Re: Yo estuve en el adventismo. (Testimonio personal.)
(Continuación.)
Entre el repertorio de canciones que llegamos a aprender y presentar, en el coro infantil que uno de los pastores adventistas formara, estaba un cántico, cuya primera estrofa, le tocaba a este servidor cantar.
Decía de esta manera:
Un tierno Dios es mi pastor.
Jamás ha de faltarme.
Me guía siempre, y al seguir,
Su voz siento hablarme.
Medito en este momento que, aunque sin entenderlo en aquel entonces, esa estaba siendo mi experiencia. Dios, en su admirable fidelidad y abundante gracia me hacía conocer o escuchar a personas, que dentro del adventismo, estaban demostrando más pasión por la biblia que por los escritos de Elena. Y esas personas, eran las que más impacto dejaban en mi mente.
(No es de extrañar. La Palabra de Dios no tiene paralelos con ningún otro escrito. Como ha sido alentada, soplada, inspirada por Dios, produce un efecto vivificante en el alma y ser del hombre, que no se experimenta con ninguna otra.)
Hubo un practicante de pastor al que trajeron a nuestra iglesia, y que estaría por varios meses con nosotros.
Era de apellido Montañez. En sus sermones había ese elemento de la mención abundante de citas del Nuevo Testamento. No era sólo el hecho de citarlas, era que parecía vivirlas al citarlas. Su aplicación a situaciones diarias, en sus sermones sabáticos, dejaban ese sabor a frescura de vida, que nos acompañaba por el resto del día.
Me resultaban más reales y alcanzables, las experiencias que se leían en los Hechos de los apóstoles, cuando escuchaba a ese hombre. No parecía religioso. No parecía serlo.
Nuestras expresiones de -Amén, amén- resonaban continuamente con sus sermones. Retaba en ellos a la devoción que debíamos tener a Dios. Era un contraste, si se analizaba bien, a la vía religiosa que llevábamos como adventistas. Fui entendiendo que esto era más que practicar algo; era comprometerse con Dios y serle sincero al servirle.
Al cumplirse el tiempo en que Montañez terminaba su práctica, se despidió de nosotros, y pasaron varios años, hasta que llegáramos a recibir a alguien de afuera de nuestra localidad, con ese fervor al predicar. Y que se atuviera más a la Biblia que a otros escritos. En la localidad estaba el hermano Mina, quien era también fervoroso.
Pero de los que sí nos visitaron como practicantes, la mayoría perfilaron con sermones empapados de los escritos de los libros rojos. (Las tapas de los libros de Elena, en ese sector y tiempo, eran color vino.)
Estando de visita en un servicio de trascendencia adventista, en la ciudad de Mayagüez, Puerto Rico, escuché a otro predicador que me recordaba al hermano Montañez. Cuando salí al pasillo de aquel templo, concluido el servicio, escuché a dos hermanos mayores comentar algo así:
-Este tiene el carisma de Yiye- Ya que predicaba en alta voz y de manera fogosa. A lo que el otro respondió.
-Si, pero, éste tiene el espíritu verdadero, que el otro no tiene.-
Yo pensé en eso que escuché, e inevitablemente, volví a acordarme de cómo se sanaban los enfermos, en los servicios en los que el hermano Yiye predicaba. Pero, no iba a preguntar de nuevo, de algo que ya mis maestros me habían supuestamente aclarado.
Uno de los pastores que llegó a tomar la dirección de la obra en Hormigueros, había llegado a nuestros medios en un servicio de semana, al igual que solía ocurrir con los practicantes. Pensé, que se trataba de otro que estaría varios meses con nosotros. Pero llegó a convertirse en una tremenda herramienta de Dios en el plan que Él tenía, con este visitante que sería nuestro pastor por varios años.
En sus sermones citaba con frecuencia la escritura, y aunque también abundaba en citas de los libros de Elena, paradójicamente, en sus aplicaciones a las mismas, no había ese sabor a religión. No sabía exactamente qué era, por algún tiempo, pero él junto a su esposa, mostraban convicción; estaban aferrados a lo que practicaban de tal manera que en realidad, no lo practicaban, lo vivían. Sus sermones y enseñanzas eran de igual manera presentadas con muchas ilustraciones jocosas, sin caer en la charlatanería. Era ameno escucharlo, y a mi, en lo personal, me resultó también ameno e inspirador, ver cómo vivía.
Usaré algunas letras de su apellido para referirme a él. El hermano Alrez, llegó a invitarnos a su casa a comer. Algo que no lo habían hecho aún, los pastores anteriores. No juzgo, por ello, a los que le antecedieron, pero, señalo esto para decir que este hermano vivía de tal manera lo que creía, que no temía abrirnos las puertas a su vida familiar.
Para el tiempo en que Alrez llegó a nuestra congregación, yo contaba con 12 o 13 años aproximadamente. Él tenía dos hijos, entre los 8 a 10 años de edad, y su esposa, se había convertido en una muy eficiente y abnegada maestra de niños en la grey. Cuando tuve el privilegio de ser invitado a almorzar en su hogar, verdaderamente que sentí que entraba a un mundo diferente. Desde la manera en que los hijos se comportaban, hasta la manera tan ordenada al comer, era para mí todo un evento grato.
Alrez tenía un excelente oido para la música, y había participado en coros y cuartetos adventistas, haciendo la voz del bajo. Por lo que recuerdo que en muchas visitas, compartía con nosotros discos de larga duración que tenía en su colección, de cuartetos y grupos. Tenía en español e inglés. Notaba cómo disfrutaba cantar a la par de sus discos de aquellas letras inspiradas. Interesantemente, muchos de sus discos eran de cantantes de afiliación no adventista.
Luego de comer de la deliciosa y variada comida, Alrez se sentaba en la sala, y compartía anécdotas que fueran amenas y de lecciones valiosas a nosotros, los jóvenes y adultos visitantes. En sus consejos, Dios hablaba a mi corazón. Noté en él sabiduría. Y nunca noté en él ni en su esposa, contradicción a la vida que tenían como familia y como pastores.
Todo esto que comparto en este punto del testimonio, es para señalar el hecho, de que si bien comprendí luego que Dios usaría a este hombre en nuestra búsqueda más cercana a su Santa Palabra, fue la sinceridad del mismo y de su esposa, la manera inicial de Dios tratar con ellos mismos y progresivamente, con este quien escribe.
Eso era lo que tenían, que no supe explicar bien por un tiempo: Sinceridad.
No fingían. No ocultaban el hecho de que eran humanos, desde luego, con situaciones cotidianas como todos, pero tampoco ocultaban que eran embajadores convencidos del Señor, dentro de lo que ellos hasta ese momento entendían ser la misión correcta.
Inspiraron mi juvenil corazón a querer ser en casa y en mi escuela, un adventista declarado.
Con ellos aprendí lo que era hacer el compromiso a ser lo que uno decía ser.
Alrez y su esposa, no imaginaban en aquel tiempo, hasta dónde Dios iba a intervenir en las vidas nuestras y en las de ellos, durante esos años de pastorado. De hecho, fue el pastor que más tiempo estuvo como tal, en nuestra congregación. Luego llegé a darme cuenta, que en la sociedad adventista del Oeste, él era admirado por su capacidad al trazar la doctrina adventista y por lo tanto, bastante consultado.
Mas, por lo que Dios tenía en mente, haría pasar a esta hermosa familia por el valle del menosprecio, para luego, dejarlos experimentar las llanuras del gozo.
Y sobre eso, en su momento, estaremos pasando.
En Cristo y en su sangre bendita.....Erskine.
Continuará, Dios mediante.
Copyright2010 Erskine