Si de veras queremos que las iglesias dejen de ser el teatro o circo en que se ofrecen espectáculos religiosos, y vuelvan a ser testimonios levantados al nombre del Señor Jesucristo, donde el Espíritu Santo tenga libertad de actuar, las Sagradas Escrituras recobren su autoridad y el amor fraternal la evidencia de que somos realmente discípulos del Señor Jesús, debemos comenzar por predicar el evangelio antiguo.
¿Cuál es este evangelio? Pues el que Spurgeon, Whitefield, Bunyan , Calvino, Lutero, Agustín, Pablo y el Señor Jesús predicaron.
La segunda parte del pasado siglo y lo que llevamos de este prevalece la predicación de un evangelio arminiano, centrado no en Dios sino en el hombre.
No es de extrañar entonces la general apostasía que vemos por todas partes.
La pureza del evangelio predicado sólo se evidencia en vidas cambiadas.
No en mega iglesias, programas de televisión, grandes edificios y hombres tan exitosos como ridículos presentados como apóstoles de Jesucristo.
Inclusive, predicadores de fama de este siglo que evitan presentarse como arminianos, tienen vergüenza de hacerlo como calvinistas y se posicionan en un inexistente término medio como si pudieran balancearse entre la verdad y el error.
Debemos decir la verdad simple a los pecadores: ellos no pueden hacer nada para salvarse. Solamente el Señor Jesús puede hacerlo, pero ni eso hará a menos que el Padre los traiga a Él (Jn 6:44,65).
Haremos bien en invitarles a que escuchen la predicación del Evangelio y la exposición de la Palabra de Dios. Haremos bien en exhortarles al arrepentimiento y a que crean en el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios.
Esa es nuestra parte. Hasta ahí llegamos. Si la gracia ya comenzó su obra en ellos, vendrán, oirán y creerán.
Pero definitivamente, nada de lo que deben hacer harán, si Dios no los mueve a ello atrayéndolos con su amor, misericordia y gracia.
Si ellos cumplen con la gimnasia salvífica (levantar su mano, ponerse de pie, pasar adelante, arrodillarse ante el “altar”, repetir la oración de entrega y llenar su tarjeta de decisión) se “salvarán” a sí mismos asociados con el ministro de turno, y mientras perduren las sensaciones de manipulación masiva creerán en su salvación. Como nunca se sintieron perdidos, tampoco se sentirán tales cuando duden de seguir salvados.
Gracias a Dios sigue siendo el evangelio el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree (Ro 1:16); pero este evangelio, no cualquier otro, porque verdadero, no hay otro (Gal 1:6-9).