Pasó los primeros sesenta años de su vida entre los testigos de Jehová, sirviendo en varios países y en todos los niveles de su estructura organizativa. Los últimos nueve años los pasó en el consejo ejecutivo central, el cuerpo gobernante. Dicha experiencia le condujo a la crisis de conciencia que constituye el tema de su libro. Esta es su propia narración.
Para finales de 1979 había llegado a mi encrucijada personal. Había pasado cuarenta años de mi vida como representante de tiempo cabal, sirviendo en todo nivel de la estructura de la organización. Los últimos quince años los pasé en las oficinas internacionales, y de esos, los últimos nueve los pasé como miembro del Cuerpo Gobernante mundial de los Testigos de Jehová.
Fueron esos años finales los que resultaron cruciales para mi. Fue entónces que la ilusión se encontró con la realidad. A partir de allí vine a apreciar lo acertado de una cita que leí recientemente, pronunciada por un hombre de estado, ya fallecido quien dijo:
El gran enemigo de la verdad muy a menudo no es la mentira -deliberada, bien tramada y deshonesta- sino que es el mito, persistente, persuasivo e irreal.
Ahora comencé a darme cuenta que gran parte de aquello sobre lo cual yo había basado mi vida entera adulta era precisamente eso, un mito -"persistente, persuasivo e irreal." No era que mi parecer en cuanto a la Biblia hubiese cambiado. Si acaso, fue más bien que mi aprecio por ésta se realzó debido a lo que lo que experimenté. Solo ella dió sentido y significado a lo que ví ocurrir, las actitudes que ví desplegadas, los razonamientos que oí presentados, la tensión y presión que sentí. El cambio que sí vino, vino al darme cuenta de que mi manera de ver las Escrituras había sido desde un punto de vista compretamente sectario, una trampa contra la cual yo creí haber estado protegido. Al dejar que las Escrituras hablaran por sí mismas -sin ser primero canalizadas a través de una agencia humana falible como "conducto" -encontré que se hacían inmensamente más significativas. Quedé asombrado de cuánto de su mensaje me había estado privando.
La pregunta era, ¿qué debo hacer ahora? Mis años en el Cuerpo Gobernante, las cosas que oí decir en sesión y fuera de ella, el espíritu desplegado que usualmente ví, poco a poco me hicieron darme cuenta cabal de que, con relación a la organización, el 'odre había envejecido,' había perdido la flexibilidad que en un tiempo tuviera, y estaba endureciendo su resistencia a la corrección de las Escrituras, tanto en cuanto a creencias doctrinales, como en cuanto a su manera de tratar con aquellos que se dirigían a ella en busca de guía. (Compare las palabras de Jesús en Lucas 5:37-39). Sentí y aún siento, que había hombres buenos en el Cuerpo Gobernante. En una llamada de larga distancia una persona que antes era Testigo me dijo, "Hemos sido seguidores de seguidores." Otra me dijo, "Hemos sido víctimas de víctimas." Creo que ambas declaraciones son veraces. Charles Taze Russell siguió los puntos de vista de ciertos hombres de su tiempo, fue víctima de algunos de los mitos que ellos propagaron como "verdad revelada." Cada parte sucesiva del liderato de la organización ha seguido el mismo rumbo, a veces agregando mito adicional en apoyo o en elaboración del original. En lugar de rencor, siento lástima por esos hombres a quienes conozco, porque yo también fui una "víctima de víctimas," un "seguidor de seguidores."
Aunque, particularmente desde 1976 en adelante, cada año en el Cuerpo Gobernante se me hacía más y más difícil, y me encontraba más lleno de tensión, me forjaba la esperanza de que las cosas mejorarían. Con el tiempo me ví obligado a reconocer que era una esperanza que la evidencia no apoyaba.
No es que me opusiera a la autoridad. Más bienme oponía a los extremos a los cuales ésta se llevó. No podía creer que Dios se hubiera propuesto el que hombres ejercieran tal grado de control autoritario y que tal control permeara todo aspecto de las vidas de los miembros compañeros de estos mismos hombres en la congregación cristiana. Mi entendimiento era que Cristo concede autoridad en su congregación sólo para servir, jamás para dominar. (Mateo 20:25-28;23:8-12; 2ª Corintios 4:5; 1ª Pedro 5:3).
De igual manera, yo no objetaba el concepto de "organización" en sí mismo, en el sentido de un arreglo ordenado, porque entendía que la misma congregación cristiana envolvía un arreglo ordenado. (1ª Corintios 12:4-11, 25; 14:40). Pero creía que fuera cual fuera el arreglo, su propósito y función, su mismísima existencia, debería ser solo para servir de ayuda a los hermanos; estaba allí para servir los intereses de ellos y no a la inversa. Cualquiera que fuera el arreglo, la intención debería ser la de edificar hombres y mujeres de manera que no fueran bebés espirituales, dependientes de hombres o de un sistema institucionalizado, sino más bien que fueran capaces de actuar como cristianos maduros completamente desarrollados. No debía ser con la intención de entrenarlos a que fueran conformistas para con un grupo de normas y reglas de organización, sino el ayudarles a que llegaran a ser personas con "sus facultades perceptivas entrenadas para distinguir tanto lo correcto como lo incorrecto." (Hebreos 5:14; 1ª Corintios 8:9; 16:13,14. Fuera cual fuera el arreglo existente, este debería contribuir a un sentimiento genuino de hermandad, con la libertad de expresión y la mutua confianza que la verdadera hermandad trae -no una sociedad compuesta por unos pocos que son los gobernantes y los muchos que son los gobernados. Y finalmente, dentro de cualquier arreglo que fuera, la manera de 'tomar la delantera' allí sería por medio del ejemplo, por medio de adherirse firmemente a la Palabra de Dios, pasando a otros, e inculcando en ellos, las enseñanzas del Maestro en la manera que él las dió, no "ajustándolas" para que encajaran con lo que parece ser el interés de una organización de creación humana, ni por medio de 'hacer que la gente sienta el peso de la autoridad de uno' de la manera que los hombres importantes del mundo lo hacen. (Mateo 20:25). El arreglo debería resultar en la exaltación de Jesucristo como cabeza activa, nunca en exaltación de una estructura de autoridad terrenal y sus oficiales. Así fue que sentí que el papel de Jesucristo como la cabeza activa se había obscurecido, virtualmente eclipsado, por la conducta autoritaria y el continuo autoencomiarse y alabarse de la organización.
Más aún, no negué el valor ni la necesidad de enseñar. Pero no podía aceptar que interpretaciones de la organización, basadas en razonamientos humanos mutables, pudieran ser contadas con igual autoridad a las mismísimas declaraciones de Dios. La gran importancia dada a puntos de vista tradicionales, el manipular la Palabra de Dios para acomodarla a tales puntos de vista, y las inconsistencias -que daban como resultado normas dobles de conducta- eran fuente de serio trastorno emocional para mí. Lo que encontré inaceptable fue el dogmatismo, no el enseñar.
Me esforzé por actuar en armonía con mis convicciones durante los años que serví en el Cuerpo Gobernante. Desde el principio encontré que esto me traía dificultades, animosidad. Al final trajo rechazo, expulsión.
En el otoño de 1979 se me asignó que efectuara una "visita de zona" a algunos países donde el gobierno había proscrito la actividad de los Testigos de Jehová. Sabiendo cuán fácilmente algo pudiera suceder para ocasionar mi detención y encarcelamiento, concluí que era mi obligación el discutir algunas de mis preocupaciones con mi esposa. (En vista de sus problemas de salud previos, que incluían una afección de la sangre que casi causó su muerte en 1969, decidí que era mejor hacer el viaje solo.) Aunque ella no podía dejar de estar consciente de mi carga emocional, yo nunca había discutido con ella las circunstancias que habían producido tal estado, cuáles eran los asuntos que me estaban afectando. No me había sentido en libertad de hacerlo. Ahora sentía que, no sólo era lo apropiado, sino también mi obligación el considerar con ella lo que yo había percibido, particularmente a la luz de las Escrituras. ¿Cómo podía yo permitir que seres humanos me impidieran discutir con mi propia esposa las verdades que yo veía en la Palabra de Dios?
Para ese tiempo concluimos que el curso aconsejable para nosostros era el de terminar nuestra actividad en las oficinas internacionales. Sentíamos que nuestra paz de mente y corazón, como también nuestra salud física, así lo requerían. También abrigábamos la esperanza, aunque tenue, de quizás tener un hijo y habíamos, de hecho, consultado -confidencialmente- con dos médicos al respecto, incluyendo a uno de los doctores del personal de las oficinas internacionales, Dr. Carlton. (Mi esposa es trece años más joven que yo. Reconocimos los riesgos que los médicos nos presentaron, pero estábamos dispuestos a enfrentarlos). Yo tenía cincuenta y siete años y sabía que sería difícil conseguir empleo seglar debido a esto. Pero confiaba que de alguna manera todo resultaría bien.
La decisión no fue fácil. Me sentía desgarrado por dos deseos. Por un lado pensaba que al permanecer en el Cuerpo Gobernante podría hablar a favor de los intereses de otros, a favor de la verdad de las Escrituras, a favor de moderación y ecuanimidad, aunque mi voz se escuchara con irritación o simplemente se ignorara. Presentía que el período de tiempo en el cual yo iba a poder hacer tal cosa estaba rápidamente acortándose, que fuera cual fuera la voz que tuviese en las discusiones en el Cuerpo Gobernante ésta pronto sería acallada, silenciada. El deseo de sentirme libre de la atmósfera de sospecha que se estaba desarrollando, de estar libre de la participación en una estructura de autoridad que yo no podía defender bíblicamente y de las decisiones que no podía moralmente respaldar, pesaba con igual fuerza sobre mí.
Si hubieran sido mis metas la seguridad y el confort, con toda certeza hubiera optado por quedarnos Cynthia y yo donde estábamos, pues allí, como miembros de las oficinas centrales, se atenderían todas nuestras necesidades físicas. Nuestros muchos años de servicio nos permitirían ciertos privilegios como el poder escoger entre los cuartos más deseables periódicamente disponibles en los varios grandes edificios de la Sociedad. Nuestro tiempo de vacaciones aumentaría a unas séis semanas por año y, por ser miembro del Cuerpo Gobernante, siempre sería posible combinar este tiempo con compromisos para discursos que nos permitían visitar lugares en todos los Estados Unidos y Canadá, o combinarlo con visitas de zona que brindaban la oportunidad de viajar alrededor del mundo. (Los miembros del Cuerpo Gobernante pueden regularmente tomar sus vacaciones en lugares sobre los cuales la mayoría de la gente solo puede soñar.) Solamente en 1978, mi esposa y yo efectuamos unos cincuenta viajes en avión, y durante los años habíamos viajado a numerosos países en la América Central, America del Sur, Asia, Europa, Africa y el Medio Oriente.
Si prestigio y prominencia hubieran sido cosas que ambicionaba, razonablemente yo no podía pedir más. Por entónces, de cada invitación a pronunciar discursos que aceptaba, yo rehusaba otros tres o cuatro mensualmente. Al nivel internacional, si estuviera por viajar a París, Atenas, Lisboa, Ciudad de Méjico, Sao Paulo, o cualquier otra ciudad importante, solo sería necesario hacérselo saber a la oficina sucursal y una reunión a la cual miles de Testigos de Jehová asistirían se prepararía. Era cosa común el dirigirme a audiencias de entre cinco a treinta mil personas. En virtualmente cualquier lugar que va un miembro del Cuerpo Gobernante es el invitado de honor entre sus compañeros Testigos. (Todo esto trajo a mi mente las palabras de Jesús de Mateo 23:6).
Con relación al Cuerpo Gobernante mismo, me era bastante evidente que la estima de los compañeros en el Cuerpo se podía afianzar simplemente por expresar a menudo el apoyo total de uno por la organización y, con raras excepciones, por medio de percibir en qué dirección se inclinaba la mayoría de discusiones, y expresarse y votar en tal dirección. No estoy hablando con cinismo. Aquellos pocos en el Cuerpo que en ocasiones se vieron impelidos a expresar sus objeciones de conciencia en cuanto a algunas posiciones, reglas o enseñanzas tradicionales, saben -aunque no lo expresen- que esto es así.
Además de esto, se me había asignado como miembro a lo que podrían considerarse dos de los comités más influyentes del Cuerpo Gobernante, el Comité de Redacción y el Comité de Servicio. El Comité de Redacción tuvo a bien el encargarme la supervisión del desarrollo (no para que yo las escribiera) de un número de publicaciones que eventualmente se distribuyeron en muchos idiomas y en millones de ejemplares.
(Estos incluían los libros ¿Es esta vida todo lo que hay? -la escritura misma hecha por Reinhard Lengtat-; La vida sí tiene propósito -por Ed Dunlap-; Cómo lograr felicidad en la vida familiar -escrito principalmente por Colin Quackenbush-; Escogiendo el mejor modo de vivir -por Reinhard Lengtat-; y Comentario sobre la Carta de Santiago -por Ed Dunlap-. Al tiempo de mi renuncia del Cuerpo Gobernante se me había asignado a supervisar el desarrollo de un libro sobre la vida de Cristo, siendo Ed Dunlap el que se había asignado a escribirlo).
La "fórmula," si es que puede llamarse así, para mantener una posición de prominencia en la organización era fácil de discernir. Pero yo no podía en conciencia encontrarla aceptable.
Habría tenido que estar ciego para no darme cuenta que mis expresiones en relación a algunos asuntos -motivadas por lo que yo estaba convencido eran claros principios de las Escrituras- no agradaban a muchos del Cuerpo. Hubo ocasiones en que fui a las sesiones del Cuerpo Gobernante habiendo decidido simplemente no hablar a fin de no ver aumentar la animosidad. Pero cuando surgieron asuntos que podían afectar seriamente la vida de otras personas, encontré que no podía dejar de expresarme. No me hacía a la ilusión de que lo que yo dijera tendría algún peso -de hecho, sabía por experiencia, que con más probabilidad sólo haría mi posición más difícil, más precaria. Pero estimaba que si no me declarara en defensa de los principios que sentía eran cruciales al cristianismo, entónces no había ningún propósito para estar allí, en realidad, no había gran cosa de razón o propósito en la vida.
...La sesión del Cuerpo Gobernante del 14 de noviembre de 1.979 fue la precursora de los sucesos traumáticos que habían de sacudir violentamente las oficinas centrales de la Watchtower en la primavera de 1.980. Dichos sucesos resultarían en la expulsión de un número de miembros del personal bajo la acusación de 'apostasía,' así como en mi propia renuncia como miembro del Cuerpo Gobernante y del personal de las oficinas centrales.
...Grant Suiter dijo que deseaba mencionar un asunto con relación al cual, según él, había "considerable chismorreo." Dijo que había informes de que algunos miembros del Cuerpo Gobernante y del Departamento de Redacción habían presentado discursos en los cuales se habían hecho comentarios que no estaban en armonía con las enseñanzas de la Sociedad y que esto estaba causando confusión. El también habia oído, según dijo, que dentro de la familia del personal de las oficinas centrales algunos estaban haciendo circular expresiones como, "Cuando muera el rey Saúl entónces las cosas van a cambiar."
Yo nunca había oído a nadie en la familia de las oficinas centrales hacer tal comentario. Grant Suiter no dijo dónde había obtenido tal información o quién era la fuente del "chisme" al cual él hizo referencia, pero sí se expresó con vehemencia, y tanto sus palabras como su expresión facial reflejaban emoción fuerte y acalorada. Y por primera vez surgió el término "apostasía" en una sesión del Cuerpo Gobernante.
...Sin embargo, el mismo sentimiento adverso mostrado en la sesión del 14 de noviembre de 1.979, surgió en otra sesión y, como pensé, en esta ocasión la atención específica se dirigió hacia mí mismo. Durante el curso de la sesión Lloyd Barry, quien tenía a cargo la supervisión del trabajo de organizar y publicar cada número de la revista La Atalaya, expresó su fuerte preocupación con relación al hecho de que yo no había puesto mi firma en un número considerable (él mencionó el número exacto) de artículos de La Atalaya que habían circulado en el Comité de Redacción.(Cada artículo indicado para publicación primero circulaba entre los cinco miembros y la firma de los mismos en la parte superior indicaba aprobación.) Aunque no entendía sus razones para traer el asunto ante una sesión completa del Cuerpo en lugar de primero abordarme privadamente o en una reunión del Comité de Redacción, expresé mi reconocimiento de que lo que él decía era cierto. (Yo mismo quedé sorprendido del número exacto de artículos que no había firmado ya que yo no había mantenido cuenta de los mismos; él sí lo había hecho.)
Expliqué que no había puesto mi firma en tales artículos simplemente porque no podía hacerlo a conciencia. Al mismo tiempo no había hecho ningún esfuerzo por impedir la publicación de los mismos (algunos de ellos se habían escrito por el presidente y tenían que ver con la profecía de Jeremías; en éstos se daba mucho énfasis al 'papel profético' desempeñado por la organización y a ciertas fechas, como el 1.914 y el 1.919), ni tampoco hize esfuerzo por incitar discusión al respecto. La ausencia de mi firma representaba abstención en vez de oposición.
...tenía el fuerte presentimiento de que estaban por surgir problemas. Claro, no tenía manera de saber que en séis meses me hallaría en el mismo centro de una tormenta de intensidad que rozaba el fanatismo, con el Cuerpo Gobernante reaccionando con medidas severas a lo que éste consideraba una "conspiración" de proporciones serias y que atentaba contra el mismo corazón de la organización.
...Cualesquier dudas que yo pudiera tener, en lo relacionado a la base bíblica para las enseñanzas de la organización, las discutía solo con individuos conocidos de mucho tiempo, cada uno de ellos,en el caso de los hombres, un anciano. Hasta el año 1.980, no creo que hubiese más de cuatro o cinco personas en toda la tierra, a excepción de mi esposa, que supieran a grado considerable alguno los asuntos que me preocupaban, y ninguno de estos sabía las razones que daban origen a estas preocupaciones.
La evidencia señalaba más bien, a la conclusión de que cualquier discusión abierta de estas dificultades se consideraban como de gran peligro a la organización, como deslealtad a sus intereses. La unidad (más bien la uniformidad) era, aparentemente considerada como más importante que la verdad. Preguntas sobre las enseñanzas de la organización podían discutirse en el círculo íntimo del Cuerpo Gobernante, pero en ningún otro lugar. No importa cuán acalorado fuera el debate sobre algún punto, el Cuerpo tenía que mostrar una apariencia de unanimidad para con todos los de afuera, aún cuando esa "apariencia" en realidad disfrazara un desacuerdo serio en algún punto bajo discusión.
No encontré nada en las Escrituras que justificara tal disfraz, pues las mismas Escrituras se recomiendan a sí mismas como veraces por su franqueza, sinceridad y candor, al mostrar las diferencias que existían entre los mismos cristianos del primer siglo, incluyendo apóstoles y ancianos. Más importante aún, no encontré nada en las Escrituras que justificara la restricción de discusiones a tal o cual sociedad cerrada de hombres, cuyas decisiones formuladas en secreto por una mayoría de dos terceras partes tuvieran que aceptarse por todo cristiano como la "verdad revelada." No creía que la verdad tuviera nada que temer de las discusiones abiertas, ninguna razón para esconderse del escrutinio cuidadoso. Cualquier enseñanza que tuviera que ser protegida de tal investigación no merecía ser sostenida.
...El 4 de marzo de 1980 sometí una petición al Comité del Personal del Cuerpo Gobernante para recibir permiso de ausentarnos desde el 14 de marzo hasta el 14 de julio. Mi esposa y yo sentimos que nuestra salud demandaba un cambio prolongado. Durante ese período también esperaba investigar cuáles eran las posibilidades de encontrar empleo y un lugar donde vivir cuando termináramos nuestro servicio en las oficinas principales. Teníamos como $600 en una cuenta de ahorros y un automóvil usado de siete años, como nuestro mayor capital.
Uno de nuestros primeros pasos fue el hacernos un exámen físico completo. El mío indicó que me estaba acercando al nivel de posible riesgo de sufrir problemas cardíacos.
Inquisición.
Una inquisición, en sentido religioso, es una investigación interrogatoria de las creencias y convicciones personales abrigadas por las personas.
Históricamente su fin no ha sido el ayudar al individuo o suministrar una base para razonar con él, sino más bien para incriminarlo o declararlo culpable de herejía.
A menudo la causa que inicia la investigación no tiene nada que ver con que el individuo sea disociador, malicioso o que siquiera se exprese mucho respecto a sus ideas. La mera sospecha basta para poner en movimiento la acción inquisidora. El sospechoso se ve, en efecto, como persona sin derechos, hasta sus conversaciones privadas con amigos íntimos se tratan como algo que los inquisidores poseen pleno derecho de hurgar.
...La tortura y el castigo violentos no se permiten por la ley hoy. Pero el manejo autoritario y los métodos arrogantes de interrogatorio pueden practicarse aún con aparente impunidad. Y, aunque no física, la tortura sí existe, efectuada en forma psicológica mediante el presionar y angustiar emocionalmente.
Me viene a la memoria un artículo aparecido en el número del 8 de junio de 1981, página 17, de la revista ¡Despertad! intitulado "Buscando raíces legales." Hacía énfasis en los magníficos precedentes de la ley Mosaica y entre otras cosas decía:
Puesto que en Israel el tribunal local estaba situado en las puertas de la ciudad, ¡eso eliminaba toda duda en cuanto a ser público el juicio!(Deut. 16:18-20). No cabe duda de que el carácter público de los juicios hacía que los jueces obraran con cuidado y justicia, cualidades que a veces desaparecen cuando se celebran audiencias secretas a puerta cerrada.
Este principio fué alabado en la publicación de la Sociedad. En la práctica fue rechazado. Como dijo Jesús, "Ellos dicen una cosa y hacen otra." (Mateo 23:3,VP) Las "audiencias en aposentos secretos" se prefirieron, como la evidencia muestra claramente. Sólo el temor al poder de la verdad impulsa ese tipo de procedimientos. Esos métodos sirven, no a los intereses de la justicia o misericordia, sino a aquellos que buscan la incriminación.
...Finalmente, el 8 de mayo de 1980, oficialmente el Cuerpo Gobernante me informó que mi nombre estaba envuelto. Llegó una llamada telefónica del presidente Albert Schroeder y dijo que el Cuerpo Gobernante quería que yo fuera a Brooklyn para comparecer ante ellos. Esta fue la primera vez que me dieron indicación alguna de que yo estaba de alguna forma bajo escrutinio.
Habían pasado quince días desde nuestra conversación previa en la cual el presidente repetidas veces evadió decirme lo que en realidad estaba sucediendo. Todavía no sabía yo de la existencia de (una) entrevista grabada de dos horas, o de que ésta se había presentado ante el cuerpo gobernante en sesión plenaria. Veintitrés días habían pasado desde que se había hecho eso.
En esos veintitrés días el Comité de la Presidencia no solo había dejado escuchar esa grabación al Cuerpo Gobernante, sino también había dejado escuchar porciones de ella que incluían mi nombre y el de Ed Dunlap, a por lo menos a diecisiete personas fuera del cuerpo (quienes formaban comités investigativos judiciales). Habían expulsado a tres miembros del personal de las oficinas principales y tres personas de afuera, una de ellas un amigo mío de treinta años,...habían buscado cualquier evidencia de naturaleza incriminatoria que se pudiera obtener de miembros de la familia Betel o de otros; hasta se usó la amenaza de expulsión para extraer información de algunos.
Solo después de todo esto fue que el cuerpo gobernante por medio del Comité de la Presidencia estimó conveniente informarme que me consideraban implicado de alguna manera en lo que estaba sucediendo...
CONTINUARÁ...