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5. La venida del Verbo en carne y su perfecta obediencia: Dios redime por sustitución real y nueva creación, no por un decreto
Finalmente, una refutación cristocéntrica de la predestinación calvinista debe subrayar la importancia crucial de la venida en carne histórica del Verbo
y de su obediencia como medios de nuestra salvación.
Dios no nos salva declarando salvos a ciertos individuos;
nos salva enviando a Su propio Hijo a hacerse hombre, a vivir y morir por nosotros, y a resucitar como cabeza de una nueva humanidad.
Esto toca el corazón del Evangelio:
Jesús es el “último Adán” y el “segundo hombre” según 1 Corintios 15:45-47.
Allí Pablo escribe:
“El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante... El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo”.
¿Por qué llama a Cristo “último Adán” y “segundo hombre”?
Porque Él vino a
reemplazar a nuestro representante caído (Adán) y a
fundar una nueva creación.
Donde el primer hombre desobedeció y nos hundió en pecado, el segundo hombre obedeció perfectamente y abrió el camino de regreso a Dios.
“Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos”, enseña Romanos 5:19.
Este principio de
sustitución y representación significa que
nuestra salvación es posible gracias a una obra histórica y objetiva realizada por Jesucristo en nuestro lugar.
Dios
“envió a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado” (Rom. 8:3) para condenar al pecado en su carne.
“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1:14) porque era necesario que asumiera nuestra humanidad para
redimirla desde adentro.
Jesús vivió la vida perfecta que nosotros no podíamos vivir y luego murió cargando nuestras culpas.
“Llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 P 2:24).
No había otra forma de salvar al ser humano que restaurando en Cristo lo que Adán perdió.
Si Dios hubiera querido salvarnos por mero decreto,
no habría necesitado hacerse hombre y venir al mundo.
Pero
Dios que es justo y santo, y no pasa por alto el pecado; decidió
justificarnos pagando Él mismo el precio por nuestros pecados en la cruz (Rom. 3:24-26).
“Sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Heb 9:22) – esta es la economía divina.
Por eso Jesús ora en Getsemaní:
“Padre, si es posible (otra manera), pase de mí esta copa”, pero
no había otra manera.
La copa de la ira debió ser bebida por el Hijo de Dios para que nosotros no la bebiéramos.
Ahora bien, ¿cómo se relaciona esto con la predestinación?
En que la elección de Dios no opera en un vacío legal, sino en base a esta obra sustitutiva de Cristo.
Dios nos elige en Cristo, como hemos dicho; es decir, nos incluye en la nueva humanidad cuyo cabeza es Cristo.
Somos elegidos “según la obediencia de Jesucristo” y purificados con su sangre (1 P 1:2).
Dios no nos salva diciendo simplemente: “Declaro salva a esta persona porque sí”.
Nos salva uniéndonos a Jesús mediante la fe, de modo que
lo que es de Cristo nos es dado a nosotros.
“De Él (Dios) procedéis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Co 1:30).
Todo esto lo obtenemos porque estamos
en Cristo.
Fuera de Cristo, Dios no tiene por justificado a nadie, aunque haya elegido desde antes de la fundación del mundo salvar lo que mas trade se perdería.
Es indispensable la mediación real de Jesús.
“Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, quien se dio a sí mismo en rescate por todos” (1 Tim 2:5-6).
Obsérvese:
Jesucristo hombre es el mediador y su mediación fue
“darse a sí mismo en rescate” por nosotros. Esto es mucho más que un decreto; es un
acto sacrificial substitutorio.
Además, mediante la resurrección, Cristo inicia la
nueva creación:
“Si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Co 5:17).
Dios no se contenta con expedir un perdón legal manteniéndonos en el mismo estado caído;
Él nos regenera, nos hace nacer de nuevo del Espíritu Santo (Jn 3:5). Esta regeneración es posible porque Jesús, el segundo Adán, se convirtió en
“espíritu vivificante” – es decir, el Cristo resucitado nos comunica Su vida nueva por el Espíritu. Efesios 2:10 dice que somos
“creados en Cristo Jesús” para buenas obras, indicando una creación real, no ficticia.
Así, la salvación implica un cambio ontológico en el creyente (de muerte a vida, de viejo hombre a nuevo hombre) que ocurre por la efectiva unión con Cristo.
Ningún decreto podía producir ese cambio
en nosotros sin la obra de Cristo.
Dios tuvo que obrar históricamente en Cristo para luego obrar espiritualmente en nuestro ser por medio de Cristo.
Por tanto, objetamos a la doctrina calvinista de la predestinación cuando esta se presenta de forma que parezca que
Dios simplemente decidió “quién entra y quién no” sin referencia a la venida en carne del Verbo y la cruz.
Bíblicamente,
Dios decidió salvar a la humanidad a través de la venida de sus al mundo.
La elección no es un atajo que evita la cruz, sino que
procede de la cruz.
Efesios 1:4-7 (ya citado) deja ver que Dios nos escogió en Cristo y nos bendijo en Él
teniendo en vista la redención por su sangre.
En otras palabras,
el Cordero inmolado está en el centro de la salvación de Dios (Apocalipsis 13:8 llama a Jesús
“el Cordero que fue sacrificado desde el principio del mundo”, indicando que desde siempre Dios proveyó a Cristo como la base de la elección).
Cuando comprendemos esto, vemos que la salvación es mucho más gloriosa que una simple
“excusa legal” o favoritismo divino: es Dios mismo entrando en nuestra condición y cumpliendo sus propias exigencias de justicia por nosotros, para ofrecernos luego unirnos a Cristo por la fe y así participar de su victoria.
Dios salva por sustitución real, y no por favoritismo.
“Por la obediencia de uno (Cristo) muchos serán constituidos justos” –
constituidos justos, no solo declarados arbitrariamente.
La declaración de justificación es posible porque Cristo nos transfirió realmente Su justicia (2 Co 5:21).
La predestinación personal calvinista retrata a Dios como salvando a algunos por un decreto al margen de ese intercambio en la cruz.
Pero el
Dios bíblico no pasa por alto la cruz jamás.
Por eso insistimos en una teología centrada en Cristo y su venida al mundo como hombre:
“En esto se mostró el amor de Dios en nosotros: en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por Él.
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4:9-10).
Allí está la base: el amor eterno de Dios se concretó en enviar a Cristo como propiciación (sacrificio expiatorio).
Nadie es salvo aparte de esa propiciación, y Dios quiere que todos se beneficien de ella, aunque tristemente muchos la rechacen.
En síntesis,
la predestinación bíblica es cristocéntrica de principio a fin.
Dios elige salvar
mediante Cristo y
por causa de Cristo.
Jesús es el
electo de Dios y nosotros somos elegidos en Él al creer.
Esto evita dos errores: por un lado, pensar que podemos “ganarnos” la elección (no, es en Cristo y por gracia), y por otro lado, imaginar una elección desvinculada de la respuesta a Cristo (tampoco, porque nadie está en Cristo sin fe).
Su venida al mundo y la cruz son el eje de la historia de salvación; todo verdadero entendimiento de la predestinación debe girar en torno a ese eje, no desplazarlo.