Amados hermanos:
A raíz de los últimos sucesos en EE.UU., un hermano nos escribía pidiendo que orásemos por la paz del mundo.
Ciertamente lo sucedido, aunque doloroso y lamentable, se suma a las indudables señales de la pronta venida de nuestro Redentor: “guerras y rumores de guerra... pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares” (Mateo 24:6-7).
Y aún más: “Y todo esto será principio de dolores” (v.8).
La TV nos traía imágenes de hombres y mujeres rezando por las almas de quienes perecieron en esta tragedia. Mas, una cosa sabemos: que Dios concede a todos los hombres la opción, durante su vida aquí en la tierra, de recibir a Cristo en su corazón y ser salvos de la condenación eterna. Ni millones de oraciones salvarán a quien en vida despreció la gracia del Señor.
En otra imagen, un anciano que perdió un familiar, tal vez su hijo, glorificaba el nombre del Señor, testificando de su fe en Aquel que levantará de los muertos a su ser querido. Nos conmovió la escena, testimonio de la preciosa obra del Padre de misericordias y Dios de toda consolación.
Cuando se desmorona la obra del hombre, cuando el desaliento hace presa de los que hasta ayer confiaban en sí mismos, se levanta, inmutable y glorioso, el testimonio de Cristo, nuestro amparo, nuestro escudo, la Roca de nuestra salvación.
“Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado” (Romanos 10:11).
Los que hemos confesado con nuestra boca que Jesús es el Señor y creído en nuestro corazón que Dios le levantó de entre los muertos, somos salvos, tenemos vida eterna en Cristo Jesús.
En estos días de incertidumbre para el mundo, la iglesia se refugia en el autor y consumador de la fe, da testimonio de su Señor, y afirma su corazón en la gracia de Dios.
La iglesia está en pie sobre la tierra, velando y orando. Su Amado está a las puertas. Las señales de su pronta Venida son indubitables. Amén; sí, ven, Señor Jesús.
Hoy, la iglesia ora.
Mas, no por “la paz del mundo”.
"... porque es necesario que todo esto acontezca" (Mateo 24:6).
La iglesia levanta clamor delante del Señor, intercediendo a favor de aquellos que han sido señalados para salvación desde antes de la fundación del mundo, ora por la predicación de las Buenas Nuevas en todas las naciones de la tierra, para que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.
La iglesia ora por los creyentes de toda la tierra, para que en estos días de confusión abandonen la amistad y la vanidad de este mundo y vuelvan su corazón al Señor.
La iglesia ora por los hermanos de los cuales el mundo no es digno, que en muchos países sufren persecución y torturas por causa de esta bendita fe, para que no desmayen, antes sean alentados en esperanza contra esperanza.
La iglesia ora por los hermanos que en estos trágicos sucesos lloran la pérdida de padres, madres, hijos e hijas; para que el Señor conforte sus corazones.
Y en esta misma hora, el Señor Jesucristo, nuestro gran sumo sacerdote, quien vive eternamente, intercede por nosotros:
“Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son” (Juan 17:9).
***
Fraternalmente en Cristo
Hno. Mario
A raíz de los últimos sucesos en EE.UU., un hermano nos escribía pidiendo que orásemos por la paz del mundo.
Ciertamente lo sucedido, aunque doloroso y lamentable, se suma a las indudables señales de la pronta venida de nuestro Redentor: “guerras y rumores de guerra... pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares” (Mateo 24:6-7).
Y aún más: “Y todo esto será principio de dolores” (v.8).
La TV nos traía imágenes de hombres y mujeres rezando por las almas de quienes perecieron en esta tragedia. Mas, una cosa sabemos: que Dios concede a todos los hombres la opción, durante su vida aquí en la tierra, de recibir a Cristo en su corazón y ser salvos de la condenación eterna. Ni millones de oraciones salvarán a quien en vida despreció la gracia del Señor.
En otra imagen, un anciano que perdió un familiar, tal vez su hijo, glorificaba el nombre del Señor, testificando de su fe en Aquel que levantará de los muertos a su ser querido. Nos conmovió la escena, testimonio de la preciosa obra del Padre de misericordias y Dios de toda consolación.
Cuando se desmorona la obra del hombre, cuando el desaliento hace presa de los que hasta ayer confiaban en sí mismos, se levanta, inmutable y glorioso, el testimonio de Cristo, nuestro amparo, nuestro escudo, la Roca de nuestra salvación.
“Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado” (Romanos 10:11).
Los que hemos confesado con nuestra boca que Jesús es el Señor y creído en nuestro corazón que Dios le levantó de entre los muertos, somos salvos, tenemos vida eterna en Cristo Jesús.
En estos días de incertidumbre para el mundo, la iglesia se refugia en el autor y consumador de la fe, da testimonio de su Señor, y afirma su corazón en la gracia de Dios.
La iglesia está en pie sobre la tierra, velando y orando. Su Amado está a las puertas. Las señales de su pronta Venida son indubitables. Amén; sí, ven, Señor Jesús.
Hoy, la iglesia ora.
Mas, no por “la paz del mundo”.
"... porque es necesario que todo esto acontezca" (Mateo 24:6).
La iglesia levanta clamor delante del Señor, intercediendo a favor de aquellos que han sido señalados para salvación desde antes de la fundación del mundo, ora por la predicación de las Buenas Nuevas en todas las naciones de la tierra, para que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.
La iglesia ora por los creyentes de toda la tierra, para que en estos días de confusión abandonen la amistad y la vanidad de este mundo y vuelvan su corazón al Señor.
La iglesia ora por los hermanos de los cuales el mundo no es digno, que en muchos países sufren persecución y torturas por causa de esta bendita fe, para que no desmayen, antes sean alentados en esperanza contra esperanza.
La iglesia ora por los hermanos que en estos trágicos sucesos lloran la pérdida de padres, madres, hijos e hijas; para que el Señor conforte sus corazones.
Y en esta misma hora, el Señor Jesucristo, nuestro gran sumo sacerdote, quien vive eternamente, intercede por nosotros:
“Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son” (Juan 17:9).
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Fraternalmente en Cristo
Hno. Mario