La doctrina calvinista de la predestinación personal incondicional sostiene que desde la eternidad Dios escogió a ciertos individuos para ser salvos, independientemente de cualquier respuesta de fe por parte de ellos.
Esta creencia suele llevar a debates con el arminianismo clásico, que enfatiza el libre albedrío y la presciencia divina de la fe.
Sin embargo, más allá de los argumentos tradicionales, es fundamental examinar lo que enseñan las Escrituras al respecto centrándonos en la obra objetiva y llevada a cabo por Jesucristo.
A continuación voy a presentar una refutación bíblica, apologética y cristocéntrica, de la predestinación calvinista entendida como elección incondicional de individuos, mostrando que tal idea contradice el énfasis bíblico en el sacrificio sustitutivo de Cristo, la elección “en Cristo” de un pueblo creyente, la necesidad de fe y perseverancia, el amor universal de Dios, y la importancia de la venida al mundo de Cristo para una redención real y una nueva creación en Cristo.
1. La predestinación calvinista no debe anular la obra sustitutiva de Cristo
La primera y mayor objeción bíblica contra una predestinación entendida como elección eterna que salva por sí misma es que minimiza o anula la necesidad de la cruz de Cristo.
Si fuésemos salvos únicamente por un decreto de elección divina hecho antes de los siglos, entonces ¿qué necesidad había de que el Hijo de Dios muriera en la cruz?.
La Escritura enseña claramente que nuestra salvación fue obtenida mediante la muerte real de Jesucristo, quien actuó como cordero de Dios sustituto por los pecadores.
Por ejemplo, “Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos… Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”
Jesús no vino a morir por “justos predestinados”, sino precisamente por los injustos, por los perdidos y pecadores que necesitaban rescate (cf. Lc 19:10).
La implicación es evidente: ningún ser humano era justo o salvo desde la eternidad en sí mismo, pues “no hay justo, ni aun uno” (Rom. 3:10).
Si Dios “escogió” a algunos, no fue porque ya fuesen justos, sino que tuvo que enviar a su Hijo para justificar a impíos (Rom. 4:5).
La Biblia afirma que somos justificados por la sangre de Cristo (Rom. 5:9) y mediante la fe (Rom. 5:1), no por haber sido seleccionados de antemano aparte de Cristo.
Si la elección eterna por sí sola pudiera salvarnos o justificarnos, la muerte de Jesús sería superflua, contradiciendo totalmente el Evangelio.
Pablo incluso advierte que “si por la ley (o por cualquier otro medio) viniera la justicia, entonces en vano murió Cristo” (Gál. 2:21).
Del mismo modo podemos decir: si por una elección soberana anterior viniera la salvación, en vano murió Cristo.
La predestinación calvinista, tal como la proclaman algunos, hace innecesaria la cruz, vaciando de sentido la obra objetiva del Hijo de Dios.
La Biblia presenta a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1:29), el “Justo que muere por los injustos para llevarnos a Dios” (1 P 3:18).
Él es nuestro sustituto real, cargando nuestros pecados (Is 53:5-6). No somos salvos por un decreto secreto, sino por un sacrificio público y eficaz.
Romanos 5:6-8 resalta que Cristo murió por personas que en ese momento eran impías y pecadoras, subrayando que la salvación nos llega por ese acto redentor histórico y no porque ya estuviéramos "salvos" de antemano.
En otras palabras, la elección de Dios nunca pretende anular la cruz, sino que la cruz es el fundamento sobre el cual Dios puede elegir salvarnos con justicia.
Dios “se propuso, antes de la creación... formar un pueblo a través de la muerte redentora de Cristo en la cruz”, es decir, su plan eterno estaba centrado en el sacrificio de su Hijo.
Por lo tanto, cualquier entendimiento de la predestinación que eclipse o haga opcional la obra sustitutiva de Jesús es ajeno al mensaje bíblico.
Jesús vino a “buscar y salvar lo que se había perdido” (Lc 19:10), no a confirmar a unos pocos elegidos que realmente no tendrían nada que perder.
2. La Biblia enseña una predestinación en Cristo, no una elección personal incondicional antes de creer
Un examen cuidadoso de las Escrituras revela que la elección divina para salvación está inseparablemente unida a Jesucristo y a la respuesta de fe, no a una selección arbitraria de individuos considerada al margen de Cristo.
Efesios 1 es el pasaje clásico sobre predestinación, y allí Pablo deja claro el contexto de dicha predestinación: “Dios... nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha... habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo... en el Amado... en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”.
Noten cómo repetidamente afirma que la elección y las bendiciones ocurren “en Cristo”, “por medio de Cristo” y “en el Amado”.
Esto implica que Cristo es el verdadero elegido de Dios (cf. Mt 12:18, 1 P 2:4) y que nosotros somos elegidos por estar unidos a Él.
Como bien resume un estudioso: “Nadie es escogido aparte de una unión con Cristo a través de la fe”.
Dios predestinó un pueblo en su Hijo; en términos prácticos, los que están “en Cristo” (es decir, los creyentes) son los predestinados a ser salvos y santos. La elección no se concibe jamás al margen de la relación con Jesús.
Esto refuta la idea de una elección personal e incondicional previa a la fe.
En el plan eterno, Dios determinó que todo el que esté en Cristo, por la fe, tendría vida eterna y adopción como hijo.
Pero no dice la Biblia que Dios haya “colocado” a personas en Cristo sin considerar si creerían o no.
Al contrario, Efesios 1:13 (continuando el pasaje) dice que los efesios “después que oyeron el evangelio... y creyeron en Él, fueron sellados con el Espíritu Santo”, lo cual muestra el orden: escuchar el evangelio, creer en Cristo, y así entrar a formar parte de los escogidos en Él.
La predestinación bíblica, entonces, se entiende corporativa y condicional: Dios eligió a un pueblo redimido en su Hijo no a individuos aislados para luego traerlos a Cristo.
Cualquier individuo pasa a ser “elegido” en el momento en que, por la fe, se une a Cristo y por tanto comparte las bendiciones predestinadas para el cuerpo de Cristo (la Iglesia).
El capítulo 8 de Romanos confirma esta perspectiva.
Romanos 8:28-30 declara que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”. Fíjese que se refiere a personas que aman a Dios (es decir, creyentes). Sigue diciendo: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo... y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, justificó; y... glorificó”.
Vemos aquí que la predestinación tiene como objetivo claro la santificación y glorificación (ser conformados a la imagen de Cristo). Además, Dios “antes conoció” a esos que predestinó. ¿Qué significa “conocer de antemano”? En la Biblia conocer a alguien a menudo implica una relación íntima (Amós 3:2, Mt 7:23). Podemos entender que Dios “conoció de antemano” a su pueblo (1 P 1:2 habla de “elegidos según la presciencia –conocimiento previo– de Dios Padre”).
Esto no significa simplemente prever acciones, sino que Dios puso su amor anticipado en quienes estarían en Cristo. En todo caso, el énfasis de Romanos 8 es que los que ahora aman a Dios (los creyentes) pueden tener seguridad porque Dios ha determinado llevarlos a la gloria.
No está enseñando que Dios predestinó a algunos a creer y otros a no creer, sino que aquellos que responden al llamado de Dios y aman a Cristo están en un proceso asegurado por Dios que culmina en la glorificación.
La predestinación bíblica es a la gloria en Cristo (“predestinados para ser hechos conformes a la imagen de su Hijo”) más que una predestinación arbitraria de quién podrá o no creer.
En resumen, Dios escogió salvarnos “en Cristo”. Esto preserva tanto la iniciativa soberana de Dios (pues fue su plan regalar la salvación por medio de Su Hijo) como la responsabilidad humana de creer en el Evangelio para ser unidos a Cristo. Efesios 1 y Romanos 8, leídos en contexto, no enseñan una elección incondicional de individuos al margen de la fe, sino la predestinación de un pueblo santo unido al Mesías. Dios nos eligió en unión con Jesús para hacernos santos, adoptarnos y redimirnos por Su sangre.
Toda la gloria final es de Dios y de Su gracia, pero el camino trazado incluye la respuesta del hombre al llamado de Cristo.