http://eltiempo.terra.com.co/07-10-2001/reda111252.html
EL TIEMPO - UN ALTO EN EL CAMINO
¿Tercer secreto de Fátima?
Por Alfonso Llano Escobar, S.J.
¿Se aparece la Virgen? ¿Habla María? ¿Revela secretos? ¿Hay que creerlos?
Ya María Santísima, supuestamente, dejó los santuarios marianos -Guadalupe, Lourdes, Fátima y otros mil -, para aparecerse por Internet y amenazar con castigos eternos a creyentes y no creyentes. Así que, ¿a hacer penitencia y a rezar el rosario todos los días o, si no, a prepararnos para un castigo inminente?
Por favor, señoras y señores creyentes: ¡seamos serios¡ No juguemos con la fe, que es cosa seria. No hagamos el ridículo ante agnósticos, ateos y religiosos de otros credos y creencias; y, por supuesto, ante católicos maduros. Las fantasías de una monja de clausura, de 90 años de edad, no pueden convertirse en el nuevo evangelio que hay que creer, so pena de que nos caigan castigos divinos a granel, ni en el capítulo que les faltó a las profecías de Nostradamus. ¡Por favor! Más seriedad.
No permitan más tonterías, en nombre de la Iglesia. El fanatismo también ronda a la Iglesia Católica. Es hora de pronunciarse contra estos malentendidos y contra fenómenos parapsicológicos de una monja “vidente” de fantasías y quizás un poco ansiosa de notoriedad. El silencio puede ser interpretado como cómplice y como aprobación de supuestos mensajes de la Virgen, oportunidad de unos cuantos malos intérpretes de la Virgen María, que pueden pescar en el río revuelto de este funesto comienzo del siglo XXI. Profetizar desastres, en este momento, y atribuirlos fanáticamente a apariciones y supuestos castigos de Dios, es truco (¿inocente?) conocido de antaño. Y lo peor es que la imagen de la Iglesia rueda por los suelos. Es toda una patraña. Es la patraña del momento, que crece como bola de nieve; y no se puede permitir que ruede, porque embolata la fe de ingenuos y de crédulos. Y el peligro de fondo de esta vieja patraña es el posible desvío del eje de la fe cristiana.
Bien sabido es que todo el Nuevo Testamento se centra en la persona de Jesucristo, Salvador y único Redentor de la Humanidad, y se pretende desviar hacia María Santísima, haciendo veladamente del cristianismo (centrado en Cristo) un marianismo, vino tinto o celeste purpurino, centrado en María, olvidando que su mérito se concreta en haber creído que el hombre, que llevó en sus entrañas, era el Hijo de Dios. Olvidan los tales marianistas que la función principal de María, redimida por los méritos de su Hijo Jesucristo, no es emular los méritos y funciones de su Hijo Jesucristo, sino creer en él, y conducirnos, como Hija predilecta de la Iglesia (cf san Agustín, Breviario Vol. IV, ps 1528-9), hacia Cristo, alma y cabeza de la Iglesia.
Pero, replicará la vidente: “Es que se me apareció la Virgen María y me dijo esto y aquello, y que Dios va a castigar a los malos católicos y a condenar a los que no crean en su Hijo Jesucristo y no recen el rosario...Falso de toda falsedad. La revelación pública, lo sabemos de antaño, se terminó con el último Apóstol -la Apocalipsis de san Juan -, y el resto es privado y no obliga. Son meros aspavientos de mentes calenturientas y piadosas.
¿Qué son apariciones? Teológicamente hablando, se puede responder así: “se llaman apariciones las vivencias psíquicas en las que personas invisibles e inaudibles, como Jesús o María, a pesar de ser inaccesibles a la experiencia humana normal, se hacen perceptibles de una manera sobrenatural en la oración” . Son dos, pues, los elementos de una posible aparición de María: uno objetivo, que llamaremos 'influjo divino en su criatura' , no perceptible por ella, influjo al que sigue otro elemento o “respuesta subjetiva” formada por las fantasías y las características psicológicas del que ora y dice ver a Jesús o a María. No es necesario considerar este efecto sensible como creado por Dios. Suele ser obra de la persona.
Seamos claros: Jesús y María son seres gloriosos que carecen de corporeidad biológica como la nuestra, por lo que no pueden ser vistos ni oídos por nuestros sentidos. Se trata de dos seres espirituales y gloriosos, cuya presencia espiritual en la oración de los fieles es frecuente y, en ciertos casos especiales, tal presencia se suele 'amplificar' y objetivar dándole una realidad y unos mensajes que son más creación de los videntes que obra de Dios o de la Virgen María. La 'vidente' , con su imaginación, se encarga de dar cuerpo y figura a lo que ella llama aparición y mensaje de María, cuando en el fondo no lo es.
No sobra aclararle al católico que tales apariciones, en el caso de que fueran reconocidas por la autoridad eclesiástica, no pertenecen a la fe y no se requiere creer en ellas. Ni siquiera está obligado -el católico - a aceptar la experiencia espiritual de la vidente como tampoco los famosos secretos de Fátima, llámese primero, segundo o tercero. ¡Qué tal¡
Volvamos al credo, y mejor, a la persona central de la fe cristiana, Jesucristo, hijo de hombre e Hijo de Dios. Y sacudámonos todas las apariciones y sus mensajes.
Por lo demás, lo sabemos por el Evangelio: Dios no castiga. Las desgracias que nos suceden son efecto del mal uso de nuestra libertad.
EL TIEMPO - UN ALTO EN EL CAMINO
¿Tercer secreto de Fátima?
Por Alfonso Llano Escobar, S.J.
¿Se aparece la Virgen? ¿Habla María? ¿Revela secretos? ¿Hay que creerlos?
Ya María Santísima, supuestamente, dejó los santuarios marianos -Guadalupe, Lourdes, Fátima y otros mil -, para aparecerse por Internet y amenazar con castigos eternos a creyentes y no creyentes. Así que, ¿a hacer penitencia y a rezar el rosario todos los días o, si no, a prepararnos para un castigo inminente?
Por favor, señoras y señores creyentes: ¡seamos serios¡ No juguemos con la fe, que es cosa seria. No hagamos el ridículo ante agnósticos, ateos y religiosos de otros credos y creencias; y, por supuesto, ante católicos maduros. Las fantasías de una monja de clausura, de 90 años de edad, no pueden convertirse en el nuevo evangelio que hay que creer, so pena de que nos caigan castigos divinos a granel, ni en el capítulo que les faltó a las profecías de Nostradamus. ¡Por favor! Más seriedad.
No permitan más tonterías, en nombre de la Iglesia. El fanatismo también ronda a la Iglesia Católica. Es hora de pronunciarse contra estos malentendidos y contra fenómenos parapsicológicos de una monja “vidente” de fantasías y quizás un poco ansiosa de notoriedad. El silencio puede ser interpretado como cómplice y como aprobación de supuestos mensajes de la Virgen, oportunidad de unos cuantos malos intérpretes de la Virgen María, que pueden pescar en el río revuelto de este funesto comienzo del siglo XXI. Profetizar desastres, en este momento, y atribuirlos fanáticamente a apariciones y supuestos castigos de Dios, es truco (¿inocente?) conocido de antaño. Y lo peor es que la imagen de la Iglesia rueda por los suelos. Es toda una patraña. Es la patraña del momento, que crece como bola de nieve; y no se puede permitir que ruede, porque embolata la fe de ingenuos y de crédulos. Y el peligro de fondo de esta vieja patraña es el posible desvío del eje de la fe cristiana.
Bien sabido es que todo el Nuevo Testamento se centra en la persona de Jesucristo, Salvador y único Redentor de la Humanidad, y se pretende desviar hacia María Santísima, haciendo veladamente del cristianismo (centrado en Cristo) un marianismo, vino tinto o celeste purpurino, centrado en María, olvidando que su mérito se concreta en haber creído que el hombre, que llevó en sus entrañas, era el Hijo de Dios. Olvidan los tales marianistas que la función principal de María, redimida por los méritos de su Hijo Jesucristo, no es emular los méritos y funciones de su Hijo Jesucristo, sino creer en él, y conducirnos, como Hija predilecta de la Iglesia (cf san Agustín, Breviario Vol. IV, ps 1528-9), hacia Cristo, alma y cabeza de la Iglesia.
Pero, replicará la vidente: “Es que se me apareció la Virgen María y me dijo esto y aquello, y que Dios va a castigar a los malos católicos y a condenar a los que no crean en su Hijo Jesucristo y no recen el rosario...Falso de toda falsedad. La revelación pública, lo sabemos de antaño, se terminó con el último Apóstol -la Apocalipsis de san Juan -, y el resto es privado y no obliga. Son meros aspavientos de mentes calenturientas y piadosas.
¿Qué son apariciones? Teológicamente hablando, se puede responder así: “se llaman apariciones las vivencias psíquicas en las que personas invisibles e inaudibles, como Jesús o María, a pesar de ser inaccesibles a la experiencia humana normal, se hacen perceptibles de una manera sobrenatural en la oración” . Son dos, pues, los elementos de una posible aparición de María: uno objetivo, que llamaremos 'influjo divino en su criatura' , no perceptible por ella, influjo al que sigue otro elemento o “respuesta subjetiva” formada por las fantasías y las características psicológicas del que ora y dice ver a Jesús o a María. No es necesario considerar este efecto sensible como creado por Dios. Suele ser obra de la persona.
Seamos claros: Jesús y María son seres gloriosos que carecen de corporeidad biológica como la nuestra, por lo que no pueden ser vistos ni oídos por nuestros sentidos. Se trata de dos seres espirituales y gloriosos, cuya presencia espiritual en la oración de los fieles es frecuente y, en ciertos casos especiales, tal presencia se suele 'amplificar' y objetivar dándole una realidad y unos mensajes que son más creación de los videntes que obra de Dios o de la Virgen María. La 'vidente' , con su imaginación, se encarga de dar cuerpo y figura a lo que ella llama aparición y mensaje de María, cuando en el fondo no lo es.
No sobra aclararle al católico que tales apariciones, en el caso de que fueran reconocidas por la autoridad eclesiástica, no pertenecen a la fe y no se requiere creer en ellas. Ni siquiera está obligado -el católico - a aceptar la experiencia espiritual de la vidente como tampoco los famosos secretos de Fátima, llámese primero, segundo o tercero. ¡Qué tal¡
Volvamos al credo, y mejor, a la persona central de la fe cristiana, Jesucristo, hijo de hombre e Hijo de Dios. Y sacudámonos todas las apariciones y sus mensajes.
Por lo demás, lo sabemos por el Evangelio: Dios no castiga. Las desgracias que nos suceden son efecto del mal uso de nuestra libertad.