LA RELIGIÓN,
ARMA DE GUERRA
Juan Antonio Monroy
"La religión como arma de guerra" es un título que no nace de la imaginación del autor de este artículo. Ha sido usado en los grandes diarios españoles al tratar las diferencias confesionales en lo que en otros tiempos fue Yugoslavia y hoy sólo representa un amasijo de cadáveres sin identidad en el corazón de Europa. El término explica cómo tres credos religiosos -católico, ortodoxo y musulmán- se han convertido en excusa militar para emprender una guerra que no tiene más sentido que el político.
Sin embargo, la frase es aplicable hoy a la mayoría de los odios internacionales, como lo fue en tiempos de la conquista de Canaán, las guerras santas o las Cruzadas. El hombre, consciente de que con sus conflictos armados viola los más elementales principios de humanidad y atenta contra la voluntad de Dios, busca coartada en el cielo para eludir su responsabilidad en la tierra. Siempre ha sido así. Y hoy, a pesar del racionalismo y de la aparente emancipación intelectual del ser humano, continúa siéndolo.
Los serbios ortodoxos se han permitido hablar de "limpieza étnica" para significar el genocidio de los musulmanes de Bosnia, pero sólo les animaba lograr la repartición ventajosa de un territorio fértil; el católico IRA irlandés mata y muere en nombre de un conflicto religioso que no existe, sino que anida en una reivindicación exclusivamente política; Sadam Husein anima una y otra vez al mundo árabe a defender una causa disfrazada de religión, cuando, en el fondo, tan sólo le impulsa el muy laico deseo de aumentar sus exportaciones de petróleo; el cristiano de occidente dice defender la democracia... "con ayuda de Dios", aunque eso no le exime de pasividad en los casos en que no se hallan involucrados intereses económicos -véase Ruanda- y excesivo rigor en aquellos otros en que se ve amenazado el capitalismo salvaje de sus estructuras -véase Cuba-.
Y así, hasta el infinito. La religión como arma de guerra. Dios, como aliado de unos, de otros y, paradójicamente, de amigos y enemigos. El cielo, vengador justiciero de las pequeñas verdades partidistas de los hombres. ¡Qué error! Dios no se halla en el fragor de la batalla ni se complace en la muerte, ni siquiera en la de aquellos que le detestan. "Mete tu espada en la vaina", dijo Jesús a Pedro. "No sabéis de qué espíritu sois", añadió, dirigiéndose a quienes pedían fuego divino contra los blasfemos. "Bienaventurados los pacificadores", recordaba en su sermón del monte.
Que el hombre es un lobo para el propio hombre es una verdad histórica. Le desgarra la ambición, la envidia, el odio... Pero que busque en Dios la justificación a su despropósito es tan atroz como el crimen que comete. Si la guerra de la ex Yugoslavia se prolonga hasta el año 2000 no será porque Dios lo quiera, ni porque sus intereses estén siendo defendidos por croatas, serbios o bosnios. Será porque el hombre, en su ambición desmedida, así lo quiere. Porque mientras le invoca para explicar su maldad, el cielo calla. Y llora.
Juan Juan Antonio Monroy
es escritor, conferenciante internacional
y director de la revista Alternativa 2000
© Juan Antonio Monroy, 2001
© 2001 I+CP, Madrid, España
http://www.icp-e.org/e010905.htm