Originalmente enviado por Luis Fernando
Jetonius
Habría que ver a qué se le llama “muy temprano”. Según mostré en los comentarios iniciales de la presente apertura, el obispo romano Víctor no pudo imponer la costumbre romana a los orientales y, cuando pretendió excomulgarlos, acarreó sobre sí el desagrado generalizado de sus colegas y la reconvención de Ireneo, quien por otros conceptos era un admirador de la Iglesia de Roma. Y Víctor hubo de tragarse su enojo, pues no tenía autoridad para proceder como quería.
Luis:
Bien, pues vayamos con el asunto de Victor.
Por lo menos empezamos bien reconociendo una cosa evidente: Victor tenía intención de ejercer la primacía absoluta sobre la Iglesia.
Y Jetonius:
¿¿¿“Empezamos reconociendo”??? Por favor, habla por ti mismo.
Yo no he dicho, ni siquiera insinuado, que don Víctor pretendiese tener o ejercer la “primacía absoluta” sobre la Iglesia. Como ya he dicho, endilgarle tal pretensión a los primeros obispos monárquicos de Roma es un anacronismo tal vez debido a ingenuidad o ignorancia. Solamente dije que Víctor quiso excomulgar a los orientales (y no pudo
).
Luis
Algo es algo.
Y Jetonius:
En este caso, “algo” es
nada.
Luis
Hermanos católicos, fijaos que no deja de ser curioso el que cuando a un Obispo de Roma se le obedece, como fue el caso de Clemente, entonces se esgrime la excusa de que Clemente no quiso ejercer su primado, mientras que cuando a otro Papa, como es el caso de Victor, le desobedecen, siquiera parcialmente, entonces no tienen problemas en reconocer que sí quiso ejercer el primado.
Y Jetonius
Al parecer mi actualmente católico interlocutor no se cansa de tergiversar lo que digo. Decir que esgrimo como “excusa” que Clemente “no quiso ejercer su primado” presupone sin demostrar que poseía tal primado en primer lugar, lo cual, oh casualidad, es
precisamente lo que se discute. Y dado que, como ya he notado hasta el cansancio, en su larguísima exhortación el ilustre y santo Clemente no hace la más mínima apelación a su investidura, la hipótesis del primado cae por falta de evidencia.
En el caso de Víctor no se trata de que ejerciera un imaginario primado. Es más bien el caso de un obispo de una sede importante que se extralimitó en sus atribuciones, tal vez por un excesivo celo uniformista, pero más probablemente por circunstancias que detallo más abajo. De todos modos, creo que quedará claro que
Víctor carecía de autoridad para imponer ninguna práctica al resto de la iglesia; que encontró firme resistencia entre los obispos de Asia Menor; y que si la práctica finalmente se impuso de manera definitiva en Nicea (325) fue porque la mayoría de las comunidades de la Iglesia del siglo II, con la excepción notable de las citadas asiáticas, ya tenía esta costumbre como regla.
Luis
Bien, el asunto en cuestión era el siguiente:
Para la celebración de la Pascua había dos tradiciones distintas en el seno de la Iglesia. Victor quiso unificar ambas tradiciones y para ello mandó que se celebraran concilios locales para estudiar el asunto.
Bien.... ¿alguien le dijo a Victor que él no era quién para mandar que se celebraran esos sínodos episcopales fuera del ámbito territorial inmediato a Roma?
¡NO!!
Polícrates, obispo de Éfeso, que no fue precisamente uno de los que se sintieron muy felices con la decisión excomulgatoria de Victor, reconoce lo siguiente:
"Puedo mencionar los obispos que estaban presentes a los que convoqué por indicación tuya"
Por tanto, hermanos católicos, tenemos el primer hecho destacable de este asunto:
-El Obispo de Roma mandó que se celebraran concilios locales para tratar el tema y así se hizo
Segundo detalle. La decisión tomada en la mayoría de los sínodos celebrados fue la de seguir la Pascua según determinó el Obispo de Roma. No fue así con las diócesis de Asia, las cuales insistieron en seguir su propia costumbre. Entonces Victor se pilla un rebote de dimensiones considerables y decide excomulgarlos si no cambian de opinión. Ante una decisión así, ¿cuál fue la reacción de buena parte de la cristiandad?
Pedirle a Victor que reconsiderara su decisión. Pero, ¡¡OJO!!, nadie, ABSOLUTAMENTE NADIE utilizó el argumento de que Victor no tenía autoridad para hacer lo que quería hacer. Se dieron mil y unas razones para convencer a Victor pero entre ella no figuraba la de que "tú no estás bien de la cabeza porque para empezar no tienes autoridad para hacer lo que estás haciendo"
El propio Ireneo le ruega a Victor que no excomulge a los asíaticos por seguir sus propias tradiciones pero en ningún caso le hace la observación de que NO PUEDE hacerlo.
No es lo mismo pedirle a alguien que no haga algo para lo que tiene autoridad que decirle que no tiene autoridad para hacer ese algo. No es lo mismo decirle, "no lo hagas aunque puedas" que "no lo hagas porque además es que no puedes hacerlo".
Pero fijaos, hermanos católicos, si el propio Ireneo tenía claro la primacía romana que llegó a afirmar lo siguiente:
«Ad hane enim ecclesiam propter potentiorem principalitatem necesse est omnem convenire ecclesiam"
"Es NECESARIO que TODAS las iglesias concuerden con esta (ROMA) debido a su PREEMINENTE AUTORIDAD"
Más claro, agua
Ah, y otra cosa. El tiempo acabó dándole la razón a Victor en lo esencial de su petición y las iglesias de Asia acabaron celebrando la Pascua como el resto de la cristiandad.
Y Jetonius
Sobre el dicho de Ireneo que cita Luis fuera de contexto, parece que no ha reparado en que fue tratado por mí en la apertura de esta sección (página 1 de esta entrada).
Sobre el asunto de Víctor, es sin duda muy interesante la versión
alla romana de mi interlocutor católico. Es una lástima que según todo lo que conocemos, en los aspectos que conciernen al tema en discusión, no sea compatible con los hechos.
1. Ante todo, la costumbre de celebrar la Pascua el domingo siguiente al 14 de nisan, si bien probablemente no era la original, estaba muy difundida ya a fines del siglo II. En realidad,
en la mayoría de las Iglesias ya se celebraba de ese modo, excepto en Asia menor. Los cristianos asiáticos, basados en una tradición que Eusebio llama “muy antigua”, celebraban la pascua según el uso judío, el 14 de nisan. Pero, reitero, a fines del siglo II el resto no tenía esta costumbre, que algunos consideraban “judaizante” (así por ejemplo Hipólito de Roma, en sus
Philosophumena 8,11). Por lo tanto, no necesitaban que se les convenciera ni mucho menos que se les ordenara adaptarse al uso que era ya tradicional para ellos; visto lo cual no debe sorprender que la posición que ya en el tiempo de Víctor sostenían la mayoría de los obispos fuese promulgada como la práctica universal en Nicea. El tiempo no le dio la razón a Víctor más de lo que se la dio a Teófilo de Cesarea, Narciso de Jerusalén, Ireneo de Lyon, y tantos otros que observaban la Pascua en domingo.
2. Según Luis, “Victor quiso unificar ambas tradiciones y para ello mandó que se celebraran concilios locales para estudiar el asunto”. Esto es erróneo por partida doble. En primer lugar,
Víctor no quería unificar ambas tradiciones, sino extirpar la asiática a favor de la adoptada por la mayoría de las iglesias. En segundo lugar, Eusebio, que es la fuente primaria acerca de esta controversia pascual o cuartodecimana,
en modo alguno insinúa, ni mucho menos dice, que los sínodos que por entonces se reunieron para tratar el asunto en diversos lugares hubieran sido convocados por Víctor.
Por ese tiempo suscitóse una cuestión bastante grave ... Para tratar este punto hubo sínodos y reuniones de obispos, y todos unánimes, por medio de cartas, formularon para los fieles de todas partes un decreto eclesiástico: que nunca se celebre el misterio de la resurrección del Señor de entre los muertos otro día que en domingo, y que solamente en ese día guardemos la terminación de los ayunos pascuales.
Todavía se conserva hasta hoy un escrito de los que se reunieron por aquellas fechas en Palestina; los presidieron Teófilo, obispo de la iglesia de Cesarea, y Narciso, de la de Jerusalén. También sobre el mismo punto se conserva asimismo otro escrito de los reunidos en Roma, que muestra a Víctor como obispo; y también otro de los obispos del Ponto a los que presidía Palmas, que era el más antiguo, y otro de las iglesias de la Galia, de las que era obispo Ireneo.
Así como también las de Osroene y las demás ciudades de la región, y en particular de Baquilo, obispo de la iglesia de Corinto, y de muchos otros, todos los cuales, emitiendo un único e idéntico parecer y juicio, establecen la misma decisión.
Historia Eclesiástica V, 23:1-4
Aún si Víctor hubiese sido quien solicitó en primer lugar que se realizasen sínodos, ello no prueba nigún primado; más bien lo demostraría lo contrario, es decir, que
no podía imponer su voluntad y necesitaba del consenso del resto de los obispos.
Pero además, del relato de Eusebio
no se desprende en absoluto que los sínodos hayan sido iniciados por Víctor, ni siquiera de manera oficiosa. Y cuando Eusebio nombra los principales sínodos
pone en primer lugar los de Palestina bajo Teófilo y Narciso, y menciona varios otros además del presidido por Víctor. Es más, aunque el historiador dice con todas las letras que el escrito de Víctor se conservaba en su propia época,
omite citarlo, y en cambio sí cita en este asunto al asiático Polícrates, a Ireneo y, a favor de la posición mayoritaria, a obispos de
Palestina y Siria:
Los obispos de Palestina antes mencionados, Narciso y Teófilo, y con ellos Casio, obispo de la iglesia de Tiro, y Claro de la de Tolemaida, así como los que se habían reunido con éstos, dieron por menudo abundantes explicaciones acerca de la tradición sobre la Pascua, llegada hasta ellos por sucesión de los apóstoles, y al final de la carta añaden textualmente:
«Procurad que se envíe copia de nuestra carta a cada iglesia, para que no seamos responsables de los que, con gran facilidad, descarrían sus propias almas. Os manifestamos que en Alejandría celebran precisamente el mismo día que nosotros, pues entre ellos y nosotros se viene intercambiando correspondencia epistolar, de modo que nos es posible celebrar el día santo en consonancia y simultáneamente».
Historia Eclesiástica V, 25
Si bien no consta en absoluto, pues, que Víctor hubiese sido el promotor de aquellos sínodos, en cambio sí fue quien, conjuntamente con la Iglesia de Roma, solicitó la reunión de los obispos de Asia Menor, precisamente donde se hallaba concentrada la oposición. Y en este caso particular, he aquí que
la respuesta le fue adversa.
Luis pregunta retóricamente: “¿alguien le dijo a Victor que él no era quién para mandar que se celebraran esos sínodos episcopales fuera del ámbito territorial inmediato a Roma?”
La respuesta es que
no consta que haya “mandado” nada. En el caso de los asiáticos, como dije, los romanos con Víctor a la cabeza les solicitaron que se reuniesen; no hubieran podido ordenarlo. En su respuesta, Polícrates afirma que él y los demás asiáticos celebran intacto ese día, “sin añadir ni quitar nada”. Cita en su favor a Felipe, a Juan, a Policarpo, Traseas, Sagaris, Papirio, y Melitón, como también a siete de su propia familia que fueron obispos antes que él, y prosigue:
«Por lo tanto, hermanos, yo, con mis sesenta y cinco años en el Señor, que he conversado con hermanos procedentes de todo el mundo y que he recorrido toda la Sagrada Escritura, no me asusto de los que tratan de impresionarme, pues los que son mayores que yo han dicho: Hay que obedecer a Dios más que a los hombres» [¡Palabras de Pedro y los apóstoles! Hch 5:29 – J.].
Luego añade esto que dice sobre los obispos que estaban con él cuando escribía y eran de su misma opinión:
«Podría mencionar a los obispos que están conmigo, que vosotros me pedisteis que invitara y que yo invité. Si escribiera sus nombres, sería demasiado grande su número. Ellos, aun conociendo mi pequeñez, dieron su común asentimiento a mi carta, sabedores de que no en vano llevo mis canas, sino que siempre he vivido en Cristo Jesús».
Historia Eclesiástica V, 24: 7-8
Puede verse por lo que transcribe Eusebio que, aunque Víctor y Polícrates encabezan las respectivas comunidades, este último se dirige a los romanos
siempre en plural («hermanos», «vosotros») y no personalmente a Víctor. Y también que, lejos de tratarse de una “orden papal” , el punto de partida de la reunión de Polícrates y sus colegas fue un
pedido de los ministros de Roma. Obviamente, solicitar no es sinónimo de ordenar.
Habiendo pues precisado la participación de Víctor como uno de los protagonistas de la controversia, queda por tratar la razón de su fallido intento de excomulgar a los asiáticos y la naturaleza de la reacción de los demás obispos.
En cuanto a lo primero, en el pasaje citado de su
Historia Eclesiástica (IV, 24) , Eusebio simplemente anota la actitud de Víctor a la respuesta de Polícrates. No da ni sugiere ninguna causa de tal virulenta reacción.
La controversia cuartodecimana se había planteado ya antes, entre 150 y 155, cuando Policarpo de Esmirna trató el asunto en Roma con el obispo local, Aniceto. Ninguno pudo convencer al otro, pero no por ello rompieron la comunión. Más tarde, hacia 170, resurgió la controversia en Laodicea. En esta ocasión Melitón de Sardis defendió la práctica cuartodecimana y Apolinario de Sardis la posición opuesta. Sin embargo, la práctica divergente no había sido causa de seria división, y de hecho por lo que Ireneo le dice a Víctor, hacia fines del siglo II ambas tradiciones coexistían pacíficamente aún en Occidente (Eusebio,
Historia Eclesiástica V, 24: 11-17); según el obispo de Lyon, “el desacuerdo en el ayuno confirma el acuerdo en la fe”. Entonces, de nuevo, ¿por qué la posición intransigente de Víctor?
Si bien no es imposible que Víctor se creyese con algún derecho especial por ser el obispo de Roma, el mismo Eusebio nos da en otra parte una pista acerca de una probable motivación más concreta y urgente que explicaría el intento de excomunión de los cuartodecimanos.
En efecto, un poco antes en el mismo libro V de su
Historia Eclesiástica, Eusebio se refiere a los herejes montanistas de Asia y Frigia, y a continuación nos habla de otros de la misma laya:
[Del cisma de Blasto en Roma]
Los demás [herejes, cismáticos, falsos profetas – J] florecían en Roma. Los dirigía Florino, un rebotado del presbiterio de la Iglesia, y con él Blasto, que había tenido una caída similar. Estos arrastraron a muchos de la Iglesia y los sometieron a su voluntad, intentando uno y otro introducir novedades sobre la verdad, cada cual por su parte.
Historia Eclesiástica V, 15 ; negritas añadidas.
Eusebio no explica en qué consistía la herejía de Florino y de Blasto. Sin embargo, en la obra de Pseudo-Tertuliano
Contra todas las herejías (capítulo 8), el tal Blasto es acusado de judaizante:
Además de todos estos, está similarmente Blasto, quien introduciría subrepticiamente el judaísmo. Pues el dice que la pascua no ha de ser guardada de otro modo que acorde con la ley de Moisés, en el [día] decimocuarto del mes.
Por otra parte, Paciano en una epístola caracteriza a Blasto como montanista, hecho que ya es sugerido porque tanto Eusebio como el Pseudo-Tertuliano lo nombran ambos inmediatamente a continuación de Montano y sus secuaces. En cambio Florino era un gnóstico (
Historia Eclesiástica IV, 20); que se trataba de dos herejías diferentes lo confirma Eusebio al decir que
cada uno por su parte se esforzaba por introducir novedades. Y lo corrobora el hecho de que Ireneo les escribió a cada uno por separado: a Blasto una epístola
Sobre el Cisma y a Florino una
Sobre la monarquía (o sobre que Dios no es el autor del mal;
Historia Eclesiástica V, 20). Ahora bien, Eusebio menciona a ambos, Florino y Blasto, en el mismo párrafo, en razón de que ambos habían sido expulsados del presbiterio de la Iglesia de Roma, y de que fueron contemporáneos. Se sabe que Florino actuó cuando Víctor era obispo, por lo cual lo mismo debe de ser cierto para Blasto. Así, pues, Blasto era cismático, montanista, cuartodecimano, y estaba extraviando a
muchos en Roma, donde Víctor era obispo.
Por tanto, aquí tenemos una buena causa para la desmesurada reacción de Víctor contra los asiáticos, a saber, que tenía, por así decirlo, el enemigo en su propia casa. Si la Iglesia universal mostraba coincidencia en cuanto a la celebración de la Pascua, Víctor tendría un fuerte argumento contra Blasto y sus seguidores. Pero entonces se topó con la firme resistencia de los asiáticos, y frente a los sólidos argumentos de éstos quiso recurrir a la excomunión, nótese bien, “
de todos los hermanos de aquella región, sin excepción” (
Historia Eclesiástica V, 24:9).
Ahora veamos lo de la reacción de los demás obispos que, como Víctor, sostenían la costumbre de celebrar la Resurrección el domingo siguiente al 14 de Nisan.
Tal como la presenta Luis, tal reacción consistió en
“Pedirle a Victor que reconsiderara su decisión. Pero, ¡¡OJO!!, nadie, ABSOLUTAMENTE NADIE utilizó el argumento de que Victor no tenía autoridad para hacer lo que quería hacer. Se dieron mil y unas razones para convencer a Victor pero entre ella no figuraba la de que "tú no estás bien de la cabeza porque para empezar no tienes autoridad para hacer lo que estás haciendo"
Y Jetonius
Me encantaría saber cómo llegó Luis a esta conclusión (que nadie cuestionó la autoridad de Víctor). Su afirmación parece tanto más osada cuanto la única carta que transcribe Eusebio es la de Ireneo, que debe de haber sido una de las más suaves, pues dice Eusebio
E Ireneo, haciendo honor a su nombre [eirênaios = pacífico – J] , pacificador por el nombre y pr su mismo carácter, hacía estas y parecidas exhortaciones y servía de embajador a favor de la paz de las iglesias, pues trataba con correspondencia epistolar al mismo tiempo, no solamente con Víctor, sino también con muchos otros jefes de diferentes iglesias, acerca del problema debatido.
Historia Eclesiástica IV, 24: 18
Los argumentos de Ireneo fueron:
1. Que en su propia región se había mantenido la paz a pesar de las prácticas diferentes.
2. Que los antecesores de Víctor desde el tiempo de Sixto (hacia 120) había observado el domingo pero guardaban la paz con quienes seguían la práctica cuartodecimana.
3. Que nunca nadie fue rechazado por la práctica cuartodecimana.
4. Que siendo obispo Aniceto no solamente no se peleó con Policarpo, sino que incluso tuvo la deferencia de cederle al obispo de Esmirna la celebración de la eucaristía.
La cita de Ireneo concluye con las siguientes palabras: “y paz tenía la Iglesia toda, así los que observaban el día como los que no lo observaban”. Esto implica que era ahora Víctor quien estaba perturbando la paz con su intento de excomulgar a los asiáticos. Y el tiempo mostró que
no tuvo éxito en esto, hecho que es notado por el editor Argimiro Velasco Delgado: “La excomunión no surtió efecto, a juzgar por el término
peiratai (intentó), pero, según el texto, no es posible dudar que Víctor la decretó” (1:334, nota 369).
Ahora bien, hasta si se admite que lo más que hizo Ireneo fue acusar implícitamente al obispo romano de perturbar la paz, no es posible pensar que los demás obispos desconformes con el proceder de Víctor fuesen tan diplomáticos. En efecto, luego de mencionar la disconformidad, dice Eusebio que estos colegas “reconvienen a Víctor con bastante energía” según la versión de Velasco Delgado. No parece que reconvenir con bastante energía haya consistido en simplemente argumentar. Por lo demás, el buen traductor de la edición que cito ha sido más moderado aún que Ireneo al verter con extremadísima delicadeza la expresión griega
plêktikôteron kazaptomenôn tou Biktoros. En
Nicene and Post-Nicene Fathers, Second Series (1:243) se traduce con más exactitud “
sharply rebuking Victor”.
En efecto, el verbo griego
kazaptô es mucho más fuerte que una simple reconvención. En sentido militar, puede significar “atacar” o “echársele encima a alguien”; y en el contexto que nos ocupa, significa “increpar” o “reprochar con vehemencia” . Por si quedasen dudas, Eusebio le ha agregado el adverbio
plêktikôteron, que significa en este caso, “duramente”, “belicosamente”, como a los golpes (de
plêktikos, a golpes).
De modo que, aunque a los católicos les guste pensar lo contrario, es claro que Víctor fue increpado con dureza por sus colegas a causa de haber pretendido excomulgar a los orientales.
Jetonius:
Y en el siglo III los obispos africanos con Cipriano a la cabeza le dejaron bien claro a su colega romano que cada obispo debía juzgar los asuntos de su propia jurisdicción.
Luis:
Buen, no estaría mal que Jetonius nos pusiera el texto en el que se basa para afirmar tal cosa. Yo de momento, pondré lo que Cipriano escribió en una carta dirigida a Antoniano de Numidia:
"Me escribiste también que yo debería enviar a Cornelio (Obispo de Roma), nuestro colega, una copia de tu carta, para que el pudiera dejar a un lado cualquier ansiedad y supiera inmediatamente que TÚ ESTÁS EN COMUNIÓN CON ÉL, ES DECIR, CON LA IGLESIA CATÓLICA" (Carta de Cipriano a Antoniano, obispo de Numidia, 55)
¿Cómo lo veis hermanos católicos?
Estar en comunión con el Obispo de Roma era estar en comunión con la Iglesia Católica.
En esa misma carta Cipriano le cuenta a Antoniano cómo fue elegido Cornelio y comenta que la "silla sacerdotal" es "el lugar de Pedro"
Dejo más citas de Cipriano para después de que Jetonius nos haya copiado las que él tiene
Y Jetonius:
No sé como lo verán tus hermanos católicos. Supongo que dependerá de si tienen acceso a la carta y conocen algo del pensamiento de Cipriano. Si no es así, la impresión puede ser en extremo errónea, que creo que fue el propósito de la cita aislada en primer lugar.
Quien tenga interés en la verdad, deberá tener en cuenta que el trasfondo de esta epístola, como el de muchas otras de Cipriano, es el llamado cisma novaciano, producido en la Iglesia occidental a mediados del siglo III. Traduzco la siguiente información:
Novacianismo. Un cisma rigorista en la Iglesia de occidente, que surgió a partir de la persecución de[l emperador] Decio (249-250). Su líder, Novaciano, era un presbítero de Roma y el autor de una obra importante (y completamente ortodoxa) sobre la doctrina de la Trinidad. En su actitud hacia muchos cristianos que se habían mezclado involucrado con el paganismo durante la persecución, Novaciano se alineó al principio con Cipriano, obispo de Cartago, en relajar la excomunión vitalicia consecutiva a la defección. Más tarde, aparentemente por estar contrariado con la elección de Cornelio como Papa (251), se unió al partido rigorista, que deprecaba tales concesiones, y fue electo obispo rival de Roma. Las opiniones novacianistas fueron aprobadas por Antíoco pero rechazadas por Dionisio en Alejandría. Novaciano mismo sufrió el martirio bajo Valeriano en 257-258.
F.L. Cross, Ed.: The Oxford Dictionary of the Christian Church. London: Oxford University Press, 1958, p. 968.
En otras palabras, como consecuencia del cisma ocurrido en Roma, habia en esa ciudad un obispo legítimo (Cornelio), reconocido por los demás obispos en comunión y particularmente por Cipriano (véase su Epístola 41 [45 en la Edición de Oxford]) y uno cismático, o antipapa, es decir Novaciano. Cipriano había intercambiado abundante correspondencia con Cornelio y su Iglesia sobre el cisma de Novaciano (Epístolas 42-50 [ed. Oxford 46,47,49,50 – 54]).
Ahora bien, el motivo de la carta de la cual Luis extrajo una breve cita fue que el obispo de Numidia, Antoniano, había recibido cartas de Novaciano y se estaba inclinando hacia los cismáticos rigoristas. Por ello Cipriano escribe para confirmar a Antoniano en su posición inicial y para defender a Cornelio como el legítimo obispo de Roma.
Cipriano a Antoniano su hermano, salud. Recibí tus primeras cartas, queridísimo hermano, manteniendo firmemente la concordia del colegio sacerdotal, y adhiriéndose a la Iglesia Católica, en las cuales anunciabas que no guardabas comunión con Novaciano, sino que seguías mi consejo, y mantenían un común acuerdo con Cornelio, nuestro co-obispo [ahora sigue lo que citó Luis]. Me escribiste, más aún, que transmitiese una copia de aquellas mismas cartas a Cornelio nuestro colega, de modo que él pudiese dejar de lado toda ansiedad, y saber de inmediato que guardas comunión con él, es decir, con la Iglesia Católica.
Cipriano, Epistola 51 [55 Ed. Oxford]: 1
Más adelante, como dice Luis, Cipriano habla con mayor extensión de Cornelio, a quien llama “nuestro queridísimo hermano” . Habla de su valor en la persecución, subraya que no es un advenedizo sino un fiel ministro que había pasado por todos los oficios eclesiásticos antes de ser proclamado obispo, y que de hecho, la dignidad episcopal le fue impuesta contra su voluntad. También habla de la elección misma, lo que nos da una idea de cómo debían ser elegidos los obispos de Roma (y de otras partes) en el siglo III, cosa muy diferente a la práctica actual:
Y él fue hecho obispo por muchísimos de nuestros colegas que estaban entonces presentes en la ciudad de Roma ... Más aún, Cornelio fue hecho obispo por el juicio de Dios y de su Cristo, por el testimonio de casi todo el clero, por el voto de la gente que entonces estaba presente, y por la asamblea de ancianos sacerdotes y hombres buenos, cuando nadie lo había sido así antes que él, cuando el lugar de Fabián, esto es, cuando el lugar de Pedro y el grado del trono sacerdotal estaba vacante; el cual siendo ocupado por la voluntad de Dios, y establecido por el consentimiento de todos nosotros, quienquiera que ahora desee tornarse un obispo, debe necesariamente serlo hecho desde afuera; y no puede tener la ordenación de la Iglesia quien no mantiene la unidad de la Iglesia.
Cipriano, Epistola 51 [55 Ed. Oxford]: 8
Ahora puede entenderse mejor a qué se refiere Cipriano: si Antoniano hubiese establecido lazos de comunión con el obispo cismático, Novaciano, en lugar del legítimamente elegido, Cornelio, estaría con ello haciéndose cismático él mismo. Por el contrario, al mantener la comunión con Cornelio se conservaba dentro de la comunión universal o católica.
Que de esto se trata, y no de que Cipriano considerase a Cornelio como su superior jerárquico, lo muestra el hecho de que lo llama “nuestro co-obispo” y “nuestro colega”.
La misma carta da testimonio de que en cada congregación era el consenso de los miembros (por supuesto, con los pastores a la cabeza) y en la Iglesia universal el acuerdo de los obispos y no la primacía del obispo de Roma, lo que permitía establecer las decisiones:
Y de esto también escribí con gran extensión a Roma, al clero que todavía estaba actuando sin un obispo, y a los confesores, Máximo el presbítero, y el resto quienes entonces estaban encerrados en prisión, pero que ahora están en la Iglesia, reunidos con Cornelio. Puedes saber que escribí esto de la respuesta de ellos, pues en su carta escribieron así: “Sin embargo, lo que tú mismo has declarado en un asunto tan importante es satisfactorio para nosotros, que la paz de la Iglesia debe mantenerse ante todo; entonces, que en una asamblea para consejo sea reunida, con obispo, presbíteros, diáconos y confesores, así como con los laicos que permanecen fieles, tratásemos el asunto de los caídos” . Se añadió también –escribiendo entonces Novaciano, ... y suscribiendo el presbítero Moyses, entonces aún un confesor, pero ahora un mártir- que debía otorgarse la paz a los caídos que estaban enfermos y agonizantes. La cual carta fue enviada por todo el mundo, y llevada al conocimiento de todas las iglesias y de todos los hermanos.
Según, empero, con lo que antes había sido decidido, cuando la persecución fue suprimida, y hubo oportunidad de reunirse, un gran número de obispos, a quienes cuya fe y la divina protección nos había preservados en bienestar y seguridad, nos reunimos; y habiéndose traído a colación las Sagradas Escrituras de ambos lados, equilibramos la decisión con amplia moderación, de modo que ni se negase por completo la esperanza de comunión y paz a los caídos, no fuera que cayesen todavía más en la desesperación, y, porque la Iglesia estuviese cerrada para ellos, hubiese, como el mundo, vivir como gentiles; ni tampoco, por otra parte, se relajase la censura del Evangelio, de modo que se apresurasen precipitadamente a la comunión, pero que el arrepentimiento se retardase, y la clemencia paternal fuese penosamente despreciada, y los casos, y los deseos, y las necesidades de los individuos fuesen examinados, de acuerdo con lo que se contiene en un librito, que confío te haya llegado, en el cual los varios encabezamientos de nuestras decisiones fueron recopilados. Y para evitar que por ventura pudiese parecer insatisfactorio el número de obispos del África, también escribimos a Roma, a nuestro colega Cornelio, concerniente a esto, quién a su vez reuniendo un concilio con muchísimos obispos, concurrió en la misma opinión que habíamos sostenido, con igual gravedad y amplia moderación.
Concerniente a lo cual se ha hecho ahora necesario escribirte, para que puedas saber que nada he hecho a la ligera, sino que ... había puesto todo a la común determinación de nuestro concilio, y de hecho no me había comunicado con ninguno de los caídos todavía, en la medida en que había aún una apertura por la cual los caídos pudieran recibir no solamente perdón, sino también una corona. Sin embargo luego, como lo requería el acuerdo de nuestro colegio, y la ventaja de reunir la fraternidad toda junta, y de sanar su herida, me sometí a la exigencia de los tiempos, y pensé que debía proveerse para la seguridad de los muchos; y no retrocedo ahora de estas cosas que han sido una vez determinadas en nuestro concilio de común acuerdo, aunque muchas cosas sean ventiladas por las voces de muchos, y se profieran mentiras contra los sacerdotes de Dios de la boca del diablo, para romper la concordia de la unidad católica.
Cipriano, Epistola 51 [55 Ed. Oxford]: 5-7
De la cual carta, como de otros escritos de Cipriano, se ve que para la Iglesia católica o universal, cuya unidad él tanto valoraba, la validez de las decisiones dependía de que hubiese un consenso entre los obispos, cuantos más mejor. De hecho, en lugar de pedirle a Cornelio que certificase con su propia autoridad “papal” la decisión de los obispos africanos, le pide a su co-obispo, como le gusta llamarlo, que reúna al mayor número posible de colegas con el fin de darle plena validez a las conclusiones.
Finalmente, en la misma carta que Luis tan atinadamente ha traído a cuento, podemos ver que el obispo de Cartago no consideraba que unos obispos fuesen superiores en autoridad a otros:
Mientras permanezca el vínculo de la concordia, y persista el sacramento indiviso de la Iglesia Universal, cada obispo dispone y dirige sus propios actos, y deberá rendirle cuentas de sus propósitos al Señor.
Cipriano, Epistola 51 [55 Ed. Oxford]: 21 ; negritas añadidas.
Palabras que serían muy difíciles de entender si un obispo hubiese sido puesto por encima de todos los demás.
Suspendo aquí por el momento, pues no he podido avanzar más esta semana. Es muy fácil cuestionar una afirmación, en especial si apenas se lee la argumentación. Es mucho más difícil presentar la evidencia con seriedad y ecuanimidad, para peor en medio de mis muchas ocupaciones.
Pero confío en que lo hasta aquí presentado aclare algo el panorama tanto para católicos como para no católicos.
Bendiciones en Cristo,
Jetonius
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