San Pablo es el Apóstol de la libertad cristiana. Mas para San Pablo, la libertad no es el libertinaje ni la anarquía. A la libertad de la carne opone el Apóstol la ley del Espíritu y del amor; y la libertad social o de acción la refrena o modera con el principio de autoridad eclesiástica, principalmente con el primado de San Pedro. Otra libertad reclaman para sí los protestantes, con mayor obstinación que ninguna otra: la del libre examen, que por natural evolución ha degenerado en la moderna libertad de pensamiento. Sin duda que los protestantes, los conservadores por lo menos, limitan o moderan esta libertad de pensar acatando el magisterio escrito de la Biblia. Pero semejante magisterio escrito, al ser sometido al libre examen, resulta ineficaz e irrisorio. Al interpretar la Biblia según su criterio personal, hacen decir a la Biblia lo que ellos quieren, y, en definitiva, piensan como se les antoja. El verdadero freno moderador de la libertad de pensar en materias religiosas no es ni puede ser otro que la autoridad doctrinal, el magisterio viviente instituido por el mismo Jesucristo. Este magisterio oral y externo se hizo para los protestantes un yugo insoportable, como contrario a la libertad cristiana de pensar.
Y, sin embargo, este yugo lo impuso Jesucristo sobre las cervices de cuantos generosamente se resolviesen a dar fe a su palabra y aceptar su autoridad y su doctrina. Y este yugo lo proclama también y lo impone el Apóstol de la libertad en la misma Carta magna de la libertad cristiana, la Epístola a los Gálatas. Vamos a demostrarlo.
Comencemos por una razón que podemos llamar de experiencia.
San Pablo proclama enérgicamente la unidad o unicidad del Evangelio.. Me maravillo ‑dice‑ de que tan de repente os paséis... a un Evangelio diferente, que... no es otro [Evangelio], sino que hay algunos que os revuelven y pretenden trastornar el Evangelio de Cristo (Gál. 1,6‑7). Y este Evangelio único de Jesucristo es inmutable e intangible; intentar tocarlo o modificarlo es profanarlo y destruirlo sacrílegamente. Por eso prosigue el Apóstol: Aun cuando nosotros o un ángel [bajado] del cielo os anuncie un Evangelio fuera del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes lo tenemos dicho, ahora también lo digo de nuevo: Si alguno os anuncia un Evangelio diferente del que recibisteis, sea anatema (Gál. 1,8‑9). Es que el Evangelio no es un mensaje amorfo, que reciba su determinación o significación concreta de la interpretación subjetiva que se le quiera dar, sino que tiene su verdad objetiva y determinada, a la cual hay que someter la inteligencia. Por esto dos veces habla San Pablo de la verdad del Evangelio (Gál. 2,5; 2,14). Por esto también deben los fieles estar o ponerse de acuerdo sobre la inteligencia del Evangelio, como lo significa el mismo Apóstol, cuando escribe: Confío de vosotros en el Señor que no pensaréis de otra manera de como os tengo dicho (Gál. 5,10; cf. 6,16). Esta unidad y verdad intangible, con la consiguiente conformidad en el pensar, la posee el Evangelio por razón de su origen divino. Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio predicado por mí no es conforme al gusto de los hombres; pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo (Gál. 1,11‑12; cf. 1,16). Los hombres no tienen derecho a desfigurar el Evangelio de Dios.
Tales son los principios doctrinales establecidos por San Pablo. Ahora con estos principios comparemos los hechos.
Por ahora podemos conceder o permitir a los protestantes que el Evangelio de que habla San Pablo se contiene íntegramente en las Escrituras del Nuevo Testamento. Podríamos también conceder, sin dificultad, que en el terreno abstracto de las ideas este Evangelio escrito, uniformemente interpretado, pudiera consiguientemente ser para los fieles principio de uniformidad en el pensar y sentir. Pero, decimos, de hecho ni lo ha sido ni lo es. Es, por tanto, el Evangelio escrito insuficiente para crear o mantener la unidad doctrinal que preconiza el Apóstol. Si Dios, pues, quiso, como evidentemente lo quiso, asegurar la verdad del Evangelio, debió instituir en la Iglesia un magisterio no escrito, esto es, un magisterio viviente y oral. Examinemos a fondo esta razón.
Nos concederán los protestantes que el Evangelio escrito no lo destinó Dios para que fuese entretenimiento de ociosos, ni menos campo de batalla donde se librasen sangrientos combates teológicos que desgarrasen la unidad de la fe, sino para que fuese criterio de verdad y norma de vida eterna para todos los hombres de buena voluntad. Ahora bien: estos designios de Dios jamás se han realizado, siempre se han frustrado; cuando el Evangelio escrito ha sido sometido al libre examen, ha sido aislado del magisterio oral y viviente de la Iglesia. Ahí está para comprobar este hecho el testimonio de la Historia. Ya los Padres de los primeros siglos notaron que todos los herejes pretendían fundar en la Escritura los más disparatados errores, contrarios unos de otros. Y, sin ir tan lejos, ahí esta la historia del protestantismo, antiguo y moderno, que, buscando en solo el Evangelio escrito la doctrina revelada, ha venido a parar en muchos puntos capitales a soluciones contradictorias. Es clásico el ejemplo de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Apelando igualmente al testimonio de la Biblia, Lutero la admitía, Calvino y Zwinglio la negaban. Este fenómeno, constantemente repetido en la Historia, demuestra a todas luces que el Evangelio escrito no podía ser en los planes de Dios el único magisterio que El dejaba a los hombres para conocer la verdad de su divina revelación. A no ser que digamos que Dios ignoraba el resultado de su obra o se complacía en dejar a la pobre humanidad un magisterio ambiguo y enigmático.
En conclusión: el Evangelio escrito, aislado del magisterio viviente, es enigmático y lleva fatalmente a la contradicción y a la discordia; completado por el magisterio oral, es luminoso y lleva suavemente a la concordia y a la unidad. ¿Cuál de estas dos hipótesis es más digna de Dios? ¿Cuál salva mejor el honor de la divina Escritura? San Pablo, a lo menos, que tan ardientemente deseaba y recomendaba la unidad de la fe, no podía imaginar un Evangelio que llevase necesariamente a la contradicción y a la discordia.
Mas no tenemos necesidad de apelar a la lógica para deducir de los principios establecidos por San Pablo la necesidad del magisterio oral, cuando él mismo lo acredita e inculca. Por de pronto, el Evangelio de Cristo, cuya verdad quiere sostener a todo trance, es el Evangelio anunciado a los Gálatas por la predicación oral. Seis veces en la Epístola emplea el Apóstol el verbo evangelizar y siete veces el sustantivo Evangelio. Ahora bien: tanto el sustantivo como el verbo no se refieren, ni una sola vez, exclusiva o preferentemente, al Evangelio escrito, y muchas veces, por no decir siempre, se refieren clara y exclusivamente a la predicación oral; como cuando dice: El Evangelio predicado por mí no es conforme al gusto de los hombres (Gál. 1,11). El Evangelio anunciado por el Apóstol a los Gálatas anteriormente a la Epístola, la primera y la única que les escribió, no puede ser sino el Evangelio oral. Oral era también el Evangelio que poco después menciona: Les expuse el Evangelio que predico entre los gentiles (Gál. 2,2). Cuando San Pablo, hacia el ano 50, exponía a los apóstoles de Jerusalén su Evangelio, no había escrito ninguna de sus cartas (cf. Gál. 1,6; 1,7, 2,5; 2,7; 2,14; 1,8‑9; 1,16; 1,23). Más explícitamente aún alude al Evangelio oral cuando escribe: Sabéis que a causa de una enfermedad de la carne os anuncié la primera vez el Evangelio (Gál. 4,13). Esta importancia y relieve que da San Pablo al Evangelio oral prueba evidentemente no sólo la existencia del magisterio viviente, sino también que el magisterio oral era para el Apóstol el medio normal y ordinario de anunciar el Evangelio. ¿Y dónde después ha dicho San Pablo, ni otro alguno de los escritores inspirados, que, una vez escritos los libros del Nuevo Testamento, éstos suplantaban y abrogaban el magisterio vivo, empleado hasta entonces ordinariamente?
De los textos en que San Pablo, sin emplear la palabra Evangelio, enaltece la predicación oral, sólo citaremos algunos que tienen especial significación.
Después de reproducir, resumido, el discurso de Antioquía, apostrofa así el Apóstol a los Gálatas: ¡Oh insensatos Gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, ante cuyos ojos fue exhibida la figura de Jesucristo clavado en cruz? (Gál. 3,1). Estas palabras tan expresivas muestran que en la predicación oral declaraba el Apóstol con tal viveza y plenitud la palabra de la cruz (1 Cor. 1,18), el misterio de la redención, que parecía trasladar a los oyentes al Calvario para hacerles presenciar la crucifixión y muerte de Jesucristo por los pecados de los hombres. Semejantes visiones de los misterios divinos, ¿perdían su valor y debían olvidarse una vez se escribieran los libros del Nuevo Testamento? Al refrescar su recuerdo, ¿no propone más bien el Apóstol que se conserven y se transmitan a las generaciones sucesivas? ¿Y qué otra cosa es la tradición oral, que los protestantes condenan y los católicos veneran?
Habiendo enumerado las obras de la carne, concluye San Pablo: Os prevengo, como ya os previne, que los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios (Gál. 5,21). Aquí el magisterio escrito reproduce y confirma el magisterio oral, el cual, según esta declaración del Apóstol, tiene su valor propio, y lo tendría aun cuando no hubiera sido confirmado Por el magisterio escrito.
Al magisterio oral y oído atribuye exclusivamente San Pablo las efusiones del Espíritu Santo sobre los fieles de Galacia. Dos veces les pregunta: Esto sólo quiero saber de vosotros: ¿recibisteis el Espíritu en virtud de las obras de la ley o bien por la fe que habéis oído?... El que os suministra, pues, el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, [hace eso] en virtud de las prácticas de la ley o bien por la fe que habéis oído? (Gál. 3,2‑5). La fe oída no debía ser anulada por la palabra de Dios escrita; debía subsistir al lado de ésta y podía ser transmitida a otros. De nuevo la tradición oral.
Pretenden los protestantes que el único magisterio auténtico de Dios es el escrito; los textos aducidos hasta aquí demuestran, por el contrario, que también el magisterio oral es en la Iglesia (con las debidas condiciones, claro está) magisterio auténtico de Dios. Mas no se contenta San Pablo con atestiguar y acreditar la legitimidad de entrambos magisterios; declara, además, que el magisterio escrito es secundario respecto del oral, que es el principal. Después de agotar todos los recursos de su persuasiva elocuencia, ya terriblemente acerba y sacudida, ya inefablemente blanda y halagadora, no satisfecho de haber expresado fielmente su pensamiento o temeroso de no ser comprendido por los Gálatas, les dice por fin: Quisiera ahora hallarme presente entre vosotros y variar [los tonos de] mi voz, pues no sé qué hacerme con vosotros (Gál. 4,20). Como quien dice: la palabra escrita es incapaz de reproducir fielmente el pensamiento; y, aun cuando lo fuese, yo no sé la impresión que os va causando cada una de las cosas que os voy escribiendo; si os hablase cara a cara, daría yo a mi voz tonos y vibraciones que os revelarían los sentimientos íntimos de mi corazón, y a medida que viese la impresión que os hacían mis palabras, os diría esto o aquello, y os lo diría de este modo o del otro, con tono imperativo o con voz insinuante y amorosa.
Reflexionemos unos instantes sobre esta declaración del Apóstol.
A ser posible, en vez de apelar al lenguaje muerto de una carta, San Pablo hubiera preferido hallarse personalmente entre los fieles de Galacia y hablarles de viva voz. Apela al recurso de la carta, porque entonces le era imposible ir a Galacia; apela al magisterio escrito, porque le era entonces imposible el magisterio oral; redacta una carta inspirada en sustitución y como suplemento de la predicación o enseñanza oral. Este hecho significativo manifiesta que en la propaganda y defensa del Evangelio, el medio primario, normal y ordinario es el magisterio viviente, es la enseñanza oral. Y esta economía de la primitiva predicación evangélica no ha sido modificada; subsiste y subsistirá perpetuamente en la Iglesia de Jesucristo. Y esto por dos razones importantísimas. Porque, primeramente, este cambio de economía o de procedimientos, como cosa tan esencial y de tan graves consecuencias, debería haberse notificado o promulgado con claridad inequívoca; más aún, dentro de los principios protestantes, debería constar en la Escritura. Ahora bien: semejante cambio de economía o de táctica en la predicación del Evangelio no se nos ha intimado ni insinuado ni en la Escritura ni en ninguna otra parte. Subsiste, por tanto, no sólo la legitimidad, sino también la preponderancia del magisterio oral sobre el escrito. Además, en vida de los apóstoles era posible el magisterio escrito, divinamente inspirado, que subsanase la falta o la imposibilidad del magisterio oral; muertos los apóstoles, cesó ya este recurso suplementario. Luego el magisterio oral, necesario en tiempo de los apóstoles, lo es mucho más después de su muerte.
Otra consecuencia importantísima se desprende de la declaración del Apóstol y de todo el tenor de la Epístola a los Gálatas. Sin los manejos de los judaizantes, y sin la imposibilidad de ir entonces el Apóstol a Galacia, no se hubiera escrito jamás esta Epístola. Esto demuestra el origen circunstancial y el carácter ocasional de la Epístola a los Gálatas, y lo mismo pudiéramos decir de muchos y aun de todos los escritos del Nuevo Testamento. Los protestantes se revuelven contra los católicos, y aun nos tratan de sacrílegos, porque señalamos el carácter ocasional de muchos escritos neotestamentarios. Pero la historia de estos escritos y las declaraciones mismas de sus autores inspirados no dejan lugar a duda sobre la verdad de este hecho capital. Ahora bien: si esto es así, como lo es, ¿podrán hacernos creer jamás los protestantes que escritos ocasionales y accidentales constituyen el único magisterio divino, ni siquiera el primario o principal? O si no, que lo prueben, y que lo prueben por la Escritura, y que lo prueben con toda evidencia, como exige la gravedad del caso.
Otra lección importantísima nos suministra la Epístola a los Gálatas. El Apóstol había predicado en Galacia, y, a lo que parece, dos veces (Gál. 4,13), y les había expuesto con toda amplitud principalmente el misterio de la redención. A pesar de ello, bastaron las pérfidas insinuaciones de unos intrusos y falsos hermanos para hacer vacilar o poner en grave riesgo la fe de los Gálatas, precisamente en la eficacia de la redención de Cristo. Estas perversas sugestiones de falsos apóstoles empeñados en trastornar el Evangelio de Cristo (Gál. 1,7), con el consiguiente escándalo y peligro de los fieles, ¿no habían de repetirse en la Iglesia después de la muerte de los apóstoles? Ahí está la historia de las herejías. Y, en medio de esas crisis, ¿debía quedar la Iglesia desprovista de una autoridad doctrinal que desenmascarase a los falsos apóstoles y sostuviese la fe vacilante de los fieles? Dicen, sin duda, los protestantes que en la Escritura se halla ya fijada definitivamente la doctrina de los apóstoles y la verdad revelada, y que a su luz pueden desenmascararse y refutarse todas las herejías. ¿De veras? ¿Es que olvidan los protestantes que precisamente en la Escritura se apoyaban, generalmente, los herejes ‑los que ellos, si son cristianos, deben calificar de herejes‑ para sostener sus herejías? Se presenta, por ejemplo, Arrio, y con aquel texto de San Pablo que llama a Jesucristo primogénito de toda la creación (Col. 1,15) pretende negar la divinidad del Salvador. Hay, sin duda, en la Escritura numerosos textos que demuestran la divinidad de Jesucristo; mas también hay otros que parecen desconocerla. Si no existe en la Iglesia otro magisterio divino auténtico fuera de la Escritura, entregada al libre examen de cada uno, deben los fieles, para mantener la incolumidad de su fe, entregarse al estudio de todos los pasajes de la Escritura relativos a la divinidad de Jesucristo, comparando entre sí escrupulosamente los textos, a primera vista discordantes, para armonizarlos y sacar en limpio la verdad revelada. Y semejante estudio, hoy día sobre todo, cuando son desconocidas para la inmensa mayoría de los fieles las lenguas originales de la Escritura, ¿cuántos fieles son capaces de hacerlo por sí mismos? ¿Y la fe de la gran mayoría de la Iglesia ha de depender de la inteligencia personal de la Escritura, tan erizada de dificultades espinosísimas, expuesta, además, a las pérfidas sugestiones de los falsos apóstoles, más hábiles, por desgracia, generalmente que los hijos de la luz? Y, sobre todo, ¿dónde se dice en la Escritura que éste sea el medio, y medio único, de hallar y de mantener la fe?
No salgamos de la Epístola a los Gálatas. Es proverbial la enorme dificultad exegética de esta Epístola, de estilo entrecortado, tembloroso, palpitante. Y no son mucho más fáciles, ni lo eran cuando fueron escritas, según el testimonio de San Pedro (2 Pe 3,16), las demás Epístolas de San Pablo. ¿Y es de creer que semejantes escritos, en que tropiezan a cada paso los exegetas de oficio, sean para la universalidad de los fieles el magisterio principal, definitivo y único de Dios? ¿Es que los hombres sencillos e incultos, aquellos precisamente a quienes, según la palabra de Jesucristo (Mt. 11,25), revela sus misterios el Padre celestial, han de quedar excluidos del reino de Dios? Credat Iudaeus Apella. Los católicos sentimos más altamente de la bondadosa providencia de Dios, que ha puesto al alcance de todo hombre de buena voluntad, por medio del magisterio viviente, a todos asequible, el conocimiento de la verdad revelada en toda su pureza e integridad, inasequible para la inmensa mayoría de los hombres, si no para todos, en el estudio personal de la Escritura.
Otro carácter de la Epístola a los Gálatas, y de otras epístolas de San Pablo, por no decir todas, es su tono polémico y batallador, y, consiguientemente, apasionado. Ahora bien: nadie ignora que en las discusiones acaloradas, aun cuando se desee sinceramente defender la verdad, es natural y necesario dar a las verdades negadas por el adversario un relieve que no se le daría en la exposición sosegada de la verdad. A este mayor relieve de una parte de la verdad se añade el dejar, como en la sombra, la otra parte, admitida por el contrincante. ¿Y quién dudará que esta manera, legítima ciertamente en las controversias, de proponer la verdad puede dar pie a torcidas inteligencias? Y una enseñanza necesariamente fragmentaria y abultada de la verdad, expuesta por añadidura a fatales equivocaciones, ¿puede ser el magisterio definitivo y, menos, único de Dios a la generalidad de los hombres? Imposible creerlo.
Otras consideraciones aun podríamos hacer valer; pero no hay por que insistir más en cosa tan clara, que solos los prejuicios, la parcialidad y la pasión han podido enturbiar. Un pormenor no queremos omitir, por cuanto se refiere a la libertad cristiana. Escribe el Apóstol: ¿Cómo os tornáis de nuevo a los rudimentos impotentes y miserables, a los cuales de nuevo queréis otra vez servir como esclavos? ¡Andáis observando los días, los meses, las estaciones, los años! (Gál. 4,9‑10). Con estas palabras pretenden los protestantes desacreditar, si no los dogmas, por lo menos ciertas prácticas de la devoción católica basadas en el ritmo de los días, fiestas, etc. Permítasenos aquí una breve digresión, no del todo ajena a nuestro objeto, sobre una denominación en particular, los adventistas del séptimo día. Esta secta, o cúmulo de sectas, tiene como uno de sus dogmas fundamentales y característicos el solemnizar el sábado en vez del domingo. Aplicando, aunque mal en este caso, el principio protestante de que, rechazada toda tradición, hay que atenerse estrictamente a lo que dice la Escritura, puesto que en la Escritura se manda celebrar el sábado, y este precepto, según ellos, en ninguna parte de la misma Escritura ha sido abolido, queda en pleno vigor el mandamiento de la ley y, en consecuencia, hay que celebrar no el domingo, sino el sábado. Notemos de paso el curioso fenómeno de este protestantismo judaizante. Los que tanto odio mostraron contra los judíos, los que tan duramente impugnaron a la Iglesia Romana por haber, según ellos, reincidido en el judaísmo, ahora condenan una práctica tan cristiana como es la celebración del domingo para abrazar otra práctica tan esencial y característicamente judaica como es la celebración del sábado. Contra éstos, que no contra los católicos, recae aquella sentida querella de San Pablo, que se refiere precisamente a las fiestas Judaicas: ¡Andáis observando los días, los meses, las estaciones, los años! (Gál. 4,10). Celebrar fiestas judaicas con espíritu judaico, esto es lo que se opone a la libertad cristiana, preconizada por el Apóstol; no el celebrar fiestas cristianas con espíritu cristiano, esto es, con libertad de espíritu, sin esclavizarse a la práctica externa y sin sombra de superstición.
Escribe el Apóstol: Hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la [esposa] libre. Cristo nos ha libertado para [que gocemos de] la libertad, Manteneos, pues, firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud (Gál. 4,31‑5,1; cf. 1,4; 2,4; 4,1‑30; 5,13; 5,18; etc.). Los católicos acatamos reverentes y acogernos regocijados esta palabra de Dios y este beneficio de Jesucristo. Somos libres, y nos gozamos de vivir en libertad. Mas no por esto olvidamos aquellas otras palabras del mismo Apóstol: Vosotros habéis sido llamados a la libertad, hermanos; solamente no [toméis] esa libertad como pretexto para [soltar las riendas a] la carne, sino que por la caridad os habéis de hacer esclavos los unos de los otros (Gál. 5,13). Juntamente con la libertad admitimos los frenos con los cuales ha querido Dios moderarla o limitarla. Por esto, si rechazamos, como manda el Apóstol, el yugo de la ley mosaica, en cambio nos sometemos gustosos, como manda el mismo Apóstol, al yugo suave de la ley de Cristo (Gál. 6,2); y si admitimos el valor justificante de la fe, nos sometemos igualmente a los ritos sacramentales como instrumentos de justificación. Por esto también, si, rescatados con el precio de la sangre de Jesucristo, tenemos a gloria no hacernos esclavos de los hombres (1 Cor. 7,23), acatamos, empero, la autoridad divina de Jesucristo, así en su persona como en la de los representantes suyos que El ha dejado en su lugar en la Iglesia. Por esto, finalmente, si admitimos el magisterio divino de la Escritura, junto con la unción interna del Espíritu Santo (1 Jn. 2,20; 2,27), admitimos también como auténticamente divino el magisterio viviente y oral que Jesucristo ha instituido en su Iglesia. Si recibimos de Jesucristo el don precioso de la libertad, no es razón rechazar los frenos con que El ha querido moderarla o limitarla. Estos frenos moderadores, la ley de Cristo, los sacramentos, la autoridad y el magisterio de la Iglesia, el mismo Apóstol de la libertad los preconiza en su Carta magna de la libertad cristiana. Al fin, con ellos no nos sometemos a los hombres, sino al mismo Dios. Y someterse a Dios, ser esclavo de Dios, es condición necesaria y complemento de la verdadera libertad, de la libertad cristiana.
Es por todos conocido el hecho que tantas religiones y movimientos religiosos evangélicos veneran las Sagradas Escrituras con una reverencia y amor encomiables. De ellos, creo yo, bien pueden aprender tantos católicos que, por un motivo u otro, no llevan a la practica aquellas palabras del último Concilio Universal de la Iglesia, a saber, el Concilio Vaticano II, cuando nos enseña que "es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual… Los fieles deben tener fácil acceso a la Sagrada Escritura" (DV 21 y 22).
Ahora bien, también es conocido por todos el rechazo que estos hermanos nuestros manifiestan, en general, por todo aquello que no se contiene explícita o, al menos, implícitamente en las Sagradas Escrituras.
Es decir, coincidimos con estos hermanos nuestros en el amor y la veneración a las Sagradas Escrituras, pero diferimos cuando ellos dicen que solo aquello que se encuentra en las Sagradas Escrituras es digno de ser tomado como mensaje cierto de Dios para nuestra salvación. El católico afirma que la Palabra de Dios escrita se contiene, si, exclusivamente en las Sagradas Escrituras, pero que la Palabra de Dios no es solo aquella que se puso por escrito en las Escrituras, sino que la Palabra de Dios excede las Escrituras: la prueba esta en que Jesús, el gran revelador del Padre, "hizo y dijo muchas otras cosas que no se encuentran escritas en este libro", y que, obviamente, podemos considerar como Palabra de Dios, aunque no escrita, sino oral. Esta Palabra de Dios trasmitida por Jesús y los Apóstoles oral y literalmente es llamada técnicamente Tradición, escrita aquí a propósito con mayúscula, para diferenciarla de lo que entendemos habitualmente por "tradiciones", es decir, costumbres de origen más o menos desconocido que se van repitiendo de generación en generación, y cuya sola autoridad es "que así se hace", y basta. Semejantes "tradiciones", cuando son de carácter religioso, pueden ser buenas o malas, pueden cambiar o permanecer, pueden aumentar o disminuir, pueden desaparecer.
La Tradición (con mayúsculas) de la Iglesia tiene su origen en Jesucristo y los Apóstoles y se entrega de generación en generación por medio de la predicación y la celebración de los misterios de salvación, bajo la guía del Espíritu Santo. La palabra "tradición", como se sabe, viene del latín "tradere", que significa "entregar". En este sentido las Sagradas Escrituras son parte de la Tradición que hemos recibido de nuestros antepasados en la fe; es decir, la Biblia es un mensaje que ha sido "entregado" de generación en generación, bajo la guía del Espíritu Santo.
Pero, según hemos dicho, los cristianos así llamados "evangélicos" niegan que debamos prestar oído a cualquier otra "Tradición" que no sea esta Tradición escrita, o sea la Biblia. La Iglesia Católica, en cambio, sostiene que aquella Sagrada Tradición (o "enseñanza de salvación entregada") que debemos mantener y conservar es más amplia que la Sagrada Escritura, y, digámoslo desde ya, no se opone a ella ni la contradice, ya que se trata de una misma Tradición que se "entrega" bajo dos formas distintas: escrita y oral. Creo que no hay mejor manera de decirlo que como lo dijo el mismo San Pablo: "hermanos: estad firmes y mantened las tradiciones que habéis recibido como enseñanza ya sea de palabra ya sea por nuestras cartas" (2 Tes. 2,15). Algunas traducciones de este pasaje, dicho sea de paso, vierten la palabra del texto original "paradoseis" como "doctrinas", lo cual es perfectamente licito en caso de no tratarse de una traducción tendenciosa: no se debe olvidar que la palabra "paradosis" significa inequívocamente "tradición" (al margen del significado de "traición", "arresto" que no aplica aquí), de la raíz verbal "para-didomi", y que es la misma palabra que usa Jesús al decirle a los fariseos: "Así habéis invalidado la palabra de Dios por causa de vuestra tradición (paradosis)".
Como se ve, la palabra "tradición" puede ser tomada como sinónimo de la doctrina de Jesús y de los apóstoles y también como sinónimo de las doctrinas de los fariseos o de sus antepasados. En una palabra, el termino "tradición" puede usarse en un sentido positivo y también en un sentido más peyorativo, de donde no tiene lugar el escandalizarse cuando en la Iglesia se habla de Tradición, como hablaba San Pablo. (En 2 Tes 3,6 también se usa el termino griego "paradosin", que, otra vez, en algunas versiones españolas se traduce como "doctrinas": "…conforme a las doctrinas que recibieron de nuestra parte" - Reina de Valera -; también vale aquí lo que dijimos para 2,13: si, podemos traducir "paradosin" como "doctrina", pero no perdamos de vista que lo que dice el texto original es: "…conforme a la tradición que recibieron de nuestra parte"; podríamos agregar que el texto de Mt 15,3 y 6, donde tenemos en el original la misma palabra que en 2 Tes 3,6, es decir, "paradosin", es traducido por casi todas la versiones españolas - incluso la Reina de Valera - como "tradiciones". Nos preguntamos: ¿porqué no traducir aquí "paradosin" como "doctrinas", como se traduce 2 Tes 3,6, que hace referencia a una realidad similar - enseñanzas, tradiciones, doctrinas -? Ciertamente la sospecha de imparcialidad de la traducción no es del todo infundada: parecería que cuando el termino "paradosin" aparece para indicar la enseñanza de Jesús o de los Apóstoles se lo traduce como "doctrinas", mientras cuando se trata de las enseñanzas y preceptos humanos de los judíos se lo traduce como "tradiciones". Repetimos una vez más que, si bien el traductor puede elegir los sinónimos que él crea conveniente, sin embargo en este caso me parece que se cumple el dicho "traduttore tradittore", pues puede llevar a los lectores sencillos a pensar que "tradición" es una suerte de "mala palabra" que hace alusión a las tradiciones humanas, en contra de la doctrina de Jesús, cuando de hecho en el texto original se trata de una misma palabra, la cual cobra su valor positivo o negativo según el "contenido" de la mencionada tradición. Sin embargo no es tanto sobre cuestiones de exégesis que quería atraer la atención del lector, sino más bien sobre cuestiones de historia de la doctrina cristiana en sus primeros pasos, apenas recibido el Espíritu Santo en Pentecostés.
Es un hecho obvio y aun registrado en las Sagradas Escrituras que "hay muchas otras cosas que hizo Jesús que, si se escribieran una por una, pienso que no cabrían ni aun en el mundo los libros que se habrían de escribir" (Jn 21,25). Jesús pasó los años de su vida publica predicando y obrando el bien, cosa que luego hicieron también los Apóstoles del Señor, que son considerados por todas las iglesias cristianas como fuentes de la Revelación, es decir, la Revelación publica del misterio de Jesucristo culmina con la muerte del ultimo de los Apóstoles, que fue Juan.
Nadie puede decir basado en ningún texto bíblico que los autores de los textos del Nuevo Testamento quisieron limitar la enseñanza de Jesús o de los Apóstoles a lo que ellos estaban escribiendo. O puesto de otra manera, ni a Mateo, ni a Marcos, ni a Lucas, ni a Juan, ni a Pedro, ni a Pablo, ni a Santiago, ni a Judas ni a ningún otro que haya podido formar parte de los autores del Nuevo Testamento jamás se les ocurrió poner por escrito todo lo que Jesús enseñó, pues eso hubiese sido algo de nunca acabar, como lo dice Juan (21,25). Jesús tampoco les había mandado escribir nada. Ni siquiera todos los Apóstoles escribieron algo, sino solo cinco, alguno de los cuales escribieron apenas dos o tres paginas (ver la carta de Judas, o de Santiago; de Pedro tenemos dos cartas).
Jesús, sin embargo, les dio a sus Apóstoles el mandamiento de ir por todo el mundo anunciando el Evangelio a toda la creación, "enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" (Mt. 28,20). Los Apóstoles y también los otros discípulos del Señor, una vez recibido el Espíritu Consolador, cumplieron con lo que el Señor les había ordenado y predicaron día y noche, aun a precio de su Sangre, lo que ellos habían "visto y oído" acerca de Jesús. Ahora bien, como queda claro los Apóstoles hicieron esto predicando, es decir, entregando oralmente el misterio de la Salvación, ya que, como dijimos, solo algunos de los Apóstoles, pasado ya mucho tiempo de predicación, y sin pretender resumir en sus escritos aquel "todo" que Jesús les había mandado (ver arriba la cita de Mt. 28,20) escribieron algo de lo que predicaban (notemos que muchos de los escritos del Nuevo Testamento son cartas circunstanciales). Con esto queremos decir que:
A ninguno de los Apóstoles se le ocurrió jamás limitar las enseñanzas de Jesús a lo que estaban escribiendo en ese momento;
La comunidad cristiana del comienzo no se fundó sobre los escritos del Nuevo Testamento, sino sobre la enseñanza oral de los Apóstoles y discípulos del Señor;
Miles de cristianos de la primitiva Iglesia nunca leyeron ningún texto del Nuevo Testamento.
¿Podríamos concluir de esto que la comunidad de los primeros cristianos no conocía la Palabra de Dios? Claro que no. La conocía y muy bien, pero para ellos (y para muchas iglesias particulares durante siglos) la Palabra de Dios fue entregada de manera oral, al menos en su casi totalidad.
He sentido decir por ahí que, llegado el tiempo, Dios hizo que se pusiesen por escrito las enseñanzas evangélicas, para que no fuesen tergiversadas por el correr de los años; hoy debemos quedarnos con lo que quedó escrito, que sin duda no contiene error, todo lo demás es peligroso, poco confiable.
Con respecto a esto digamos que tal afirmación queda aun por demostrarse: no se basa en ningún mandamiento - al menos que conozcamos - del Señor, ni en ninguna decisión de algún Concilio de la Iglesia (como por ejemplo el Concilio de Jerusalén, en Hch. 15, donde la Iglesia decide cuestiones que iban apareciendo y sobre las cuales Jesús, aparentemente, no había dejado una norma clara de comportamiento). Es decir, la afirmación de que "Dios, viendo que algunas doctrinas corrían el riesgo de irse desviando, nos da los escritos del Nuevo Testamento" puede sonar muy bien para alguno, pero a menos que conozcamos los pensamientos de Dios directamente, no la podemos defender con ningún dato ni histórico ni bíblico, es una hipótesis. Yo podría decir, como hipótesis, que no, que ese no fue el pensamiento de Dios, que ese no fue el motivo por el cual aparecieron los escritos del Nuevo Testamento, y ¿quién me podría decir que me equivoco?.
Sobre este punto podríamos aducir otros aspectos, pero no es lo que más nos concierne ahora.
Dejamos por asentado, pues, que Jesús y los Apóstoles dijeron e hicieron muchísimo más de lo que esta escrito, y que en la vida de los apóstoles se dieron hechos importantes que no quedaron por escrito (¿o acaso alguien puede pensar que la labor de los Doce se limita a lo poco que el libro de los Hechos de los Apóstoles relata, casi exclusivamente, sobre Pedro y Pablo?). Y dejamos por asentado también que si alguno piensa que lo único importante para nosotros es lo que quedo escrito, ese pensamiento no es ni bíblico - no esta en ninguna parte en la Biblia, ni siquiera insinuado, más bien al contrario; ni es tampoco histórico - nunca nadie pensó así hasta los últimos siglos de nuestra era.
Ahora bien, supongamos que en la comunidad cristiana del comienzo sucede un hecho que no quedó por escrito, y pongamos ya mismo un ejemplo para hacer la cuestión más practica y entendible: digamos que la Madre del Señor, conocida y querida por todos los Apóstoles, que había estado junto a Jesús durante toda su vida, llegado el día determinado por Dios murió, y que cuando fue visitada en su tumba por algunas personas, digamos para los ritos propios de los funerales judíos, se encontraron con que su cuerpo no estaba más. Este hecho, que los católicos toman por una "enseñanza entregada", una "Tradición" con mayúscula (la Asunción de la Virgen), lo tomamos acá pura y exclusivamente como una suposición, ya que, según hemos visto, ciertamente sucedieron cosas que no quedaron por escrito.
En este supuesto caso, y en todos los demás casos que ciertamente ocurrieron, es decir, en los miles de hechos acaecidos durante la vida de Jesús y de los Apóstoles, y en la extensísima enseñanza de Jesús y los Apóstoles que no quedó por escrito (que "no cabrían en el mundo los libros que se escribiesen" Jn 21,25) ¿qué cosa debía hacer la Iglesia, es decir, la comunidad de creyentes? ¿Olvidarse? ¿Porqué debía olvidarse, si su misión era precisamente transmitir todo lo que ellos habían visto y oído? ¿En qué momento de la historia de la Iglesia se tomó la decisión de "olvidar" los eventos que los autores sagrados no habían dejado por escrito?
Que debe hacer un creyente del siglo XX al leer 2 Tes 2,13-15?
"...así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta."
¿Basado en qué principio debo decir ahora que aquello que se enseñó "de viva voz" hay que olvidarlo y quedarse solo con lo que se entrego "por carta"?
¿No se dio cuenta San Pablo de lo "peligroso" que era decir que había que obedecer las tradiciones orales…?
* * *
Los católicos, por su parte, siguen manteniendo que hay que conservar ambas doctrinas, la que fue entregada por carta y la que fue entregada oralmente por los pastores de la Iglesia; "ambas" doctrinas que son una misma doctrina comunicada por distintos canales, pero que se complementan, se perfeccionan, se explican mutuamente. Así era en el comienzo y ellos no ven porqué ahora deban limitar la enseñanza a lo que quedo escrito. Si Dios así lo enseñase, por ejemplo a través de alguno de los Apóstoles, entonces habría que aceptarlo con gusto. Pero, como dijimos, no existe ningún motivo que nos permita pensar razonablemente que ahora debemos dejar de prestar atención a la Tradición oral.
¿En que consiste esa Tradición? En todo el mensaje evangélico de salvación que predicó la Iglesia comenzando con los Apóstoles a lo largo de los siglos a través de sus pastores, quienes deben predicar a toda la creación, "enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado; y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo", aun desaparecidos ya los Apóstoles del Señor, como por ejemplo en el siglo XX… También hoy Jesús esta con aquellos a los cuales los Apóstoles imponían las manos, obispos, presbíteros y diáconos (1 Tim 5:22; Tito 1,7; Fil 1,1), que tienen la obligación de predicar en nombre de Jesús, de tal modo que "quien a vosotros oye a mi me oye, y quien a vosotros rechaza a mi me rechaza, y rechaza a aquel que me envío" (Lc 10:16). Pero ese ya es otro tema, que con gusto trataremos, si Dios quiere, en otro escrito.
Querido hermano evangélico que me has leído hasta este punto: te agradezco tu interés y paciencia, que hablan bien de tu empeño por la verdad que nos hará libres a ti y a mi. Te pido que reflexiones estas cosas, porque son asuntos importantes, de vida eterna. Te agradecería enormemente me envíes alguna línea de respuesta a estos interrogantes que te he planteado, o sobre algún otro tema sobre el que estés profundizando, o alguna traducción que quieras corroborar, etc. Gracias a Dios puedo leer (¡al menos intentarlo!) los textos originales en hebreo y griego, y te puedo ayudar. Tengo un solo interés: hacerte el bien.
Los Reformadores Protestantes decían que la Biblia es la única fuente de las verdades de la fe, y que para entender su mensaje había tan solo que leer las palabras del texto. Es lo que se llama la teoría protestante de la sola scriptura, o en español "solamente la Biblia". Según esta teoría, ninguna autoridad no bíblica puede imponer una interpretación, y ninguna institución extrabíblica -por ejemplo la Iglesia- ha sido establecida por Jesucristo para hacer las veces de árbitro en caso de conflictos de interpretación.
Como buenos herederos de los Reformadores, las sectas fundamentalistas trabajan sobre la base de esta teoría, y no pierden oportunidad para sacar a relucir su principio, que por otro lado parecería ser su arma mas efectiva, algo que ellos aceptan como el fundamento indiscutible de sus puntos de vista.
Sin embargo, no hay cosa más difícil en el diálogo con los fundamentalistas que querer hacerlos demostrar porqué creen ellos en el principio de que la Biblia solamente, separada de toda otra fuente de autoridad, sea suficiente en cuestiones de fe. La cuestión se reduce a saber cuál es el motivo que un Fundamentalista tiene para creer que la Biblia es un libro inspirado, pues es obvio que ella puede tomarse como regla de fe solamente en el caso que pueda ser comprobada su inspiración, y por ende su inerrancia.
Claro que se trata de una cuestión que no preocupa demasiado a la mayoría de los cristianos, y ciertamente son pocos los que le ha brindado atención alguna vez. En general se cree en la Biblia porque es el libro aceptado por todos los cristianos, cuya autoridad no se discute; aún vivimos en tiempos en los que los principios cristianos influyen en la cultura y en el medio en el que vive la mayoría de la gente.
Un cristiano tibio que no daría ni la más mínima credibilidad al Corán, pensaría dos veces antes de hablar mal de la Biblia, ya que esta goza de cierto prestigio, aún cuando no pueda explicarla ni entenderla demasiado. Podría decirse que esa persona acepta la Biblia como inspirada -cualquiera sea su entendimiento de la inspiración- por razones de tipo cultural, razones que, sin duda, son de escaso o ningún valor, ya que por las mismas razones el Corán debería ser tenido como inspirado en países de cultura musulmana.
"Para mí es motivo suficiente"
Dígase lo mismo ante quien sostiene que la familia en la que uno vino al mundo siempre tuvo la Biblia como libro inspirado, y "para mí eso basta". Sería un buen motivo solamente para aquel que no pueda hacer un trabajo de reflexión serio, y no debemos nunca despreciar una fe sencilla, sostenida sobre fundamentos más bien débiles. Pero sea como sea, la mera costumbre familiar o local no puede establecerse como la base para creer en la inspiración divina de la Sagrada Escritura.
Algunos sectarios dicen que la Biblia es un libro inspirado porque "es un libro que inspira". Pero la palabra inspiración es precisamente lo que se quiere probar, y tengamos en cuenta que hay muchos escritos religiosos y muy antiguos que ciertamente son mas "inspirados" o "emotivos" que muchos textos, incluso libros enteros, del Antiguo Testamento. No es falta de respeto afirmar que ciertas partes de los escritos sagrados son tan áridos como lo serían estadísticas militares; ¡y algunas partes de la Biblia (Antiguo Testamento) son eso, estadísticas militares!
Por ello concluyamos que no es suficiente creer en la Sagrada Escritura por motivos culturales o por costumbre, ni tampoco por sus textos emotivos o su belleza espiritual: hay otros libros, alguno totalmente seculares, que sobrepasan en belleza poética muchos pasajes de la Escritura.
¿Qué dice la Biblia de sí misma?
¿Y qué decir de lo que la misma Biblia enseña sobre su inspiración? Notemos que son muy pocos los pasajes donde la Biblia misma enseña su inspiración, aunque sea de modo indirecto, y la mayoría de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento no dicen absolutamente nada sobre su inspiración. De hecho ningún autor de los libros del Nuevo Testamento dice estar escribiendo bajo el impulso del Espíritu Santo, excepto San Juan al escribir el Apocalipsis.
Además, en el supuesto caso de que cada libro de la Biblia comenzase con la frase: "Este libro es inspirado por Dios", semejante frase no probaría nada: el Corán dice estar inspirado, el Libro del Mormón, varios libros de algunas religiones orientales. Es más, lo libros de Mary Baker Eddy, la fundadora de la Ciencia Cristiana, y de Ellen G.White, fundadora del Adventismo del Séptimo Día se auto-declaran inspirados. Se puede concluir, con bastante sentido común, que el hecho de que un escrito se atribuya cualidades de inspiración divina no quiere decir que así lo sea.
Al fallar estos argumentos, muchos fundamentalistas retroceden y nos afirman que "el Espíritu Santo me dice claramente que la Biblia es inspirada", una noción bastante subjetiva, por decir lo menos, muy afín con aquella otra, tan común entre los sectarios, de que "el Espíritu Santo los guía para interpretar las Escrituras". Y así, el autor anónimo del artículo "Cómo puedo entender la Biblia", un folleto distribuido por la organización evangélica "Radio Bible Class" enlista doce reglas para estudiar la Biblia. La primera es "Busca la ayuda del Espíritu Santo. El Espíritu fue dado para iluminar las Escrituras y hacerlas revivir para ti cuando la estudies: deja que te guíe".
Si con esta regla se entiende que cualquier persona que pida a Dios guía para interpretar la Biblia recibirá esa guía de lo alto -y en este sentido lo entienden la mayoría de los fundamentalistas- entonces la multiplicidad de interpretaciones contrarias y contradictorias, aún entre los mismos Fundamentalistas, daría la preocupante sensación de que el Espíritu Santo no ha estado haciendo bien su trabajo...
No con silogismos
Gran parte de los fundamentalistas no dicen directamente que el Espíritu Santo les habló, asegurándoles que la Biblia es un libro inspirado. Al menos no hablan de ese modo. Más bien sucede así: al leer la Biblia el Espíritu "los convence" que esa es la Palabra de Dios, reciben cierta sensación interior de que es una palabra divina, y punto.
De cualquier modo que se lo vea, la postura fundamentalista no resiste un razonamiento serio. Son contados con los dedos de la mano los fundamentalistas que en un primer momento se acercan a la Biblia como a un libro "neutral", y luego de su lectura lo reconocen como tal, siguiendo un razonamiento lógico. De hecho los fundamentalistas comienzan dando por supuesto el hecho de la inspiración, tal como toman otras doctrinas de sus sectas sin razonar sobre ellas, y entonces encuentran partes de la Sagrada Escritura que parecen fundamentar la inspiración, cayendo así en un círculo vicioso, confirmando con la Biblia lo que ellos crían de antemano.
La persona que quiere reflexionar seriamente sobre el tema se defraudará con la posición fundamentalista de la inspiración bíblica, dándose cuenta de que no cuenta con una base sólida para mantener esa teoría. La posición católica es la única que, al fin de cuentas, puede dar una respuesta intelectualmente satisfactoria.
La manera de razonar católica para demostrar que la Biblia es inspirada es la siguiente: en un primer paso consideramos la Biblia como cualquier otro libro histórico, sin presumir que es inspirado. Estudiando el texto bíblico con los instrumentos de la ciencia moderna llegamos a la conclusión que se trata de una obra confiable, de gran precisión histórica, cuya precisión sobrepasa en mucho la de cualquier otro texto histórico.
Un texto preciso
Sir Frederic Kenyon, en The Story of the Bible hace notar lo siguiente: "Para todas las obras de la antigüedad clásica nos vemos obligados a acudir a manuscritos escritos mucho después del original. El autor que lleva la delantera en este sentido es Virgilio, aún cuando el manuscrito más antiguo que de él poseemos fue escrito 350 años después de su muerte. Para todas las demás obras clásicas, el intervalo que existe entre la fecha del escrito original y la del manuscrito más antiguo que de él se conserva es mucho mayor: para Livio es de unos 500 años, para Horacio de 900, para la mayoría de la obras de Platón es de 1300, para Eurípides 1600". Aún así, nadie pone seriamente en duda el hecho de que poseemos copias fieles de las obras de estos autores.
No solamente poseemos manuscritos bíblicos más cercanos a los originales que los de la antigüedad clásica, sino que poseemos un número mucho mayor que aquellos. Algunos de estos manuscritos son libros enteros, otros son fragmentos, otros tan sólo algunas palabras, pero todos ellos juntos suman miles de manuscritos en hebreo, griego, latín, copto, siríaco y otras lenguas. Todo esto significa que poseemos un texto rigurosamente fiel, y podemos trabajar con él con toda confianza.
Tomado históricamente
En un segundo momento dirigimos nuestra atención a lo que la Biblia, considerada sólo como libro histórico, nos enseña, particularmente en el Nuevo Testamento y en los Evangelios. Examinamos el relato de la vida de Jesús, su muerte y su resurrección.
Usando lo que nos transmiten los Evangelios, lo que leemos en otros escritos extrabíblicos de los primeros siglos y lo que nos enseña nuestra propia naturaleza -y lo que de Dios podemos conocer por la luz de la razón- concluimos que Jesús o bien era lo que decía lo que era -Dios- o bien estaba loco. (Sabemos que no pudo haber sido tan solo un buen hombre que no fuese Dios, porque ningún buen hombre se atribuye el ser Dios, si no lo es).
También podemos excluir que era un loco, no solamente por lo que él dijo y enseño -ningún loco habló jamas como lo hizo él, aunque tampoco un hombre cuerdo nunca habló así...-, sino por lo que sus seguidores hicieron después de su muerte. Un fraude (la tumba supuestamente vacía) se comprende, pero nadie da la vida por un fraude, al menos por uno que no tiene ninguna perspectiva de provecho. En conclusión, debemos afirmar que Jesús verdaderamente resucitó, y que por lo tanto era Dios, como él decía, e hizo lo que prometió que iba a hacer.
Otra cosa que él dijo que haría es fundar su Iglesia, y tanto de la Biblia (tomada aún como simple libro histórico, no como libro inspirado por Dios) como de otras fuentes históricas antiguas sabemos que Cristo estableció una Iglesia con las notas que hoy vemos en la Iglesia Católica: papado, jerarquía, sacerdocio, sacramentos, autoridad para enseñar y como consecuencia de esta última, infalibilidad. La Iglesia de Cristo debía gozar de infalibilidad de enseñanza si iba a cumplir aquello para lo cual Cristo la fundó.
Hemos tomado materia meramente histórico y hemos concluido que existe un Iglesia, la Iglesia Católica, protegida por Espíritu Santo para que pueda enseñar hasta el fin de los tiempos sin error. Vayamos entonces a la última parte del argumento.
Esa Iglesia nos dice que la Biblia es inspirada, y podemos confiar en su enseñanza porque se trata de una enseñanza autorizada, infalible. Sólo después de haber sido enseñados por una autoridad propiamente constituida por Dios para transmitirnos las verdades necesarias para nuestra fe, tal como la inspiración de la Biblia, sólo entonces podemos usar de las Escrituras como de un libro inspirado.
Un argumento en espiral
Hay que notar que nuestro argumento no cae en un circulo vicioso: no estamos basando la inspiración de la Biblia en la infalibilidad de la Iglesia y la infalibilidad de la Iglesia en la palabra inspirada de la Biblia; eso sería precisamente un circulo vicioso. Lo que hemos hecho se llama argumento en espiral: por un lado hemos argumentado sobre la confiabilidad de la Biblia como texto meramente histórico; de allí sabemos que Jesús fundó una Iglesia infalible, y sólo entonces tomamos la palabra de esa Iglesia infalible que nos enseña que la palabra que nos transmite la Biblia es una palabra inspirada, Palabra de Dios. No se trata de un circulo cerrado, ya que la conclusión final (la Biblia es la Palabra de Dios) no es el enunciado del cual partimos (la Biblia es un libro históricamente confiable), y este enunciado inicial no esta basado en absoluto en la conclusión final. Lo que hemos demostrado es que, si excluimos a la Iglesia, no tenemos suficientes motivos para afirmar que la Biblia es la Palabra de Dios.
Claro que lo que acabamos de discutir no es precisamente el razonamiento que la gente habitualmente hace al acercarse a la Biblia, pero es la única manera razonable de hacerlo, a la hora de preguntarnos porqué creemos en la Biblia. Todo otro razonamiento es insuficiente; tal vez haya argumentos más cercanos a la gente desde el punto de vista psicológico, pero estrictamente son argumentos en el fondo no convincentes. En matemáticas aceptamos "por fe" (no en el sentido teológico del termino, claro) que dos más dos son cuatro. Es una verdad que nos parece evidente y satisfactoria sin demasiados argumentos, pero el que quiera estudiar el profesorado de matemáticas tendrá que estudiar un semestre entero tratando de probar esas verdades "obvias".
Razones inadecuadas
El punto aquí es el siguiente: los fundamentalistas tienen mucha razón en creer que la Biblia es un libro inspirado por Dios, pero sus razones para creerlo son inadecuadas, insuficientes, ya que la aceptación de la inspiración divina de las Escrituras puede basarse satisfactoriamente sólo en una autoridad establecida por Dios que nos lo asegure, y esa autoridad es la Iglesia.
Y precisamente aquí llegamos a un problema más serio: puede parecerle a alguno que mientras yo crea en la Biblia como en la Palabra de Dios poco importa el motivo por el cual lo crea: lo importante es que acepto la Biblia como la Palabra de Dios. Pero el motivo por el cual una persona cree en la Biblia afecta sustancialmente la manera de interpretar la Biblia. El creyente católico cree en la Biblia porque la Iglesia así se lo enseña, y esa misma Iglesia tiene la autoridad de interpretar el texto inspirado. Los fundamentalistas, por su lado, creen en la Biblia -aunque basados en argumentos poco convincentes- pero no tienen ninguna otra autoridad para interpretar el texto bíblico excepto sus propios puntos de vista.
El Cardenal Newman lo expresaba en 1884 de la siguiente manera: "Ciertamente que si las revelaciones y enseñanzas bíblicas del texto sagrado se dirigen a nosotros de una manera personal y práctica, se hace imperante la presencia formal en medio de nosotros de un juez y expositor autoritativo de esas revelaciones y enseñanzas. Es antecedentemente irracional suponer que un libro tan complejo, tan poco sistemático, en partes tan oscuro, fruto de tantas mentes tan distintas, lugares y tiempos diferentes, fuésenos dado desde lo alto sin una autoridad interpretativa del mismo, ya que no podemos esperar que se interprete a sí mismo. El hecho de que sea un libro inspirado nos asegura la verdad de su contenido, no la interpretación del mismo. Como puede el simple lector distinguir lo que es didáctico de lo que es histórico, lo que es un hecho de lo que es una visión, lo que alegórico de lo que es literal, lo que es un recurso idiomático y lo que es gramatical, lo que se enuncia formalmente de lo que ocurre como al paso, cuales son las obligaciones que obligan siempre y cuales obligan sólo en determinadas circunstancias. Los tres últimos siglos han probado tristemente que en muchos países ha prevalecido la interpretación privada de las Escrituras. El regalo de la inspiración divina de las Escrituras requiere como complemento obligatorio el don de la infalibilidad de su interpretación"
Las ventajas del razonamiento católico son dos: en primer lugar, la inspiración es estrictamente demostrada, no sólo "sentida". Segundo, el hecho principal que late detrás de este razonamiento -la existencia de una Iglesia infalible, docente- nos conduce como de la mano a dar una respuesta a la pregunta del eunuco etiope (Hechos 8:31): ¿Cómo sabemos qué interpretaciones del texto son las correctas? La misma Iglesia que autentica la Biblia, que establece su inspiración, es la autoridad establecida por Jesucristo para interpretar su Palabra.
Muchos protestantes dirían: "Las tradiciones apostólicas nos obligarían si pudiéramos identificar cuáles tradiciones son apostólicas y cuáles no. Obviamente queremos obedecer y aceptar todo lo que los apóstoles mandaron y enseñaron en nombre de Dios."
Eso está bien. Los protestantes que dicen esto reconocen la autoridad de la enseñanza de los apóstoles, entonces simplemente necesitan ver el mecanismo por el cual nosotros reconocemos las enseñanzas de los apóstoles.
1. EL PRINCIPIO CANÓNICO
¿Cómo lo hacemos? La respuesta es que nosotros reconocemos la tradición apostólica de la misma manera que reconocemos la escritura apostólica. Hoy nos enfrentamos a una gran variedad de tradiciones, algunas apostólicas y otras meramente humanas. Del mismo modo la iglesia primitiva se encontró con un cuerpo de escritos, algunos apostólicos y otros meramente humanos.
La iglesia primitiva tuvo que clasificar estos documentos y descubrir cuáles eran auténticamente escritos apostólicos -aquellos escritos por un apóstol o un compañero suyo- y cuáles eran simplemente escritos humanos -aquellos que sólo decían proceder de un apóstol. El modo en que lo hicieron fue mediante la aplicación de ciertas pruebas.
2. ¿LA PALABRA DE DIOS DA TESTIMONIO DE SI MISMA?
A algunos anticatólicos como James White les gusta decir que el autor del salmo 119 sabía lo que era la palabra de Dios aunque la iglesia católica no estaba cerca de él para decírselo. Pero a menos que él fuera un profeta o tuviera acceso a un profeta, el salmista no tuvo un canon infaliblemente conocido en su tiempo. El canon no estaba aún terminado, mucho menos establecido.
Anticatólicos como White afirman que la palabra de Dios se autentifica por sí misma, que no necesita testigos. Este reclamo es sencillamente no bíblico. En la escritura las personas tenían regularmente que examinar la revelación para ver si comunicaba la palabra de Dios. Ésta no era siempre obvia, aún para las personas que recibían la revelación.
Por ejemplo, en 1 Samuel 3, cuando Dios habló por primera vez a Samuel, el joven profeta no reconoció la palabra de Dios. Pensó que era el anciano sacerdote Elí quien lo llamaba, entonces se levantó, fue al lugar donde descansaba Elí y le dijo: "¡Aquí estoy porque me has llamado!" Pero Elí le dijo: "Yo no te he llamado, vuélvete a acostar." Esto sucede tres veces: Dios llama a Samuel y el joven profeta, pensando que es Elí, salta (de la cama) y se apresura para ver qué quiere. Finalmente el anciano y experimentado sacerdote cae en la cuenta que Dios está llamando al muchacho y le dice qué hacer la próxima vez que escuche la voz. Resulta que el joven profeta no fue capaz de reconocer la voz de Dios y el experimentado sacerdote Elí tuvo que ayudarlo a reconocer la palabra de Dios. ¡Obviamente, la palabra de Dios no dio testimonio de sí misma delante de Samuel!
De modo semejante, en 1 Reyes 13, un hombre de Dios es enviado desde Judá a Bethel para profetizar. Dios le dice que no coma o beba hasta regresar. Pero a su regreso, un anciano profeta de Dios le dice que el Señor ha revocado el mandato de comer y beber. El hombre de Dios va entonces a su casa con el anciano para cenar. Pero cuando están comiendo, tiene la revelación que la orden de no comer ni beber tiene todavía efecto; el anciano profeta había mentido. Esto muestra otro caso donde un profeta no es inmediatamente capaz de discernir entre la voz de Dios y la voz del error. El hombre que Dios envió a Bethel no detectó el hecho de que lo que le dijo el anciano profeta no era palabra de Dios. Esta pretendida revelación no dio testimonio de sí misma como falsa palabra de Dios.
En Deuteronomio 13 y 18, Dios concede dos pruebas para saber si un profeta profiere la palabra de Dios. Si el profeta hace una predicción falsa o aconseja adorar otros dioses, no habla por boca del Señor. El hecho de que Dios conceda estas pruebas muestra que las revelaciones deben ser examinadas porque no siempre es obvio qué es y qué no es palabra de Dios.
Es por esto que Pablo dice en 1 Tesalonicenses 5, 20-21: "¡No despreciéis las profecías; examinadlo todo y quedáos con lo bueno!" La Biblia nos dice así explícitamente que debemos examinar lo que es palabra de Dios y lo que no lo es, como en 1 Juan 4, 1: "examinad los espíritus para saber si proceden de Dios."
Entonces la palabra de Dios no da testimonio de sí misma en el modo en que alegan algunos protestantes. Dios nos invita y manda examinar cualquier revelación que pretende provenir de él. Esto incluye la escritura. Si alguien ofrece un libro que pretende ser (parte de) la escritura, tiene que ser examinado para ver si es un escrito apostólico o un escrito meramente humano.
3. LA CLAVE PARA LA CANONICIDAD
¿Cómo sabemos cuáles libros pertenecen a la Biblia? La respuesta de la iglesia primitiva era: aquellos libros que son apostólicos pertenecen al canon de la escritura. Si un libro ha sido transmitido por los apóstoles como escritura (como los libros del Antiguo Testamento) o si fue escrito por uno de los apóstoles o sus compañeros (como los libros del Nuevo Testamento), pertenece a la Biblia. La apostolicidad fue así la prueba para la canonicidad.
El protestante J.N.D. Kelly, historiador de la iglesia primitiva, escribe:
"A menos que se pudiera mostrar que un libro procedía de la pluma de un apóstol, o al menos que tuviera la autoridad de un apóstol detrás de él, era imperiosamente rechazado, no importa cuán edificante o popular pudiera ser para los fieles" (Early Christian Doctrines, 60).
Pero, ¿cómo se podía saber cuáles libros eran apostólicos? Ciertamente que no por medio de un libro que pretendiese ser apostólico, pues había muchos evangelios y epístolas falsos que circulaban con el nombre de los apóstoles. Tampoco el Espíritu Santo prometió a cada cristiano una revelación de los libros que pertenecían a la Biblia.
¿Cómo era, entonces, la prueba de apostolicidad llevada a cabo en la iglesia primitiva? Básicamente, había dos pruebas, ambas incluían la tradición.
Primero, eran reconocidos como apostólicos aquellos libros que estaban de acuerdo con las enseñanzas de los apóstoles transmitidas a la iglesia. Los escritos gnósticos y otros escritos que no coincidían con la tradición apostólica eran dejados de lado. Esto es algo que los escrituristas evangélicos admiten.
El exegeta protestante F.F. Bruce escribe que:
"[Los Padres de la iglesia primitiva] recurrieron al criterio de la ortodoxia... Este recurso al testimonio de las iglesias fundadas por los apóstoles fue desarrollado especialmente por Ireneo... Cuando previamente comenzaron a circular Evangelios o Hechos desconocidos... la pregunta más importante acerca de ellos era: ¿Qué enseña acerca de la persona y obra de Cristo? ¿Conserva el testimonio apostólico...? (The Canon of Scripture, 260).
Segundo, eran considerados como apostólicos aquellos libros que eran predicados en varias iglesias como venidos de la pluma de un apóstol o de uno de sus compañeros -no sólo sus doctrinas, sino el libro mismo-. Si una obra determinada no era considerada apostólica y no se predicaba como tal en las iglesias, entonces era rechazada. Esto era también un recurso a la tradición porque miraba a la tradición de las iglesias como una guía para la apostolicidad. Si la tradición de las iglesias no reconocía un libro como apostólico, éste no era incluido en el canon.
El hecho de que esto también era usado en la iglesia primitiva para establecer la apostolicidad es también admitido por los escrituristas protestantes. F.F. Bruce escribe:
"Es digno de notar cuando uno piensa en ello, que los cuatro evangelios canónicos son anónimos, mientras que los evangelios que proliferaban a fines del siglo segundo y más tarde, reclaman haber sido escritos por apóstoles y otros testigos oculares. Eclesiásticos católicos vieron entonces que era necesario defender la autenticidad apostólica de los evangelios... La autoría apostólica de Mateo y Juan estaba bien establecida en la tradición. Pero ¿qué sucedía con Marcos y Lucas? Su autoría estaba también bien establecida en la tradición" (ibid., 257).
Por supuesto, no todas las iglesias estaban de acuerdo. Algunos apologetas protestantes se apegan a la afirmación que el fragmento Muratoriano, una antigua lista del canon del 170 d.C. aproximadamente, incluye casi todo el Nuevo Testamento. Pero no señalan que el fragmento Muratoriano también omitía algunas obras de su canon. No incluía Hebreos, 1 y 2 Pedro y 3 Juan. Además incluía algunas obras que los apologetas protestantes no considerarían como canónicas: el Apocalipsis de Pedro y la Sabiduría de Salomón. Había, pues, manifiesto desacuerdo en la extensión del canon.
Finalmente, el canon del Nuevo Testamento fue establecido por el Concilio de Roma en el año 382 durante el papado de Dámaso I. Hasta este momento, sus libros específicos no estaban firmemente establecidos.
Ahora, un apologeta protestante tendrá que estar de acuerdo en que los presentes en el Concilio de Roma incluyeron en el canon todos los libros verdaderos y sólo los verdaderos, o estar en desacuerdo. Si está en desacuerdo, lo estará también con el canon del Nuevo Testamento de la misma Biblia que él usa, porque fue el Concilio de Roma el que estableció dicho canon.
Pero si acepta que el Concilio de Roma incluyó todos los libros verdaderos y sólo los libros verdaderos en el canon del Nuevo Testamento, entonces tendrá que admitir que la iglesia primitiva realizó una decisión infalible (infalible porque incluyó todos los libros verdaderos y sólo ellos, tomando así una decisión inequívoca bajo la guía providencial de Dios, la cual es infalible). Esta decisión infalible se tomó trescientos años después de la muerte del último apóstol. Pero si los concilios de la iglesia son capaces de llegar a decisiones infalibles trescientos años después de la muerte del último apóstol, el apologeta protestante no tendrá motivos para afirmar que (los concilios) son incapaces de hacer lo mismo más tarde en la historia de la iglesia.
4. EL CANON DE LA TRADICIÓN
El hecho de que la iglesia haya decidido sobre esto trescientos años después de la muerte del último apóstol es significativo, pero no menos significativo es el hecho de que cuando tomó esta decisión lo haya hecho sobre la base de la tradición.
Como ya dijimos, la iglesia tenía frente a sí tradiciones opuestas acerca de los libros que debían ser incluidos en la escritura. Algunas tradiciones, por ejemplo, decían que Hebreos estaba incluido en el canon; otros decían que no. Una de estas tradiciones (la que indicaba su inclusión en el canon) era apostólica, la otra (partidaria de la exclusión) era meramente humana. Para decidir si la carta a los Hebreos pertenecía a la escritura, la iglesia tuvo que decidir en favor de una tradición sobre la otra. Así, para establecer la apostolicidad de un escrito, tuvo que establecer la apostolicidad de la tradición.
Como resultado, la iglesia no sólo puede establecer reglas sobre qué es apostólico y qué no cientos de años después de la muerte del último apóstol, sino que también puede reglamentar cuáles tradiciones son apostólicas y cuáles no, y hacerlo en cualquier época de la historia de la iglesia.
Entonces, la iglesia puede establecer reglas sobre el canon de la tradición del mismo modo que lo hace con el canon de la escritura. La iglesia es la esposa viva de Cristo y ella reconoce la voz de su esposo. Ella es capaz de señalar determinados escritos y decir: "Aquél es apostólico, aquél no lo es." Y es capaz de señalar determinadas tradiciones y decir: "Aquella es apostólica, aquella otra no. En esta reconozco la voz de mi esposo, en aquella no."
El mecanismo mediante el cual establecemos el canon de la tradición es entonces el mismo por el cual establecimos el canon de la escritura. El mismo principio vale para ambos contextos. La iglesia es testigo de ambos cánones.
5. PRUEBAS PARA EL CANON DE LA TRADICIÓN
Obviamente la iglesia tiene pruebas que usa para reconocer cuáles tradiciones son apostólicas, así como tenía pruebas para establecer qué escrituras eran apostólicas.
Una de las pruebas consiste en ver si una determinada tradición contradice lo que ha sido previamente revelado. Como señalan a menudo los anticatólicos, tales tradiciones deben ser probadas a la luz de la escritura. Si una determinada tradición contradice algo que Dios ha dicho en la escritura (o algo dicho en una ya conocida tradición apostólica) eso muestra que es simplemente una tradición humana y debe ser descartada. La iglesia se alegra de poder probar tales tradiciones a la luz de la escritura.
Por supuesto la iglesia también aplica el lado secundario de esta prueba: en la iglesia primitiva cualquiera escrito presentado que no coincidiera con la tradición apostólica era rechazado del canon de la escritura. Así, cuando en los siglos segundo y tercero, los escritos de los gnósticos enseñaban que Jesús no era Dios o que el Dios del Antiguo Testamento no era el Dios de Jesucristo, esos libros fueron sumariamente rechazados sobre la base de que no coincidían con la tradición apostólica.
Naturalmente una vez que un escrito ha sido puesto a prueba y encontrado canónico no es más sujeto de prueba. Una vez que se ha demostrado que un escrito pertenece al canon de la escritura, no queda más abierto al debate. De modo semejante, una vez que una tradición ha sido puesta a prueba y encontrada canónica tampoco es sujeto de nuevos debates. Una vez que se ha demostrado que una tradición pertenece al canon de la tradición, no es más sujeto de pruebas.
Un apologeta protestante no podría cuestionar que un libro determinado del Nuevo Testamento pertenece al canon, basado en que (el libro) afirma algo que es difícil de reconciliar con lo dicho en otro libro. Una vez que se ha visto que es canónico, podemos confiar en que es palabra infalible de Dios y cualquier dificultad aparente que surja entre él y lo que Dios haya dicho en otra parte, puede ser resuelta. De la misma manera, una vez que una tradición ha sido probada y se ha hallado que es canónica, podemos confiar en que es palabra inequívoca de Dios y que cualquier dificultad que surja entre ella y cualquier cosa que Dios haya dicho en otra parte, tiene una solución. Si podemos tener confianza en la pequeñas desarmonías del canon de la escritura, podemos hacer lo mismo con el canon de la tradición.
Sabemos que cuando Dios habla en la escritura surgen algunas dificultades aparentes. Los liberales las usan para atacar la inerrancia de la escritura, entonces los conservadores escriben libros para mostrar por qué estas supuestas discrepancias no son tales. Pero si Dios habla en la escritura de tal modo que surgen aparentes discrepancias entonces deberíamos esperar que suceda lo mismo también cuando Dios habla en otra parte. Esto no es motivo de alarma.
6. EL PROBLEMA CANÓNICO
Pero el apologeta protestante tiene un problema todavía más fundamental pues para justificar su principio de la sola escritura o la teoría así llamada "sólo la Biblia", tendría que afirmar que nosotros sabemos cuáles libros pertenecen a la Biblia sin reconocer el rol autorizado de la tradición apostólica y de la iglesia en este asunto. Si, como en la teoría protestante, tuviéramos nosotros que probar todo a partir de la sola escritura, entonces tendríamos que ser capaces de mostrar lo que pertenece al canon de la escritura a partir de la sola escritura.
De hecho, no podemos ni siquiera comenzar a usar la sola escritura antes de haber identificado qué son las escrituras. Si alguno dice saber qué son las escrituras está haciendo entonces reclamo de un conocimiento posible, el cual sólo podría ser revelado por Dios ya que estamos hablando de un asunto sobrenatural, significando que está haciendo un reclamo a la revelación posible. Pero si toda revelación posible debe encontrarse en la Biblia, entonces la misma lista del canon debe encontrarse en las escrituras. El apologeta protestante debe mostrar entonces, a partir de la sola escritura, qué libros pertenecen a la Biblia.
Y esto es algo que no puede hacer. La lista del canon no se encuentra en la escritura. Muchos libros de la Biblia (de hecho, prácticamente todos los libros del Nuevo Testamento) no son citados por los otros libros de la Biblia, mucho menos citados explícitamente "como escritura" (algo que necesariamente es muy popular entre los apologetas protestantes). Y la Biblia no nos da una serie de pruebas por las cuales podemos probar infaliblemente qué libros en concreto pertenecen a ella. El hecho es que no existen "índices inspirados" dentro de la misma Biblia para decirnos qué pertenece a ella.
El apologeta protestante está en un aprieto. Para usar la sola escritura tiene que identificar qué son las escrituras, y ya que no puede hacerlo a partir de la sola escritura, tiene que recurrir a cosas exteriores a la escritura para presentar argumentos convincentes, significando que en el mismo momento de hacerlo, socava su razonamiento. No tiene modo de escapar al canon de la tradición.
La tradición apostólica era la clave para el canon en dos sentidos: diciéndonos qué doctrinas deben enseñar (o no enseñar) los libros apostólicos y diciéndonos qué libros fueron escritos por los apóstoles y sus compañeros.
Irónicamente los protestantes, que normalmente se burlan de la tradición en favor de la Biblia, ellos mismos están usando una Biblia basada en la tradición. De hecho, muchos protestantes honestos admitirían que ellos se atienen a algunos libros porque cuando ellos se hicieron cristianos alguien les transmitió (la palabra "trasmitir" viene del latín "tradere", es decir, "tradición") copias de la Biblia que contenían aquellos libros.
Técnicamente, la palabra "inspiración" no aparece en la Sagrada Escritura. El término que es traducido "inspiración" es theopneustos, pero "inspiración" no es la mejor traducción del mismo. "Insuflada por Dios" es la traducción literal, pero así solamente aparece en 2 Tim. 3,16. "Inspiración" es un término técnico en teología católica. Un libro inspirado es aquel del cual Dios es su autor principal. Las Sagradas Escrituras Apostólicas caen en esta categoría porque a pesar de que Dios las escribió mediante la acción humana, El eligió lo que dice finalmente. ¿La Tradición Apostólica es inspirada? Lo es en un sentido, pero en otro no lo es. Cuando Dios reveló inicialmente sus doctrinas a los apóstoles determinó la forma en la cual esas enseñanzas vinieron a ellos, de manera que la entrega original fue inspirada. Pero Dios no señaló directamente la manera en que los apóstoles expresarían esas enseñanzas a otros. Los apóstoles podían expresar una doctrina individual de Dios en variedad de formas. Así que mientras la entrega original de la Tradición Apostólica fue inspirada, las palabras con las cuales han llegado a nosotros no lo son.
"LAS MISMÍSIMAS PALABRAS" DE DIOS Y LA "PROPIA VOZ" DE DIOS
Una distinción que ayuda es aquella que los eruditos de la Biblia hacen entre las ipsisima verba y la ipsisima vox de una persona. Las ipsisima verba de alguien son las palabras que él ha usado realmente. La ipsisima vox de una persona es su verdadera voz -lo que dice, aún si es expresado con palabras diferentes. Por ejemplo, si el el padre O'Reilly viene y me dice, "Por favor informe al público que la conferencia terminará a las 9:30," entonces estaría entregando su ipsisima verba si digo, "El Padre O'Reilly dice -comillas- La conferencia terminará a las 9:30 -cierro comillas." Pero estaría expresándome con su ipsisima vox si digo, "El padre O'Reilly me dijo que estaremos redondeando a eso de las nueve y media." No estaría hablando con su ipsisima verba porque no usé sus palabras exactas, pero lo estaría con su ipsisima vox porque precisamente conté lo dicho por él, si bien de una manera diferente. Para aplicar esto a las Sagradas Escrituras Apostólicas y a la Tradición Apostólica, podríamos decir que las Sagradas Escrituras Apostólicas nos dan la ipsisima verba de Dios, mientras que la Tradición Apostólica nos proporcionan la ipsisima vox de Dios. Ambas revelan la palabra de Dios: una lo hace mediante el uso de las exactas palabras que Dios determinó; la otra expresando lo mismo en otras palabras.
¿POR QUE SE NECESITA SI NO ES INSPIRADO?
Esto es importante porque con frecuencia no podemos comprender lo que quiere decirnos una persona hasta escuchar la idea enunciada de manera diferente. Esa es la respuesta a la pregunta de una persona que quisiera saber, "¿Por qué emplear la Tradición Apostólica si la Sagrada Escritura es inspirada?" Porque nos brinda una segunda forma por la cual los pensamientos de Dios se expresan, haciéndolos más inteligible para nosotros --algo que necesitábamos desesperadamente toda vez que la Sagrada Escritura advierte que los pensamientos de Dios son superiores a los nuestros. También la necesitamos porque la forma en la cual las mismísimas palabras de Dios se consignaron en la Sagrada Escritura está adecuada al contexto de culturas antiguas -aquellas de los Hebreos y Griegos- y como resultado necesitamos re-expresados los pensamientos de las Sagradas Escrituras de una manera más contemporánea. Este es, por ejemplo, el propósito básico de una glosa a la Biblia -una reexpresión de las enseñanzas de la Sagrada Escritura en una manera más entendible para gente de nuestra cultura.
¿PORQUE CONFIAR SI NO ES INSPIRADA?
El hecho de que la Tradición Apostólica sea una segunda manera por la cual las enseñanzas de Dios son manifestadas también es la respuesta a la cuestión, "¿Por qué confiar en la Tradición Apostólica si no es inspirada?" Porque las cosas no necesitan ser inspiradas para ser fidedignas, sólo necesitan ser verdaderas. La veracidad es necesaria para confiar, no la inspiración. Cuando me visto en las mañanas yo no necesito una revelación inspirada de la divinidad diciéndome dónde están mis zapatos. Sencillamente necesito conocer la verdad acerca de dónde están ellos. En cuanto sé esto, puedo seguir adelante y vestirme. Cuanto más entonces debo creer en la autoridad de la Tradición de los Apóstoles, comoquiera que expresan las enseñanzas de Dios, si bien con palabras diferentes. En teología no tengo que poseer la verdad establecida en las propias palabras de Dios antes de creerla. Solamente necesito saber que Dios la enseña, sin importar cómo la expresa. Así las cosas, en la doctrina de la Trinidad no preciso que la Biblia diga "Dios es Trinidad, esto es, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo son tres Personas quienes son un un solo Dios." Si lo necesitara, estaría en problemas porque no hay ninguna declaración directa acerca de la Trinidad en las Sagradas Escrituras. Todo lo que requiero saber es que esa doctrina está implícita en las Sagradas Escrituras, aún si las palabras exactas no se utilizan. En la Tradición Apostólica, todo lo que necesito conocer es que existe algo que es la Tradición Apostólica, en lugar de la tradición de los hombres. Una vez lo sé, puede confiar en ella.
¿"UNIFICACIÓN INJUSTIFICADA"?
Un crítico diría, "¿No está usted uniendo injustificadamente la Sagrada Escritura con la Tradición Apostólica si la una es inspirada y la otra no?" De ninguna manera. A pesar de que la Tradición Apostólica no es inspirada, es infalible. Dios no puede enseñar un error, así que cualquier cosa que enseñó a los apóstoles es automáticamente infalible. Se sigue que la Tradición Apostólica es infalible. Sólo tengo que ser capaz de identificarla. Además, está 2 Cor 6,14, el versículo que se refiere a las uniones desigualmente constituidas, está hablando del matrimonio. Un crítico puede establecer un paralelo con este pasaje, pero veamos si la analogía del matrimonio funciona. Ciertamente, la Tradición Apostólica es menos que las Sagradas Escrituras en un sentido. Pero eso no las hace una unión desigual. Después de todo, un hombre y una mujer no están unidos de manera injusta solamente porque la esposa sea menos que su esposo en un sentido. Si vamos a servirnos de esta analogía del matrimonio, usémosla por completo: la Tradición Apostólica y la Sagrada Escritura están casadas, con la Sagrada Escritura llevando la guía y la Tradición Apostólica jugando un papel sustentador, interpretativo, exactamente como un hombre y una mujer casados, el hombre llevando la guía y la mujer jugando un papel saludable, de soporte, explicando e interpretando los deseos del esposo para los niños cuando las propias explicaciones de él no han sido hechas con completa claridad para ellos. Esta es una doctrina católica llamada prima Scriptura. La Sagrada Escritura Apostólica tiene primacía sobre la Tradición Apostólica (y la Iglesia también, véase Concilio Vaticano II, Dei Verbum 11). Miramos a ella primero y principalmente porque es inspirada, dándonos la ipsisima verba de Dios. Pero también miramos la Tradición Apostólica para ayudarnos a entender la Sagrada Escritura Apostólica, comoquiera que comunica la ipsisima vox de Dios. Como Católico no creo en sola scriptura, pero sí firmemente en la prima scriptura.
UN MANDATO PERMANENTE
2 Tesalonicenses 2,15 ordena a sus lectores a mantenerse firmes en las Tradiciones Apostólicas, tanto orales como escritas. Este es un mandato permanente del Nuevo Testamento. Como se ha hecho notar muchas veces en los círculos Reformados, una vez Dios da un mandato este es obligatorio hasta que es específicamente revocado. Si dios no revocó las ceremonias Mosaicas, tales como la circuncisión, la comida, las leyes de separación, ellas podrían seguir siendo obligatorias para nosotros. 2 Tesalonicenses 2,15 es un mandato permanente de la palabra de Dios y debe ser obedecido a menos que se den instrucciones específicas para desatenderlo en otra parte. Así que si un crítico quiere sostener que 2 Tesalonicenses 2,15 no es obligatorio más para nosotros, debe indicarnos los versículos que digan que estas Tradiciones Apostólicas dejarán de ser obligatorias en algún momento. Pero no puede hacerlo. Si la Tradición Apostólica era obligatoria entonces, es obligatoria ahora. La única pregunta es cómo podemos identificar las Tradiciones Apostólicas, y el papel es cumplido por la Iglesia, quien como la novia viva de Cristo continúa para reconocer e identificar para sus hijos la auténtica voz de su esposo.
EL ARGUMENTO DEL CAMBIO DE PARADIGMA
Un último punto: Todos deberían admitir que no se usó la sola scriptura mientras la Biblia estaba siendo escrita todavía . En el Antiguo Testamento hubo profetas entregando la palabra de Dios, y si usted preguntara a una persona, "¿Ha recibido todo su conocimiento de Dios de las Sagradas Escrituras solas?" Podría decir, "Desde luego que no. Si Dios habla cualquier cosa, bien a través de las Sagradas Escrituras o bien a través de un profeta, tengo que escucharlo. Estoy obligado por la Palabra de Dios sin importar la vía a través de la cual llega." La posición de una persona en los tiempos Bíblicos podría de este modo ser sola verba, no sola scriptura. En el periodo del Nuevo Testamento estuvieron las Escrituras del Antiguo Testamento, unos pocos profetas neotestamentarios, y la Tradición de los Apóstoles, todos los cuales eran obligatorios. Si usted preguntara a un creyente del Antiguo Testamento, "¿Ha recibido todo su conocimiento de Dios de las Sagradas Escrituras solas?" El podría decir, "Desde luego que no. Debo atender la palabra de Dios sin importar cómo me ha llegado, bien en las Sagradas Escrituras o bien en la Tradición de los apóstoles!" Su posición, como la de los católicos, puede asimismo ser sola verba, no sola scriptura. De este modo alguien que niegue la posición católica tiene que admitir que el principio utilizado en los tiempos bíblicos no era sola scriptura. Para mostrar que sola scriptura es obligatoria ahora, aun considerando que no lo era entonces, el crítico tendrá que mostrar que el Nuevo Testamento enseña que existe un cambio descomunal de paradigma al final de la época apostólica. Debe presentar versículos que declaren que las Tradiciones Apostólicas serán todas apuntadas de modo que ahora sólo hay una fuente de Tradición Apostólica. Pero no puede hacer esto. No hay tales versículos. Además, desde que las Tradiciones Apostólicas llegaron más allá de las Sagradas Escrituras Apostólicas no tienen que ser materialmente diferentes de aquellas en las Sagradas Escrituras Apostólicas, sino simplemente reafirmaciones o interpretaciones auténticas de la Sagrada Escritura Apostólica, un crítico debería probar la proposición imposible de que ninguna interpretación auténtica de las Sagradas Escrituras ha sido transmitida desde la época apostólica. Y simplemente no puede hacerlo.
Fundamentalistas y evangélicos de todo tipo dicen que la Biblia es la única regla de fe por la cual debe guiarse el creyente. Es el único y suficiente manantial -según ellos- del cual brota toda la verdad infalible y necesaria para nuestra salvación. Nada debe ser agregado a la Biblia, nuestra teología se nutre tan sólo de ella. Toda la verdad cristiana se encuentra en sus páginas. Todo lo que no sea la Biblia es o bien erróneo o bien innecesario, y puede obstaculizar el acceso a Dios.
Los católicos, por su parte, dicen que la Biblia no es la única y suficiente regla de fe para los creyentes y que no hay ningún texto bíblico que sugiera lo contrario. Es más, la Biblia incluso indica que ella misma no debe ser tomada exclusivamente como regla de fe. Según la Biblia, la auténtica regla de nuestra fe es la Sagrada Escritura más la Tradición Apostólica, tal cual se comunica en el Magisterio viviente de la Iglesia Católica, a la cual fue encomendada la enseñanza oral de Jesucristo y los Apóstoles, juntamente con la autoridad para interpretar las Escrituras correctamente.
En el documento sobre la revelación divina del Concilio Vaticano II Dei Verbum (del latín "la Palabra de Dios") se explica de la siguiente manera la relación entre la Tradición y el Magisterio: "Existe una conexión y comunicación muy estrechas entre la sagrada Tradición y la sagrada Escritura, pues ambas, brotando de la misma fuente divina, en cierta manera convergen en una unidad y tienden hacia el mismo fin. Porque la sagrada Escritura es la palabra de Dios tal como ha sido consignada por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, mientras que la sagrada Tradición, encomendada a los sucesores de los Apóstoles, entrega a todas las generaciones en toda su pureza la palabra de Dios que fue confiada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles".
"De esa manera, guiados por la luz del Espíritu de la verdad, estos sucesores en su predicación pueden preservar la palabras de Dios fielmente, explicarla, difundirla. Por lo tanto la Iglesia extrae su certeza sobre las cosas que han sido reveladas no solamente de la sagrada Escritura. Y así, tanto la sagrada Tradición como la sagrada Escritura deben ser aceptadas y veneradas con la misma devoción y reverencia."
Pero los evangélicos y fundamentalistas protestantes, que ponen toda su confianza en la teoría de Martín Lutero sola scriptura (del latín "Sólo la Biblia"), nos citan machaconamente algunos versículos para argumentar su posición. El primero de la lista es este: "Estas cosas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Juan 20:31). Otro pasaje es: "Toda Escritura es inspirada por Dios y provechosa para la enseñanza, para argumentar, para la corrección y para entrenar en la justicia, de modo que el hombre de Dios pueda estar equipado y preparado para toda obra buena" (2Tim 3:16-17). Estos versos demuestran, según los protestantes, la verdad de la teoría sola scriptura.
Pero la realidad no es tan así, replican los católicos. En primer lugar, el versículo citado de San Juan se refiere a las cosas que se contienen en ese libro (se puede leer Juan 20:30, el versículo inmediatamente precedente, para ver el contexto del asunto en cuestión). De probar alguna cosa, en todo caso probaría no la teoría de la sola scriptura (sólo la Biblia), sino más bien la teoría solo Iohannes (sólo San Juan)!
En segundo lugar, el verso del Evangelio de San Juan nos dice tan sólo que la Biblia fue compuesta para ayudarnos a creer que Jesús es el Mesías; de ningún modo nos dice que la Biblia es lo único que necesitamos para hacer teología, y ni siquiera nos dice que la Biblia sea necesaria para creer en Cristo. Y que nadie se escandalice por esto, ya que los primeros cristianos ciertamente no podían acudir al Nuevo Testamento para creer en Jesús, ya que entonces -y por varios siglos- no había tal cosa como Nuevo Testamento escrito. Los primeros cristianos aprendían su fe por la predicación oral, no por la escrita. Hasta no hace mucho tiempo la Biblia era inalcanzable para la mayoría de los fieles, o bien porque no todos sabían leer, o bien porque la imprenta no había sido inventada aún. Todos estos fieles aprendieron de la enseñanza oral, entregada de generación en generación, por la Iglesia.
Lo mismo puede decirse de 2 Tim 3:16. Una cosa es decir que todos los escritos inspirados "son útiles" para determinado fin, y otra cosa muy distinta es decir que solamente los escritos inspirados son útiles para ese fin. Además, hay un punto de capital importancia que habla en contra del argumento de los protestantes evangélicos y fundamentalistas; se trata de un contradicción que surge de sus propias interpretaciones de este verso. John Newman lo explicó muy bien en 1884 en su trabajo "La Inspiración en relación con la Revelación".
El argumento de Newman
Escribía entonces el Cardenal Newman: "Es evidente que este texto -2 Tim 3:16- no conlleva consigo ninguna prueba de que la Sagrada Escritura, sin la Tradición, es la única regla de fe. Porque si bien la Sagrada Escritura es útil para los cuatro fines que enumera el citado texto, sin embargo aquí no se nos dice que sea ella sola sea suficiente. El mismo Apóstol requiere la ayuda de la Tradición (2 Tes 2:15). Es más, el Apóstol se esta refiriendo aquí a las Escrituras que Timoteo aprendió en su infancia. Pero nosotros sabemos que gran parte del Nuevo Testamento no había sido escrito durante la infancia de Timoteo; incluso algunas de las cartas de los Apóstoles no habían sido escritas al día en que Pablo le escribe este texto a Timoteo, y ninguno de los libros del Nuevo Testamento había sido puesto aún en la lista de libros inspirados. Pablo se refiere, evidentemente, a las Escrituras del Antiguo Testamento, y si este texto se toma como lo hacen los protestantes, entonces más bien probaría que los Escritos del Nuevo Testamento no son necesarios como regla de nuestra fe".
Además de todo lo dicho, la citación que hacen los protestantes de 2 Tim 3:16 esta fuera de contexto. Cuando leemos este pasaje en contexto, descubrimos que la referencia que Pablo hace de las Escrituras no es sino una parte de la exhortación a que Timoteo tome como guía la Tradición y la Escritura. Los dos versos que vienen antes del texto citado dicen: "Pero tú continúa en lo que has aprendido y has creído firmemente, sabiendo de quién lo has aprendido, y cómo, desde tu infancia, conoces los escritos sagrados que pueden instruirte para la salvación por medio de la fe en Jesucristo" (2 Tim. 3:14-15).
Pablo le dice a Timoteo que permanezca firme en lo que aprendió, y esto por dos motivos: el primero porque sabía de quién lo había aprendido, del mismo Pablo, y segundo, porque había sido instruido en las Escrituras. El primero de estos motivos es obviamente una referencia a la tradición apostólica, la enseñanza oral que Pablo había dado a Timoteo. De modo que los protestantes deben sacar de contexto 2 Tim 3:16 para llegar a la conclusión sola scriptura. Pero cuando leemos el texto en contexto se ve claro que nos esta enseñando la importancia de la tradición apostólica.
La Biblia niega que ella sola sea suficiente regla de fe. Pablo dice que mucha de la enseñanza cristiana debe ser encontrada en la tradición, que es entregada de manera oral (2 Tim 2:2). El nos enseña a "permanecer firmes y conservar las tradiciones que han recibido de nosotros, ya sea de palabra o por carta" (2 Tes 2:15)
Esta enseñanza oral fue aceptada por los cristianos de la misma manera como aceptaron las enseñanzas escritas que recibieron posteriormente. Jesús les había dicho a sus discípulos: "El que a vosotros oye, a mí me oye; el que a vosotros desprecia, a mí me desprecia" (Lc 10:16). La Iglesia, en la persona de los Apóstoles, recibió de Cristo la autoridad para enseñar, como su representante. El los envió diciéndoles: "Id y haced discípulos de todas las naciones" (Mt 28:19)
¿Y como debería realizarse este mandato de Cristo? Por medio de la predicación, de la instrucción oral. "La fe viene de lo que se ha oído, y se oye por la predicación de Cristo" (Rom 10:17). La Iglesia estaría siempre disponible como viviente maestra. Es un craso error limitar la "palabra de Cristo" a tan solo la palabra escrita, o bien sugerir que todas sus enseñanzas se reducen a lo que posteriormente fue escrito. La Biblia nunca sugiere cosa parecida.
La enseñanza oral duraría hasta el fin de los tiempos: "La palabra del Señor dura para siempre, y esa palabra es la buena nueva que os ha sido predicada" (1 Pe 1:25). Notemos que la palabra ha sido "predicada", es decir, transmitida oralmente. Esto debería continuarse por siempre, y en ningún momento se habla de un recuento escrito destinado a suplantarlo. La Biblia "complementa" la predicación oral, no la "suplanta".
Esto aparece más evidente aún cuando el Apóstol Pablo dice a Timoteo: "Lo que de mí has oído frente a muchos testigos, entrégalo a hombres fieles que a su vez podrán enseñar a otros" (2 Tim 2:2). Aquí vemos los primeros eslabones en la cadena de la Tradición Apostólica que ha llegado intacta hasta nuestros días. Pablo instruyó a Timoteo para que entregue las enseñanzas orales (tradiciones) que él había recibido del Apóstol. A su vez, Timoteo debería continuar la cadena entregando a otros para que estos entregaran las enseñanzas a otros más. Pablo daba estas instrucciones no mucho tiempo antes de su muerte (2 Tim 4:6-8), a manera de un testamento, sobre cómo debía conducir él su ministerio.
¿Qué es la Tradición?
En este asunto es fundamental recordar qué entiende la Iglesia por Tradición. La palabra de ningún modo significa leyenda o relato mitológico, ni tampoco prácticas y costumbres exteriores, que pueden cambiar con el paso del tiempo y las circunstancias, como podrían ser la manera de revestirse los sacerdotes para las celebraciones, ciertas formas de devoción popular, rúbricas litúrgicas. Cuando decimos "Sagrada Tradición" entendemos las enseñanzas y la autoridad docente de Jesús y, después de Él, de los Apóstoles a quienes envió a enseñar (Mt 28:19-20).
Estas enseñanzas han sido entregadas a la Iglesia (es decir a sus maestros auténticos, los obispos en comunión con el Papa). Es necesario para los cristianos cree y seguir firmemente esta Tradición, lo mismo que la Biblia (Lc 10:16). La verdad de la fe fue confiada primeramente a los líderes de la Iglesia (Ef 3:15), quienes con Cristo son considerados el fundamento de la Iglesia (Ef 2:20). La Iglesia ha sido guiada por el Espíritu Santo, que la preserva de todo error (Jn 14:16).
Transmitiendo la fe
Pablo nos enseña qué cosa sea la Tradición: "Porque yo les he transmitido, como de capital importancia, aquello mismo que yo he recibido, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras... Por tanto, tanto si fui yo o ellos, esto es lo que predicamos, esto es lo que habéis creído" (1 Cor 15:3.11). El Apóstol alaba a quienes conservan la Tradición: "Los alabo porque me recuerdan en todo momento y mantienen las tradiciones tal como yo se las entregué" (1 Cor 11:2)
Los primeros cristianos "se entregaban a la enseñanza de los Apóstoles" (Hch 2:42) mucho antes de que existiera un Nuevo Testamento. La plenitud de la enseñanza de Cristo se encontraba, ya desde un principio, en la Iglesia como en la viviente encarnación de Cristo, no en un libro. La Iglesia docente, con sus tradiciones orales y apostólicas, era autoritativa. El mismo Pablo trae una cita de las palabras de Jesús que se conocía por tradición oral solamente: "Es mejor dar que recibir" (Hch 20:35). Este dicho de Jesús no está en los Evangelios y de alguna manera llegó a Pablo. Sin duda que los mismos Evangelios son tradición oral que fue puesta por escrito (Lc. 1:1-4). Es más, Pablo no cita solamente a Jesús: también cita antiguos himnos litúrgicos, como por ejemplo Ef 5:14. Estas y otras enseñanzas fueron dadas a los cristianos "por el Señor Jesús" (1 Tes 4:2)
Los fundamentalistas dicen que Jesús condena la tradición. Nos advierten que Cristo dijo: "¿Porqué traspasan los mandamientos de Dios por causa de vuestras tradiciones?" (Mt 15:3). S. Pablo también escribe: "Mirad que nadie os esclavice mediante la vana falacia de una
filosofía, fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo" (Col 2:8). Pero estos versos condenan tradiciones humanas erróneas, no las verdades que fueron entregadas oralmente por los Apóstoles a la Iglesia. Estas verdades son las que forman parte de la Tradición (con T mayúscula, para distinguirla de las tradiciones meramente humanas).
"Los mandamientos de los hombres"
Consideremos Mt 15:6-9, citado frecuentemente por fundamentalistas y evangélicos: " Así habéis anulado la Palabra de Dios por vuestra tradición. Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías cuando dijo: 'Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres ".
Veamos atentamente lo que nos dice Jesús: Ciertamente no estaba condenando todas las tradiciones, sino aquellas que anulaban la palabra de Dios. En este caso se trataba de un ardid de los fariseos para usar de lo que ofrendaban al templo como excusa para no tener que ayudar a sus ancianos padres. Haciendo así anulaban el mandamiento "Honra a tu padre y a tu madre" (Ex 20:12). En otro lugar Jesús manda a sus Apóstoles a guardar las tradiciones que no están contra los mandamientos de Dios. "Los escribas y fariseos se sientan en la cátedra de Moisés; haced todo lo que ellos os digan, pero no lo que hagan, porque ellos predican pero no hacen lo que predican" (Mt 23:2-3).
Lo que los fundamentalistas y evangelistas, desafortunadamente, hacen con mucha frecuencia es ver la palabra "tradición" en Mt 15:3 o Col 2:8 o en algún otro lado, y concluir que la palabra "tradición" debe tenerse por despreciable. Haciendo así se olvidan que en otros lados el mismo término se usa en sentido distinto, como en 1 Cor 11:2 y 2 Tes 2:15, donde "tradición" es lo que se debe creer. Jesús no condenó toda tradición; condenó las tradiciones erróneas, sean doctrinas o prácticas, que minan las verdades cristianas. Las demás tradiciones, como nos pide el Apóstol, deben conservarse firmemente. San Pablo manda a los Tesalonicenses a que se adhieran a todas las tradiciones que él les había dado, de palabra o por carta.
La Iglesia Indefectible
La cuestión radica en saber qué constituye la auténtica Tradición. ¿Cómo puedo saber qué tradiciones son apostólicas y cuáles son meramente humanas? ¿Cómo sabemos que lo que nos enseña la Iglesia Católica es de origen apostólico? Lo sabemos porque Cristo prometió que las puertas del infierno no prevalecerían contra su Iglesia (Mt 16:18). La Iglesia de Cristo sería indefectible y sus enseñanzas oficiales infalibles. Cristo, a través de Pedro, le entregó su poder de enseñar (Mt 16:19, 28:28-20). Fue Cristo quien hizo a la Iglesia "la columna y el fundamento de la verdad" (1 Tim 3:15).
Yo pienso que lo más preocupante en la separación doctrinal entre católicos y protestantes se encuentra en la pregunta del título: ¿Todo estará en la Biblia? A esta pregunta, los protestantes responden que sí, usando la misma Biblia que usamos los católicos para decir que no. ¿Por qué hay una gran diferencia en una pregunta tan sencilla?
Para entender esto, lo importante es analizar lo siguiente: Los protestantes dicen que todo está en la Biblia. De ser así, la Biblia debería decirlo y autoresponder cuestiones que están contenidas en ella. Si es como decimos los católicos: que no todo está allí; la misma Biblia debería decirlo, y saber que otra cosa hay aparte de la Biblia.
Argumentos protestantes
Ø Sólo la Biblia contiene la verdad de Dios
Ø Todo está en la Biblia para ser salvo
¿En que se basan para decir esto? Obviamente, que cuando le pregunto a un protestante sobre la doctrina de “La Sola Biblia” me responden con citas que “supuestamente” argumentan esto.
Antes que nada quiero dejar claro que los católicos SI CREEMOS en la Biblia, y sabemos que es inspirada por Dios; porque a veces nos recriminan como si dudáramos de su inspiración.
El himno nacional de los protestantes para argüir sobre la sola Biblia es esta:
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redarguir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda obra buena” (II-Tim 3, 16-17) Versión Valera 1960.
Analicemos esta cita por partes.
La primera parte dice: toda la Escritura es inspirada por Dios. Es triste que un protestante diga que la Biblia sea la Palabra de Dios basándose en ella misma; si vemos el Corán, también dice que es palabra de Dios, y sin embargo un protestante no seguirá a Alá por eso. Los católicos creemos que la Biblia es Palabra de Dios porque sabemos por la historia que Jesús fundó una Iglesia visible, y que está Iglesia determinó qué libros debían considerarse como Palabra de Dios y cuáles no, y esto lo corroboramos con lo que ella dice, no como hacen los protestantes, que como la Biblia dice entonces ellos creen. Lo importante de esta parte de la cita es que se le da la autoría de la Biblia a Dios; no dice nada sobre que esta Palabra sea la única regla de fe y contenga todo. Lo segundo mostrado es que: es útil para varias cosas. El pasaje no dice que SOLO la Escritura es útil para...., que tal vez sí nos haría pensar que en ella está todo. Un evangélico convertido al catolicismo, James Akin, escribía una reflexión sobre este pasaje, comparándolo con un martillo. Él decía: un martillo es útil para poner clavos pero no quiere decir que todos los clavos deban ser puestos por martillos. Con la Palabra es igual. Es útil para varias cosas pero no quiere decir que todas las cosas deben saberse por la Biblia.
La Palabra es una excelente herramienta dada por Dios al hombre para que lo conozcamos mejor, pero hay que darle su correcta interpretación. Con respecto a esto, cito al Cardenal John Newman, un sacerdote que había sido anglicano y que se convirtió al catolicismo a finales del siglo XIX. El nos llevaba a reflexionar todo el pasaje de Timoteo, no sólo los versos 16-17. Pablo le dice a Timoteo:
“Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quien has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe en Cristo Jesús” (II Tim 3, 14-15)
Entremos en historia: Timoteo fue Obispo de Efeso muy joven. ¿Qué Escrituras habrá conocido de niño? De seguro que sólo fueron las del Antiguo Testamento, pues a la edad de Timoteo no existía Nuevo Testamento. Entonces, bajo la mentalidad protestante de querer demostrar con esta cita que todo está en la Biblia, dejaríamos por fuera los Evangelios, las Cartas o el Apocalipsis pues esto se consideró como parte de la Biblia mucho después. Obviamente, al ver esto un protestante, tiene que sacudir su cabeza y reflexionar; esta cita no abarca la totalidad de sus 66 libros como prueba que sea lo único necesario como regla de fe. De esta manera el Cardenal Newman nos hacia ver que este texto de Timoteo no logra asegurar que las Escrituras sean lo único necesario como regla de fe.
Otro texto usado por los protestantes para demostrar la suficiencia de la Biblia es:
“Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero estas se han escrito para que creais que Jesús es el Cristo, y para que creyendo, tengais vida en su nombre” (Jn 20, 30-31)
Los protestantes dan a entender, que aunque Jesús hizo muchas cosas, solo las que están en la Biblia son necesarias. Esto es completamente falso. De entrada, nos estaríamos refiriendo sólo al evangelio de Juan; dejaríamos por fuera cosas como el Padre Nuestro (Mateo y Lucas), la infancia de Jesús (Mateo y Lucas), La Ultima Cena con pan y vino (Mateo, Marcos y Lucas), etc. Este texto no está indicando que lo que esté allí nos sirva para hacer tratados doctrinales sobre religión, sino solamente mostrarles a los judíos que Jesús es el Mesías; y saber esto no nos dará la salvación, pues hasta los demonios saben que Jesús es el Mesías (Mc 5).
Si analizamos, las otras cosas que hizo Jesús y no están en la Biblia, la enseñaban los Apóstoles oralmente en sus predicaciones. ¿Acaso esto no era importante para las primeras comunidades cristianas? ¿O cuando se escribieron estos libros despreciaron la enseñanza por la lectura? ¿Y si leían estos textos, no eran los apóstoles quienes la explicaban?
Un texto más, que usan poco pero lo he oído:
“Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn 5, 39) Como muy bien dice el texto, son los judíos y NO JESUS, quienes creen que en la Biblia encontrarán la vida eterna. Jesús se adapta a la mentalidad de su pueblo; no busca escandalizarlo sino hacerle ver las cosas. Jesús sabe que los judíos creen encontrar la vida eterna en el Antiguo testamento, y por eso los invita a que vean que aun en esas Escrituras se da testimonio de que Él es el Mesías. Nuevamente, si somos literales como los protestantes, dejaríamos por fuera el Nuevo Testamento. Y así, cualquier cita que quieran buscar para justificar a Lutero será un cuchillo contra ellos mismos, pues nunca se referirá al total de la Biblia completa.
La Escritura usa en muchos pasajes la palabra “Evangelio”; nosotros lo entendemos como si se refiriera a uno de los cuatro que están en la Biblia, pero la verdad es que se refiere a TODO el mensaje de Jesús que era predicado por los apóstoles. Pablo nos lo ilustra muy bien en su carta a los Gálatas:
“Les recordaré, hermanos, que el Evangelio con el que los he evangelizado no es doctrina de hombres” (Gal 1, 11) Al Evangelio (hablando en singular) que Pablo se refiere no es otro que el mensaje que recibió del Señor. Además, Pablo nos confirma que sus cartas no contienen las verdades únicas; muy claro dice que ya los ha evangelizado antes (debió ser oralmente), y ahora en la Escritura sólo se los RECUERDA, no dice que los evangelice con la carta. Que los protestantes se detengan aquí y analicen bien esto.
Leyendo un texto como (Col 3, 16) que habla de la Palabra de Cristo, nos hace pensar que si hasta entonces no había evangelios, esa Palabra era la tradición transmitida de generación en generación.
Cuando surgió la película Estigma, se rodó un mensaje que la Iglesia tenía libros ocultos como el Evangelio de Tomás; esto sólo hizo darle rating a la película, nada mas. La verdad es que estos libros se venden en cualquier librería católica, y hasta yo los leí cuando estudiaba en la Universidad. Pero surge una pregunta: ¿Por qué no fueron reconocidos como parte del Nuevo Testamento? Cuando en el siglo II se intentó mostrar que la revelación de Dios se seguía dando después del Apocalipsis, surgieron libros como: el evangelio de Pedro, de Tomas, el protoevangelio de Santiago, etc. Estos libros no fueron acogidos por la Iglesia. ¿Si hasta ese momento no había un Nuevo Testamento, como supieron que no debían considerarse estos libros? ¿Dónde estaba la Biblia como regla de fe para excluirlos? Fue la Iglesia con la autoridad que tenía de Cristo de atar y desatar la que determinó que estos libros no iban de acuerdo con LA ENSEÑANZA de los apóstoles, o sea, con la Iglesia en ese momento; no dijeron que iba contra la Escritura de ese momento. Analicen el por qué la Iglesia tenía autoridad para ordenar la Biblia.
Lo que dice la Biblia
Una vez que ya hemos hecho ver que las citas que les enseñan a los protestantes para encerrarlos en la “sola Biblia” están mal interpretadas, entremos a mirar como la Biblia expresa que lo escrito no es lo único.
Comencemos en la época apostólica. Sabemos que Pablo fue el primero en escribir, y sabemos que en su carta a los Corintios habla de la Última Cena. ¿Cómo aprendió de esto, si él no estuvo ahí? De seguro no lo leyó en ninguna parte, pues hasta ese entonces no existía ningún libro del Nuevo testamento. Alguna predicación de los apóstoles fue lo que lo llevó a aprender este misterio. Quiere decir que la enseñanza oral era la que primaba en las primeras comunidades cristianas.
San Juan en su segunda Carta expresa:
“Tengo muchas otras cosas que escribiros pero no he querido hacerlo por medio de tinta y papel, pues espero ir a vosotros y hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea cumplido” (2 Jn 1, 12) Juan no está diciendo que quiere ir a explicarles la carta; para él es más importante la enseñanza que les pueda dar oralmente que lo que ellos lean de sus cartas. Juan sabe que al ir a predicarles oralmente, el gozo del pueblo será completo. Además, Jesús los mandó fue a predicar no a escribir (Mt 28, 20), de aquí que sólo cinco discípulos se decidieran a escribir: Pedro, Juan, Santiago el menor, Judas y Mateo, mientras que TODOS los doce predicaban sin papel.
La razón por la que se empezaron a escribir las Cartas fue por la imposibilidad de los Apóstoles, de llegar a todos los pueblos. Ante esta situación, las cartas se usaban para hacerles algunas recomendaciones y exhortaciones PERO NUNCA REEMPLAZARON la enseñanza oral. Si leemos las Cartas, hay muchas cosas que las comunidades deben saber para que los autores sólo les hagan recomendaciones sobre esto. Ellos no extienden sus cartas a enseñarles cosas nuevas.
Ø En la carta a los Corintios, Pablo no les enseña como hacer la fracción del pan, mas bien los regaña por la forma de celebrarla. (1 Cor 11)
Ø En la carta a los Hebreos, no les repite las primeras enseñanzas sobre Cristo; las da por sabidas (Heb 6, 1-3)
Si leemos la Carta a los Gálatas dice:
“Quisiera estar con vosotros ahora mismo y cambiar de tono, pues estoy perplejo en cuanto a vosotros” (Gal 4, 20). Pablo es consciente de que un pueblo debe estar escuchando la predicación adecuada para cada circunstancia. Por eso se menciona “cambiar de tono”. Con la simple Escritura esto no era posible, y por esa razón Pablo desearía ir a Galacia para hacerles ver las cosas con un tono de voz apropiado. Si por ejemplo, alguien le dejara una nota a otra persona sobre algo; el que llega no sabrá mejor en que tono le dijo que si la otra persona se lo hubiera dicho personalmente; mas cuando se trata de llevar el Evangelio de Cristo.
Nos puede quedar claro como la misma Escritura no busca ser autosuficiente, sino una herramienta mas de Dios para comunicarse al hombre. No es que esté por debajo de la predicación apostólica pero si está sujeta a esta.
En la Biblia falta algo importante...
Comencemos con una pregunta sencilla: ¿Si todo está en la Biblia, en qué cita se menciona que el Nuevo Testamento deba contener 27 libros y cuales sean estos libros? Ningún protestante la encontrará. ¿Quién decidió esto? Por lo general, los protestantes se hacen los distraídos con esto. Y lo digo porque les he hecho esta pregunta y la respuesta más normal es: “lo reveló el Señor por el Espíritu Santo”. Ahh, eso lo reveló el Espíritu, pero cuando nosotros hablamos de lo que la Iglesia enseña y no está en la Biblia, y decimos que lo reveló el Espíritu, eso no. Un cristiano no se acomoda al árbol que dé mas sombra.
¿Qué decimos los católicos?
Decimos que existe una sola Revelación dada por el Espíritu Santo; y que esta revelación está contenida en la Sagrada Escritura y en la Sagrada Tradición. Ambas proceden de la misma fuente sólo difiere la forma en que se manifiesta.
Entonces, vemos que para los católicos existe algo aparte de la Biblia: La Tradición.
Con respecto a la Tradición, los protestantes han buscado hacerla ver como cosa de hombres y no como revelación de Dios. Primero mostraré las citas que ellos usan para atacar la Tradición:
Cabe decir antes que para ellos, en cualquier cita que aparezca la palabra “tradición” ya se refiere a lo que decimos los católicos, pero esto es falso.
“Así habeis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición” (Mt 15, 6) En este pasaje, Jesús condena a los fariseos porque dan mas importancia a una tradición judía como “lavarse las manos” que cumplir el mandato de Dios. Este pasaje no va contra la Sagrada Tradición que enseña la Iglesia, ya que esta Tradición está basada en la enseñanza de Jesús que se transmitió oralmente, no sobre tradiciones judías. De todos modos analicemos algo: la palabra griega para “tradición” se traduce como paradosis. Y es la misma palabra usada en Tesalonicenses:
“Así, que hermanos, estad firmes y retened la doctrina que habeis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra” (2 Tes 2, 15) Lo raro es que los evangélicos, hayan puesto esta palabra y la hayan traducido por “doctrina”, que tiene otra palabra en griego, didaskaleo. De todos modos, se pudiera usar doctrina o tradición pero ¿Por qué cuando se refiere a los hombres colocan “tradición”, y cuando se refiere a la enseñanza apostólica usan “doctrina”? Esto suena raro, ¿por qué no dejar en ambos casos “tradición” si así va mas acorde al texto griego? Esto es lo que los seguidores protestantes no saben sobre como sus líderes juegan con la Biblia, haciendo creer que los Testigos de Jehová son los únicos que la alteran. De todos modos, la cita anterior nos hace ver que los mismos apóstoles apoyaban cualquiera de las dos formas de enseñanza: oral y escrita.
Otro pasaje alterado es 1 Cor 11, 2 cambian la palabra tradiciones por “instrucciones” que tiene otro significado en griego paideia¸ nunca paradosis. Es triste ver a un protestante vanagloriarse de la “sola Biblia” siendo que hasta eso lo tiene alterado. (Si los protestantes no llegan a creer lo anterior pueden corroborarlo en una traducción interlineal español – griego editada por eruditos serios.)
Otra cita usada por los protestantes es:
“Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres” (Col 2, 8) Nuevamente esta cita es usada sólo porque aparece la palabra “tradiciones”. Si entendemos el por qué de la carta a los Colosenses podremos ver que este pueblo estaba siendo invadido por nuevas ideologías que no correspondían con la enseñanza apostólica, y por tal motivo, Pablo los advierte que no se dejen llevar por esto. Estas corrientes iban contra lo que ORALMENTE enseñaban los apóstoles, no iba contra la Escritura ¿Cómo entender que esto no es lo que la Iglesia llama Tradición? San Pablo mismo nos responderá esta pregunta en su carta a Timoteo:
“Lo que haz oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros.” (2 Tim 2, 2) Si leemos bien, aquí se mencionan cuatro generaciones consecutivas: 1 (Pablo), 2 (Timoteo), 3 (Hombres escogidos por Timoteo) y 4 (Estos hombres enseñen a otros). Esto es lo que la Iglesia católica llama Sagrada Tradición: la enseñanza de los apóstoles que se transmite de generación en generación bajo el sello del Espíritu Santo; esta enseñanza no está literal en la Biblia, pero si se soporta en ella y nunca la contradice. Podrían refutar ¿Cómo saber que esta enseñanza se ha mantenido sin intromisión humana? Partamos de la base: Jesús. Nadie pone por duda que lo que enseñó Jesús a sus apóstoles fuera diferente a lo que ellos predicaban. ¿Cómo pudieron ellos entender estas cosas? Muchas veces a los apóstoles se les hacia difícil entender el mensaje de Jesús (Mt 15, 16; 16, 9
pero llega un momento en que ellos podrán entender TODO:
“Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Sagradas Escrituras” (Lc 24, 45) Desde este instante, los apóstoles entenderían todos los misterios contenidos en el Antiguo testamento, y así mismo PODRÍAN DISCERNIR qué libros debería contener el Nuevo Testamento. ¿Quedo solo para ellos este conocimiento? No, Jesús les dijo que les enviaría al Espíritu Santo:
“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, el os guiará a toda verdad... y os hará saber las cosas que han de venir” (Jn 16, 13) O sea que el Espíritu enseñaría cosas nuevas. Esta presencia trascendería la muerte de los apóstoles, por eso ellos transmitieron su conocimiento a una nueva generación bajo la acción del Espíritu. El libro de los Hechos nos muestra como fueron escogidos los siete diáconos:
“Buscad, pues hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo” (Hch 6, 3) Mas adelante se verá que este servicio se otorgaba imponiéndoles las manos a los diáconos (Hch 6, 6) ¿Qué se lograba con esto? Se lograba que la enseñanza no se perdiera sino que fuera testificada por el Espíritu, igual que le sucedió a Timoteo en (1 Tim 4, 14). Si seguimos leyendo los Hechos, veremos que estos diáconos poseían la sabiduría para conocer los misterios del Antiguo testamento. Por ejemplo, Esteban (Hch 7), Felipe (Hch 8, 26-39) siendo simples diáconos tenían la misma sabiduría que los apóstoles. Esto no se puede explicar por otra razón que la acción del Espíritu Santo por mantener la unidad de la Iglesia en una sola fe. Ellos no leyeron las Escrituras como única forma de hallar vida eterna. Fue la Tradición de la Iglesia la que los llevó a profesar su fe, fe que siempre estuvo acorde con las Escrituras de hasta entonces.
Tratar de entender la Escritura sin la Tradición llevó a que se gestaran muchas herejías como las de Arrio. El pensaba que Jesús si era hijo de Dios pero que hacia referencia solo al lenguaje; pero interpretando a su modo el pasaje de Col 1, 15 llegó a decir que Cristo era una creación de Dios, lo que iba en contra de lo que la Iglesia Católica enseñaba sobre la Divinidad de Cristo. Esta es una muestra de que sólo los delegados por Cristo pueden interpretar correctamente la Palabra de Dios, pues ellos fueron los depositarios de la fe. Pablo le dice a Timoteo al respecto:
“Guarda el mandato, presérvalo de todo lo que lo pueda manchar o adulterar hasta la venida gloriosa de Cristo Jesús Señor nuestro.” (1 Tim 6, 14). Esto es lo que ha hecho el Magisterio de la Iglesia: tratar de preservar el mensaje de Cristo tal cual como Él lo predicó, por eso yo reto a que busquen en todos los dos mil años de la Iglesia a ver si encuentran con fundamento un cambio de doctrinas sobre algún punto.
El impacto que tiene en la inteligencia de un protestante esta doctrina de la “Sola Biblia” los lleva a querer justificar todo allí, pero no son coherentes. Hay una pregunta que les hago para analizar este fenómeno: ¿Crees en el purgatorio? No, claro que no, eso no está en la Biblia. Ante esta respuesta les vuelvo a preguntar: ¿Qué no está? ¿La palabra purgatorio o lo que significa? Muchos callan porque ni siquiera saben lo que es el purgatorio realmente, no lo sabían cuando “supuestamente” eran católicos, menos ahora. Por lo general los protestantes tiene distorsionadas nuestras doctrinas, razón por la cual se hacen reacios a entenderlas. De todos modos, la palabra purgatorio no aparece en la Biblia pero su contenido está implícitamente. Yo les vuelvo a preguntar a los protestantes: ¿Por qué crees en la Trinidad si no aparece en la Biblia? Ellos me dicen: ¡Claro que está, está implícita! Yo les respondo: el purgatorio también está implícito aunque no aparezca la palabra. Ellos callan y se van. Realmente no entiendo por qué un cuestionamiento como este no les hace sacudirse y quitarse la venda que le ponen en su Iglesia, tienen la verdad a medias, y mal interpretada.
De todos modos reflexionemos algo. Mientras se dejó que la Sagrada Tradición imperara como regla de fe junto a la Sagrada Escritura durante quince siglos, no hubo debilitamiento dentro de la unidad de la fe. Apenas a Martín Lutero se le ocurre, para justificar sus doctrinas, renunciar a la Tradición de la Iglesia, para quedarse sólo con la Biblia, han surgido miles de sectas diferentes bajo la denominación protestante: Luteranos, Calvinistas, Pentecostales, Evangélicos, Testigos de Jehová, Mormones, Adventistas, la Iglesia de Moon, etc., y no terminaría de contarlos; todos ellos creyéndose como únicos dueños de la verdad. Si hacemos un examen sobre las ventajas que ha tenido inventar esta doctrina hace seis siglos, veremos que es lo peor que le ha pasado al Cristianismo: es una muestra de que era doctrinas de hombres. La Tradición, aunque ha sido mantenido por hombres, los sucesores de Pedro en la silla apostólica, no ha tenido nunca errores doctrinales. Jesucristo preservó a Pedro de su fe, dando a entender que con respecto a doctrina siempre tendría la verdad, pero no lo hizo con respecto a su comportamiento humano; la prueba es que negó a Jesús, dio mal ejemplo cuando Pablo lo regaña, pues su comportamiento no iba de acuerdo a sus enseñanzas. Así, aunque muchos argumenten contra Papas y cosas que han hecho, estos actos son erróneos en su comportamiento, mas nunca en puntos doctrinales. De todos modos, la verdad es una: no todo está en la Biblia; Dios se nos manifestó en la Escritura y la Tradición, en lo que se escribió y lo que se predicó
La Biblia no puede ser comprendida correctamente si se toma desligada de la Iglesia en la que nació.
1. La Iglesia no nació de la Biblia, porque la Iglesia es anterior a la Biblia. Es decir, primero fue la Iglesia, y en ella nación la Biblia. Esto, lo mismo con respecto a Israel, si nos referimos al Antiguo Testamento, como con respecto a la Iglesia Cristiana, si nos referimos al Nuevo testamento.
Cuando se escribieron los libros del Nuevo testamento, la Iglesia ya había sido fundada por Cristo, pues recordemos que Cristo murió y resucitó alrededor del año 30, mientras que los libros del Nuevo testamento, fueron escritos mucho después. Por ejemplo, el Evangelio de San Marcos se escribió alrededor del año 64; San Lucas escribió su Evangelio entre los años 65 y 80de esas fechas más o menos data el Evangelio actual de San Mateo. Los primeros libros del N T son las cartas de San Pablo, escritas entre los años 51 y 67. El último fue el Apocalipsis escrito entre los años 70 y 95.
2. Cuando se escribió la Biblia (en concreto en N.T) la Iglesia era ya una comunidad viva, gobernada por los Apóstoles y por sus sucesores, que transmitían de viva voz la Palabra de Dios. No todo lo que pasó quedó escrito, ni siquiera de la vida y Predicación de Jesús (Jn 21,25; 2 Te 2,15; 2 Tim 1, 13; 2,2; 2Jn 12)
3. La Biblia es verdadera Palabra de Dios, y debemos creer y obedecer lo que nos enseña y manda. Pero Jesucristo no vino a escribir una Biblia. El vino a inaugurar el Reino de Dios y para eso fundó una comunidad (su Iglesia) que fuera ya en el mundo el anuncio y el inicio permanente de ese Reino. A sus Apóstoles Jesús no los mandó a repartir Biblias sino a predicar y a dirigir en su nombre su Iglesia ( Mt 28, 19; Lc 10,16; Rom 10,17). A sus discípulos, Jesús no los mando a que leyeran la Biblia para conocer su voluntad, sino que los puso en relación con su Iglesia, y con las autoridades que dejó en ella (Hech 9, 6-17; Mt 18,15-17) Esto mismo hizo Yahvé en el A:T. (Dt 17, 8-13)
Encontramos en la Biblia partes difíciles de entender, y que muchos falsean su sentido, razón por la cual es necesario que alguien, que esté inserto plenamente en la Iglesia, ayude a entender (2 Pe 3,16; Hech 8, 29-31)
4. La Iglesia cristiana del siglo I era guiada por la Palabra de Dios. Pero ésta no estaba sólo en los pocos libros que escribieron algunos de los Apóstoles, sino que se encontraba también en las palabras y hechos de Jesús, en la predicación de los Apóstoles, y en la orientación que daban continuamente a la predicación de los Apóstoles, y en la orientación que daban continuamente a la Iglesia y que ella recogía, conservaba y vivía con Fidelidad. A este conjunto de orientaciones vivas de Cristo y de los Apóstoles (Que no quedaron escritas ) es a lo que la Iglesia llama la Tradición, la cual quedo plasmada en la vida misma de la Iglesia, en sus instituciones, en su culto y sobre todo, en su manera de entender las cuestiones que plantea la Biblia.
5. La Tradición es la atmósfera o el ambiente en el que ésta se escribió, y la clave para interpretarla correctamente. La Tradición es la vida y la fe de la Iglesia del siglo I que juntos con la Biblia escrita, se ha conservado y transmitido fielmente.
La Sagrada Escritura es una lámpara que ilumina nuestro caminar a la Casa del Padre, Salmo 119,105. Pero mal utilizada, nos puede llevar a daños físicos y morales y hasta a la perdición eterna. El mismo Demonio se valió de esta técnica para inútilmente hacer caer a Jesús.
El profeta Amos anunció (8,11) “ Que llegaría el día en que Dios mandaría hambre sobre la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Yahvé”. Como esta hambre de escuchar la Palabra de Dios es inherente a la naturaleza del hombre, que desea conocer a su Creador, debemos en esta búsqueda estar apercibidos de que infinidad de doctrinas erróneas inventadas por el hombre han tratado de basarlas, sus creadores, en la Biblia mal interpretada. Ya el apóstol Pedro lo advertía en 2 Pedro 3,16, que habría quien torcería su enseñanza para su propia perdición.
Alguien dijo: “ de la Biblia mal interpretada, se puede sacar hasta petróleo “
José Smith fundador de los mormones, basándose en el mandato divino de Gen. 1,22 y 35, 11 “ crezcan, multiplíquense … aprobó la poligamia.
José F. Rutherford, 2° líder mundial de los Testigos de Jehová apoyó la conocida negativa de los Testigos de Jehová de aceptar transfusiones de sangre, que tantas muertes ha causado entre ellos, en el texto de Hech. 15,20 cuando la Iglesia Primitiva proclamó un mandato transitorio y circunstancial de abstenerse de sangre.
Los líderes de los Adventistas del 7° Día, utilizando Ex.20,8 "recuerda el día sábado para santificarlo" obligan a sus adeptos a guardarlo como los judíos del A. Testamento y rechazan el Domingo "Dia del Señor" propio de los cristianos.
Los cristianos fundamentalistas: Iglesia de la fe en Cristo Jesús y otras de la misma línea doctrinal, leyendo Hech. 8,16 “…únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús” Dicen que los cristianos se deben bautizar sólo en el nombre de Jesús y no en el de las Tres Personas de la Sma. Trinidad, aunque esto último, es mandato expreso de Cristo Mat. 28,19.
La gran cantidad de Iglesias cristianas evangélicas citando Rom.3,28 “concluímos que el hombre es justificado por fe, sin las obras de la Ley" , proclaman que la justificación (salvación), se obtiene solo por la fe sin obras, en oposición a lo que dice Santiago 2,26.
En los Pentecostales, se han suscitado casos de personas, principalmente niños, muertos por que sus padres no recurren al médico para atender sus padecimientos, ya que creen, según Lc.8,48, que todo se cura sólo por fe y oraciones. En cambio los judíos, el pueblo de la Biblia, sí recurría a los médicos Eclo. Cap.39. Entre los apóstoles hubo un médico eminente: S. Lucas, Col. 4,14.
En San Luis Potosí, en una comunidad de personas de este tipo de doctrina, algunas de ellas cayeron muertas al inhalar gas butano. El Pastor les decía, que era la acción del Espiritu Santo (Heraldo de Chih. 1° de Enero de 1992).
Los seguidores de la orinoterapia (beber su propia orina), justifican esta práctica en el texto de Prov. 5,15 "¡toma el agua de tu propia fuente…!"
Las prácticas más descabelladas pueden tener apoyo en la Biblia mal interpretada,
COMO LA IDOLATRIA Y LA VENERACION A CIERTOS PERSONAJES ...EUCARISTIA, LIMBO, MISAS, SACERDOCIOS NO BIBLICOS, MADRECITAS, PADRECITOS, BAUTISMOS A BEBES, PRIMERAS COMUNIONES, VENERACION A LOS MUERTOS...ETC. ETC.
citar éstas, sería interminable. Para evitar ser víctimas de estos y otros daños tan terribles, vayamos a la Sagrada Escritura siempre atendiendo la interpretación del Magisterio de la Iglesia Católica a quien Jesús le dio este ministerio Luc. 10,16 y no quienes la proclaman al margen de éste.