¡APOSTEMOS A LA GRANDEZA DE DIOS!
¡APOSTEMOS A LA GRANDEZA DE DIOS!
“NO JUZGUÉIS, para que no seáis juzgados”.
MATEO 7:1
“¿Pues qué diremos?
¿Que hay injusticia en Dios?
En ninguna manera.
Mas á Moisés dice:
Tendré misericordia del que tendré misericordia,
y me compadeceré del que me compadeceré.
Así que no es del que quiere,
ni del que corre,
sino de Dios que tiene misericordia”.
ROMANOS 9:14-16
Queridos Elisa, Espcri y Dreamer:
Al pedirles disculpas por mi tardanza al responder sus mensajes quiero expresarles mi más cálido agradecimiento por contestar mi pregunta. Sus respuestas han sido de edificación para mí. A través de Uds., puedo ver la mano señera de mi Señor mostrando a Sus hijos Su glorioso CAMINO DE SALVACIÓN.
En principio, quisiera decir que quizá mi pregunta no fue muy adecuada. Quizá debí haber preguntado algo así cómo “¿QUÉ NOS ENSEÑA ESTE RELATO?”. Sin embargo, vale decir que eso de preguntar “¿QUÉ LES PARECE?” va muy de acuerdo al diario vivir del mundo de nuestros días, los días de la constante OPINIÓN.
Sin la directa intervención de Dios en la vida de Sus hijos, no seríamos más que un subproducto de la cultura (Babilonia). Desde nuestros primeros pasos en la adquisición de el idioma, se nos intima al cuestionamiento permanente. ¿Qué? ¿Dónde? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? son municiones de primer orden en nuestra guerra cotidiana. ¡No! Babilonia no quiere, no acepta, a aquel que no tenga opinión. Vivimos opinando sobre cada mínimo asunto en esta vida, sea de nuestra incumbencia o no, conozcamos sobre el tal asunto o no, sea que podamos aportar algo o no ¡No importa! ¿Qué más da? ¡Lo importante es opinar! Valiéndonos de la mandíbula —¡PORTENTOSA MÁQUINA!, disparamos a diestra y siniestra sin tener, las más de las veces, la menor consciencia de las consecuencias de nuestras palabras. En los días del IMPERIO DEL ABUSO, en los días del ABUSO DE LAS PALABRAS, lo nuestro, bueno, lo nuestro es OPINAR.
¿Cuál fue la intención de mi pregunta? ¿Fue ésta una pregunta retórica para que, al confrontar mi “opinión” con las respuestas de los participantes, pudiera explayar mi moralista “punto de vista”? El motivo de buscar vuestra participación a través de la pregunta formulada, no fue otro que el tratar de ganar luz de la experiencia que viví hace dos domingos cuando me encontraba en la congregación con la que suelo reunirme.
Una vez terminado el culto ordinario y estando reunidos con algunos amigos en la cafetería de la iglesia, mi esposa se percató de que había dejado su cartera en el oratorio. Llegué al salón, justo cuando el hermano Mark estaba cerrándolo. Cuando salí con la cartera, Mark, mirándome sonriente, me dijo bromeando: “¡Qué bueno que fue la cartera y no la nena”!, refiriéndose a mi nenita más pequeña quien apenas tiene 5 meses y a quien yo llevaba (en una silla de las que se adaptan al asiento del auto) colgando de mi mano derecha. Le respondí: “¡JAMÁS!”. Fue en ese momento que me contó la historia que he relato más arriba.
¿Mi reacción? Apenas mi hermano se adentraba en los detalles del cuento, mi rostro se transformó (estoy seguro que si hubiera tenido un espejo, bien pudiera percibido mi cambio: rostro sonriente a rostro severo) en una mueca de DESAPROBACIÓN. Ya no escuchaba más al hermano. Mientras el hermano Mark terminaba de rematar la historia, yo estaba afanado en mi mente estructurando mi discurso de DESAPROBACIÓN. Mi juicio estaba hecho. ¡PUNTO! Ese hombre era ¡CULPABLE! Si no se desparramaron las palabras que pugnaban por salir de mi boca acusadora fue por el INMENSO AMOR (¡CRISTO MISMO!) que manaba del rostro de mi hermano. En el instante mismo en que casi arrojaba mi “¡PERO QUÉ IRRESPONSABLE!” y demás frases por el estilo, volví a ponerle atención a las palabras de Mark. Fue maravilloso aquel instante, ¡Dios mío! Si pude volver a sus palabras fue porque le estaba mirando a sus ojos y de sus ojos brotaba puro AMOR. Así, pude oír cuando, como conclusión de su historia, me preguntaba: ¿Dime Caleb, si no es grande, si no es bello, si no es misericordioso nuestro Señor que salvó la vida de este pequeñito y salvó a su papá de tan horrible desgracia? ¡Oh mi Dios! Mientras yo, en mi miseria, no atinaba ver sino hacia el suelo de la CONDENACIÓN, mi hermano Mark apuntaba a LA GRANDEZA DE DIOS. En ese instante —¡maravilloso instante!— me mordí la lengua. Puse la silla con mi bebita en el suelo, le di un fuerte abrazo a mi hermano y muchas gracias al Señor por Su luz e inconmensurable e infinito AMOR.
Pasé el resto del día (aún continúo meditando al respecto) meditando sobre este caso. Muchas eran las lágrimas que contendían para salir de mis ojos a causa de mi dolor y de mi alegría. Por un lado, me entristecía mi inconsciencia. Pero por otro lado, sentía la dicha de saber que mi Señor está conmigo y que Él me había querido dar una gran lección que por el resto de mi vida NO OLVIDARÉ. Ustedes, saben mis amigos, si algo puede definirnos como pueblo, como nación, eso es la película. La película es ya un evento inseparable en nuestras vidas, es amalgama que nos “une”. No se mueve una brizna en esta nación sin ser “debidamente” filmada. Y esto es lo que le proyectamos al mundo entero día a día, LA PELÍCULA. Tú sabes. Uno ve una escena como ésta en el cine. Allí todo es intenso. Hollywood te echa el cuento de la vida de un fulano cualquiera, desde la A hasta la Z, en tres minutos. Tú pasas por una escena como ésta casi sin sentirla y sin anestesia. ¡Qué curioso! Lo único que llegas a sentir es tu ira, tu juicio. ¡Pero cómo, pero que loco, que irresponsable! Después, más adelante, cuando ya han pasado veinte minutos de cinta, viene un tío como Mark y te hace ver lo que yo vi. Entonces, prorrumpes en llanto, ¡allí mismo! Te sientes miserable, chiquitito, “te das cuenta”. ¡Guao, qué tremendo mensaje! No obstante, apenas sales del cine sigues en lo mismo. El problema, el verdadero problema, estriba en que ahora has salido con una MORALEJA MÁS, una carga más, pero no con una SOLUCIÓN que te reivindique. Hollywood sólo fabrica ilusiones. Sólo CRISTO redime. Sólo CRISTO satisface.
Han sido muchas las circunstancias acerca de este caso por las que me he pasado estos días. Empecé con el tema del bebé. Así me dije: “el bebé habría sido de todos el más favorecido; habría ganado su pasaporte al cielo sin tener que pasar por este tortuoso valle que la vida es”. Pero qué hay con la vida de ese papá, su esposa, su hogar. ¡Dios mío no quiero ni imaginármelo! El bebé, una vez caído del auto en movimiento, pudo haber sido arrollado por un carro cualquiera. Aquel que lo arrollara, pudo haber sido cualquiera de nosotros, miembros de la comunidad. Pudo haber sido mi esposa, mis vecinos. Sí, también YO. Sí, es obvio que no habría ido a la cárcel porque éste hubiera sido un accidente. Pero que mayor cárcel que el dolor con el que habría tenido que vivir por el resto de mi vida. Sin duda alguna, la misericordia de Dios nos tocó a todos en este barrio. Este día, fue un día de redención para todos y muy especialmente para el padre de la criatura.
¡EL SEÑOR LES BENDIGA ABUNDANTEMENTE!
En Cristo,
Caleb Joshua