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La frágil y desafiante Siria
14/10/2003
Al estimar -acertadamente- que Estados Unidos no quiere atacar a Siria, el presidente cree que puede librarse impunemente de las consecuencias manteniendo la mencionada postura. Y así es como este país, uno de los patrocinadores más persistentes del terrorismo y una de las dictaduras más represoras del mundo, toma asiento como miembro respetado del Consejo de Seguridad de la ONU en plena "guerra contra el terrorismo".
BARRY RUBIN - 14/10/2003
Siria es un país en guerra con Israel y, últimamente, también con Estados Unidos. Sin embargo, confía en no pagar precio alguno por el terrorismo que patrocina contra ambos países. Dada la peculiar lógica de las cuestiones relacionadas con Oriente Medio, las cosas suelen resolverse en tal sentido para Damasco. Recientemente, sin embargo, Israel lanzó un ataque nada frecuente contra un campo de entrenamiento de terroristas situado en territorio sirio. La respuesta más usual tras grandes actos de provocación o ataques terroristas apoyados por Damasco consiste simplemente en atacar objetivos sirios o protegidos por Siria en Líbano.
Esta vez, no obstante, Israel ha lanzado una señal que traduce hasta qué punto le irrita la persistente actitud siria. A Siria no le conviene en estos momentos adoptar una política agresiva. El país más bien flaquea en el plano militar desde que el hundimiento de la URSS le privó del respaldo de una superpotencia que además le suministraba armamento. La potencia siria, en comparación con Israel, se halla en el mayor nivel de desventaja desde el punto de vista estratégico del último medio siglo. Como ya se ha señalado,el equilibrio de fuerzas en el plano diplomático y político resulta, asimismo, desfavorable. Aunque los estados árabes, dado el caso, se manifestarían con toda vehemencia para apoyar a Siria en una crisis contra Israel, es improbable que hicieran lo más mínimo para acudir en su auxilio.
Sin embargo, los europeos adoptarían medidas concretas tendentes a socorrer al régimen dictatorial sirio, por el que de hecho sienten cierta preferencia, aunque carece de los recursos económicos o perspectivas comerciales que podrían inclinarles hacia una postura de mayor respaldo. El factor más descollante en este panorama es el hecho de que Siria, junto con su Estado satélite -Líbano-, se halla prácticamente rodeada de potencias que considera sus adversarios.
Rechazó la oportunidad que se le brindaba de hacer las paces con su vecino del sur, Israel, y recobrar los altos del Golán en el año 2000. Turquía, en el norte, es un Estado poderoso que presionó a Siria para que expulsara al líder del grupo terrorista kurdo, amenazando con un ataque frontal hace pocos años. Jordania es país amigo de Occidente y ha experimentado las consecuencias de la subversión siria.
Más recientemente, Iraq, situado al este, ha sido ocupado por una coalición dirigida por Estados Unidos. Las autoridades de Damasco pudieron comprobar con qué celeridad cayó el vecino régimen dictatorial. Estados Unidos, el país más poderoso del mundo, se halla actualmente apostado en su mismo umbral -por una larga temporada- y dispone de un poderoso ejército. La clase de respuesta que cabría esperar de tal situación es la prudencia y la sensatez.
Un país débil y rodeado de vecinos poderosos trataría en su caso de desactivar la amenaza mediante la avenencia y las concesiones. Sin embargo, así es como funcionan ahora las cosas en Oriente Medio. El régimen de Damasco, por el contrario, vocifera desafiante e intensifica su actitud.
De acuerdo con el estilo imperante en la región, el momento de fragilidad es un momento oportuno para tratar de disuadir mediante la agresividad e intimidar a quienes se presenten como enemigos: gentes que responderían reforzando sus posiciones frente a toda eventual actitud de batirse en retirada. Es verdad que se producen varias iniciativas tácticas cautelosas -contener hasta cierto punto a Hezbollah, por ejemplo-, pero en gran parte se reducen a hueras promesas. Antes de la guerra, Siria prometió engañosamente a Estados Unidos que clausuraría su oleoducto ilegal que -transgrediendo las sanciones de las Naciones Unidas- transportaba el crudo a Iraq.
Después de la guerra, Siria hizo y posteriormente quebró la promesa de que clausuraría las oficinas de los grupos terroristas en Damasco, donde obtienen financiación, entrenamiento y ayuda técnica
gubernamental. Además, y a pesar de las demandas de Estados Unidos, Siria dio cobijo a criminales de guerra y probablemente a material asociado a armamento de destrucción masiva de Iraq. Sea como fuere, en todo este asunto sobresale la que cabe llamar nueva fase de los acontecimientos, absolutamente alarmante: Siria se ha convertido en un Estado patrocinador del terrorismo antinorteamericano. Se ha detectado la existencia de oficinas de alistamiento y campos de instrucción en suelo sirio destinados a matar norteamericanos en Iraq. Están armados y cuentan con medios de transporte y posiblemente ayuda económica del propio Gobierno sirio.
Sin embargo, hasta ahora la única respuesta de Estados Unidos a esta guerra librada contra Estados Unidos se limita a algunas palabras de amonestación estadounidenses,así como a propuestas de resoluciones del Congreso norteamericano tendentes a reforzar el control económico sobre Siria. La mencionada política siria es producto de sus maneras y estrategia a largo plazo, pero es también el proceder adoptado por el -relativamente novel en las responsabilidades de su cargo- joven presidente, Bashar El Assad. En realidad, Assad le está diciendo a Estados Unidos: "¿Qué pensáis hacer al respecto?". Al estimar -acertadamente- que Estados Unidos no quiere atacar a Siria, el presidente cree que puede librarse impunemente de las consecuencias manteniendo la mencionada postura. Y así es como este país, uno de los patrocinadores más persistentes del terrorismo y una de las dictaduras más represoras del mundo, toma asiento como miembro respetado del Consejo de Seguridad de la ONU en plena "guerra contra el terrorismo".
Israel, sin embargo, no puede permitirse el lujo de contemplar cómo su capacidad disuasoria revierte en la decadencia siria. Israel, desde luego, no quiere entrar en guerra con Siria, pero las declaraciones de El Assad enmascaran el hecho de que Siria está librando una guerra con Israel. Puede decirse que o bien el ataque contra el campo de instrucción en Siria fue la reiteración de una antigua advertencia o bien forma parte de una campaña destinada a presionar a Siria para que restrinja o prohíba las actividades del Hezbollah libanés, así como de los grupos terroristas que ampara.
Siria se encuentra en una postura demasiado comprometida y frágil como para que pueda plantearse una respuesta abierta. Sus acciones de represalia tienen lugar -como así ha sido durante tanto tiempo- de forma secreta y disimulada, principalmente mediante nuevos ataques terroristas. La continuación de la política radical de Siria seguirá revirtiendo en la permanente fragilidad estratégica y estancamiento económico de este país. Sin embargo, el Gobierno
sirio está dispuesto a pagar de buen grado este precio mientras se mantiene en el poder. Y, a menos que sea derribado por potencias o fuerzas externas -como enseña la experiencia de Iraq-, la supervivencia de este régimen en Oriente Medio no corre peligro, prescindiendo del grado de malgobierno.
En resumidas cuentas, cabe preguntarse si no podría alcanzarse un punto en el que la presión fuera tan intensa que El Assad -tal vez a instancia de sus más influyentes y veteranos asesores- decidiera que vale la pena adoptar una estrategia algo más prudente.
B. RUBIN, coautor junto con Judith Colp Rubin del libro de reciente publicación "Yasser Arafat: una biografía política" (Oxford University Press) Traducción: José María Puig de la Bellacasa.Fte L.V.D