(Cuarta y última parte)
Esta es la encomienda que Jesús dejó establecida. Evidentemente cuando Jesús y sus apóstoles estaban comenzando no existía ese templo único y fijo como lo tenían los israelitas para congregar a los creyentes, sino que Jesús decidió que fueran cientos y miles de iglesias por todo el mundo: grandes, medianas y pequeñas; como el espíritu no es dado por medida, tampoco la visión y entendimiento de los sacerdotes; aquel sacerdote con una visión más grande, son los que han construido las grandes iglesias que existen por todo el mundo; esto no significa que las iglesias pequeñas no tengan valor, al contrario, esto fue diseñado así para abarcar y cubrir todas las distintas necesidades, variantes y diferencias del ser humano. Estas iglesias: grandes, medianas y pequeñas, son las que fueron sembrando año con año y siglo con siglo hasta llegar a nuestra actualidad, donde podemos ver que ese objetivo se ha cumplido. Porque mientras los Israelitas siguen siendo el mismo pueblo que eran desde la antigüedad (Israel es actualmente una nación de +8 millones de habitantes), la Salvación de Jesús está establecida y creída por todo el mundo a niveles de millones de millones; esto indudablemente que requirió de mucho trabajo, enfuerzo, dinero, diezmo, ofrendas, vidas…, para llegar a nuestro tiempo, y al tener en nuestro tiempo desde hace varias décadas una prosperidad y libertad relativas, hace que muchas personas no entiendan el proceso y la inversión que se requirió para llegar a los resultados de Salvación Espiritual que se tienen hoy en día en todo el mundo.
Si el diezmo se ve como algo material solamente, como ganado y dinero, pues hemos perdido el objetivo de la salvación; pues Jesús vino a recuperar y poner en obra los frutos del espíritu, porque precisamente por esta razón los israelitas no lo reconocieron y lo llevaron a la muerte.
Cuando al creyente bautizado se le enseña correctamente el evangelio de Cristo, los frutos espirituales florecen en todos los sentidos y es cuando podemos ver de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos. Si diéramos solo el 10% de la misericordia que hay en nosotros a aquellos que no piensan o creen como nosotros, el mundo sería totalmente diferente; pero en vez de eso preferimos dar el 100% de enojo, contienda y juicio a aquellos que piensan o creen como nosotros. Y así todas las iglesias esperan por separado y en contienda un rapto, en el que Cristo solo vendrá por mi iglesita y los demás no importan; ¿a eso hemos reducido el sacerdocio de Cristo?