidad, te volverás fuerte. Apóyate completamente sobre tu Dios, y clama a Él en oración.

No abras tu boca, sino que desde tu corazón ora: "Abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza." Debes estar intensamente subordinado al Espíritu de Dios, entrégate a Él para que obre en ti, para que tú puedas obrar en otros. ¡Oh, hay tal diferencia entre un sermón predicado con tu propio poder y un sermón predicado en el poder del Espíritu Santo! Si no sientes la diferencia, hermano mío, tu gente lo descubrirá muy pronto.


"¡Oh, no ser nada, nada!
¡Únicamente yacer a Sus pies!"

Entonces, cuando andemos humildemente con Dios en servicio, es cuando Él nos llenará, y nos fortalecerá.

Además, anden humildemente con Dios en todos sus propósitos. Cuando anden buscando algo, tengan cuidado de cuál es su motivo. Aunque sea lo mejor, búsquenlo sólo por Dios. Si algún hombre, o alguna mujer, procuran trabajar en la escuela dominical, o si alguien predica al aire libre, o en la casa de Dios, con miras a volverse alguien, con la idea de ser considerados un hermano o una hermana muy admirables y celosos, entonces que esta idea penetre en sus oídos, "andar humildemente con su Dios."

Hay una palabra que Jeremías habló a Baruc que nos necesitamos repetir algunas veces: "¿Y tú buscas para ti grandezas? No las busques." Ustedes jóvenes del Colegio del Pastor, no anden siempre a la caza de grandes lugares; estén dispuestos a ir a predicar el Evangelio a lugares pequeños, a la gente pobre. No se preocupen si el Señor los envía directamente al peor barrio bajo; vayan gustosos, y que su propósito sea este, "yo no deseo para mí nada grandioso excepto lo más grandioso de todo, que pueda glorificar a Dios." "Andar humildemente con tu Dios."

Tú eres el tipo de persona que será promovida a su debido tiempo si estás dispuesto a descender. En la verdadera iglesia de Cristo, el camino hacia la cumbre es escaleras abajo; húndete al lugar más elevado. No digo esto para que aun hundiéndote pienses en la elevación; sólo piensa en la gloria de tu Señor. "Andar humildemente con tu Dios."

Anden humildemente con su Dios, también, estudiando Su Palabra, y creyendo Su verdad. Contamos con un número de hombres en nuestros días, que son críticos de la Biblia; la Biblia está maniatada ante su tribunal, es más, peor que eso, está sobre la mesa lista para su disección, y no tienen ningún sentimiento de decencia hacia ella; quieren extraerle su corazón, quieren destrozar sus partes más tiernas, e incluso el precioso Cantar de Salomón, or el Evangelio del discípulo amado, o el Libro de Apocalipsis, no son sagrados a sus ojos. No se detienen ante nada, su escalpelo, su bisturí, corta cualquier cosa. Son los jueces que juzgan lo que Biblia debería ser, y la deponen de su trono. ¡Dios nos libre de ese espíritu perverso!

Yo deseo sentarme siempre a los pies de Dios en las Escrituras. Yo no creo que haya, de tapa a tapa, algún error en ella de ningún tipo, en lo tocante a la ciencia natural o física, o en lo tocante a la historia o a cualquier otra cosa. Estoy preparado a creer todo lo que me diga, y recibirla creyendo que es la Palabra de Dios; pues si no fuera todo la verdad, entonces no valdría un solo centavo para mí. Tal vez el hombre que sea muy sabio pueda discernir lo verdadero de lo falso; pero yo soy tan insensato que no podría hacer eso. Si yo no tuviera aquí una guía que fuera infalible, preferiría guiarme a mí mismo, pues tendría que hacerlo de todos modos, y tendría que estar corrigiendo los desatinos de mi guía perpetuamente, pero yo no estoy calificado para hacerlo, y estaría peor que si no tuviese ninguna guía del todo.

Siéntate, Razón, y que se levante la Fe. Si el Señor lo ha dicho, sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso. Si la ciencia contradice a la Escritura, tanto peor para la ciencia; la Escritura es verdadera independientemente de lo que pudieran ser las teorías de los hombres. "¡Ah!", -dirás- "tú eres un vejestorio anticuado." Sí, lo soy; no voy a rechazar ningún cumplido que quieras endilgarme; y voy a permanecer firme o caer por este bendito Libro. Esta fue la poderosa arma de la Reforma; hirió al papado, y yo no voy a echar por tierra a este Libro, independientemente de quién quiera hacerlo. Quédate quieto, hermano mío, y escucha la voz del Señor, y "anda humildemente con tu Dios", en lo relativo a Su verdad.

Anda humildemente con Dios, además, en cuanto a las misericordias recibidas. Estabas enfermo hace muy poco tiempo; y ahora te estás recuperando. No dejes que se entrometa el orgullo debido a que puedes levantar ahora muchos kilos. Estás progresando en el negocio; usas un mejor traje que el que solías usar para venir aquí; pero no debes comenzar a considerarte un caballero muy fino y poderoso. Ahora compartes con una excelente sociedad, afirmas; pero no te avergüences de venir a la reunión de oración y mezclarte con los pobres del Señor, y sentarte junto a uno que no haya podido comprar un nuevo traje en muchos días. "Anda humildemente con tu Dios", pues de lo contrario podría suceder que Él te bajara un peldaño o dos, y te condujera de regreso a tu antigua pobreza; y entonces, ¿qué te dirías por tu insensatez?

Además, anda humildemente con Dios en las grandes pruebas. Cuando seas abatido, no des coces contra el aguijón. Cuando te circunde una ola tras otra, no comiences a quejarte. Eso es orgullo; no murmures, sino póstrate. Di: "Señor, si Tú me hieres, yo merezco más de lo que lo haces. Tú no has tratado conmigo de conformidad a mi pecado. Yo acepto Tu disciplina."

Que no se levante el espíritu rebelde cuando un niño les sea quitado, o cuando tu esposa te sea arrebatada de tu seno, o el esposo le sea quitado al ama de casa. Oh, no; di: "Jehová es; haga lo que bien le pareciere."

Y, a continuación, camina con Dios en tus devociones, como entre tú y Dios en el aposento. ¿Vas a leer? Lee humildemente. ¿Vas a orar? Ora humildemente. ¿Vas a cantar? Canta alegremente, pero canta humildemente. Cuídate mucho cuando tu Dios y tú estén juntos, y nadie más, para que le muestres allí tu humilde corazón, con una profunda humildad que no pueda ser más humilde de lo que es.

Y luego, camina humildemente entre tú y tus hermanos. No pidas ser el director del coro; no desees ser el hombre principal en la iglesia. Sé humilde. El mejor hombre de la iglesia es el hombre que está dispuesto a ser la alfombrilla a la entrada para que todos limpien sus botas en ella, el hermano al que no le preocupa qué le ocurra mientras Dios sea glorificado.

He escuchado que algunos hermanos dicen, "bien, pero uno debe defender su dignidad." Yo perdí la mía hace mucho tiempo, y nunca pensé que valiera la pena buscarla. En cuanto a la dignidad del pastor, la dignidad del ministro, si no tenemos dignidad de carácter, la otra es un montón de basura. Debemos tratar de ganar nuestra posición en la Iglesia de Dios, estando dispuestos a tomar el lugar más bajo; y si lo hacemos así, nuestros hermanos se encargarán, antes de que pase mucho tiempo, de decirnos: "sube más". En tus tratos con los cristianos débiles, con cristianos enclenques, no estés siempre increpando. Recuerda que, si ahora eres fuerte, muy pronto podrías ser tan débil como lo son tus hermanos.

Y al tratar con pecadores, debes "andar humildemente con tu Dios." No te quedes muy lejos, como si los amaras tanto que la distancia presta encanto a tu vista. ¿No piensan que, algunas veces, tratamos con pecadores como si quisiésemos arrancarlos del fuego sólo si hubiese un par de tenazas a la mano; pero no lo haríamos si nuestros propios dedos hermosos pudieran ser tiznados por los tizones? ¡Ah, amados, debemos descender de los lugares elevados, y sentir una piedad profunda y tierna por los perdidos, y así caminar humildemente con Dios!

Ahora, no cuento con el tiempo para cubrir todo este tema en cuanto a sus circunstancias. Si son pobres, si son oscuros, no vivan anhelando con vehemencia un lugar más alto; caminen humildemente con su Dios, y tomen lo que Él les dé. Al mirar atrás, gócense en toda Su misericordia; y caminen humildemente cuando recuerden todos sus tropiezos. Al mirar hacia delante, anticipen el futuro con deleite, pero no se estén imaginando orgullosamente cuán grandes serán hechos todavía. "Anden humildemente con su Dios."

En todos tus pensamientos relativos a las cosas santas, sé humilde; los pensamientos de Dios deben abatirte, los pensamientos de Cristo deben llevarte a Sus pies, los pensamientos del Espíritu Santo deben afligirte por haberle vejado. Los pensamientos sobre cada bendición del pacto deberían conducirte al asombro: que sea posible que esos privilegios te hayan sido otorgados. Los pensamientos del cielo te deberían maravillar: que sea posible que algún día te encuentres entre los serafines. Los pensamientos del infierno te deberían hacer humilde:


"Pues si no fuera por la gracia divina,
Esa suerte tan terrible te correspondería."

¡Oh, hermanos, que el Señor nos ayude a caminar humildemente con Dios! Esto nos mantendrá rectos. La verdadera humildad consiste en pensar correctamente acerca de uno mismo, no pensar malamente. Cuando hayas descubierto lo que realmente eres, serás humilde, pues no eres nadie de lo que haya que jactarse. Ser humilde te dará seguridad. Ser humilde te hará feliz. Ser humilde producirá música en tu corazón cuando vayas a acostarte. Ser humilde aquí te llevará a despertarte en la semejanza de tu Señor muy pronto.

¡Que el Señor bendiga esta palabra, por nuestro Señor Jesucristo! Amén.

Dios te bendiga.:baby::corazon::baby:
 
Re: LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO(APORTES)

Saludos en Cristo Jesús.

LA FE Y LA PACIENCIA.



Cita base: Hebreos 6:12: a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.



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Siempre habrá una recompensa acompañando el estilo de vida si actuamos en fe; esa fe paciente y creciente que el Señor espera de cada uno de sus hijos.

Uno de los hermosos atributos que nuestro Dios tiene es Su fidelidad y al conocerlo así, no dudaremos que Dios nos dará respuesta y la recompensa a aquello que hemos pedido; confiemos que en el tiempo de Dios lo obtendremos.

Para poder entender mejor este mensaje permítanme recordar algunos aspectos de la fe y con ello poder permanecer firmes en ella.

1. Debemos quitar de nosotros ese falso concepto heredado por la religión mágica que nos indujo más a la credulidad que a la fe.

2. Existe la fe natural que nos lleva a confiar o creer en lo ya experimentado por nosotros mismos o por otros, como lo es: confiar en determinado médico, o en que el avión llegará felizmente a su destino aún sin saber como funciona y no conozcamos al piloto del avión.

3. Todos nosotros tenemos una fe salvadora que nos permite ser justificados por ella. Esa medida de fe común a otros puede traernos los beneficios de la herencia que ya tenemos en Cristo: sanidad, paz, liberación, bendición, etc.

4. El justo debe vivir por la fe y esta fe no es algo estático, sino que debe ser acrecentada. Dios espera que la desarrollemos.

5. La fe de Dios que está en nosotros produce vida y esa fe viene por oír la Palabra de Dios.

6. La fe obra por el amor a Dios y al prójimo. Es la fe la que nos mueve a llevar las Buenas Nuevas a los perdidos y a cumplir con la gran comisión de ir y hacer discípulos de Jesucristo, teniendo cuidado de no perder el tesoro tan precioso de la fe que Dios nos ha dado y no retrocediendo, así le agradamos a Dios y recibimos todo lo que nos ha prometido.

Hebreos 10:35-36: 35 No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; 36 porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.

La confianza y la fe en Dios se puede perder, por lo que tenemos que caminar en la voluntad de Dios y mantener la paciencia, un fruto muy necesario en la vida cristiana.

Por otra parte el enemigo siempre está poniendo tentaciones al creyente, tratando de convencerle de que no recibirá las promesas de Dios, infundiéndole a aquel que no está caminando en fe, temor y duda.

Por eso Dios nos recuerda que por la fe y la paciencia se heredan las promesas.

Lo opuesto a la paciencia es la impaciencia y lo opuesto a la fe es el miedo. La fe viene por oír la Palabra de Dios, el miedo aparece al recibir los dardos del maligno que ponen duda a nuestros pensamientos, algo que lleva a creer en lo que el enemigo está diciendo. El miedo atrae al enemigo, así como la fe, atrae el poder de Dios.

Por eso debemos pelear la buena batalla de fe manteniéndola con una buena conciencia, seguros que en su tiempo cosecharemos si no desmayamos y si no abandonamos nuestro derecho a la herencia. Que no nos pase como a Esaú que vendió su herencia y su primogenitura por un plato de lentejas.

Muchas veces la presión y la preocupación causan que la persona pierda su herencia de fe. Como le pasó a Esaú, que en un momento de hambre y cansancio perdió el privilegio de la bendición.

En momentos de prueba viene el enemigo y susurra al oído “vamos a negociar”. Empieza a ofrecernos incentivos del mundo y de la carne. Si no estamos alertas podemos caer en el engaño, sintiendo algo así como: “Yo no creo que Dios responda”, “Creo que la Palabra de Dios no es del todo verdad” y podemos perder la promesa por escuchar esas voces.

Eso pasa cuando estamos espiritualmente muy cansados o débiles. Nuestra fe no está en venta, es demasiado costosa y preciosa para perderla.

La persona que camina por fe no es movida por lo que hacen o dicen los que están a su alrededor, porque sus ojos, sus oídos, su corazón y su mente están firmemente anclados en la Palabra de Dios.

Salmos 112:6-7: 6 Por lo cual no resbalará jamás. En memoria eterna será el justo. 7 No tendrá temor de malas noticias su corazón está firme, confiado en Jehová.

Las malas noticias no le mueven, ni le hacen dudar porque con la paciencia se desarrolla el fruto.

Gálatas 5:22: Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe...

El fruto de fe es una confianza y dependencia continua esperando con paciencia: en realidad quiere decir fidelidad y esto tiene que ver con el carácter. La fe tiene que estar envuelta con el fruto que tiene que ser cultivado como cualquier otro fruto del Espíritu, hasta tener el carácter de Dios y su desarrollo depende de cada uno.

Veamos un ejemplo del fruto unido a la fe y la paciencia:

Lucas 18:1-8: 1 También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar, 2 diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. 3 Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. 4 Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, 5 sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. 6 Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. 7 ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? 8 Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?

¿Encontrará esa fe en cada uno de nosotros? Dios sabe que la fe es la fuerza espiritual que sostiene la vida. Dios está esperando no solo que actuemos en fe, sino que sea un consistente estilo de vida. La fe no es un acto separado, es un estilo de vida.

Mucha gente en la iglesia solo asiste por costumbre. Cuando se llaman voluntarios para algún servicio, cuatro o cinco brincan de gozo y están dispuestos a servir en lo que sea diciendo: “yo lo hago”, “yo lo haré”, “quiero servir”; están ansiosos por servir al Señor y a los demás. Son gente comprometida con el alma y el corazón a la gran aventura de la fe.

Otros solo asisten a la iglesia por costumbre o religiosidad; son los que se duermen en la reunión, los que faltan por cualquier pretexto y los que evitan cualquier responsabilidad.

Cuando Jesús regrese estará buscando a los que han permanecido en la fe.

Hebreos 10:38: Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma.

Hay dos formas por las cuales la fe obra; una es: hablando y confesando lo que dice la Palabra respecto al problema que tengamos y otra, es orando y creyendo como ya lo hemos aprendido. Podemos pedirle a Dios confiando que El suplirá nuestra necesidad; solo hemos de pedir con fe, y especialmente con sabiduría para poder recibir respuesta.

Santiago 1:6-8: 6 Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. 7 No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. 8 El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.

¿Eres de esas personas con doble ánimo, inconstante. que solo buscan a Dios cuando tienen algún problema. o eres de los que tienen mucha fe, pero cuando viene la prueba o circunstancias adversas, retroceden como las olas del mar y por supuesto se frustran porque no reciben nada del Señor?

¡Para que nuestra fe crezca, esforcémonos teniendo fidelidad a Dios!

Marcos 9:17-27: 17 Y respondiendo uno de la multitud, dijo: Maestro, traje a ti mi hijo, que tiene un espíritu mudo, 18 el cual, dondequiera que le toma, le sacude; y echa espumarajos, y cruje los dientes, y se va secando; y dije a tus discípulos que lo echasen fuera, y no pudieron. 19 Y respondiendo él, les dijo: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo. 20 Y se lo trajeron; y cuando el espíritu vio a Jesús, sacudió con violencia al muchacho, quien cayendo en tierra se revolcaba, echando espumarajos. 21 Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Y él dijo: Desde niño. 22 Y muchas veces le echa en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos. 23 Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. 24 E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad. 25 Y cuando Jesús vio que la multitud se agolpaba, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él. 26 Entonces el espíritu, clamando y sacudiéndole con violencia, salió; y él quedó como muerto, de modo que muchos decían: Está muerto. 27 Pero Jesús, tomándole de la mano, le enderezó; y se levantó.

En el caso de un padre con un hijo epiléptico, Dios espera se que tenga fe pero no mezclada con incredulidad.

No es la Palabra de Dios la que falla, sino nuestra incredulidad.

Marcos 9:22: ...pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos.

Marcos 9:23: Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible.

Podemos tener la fe de Dios para mover montañas, pero el problema no es con Dios, a quien muchas veces se le echa la culpa; el problema es con nosotros.

Marcos 9:24: E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad.

Muchas veces hay una mezcla de incredulidad y de fe. Solo Jesús tiene toda la fe.

No se trata de pelear con el diablo, sino mantener latente nuestra fe; es ahí donde entra la paciencia y la perseverancia para pelear contra lo que batalla nuestra alma, y así llegar al lugar que Dios quiere.

Una fe del tamaño de una pequeña semilla de mostaza, ausente de incredulidad, puede lograr lo imposible. La fe que persevera es la que no duda y cree hasta tener respuesta.



La batalla de la fe se pelea de dos maneras: Hablando a las circunstancias y orando a Dios acerca de las circunstancias.

Marcos 11:22: Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios. Tengamos la fe de Dios y perseveremos en ella.

Marcos 11:23: Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho.

Hablar a las circunstancias. Puede existir la montaña, puede existir el problema, pero no tiene derecho a obstaculizar mi camino

Marcos 11: 24: Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá.

Orar a Dios acerca de las circunstancias. Hemos de tener la certeza de recibir, aún cuando nuestra fe sea probada, debemos permanecer firmes dando testimonio de la paz de Dios para que El pueda ser glorificado.

De esta manera los que no creen podrán ver las obras de Dios a través de nuestra fe sencilla y paciente. Todo esto se da porque la semilla de fe ya fue sembrada y cultivada en nuestros corazones, y ahora viene el fruto en forma natural. No hay que hacer esfuerzos; no se trata de producirla de momento.

Job 22:27-30: Orarás a él, y él te oirá; y tú pagarás tus votos. Determinarás asimismo una cosa, y te será firme, y sobre tus caminos resplandecerá luz. Cuando fueren abatidos, dirás tú: Enaltecimiento habrá; y Dios salvará al humilde de ojos. El libertará al inocente, y por la limpieza de tus manos éste será librado (subrayados añadidos).

La fe nunca es de los que viven en la carne y actúan por su propios razonamientos, porque fe es creer a Dios y tomar en serio la revelación de Su Palabra.

Por último veamos cuatro formas en que nuestra fe es probada:

1. Por lo desconocido o lo inseguro.

Esto es cuando nuestros sentidos dicen una cosa en contraposición a lo que Dios dice en Su Palabra.

Por ejemplo: Casi cada año vamos a Israel. En una de las ocasiones al orar, Dios nos dijo que fuéramos, pero veíamos una serie de noticias de atentados, hombres bomba, peligros, personas que venían y decían: “no vayan porque no van a regresar con vida”. El dilema estaba en creer y obedecer a Dios, aunque nuestros sentidos y otras personas nos dieran malos reportes, o actuar confiando en lo que Dios nos había dicho.

Gracias a Dios que obedecimos al Señor y cada viaje tuvo un propósito y bendiciones extraordinarias.

2. Por lo imposible.

Los sentidos, la ciencia, la historia, la lógica, pueden decir “imposible”, “nunca ha sucedido”, “nunca se ha visto algo semejante”, pero Dios dice: “si puedes creer, al que cree todo le es posible”.

La primera prueba de fe del pueblo de Israel parecía imposible; tenían que salir y ser librados de la opresión egipcia, pero Dios les había dicho:

Por tanto, dirás a los hijos de Israel: Yo soy Jehová y Yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de Egipto, y os libraré de su servidumbre, y os redimiré con brazo extendido, y con juicios grandes (Ex 6:6).

La segunda prueba fue cruzar el Mar Rojo. Dios le dijo a Moisés: Di a los hijos de Israel que marchen. Era una prueba imposible ante sus ojos, pero Dios obra en lo imposible.

3. Por las contradicciones a lo que Dios ha dicho.

En muchas ocasiones la respuesta es fácil e inmediata, pero en otras, cuando se empieza a orar por el problema éste se agrava, ¿no es cierto?

Al orar por un enfermo, el dolor o los síntomas comienzan a empeorar, aún cuando tenemos las promesas de Dios que nos garantizan la respuesta; hay una lucha con el diablo que quiere destruír la fe que está cimentada en el Señor y en Su Palabra. Si somos sensibles espiritualmente, nos daremos cuenta que alguien se está oponiendo; ese es el momento de alabar a Dios.

1Pedro 1:6-7: 6 En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, 7 que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo.

Caso de Abraham. Después de una paciente y larga espera llegó el hijo de la promesa y luego Dios le dice: “ofrécemelo en holocausto”.

¿Qué sentiría Abraham? pero fue obediente, seguramente con una lucha tremenda en su mente cuando el hijo le preguntó: “Padre aquí está la leña y aquí está el fuego, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?". Abraham sencillamente le contesta: "Dios proveerá el cordero para el holocausto".

Dios es fiel a Su Palabra, aunque no sepamos como va a obrar. Podía resucitarlo para cumplir la promesa de que en Isaac le sería llamada descendencia y en él serían benditas todas las familias de la tierra.

3. La tardanza.

Hay ocasiones en que la respuesta no llega rápido. El milagro que esperamos tarda en ocasiones, no viene por “entrega inmediata”, sino por el “correo ordinario” y ya sabemos como está el correo ¿verdad? A veces pensamos que el “paquete con la respuesta se ha extraviado”.

Y ese es también el tiempo cuando llegan los mensajes del diablo por entrega inmediata a nuestra mente; si damos paso al desánimo y comenzamos a confesar lo negativo, seguro que el paquete no llegará.

Cuando no llega la respuesta de inmediato es necesario reforzar la fe y alabar a Dios, confiando en que llegará en el tiempo apropiado.

Habacuc 2:3-4: 3 Aunque la visión tardará aún por un tiempo, mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará. 4 He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá.

Con la mente natural no se pueden entender muchas cosas. Es así que tenemos que caminar en lo desconocido, en lo imposible, en las aparentes contradicciones; cuando se tarde la promesa, recordemos siempre que Dios es fiel a todo lo que ha prometido.

No tratemos nosotros de ayudarle a Dios a producir el milagro; esperemos, creámoslo; El es fiel.

Recordemos que El es quien hizo los sentidos, la historia, las leyes naturales y que también obra en lo sobrenatural.

Esperemos, manifestemos el fruto de la paciencia porque nuestra fe dice: EL LO HA DICHO.







Mensaje dado en el Centro Cristiano Calacoaya, el 29 de agosto de 2004.




e-mail del autor: [email protected]

DIOS TE BENDIGA.:baby::corazon::baby:

VIENE AUNQUE DEMORE UN POCO.

Naamán se sumergió siete veces en el Jordán antes de ser sanado. Israel tuvo que dar siete vueltas a Jericó antes de que cayeran sus muros. Elías oró siete veces antes de que lloviera. David reinó siete años y seis meses sobre Judá antes de ser reconocido como rey por el resto de Israel. Abraham hubo de esperar más de veinte años antes de que naciera el hijo de la promesa. Moisés hubo de esperar cuarenta años antes de que su deseo de salvar a Israel le fuera concedido.

La parábola de la viuda y el juez injusto, en Lucas 18, nos ayuda para entender la necesidad de la espera en nuestras oraciones. Esta parábola concluye diciendo: “¿Y acaso Dios no defenderá la causa de los escogidos, que claman a él día y noche, aunque dilate largo tiempo acerca de ellos?” (Lc. 18:7; Versión Moderna). La Biblia de Jerusalén traduce esta última frase así: “ ... y les hace esperar?”. Luego, en el versículo siguiente, dice: “Yo os digo que defenderá su causa presto”.

Este último versículo pareciera contradecir al anterior, pero no es así. Lacueva explica: “La vindicación será rápida y completa, aunque se demore por algún tiempo”.

En efecto, aunque la respuesta viene pronto y completa, no vendrá sin antes tardarse un poco. Sin embargo, muchas oraciones se interrumpen antes de que se complete el tiempo establecido por Dios para enriquecernos con la paciencia de la espera. Las peticiones que le hacemos al Señor conforme a su voluntad, las tenemos, y en ello hemos de mantenernos, pero muchas veces la respuesta viene cuando ya habíamos perdido la esperanza de recibirla, o cuando ya habíamos olvidado el asunto.

Hebreos 6:12 dice que por la fe y la paciencia se heredan las promesas. Cada respuesta de Dios a nuestras oraciones trae un valor añadido, que es la cuota de paciencia que se ha agregado a nuestra estatura espiritual.

Así que, agradezcamos las respuestas concedidas, pero también agradezcamos por la paciencia que se nos permitió ganar en su espera.
DIOS TE BENDIGA.

Sea paciente con la venida del Señor. Está en la Biblia, Santiago 5:7-8, "Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca".