Re: QUE PASARA CON ESTOS FALSOS PROFETAS LOCOS DESPUES DE OCTUBRE 2011????
En 1833 Miller recibió de la iglesia bautista, de la cual era miembro, una licencia que le autorizaba para predicar. Además, buen número de los ministros de su denominación aprobaban su obra, y le dieron su sanción formal mientras proseguía sus trabajos.
Viajaba y predicaba sin descanso, si bien sus labores personales se limitaban principalmente a los estados del este y del centro de los Estados Unidos. Durante varios años sufragó él mismo todos sus gastos de su bolsillo y ni aun más tarde se le costearon nunca por completo los gastos de viaje a los puntos adonde se le llamaba. De modo que, lejos de reportarle provecho pecuniario, sus labores públicas constituían un pesado gravamen para su fortuna particular que fue menguando durante este período de su vida. Era padre de numerosa familia, pero como todos los miembros de ella eran frugales y diligentes, su finca rural bastaba para el sustento de todos ellos.
En 1833, dos años después de haber principiado Miller a presentar en público las pruebas de la próxima venida de Cristo, apareció la última de las señales que habían sido anunciadas por el Salvador como precursoras de su segundo advenimiento. Jesús había dicho: "Las estrellas caerán del cielo." (S. Mateo 24: 29.) Y Juan, al recibir la visión de la escenas que anunciarían el día de Dios, declara en el Apocalipsis: "Las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera echa sus higos cuando es movida de gran viento." (Apocalipsis 6: 13.) Esta profecía se cumplió de modo sorprendente y pasmoso con la gran lluvia meteórica del 13 de noviembre de 1833. Fue éste el más dilatado y admirable espectáculo de estrellas fugaces que se haya registrado, pues "¡sobre todos los Estados Unidos el firmamento entero estuvo entonces, durante horas seguidas, en conmoción ígnea! No ha ocurrido jamás en este país, desde el tiempo de los primeros colonos, un fenómeno celestial que despertara tan grande admiración entre unos, ni tanto terror ni alarma entre otros." "Su sublimidad y terrible belleza quedan aún grabadas en el recuerdo de muchos.... Jamás cayó lluvia más tupida que ésa en que cayeron los meteoros hacia la tierra; al este, al oeste, al norte y al sur era lo mismo. En una palabra, todo el cielo parecía en conmoción. . . . El espectáculo, tal como está descrito en el diario del profesor Silliman, fue visto por toda la América del Norte.... Desde las dos de la madrugada hasta la plena claridad del día, en un firmamento perfectamente sereno y sin nubes, todo el cielo estuvo constantemente surcado por una lluvia incesante de cuerpos que brillaban de modo deslumbrador." -R. M. Devens, American Progress; or, The Great Events of the Greatest Century, cap. 28, párrs. 1 - 5.
"En verdad, ninguna lengua podría describir el esplendor de tan hermoso espectáculo; . . . nadie que no lo haya presenciado puede formarse exacta idea de su esplendor. Parecía que todas las estrellas del cielo se hubiesen reunido en un punto cerca del cénit, y que fuesen lanzadas de allí, con la velocidad del rayo, en todas las direcciones del horizonte; y sin embargo no se agotaban: con toda rapidez seguíanse por miles unas tras otras, como si hubiesen sido creadas para el caso." -F. Reed, en el Christian Advocate and Journal, 13 de dic. de 1833. "Es imposible contemplar una imagen más exacta de la higuera que deja caer sus higos cuando es sacudida por un gran viento." -"The Old Countryman," en el Evening Advertiser de Portland, 26 de nov. de 1833.
En el Journal of Commerce de Nueva York del 14 de noviembre se publicó un largo artículo referente a este maravilloso fenómeno y en él se leía la siguiente declaración: "Supongo que ningún filósofo ni erudito ha referido o registrado jamás un suceso como el de ayer por la mañana. Hace mil ochocientos años un profeta lo predijo con toda exactitud, si entendemos que las estrellas que cayeron eran estrellas errantes o fugaces, . . . que es el único sentido verdadero y literal."
Así se realizó la última de las señales de su venida acerca de las cuales Jesús había dicho a sus discípulos: "Cuando viereis todas estas cosas, sabed que está cercano, a las puertas." (S. Mateo 24: 33.) Después de estas señales, Juan vio que el gran acontecimiento que debía seguir consistía en que el cielo desaparecía como un libro cuando es arrollado, mientras que la tierra era sacudida, las montañas y las islas eran movidas de sus lugares, y los impíos, aterrorizados, trataban de esconderse de la presencia del Hijo del hombre. (Apocalipsis 6: 12 - 17.)
Muchos de los que presenciaron la caída de las estrellas la consideraron como un anuncio del juicio venidero -"como un signo precursor espantoso, un presagio misericordioso, de aquel grande y terrible día."- "The Old Countryman," en el Evening Advertiser de Portland, 26 de nov. de 1833. Así fue dirigida la atención del pueblo hacia el cumplimiento de la profecía, y muchos fueron inducidos a hacer caso del aviso del segundo advenimiento.
En 1840 otro notable cumplimiento de la profecía despertó interés general. Dos años antes, Josías Litch, uno de los principales ministros que predicaban el segundo advenimiento, publicó una explicación del capítulo noveno del Apocalipsis, que predecía la caída del imperio otomano. Según sus cálculos esa potencia sería derribada "en el año 1840 de J. C., durante el mes de agosto"; y pocos días antes de su cumplimiento escribió: "Admitiendo que el primer período de 150 años se haya cumplido exactamente antes de que Deacozes subiera al trono con permiso de los turcos, y que los 391 años y quince días comenzaran al terminar el primer período, terminarán el 11 de agosto de I 840, día en que puede anticiparse que el poder otomano en Constantinopla será quebrantado. Y esto es lo que creo que va a confirmarse.' -Josías Litch, en Signs of the Times, and Expositor of Prophecy, 1° de agosto de 1840.
En la fecha misma que había sido especificada, Turquía aceptó, por medio de sus embajadores, la protección de las potencias aliadas de Europa, y se puso así bajo la tutela de las naciones cristianas. El acontecimiento cumplió exactamente la predicción. (Véase el Apéndice.) Cuando esto se llegó a saber, multitudes se convencieron de que los principios de interpretación profética adoptados por Miller y sus compañeros eran correctos, con lo que recibió un impulso maravilloso el movimiento adventista. Hombres de saber y de posición social se adhirieron a Miller para divulgar sus ideas, y de 1840 a 1844 la obra se extendió rápidamente.
Guillermo Miller poseía grandes dotes intelectuales, disciplinadas por la reflexión y el estudio; y a ellas añadió la sabiduría del cielo al ponerse en relación con la Fuente de la sabiduría. Era hombre de verdadero valer, que no podía menos que imponer respeto y granjearse el aprecio dondequiera que supiera estimarse la integridad, el carácter y el valor moral. Uniendo verdadera bondad de corazón a la humildad cristiana y al dominio de sí mismo, era atento y afable para con todos, y siempre listo para escuchar las opiniones de los demás y pesar sus argumentos. Sin apasionamiento ni agitación, examinaba todas las teorías y doctrinas a la luz de la Palabra de Dios; y su sano juicio y profundo conocimiento de las Santas Escrituras, le permitían descubrir y refutar el error.
Sin embargo no prosiguió su obra sin encontrar violenta oposición. Como les sucediera a los primeros
reformadores, las verdades que proclamaba no fueron recibidas favorablemente por los maestros religiosos del pueblo. Como éstos no podían sostener sus posiciones apoyándose en las Santas Escrituras, se vieron obligados a recurrir a los dichos y doctrinas de los hombres, a las tradiciones de los padres. Pero la Palabra de Dios era el único testimonio que aceptaban los predicadores de la verdad del segundo advenimiento. "La Biblia, y la Biblia sola," era su consigna. La falta de argumentos bíblicos de parte de sus adversarios era suplida por el ridículo y la burla. Tiempo, medios y talentos fueron empleados en difamar a aquellos cuyo único crimen consistía en esperar con gozo el regreso de su Señor, y en esforzarse por vivir santamente, y en exhortar a los demás a que se preparasen para su aparición.