Vamos a considerar seguidamente dos frases de Hawking, examinándolas y analizándolas conforme a la más rigurosa lógica de que seamos capaces. Caso de que nos excedamos o quedemos cortos, otros compañeros foristas ayudarán y corregirán conforme a su leal saber:
”Dado que existe una ley como la de la gravedad, el Universo pudo y se creó de la nada. La creación espontánea es la razón de que haya algo en lugar de nada, es la razón por la que existe el Universo, de que existamos", escribe Hawking.
"No es necesario invocar a Dios como el que encendió la mecha y creó el Universo", añadió.
1 – a) Desde el momento que confesamos la existencia de cualquier ley, no importa que sea natural, como la de la gravedad, necesariamente se nos presenta el legislador que la dictó, ya que por más que los juristas hablen del “espíritu de la ley”, ninguna ley tiene espíritu, alma y mente, aunque sí la fuente de donde procede, sea hombre o sea Dios, pues ángeles y demonios no establecen leyes.
b) Que el Universo entero o siquiera una partícula atómica pudiera haberse creado de la nada, es el colmo de lo absurdo, sin importar que a ello se adhieran los más grandes científicos del planeta.
Aunque sea por un momento dejamos de pensar como científicos y religiosos y lo hacemos como filósofos: lo más lógico y racional en que podamos pensar, es en la existencia de la nada: sin Dios, ni Universo, ni siquiera esta mente que así razona. Nada de nada: ni tiempo, ni espacio, ni materia. Esto sería coherente, propio, natural. Que nada jamás hubo, ni hay ni habrá. Esto sería lo más claro y sencillo que seamos capaces de concebir. Pero desde el momento que así lo estoy pensando, soy consciente que las cosas comienzan a complicarse. “Pienso, luego existo”. Y junto con mi existencia atestiguo la de mis semejantes, la naturaleza que me rodea, las obras de los hombres en los centros poblados, y la de un arquitecto y artista de sin igual humor, que diseñó la belleza en formas, colores, sonidos, sabores y fragancias, y hasta en la suavidad de la piel que acariciamos. Podemos encontrar en las aldeas y grandes ciudades a los constructores de caminos y edificios. Pero si navegamos por los océanos, buceamos en sus profundidades; recorremos desiertos y selvas; ascendemos a la montañas más altas, y hasta nos lanzamos al espacio para contemplar la cara oculta de la Luna, no nos es posible encontrar al autor o autores de todo ello, por más que le preguntemos a los peces y las aves, y hasta enviando señales a las estrellas. Nadie identifica al autor.
¿Nadie? Pues ninguna de las criaturas dice nada al respecto. Pero ¡qué insólito! Hay un libro, y ese libro no sólo lo dice, sino que ese mismo libro es de la misma calidad de todo aquello que extasiados vemos, oímos, olemos, gustamos y tocamos. Ese libro –no importa cuantos hombres hayan trabajado en su composición- indudablemente que tuvo que haber sido dictado por el que hizo todas las cosas, porque aún los humanos, como lo más desarrollado de cuanto existe, no serían capaces de revelar tantas cosas.
A su comienzo leo: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. ¿Y qué me ocurre? Algo en mi interior atestigua que es así. Extiendo mi vista por los verdes campos hasta que en el horizonte se juntan con el cielo azul, al paso que reconozco árboles, plantas y flores. Me doy vuelta y me hallo frente a una playa de blanquísimas arenas y luego el mar, también en tonos de azul, que se extiende hasta que se une a una línea donde comienza un espacio celeste. Mientras tanto los graznidos de las gaviotas que danzan sobre las olas y se alzan con un pez en el pico. ¡Y ni hablar a la noche del cielo estrellado!
-¡Sí! –contesto- Solamente Dios, sabio y todopoderoso pudo haber creado toda esta maravilla. Además, todo esto está impregnado de un amor que me penetra y llena.
¿Qué otra alternativa tengo a la fe que es por la Palabra de Dios?
Pues una “fe” mucho más grande y complicada pues requiere primero examinar todas las teorías cosmogónicas propuestas para optar finalmente por la que más me guste; no porque sea cierta o tenga más visos de verosimilitud, sino principalmente que si a ella adhieren los hombres más respetados en el mundo por su ciencia, yo también quiero estar de su lado.
Optar por esta otra alternativa, ¿conlleva algún riesgo?
Pues de atenerse a lo que dice el libro, Dios permite que los que no quisieron creer a la verdad se decidan finalmente por creer a la mentira.
¡Esto sí que es trágico! Porque mi fe, aunque pequeña como un grano de mostaza, no es irracional ¡al contrario, es muy racional! Todo así tiene sentido. Ocurre que los “agujeros negros” no sólo son curiosidades del Universo, sino que también se implantan en el cerebro de los que se atreven a alzarse contra el Creador y Señor de todo.
Discúlpenme por favor por hablarles demasiado. Dejo para próximo post la otra frase.
Ricardo.