La gracia como invitación, no imposición coercitiva
Jesús tocando a la puerta del corazón (Apocalipsis 3:20) simboliza que la gracia llama e invita, pero no fuerza la entrada.
Cristo, la Luz, llama respetuosamente a la puerta cerrada esperando que el hombre abra por voluntad propia.
A lo largo de la Biblia, la gracia de Dios se revela como
una invitación amorosa que requiere respuesta, no como una imposición unilateral.
Jesús invitaba abiertamente a las personas a acercarse a Él:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
Este llamado es
universal (“todos los que estáis trabajados...”), mostrando que la intención de Cristo es atraer a
todos los pecadores, no solo a un grupo predeterminado.
Importante es notar que Jesús no dijo: “Vendré a ustedes y los haré venir a la fuerza”, sino “
venid a mí”, implicando que espera una decisión voluntaria del oyente.
De igual modo, en Juan 7:37 Jesús clama:
“Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” – otra invitación abierta que demanda que
el que tiene sed venga libremente a beber de la gracia.
En las
parábolas y enseñanzas de Jesús vemos el mismo patrón.
Por ejemplo, en la parábola del banquete de bodas, el rey (figura de Dios) envía invitaciones a muchos, pero varios
rechazan la invitación:
“envió a sus siervos a llamar a los convidados a las bodas; mas éstos no quisieron venir” (
Juan 5:40 y no queréis venir a mí para que tengáis vida.).
El lenguaje “no quisieron” deja claro que
resistieron la gracia ofrecida.
Jesús, al lamentarse por la incredulidad de Jerusalén, expresó el corazón de Dios con palabras conmovedoras:
“¡Jerusalén…! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste!” (
Mateo 23:37 ¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste!).
Aquí vemos a Jesucristo
deseando reunir a su pueblo bajo su protección y gracia, pero enfrente de la
voluntad contraria de ellos. Si la gracia de Dios actuara de forma irresistible, este lamento de Jesús no tendría sentido alguno, pues nadie podría oponerse a ese “juntar”.
La frase “y no quisiste” confirma que el ser humano
puede negarse al llamado divino.
Incluso en el Apocalipsis –el último libro del canon– encontramos la famosa invitación final:
“Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven... y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida” (
Juan 5:40 y no queréis venir a mí para que tengáis vida.).
Dios extiende su gracia como “agua de vida” disponible
gratuitamente, pero fija una condición: “
el que quiera” debe tomarla.
Nada obliga al pecador a beber de esa agua; es “el que quiera” quien debe decidir acercarse.
Esto demuestra que la gracia no viola la voluntad, sino que
apela a ella.
La
imagen de Cristo tocando a la puerta (Apocalipsis 3:20) refuerza esta verdad:
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré…”.
Cristo toca,
no derriba la puerta.
Él llama a nuestra decisión –quien
oye y abre es quien experimenta su entrada y comunión.
El amor de Dios respeta la respuesta libre del ser humano; no opera como un ariete irresistible que fuerce la rendición sin consentimiento.