Para Catholico 34

Espiritualidad sacramental en las catacumbas

La espiritualidad de las catacumbas es también sacramental. En los sacramentos cristianos el mundo exterior de la materia entra, como signo y como instrumento, para realizar la redención y la salvación del hombre: Bautismo y Eucaristía.
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Bautismo. ...El bautismo era administrado todavía en las domus Ecclésiae, que eran las residencias familiares, a menudo secretamente. Pero se conocía la grandeza del sacramento. ..
Una de las más antiguas pinturas en los así llamados Cubículos de los Sacramentos, en las Catacumbas de San Calixto, representa el bautismo. Junto a un espejo de agua está sentado un pescador que con el sedal saca un pez: nos gusta ver en este personaje a un apóstol, que cumple la orden de Jesús: "Síganme; los haré pescadores de hombres" .
Muchos cristianos, "conquistados por Cristo" (Flp 3, 12), después de angustiosas experiencias interiores, sentían que el momento del bautismo había marcado el inicio de una vida nueva. De aquí proviene ese nombre que se lee en una lápida de la tricora de San Calixto, nombre que después se volvió tan común en la cristiandad: "Renatus" (¡Nacido de nuevo!).

Eucaristía. Y henos ahora ante la joya de las capillas de las catacumbas: la trilogía eucarística.
En el fresco, los cristianos sentados a la mesa eucarística son siete, como los discípulos que se reunieron alrededor de Jesús resucitado a orillas del lago; en los platos delante de ellos está el pez: Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador.


En la escena de la izquierda el sacerdote extiende las manos sobre una pequeña mesa con el pan eucarístico: clara figura del acto consagratorio reservado a los ministros; en el otro lado de la mesa, un orante con los brazos levantados nos recuerda que, para ir al cielo, hay que nutrirse de ese pan consagrado.

El tercer panel, a mano derecha , es de clara significación para quien recuerde las palabras del himno eucarístico de Santo Tomás de Aquino: "In figuris praesignátur cum Ísaac immolátur" (En la inmolación de Isaac se prefigura el sacrificio de Cristo).

No podemos omitir una figuración que es preciosa por su antigüedad y por su gran valor espiritual. En la Cripta de Lucina, que se remonta a fines del siglo II, sobre la pared frente a la entrada, están representados simétricamente dos peces, delante de los cuales están colocados dos canastos repletos de panes. Dentro de los canastos se entrevén dos vasos de vino. El pez es Cristo; el pan y el vino, en cambio, son las especies bajo las cuales El se hace presente en la Eucaristía.
Estamos en las fuentes de la cristiandad. El cristiano antiguo, consciente de que "no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres, por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12), sabe también que a Cristo no podemos asociarnos si no es mediante los sacramentos que El ha instituido para tal finalidad.
 
Veamos ahora algunas de las inscripciones y oraciones en las Catacumbas donde los primeros cristianos en Roma enterraban a sus muertos:


La espiritualidad de las catacumbas es, además, "social": el cristiano acostumbrado a decir en la oración, no ya "Padre mío", sino "Padre nuestro", sabe que en la familia de Dios no se vive aislada sino socialmente: "Nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo" (Rm 12, 5). Las catacumbas nos brindan la imagen de este cuerpo místico dentro del cual conviven ordenadamente los cristianos en jerarquía de funciones y en unidad de espíritu. Aquí los pontífices mártires reposan en medio de la humilde multitud anónima de su grey.
En la parte frontal de un sarcófago un jovencito levanta las manos en la actitud del orante feliz en la visión de Dios: a sus lados Pedro y Pablo, los fundadores de la Iglesia de Roma, parecen introducirlo en la patria bienaventurada.

En las Catacumbas de Domitila, en la pintura de un arcosolio, llega Veneranda en traje de viaje, peregrina que ha terminado su destierro, a los umbrales de la patria: la santa del lugar, Petronila, con semblante suave, la acoge y la introduce.

Hay un intercambio de plegarias entre las diversas partes de la Iglesia. Centenares de peregrinos se encomiendan a Pedro y a Pablo sepultados en la Memoria de la Vía Appia Antica (las Catacumbas de San Sebastián), grabando breves oraciones en el revoque de la triclinia (ambiente para banquetes funerarios, a cielo abierto):
"Pablo y Pedro, recen por Víctor. Pedro y Pablo, tengan presente a Sozomeno".
"San Sixto, ten presente a Aurelio Repentino".
"Espíritus Santos... que Verecundo junto con los suyos, navegue bien".
A veces no hay una oración explícita: para implorar basta una calificación añadida al nombre:
"Felición, sacerdote, pecador".
Se cuentan por millares las inscripciones con plegarias de los vivos por los difuntos o con solicitaciones a los muertos para que recen por los sobrevivientes. En la dimensión social del cuerpo místico, cada persona está vinculada con la Iglesia entera.


Que la Iglesia Triunfante interceda por la Iglesia que aún peregrina en este Valle de Lágrimas. Amén.
 
Sigamos con las catacumbas, y algunas inscripciones:

Aquí se descubre la verdadera revolución llevada a cabo por el cristianismo. En particular están presentes dos tipos de personajes de gran fuerza espiritual: el "mártir" y la "virgen". El "mártir" da su vida para atestiguar la certeza de la propia fe; la da con serenidad y sin pesadumbre en medio del desencadenamiento de brutalidades y torturas; muere sin odio hacia quien lo mata, implorando, por el contrario, el perdón para él. Muchos cristianos sepultados en las catacumba realizaron de manera sublime y en innumerables casos el martirio cruento.
La figura de la "virgen" cristiana no falta en las catacumbas. A este respecto es significativo el poema damasiano en honor de su hermana Irene, sepultada en el complejo calixtiano:

"... Ella, mientras alentó su vida, a Cristo se entregó en arras,
manifestando así su virginal mérito
el santo candor de su alma...
Ahora, como virgen que eres,
acuérdate de nosotros cuando Cristo llegue
a fin de que tu antorcha, por el Señor,
a mi alma luz otorgue".
..la última gran lápida que se encuentra al final de la escalera es la de Baccis. Grandes y rudos caracteres rojos sobre la piedra cenicienta cuentan una humilde historia.
Quien la medite verá , con los ojos de la fe, transparentarse a través de las letras dos rostros: el delicado de la niña muerta y el rudo del padre, sobre el cual, sin embargo, brilla una tierna sonrisa llena de lágrimas. He aquí el texto:
"Baccis, dulce alma. En la paz del Señor. Vivió 15 años y 75 días. (Murió) el día anterior a las calendas (el 1º) de diciembre. El padre a su hija dulcísima".
Una onda divina de pureza y ternura había entrado también en las familias más humildes con la fe en Cristo.


Rogad por nosotros, dulce Irene y dulce Baccis, que disfrutáis ya de la Presencia del Señor.
 
Y aún alguna más, pues son de una dulzura que nos encoge el corazón.


En las mismas catacumbas bajó un día a buscar consuelo un peregrino. Entró rezando, y al final de la escalera, confió a la pared un deseo de vida feliz entre las almas dilectas para su difunta:
"Sofronia vivas cum tuis" (Que vivas, Sofronia, con los tuyos).
Debajo de la escalera el querido nombre reaparece con un deseo de vida en Dios:
"Sofronia, vivas in Dómino" (Que vivas, Sofronia, en el Señor).
Finalmente, en un cubículo al lado de un arcosolio, la leyenda aparece por tercera vez. En la oración el luto ha perdido su amargura y se ha vuelto una esperanza llena de inmortalidad:
"Sofronia dulcis sémper vives in Deo" (Dulce Sofronia, vivirás siempre en Dios),
.. escribe en alto el peregrino. Pero parece que de su corazón serenado rebosa la ternura, y él graba todavía:
"Sofronia, vives..." (¡Sí, Sofronia, tú vivirás!...).


En fin... que esperemos que el peregrino se haya reunido con su queridísima Sofronia.

Y que oren por nosotros, Amén.