TERCERA SECCIÓN
TERCERA SECCIÓN
- Quisiera comenzar preguntando – inquiere el primer forista - ¿cuántas veces aparece en la Biblia la palabra divorcio?
- Sorprendentemente – informa el veterano - ¡apenas cinco veces! Al menos en nuestras versiones usuales en español.
- Lo que también llama la atención – ahora es el turno del polemista – es que en todas esas cinco veces aparece precedida de “carta de”, por lo que a diferencia del sentido que el término tiene en nuestra época al referirse a un estado civil, parece que antes no era más que un simple papel, o rollito o pergamino donde constara la libertad en que la mujer quedaba. En el Antiguo Testamento sólo se habla en Dt.24:1 y 3. En el Nuevo, en Mt.5:31; 19:7 y Mr.10:4, aunque estos tres, referentes al mismo caso.
- ¿Cómo “la libertad en que la mujer quedaba”? – saltó el escéptico. ¿Acaso con esa carta de divorcio no era el hombre quien quedaba en libertad de volverse a casar?
- Es posible que luego aquella concesión degenerara a favor del hombre, como tantas otras cosas que con el tiempo y el uso se corrompen. Pero por lo que leemos en Dt.24: 1-4, es la mujer que carta de divorcio en mano quedaba en libertad de casarse con quien quisiera. En cuanto al esposo, ni siquiera podía volverse a casar con ella si el segundo marido la despidiera o muriera.
Esta reflexión del anciano como que tomó de sorpresa a la mayoría, que quedaron de boca abierta sin saber a que atenerse.
- ¿Pero de dónde saca Vd. que con la carta de divorcio solamente la mujer quedaba libre y no el hombre para volverse a casar? – casi indignado protestó el escéptico.
- ¿Y de dónde saca Vd. que el hombre sí quedaba habilitado para recasarse? – replicó el polemista.
- Pues yo les leeré en Marcos 10:11 las mismas palabras del Señor Jesús – el hermano rústico entonó su voz y leyó – “Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio”. Lo mismo puede leerse en Lc.16:18.
- ¡Pero es el mismo texto de Mt. 19:9, sólo que ellos omiten la excepción “salvo por causa de fornicación”, que es la única causal valida para el divorcio legítimo entre cristianos! – insistió el escéptico.
- Si tomamos al pie de la letra “salvo por causa de fornicación” – aventuró el primer forista – seguramente que se refiere al caso que tras la noche de bodas el flamante esposo descubre que la chica no era tan doncella como presumía. De haber ella entonces fornicado, el engañado novel marido podría repudiarla y darle carta de divorcio.
- ¡No, no podía! – es el turno del polemista – La Ley decía que en tal caso, frente a la casa de su padre ella sería apedreada por los hombres de la ciudad hasta matarla. (Dt.22:21).
- Entonces quizás no deberíamos entender allí “fornicación” sino más bien “adulterio” – propone el escéptico.
- ¡Tampoco! – vuelve a la carga el polemista – El adulterio también se castigaba con la pena mortal por lapidación (Lev.20:10). En ambos casos, el marido burlado no escribía carta de divorcio sino el epitafio para la tumba de la finada. Ya viudo, y pasado el trago amargo, si se animaba podía volver a casarse.
- Entonces, si esa excepción no consistía por una relación premarital con otro hombre ni por infidelidad durante el matrimonio, ¿a qué se refería el Señor con su salvedad?
La pregunta del escéptico produjo una tensa pausa, la que quebró el hermano rústico:
- Yo colijo que esa salvedad que hace Jesús en el v.9 tiene que estar relacionada con la permisión de Moisés en el verso anterior. De la expresión “Por la dureza de vuestro corazón” entiendo que se refiere a la de los hombres judíos que no fueron considerados y blandos con sus esposas, sino que las desecharon en situaciones que ellos podían haber asumido con un poco de amor y comprensión. Me temo que en aquel versículo enfatizamos tanto el “salvo por causa de fornicación” que nos olvidamos de la razón dada por el Señor y acabada de leer en el 8: “Por la dureza de vuestro corazón”.
- Ya que parece que estamos yendo de delante para atrás – habla ahora el veterano – fíjense que esa respuesta del Señor que es toda una acusación, viene de la pregunta de los fariseos en el v.7.
- ¡Cierto! – confirma el primer forista – Y ahí mi Biblia trae la referencia al texto de Deuteronomio 24 del 1 al 4 al que ya habíamos aludido anteriormente. Les estoy leyendo el v.1: “Cuando alguien toma una mujer y se casa con ella, si no le agrada por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, se la entregará en la mano y la despedirá de su casa”. Yo creo que en esa “cosa indecente” está la clave para poder determinar qué cosa sea esa salvedad de Jesús que en nuestras Biblias aparece traducida como “causa de fornicación”.
- ¿Y qué podría ser esa “cosa indecente” – inquiere el escéptico que parecía acaparar todas las preguntas.
- Mi Biblia trae una nota que dice que la expresión en hebreo significa “cosa vergonzosa” y que las escuelas rabínicas interpretaban de diferente manera.
La información aportada por el polemista resultó interesante a todos, pero rondaba ahora la pregunta de qué podría ser esa “cosa vergonzosa”. Averiguar lo que los rabinos opinaban podía ser ilustrativo e interesante, pero tal curiosidad no sería jamás satisfecha dada la diversidad de supuestos conforme a la imaginación de cada cual.
- Yo creo – comenzó a discurrir el veterano – que esa “cosa vergonzosa” podría ser algo que un corazón no endurecido, sino amoroso y comprensivo hacia su esposa, podría haber tolerado, tanto desde el punto de vista físico, como moral o legal. La dureza de corazón de los judíos, probablemente por casarse con alguien a quien no amaban, pues su boda era convenida entre las familias, como fue costumbre, llevó a esta concesión que no pretendía dejar al esposo despreciativo en libertad de volverse a casar, sino por el contrario otorgarle a la mujer despreciada una nueva oportunidad con otro hombre. Un arrepentimiento tardío, cuando ella ya fuese mujer de otro hombre, no alcanzaba para recuperarla nuevamente, incluso si ella enviudara. Así que la tan mentada “carta de divorcio” no privilegiaba al hombre sino que realmente lo penalizaba.
- Pero ¿en qué podía consistir esa “cosa vergonzosa” según usted dice, que podía ser algo físico, como moral o legal? – preguntó esta vez el “sacramentalista”.
- Bueno, de cierto, yo tampoco lo sé. Pero en tren de suponer sin divagar demasiado, y reparando en que literalmente significaría “la desnudez de una cosa”, parece que con la intimidad de la pareja algo quedaba revelado, que hasta ahora se mantenía oculto, y que al quedar al descubierto merecía ese calificativo de “cosa vergonzosa” que también se le da. En lo físico podría tratarse tanto de una malformación congénita o accidental, o una enfermedad infecciosa, que de momento dificultara la relación marital, pero una situación que con paciencia podría ser superada. En lo moral, podría darse el caso que ella hubiese sido violada en el campo por un desconocido cuando ella todavía no había sido desposada, siendo sin culpa, y sin poder obligar al hombre - por haber huido - a cumplir con lo establecido en Dt.22.29. De confesar al marido esa situación que su familia ocultó por no avergonzarla, éste, de amarla, debería mostrarle comprensión y mayor afecto. Si la “cosa vergonzosa” tuviera que ver con lo legal, podría tratarse, por ejemplo, si después de consumado el matrimonio, y tras un diálogo entre ellos que nunca antes habían tenido, resultase que ella fuese media hermana de él, hija de su padre o de su madre, lo que haría su relación incestuosa, bajo la ley. Consumada inocentemente la unión, podría con amor sobrellevarse la situación; hay antecedentes bíblicos como el de Abraham y Sara.
- Entonces – interpela el hermano rústico al anciano - ¿usted sugiere que cualquiera de esas “cosas vergonzosas” podría ser la “causa de fornicación” que leemos en nuestras Biblias?
- Podría; como vemos, son casos muy difíciles que se den, pero de darse, y de no haber comprensión ni clemencia alguna para la desgraciada condición de la esposa, el endurecido corazón del marido podría aprovecharse de esta concesión de la Ley que le otorgaba el recurso de escribirle carta de divorcio y mandarla fuera. Si esto fue lo que entendieron los discípulos, ello explicaría su reacción posterior en cuanto a que de ser así las cosas, mejor le sería al hombre no casarse, ya que la ley no lo estaría favoreciendo, como los judíos pretendían. O sea, ya no sería por cualquier causa ni por motivos menores, sino por razones nada frecuentes que se podría escribir la carta de divorcio.
- Como nosotros examinamos estos versículos con las gafas puestas de lo que es legal y costumbre en los países modernos – acota ahora el polemista -, tácitamente concedemos que una disolución del matrimonio dejaba a ambos cónyuges libres para contraer nuevas nupcias. Del mismo texto de la Ley no se desprende tal cosa. El repudiar a sus mujeres que Moisés permitió a los judíos no implicaba más que el verse libre de un yugo indeseable, pero no establece expresamente que podrían volver a intentarlo una y otra vez hasta dar con la esposa que finalmente fuera de su total agrado. Que en los tiempos del Señor se tuviera tal práctica como normal, lo admito; y de allí la salvedad que hace Jesús para el caso de quien tras repudiar a su mujer y volverse a casar, no incurriera en pecado de adulterio.
- Pero creo que lo que está claro en esta porción – expresa convencido el hermano rústico – es que Jesús le da a los fariseos lo que es su recta aplicación de la Ley, como permitiendo lo que es menos malo en las costumbres imperantes entre los pueblos, pero reivindicando la indisoluble unidad del matrimonio tal como fue planeado por Dios desde el origen de la primer pareja. Ésta es la norma para el cristiano, y no la permisión con que se manejaban los judíos. No tiene sentido que actualmente los esposos cristianos estén buscando en aquellas palabras de Jesús el vericueto por donde introducir su eventual divorcio en pos del recasamiento.
Ricardo.