Re: Antes de tu salida de la ICAR ¿Tuviste un Encuentro con Jesús Eucaristia?
Ireneo de Lyon
De origen asiático, Ireneo (c. 140- c. 202) llegó a ser obispo de Lyon en las Galias. Escribió una “Refutación de la falsa gnosis” más conocida como “Contra las Herejías.” En los libros 4 y 5, al tratar de los sacrificios y la resurrección corporal , se refiere a la Eucaristía. Emplea el hecho de que la acción del Señor de ofrecer elementos materiales es prueba de que nuestros cuerpos han de ser redimidos, resucitando incorruptibles.
Adversus Haereses
4.17. (4) De todos estos es evidente que Dios no buscaba sacrificios y holocaustos de ellos [los creyentes del Antiguo Pacto], sino fe, y obediencia, y rectitud, por causa de su salvación. Como Dios, al enseñarles su voluntad en Oseas el profeta, dijo: “Deseo misericordia más que sacrificios, y el conocimiento de Dios más que holocaustos” [Oseas 6:6]. Además, nuestro Señor también les exhortó con el mismo fin cuando dijo: “Si hubiéreis conocido lo que significa Misericordia quiero, y no sacrificios, no hubiéseis condenado al inocente” [Mateo 12:7]. Así El da testimonio a los profetas, que ellos predicaron la verdad; pero acusa a estos hombres (sus oyentes) de ser necios a causa de las faltas de ellos.
(5) De nuevo, dando instrucciones a sus discípulos para ofrecer a Dios las primicias de sus propias cosas creadas –no como si él tuviese necesidad de ellas, sino para que ellos mismos no fuesen ni infructuosos ni ingratos-, él tomó aquella cosa creada, pan, y dio gracias, y dijo: “Este es mi cuerpo.” Y del mismo modo la copa, la cual es parte de la creación a la que pertenecemos, él confesó ser su sangre, y enseñó la nueva oblación del nuevo pacto; la cual la Iglesia, habiéndola recibido de los Apóstoles, ofrece a Dios en todo el mundo, a Aquel que nos da como medios de subsistencia las primicias de sus propios dones en el Nuevo Testamento, concerniente a lo cual Malaquías, entre los doce profetas, así habló de antemano: “No tengo placer en vosotros, dijo el Señor omnipotente, y no aceptaré sacrificio de vuestras manos. Pues desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, mi nombre es glorificado entre los gentiles, y en cada lugar incienso es ofrecido a mi nombre, y un sacrificio puro; pues grande es mi nombre entre los gentiles, dijo el Señor omnipotente”; indicando del modo más claro, por estas palabras, que el pueblo anterior [los judíos] cesarán ciertamente de ofrendar a Dios, pero que en todo lugar se le ofrecerá sacrificio, y uno puro; y que su nombre es glorificado entre los gentiles.
(6) ¿Pero qué otro nombre hay que sea glorificado entre los gentiles que aquel de nuestro Señor, por quien el Padre es glorificado, y el hombre también? Y porque es [el nombre] de su propio Hijo, quien fue hecho hombre por El, el lo llama como suyo propio ... Ya que, por tanto, el nombre del Hijo le pertenece al Padre, y ya que en el Dios omnipotente la Iglesia ofrenda a través de Jesucristo, Él dice bien sobre ambas bases: “Y en cada lugar se ofrece incienso a mi nombre, y un sacrificio puro.” Ahora Juan, en el Apocalipsis, declara que el “incienso” son “las oraciones de los santos.”
4.18. (1) La oblación de la Iglesia, por tanto, la cual el Señor dio instrucciones que fuese ofrecida en todo el mundo, cuenta como un sacrificio puro para Dios, y le es aceptable; no que Él necesite un sacrificio de nosotros, sino que quien lo ofrece es él mismo glorificado en lo que ofrece, si su don es acepto. Pues por el don se demuestra tanto honor como afecto hacia el Rey; y el Señor, deseando que lo ofreciésemos en toda simplicidad e inocencia, se expresó así: “Por tanto, cuando ofrezcas tu don sobre el altar, y recuerdes que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda ante el altar y ve; primero recocíliate con tu hermano, y luego retorna a ofrecer tu don.” [Mateo 5: 23-24]. Estamos obligados, pues, a ofrecerle a Dios las primicias de su creación, como asimismo dice Moisés: “No comparecerás en la presencia del Señor tu Dios con las manos vacías” [Deuteronomio 16:16]; de modo que el hombre, siendo contado como agradecido, pueda recibir el honor que fluye de Él.
(2) Y la clase de las oblaciones en general no ha sido dejada de lado; pues hay oblaciones allí [entre los judios] y aquí [entre los cristianos. Sacrificios hubo entre el pueblo; sacrificios hay, también, en la Iglesia; pero sólo la especie ha sido cambiada, en la medida en que la ofrenda ahora no es hecha por esclavos, sino por hombres libres. Pues el Señor es uno y siempre el mismo; pero el carácter de una oblación servil es peculiar, como lo es también el de la de los hombres libres, para que, por las mismas oblaciones, pueda manifestarse la libertad. Pues con Él no hay nada sin propósito, ni carente de significación, ni sin designio...
(3) ... Los sacrificios, por tanto, no santifican al hombre, porque Dios no necesita sacrificio; sino que es la conciencia del oferente lo que santifica al sacrificio cuando es pura, y así mueve a Dios a aceptarlo como de un amigo. “Pero el pecador” , dice Él, “que mata un becerro para mí, es como si matase un perro.” [Isaías 66:3].
(4) En la medida, entonces, en que la Iglesia ofrece unánimemente, su don es justamente reconocido como un sacrificio puro para con Dios. Como también le dice Pablo a los filipenses: “Estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito las cosas que enviasteis, el olor de una dulce fragancia, un sacrificio aceptable, que complace a Dios.” [Filipenses 4:18]. Pues debemos hacer una oblación a Dios, y en todas las cosas ser hallados agradecidos para con Dios nuestro hacedor, en una mente pura, y en fe sin hipocresía, en esperanza bien fundada, en amor ferviente, ofreciendo las primicias de sus propias cosas creadas. Y la Iglesia sola ofrece esta pura oblación al Creador, ofreciéndole a Él, con acción de gracias, de su creación. Pero los judíos no ofrendan así... Ni tampoco ninguna de las sinagogas de los herejes ... ¿Cómo pueden ser coherentes consigo mismos, [al decir] que el pan sobre el cual se ha dado gracias es el cuerpo del Señor, ómo pueden ser coherentes consigo mismos, [al decir] que el pan sobre el cual se ha dado gracias es el cuerpo del Señor, y la copa su sangre, si no le reconocen a él mismo como el Hijo del Creador del universo, esto es, su Verbo, a través de quien el bosque fructifica, y las fuentes fluyen, y la tierra da “primero el tallo, luego la espiga, y luego el grano lleno en la espiga” [Marcos 4:28]?
(5) De nuevo, ¿cómo pueden decir que la carne, la cual es nutrida con el cuerpo del Señor y con su sangre, va a la corrupción y no participa en la vida? Que, por tanto, modifiquen su opinión o cesen de ofrecer las cosas recién mencionadas. Pero nuestra opinión es concordante con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía establece nuestra opinión. Pues le ofrecemos lo que es de Él, anunciando consistentemente la fraternidad y unión de la carne y el espíritu. Porque como el pan, el cual se produce de la tierra, cuando recibe la invocación de Dios, no es más pan común, sino la Eucaristía, consistente en dos realidades, terrenal y celestial, del mismo modo nuestros cuerpos, cuando reciben la Eucaristía, no son ya corruptibles, teniendo la esperanza de la resurrección para la eternidad.
5.1. (3) Vanos son también los ebionitas, quienes no reciben por fe en sus almas la unión de Dios y hombre, sino que permanecen en la vieja levadura del nacimiento [natural], y no quieren entender que el Espíritu Santo vino sobre María, y que el poder del Altísimo la cubrió; de donde lo que fue generado es santo, y el Hijo del Altísimo, Padre de todos, quien efectuó la encarnación de este ser, y mostró una nueva [clase de] generación; que así como por la generación previa recibimos la muerte, así también por esta nueva generación podamos heredar la vida. Por tanto, estos hombres rechazan la mezcla de vino celestial, y desean que sólo sea agua del mundo, no recibiendo a Dios de modo de tener unión con Él, sino que permanecen en aquel Adán que había sido conquistado y fue expulsado del Paraíso. No considerando que, habiendo sido unido a lo que había sido formado, animaba al hombre, y le manifestó como un ser dotado de arzón; de modo que al final, el Verbo del Padre y el Espíritu de Dios, habiéndose tornado unidos con la antigua sustancia de la formación de Adán, tornaron al hombre vivo y perfecto, receptivo al perfecto Padre, para que así como en el natural todos estábamos muertos, en el espiritual todos seamos vivificados [cf. 1 Corintios 15:22]...
5.2. (2) Pero vanos en todo respecto son quienes rechazan la entera economía de Dios, y niegan la salvación de la carne, y tratan con desprecio su regeneración, sosteniendo que no es capaz de incorrupción. Pero si ésta de veras no alcanza la salvación, entonces ni el Señor nos redimió con su sangre, ni es la copa de la Eucaristía la comunión de su sangre, ni el pan que partimos la comunión de su cuerpo. Pues la sangre solamente puede provenir de las venas y la carne, y todo lo demás que constituye la sustancia del hombre, como fue realmente hecho el Verbo de Dios. Por su propia sangre nos redimió, como también su apóstol declara: “En quien tenemos redención por medio de su sangre, la remisión de los pecados.” [Colosenses 1:14]. Y así como somos sus miembros, también somos nutridos por medio de la creación (y Él mismo nos concede la creación, pues causa que el sol salga, y envía la lluvia conforme a su voluntad). Él ha reconocido la copa, la cual es una parte de la creación, como su propia sangre, de la cual Él humedece nuestra sangre: y el pan (también una parte de la creación) Él lo ha establecido como su propio cuerpo, del cual Él da crecimiento a nuestros cuerpos.
(3) Cuando, por tanto, la copa mezclada y el pan manufacturado recibe al Verbo de Dios, y se hace la Eucaristía de la sangre y del cuerpo de Cristo, de las cuales cosas la sustancia de nuestra carne es nutrida y sostenida, ¿cómo pueden afirmar que la carne es incapaz de recibir el don de Dios, que es vida eterna, si es nutrida del cuerpo y sangre del Señor, y es un miembro de Él? –como también lo declara el bendito Pablo en su epístola a los efesios, que “somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos” [Efesios 5:30]. Él no habla estas palabras acerca de algún hombre espiritual e invisible, pues un espíritu no tiene huesos ni carne; sino de la economía [por la cual] un hombre real, consistente de carne, y nervios, y huesos – aquella [carne] que es nutrida por la copa que es su sangre, y recibe alimento del pan que es su cuerpo. Y del mismo modo en que lo cortado de la viña plantada en el suelo fructifica en su sazón, o como un grano de trigo que cae en tierra y se descompone sale con un múltiple aumento por el Espíritu de Dios, quien contiene todas las cosas, y entonces, a través de la sabiduría de Dios, sirve para el uso de los hombres, y habiendo recibido al Verbo de Dios, se torna la Eucaristía, la cual es el cuerpo y la sangre de Cristo; de igual modo nuestros cuerpos, siendo nutridos por ella, y depositados en la tierra, y sufriendo allí descomposición, surgirán a su debido tiempo, concediéndoles resurrección el Verbo de Dios para la gloria de Dios Padre, quien libremente da inmortalidad a esto mortal, y a esto corruptible, incorrupción, pues la fuerza de Dios se hace perfecta en la debilidad, para que nunca nos envanezcamos, como si tuviésemos vida por nosotros mismos, y nos exaltemos contra Dios, haciéndose ingratas nuestras mentes; sino que aprendiendo por experiencia que poseemos duración eterna del poder insuperable de este ser, no por nuestra propia naturaleza, ni subestimemos la gloria que rodea a Dios tal como Él es, ni seamos ignorantes de nuestra propia naturaleza, sino que conozcamos lo que Dios puede hacer, y qué beneficios recibe el hombre, y así nunca nos extraviemos de la verdadera comprensión de cómo son las cosas, esto es, tanto con respecto a Dios como con respecto al hombre. ¿Y no pudiera ser, quizá, como ya he observado, que con este propósito Dios permitió nuestra disolución en el polvo común de la mortalidad, para que, siendo nosotros instruidos en todas las maneras, podamos ser precisos en todas las cosas para el futuro, no siendo ignorantes ni de Dios ni de nosotros?
Paz de Cristo