Ten por seguro que no diré nada especial, sino que todos los foristas con discernimiento espiritual comparten el mismo sentir que te trasmito:
Nos has dado una magnífica lección, más que con palabras, con hechos, pues toda la paciencia que has expuesto en tu trato con el autor del epígrafe, denota esa fe cristiana auténtica que se muestra en el respeto y consideración hacia quienes puedan divergir con nosotros.
Si me resultó tan sorpresiva como dolorosa esa referencia a los fariseos, me imagino que para ti debe haber sido como una imprevista puñalada en el corazón. ¡No la esperabas!
Dada nuestra convicción de lo injusto de esa memoria que le sugieres así como de la independencia a tu persona que proclama (como si hubieras pretendido avasallarla), veo que todo eso tiene una explicación:
El pecado de MALEDICENCIA (Mr 7:22; 2Co 12:20; Ef 4:31; 1Ti 5:14) se caracteriza por achacar a otros los defectos propios. Así, quien no quiere admitir en sí mismo un mal que afearía su personalidad, lo castiga en su prójimo que tiene por delante. Creo que algunos psicólogos describen esto como el “efecto espejo”.
Si ahora haces memoria, posiblemente puedas recordar algunas ocasiones en tu vida cuando alguna persona te achacó determinado defecto de carácter. Sinceramente, tú eras consciente de estar todavía corrigiendo alguna tendencia que otra en tu forma de ser, pero estabas bien convencida que precisamente estabas libre de tal falla, pero que curiosamente, esa era la falla más notoria que la otra persona gratuitamente te endilgaba. Ese es el momento, cuando en vez de ofendernos y enojarnos, nos compadecemos de quien es víctima de tamaño mal. Pero no es fácil ayudarle.
La organización Watchtower ejerce entre sus miembros una férrea disciplina, y aquí en el Foro, aparte de las expulsiones a las que se ve forzado a recurrir el Webmaster por transgresión a las reglas, los foristas tácitamente también estamos disciplinando a los que asumen tratos desconsiderados contra otros. Practicamos 2Ts 3:14,15, dejando de comunicarnos con él, a fin de que se avergüence y revea su actitud. Porque, ¿de qué sirve seguir dialogando con quien no manifiesta interés alguno en oírnos sino sólo en que le escuchemos? Una cosa es que algún fanático crea ser el único depositario de la verdad, y otra cosa que espere que todos nos avengamos a su particular criterio, fastidiándose con los que no lo hacen.
Todos somos libres para asumir las actitudes que más convengan; pero a veces, en aras del propio beneficio del maldiciente, optamos por no seguir dialogando con el tal, hasta que deponga su actitud.
Saludos cordiales.
Ricardo.
