1ª Pe 3:18-22
Queridos hermanos:
Cristo murió una vez por nuestros pecados -siendo justo, padeció por los injustos- para llevarnos a Dios. Entregado a la muerte en su carne, fue vivificado en el Espíritu. Y entonces fue a hacer su anuncio a los espíritus que estaban prisioneros, a los que se resistieron a creer cuando Dios esperaba pacientemente, en los días en que Noé construía el arca. En ella, unos pocos -ocho en total- se salvaron a través del agua.
Todo esto es figura del bautismo, por el que ahora ustedes son salvados, el cual no consiste en la supresión de una mancha corporal, sino que es el compromiso con Dios de una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo, que está a la derecha de Dios, después de subir al cielo y de habérsele sometido los Angeles, las Dominaciones y las Potestades.
Marcos 1:12-15
El Espíritu lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían.
Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia.»
Reflexión
La vida humana y cristiana, reflejada en este tiempo de cuaresma, se presenta como un tiempo de constante conversión y cambio.
Este primer domingo, la Palabra de Dios nos habla de la “tentación”. La experiencia de sentirnos “tentados” o inducidos al mal es una experiencia cotidiana. El superarla exige un proceso de conversión.
El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús tentado por el Diablo en el desierto.
El desierto había sido para el pueblo, el lugar de la prueba. Allí quiso también ser probado Jesús, para salir victorioso y mostrarnos dos cosas:
· que la tentación es inevitable en nuestra vida y
· que debemos vencer –y esto es posible-, al tentador.
San Marcos, no detalla las distintas tentaciones, como san Mateo y san Lucas. Es que todas las tentaciones de Jesús durante su vida en realidad fueron una sola: “vivir una vida cómoda huyendo el camino de la cruz”
Pero el Señor, se mantuvo firme como Cordero de Dios y Servidor sufriente.
El “desierto”, es más que un lugar geográfico. El desierto es “ésta” nuestra vida transitoria, durante la cual contamos con las promesas de Dios, pero también debemos pasar por duras pruebas.
Dios llevó a su pueblo elegido primero por “el desierto”, para hacerlo entrar después en la Tierra prometida. El desierto fue el lugar de las pruebas purificadoras. En él nació el Pueblo de Dios. Allí Dios le dio a su pueblo los mandamientos, y selló su alianza con él.
Pero en ese camino de desierto, el pueblo desobedecía constantemente los mandamientos de Dios.
En Jesús, en cambio, el desierto es el lugar donde puede permanecer unido a su Padre. En la soledad, Jesús está a solas con Dios Padre.
El camino de Jesús por el desierto de este mundo, terminó en la victoria sobre el malo y sobre el mal. Jesús no cayó ante las tentaciones de Satanás. El Señor se mostró como el “más fuerte”.
Y esta lucha contra el enemigo de Dios, Satanás, Jesús la debe comenzar “enseguida”, después de salir del agua bautismal. No es un simple detalle gramatical que el texto diga: “lo llevó al desierto”.
¿A quién el Espíritu llevó?. A Jesús.
Este relato de san Marcos, -el relato de la tentación de Jesús- forma parte del relato de su Bautismo.
No había que perder tiempo para llevar a Satanás a la derrota. El mismo Espíritu Santo, que había descendido sobre el Señor al ser bautizado, inmediatamente lo empujó a enfrentarse con Satanás.
También a nosotros, el Bautismo “no” nos dispone para una vida tranquila y cómoda, sino más bien para una constante lucha contra el espíritu del mal.
Satanás significa “el que confunde”, el “padre de la mentira” y personifica todo lo que hay de malo y opuesto a Dios.
Cuando Dios nos visita, cuando nos da consuelos, es fácil ser diligentes, es fácil servirlo. Cuando Dios parece estar ausente y nos envía trabajos, es cuando verdaderamente se ve si “lo amamos”. Sólo cuando llueven tristezas y pesares sobre el alma, se ve la constancia de los que sirven a Dios.
En esos momentos, aparece frecuentemente la “tentación”.
Cuántas veces hemos pensado que “otras personas”, alejadas de Dios, parecen ser más mimadas por la suerte. Ahí, aparece la “tentación”.
En ese momento, tenemos que unirnos más al Señor, confiar en él, sentirnos más que nunca sus hijos predilectos, porque esas tentaciones, que aparecen como desaliento, como cansancio de que Dios no nos atienda..., son las señales de que el demonio “no nos posee”. Y como “no nos posee”, entonces va tras de nosotros con la tentación. Si nos poseyera, no nos atacaría.
Lo típico de la tentación es que “aparece como una propuesta buena”, de allí la dificultad de discernir y elegir. Debemos descartar la imagen ingenua de que el demonio en persona nos incite a hacer algo malo. En tal caso ni siquiera es una tentación, y no hay esfuerzo alguno en darse cuenta que es algo malo. Lo problemático de las “tentaciones” es su misma apariencia de camino de felicidad, de voluntad de Dios...
Y Dios..., consiente la tentación y la consiente, para su gloria y para nuestro bien, para que nos acerquemos más aún a Él.
El demonio, ataca, a los “amigos de Dios”, y ataca más aún a aquellos “amigos de Dios”, que pueden arrastrar con su caída a otros. Por eso las mayores tentaciones las reciben quienes tienen en sus manos cuidar los “valores” y la “fe” en nuestro mundo de hoy.
Por eso al comenzar esta cuaresma, la Iglesia nos invita a retomar nuestra conversión. Esa conversión, que es un proceso en el cual analizamos nuestra realidad personal y comunitaria y producimos las correcciones necesarias.
Es el tiempo de preguntarnos, qué quiere Dios para el mundo de hoy, para nuestra sociedad, para nuestra familia para nuestra vida personal.
Es un tiempo de oración, de unión más profunda con el Señor, para poder descubrir en nuestra vida lo que tenemos dentro nuestro y que “no es de Dios”.
Vamos a pedirle hoy al Señor, que nos ayude a descubrir, lo que no es suyo y rechazarlo.
Cristo “duerme” en nuestra barca, pero está. El demonio es un enemigo, pero vencido. Si le resistimos y hacemos frente, no puede nada con nosotros.
Dejado ya el descanso de la noche,
despierto en la alegría de tu amor,
concédeme tu luz que me ilumine
como ilumina el sol.
No sé lo que será del nuevo día
que entre luces y sombras viviré,
pero sé que si tu vienes conmigo,
no fallará mi fe.
Tal vez me esperen horas de desierto
amargas y sedientas, más yo sé
que, si vienes conmigo de camino,
jamás yo tendré sed.
Concédeme vivir esta jornada
en paz con mis hermanos y mi Dios,
al sentarnos los dos para la cena,
párteme el pan, Señor.
Recibe, Padre santo, nuestro ruego,
acoge por tu Hijo la oración
que fluye del Espíritu en el alma
que sabe de tu amor.
Amén.
(Himno de la Liturgia de las Horas)
Tomado de "Unos momentos"
Queridos hermanos:
Cristo murió una vez por nuestros pecados -siendo justo, padeció por los injustos- para llevarnos a Dios. Entregado a la muerte en su carne, fue vivificado en el Espíritu. Y entonces fue a hacer su anuncio a los espíritus que estaban prisioneros, a los que se resistieron a creer cuando Dios esperaba pacientemente, en los días en que Noé construía el arca. En ella, unos pocos -ocho en total- se salvaron a través del agua.
Todo esto es figura del bautismo, por el que ahora ustedes son salvados, el cual no consiste en la supresión de una mancha corporal, sino que es el compromiso con Dios de una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo, que está a la derecha de Dios, después de subir al cielo y de habérsele sometido los Angeles, las Dominaciones y las Potestades.
Marcos 1:12-15
El Espíritu lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían.
Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia.»
Reflexión
La vida humana y cristiana, reflejada en este tiempo de cuaresma, se presenta como un tiempo de constante conversión y cambio.
Este primer domingo, la Palabra de Dios nos habla de la “tentación”. La experiencia de sentirnos “tentados” o inducidos al mal es una experiencia cotidiana. El superarla exige un proceso de conversión.
El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús tentado por el Diablo en el desierto.
El desierto había sido para el pueblo, el lugar de la prueba. Allí quiso también ser probado Jesús, para salir victorioso y mostrarnos dos cosas:
· que la tentación es inevitable en nuestra vida y
· que debemos vencer –y esto es posible-, al tentador.
San Marcos, no detalla las distintas tentaciones, como san Mateo y san Lucas. Es que todas las tentaciones de Jesús durante su vida en realidad fueron una sola: “vivir una vida cómoda huyendo el camino de la cruz”
Pero el Señor, se mantuvo firme como Cordero de Dios y Servidor sufriente.
El “desierto”, es más que un lugar geográfico. El desierto es “ésta” nuestra vida transitoria, durante la cual contamos con las promesas de Dios, pero también debemos pasar por duras pruebas.
Dios llevó a su pueblo elegido primero por “el desierto”, para hacerlo entrar después en la Tierra prometida. El desierto fue el lugar de las pruebas purificadoras. En él nació el Pueblo de Dios. Allí Dios le dio a su pueblo los mandamientos, y selló su alianza con él.
Pero en ese camino de desierto, el pueblo desobedecía constantemente los mandamientos de Dios.
En Jesús, en cambio, el desierto es el lugar donde puede permanecer unido a su Padre. En la soledad, Jesús está a solas con Dios Padre.
El camino de Jesús por el desierto de este mundo, terminó en la victoria sobre el malo y sobre el mal. Jesús no cayó ante las tentaciones de Satanás. El Señor se mostró como el “más fuerte”.
Y esta lucha contra el enemigo de Dios, Satanás, Jesús la debe comenzar “enseguida”, después de salir del agua bautismal. No es un simple detalle gramatical que el texto diga: “lo llevó al desierto”.
¿A quién el Espíritu llevó?. A Jesús.
Este relato de san Marcos, -el relato de la tentación de Jesús- forma parte del relato de su Bautismo.
No había que perder tiempo para llevar a Satanás a la derrota. El mismo Espíritu Santo, que había descendido sobre el Señor al ser bautizado, inmediatamente lo empujó a enfrentarse con Satanás.
También a nosotros, el Bautismo “no” nos dispone para una vida tranquila y cómoda, sino más bien para una constante lucha contra el espíritu del mal.
Satanás significa “el que confunde”, el “padre de la mentira” y personifica todo lo que hay de malo y opuesto a Dios.
Cuando Dios nos visita, cuando nos da consuelos, es fácil ser diligentes, es fácil servirlo. Cuando Dios parece estar ausente y nos envía trabajos, es cuando verdaderamente se ve si “lo amamos”. Sólo cuando llueven tristezas y pesares sobre el alma, se ve la constancia de los que sirven a Dios.
En esos momentos, aparece frecuentemente la “tentación”.
Cuántas veces hemos pensado que “otras personas”, alejadas de Dios, parecen ser más mimadas por la suerte. Ahí, aparece la “tentación”.
En ese momento, tenemos que unirnos más al Señor, confiar en él, sentirnos más que nunca sus hijos predilectos, porque esas tentaciones, que aparecen como desaliento, como cansancio de que Dios no nos atienda..., son las señales de que el demonio “no nos posee”. Y como “no nos posee”, entonces va tras de nosotros con la tentación. Si nos poseyera, no nos atacaría.
Lo típico de la tentación es que “aparece como una propuesta buena”, de allí la dificultad de discernir y elegir. Debemos descartar la imagen ingenua de que el demonio en persona nos incite a hacer algo malo. En tal caso ni siquiera es una tentación, y no hay esfuerzo alguno en darse cuenta que es algo malo. Lo problemático de las “tentaciones” es su misma apariencia de camino de felicidad, de voluntad de Dios...
Y Dios..., consiente la tentación y la consiente, para su gloria y para nuestro bien, para que nos acerquemos más aún a Él.
El demonio, ataca, a los “amigos de Dios”, y ataca más aún a aquellos “amigos de Dios”, que pueden arrastrar con su caída a otros. Por eso las mayores tentaciones las reciben quienes tienen en sus manos cuidar los “valores” y la “fe” en nuestro mundo de hoy.
Por eso al comenzar esta cuaresma, la Iglesia nos invita a retomar nuestra conversión. Esa conversión, que es un proceso en el cual analizamos nuestra realidad personal y comunitaria y producimos las correcciones necesarias.
Es el tiempo de preguntarnos, qué quiere Dios para el mundo de hoy, para nuestra sociedad, para nuestra familia para nuestra vida personal.
Es un tiempo de oración, de unión más profunda con el Señor, para poder descubrir en nuestra vida lo que tenemos dentro nuestro y que “no es de Dios”.
Vamos a pedirle hoy al Señor, que nos ayude a descubrir, lo que no es suyo y rechazarlo.
Cristo “duerme” en nuestra barca, pero está. El demonio es un enemigo, pero vencido. Si le resistimos y hacemos frente, no puede nada con nosotros.
Dejado ya el descanso de la noche,
despierto en la alegría de tu amor,
concédeme tu luz que me ilumine
como ilumina el sol.
No sé lo que será del nuevo día
que entre luces y sombras viviré,
pero sé que si tu vienes conmigo,
no fallará mi fe.
Tal vez me esperen horas de desierto
amargas y sedientas, más yo sé
que, si vienes conmigo de camino,
jamás yo tendré sed.
Concédeme vivir esta jornada
en paz con mis hermanos y mi Dios,
al sentarnos los dos para la cena,
párteme el pan, Señor.
Recibe, Padre santo, nuestro ruego,
acoge por tu Hijo la oración
que fluye del Espíritu en el alma
que sabe de tu amor.
Amén.
(Himno de la Liturgia de las Horas)
Tomado de "Unos momentos"