El deseo sexual.
El hombre siente todo tipo de deseos. El deseo invade nuestra mente y nuestra voluntad, anulando cualquier otra apreciación en ese momento y empujándonos a su satisfacción. El deseo sexual es el más fuerte que nos invade. Este deseo anula todo el barniz de seres controlados que parecemos que somos, produciendo un impulso que nos aboca a satisfacerlo lo antes posible. Después de haber experimentado una y otra vez la fuerza de ese deseo, comprendemos que es un deseo básico de nuestra naturaleza que hay que satisfacer. Dependiendo del autodominio de cada uno, su satisfacción se muestra de la forma más brutal o arropada por todo tipo de galanteos y disimulos, pero el fin último de todo este revestimiento es la satisfacción de ese deseo. Todo el ser se ve implicado en la obtención de la satisfacción sexual que ese deseo provoca.
Es tan grande este deseo, que las relaciones entre sexos se ven deformadas por esa actividad sexual y ese deseo de posesión del cuerpo de nuestro sexo diana. Cada vez que vemos a una persona guapa del otro sexo, nos vemos abocados a decir ¡que buena está! O ¡que bueno está!, dependiendo de nuestro sexo diana. Ya no podemos ver a la persona como tal, sino sus atributos sexuales que se nos imponen como su tarjeta de visita. Y esto ocurre con cada persona del otro sexo que nos tropezamos a cada momento. ¿Es esto normal?
Por otra parte, se critica la postura de la Iglesia Católica con respecto a la castidad y se indica que esto supone represión de nuestros más básicos y auténticos impulsos. Y se dice que esto no puede ser sano, que uno tiene que satisfacer ese deseo también, y algunos ven esto como una cortapisa a su libertad y a su condición humana. Que esto es retrógrado e insano. Pues sí, supone represión de nuestros más bajos impulsos, precisamente haciéndolo con el más fuerte de ellos. El deseo sexual.
Si uno conociera de donde parte ese deseo, de donde parten todos los deseos que se nos imponen como algo propio y auténtico, uno sabría positivamente que la represión de esos impulsos, o al menos su control consciente, suponen en realidad un motivo de crecimiento como persona, porque el hombre se deja llevar por esos impulsos, que como ya he dicho, provienen de la condición más baja del hombre, de su condición animal. Si uno se autodenomina como animal racional, tal vez no vea nada negativo en esto, pero el hombre es algo más que un animal racional. Es un ser híbrido con dos naturalezas: humana y divina. Mientras la naturaleza humana se anteponga a la divina no solo no veremos lo negativo que estos deseos son, sino que lucharemos con todas nuestras fuerzas contra esa indicación de control o represión de nuestros impulsos, porque pensamos que nos están escatimando la satisfacción de un deseo legítimo.
Pero si la Iglesia pide castidad y control de esos impulsos, es precisamente porque lucha contra la idea de la animalidad del hombre y da consejos y herramientas para que cada uno de nosotros luchemos contra ella. Para que pueda aparecer, algún día, nuestra consciencia divina que no busca esos objetivos sexuales, sino que busca otros objetivos y se satisface de otra forma a la animal.
Por otra parte, no hay otra manera de vencer esos impulsos sino oponerse inteligentemente a ellos. Esto provoca tensiones en nuestro ser, provoca reacciones adversas y malestares internos, pero lo que se puede conseguir con ello es tan grande, es tan especial y es tan excelso, que el sufrimiento que todo ello puede conllevar es muy pálido con respecto a los bienes que se pueden conseguir.
Yo ya, cuando veo a una mujer bonita, no digo ¡Qué buena está!, sino ¡que guapa es! Me sale así. Tal vez sean los años, pero visto los viejos verdes que se ven por el parque, tal vez sea que he vencido a ese deseo imperioso. El deseo sexual.
[]Cedesin>
El hombre siente todo tipo de deseos. El deseo invade nuestra mente y nuestra voluntad, anulando cualquier otra apreciación en ese momento y empujándonos a su satisfacción. El deseo sexual es el más fuerte que nos invade. Este deseo anula todo el barniz de seres controlados que parecemos que somos, produciendo un impulso que nos aboca a satisfacerlo lo antes posible. Después de haber experimentado una y otra vez la fuerza de ese deseo, comprendemos que es un deseo básico de nuestra naturaleza que hay que satisfacer. Dependiendo del autodominio de cada uno, su satisfacción se muestra de la forma más brutal o arropada por todo tipo de galanteos y disimulos, pero el fin último de todo este revestimiento es la satisfacción de ese deseo. Todo el ser se ve implicado en la obtención de la satisfacción sexual que ese deseo provoca.
Es tan grande este deseo, que las relaciones entre sexos se ven deformadas por esa actividad sexual y ese deseo de posesión del cuerpo de nuestro sexo diana. Cada vez que vemos a una persona guapa del otro sexo, nos vemos abocados a decir ¡que buena está! O ¡que bueno está!, dependiendo de nuestro sexo diana. Ya no podemos ver a la persona como tal, sino sus atributos sexuales que se nos imponen como su tarjeta de visita. Y esto ocurre con cada persona del otro sexo que nos tropezamos a cada momento. ¿Es esto normal?
Por otra parte, se critica la postura de la Iglesia Católica con respecto a la castidad y se indica que esto supone represión de nuestros más básicos y auténticos impulsos. Y se dice que esto no puede ser sano, que uno tiene que satisfacer ese deseo también, y algunos ven esto como una cortapisa a su libertad y a su condición humana. Que esto es retrógrado e insano. Pues sí, supone represión de nuestros más bajos impulsos, precisamente haciéndolo con el más fuerte de ellos. El deseo sexual.
Si uno conociera de donde parte ese deseo, de donde parten todos los deseos que se nos imponen como algo propio y auténtico, uno sabría positivamente que la represión de esos impulsos, o al menos su control consciente, suponen en realidad un motivo de crecimiento como persona, porque el hombre se deja llevar por esos impulsos, que como ya he dicho, provienen de la condición más baja del hombre, de su condición animal. Si uno se autodenomina como animal racional, tal vez no vea nada negativo en esto, pero el hombre es algo más que un animal racional. Es un ser híbrido con dos naturalezas: humana y divina. Mientras la naturaleza humana se anteponga a la divina no solo no veremos lo negativo que estos deseos son, sino que lucharemos con todas nuestras fuerzas contra esa indicación de control o represión de nuestros impulsos, porque pensamos que nos están escatimando la satisfacción de un deseo legítimo.
Pero si la Iglesia pide castidad y control de esos impulsos, es precisamente porque lucha contra la idea de la animalidad del hombre y da consejos y herramientas para que cada uno de nosotros luchemos contra ella. Para que pueda aparecer, algún día, nuestra consciencia divina que no busca esos objetivos sexuales, sino que busca otros objetivos y se satisface de otra forma a la animal.
Por otra parte, no hay otra manera de vencer esos impulsos sino oponerse inteligentemente a ellos. Esto provoca tensiones en nuestro ser, provoca reacciones adversas y malestares internos, pero lo que se puede conseguir con ello es tan grande, es tan especial y es tan excelso, que el sufrimiento que todo ello puede conllevar es muy pálido con respecto a los bienes que se pueden conseguir.
Yo ya, cuando veo a una mujer bonita, no digo ¡Qué buena está!, sino ¡que guapa es! Me sale así. Tal vez sean los años, pero visto los viejos verdes que se ven por el parque, tal vez sea que he vencido a ese deseo imperioso. El deseo sexual.
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