la Iglesia Católica Apostólica Romana no es muy diferente al Ku Klux Klan de los estados del sur, La Iglesia fue y es por naturaleza extremadamente antisemita y racista, contra los judios, negros. Los altos cleros son elitistas y caucasicos en su gran mayoria. La Iglesia apoyo al principio el nazismo, el fascismo italiano y español (Franco), movimientos a los cuales veía como aliados contra la expansión del marxismo que la Iglesia Católica llamaba judeo-bolchevismo al igual que Hitler. Cuando veia que la guerra se perdia, la Iglesia cambio de bando.
El hecho de que juntarse en primer lugar en un país como Italia a un movimiento ultranacionalista que compartia los mismos valores cristianos de la familia como el fascismo, no se debió a una casualidad geográfica, sino a la propia historia de esta península. La Iglesia católica tuvo un papel fundamental en ello: poseedora en tiempos nada lejanos de buena parte del país, con un control absoluto sobre su sociedad, echaba de menos aquellas glorias pasadas de poder. Más si cabe porque los nuevos tiempos estaban trayendo cosas que la Iglesia odiaba y temía realmente: la libertad, la democracia, el liberalismo, el socialismo o el comunismo. Estos eran sistemas sociales e ideologías que quitaban el sueño a los Papas de Roma. Por ello, el cardenal Ratti, que se convertiría más tarde en el Papa Pio XI, se fijó en un movimiento caracterizado por su autoritarismo, exaltación patriótica y también especialmente por su odio hacia la democracia y las ideologías que venían con ella. Los italianos, por el contrario, como ocurrió también con los alemanes, no miraban con buenos ojos a este movimiento encabezado por un agitador y manipulador de conciencias llamado Benito Mussolini. Desconfiaban de él y de sus seguidores a los que veían como matones, oportunistas y demagogos. El fascismo nunca habría triunfado en una sociedad sin el apoyo de la Iglesia Catolica y no se hubiese usado la violencia. Tanto el partido socialista, de corriente moderada, como el propio partido católico, también moderado, hubiesen sido suficientes para contenerlo, ya que tenían una amplia mayoría sobre él en el Parlamento. Pero aquí intervino la Iglesia, que no quería que el sistema democrático siguiese adelante, y lo hizo minando y erosionando al partido católico, sobre el cual tenía una gran influencia. Es necesario recordar que la Iglesia había prohibido votar y participar a los católicos en política hasta ya entrado el siglo XX, al no aceptar la democracia; teniendo que ceder aparentemente algo ante los nuevos tiempos y pensamientos de la población. La jerarquía católica tenía otros planes y entre ellos estaba su colaboración con el fascismo. El 20 de enero de 1923 ya se reúnen el cardenal Gasparri, Secretario de Estado del Vaticano, y Mussolini para alcanzar acuerdos. El compromiso de la jerarquía era paralizar a su partido, ya que suponía un obstáculo insalvable para que el partido fascista se pudiese hacer con el control del parlamento. A cambio, la Iglesia pediría la destrucción del partido socialista, la eliminación de la democracia y volver a tener las propiedades que tenía antes de la pérdida de sus posesiones o recuperar parte de ellas si se le pagaban además sus supuestos derechos; y, por supuesto, volver a ser el rector y dominador de la vida social y moral del país. La unión histórica entre la cruz y la espada quería volver: el Estado que ejecutaba las órdenes, protegía y mantenía a la Iglesia, y esta que se erigía en rector de las conductas y conciencias.