Re: ¿Porqué creen que la salvación es justicia de Dios?
Si la rectitud y la justicia son el corazón de la Ley del Antiguo Testamento, también son el corazón de la disputa entre Jesús y los escribas y fariseos.
En el principio mismo de Su ministerio terrenal, Jesús comenzó a contrastar Su interpretación de las enseñanzas del Antiguo Testamento sobre la rectitud con la que impartían los escribas y los fariseos.
En realidad, Jesús no dio una ‘nueva’ interpretación de la justicia o de la Ley, más bien quiso reestablecer la comprensión adecuada de la justicia, tal como la Ley y los profetas la enseñaba. De esta manera, Jesús usó la fórmula reiteradamente: “Oísteis que fue dicho…” (Lo que los escribas y fariseos enseñaban…). “Pero yo os digo…” (Lo que el Antiguo Testamento pretendía enseñar, es…).
Los escribas y los fariseos creían que ellos determinaban el estándar de la rectitud. Creían que ellos, entre todos los hombres, eran justos. Jesús los impactó en gran manera, cuando dijo:
“Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Marcos 5:20).
Estaba claro que si los escribas y fariseos no eran capaces de mostrar justicia suficiente por sí mismos, nadie podría. El estándar de la justicia que la Ley presentaba, era aún mayor que la de los escribas y fariseos. Nadie era lo suficientemente justo para llegar al cielo. Qué golpe para los que se creen santos, que pensaban que ya tenían sus sillones preparados en el reino.
Si Jesús impactó a Su audiencia al decir que quienes eran aparentemente los más rectos, no entrarían en el reino con esa clase de rectitud, Él también los impactó al decirles quienes serían ‘bendecidos’ con la entrada al reino: aquellos que tanto los escribas como los fariseos pensaban que eran indignos del reino.
Los bendecidos no eran los escribas y fariseos, sino los ‘pobres de espíritu’, ‘los que lloran’, ‘los mansos’, ‘los que tienen hambre y sed de justicia’, ‘los misericordiosos’, ‘los de limpio corazón’, ‘los pacificadores’ y ‘los que padecen persecución por causa de la justicia’; es decir por causa de su relación con Jesús (Mateo 5:3-12).
Jesús enseñó que la justicia verdadera, no es la que el hombre considera como tal en relación con su apariencia externa, sino la que hace Dios basado en la evaluación del corazón:
“Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominable” (Lucas 16:15).
Los escribas y fariseos, quienes pensaban que eran sabios debido a la rigurosa preocupación que daban a asuntos externos, comprobaron lo que creían se oponía completamente a los juicios de Jehová:
“Así también vosotros por fuera, a la verdad. Os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas. Así que dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros también llenad la medida de vuestros padres! ¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno? Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificareis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad; para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar” (Mateo 23:28-35).
En el Sermón del Monte, Jesús hizo advertencias sobre las cosas externas y el ceremonialismo.
“Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 6:1).
De acuerdo a Jesús, la rectitud verdadera es absolutamente diferente de la rectitud de los escribas y fariseos. La rectitud falsa, es medida por los hombres basados en lo externo. La rectitud es juzgada como tal, por Dios de acuerdo a Su Palabra. Por lo cual, los hombres deben tener cuidado al intentar juzgar la rectitud de los demás (ver Mateo 7:1). Aquellos cuyas obras indican que eran rectos, eran aquellos a quienes Dios no los reconoció como hijos Suyos (Mateo 7:15-23). Aquellos que aparentemente eran rectos, no lo eran y aquellos que no parecían serlo según el judaísmo de esos días, bien pudieron haberlo sido.
No es de sorprender entonces, que Jesús no fue considerado como recto por muchos judíos, sino como un pecador.
“Entonces algunos de los fariseos decían: Ese hombre no procede de Dios, porque no guarda el día de reposo. Otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer esas señales? Y había disensión entre ellos” (Juan 9:16).
“Entonces volvieron a llamar al hombre que había sido ciego, y le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es pecador. Entonces él respondió y dijo: Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo” (Juan 9:24-25).
La gran división que se produjo entre los judíos, estaba por sobre si Jesús era o no un hombre pecador (ver Juan 10:19-21).
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, no dejan duda alguna en nuestras mentes sobre si el Señor Jesús era justo. El profeta Isaías hablo del Mesías que habría de llegar, como “El Justo”, quien “justificará a muchos” (Isaías 53:11). Jeremías hablo de Él, como “el Renuevo Justo” (Jeremías 23:5). Cuando Jesús fue bautizado, fue para “cumplir toda justicia” (Mateo 3:15). Tanto la mujer de Pilatos (Mateo 27:19), como el soldado al pie de la cruz (Lucas 23:47), reconocieron Su justicia en el momento exacto en que los hombres le estaban condenando.
De la misma manera los apóstoles fueron testigos de la justicia de Cristo.
“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1ª Juan 2:1).
“Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él” (1ª Juan 2:29).
La justicia de Dios es particularmente importante en relación con la salvación. En Romanos 3, Pablo señala que Dios no sólo justifica a los pecadores (esto es, Él los declara justos); sino que también se demuestra que es justo (recto) en el proceso:
“Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de
Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto en su paciencia los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús. ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin obras de la ley” (Romanos 3:21-28).
Los hombres han fracasado en vivir según el estándar de justicia establecido por la Ley (Romanos 3:9-20). Dios es justo al condenar a todos los hombres a la muerte, pues todos sin excepción, han pecado y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Todos los hombres merecen la muerte, debido a que “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Dios es justo al condenar a los impíos.
Pero Dios también es justo cuando salva a los pecadores. Como lo expresa Pablo, Él es “justo y justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 6:26). ¿Cómo es esto? Dios es justo porque Su ira justa ha sido satisfecha. La justicia se cumplió en la cruz del Calvario. Dios no rebaja los cargos contra los hombres; Él no cambió el estándar de la rectitud. Dios vertió toda de Su ira justa sobre Su Hijo en la cruz del Calvario. En Él, se cumplió la justicia. Todos los que en Él creen por fe, son justificados. Sus pecados son perdonados, porque Jesús pagó el precio en totalidad; Él sufrió toda la ira de Dios, en lugar del que pecó. Y los que rechazan la bondad y misericordia de Dios en el Calvario, deben pegar el precio de sus pecados, porque no aceptaron el pago que Jesús hizo por ellos.
La cruz del Calvario, cumplió una salvación justa para todos los que la recibieron. Pero también sabemos que sólo aquellos a quien Dios ha elegido —los ‘elegidos’— se arrepentirán y creerán en la muerte de Cristo por ellos. Esto origina otra pregunta con relación a la justicia divina. Después de haber enseñado claramente la doctrina de la elección divina, Pablo pregunta cómo se concilia la elección con la justicia divina y después da la respuesta:
“No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: en Isaac te será llamada descendencia. Esto es: no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes. Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo. Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jehová amé, mas a Esaú aborrecí. ¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece. Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? Porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo a los judíos, sino también a los gentiles?” (Romanos 9:6-24).
Se asume que la elección divina ha sido enseñada por Pablo, como un hecho bíblico. Si no fuera así —tan claro como lo es— Pablo no se hubiera referido al tema. Y si la elección no existiera, simplemente él se hubiera sacado de encima la pregunta, considerándola ilógica e irrazonable. Pero Pablo asume la verdad de la elección y la posibilidad que algunos pudieran objetar considerando que ésta haría que Dios fuese injusto. Lo primero que hace Pablo, es censurar a los que se atrevan a juzgar a Dios y pronunciarse sobre su justicia. ¿Cuán presuntuoso puede ser el hombre? ¿Puede Dios pararse frente al estrado para ser juzgado por el hombre? ¡Por supuesto que no!
Si la rectitud y la justicia son el corazón de la Ley del Antiguo Testamento, también son el corazón de la disputa entre Jesús y los escribas y fariseos.
En el principio mismo de Su ministerio terrenal, Jesús comenzó a contrastar Su interpretación de las enseñanzas del Antiguo Testamento sobre la rectitud con la que impartían los escribas y los fariseos.
En realidad, Jesús no dio una ‘nueva’ interpretación de la justicia o de la Ley, más bien quiso reestablecer la comprensión adecuada de la justicia, tal como la Ley y los profetas la enseñaba. De esta manera, Jesús usó la fórmula reiteradamente: “Oísteis que fue dicho…” (Lo que los escribas y fariseos enseñaban…). “Pero yo os digo…” (Lo que el Antiguo Testamento pretendía enseñar, es…).
Los escribas y los fariseos creían que ellos determinaban el estándar de la rectitud. Creían que ellos, entre todos los hombres, eran justos. Jesús los impactó en gran manera, cuando dijo:
“Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Marcos 5:20).
Estaba claro que si los escribas y fariseos no eran capaces de mostrar justicia suficiente por sí mismos, nadie podría. El estándar de la justicia que la Ley presentaba, era aún mayor que la de los escribas y fariseos. Nadie era lo suficientemente justo para llegar al cielo. Qué golpe para los que se creen santos, que pensaban que ya tenían sus sillones preparados en el reino.
Si Jesús impactó a Su audiencia al decir que quienes eran aparentemente los más rectos, no entrarían en el reino con esa clase de rectitud, Él también los impactó al decirles quienes serían ‘bendecidos’ con la entrada al reino: aquellos que tanto los escribas como los fariseos pensaban que eran indignos del reino.
Los bendecidos no eran los escribas y fariseos, sino los ‘pobres de espíritu’, ‘los que lloran’, ‘los mansos’, ‘los que tienen hambre y sed de justicia’, ‘los misericordiosos’, ‘los de limpio corazón’, ‘los pacificadores’ y ‘los que padecen persecución por causa de la justicia’; es decir por causa de su relación con Jesús (Mateo 5:3-12).
Jesús enseñó que la justicia verdadera, no es la que el hombre considera como tal en relación con su apariencia externa, sino la que hace Dios basado en la evaluación del corazón:
“Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominable” (Lucas 16:15).
Los escribas y fariseos, quienes pensaban que eran sabios debido a la rigurosa preocupación que daban a asuntos externos, comprobaron lo que creían se oponía completamente a los juicios de Jehová:
“Así también vosotros por fuera, a la verdad. Os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas. Así que dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros también llenad la medida de vuestros padres! ¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno? Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificareis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad; para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar” (Mateo 23:28-35).
En el Sermón del Monte, Jesús hizo advertencias sobre las cosas externas y el ceremonialismo.
“Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 6:1).
De acuerdo a Jesús, la rectitud verdadera es absolutamente diferente de la rectitud de los escribas y fariseos. La rectitud falsa, es medida por los hombres basados en lo externo. La rectitud es juzgada como tal, por Dios de acuerdo a Su Palabra. Por lo cual, los hombres deben tener cuidado al intentar juzgar la rectitud de los demás (ver Mateo 7:1). Aquellos cuyas obras indican que eran rectos, eran aquellos a quienes Dios no los reconoció como hijos Suyos (Mateo 7:15-23). Aquellos que aparentemente eran rectos, no lo eran y aquellos que no parecían serlo según el judaísmo de esos días, bien pudieron haberlo sido.
No es de sorprender entonces, que Jesús no fue considerado como recto por muchos judíos, sino como un pecador.
“Entonces algunos de los fariseos decían: Ese hombre no procede de Dios, porque no guarda el día de reposo. Otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer esas señales? Y había disensión entre ellos” (Juan 9:16).
“Entonces volvieron a llamar al hombre que había sido ciego, y le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es pecador. Entonces él respondió y dijo: Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo” (Juan 9:24-25).
La gran división que se produjo entre los judíos, estaba por sobre si Jesús era o no un hombre pecador (ver Juan 10:19-21).
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, no dejan duda alguna en nuestras mentes sobre si el Señor Jesús era justo. El profeta Isaías hablo del Mesías que habría de llegar, como “El Justo”, quien “justificará a muchos” (Isaías 53:11). Jeremías hablo de Él, como “el Renuevo Justo” (Jeremías 23:5). Cuando Jesús fue bautizado, fue para “cumplir toda justicia” (Mateo 3:15). Tanto la mujer de Pilatos (Mateo 27:19), como el soldado al pie de la cruz (Lucas 23:47), reconocieron Su justicia en el momento exacto en que los hombres le estaban condenando.
De la misma manera los apóstoles fueron testigos de la justicia de Cristo.
“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1ª Juan 2:1).
“Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él” (1ª Juan 2:29).
La justicia de Dios es particularmente importante en relación con la salvación. En Romanos 3, Pablo señala que Dios no sólo justifica a los pecadores (esto es, Él los declara justos); sino que también se demuestra que es justo (recto) en el proceso:
“Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de
Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto en su paciencia los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús. ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin obras de la ley” (Romanos 3:21-28).
Los hombres han fracasado en vivir según el estándar de justicia establecido por la Ley (Romanos 3:9-20). Dios es justo al condenar a todos los hombres a la muerte, pues todos sin excepción, han pecado y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Todos los hombres merecen la muerte, debido a que “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Dios es justo al condenar a los impíos.
Pero Dios también es justo cuando salva a los pecadores. Como lo expresa Pablo, Él es “justo y justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 6:26). ¿Cómo es esto? Dios es justo porque Su ira justa ha sido satisfecha. La justicia se cumplió en la cruz del Calvario. Dios no rebaja los cargos contra los hombres; Él no cambió el estándar de la rectitud. Dios vertió toda de Su ira justa sobre Su Hijo en la cruz del Calvario. En Él, se cumplió la justicia. Todos los que en Él creen por fe, son justificados. Sus pecados son perdonados, porque Jesús pagó el precio en totalidad; Él sufrió toda la ira de Dios, en lugar del que pecó. Y los que rechazan la bondad y misericordia de Dios en el Calvario, deben pegar el precio de sus pecados, porque no aceptaron el pago que Jesús hizo por ellos.
La cruz del Calvario, cumplió una salvación justa para todos los que la recibieron. Pero también sabemos que sólo aquellos a quien Dios ha elegido —los ‘elegidos’— se arrepentirán y creerán en la muerte de Cristo por ellos. Esto origina otra pregunta con relación a la justicia divina. Después de haber enseñado claramente la doctrina de la elección divina, Pablo pregunta cómo se concilia la elección con la justicia divina y después da la respuesta:
“No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: en Isaac te será llamada descendencia. Esto es: no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes. Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo. Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jehová amé, mas a Esaú aborrecí. ¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece. Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? Porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo a los judíos, sino también a los gentiles?” (Romanos 9:6-24).
Se asume que la elección divina ha sido enseñada por Pablo, como un hecho bíblico. Si no fuera así —tan claro como lo es— Pablo no se hubiera referido al tema. Y si la elección no existiera, simplemente él se hubiera sacado de encima la pregunta, considerándola ilógica e irrazonable. Pero Pablo asume la verdad de la elección y la posibilidad que algunos pudieran objetar considerando que ésta haría que Dios fuese injusto. Lo primero que hace Pablo, es censurar a los que se atrevan a juzgar a Dios y pronunciarse sobre su justicia. ¿Cuán presuntuoso puede ser el hombre? ¿Puede Dios pararse frente al estrado para ser juzgado por el hombre? ¡Por supuesto que no!