Re: Revisión Protestante de la Justificación Católica
SolaGratia dijo:
Estimada Católica,
El buen Gabaon te dirá lo mismo que yo. Dios en su eterno y soberano consejo ha decretado salvara a sus escogidos-predestinados en Cristo irremediablemente serán salvos. Ahora, si la Biblia habla de elegidos, predestinados, ordenados para vida eterna es porque hay no-elegidos y no-predestinados.
¿Alguien merece la salvación? ¿Esta Dios obligado a salvar? ¿Es injusto Dios porque es su voluntad quiere que Cristo salve a algunos que El le dio?
Ahora, ¿Si alguien viene a Dios, El le hecha fuera? No, Dios no le hecha fuera. ¿Tiene excusa el hombre que NO quiere venir a El? No, no tiene.
El justo nos dice las Escrituras “con dificultad se salva” que sin santidad “nadie vera al Señor” y que “son pocos los que entran por el camino estrecho que lleva a la vida”. La misma evidencia demuestra lo anterior que muchos mueren en sus delitos y pecados.
Si Dios quiere salvar a todos y en realidad son pocos los que se salvan realmente no veo como en Isaías 53 nos profetiza que el siervo de Dios quedara satisfecho viendo la aflicción de su alma cuando pocos son los que se salvan. Solo hay una explicación, que Cristo quedara satisfecho porque su aflicción en la cruz justificara a todos aquellos que fueron escogidos en El antes de la fundación del mundo.
saludos
Paz de Dios Solagratia
No me parece que tú y Gabaon digan lo mismo.
La predestinación al cielo es bíblica, lo que no es bíblico es la predestinación al infierno.
Tú dices:
¿Está Dios obligado a salvar?
1 Tim 2, 4: "el cual quiere que
todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad"
Según la lección católica Dios está obligado a dar la gracia a todos, pero no está obligado a la igualdad de las gracias. Da a sus servidores uno, dos o cinco talentos, a cada uno según su capacidad (Mt 25, 15); y esta diversidad contribuirá al esplendor del paraíso. Pero está obligado por su amor a dar a cada uno de nosotros gracias tales que si no entramos en la Patria nos reconoceremos como únicos responsables.
La perseverancia final, o sea, la consumación de la vida en estado de gracia, es un
don especialísimo de Dios .
Tomado de: "Teología del Dogma Católico" de Javier de Abárzuza, O.F.M. - Cap., Studium.
Perseverancia final
Parte 1.- El hombre justificado no puede perseverar por mucho tiempo en la justicia recibida sin un auxilio especial de Dios (doctrina al menos teológicamente cierta)
1237.
Explicación de términos. Perseverancia es, en nuestro caso, la permanencia en la justicia recibida; puede ser completa o incompleta, según que la permanencia en la justicia recibida sea hasta el fin de la vida o por un lapso de tiempo más o menos largo.
En la perseverancia completa suele distinguirse un doble elemento, a saber: uno activo y otro pasivo; el elemento activo es el esfuerzo del hombre justificado en orden a la observancia de los mandamientos de Dios; el pasivo es la unión del estado de gracia con la muerte.
Ambos elementos de diversa manera en los justificados, pues a veces unos mueren apenas han sido justificados (perseverancia puramente pasiva); otros, en cambio, mueren en pecado después de que fueron justificados y vivieron un tiempo en estado de gracia (perseverancia puramente activa); otros, por último, después de haber sido justificados y de haber vivido una vida santa mueren en estado de gracia (perseverancia activa y pasiva al mismo tiempo)
No puede, es decir, tiene potencia física, pero no moral de perseverar por causa de las tentaciones que le asaltan; esta impotencia es antecedente y estrictamente dicha.
Sin un auxilio especial de Dios. Todos los teólogos admiten que este auxilio especial de Dios es realmente distinto de la gracia santificante; pero discuten si dicho auxilio se distingue también del conjunto de gracias actuales con las que el hombre justificado ha sido ayudado por Dios en orden a obrar saludablemente; hay teólogos que lo afirman; otros, en cambio, lo niegan; creemos que esta discusión afecta solamente al modo de hablar; según nuestra opinión, ese auxilio especial de Dios debe colocarse en una protección especial de Dios que abarca los auxilios externos con los que se quitan las ocasiones de pecar y los auxilios internos e intrínsecamente sobrenaturales con los cuales el justificado obra saludablemente.
Decimos pues, en la tesis que el hombre justificado no puede sin una proteccón especial de Dios perseverar activamente durante mucho tiempo en la justicia recibida.
1238.
Niegan la tesis:
a) Los Pelagianos, según los cuales todo hombre puede con sus solas fuerzas naturales cumplir todos los preceptos y, por tanto, perseverar hasta el fin; los auxilios divinos son ciertamente útiles, pero en manera alguna necesarios.
b) Hay quienes ponen también entre los adversarios de nuestra tesis a los semi-pelagianos; pero parece ser que éstos no negaron la necesidad de un auxilio especial para poder perseverar, sino la necesidad de un don especialísimo para la perseverancia final.
1239.
Se prueba la tesis:
a)
Por el Magisterio eclesiástico, pues además de las declaraciones del Indículo: “Nadie, ni aun después de haber sido renovado por la gracia del bautismo, es capaz de superar las asechanzas del diablo y vencer la concupiscencia de la carne, si no recibiere la perseverancia en la buena conducta por la ayuda diaria de Dios” (D 132), y del Concilio de Orange: “La ayuda de Dios ha de ser implorada siempre, aun por los renacidos y sanados, para que puedan llegar a buen fin o perseverar en la buena obra” (D 183), tenemos la definición del Concilio de Trento: “Si alguno dijere que el justificado puede perseverar sin especial auxilio de Dios en la justicia recibida…” (D 832).
Diferentes interpretaciones de este canon. Pero ¿cómo se debe interpretar este canon? ¿Debe interpretarse del hecho de la perseverancia o de la potencia de perseverar? ¿De la perseverancia perfecta o también de la imperfecta?
Hay quienes dicen que el Concilio definió lo primero, o sea, que el justificado no persevera de hecho hasta el fin sin un auxilio especial de Dios; esto, ciertamente, se ha de admitir como mínimo.
Hay quienes dicen que el Concilio definió lo segundo, es decir, que el justificado no puede activa y perfectamente perseverar hasta el fin sin un auxilio especial de Dios.
Hay, por último, quienes dicen que el Concilio definió, no ciertamente de una manera explícita, peri si implícita, lo tercero, es decir, que el justificado no puede activa e imperfectamente perseverar en la justicia recibida, ya que una misma es la razón de la impotencia para la perseverancia perfecta que para la perseverancia imperfecta, a saber, la lucha con el diablo, con la carne y con el mundo, en la que los justificados no pueden salir triunfantes sin un auxilio especial de Dios (D 806)
b)
Por la Sagrada Escritura, pues en ésta se nos dice muchas veces que también los justificados deben sostener una lucha grande y continua contra las asechanzas del demonio (Ef 6, 11-17); contra las tentaciones (Jac 1, 2, 12); contra la concupiscencia (Jac 1, 14) y contra el diablo (1 Pe 5, 8) y a ellos exhorta para que imploren el auxilio divino, sin el cual no pueden vencer a los enemigos; “Para que podáis resistir a las insidias del diablo” (Ef 6, 11); todo lo cual da a entender claramente que los justificados, además de la gracia santificante, necesitan de otro auxilio, ya que nadie pide sino lo que no tiene.
c)
Por los Padres y la Liturgia, pues ambos nos enseñan unánimemente esta imposibilidad de perseverar por largo tiempo en la justicia recibida y la necesidad de la oración para conseguir de Dios este auxilio especial: “Oh Dios, que sabes que nosotros, constituidos en tantos peligros, no podemos, según nuestra fragilidad, permanecer en el bien…” (Or. Dom. IV después de la epifanía). “Haz que yo esté apegado a tus mandatos y no permitas que nunca sea de Ti separado” (Or. en la Misa)
Y lo mismo podríamos probar apoyándonos en el sentido de los fieles, los cuales, cuanto más santos son, tanto con mayor diligencia y fervor suelen pedir a Dios la perseverancia: pues están persuadidos de que no pueden perseverar durante mucho tiempo en la justicia recibida si Dios no los robustece contra la debilidad de la naturaleza y con la concupiscencia de la carne.
d)
Por la razón teológica, pues aun cuando el hombre justificado está ya sanado de alguna manera por medio de la gracia santificante y está también íntimamente unido con Dios su principio y su fin, sin embargo la gracia santificante sola y los hábitos infusos sobrenaturales que la acompañan y las gracias actuales que recibe no le han sanado todavía totalmente en su parte inferior en orden a obrar rectamente; permanecen, aun después de la justificación, la infección de la carne y la concupiscencia; permanecen además la oscuridad de la mente en el entendimiento y la inclinación al mal en la voluntad y en el libre albedrío la volubilidad para pasarse del bien al mal; debido a esto, el hombre, aun el justificado, sucumbe a las tentaciones si Dios no le ayuda con una gracia especial. “Y por lo mismo –dice Santo Tomás- también les conviene decir a los que por la gracia han sido hechos hijos de Dios: Y no nos dejes caer en la tentación” (1-2, q. 109, a.9)
1240.
Nota bene. Para conseguir este auxilio especial de Dios es preciso acudir a la oración asidua y constante, de tal manera, sin embargo, que la recepción de la Santísima Eucaristía sea el medio absolutamente necesario del que depende la consecución de este auxilio divino; si, pues, uno deja la Sagrada Comunión a sabiendas y no queriéndola recibir, no conseguirá este auxilio necesario para la perseverancia; mas si no la puede recibir ni física ni moralmente estará obligado a desearla explícita o implícitamente; hay teólogos que de tal manera urgen esta necesidad que dicen no darse ningún caso en el que este auxilio se conceda con independencia de la Santísima Eucaristía, a la que por esta razón se la suele llamar el sacramento de la perseverancia.
Parte 2.- Mas la perseverancia final, o sea, la consumación de la vida en estado de gracia, es un don especialísimo de Dios (Doctrina de fe católica por el magisterio ordinario de la Iglesia)
1241.
Se prueba la tesis:
a)
Por el Magisterio eclesiástico, pues el Concilio de Trento, no ciertamente definiendo, sino más bien suponiendo, llama a la perseverancia final “un gran don”: “Si alguno dijere con absoluta e infalible certeza que tendrá ciertamente aquel grande don de la perseverancia hasta el fin…sea anatema” (D 826)
b)
Por la práctica de la oración en la Iglesia, pues la Iglesia pide constantemente a Dios en sus oraciones y en sus súplicas: “Haz que yo esté siempre adherido a tus mandatos y no permitas que de Ti sea separado” (Orac. en la Misa). San Agustín empleó muchas veces este argumento en contra de sus adversarios.
c)
Por la razón teológica, pues la perseverancia actual no es más que la unión del estado de gracia con el fin de la vida. Ahora bien, esta unión no está en nuestra manos: a) porque que uno muera cuando está en estado de gracia depende solamente de Dios, ya que nadie puede hacer que su vida termine cuando está en gracia; b) porque no está en nuestra manos hacer que el libre albedrío esté inmóvil y fijo hasta el fin de la vida, ya que el libre albedrío es siempre capaz de camgbiarse del bien al mal; c) porque no cae bajo el mérito de condigno, y d= porque supoen la concesión de una gracia eficaz con preferencia a las gracias meramente suficientes, y la gracia eficaz es un don especial de Dios que lo concede ciertamente a uno porque así lo quiere y, en cambio, lo niega a otro sin injusticia alguna: “No se da –dice San Agustín- según los méritos, sino que se da según una voluntad ocultísima y justísimo y sapientísima y beneficentísima del mismo Dios” (PL 45, 1012)
De donde se infiere que la perseverancia final es un don gratuito de Dios, distinto de la gracia de la justificación y distinto también de la gracia especial por la cual se puede perseverar y que a todos se concede por medio de las gracias suficientes, es , por último, el don más grande de todos, pues lleva consigo la consecución efectiva de la salvación eterna.
La perseverancia final se puede pedir infaliblemente con una oración asidua y constante según aquello: “Pedid y se os dará…” (Mt. 7, 7-8). “Cuanto pidiereis al Padre, os lo dará en mi nombre” (Jn 16, 23), pues nada más necesario para la salvación que la perseverancia final.
1242.
Cuestión complementaria. En qué convienen y en qué difieren la perseverancia final y la confirmación en la gracia. Convienen en que en ambos casos sobreviene la muerte cuando se está en gracia; difieren en que la perseverancia final se concede a todos los predestinados, en tanto que la confirmación de la gracia se concede solamente a algunos privilegiados por alguna razón del todo especial, por ejemplo, a la Virgen Maria por razón de su divina maternidad, a los Apóstoles por razón de su apostolado.