Mil disculpas por la demora en la respuesta, pero con el tiempo libre, he aquí respondo.
Hermano en Cristo, gracias por compartir tu reflexión con tanta claridad y amor por la Palabra. Es evidente que buscas la verdad con integridad, y eso honra al Señor. Permíteme responder con el mismo espíritu: no para confrontar, sino para juntos examinar las Escrituras, como hicieron los bereanos en Hechos 17:11.
Respecto a Juan 17:3 y la vida eterna, tienes razón en que conocer a Dios es relacional. Pero en el evangelio de Juan, esa relación no es indirecta. Jesús no dice: “Yo les presento al Padre”, sino: “El que me ha visto, ha visto al Padre” en Juan 14:9. Si Jesús fuera únicamente un mensajero, como Moisés o Elías, hubiera señalado hacia el Padre. Pero Él se presenta como el camino único: “Nadie viene al Padre sino por mí” en Juan 14:6. Eso va más allá de una función delegada; es una afirmación de identidad reveladora. Solo Dios puede ser la única vía al Padre. Y sí, Jesús dice: “El Padre es mayor que yo” en Juan 14:28, pero lo hace dentro de su estado de humillación. Así como un rey que se viste de siervo no deja de ser rey, Cristo, aun en la cruz, sigue siendo el Señor de gloria según 1 Corintios 2:8.
Sobre Juan 10:30 y la unidad expresada con la palabra griega hen, el contexto sí habla de acción conjunta, pero la unidad perfecta en la obra presupone una comunión perfecta en la relación. Cuando Jesús ora en Juan 17:22 para que sus discípulos sean “uno, como nosotros somos uno”, no está diciendo que seremos idénticos al Padre y al Hijo, sino que participaremos de su amor mutuo, como sarmientos unidos a la Vid verdadera en Juan 15:5. Pero esa Vid debe ser vida divina, para poder darnos vida eterna. Además, los judíos no lo acusaron de decir “trabajamos en armonía”, sino de “hacerte Dios a ti mismo” en Juan 10:33. Ellos entendieron el peso de sus palabras.
En cuanto a Filipenses 2:6–7 y la “forma de Dios”, Pablo usa morphē, no schēma. Morphē habla de la forma esencial, no de apariencia externa. El contraste es claro: “forma de Dios” en el versículo 6, y “forma de siervo” en el versículo 7. Jesús no perdió su deidad al encarnarse; renunció a la manifestación visible de su gloria, no a su naturaleza. Y el punto no es solamente moral: es quién se humilló. Si un ángel se hiciera hombre, sería admirable; pero si el Creador del universo se hace siervo, eso solo tiene sentido si Él es Dios en persona, que por amor se vació a sí mismo según el versículo 7.
Sobre Juan 20:28 y la confesión de Tomás, Tomás no dice “Dios está contigo” ni “Eres el ungido del Señor”. Dice: “¡Señor mío y Dios mío!”. Son dos títulos divinos, aplicados directamente a Jesús, sin que Él lo corrija. Al contrario, lo bendice por su fe en el versículo 29. Y el evangelista cierra inmediatamente con el propósito de su libro en el versículo 31: “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios”. Pero en el Nuevo Testamento, “Hijo de Dios” no es un título meramente humano. Los demonios lo reconocen como “Hijo del Dios Altísimo” en Marcos 5:7, el centurión lo confiesa al pie de la cruz en Marcos 15:39, y el Padre lo declara en el bautismo y la transfiguración en Mateo 3:17 y 17:5, uniendo las promesas del rey davídico y del Siervo sufriente.
Respecto a Hechos 5:3–4 y el Espíritu Santo, Pedro no dice: “mentiste a una influencia” o “ofendiste un don”. Dice: “¿Por qué llenó Satanás tu corazón para que mientas al Espíritu Santo?… No has mentido a los hombres, sino a Dios”. El Espíritu Santo es presentado como una Persona: puede ser entristecido en Efesios 4:30, habla en Hechos 13:2, dirige en Hechos 16:6–7, y reparte los dones según su voluntad en 1 Corintios 12:11. Una fuerza impersonal no tiene voluntad ni puede ser ofendida personalmente.
Sobre la cuestión del desarrollo posterior, la fe apostólica no cambió; se defendió frente a malentendidos. Cuando Pablo escribe en 1 Corintios 8:6, reformula el Shemá de Deuteronomio 6:4: “Para nosotros hay un solo Dios, el Padre… y un solo Señor, Jesucristo”. Incluye a Jesús dentro de la confesión monoteísta, no como añadido, sino como cumplimiento. Y cuando el Nuevo Testamento llama a Jesús “Señor”, usando la palabra griega Kyrios, está empleando el término que en la Septuaginta traduce el nombre YHWH. Cuando Pablo cita Joel 2:32 —“todo aquel que invoque el nombre de YHWH será salvo”— y lo aplica a Jesús en Romanos 10:13, no está innovando: está proclamando lo que los apóstoles recibieron del Señor resucitado.
En resumen, no se trata de defender una fórmula, sino de adorar a quien las Escrituras presentan como digno de toda adoración: el Padre es Dios —eso lo afirmamos todos; el Espíritu es Dios —porque actúa, habla, enseña y santifica como Persona divina; Jesús es Dios —porque le dan nombres que pertenecen solo a YHWH en Isaías 9:6, Juan 20:28 y Tito 2:13; le atribuyen obras que solo Dios puede hacer, como crear, perdonar pecados y resucitar muertos; le rinden adoración que solo corresponde a Dios en Mateo 28:17, Hechos 7:59 y Apocalipsis 5:13–14; y Él acepta esa adoración sin rechazo —lo cual, en el pensamiento judío del primer siglo, habría sido blasfemia si no fuera Dios.
Y si Jesús no es Dios, entonces su muerte no cubre todos los pecados, su resurrección no vence la muerte para siempre, y su promesa “estaré con vosotros todos los días” no es la presencia de Emmanuel —Dios con nosotros—, sino la memoria de un buen maestro que ya no está. Pero si Él es verdadero Dios y verdadero hombre, entonces su gracia es suficiente, su sangre eficaz, su vida nuestra justicia, y su Espíritu la garantía de nuestra herencia según Efesios 1:14.
Hermano, no te escribo para convencerte con argumentos, sino para invitarte a mirar a Jesús —no como tema de debate, sino como Persona viviente: ¿Quién es este que calma el mar con una palabra? ¿Quién es este a quien los ángeles adoran? ¿Quién es este que dice: “Antes que Abraham fuese, yo soy”? Que el Señor nos conceda, con humildad y temor, creer todo lo que los profetas y apóstoles escribieron en Lucas 24:25 —ni menos, ni más.
עֶלְיוֹן
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P.A.E.