Re: Y el Señor nos dio un pastor según su corazón
"La Palabra de Dios, que acaba de proclamarse, nos hace remontar al pasado. Con el evangelista Marcos hemos regresado al origen mismo de la Iglesia y, en particular, al origen del ministerio de Pedro. Con los ojos del corazón hemos vuelto a ver al Señor Jesús, a cuya alabanza y gloria está totalmente orientado el acto que estamos realizando. Ha pronunciado palabras que han traído a la memoria la definición del romano pontífice que le gustaba a san Gregorio Magno: «Servus servorum Dei» [siervo de los siervos de Dios, ndt.]. De hecho, Jesús, al explicar a los doce apóstoles que deberían ejercer su autoridad de manera muy diferente a la de los «jefes de las naciones», resume esta modalidad con el estilo del servicio: «el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor (diákonos); y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos (aquí Jesús utiliza una palabra más fuerte, doulos)» (Marcos 10,43-44). La disponibilidad total y generosa para servir a los demás es el signo distintivo de quien, en la Iglesia, es constituido como autoridad, pues así sucedió con el Hijo del hombre, quien no «ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Marcos 10, 45). A pesar de ser Dios, es más, movido precisamente por su divinidad, asumió la forma de siervo --«formam servi»--, como explica admirablemente el himno a Cristo de la Carta a los Filipenses (Cf. 2, 6-7).
El primer «siervo de los siervos de Dios» es, por tanto, Jesús. Tras Él y unidos a Él, los apóstoles; y entre éstos, de manera especial, Pedro, a quien el Señor confío la responsabilidad de guiar su rebaño. La tarea del Papa consiste en ser el primer servidor de todos. El testimonio de esta actitud surge claramente de la primera lectura de esta liturgia, que nos vuelve a proponer la exhortación de Pedro a los «presbíteros» y a los ancianos de la comunidad (Cf. 1 Pedro 5, 1). Es una exhortación hecha con esa autoridad que tiene el apóstol por haber sido testigo de los sufrimientos de Cristo, Buen Pastor. Se percibe que las palabras de Pedro provienen de la experiencia personal del servicio al rebaño de Dios, pero antes aún se fundamentan en la experiencia del comportamiento de Jesús: en su manera de servir hasta el sacrificio de sí mismo, en su humillación hasta la muerte, y una muerte de cruz, confiando sólo en el Padre, que le exaltó en el momento oportuno. Pedro, como Pablo, quedó íntimamente «conquistado» por Cristo --«comprehensus sum a Christo Iesu» (Cf. Filipenses 3, 12)--, y como Pablo puede exhortar a los ancianos con plena autoridad, pues ya no es él quien vive, sino que es Cristo quien vive en él --«vivo autem iam non ego, vivit vero in me Christus» (Gálatas 2, 20)."
--«vivo autem iam non ego, vivit vero in me Christus» Y por eso puede hablar así como si fuera facil decir lo que dice y como lo dice.
Bendiciones. Inés
"La Palabra de Dios, que acaba de proclamarse, nos hace remontar al pasado. Con el evangelista Marcos hemos regresado al origen mismo de la Iglesia y, en particular, al origen del ministerio de Pedro. Con los ojos del corazón hemos vuelto a ver al Señor Jesús, a cuya alabanza y gloria está totalmente orientado el acto que estamos realizando. Ha pronunciado palabras que han traído a la memoria la definición del romano pontífice que le gustaba a san Gregorio Magno: «Servus servorum Dei» [siervo de los siervos de Dios, ndt.]. De hecho, Jesús, al explicar a los doce apóstoles que deberían ejercer su autoridad de manera muy diferente a la de los «jefes de las naciones», resume esta modalidad con el estilo del servicio: «el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor (diákonos); y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos (aquí Jesús utiliza una palabra más fuerte, doulos)» (Marcos 10,43-44). La disponibilidad total y generosa para servir a los demás es el signo distintivo de quien, en la Iglesia, es constituido como autoridad, pues así sucedió con el Hijo del hombre, quien no «ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Marcos 10, 45). A pesar de ser Dios, es más, movido precisamente por su divinidad, asumió la forma de siervo --«formam servi»--, como explica admirablemente el himno a Cristo de la Carta a los Filipenses (Cf. 2, 6-7).
El primer «siervo de los siervos de Dios» es, por tanto, Jesús. Tras Él y unidos a Él, los apóstoles; y entre éstos, de manera especial, Pedro, a quien el Señor confío la responsabilidad de guiar su rebaño. La tarea del Papa consiste en ser el primer servidor de todos. El testimonio de esta actitud surge claramente de la primera lectura de esta liturgia, que nos vuelve a proponer la exhortación de Pedro a los «presbíteros» y a los ancianos de la comunidad (Cf. 1 Pedro 5, 1). Es una exhortación hecha con esa autoridad que tiene el apóstol por haber sido testigo de los sufrimientos de Cristo, Buen Pastor. Se percibe que las palabras de Pedro provienen de la experiencia personal del servicio al rebaño de Dios, pero antes aún se fundamentan en la experiencia del comportamiento de Jesús: en su manera de servir hasta el sacrificio de sí mismo, en su humillación hasta la muerte, y una muerte de cruz, confiando sólo en el Padre, que le exaltó en el momento oportuno. Pedro, como Pablo, quedó íntimamente «conquistado» por Cristo --«comprehensus sum a Christo Iesu» (Cf. Filipenses 3, 12)--, y como Pablo puede exhortar a los ancianos con plena autoridad, pues ya no es él quien vive, sino que es Cristo quien vive en él --«vivo autem iam non ego, vivit vero in me Christus» (Gálatas 2, 20)."
--«vivo autem iam non ego, vivit vero in me Christus» Y por eso puede hablar así como si fuera facil decir lo que dice y como lo dice.
Bendiciones. Inés