47. Queda prohibido a todo hombre cambiar esta declaración, pronunciamiento y definición, o, por un intento temerario, oponerse o contradecirla. Si alguien se atreve a hacer tal intento, sepa que incurrirá en la ira de Dios Todopoderoso y de los benditos apóstoles Pedro y Pablo.
Esto que dice el Papa no es tan así, es más, creo que ese tono ha cambiado..., pero voy a comenzar por lo primero, mi postura doctrinal:
Mi adhesión doctrinal se sitúa en una zona de fidelidad crítica. Reconozco como válidos los dogmas proclamados por la Iglesia Católica hasta el Concilio de Éfeso (431), especialmente aquellos que afirman la divinidad de Cristo y la maternidad divina de María. Estos dogmas, en mi lectura, constituyen el núcleo cristológico y trinitario que da sentido a la fe y a la comunidad eclesial.
A partir de ese punto, acepto los dogmas posteriores como desarrollos legítimos de la tradición, pero considero que muchos de ellos requieren una reformulación en su forma de contenido, es decir, en su lenguaje, su simbolismo y su función teológica. No los rechazo, pero los someto a una lectura crítica que busca recuperar su sentido original y evitar desviaciones idealizantes que desvirtúan el ministerio de María y los santos.
Motivos de mi postura
En el caso de la Asunción de María, reconozco que no hay evidencia explícita en el Nuevo Testamento. Sin embargo, existen antecedentes bíblicos como la elevación de Enoc (Gn 5,24) y Elías (2Re 2,11), que permiten pensar en la Asunción como una posibilidad simbólica dentro del imaginario judeocristiano. La ausencia de testimonio neotestamentario podría deberse a que María sobrevivió a la redacción de dichos textos, lo que nos remite a los Padres Apostólicos como fuente de veneración incipiente.
Concepción Acepto el dogma de la inmaculada Concepción, por una cuestión de coherencia interna: si Cristo es concebido sin pecado, es razonable que su madre haya sido preservada del pecado original por anticipación a los méritos de su Hijo. Esta formulación, desarrollada por Duns Escoto y proclamada en 1854, representa una evolución teológica legítima.
Considero que María permaneció virgen hasta después del nacimiento de Jesús, lo cual ya constituye un dato biológico excepcional. Pero más allá de lo físico, interpreto esta virginidad como símbolo de consagración radical, un gesto teológico que expresa la entrega total al misterio divino.
Creo, también, que a partir de los Padres Apostólicos, ciertos sectores del magisterio comenzaron a idealizar lo transmitido por la Escritura, generando ambigüedad en la devoción popular. Esto llevó a atribuir poderes especiales a María y los santos, desvirtuando su verdadero ministerio: acompañar, orar, dar testimonio. Como bien expresó Joseph Ratzinger, “no oramos a María ni a los santos, sino que oramos con ellos a Dios”, en comunión con la comunidad de los santos.