En primer lugar aclaremos de qué somos o podemos ser salvos o salvados según el Nuevo Testamento. Para ello es necesario contextualizar cada caso en particular para saber a qué se hace referencia.
Se menciona, por ejemplo, el caso de personas que fueron “salvas” o salvadas de desastres naturales (Mt.8.24-25); otras fueron salvas o liberadas de enfermedades (Lc.8.43-48), de circunstancias adversas (Hch.27.42-43), de morir (Lc.6.9); también se habla de ser salvados o liberados del vigente sistema de cosas (“esta perversa generación” Hch.2.40). Jesucristo desea salvarnos de todo peligro pero no lo hace si nosotros lo rechazamos.
Dice en Efesios 2.8-9: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. También dice en Tito 3.4-7: “. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna”
Pero, ¿de qué clase de salvación nos habla en ambos lugares? Indudablemente, de nuestra culpabilidad ante el juicio divino, “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”(Ro.3.23-26). Nada ni nadie pudo ni puede haber hecho esta obra, porque “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch.4.12).
De lo que no pudimos ni podremos ser salvos es de la responsabilidad que asumimos como “colaboradores de Dios” para trabajar a favor de su gobierno o reino (1-Co.3.9; Col.4.11). Por eso se nos habla no sólo de arrepentimiento para perdón de los pecados, sino de conversión, para que vengan del Señor tiempos de refrigerio (Hch.3.19).Debemos ocuparnos de nuestra salvación (Fil.2.12).El autor de la epístola a los Hebreos nos amplía este concepto: cuando dice: “Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así. Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún”.
Donde dice que “no por obras para que nadie se gloríe”, se añade: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Ef.2.8-10). De igual manera, donde se dice que “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tit.3.5), también se nos aclara: “Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres. Pero evita las cuestiones necias, y genealogías, y contenciones, y discusiones acerca de la ley; porque son vanas y sin provecho” (Tit.3.8-9). Claramente se nos enseña que debemos acoger aquellas cosas que sean “buenas y útiles”, en tanto que debemos desechar aquellas que son “vanas y sin provecho”.
La condición requerida para poner por obra la justicia y los principios soberanos de este gobierno es vivir en comunidad real. Esto significa, en consonancia con lo prescrito en Segunda de Corintios 6.14, no hacer compromisos de asociación con los incrédulos. Por el contrario, esto debe ser hecho con los demás miembros de la familia de la fe, “para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan”. Todo esto sucede en la medida en que ponemos en práctica iniciativas de carácter personal y comunitario con los demás miembros de la familia de la fe, para mejorar las condiciones de vida de los creyentes en todos sus aspectos.
Los líderes o creyentes regulares que por ignorancia, rebeldía o egoísmo no promuevan o se integren a programas o proyectos de beneficio común, nunca podrán participar como conviene de las buenas obras producidas por la solidaridad y el amor que fue derramado en nuestros corazones; porque una de las disposiciones de este “nuevo régimen del Espíritu” (Ro.7.6) es lo que determina la ley de Cristo, que ordena: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros” (Gá.6.2)”. “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil.2.4). “Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios” (He.13.16).
Queda claro, pues, que podemos ser salvos no sólo del infierno después de nuestra muerte física, sino también de los males propios de nuestra vida presente, tales como el desamor, el egoísmo y la indolencia, porque “todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, POR MEDIO DE NOSOTROS, para la gloria de Dios” (2-C0.1.20). “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Stg.2.24).
Si lo que afirmo no es verdad, por favor déjemelo saber, pero con argumentos.
Fuente: http://elreinodeDiosenmarcha.blogspot.com
Se menciona, por ejemplo, el caso de personas que fueron “salvas” o salvadas de desastres naturales (Mt.8.24-25); otras fueron salvas o liberadas de enfermedades (Lc.8.43-48), de circunstancias adversas (Hch.27.42-43), de morir (Lc.6.9); también se habla de ser salvados o liberados del vigente sistema de cosas (“esta perversa generación” Hch.2.40). Jesucristo desea salvarnos de todo peligro pero no lo hace si nosotros lo rechazamos.
Dice en Efesios 2.8-9: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. También dice en Tito 3.4-7: “. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna”
Pero, ¿de qué clase de salvación nos habla en ambos lugares? Indudablemente, de nuestra culpabilidad ante el juicio divino, “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”(Ro.3.23-26). Nada ni nadie pudo ni puede haber hecho esta obra, porque “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch.4.12).
De lo que no pudimos ni podremos ser salvos es de la responsabilidad que asumimos como “colaboradores de Dios” para trabajar a favor de su gobierno o reino (1-Co.3.9; Col.4.11). Por eso se nos habla no sólo de arrepentimiento para perdón de los pecados, sino de conversión, para que vengan del Señor tiempos de refrigerio (Hch.3.19).Debemos ocuparnos de nuestra salvación (Fil.2.12).El autor de la epístola a los Hebreos nos amplía este concepto: cuando dice: “Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así. Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún”.
Donde dice que “no por obras para que nadie se gloríe”, se añade: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Ef.2.8-10). De igual manera, donde se dice que “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tit.3.5), también se nos aclara: “Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres. Pero evita las cuestiones necias, y genealogías, y contenciones, y discusiones acerca de la ley; porque son vanas y sin provecho” (Tit.3.8-9). Claramente se nos enseña que debemos acoger aquellas cosas que sean “buenas y útiles”, en tanto que debemos desechar aquellas que son “vanas y sin provecho”.
La condición requerida para poner por obra la justicia y los principios soberanos de este gobierno es vivir en comunidad real. Esto significa, en consonancia con lo prescrito en Segunda de Corintios 6.14, no hacer compromisos de asociación con los incrédulos. Por el contrario, esto debe ser hecho con los demás miembros de la familia de la fe, “para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan”. Todo esto sucede en la medida en que ponemos en práctica iniciativas de carácter personal y comunitario con los demás miembros de la familia de la fe, para mejorar las condiciones de vida de los creyentes en todos sus aspectos.
Los líderes o creyentes regulares que por ignorancia, rebeldía o egoísmo no promuevan o se integren a programas o proyectos de beneficio común, nunca podrán participar como conviene de las buenas obras producidas por la solidaridad y el amor que fue derramado en nuestros corazones; porque una de las disposiciones de este “nuevo régimen del Espíritu” (Ro.7.6) es lo que determina la ley de Cristo, que ordena: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros” (Gá.6.2)”. “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil.2.4). “Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios” (He.13.16).
Queda claro, pues, que podemos ser salvos no sólo del infierno después de nuestra muerte física, sino también de los males propios de nuestra vida presente, tales como el desamor, el egoísmo y la indolencia, porque “todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, POR MEDIO DE NOSOTROS, para la gloria de Dios” (2-C0.1.20). “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Stg.2.24).
Si lo que afirmo no es verdad, por favor déjemelo saber, pero con argumentos.
Fuente: http://elreinodeDiosenmarcha.blogspot.com