Nuestro amor puede enfriarse y nuestra voluntad deteriorarse por el espectáculo de las deficiencias, la locura, aun los pecados de la Iglesia y*sus ministros [...] El “escándalo” a lo más es una ocasión de tentación,*como la indecencia lo es de la lujuria, a la que no hace, sino que la despierta.*
Resulta conveniente porque tiende a apartar los ojos de nosotros mismos*y de nuestros propios defectos para encontrar un chivo expiatorio. Pero*el acto de voluntad de la fe no es un momento único de decisión definitiva:*es un acto permanente indefinidamente repetido, es decir, un estado que*debe prolongarse, de modo que rezamos por la obtención de una “per-severancia definitiva”. La tentación de la “incredulidad” (que significa*realmente el rechazo de Nuestro Señor y Sus Demandas) está siempre*presente dentro de nosotros. Una parte nuestra anhela contar con una*excusa para que salga al exterior. Cuanto más fuerte es la tentación interior, más pronta y gravemente nos “escandalizarán” los demás. Creo que*soy tan sensible como tú (o cualquier otro cristiano) a los “escándalos”,*tanto del clero como de los laicos. He sufrido mucho en mi vida por*causa de sacerdotes estúpidos, cansados, obnubilados y aun malvados;*pero ahora sé lo bastante de mí como para ser consciente de que no debo*abandonar la Iglesia (que para mí significaría abandonar la alianza con*Nuestro Señor) por ninguno de esos motivos: debería abandonarla porque no creo o ya no creería aun cuando nunca hubiera conocido a nadie [con]*las órdenes que no fuera sabio y santo a la vez. Negaría el Santísimo Sa-cramento, es decir: llamaría a Dios un fraude en su propia cara. [...]
Exige una fantástica voluntad de incredulidad suponer que Jesús nun-
ca realmente “tuvo lugar” y más todavía para suponer que nunca dijo las*cosas que de El se han registrado, tan incapaz fue nadie en el mundo de*aquella época de “inventarlas”: tales como [“antes que Abraham fuese*yo soy”] (Juan, VIII); “El que me ha visto, ha visto al Padre” (Juan, IX),*o la promulgación del Santísimo Sacramento en Juan, V: [“el que come*mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”]. Por tanto, o bien debemos*creer en Él y atenernos a las consecuencias, o rechazarlo y atenernos a*las consecuencias. [...]
A mí me convence el derecho de Pedro, y mirando el mundo a nuestro alrededor no parece haber muchas dudas (si el Cristianismo es verdad) acerca de cuál sea la Verdadera Iglesia, el templo del Espíritu, agónico*pero vivo, corrupto pero sagrado, [autorreformante y resurgente]. [Sino*que] para mí esa Iglesia de la cual el Papa es la cabeza reconocida sobre*la tierra tiene como principal reclamo que es la que siempre ha defendido*(y defiende todavía) el Santísimo Sacramento, lo ha venerado en grado*sumo y lo ha puesto (como Cristo evidentemente lo quiso) en primer lugar. Lo último que encomendó a San Pedro fue “Alimenta mis ovejas”,*y como sus palabras deben siempre entenderse [primero] literalmente,*supongo que se refieren en primer término al Pan de la Vida (C., pp.393-395).
Tolkien