-Es proverbial la lucha entre el bien y el mal, y todo lo que se ha dicho y escrito sobre lo mismo.
-Dejando de lado la historicidad del asunto en aras de la brevedad, consideremos ahora al ciudadano común de cualquiera de nuestros países y ciudades donde vivimos.
-El hecho es que el delito y la criminalidad van en constante aumento, y en una ciudad moderna como puede ser Rosario, en la República Argentina, los vecinos no salen a la calle, los negocios cierran y pocos vehículos circulan.
-Existe actualmente un miedo ya cercano al terror. En la calle se está expuesto al hurto o la rapiña si no siguen consecuencias más graves; no están seguros nuestros hijos en sus colegios ni los fieles en sus iglesias. Mercenarios son entrenados disparando sobre un inocente que transita soñando lo mejor. Balaceras entre bandas rivales de narcotraficantes dejan víctimas incluso entre niños. La corrupción llega a tal grado, que cuando un uniformado se acerca a una persona, esta no sabe si viene por su bien o por su mal. Los jueces son comprados o amenazados, de modo que a veces condenan a un inocente para proteger al culpable. El aborto, la eutanasia, el orgullo gay y todas las demás negras facetas de la más abyecta depravación campea en el cine, Internet, prensa, e inclusive, en ámbitos parlamentarios, donde se legisla para conceder derechos a los chicos malos en desmedro de sus víctimas, los buenos.
-¿Por qué es que el bien viene triunfando sobre el mal? Pienso que es porque los ejecutores del bien se manejan con la Constitución y las leyes de modo que se cuidan de no infringirlas, mientras que los obradores del mal se mueven en un abismo tan profundo que no hay límite a lo que pueda alcanzar una maldad desprovista de códigos.
-Todas las plagas apocalípticas afligen hoy día nuestras modernas sociedades, orgullosas de su progreso tecnológico pero inconscientes del deterioro moral al que han llegado.
-Es por eso que los creyentes sabemos que esto todavía irá de mal en peor, por lo que solo clamamos: ¡Ven, Señor Jesús!